Capítulo 16
Ella apareció entre la bruma espesa. Era una mujer de pelo rizado y caoba de larga melena. Lo llevaba suelto y le ondulaba al viento a pesar de no haber viento. Lo llevaba sujeto con una diadema de cuero marrón que le pasaba por su frente .Aún era más alta que la última aparición, pero poseía el mismo porte de todas ellas, sólo que esta era más esbelta con las caderas y pecho demasiados pronunciados para pasar inadvertida para cualquier persona. La misma forma de daga en su mano, la misma vestimenta, el mismo tatuaje horroroso en el hombro, la misma mirada de supremacía y anhelo.
—Vaya Mert, pensé que mi anterior predecesora te habría hecho cambiar tu opinión acerca de tu hembra— dijo aquella mujer con voz melodiosa y con gesto de repulsa mientras desviaba la cabeza mirando hacia Nora.
—Sabes perfectamente que no volveré a cometer el mismo error.
—Ya, bueno. Eso es lo que había oído. ¿Sabes? Me da pena que en fondo malgastes tu inmortal vida por esta...... mujer.
La misma soberbia y prepotencia de las anteriores.
Mert apartó a Nora hacia atrás, como las anteriores veces, sólo que esta vez la indicó donde ponerse. Había demasiados espacios abiertos.
—Joder Mert, tenerte que aniquilar, con lo bien que nos lo hemos pasado juntos. — le decía con una amplia sonrisa y con un tono de sorna descarado mientras avanzaba oscilando una pequeña daga que Mert reconoció al instante, de un lado a otro, hacia ellos con un movimiento armónico y pausado.
—¿Por lo viejos tiempos? — preguntó irónicamente Mert.
—Ja, ja, —carcajeó ella despectivamente, sacando a la vez una espada desde su dorso— No pensarás que iba a luchar contigo con la daga que me regalaste como recuerdo de tus visitas ¿verdad?
Nora frunció el ceño mirando reticentemente a Mert.
La guerrera tiró con furia la pequeña daga al suelo mientras se abalanzaba sobre Mert sin piedad. Esta vez Nora no era capaz de cerrar los ojos y rezar al mismo tiempo para que aquello acabara pronto. Presentía que esta batalla no iba a ser igual. Su lucha era feroz, endemoniada. Aquella mujer sabía lo que se hacía, sabía moverse en ese terreno. Sus movimientos no eran como los de las otras atacantes. Se les veía más precisos, más estudiados. Por cada ataque de Mert, ella soltaba dos, por cada golpe que él lograba bloquear ella ponía más furia en sus embestidas La cara de esa fémina era todo odio, fiereza y agresividad. Tal eran sus arremetidas, que Mert solo podía defenderse sin poder llegar a atacar.
De pronto Mert dio un traspié, tropezó y cayó, hincando su rodilla derecha en la tierra. Ella dio un paso hacia atrás y levantó con furia su espada descargando toda su fuerza sobre la cabeza de Mert. Dios Santo. Era tremendamente fuerte, quizás tanto como él. Aquella espada debía de pesar horrores y era casi tan alta como Nora. En ese momento, Mert interpuso su acero entre su cabeza y la espada de su atacante. Salieron chispas de ese choque de hierros. Nora permanecía quieta, inmóvil. No podía hacer nada, no sabía que podía hacer, no había ni siquiera visto una competición de esgrima en su vida, lo más parecido a todo eso eran las películas de Bruce Lee que junto a Robert veían. Sus ojos estaban empañados por las lágrimas que querían salir de allí, y sus gritos eran sordos porque su voz no era capaz de encontrar el camino de salida desde su garganta. Sólo veía que por primera vez Mert estaba en peligro, en verdadera derrota.
Se envalentonó ante la inminente victoria de esa mujer y Mert no iba a perder ningún trofeo en esta competición. No, no era un certamen de esgrima. Era una lucha al mejor. El que no ganara tenía como premio la muerte.
— ¡Eh Tú! Es a mí a quien quieres ¿no?. Aquí estoy. Soy toda tuya. ¿No quieres algo de mí? Ven entonces a por ello.— la gritó Nora que ya se había desplazado unos metros hacia ellos, como si fuera en busca de ella.
Aquella mujer colosal desvió durante unos segundos su mirada hacia Nora, momento que aprovechó Mert para traspasar su costado con la espada desde abajo, posición en la que todavía se hallaba, hacia arriba, ubicación en el que la guerrea posaba. Él siempre dijo que morir no moría, pero doler dolía. Ella gritó y cayó con las dos rodillas sobre el terreno llevándose de inmediato la mano a su lateral del que empezaba a manar sangre entre sus dedos. Inclino su cuerpo hacia adelante víctima de la inercia del impulso al intentar retomar un nuevo ataque con su espada sobre Mert pero que no consiguió alzarla más que unos centímetros para volver a esa misma postura de derrota. Fue entonces cuando Mert aprovechó aquella colocación para que sin dudarlo en ningún momento y dando un salto para ponerse de pie, seccionarle la cabeza.
En aquel instante una nueva explosión volvió a repetirse como en las otras ocasiones. Mert alzo sus brazos en cruz hacia el firmamento esperando a que algo viniera a él. Primero como una corona agresiva negra y amenazadora y luego con un halo de energía blanca, alvina y poderosa, penetró en él a través de sus manos. Su gesto de suplicio y dolor combinado con un grito aterrador, hizo estremecer a Nora y sólo pudo que causarle compasión. Compasión por el hombre que una vez más le acababa de salvar la vida a cambio de nada.
Todo parecía haber pasado en varios segundos. Mert se restableció casi por completo y levantando su mirada, comprobó que Nora seguía en el mismo sitio y que la guerrera se había convertido en poco más que un puñado de ceniza.
—Demonios —exclamó con los dientes apretados y sus ojos fijos en Nora , incorporándose a duras penas mientras se dirigía tambaleándose hacia ella —esta vez me han hecho emplearme a fondo ¿Estás bien Nora?
—Si —le dijo mientras corría a abrazarse a él— Dios mío Mert ésta vez me has hecho sufrir.
—No quiero que sufras por mi Narbirye —le replicó cogiéndola por los hombros y apartándola dulcemente de él — jamás has de sufrir por mí.
—Demasiado tarde Mert, ya lo hago— se apresuró a decirle — Ya me importas demasiado para que no te sienta a si de cerca.
Se alejó en esos momentos de ella de una forma cruel.
—No deberías decir eso Nora. Debes desterrar esos sentimientos sobre mi.
—Creo que, que ......
Y volvió a lanzarse sobre su torso, hundiendo su cara sobre su vigoroso pecho. Podía oír desde esa posición que su corazón latía. Latía demasiado deprisa para ser sólo por agotamiento. Le cogió su mano y la puso sobre su busto.
— Ves, el mío también late muy deprisa cuando te acercas a mi, y yo no he hecho ningún esfuerzo físico.
Mert se arrimó más a ella. La cogió por detrás de la cabeza a la altura de la nuca con la mano que tenía libre, ya que la otra aun sujetaba la espada ensangrentada. Sintió su pulgar sobre su cuello mientras acercaba su rostro al suyo, observándola minuciosamente, respirando soezmente. Deseaba que lo hiciese. Ansiaba que la besara. Pero cuando sus labios estaban a punto de rozar los de Nora volvió a apartarse súbitamente. Mert cerró sus ojos con fuerza mientras sacudía su cabeza tratando de controlar aquella situación.
—No debería amarte para no hacerte sufrir, Narbirye. — le dijo con auténtica angustia pareciendo estar en carne viva, estar desgarrándose por dentro.
— Y ¿crees que así no lo haces?¿Crees que no sufro teniéndote a mi lado como a un compañero y no como a un amante?— le imploraba más que reprenderle mientras le sujetaba con fuerza sus dos robustos brazos.— Deseo con todas mis fuerzas que tus labios besen los míos. Que tu mano acaricie mi piel por todos sus rincones. Que tus ojos me digan te quiero....
—¿No crees que te lo estoy gritando aún sin voz?— le respondió quitándose las manos de Nora de sus brazos y poniéndoselas a la altura de los muslos de ella pero sin soltárselas.
Nora se quedó petrificada. Aquella contestación no se la esperaba.
—No sé qué creer ya Mert.
—Mis ojos, mis manos, mis labios y mi corazón desde hace años te han dicho siempre que te quieren. Pero con ello lo único que haré es hacerte padecer. Es hacerte sufrir.
—¿Por qué tiene que ser así? Dime. No lo entiendo.
—Porque pertenezco a otro mundo, a una estirpe de criaturas que viven así. Sólo y sin compañía. Sin tener que rendir cuentas a nadie. Sin tener que preocuparse de nadie que no sea de uno mismo. Obedezco a mi señor, a mi rey, a El Soberano, y no debo de sentir nada por ti.
—¿Acaso no sientes ya por mi Mert? Porque hasta ahora lo que yo he percibido ha sido eso. ¿Quién es ese señor, ese al que tu llamas El Soberano que le debes tal lealtad? ¿Que tengo yo que ver con él?
Mert no contestó. Se limitó a penetrarla de nuevo con su mirada, a recogerla las manos con las suyas llevándosela a su boca y ofreciendo un casto beso sobre su dorso.
—Sólo soy tu protector, Narbirye. Te llevaré a Tierra Sagrada. Haré de cualquier páramo tu hogar. Avisaré a un viejo amigo para que se encargue de tu vigilancia y yo iré al encuentro de El Soberano para que mi destino se cumpla al fin y entonces mi misión habrá acabado. Ya estoy cansado de huir. A ti no te ocurrirá nada si lo hacemos así. Sólo has de vivir en el lugar que elija para ti y mi viejo amigo cuidara de ti siempre. Tú jamás recordarás nada de mí.
—¿Crees que será fácil olvidarte Mert?
—Ya lo hiciste una vez —dijo con el semblante encogido— Volverás a hacerlo de nuevo.
—Y tú ¿también te olvidaras tan fácil de mí?
—No entiendes nada Nabirye.
—¿Tan horrible fue?
—¿El qué? — dijo sorprendido por su pregunta.
—El estar enamorado de mi.
No contestó. Sólo hizo un amago de acariciar su mejilla mientras sus ojos se posaban en los de ella con compasión y luego la misma con algo más de decisión se retractó para ir hacia atrás dándole la espalda a Nora. Pero no contestó a su afirmación.
—Porque lo estabas ¿no? — le volvió increpar gritando desesperadamente ante su silencio.
Tampoco hubo respuesta. Se limitó a ladear sui cabeza y mirarla por encima de su hombro, entornando los ojos como si quisiera intentar disuadirla con ello de su esperada contestación. Pareció que algo iba a salir por su boca, pero no. Tiró con furia su espada contra el suelo mientras huía, de nuevo, de Nora en dirección contraria.
Ella allí se quedó. Parada, de pie, como aquellas otras rocas, mirándole como se alejaba. Inmóvil, inerte, sin vida. Acababa de dejarla vacía. Nora se le había declarado, le había mostrado sus sentimientos hacia aquel hombre que apenas conocía, y aunque su respuesta pensaba que la tenía clara, parecía obligarse por alguna razón a no demostrarlo. O tal vez realmente no la amaba de corazón.