Capítulo 15

 

 

Mert pasó del hecho de andar a correr. Debía alejarse rápidamente de su embrujo. Se había puesto la mochila en el hombro y avanzaba a grandes zancadas sin volverse, sin poderla mirar a la cara. Luego, cuando calculó que ella ya no le podía deslumbrar en la penumbra, se paró. Se detuvo y se dejó caer sin fuerza hincando su rodilla en la húmeda hierba mojada por el rocío de la noche. Sentía un nudo de angustia en su garganta. Apretó el puño de la mano derecha contra su corazón y lo empujó hacia dentro como si con ello pudiera aflojar el calvario que había allí dentro y que le punzaba sin cuartel. Un gruñido bramo de su pecho como si fuera la exasperación de una bestia. Deseaba en esos momentos que ese latido le dejara de golpear en su pecho y que su memoria fuera ahora la que se negara a recordar cada caricia que en el pasado recibió su piel. Aquella situación le superaba. Miró al firmamento iluminado por aquella luna llena tan despiadada. Dejaba con su resplandor que se le viera el sufrimiento en su rostro. Su conciencia le atosigaba y sus sentimientos volvían a despertarse, esta vez con una intensidad que ya no era capaz de controlar.

— Maldita sea — gritó desesperado en voz alta —Tuve que hacerlo, tuve que hacerlo —se decía una y otra vez mientras metía su rostro en su pecho. —Tuve que abandonarla a su destino y matar su memoria para que ella no muriera, para que no la mataran. Para que su descendencia no fuera mi víctima mortal. No podía con ello, no podía con esa regla. Se suponía que aquello no debería haber pasado.

Tiró con rabia la mochila al suelo haciendo que se golpeara contra un peñasco que sobresalía. No estaba cerrada del todo y eso hizo que rodara al suelo aquel libro rojo. Se arrastró hacia él, y lo levanto con mimo retirando las gotas de agua que se habían pegado a su lomo. Lo besó y se lo llevó al corazón. Lo apretó tan fuerte que le hizo daño. Cerró sus ojos con aspereza y de ellos pareció brotar algo parecido a una lágrima. Se la retiro con la misma rapidez con la que aquella secreción osaba deslizarse por su mejilla. Abrió el libro y busco en su interior aquel boceto en carboncillo. Acarició el rostro de aquel dibujo como si estuviera rozando su dermis en esos momentos. No debió de encariñarse tanto con aquella niña de ocho años que se convirtió en esa mujer tan.....tan mujer. No debió enamorarse de Nabirye. Sólo debía protegerla de todas aquellas siervas guerreras que algún día intentarían aniquilarla. Sólo tenía que salvaguardar su vida, y proteger su vientre, su don establecido para ella para cuando llegara El Soberano, estar preparada. Los destinos aun siendo inmortales no están decretados. Ella le gano, le conquistó. Se hizo mujer y le amó. Fueron momentos felices, muy dichosos y se sentía muy afortunado de que ella estuviera junto a él.

Hasta que llegó el gran día.

Debía echarla de su corazón, debía entregarla a manos del Soberano, para que él la engendrara. No podía hacerlo. Ella era suya. Su amor era casto y puro. Siempre la respetó. ¡Cómo iba a entregarla a otro aunque fuera El Soberano para que pudiera poseerla, para que se pudiera cumplir la profecía! . No, no estaba preparado aunque llevara siglos sabiendo cuál era su cometido. Ella nunca entendió que Mert no quisiera intimar. Siempre se culpó de que no la resultara lo suficientemente atractiva para activar el deseo de un hombre. ¡Señor! Tenía que hacer verdaderos esfuerzos sobrenaturales para no lanzarse entre sus brazos, entre sus pechos!¡Aquella mujer le torturaba con su sola presencia! Sacrificó esa parte del amor por ella porque era su simple creencia de su doctrina, de su honor y lealtad a El Soberano. No podía romper otra regla. Ese precepto no.

Lo único que se le ocurrió en ese momento era desaparecer, pero sin ella. Si lo hubieran hecho juntos, supondría hacerlo para el resto de la eternidad, mirando siempre hacia sus espaldas, teniendo que lindar con guerreros colosales y guerreras despiadadas que quisieran hacerla decapitar. Significaría estar poniendo siempre en peligro a Narbirye por su culpa, por haberse enamorado hasta la médula de una mujer intocable y predestinada para otro.. Ella no se merecía eso. Ella nunca lo hubiera entendido. La crio bajo la ignorancia y engaño, de no ser completamente sincero con lo que su ser significaba en su clan: " Sólo había sido convertida en inmortal para poder engendrar al futuro rey."

Pero la semilla del padre no era la más adecuada para formar un nuevo rey.

El Soberano era cruel, maléfico y todo aquello por lo que llegó al poder nunca lo cumplió al verse en la cúspide de la supremacía. El Soberano ya solo era ley y decreto, sin consenso por parte de los clanes de inmortales que había distribuidos por el mundo.

Pero ella se enteró de todo. Lejos de increparle y odiarle por el engaño de todos esos años se aferró más a él. Ella se negó a ello y decidió que quería huir con él para siempre. Mert no pudo permitirlo. Huir durante toda la eternidad no era forma de vivir esa vida que les tocaba. Tan solo debía hacerla desaparecer, hacerla eliminar de su memoria a la inmortal que era y sin ese enlace con ese mundo ellos no podrían localizarla tan fácilmente. Ella se lo pidió cuando le explicó toda su intención. Usó su don y la borró su memoria. Pero aquel don no era perfecto. No podía hacer una borrada parcial, debía hacer desaparecer todo. Y eso supondría que Mert para ella nunca hubiera existido. Prefirió perderla en ese sentido que verla en manos de otro. La engañó, otra vez, solo la dijo que borraría en ella todo menos el amor entre ellos. La mintió. La dejó vacía de recuerdos y la echó fuera de su corazón. Era la única forma de hacer desvanecer su rastro.

Pero se equivocó. Apenas duró unos años aquella amnesia entre los inmortales ávidos de conceder el deseo a Su Soberano. El clan no olvido lo que significaba Narbirye, ese tesoro tan codiciado para Mert.

Él siempre estuvo allí, detrás, escondido, cuidándola, amándola, sufriéndola en la distancia. La echó en brazos de un mortal. Aquello le partió el corazón en dos. —cerrando de nuevo sus ojos rugió dando un gemido mientras golpeaba sus puños contra el suelo— Robert se suponía que debía amarla hasta el final de sus días. Estando oculta con un mortal, viviendo como viven ellos, pasaría seguro desapercibida para todos ellos, para El Soberano. Después cuando lo evidente fuera un hecho, volvería a reaparecer junto a ella. Intentaría explicarla porque él envejecía y ella no, porque él moriría y ella no. Y cuando ambos tuvieran su primer hijo con el mortal, su útero ya no sería puro, y si sus entrañas no serían etéreas, quizás así El Soberano la repudiara. Nunca supo que ella jamás podría engendrar vida con un mortal. Otra equivocación más. Eso era lo que Mert siempre había pensado, lo que siempre había deseado y lo que siempre había creído que pasaría. Pero se había vuelto a equivocar.

Ellas dieron antes de lo previsto con Nabirye y querían lo que toda mujer de su clan ansiaban, porque las mujeres inmortales nunca pueden hacerlo: su poder de engendrar. Solo una inmortal única, La Elegida, tendría el don de ser capaz de hacerlo una única vez y de poder llevar en sus entrañas al futuro y único rey. Pero también corrió el rumor de que cualquier mujer inmortal podría conseguir ese mismo don si lo arrebataran. Más tarde o temprano se lo quitarían y para conseguirlo tendrían que matarla.

Fue entonces cuando decidió volver a ella antes de lo previsto. Fue un egoísta, lo sabía, y aprovechó la soledad de ella tras su separación con su hombre. No pudo alejarse aún más de Narbirye sabiendo que estaba expuesta a tal peligro. Las guerreras empezaban a acercarse demasiado a ella, y tras varias muertes en la misma ciudad, con la misma crueldad en que todas aquellas mujeres fueron asesinadas, no podía permanecer impasible. Ahora ya no volvería a cometer el mismo error del pasado. La amaba con todas sus fuerzas y prefería estar a su lado como su protector y sacrificar su amor por ella dejándolo relevado a un segundo puesto. Jamás podría estar con ella como hombre, solo como su protector, porque si así dejara que pasara, El Soberano encolerizaría aún más por su presencia junto a ella y mandaría más mal a esta época .Ella no volvería a sufrir lo mismo que él permitió que pasara en su pasado. Muerte y más muerte por culpa de aquel amor. En estos momentos ella no se acordaba de nada de lo que antaño sintieron, de lo que suponía amar y ser amado, y no volvería a consentir que en la actualidad volviera a suceder. No, no la dejaría volver a amarle. Él lo haría desde el silencio, a eso ya estaba acostumbrado, llevaba décadas haciéndolo, aunque eso supusiera sufrir para toda su eternidad. Mejor eso que perderla para siempre.

Cuando regresó, Nora estaba medio dormida, o eso le hizo pensar. Se acercó a ella sigilosamente para no despertarla y la puso más arriba la chaqueta que se había desplazado hacia las piernas. Pudo contemplarla cual belleza era. Se permitió mirar su cuerpo de arriba abajo con deseo. Podía apreciar el cuerpo de una mujer de la cabeza a los pies. Le apartó con su mano un mechón que le rozaba el parpado y se lo puso tras la oreja muy tiernamente. Nora pudo notar desde su actuado sueño su respiración muy cerca de la ella, como si su boca anduviera rozándola la mejilla. Después la beso en la frente con un beso fraternal y percibió como se sentaba a su lado. Un ruido seco se oyó. Era la espada al dejarla descansar sobre la roca. No hubo más. Solo silencio invadido por el ruido del chirrío de los grillos y el ulular de los búhos. Nora no quería en esos momentos hablar con él, estaba enfadada por su reacción pero lo que más sentía era humillación por el rechazo. Pero y ¿por qué entonces todas aquellas miradas y todos aquellos gestos de afecto con el que la trataba?¿Sería solo eso, afecto? No comprendía nada, pero lo que si tenía claro era que algo dentro de él le obligaba a mantenerse apartado de ella.

Entreabrió los ojos y lo pudo ver sentado con sus largas piernas recogidas y cruzadas, sus codos reposaban en ellas y la cabeza a su vez era sujetada por sus brazos. Vio como alzaba su cabeza hacia el firmamento cerrando los ojos con rabia para seguidamente taparse la cara con las manos. Se quedó ahí sentado en un silencio contemplativo. Parecía preocupado a la par que enfadado o temeroso tal vez. Hasta ahora Nora se encontraba segura a su lado pero según iban pasando las horas su instinto hacía recorrer un nerviosismo de arriba a abajo en las paredes del estómago.

Un movimiento brusco de Mert la hizo sobresaltar cuando ya había empezado a conciliar el sueño de nuevo.

—¿Qué ocurre? — preguntó angustiada.

—Están aquí. — le contesto poniéndose erecto y en posición de alerta.

Ya sabía quién. No preguntó. Se puso tras de él. Esa parte de la lección ya la tenía aprendida. En su mano Mert ya portaba la pesada espada y su mirada no era nada amigable.

—A tu izquierda Mert, las campanillas vienen de allí — le avisó sin entender porque ella era capaz de ver y sentir todos aquellos preliminares antes que él.

Giraron los dos al unísono, hacia donde empezaba a llegar la calima. A lo lejos el campanilleo se hizo sentir cuando el tintineo se notaba más agudo.

— Dios Santo — murmuró Nora acobardada y atemorizada por lo que estaba viendo.

— Tranquila. Solo será otra más.

 

 

La elegida
titlepage.xhtml
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_000.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_001.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_002.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_003.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_004.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_005.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_006.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_007.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_008.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_009.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_010.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_011.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_012.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_013.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_014.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_015.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_016.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_017.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_018.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_019.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_020.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_021.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_022.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_023.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_024.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_025.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_026.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_027.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_028.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_029.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_030.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_031.html
CR!D031WTAS196RF0P3HZ7N12M52YV8_split_032.html