Capítulo 10
Guardó silencio por unos momentos para volver a mirarlo. Era tremendamente atractivo, eso lo había tenido claro desde el principio, pero todo aquello la superaba. Ella, una inmortal. Parecía broma. Pero realmente no tenía recuerdos desde antes del accidente. La amnesia era total. Debió haber fallecido en el atropello según los médicos y que hubiera salido de aquello parecía imposible, pero que su recuperación apenas hubiera durado un par de semanas lo catalogaron como milagro.
Después la herida que le ocasionó aquella mujer debería haber sido mortal y según él, solo había tardado un día en desaparecer, como el resto de las heridas que en estos últimos meses ocurría. Le dolían, sangraban y luego misteriosamente en horas desaparecían.
— Pero duelen – dijo de pronto – Cuando me hago heridas, duelen.
— Nadie dijo que no doliera una herida. No somos inmunes al dolor. Simplemente nuestra recuperación es rápida y no morimos aunque sean graves.
Permaneció en sigilo no sé cuánto tiempo. Él no la interrumpió en ningún momento su recapacitación, como si esperara otra pregunta.
— Debemos irnos de este escondite. No creo que tarden mucho en localizarnos. — dijo al fin pero esta vez más relajado, como si se hubiera quitado un peso de encima —Recogeré algo y nos iremos en breve.
— Una última pregunta.
— Dime.
— ¿Desde cuanto hace que nos conocemos?
— Desde hace ciento noventa y cinco años. Desde que te convertiste en inmortal.
— ¿No he sido siempre inmortal?
— Hasta que te conocí, solo eras una mortal más. Tenías 8 años. Yo ya sabía quién eras, Narbirye y lo que tu persona significaba para nosotros. Sólo tenía que esperar el momento.
— ¿Y qué sucedió?
— Hubo un ataque al poblado donde vivías. Mataron a todos, mujeres, ancianos, niños..... Tú quedaste muy mal herida.....Te encontré escondida bajo unas balas de paja, antes que los demás. Te curé tus heridas pero eran muy graves. Al cabo de un par de días falleciste sin poder hacer nada más por ti. Te trasladé a mi escondite, esperé el momento idóneo, y....
— ¿Y? — le volvió a interrumpir
— Y te devolví a esta otra vida.— sus ojos se encogieron mientras su labio superior se alzó en un rictus de desaprobación.
— ¿A cuál? — preguntó con debilidad sabiendo que la contestación que le acababa de dar no era la que pensaba decirme.
— A esta vida eterna. Te enseñé todo lo que sabes.
De pronto se oyó un campanilleo. Nora giró inmediatamente su cabeza hacia dónde provenía el sonido. Sus ojos estaban tan abiertos que parecían que iban a salirse de las órbitas. Su respiración se volvió acelerada y sus manos empezaron a temblar por si solas.
— ¿Qué ocurre?— le preguntó Mert ante su alarma.
— ¿No lo oyes?— le exclamó con terror extrañada de que no lo hiciera.
— ¿El qué?
— Ese maldito campanilleo metálico. Siempre que lo oigo aparece alguien persiguiéndome, incluso en mis pesadillas.
Con la celeridad de una gacela, se levantó de la posición en la que se encontraba desde hacía un buen rato y cogiéndola del brazo tiró de Nora hacia él, colocándola a sus espaldas, cubriendo su cuerpo con el suyo. Vio entonces que llevaba colgado del cinturón una especie de talega, estrecha y alargada de la que sobresalía una empuñadura de color plateado. Con la mano izquierda la apretaba contra su espalda mientras que con la derecha tiraba de aquel mango hacia arriba, extrayendo una daga de su interior. No se movió. Ni un milímetro. Casi juraría que no respiraba.
— No te separes de mí en ningún momento – le ordenó.
El miedo la paralizaba. El olor empezó a llegar entonces a su nariz. Sabía lo que a continuación vendría.
— Vaya, vaya Mert de los Valientes. — dijo una voz femenina apareciendo de entre la neblina. Llevaba en cada mano una espada. Ladeó su cabeza para intentar verla detrás de la espalda de Mert pero Nora la tenía totalmente hundida en su espalda. Él aún la agarraba de la mano— ¿Aún sigues detrás de ella como un perrito faldero?
— Márchate Elia, de lo contrario tendré que matarte a ti también.
— Claro, claro. Eso lo doy por hecho Mert. Uno de los dos morirá.— le contestó lanzándole una de las espadas que portaba en su mano al suelo— ¿Por qué crees que voy a ser yo?
— Sabes que lo haré si te acercas demasiado a ella.
— ¿Sabes Mert? — dijo aquella voz femenina con ironía – Aún no sé qué viste en ella para tener que llevar tantos años en esta agonía perpetua. Dime ¿realmente vale la pena?— empujo la espada con el pie haciendo que esta se arrastrara hacia la altura de Mert.
El no dijo nada. Sólo la apretó aún más contra su espalda. Nora instintivamente cerró los ojos y se agarró a su cintura con todas sus fuerzas. Temblaba sin control, sin cesar. No podía creer que aquello estuviera pasando de verdad.
— Veo que sí debe merecerla, porque querer morir por una compañera que no te dio los frutos que tenía que haberte dado en su día, pues... — chascó su lengua haciendo una mueca de repugnancia —como que no llego a entenderlo.
— No te acerque más Elia. — rugió Mert encolerizado mientras depositaba el pequeño puñal en la mano de Nora.
Sólo sintió un golpe contra la pared que había detrás de ella. Mert la había empujado hacia atrás con fuerza, para separarla de él, para alejarla de la guerrera, mientras se agachaba al suelo con rapidez a recoger la enorme espada. Cuando fue capaz, abrió los ojos. Aquella mujer era inmensa en estatura, casi más alta que Mert, y portaba en su mano izquierda una gran espada con una empuñadura igual que el pequeño puñal que Mert la había dado.
Nora se tiró al suelo y gateando se metió debajo de la mesa, escondiendo su cabeza entre las rodillas y portando la daga en su mano temblorosa. Estaba muerta de miedo. No podía creer lo que estaba viviendo: Otro ataque despiadado de aquellas hembras enfundadas en cuero negro.
— Dime Mert, ¿vas a matar a tu propia hermana de cofradía?
— Haré todo lo posible para alejarte de ella.
— Sabes que si no soy yo, será otra la que venga.
— Una detrás de otra iréis cayendo.
— ¡Joder Mert!, eres un cabezota.
Desaparecieron las voces, solo se oían gemidos por parte tanto de ella como de él. Ruidos metálicos debidos al choque de las espadas. Y ruidos bruscos de los cuerpos saltando y cayendo al suelo. Luego como en aquella habitación del motel, un grito de la mujer y un silencio mortuorio. Elevó su cabeza que aún se hallaba hundida entre sus rodillas antes de lo que hubiera querido ya que en esos momentos vio el cuerpo de la mujer en el suelo de rodillas, mirándola, riéndose, derrotada sin embargo. Entonces él levanto su espada y la hundió en su cuello. La decapitó sin vacilación alguna.
—Mert, nooooooooo. —le gritó.
Su cabeza rodó a escasos veinte centímetros de donde su cuerpo aún de rodillas estaba. De repente salió una llamarada de ella, y con un humo espeso de color negruzco se desintegro. Solo quedo como rastro, un montón de cenizas en el sitio donde estaba su cuerpo. Entonces él empezó a gritar, algo entro en su cuerpo por sus brazos y con gesto de auténtico dolor, cayó él también al suelo. Permaneció en tal posición varios minutos.
Le miró petrificada, estupefacta, por lo que acaba de ver. Él le daba miedo también. Mert pareció recomponerse de ese dolor y agachándose se acercó a Nora con la mano extendida. La rechazo mientras reculaba, como un conejo asustado.
— No. No me tengas miedo Narbyre. A mí no. Yo nunca te haría daño.
— La has matado – le encaró temblando y con la daga apuntándole directamente a su cara— La has cortado la cabeza.
— Así es. Es la única manera de que no vuelva a nosotros. Ella lo hubiera hecho con migo y después contigo también.
Volvió a mirar el montón de cenizas. Esa mujer era una inmortal. Una inmortal como ella, como le decía él. Le miró entonces, pero esta vez llorando. Le cogió la mano que le ofrecía y él de un tirón la puso en pie. Su instinto en esos momentos fue abrazarse a él. Se aplastó contra él hundiendo la cara contra su pecho duro y que aún conservaba esos movimientos de respiración acelerada. Mert se dejó abrazar sin ningún pudor y le acarició la cabeza, como si lo hiciera a un bebe desprotegido mientras depositaba un delicado beso sobre su cabello.
— Debemos marcharnos de aquí ya. — le musitó al oído. — Nos han descubierto.
Se separó de su torso con miedo aún. Sus piernas no dejaban de temblar. Mert le recogió el puñal de su mano y se lo guardó en su cinturón. Limpio su espada en la pernera de su pantalón.
— ¿Moriré yo así también?.
— No si estoy ahí para evitarlo.
Y diciendo esto le volvió a agarrar de la mano. Tiró de ella. Casi no podía seguir sus enormes zancadas. Entró en otra habitación distinta a la que habían estado, pero igual de obscura y sombría. Se dirigió a un rincón, se agachó y recogió algo parecido a un macuto. Sin decir palabra abrió la puerta de un pequeño armario medio derruido y sacó una especie de saco enrollado. Después fue hacia una vieja estantería y cogió la vieja caja de cartón. Sacó varias cosas que había dentro y las echó dentro de la mochila. Agarró una chaqueta de punto y se la ofreció a Nora. Recogió una chaqueta de cuero negra que tenía colgada en un perchero de pared y también la metió. Hizo una lazada al cordel y se la puso en la espalda cogiendo el gran bulto como si no pesara nada. Con la espada que en ningún momento había soltado de su mano y desplazándose a varios metros extrajo algo de un cajón. Parecía una funda. Introdujo en ella la pesada espada y también se la colgó al dorso. Se giró hacia Nora y volviendo a cogerla de la mano la dijo:
— Salgamos ya de aquí. Hay que encontrar un lugar seguro para pasar la noche. Aquí ya no podremos volver.
Asintió con la cabeza como si ya hubiera asumido su destino: correr, correr sin cesar, huir sin mirar atrás. No la convencía en absoluto que aquello fuera para toda la eternidad, pero lo que si tenía claro cada segundo que pasaba era que no le importaba en absoluto que Él estuviera de su parte.