Capítulo 2

 

 

Volvió a casa pronto esa tarde. Bueno en realidad como todos los días. Virginia tenía razón. Llevaba vida de monja y celibato. Pero todavía no le había olvidado. Robert era el único recuerdo que permanecía en su cabeza. Antes de que le conociera, exactamente cuatro años y un mes, no tenía imagen alguna de nada. Le conoció en el hospital donde despertó después de permanecer diez días en coma tras un atropello. Jamás se supo quién fue el que lo hizo, huyó tras el accidente. No se encontró su bolso, ni la cartera, ni ninguna documentación que la identificara. No sabía cómo se llamaba, ni dónde vivía, ni como se ganaba la vida. La policía terminó cerrando el caso como un atraco con agresión y huida. Era un vacío horroroso lo que vivía en ella. Se suponía que todo volvería íntegro de igual forma que se fue. Pero no resultó así. Hoy en día sólo tenía recuerdos anteriores de sus últimos cuatro años. Los únicos cuatro años de su vida. Y los que pasó con Robert muy a gusto y muy enamorada. De eso hacía ya dos. Dos años sin su ternura, sin sus caricias, sin sus conversaciones a la llegada del hospital donde trabajaba como cirujano plástico. Dos años sin hacer el amor con nadie más, no podía imaginarse hacerlo con nadie más que no fuera él. Dos años desde que la abandonó.

Se quité aquella incómoda ropa tan formal y de trabajo, se puso el pantalón de pijama de franela con una camiseta demasiada desgastada para poder lucirla delante de alguien. Pero, y ¡que más daba! No iba a venir ninguna visita a verla. Se hizo un sándwich de pavo y un vaso de zumo de naranja y se colocó delante del televisor dispuesta a ver las noticias de las nueve.

 

—Mierda, otra chica más. Ya van siete, y todas muertas en las mismas circunstancias. Altas, delgadas, morenas y de la misma edad. Mi edad y la de Virginia. — dijo hablándose a si misma delante del televisor como si éste pudiera contestarle— Seguro que esa chica había vuelto a salir sola por ahí. No sé cómo se atreven a deambular en mitad de la noche.

Cambió de canal en el televisor para no fundirse en sus paranoillas y sus miedos a absolutamente todo. Decidió que lo mejor era ver una película de amor de esas empalagosas, pero a los cinco minutos cambió de opinión por el bajón que la estaba entrando y lo cambió a otro canal. Allí echaban una de risa. Todo el mundo se reía menos ella. Dios, todo aquello la deprimía. Apagó el televisor y cuando se metió en la cama, alzo la vista hacia el despertador para ver la hora y no eran más que las diez y veinte. Demonios, llevaba tal y como decía Virginia, una vida de auténtica monja, — pero de clausura— afirmó en voz alta.

 

 

<<La noche era espesa, como con neblina. Esa neblina que en las últimas semanas aparecían detrás de mí siguiéndome, observándome, como si tuviera vida. Luego el campanilleo. Era hora de ponerse a caminar, más bien a correr, sabía que tarde o temprano ella era la continuación de aquel ritual. Efectivamente, detrás de aquella esquina volvió a aparecer ella. Esa mujer que hacía que mis piernas no respondieran a mis órdenes:

—Aléjate de mí— la gritaba huyendo de ella.

—No corras, te cogeré aunque lo hagas – me contestaba gritando con daga en mano.

—¿Quién eres? — le preguntaba cuando me daba alcance.

—¿Aún no lo sabes Nabirye?

Poniéndome la daga sobre mi vientre solo podía ser capaz de fijarme en aquel tatuaje que tenía a la altura del hombro del brazo izquierdo, en el que portaba la daga.

De repente a mi espalda sentí como un calor me envolvía. Enfundó un brazo alrededor de mis hombros arrastrándome hacia atrás. Me giré y casi me ahogo al verlo. Él me miraba, supongo, a través de sus negras gafas haciendo que mi pulso casi se detuviera. Levantó sus lentes dejándolas apoyada en la cabeza mientras dejaba ver aquellos ojos grises. Quería abrazarlo y salir huyendo de allí casi al mismo tiempo. Decidí golpearle en la ingle con mi pierna. Aquel gigantesco hombre apenas si inmutó ante mi ataque. Sentí como me agarraban por el cuello a mi espalda, me giró mi cabeza hacia su rostro. Su compañera me miraba con rabia a los ojos mientras volvía a colocarme su daga en mi abdomen. Él levantó su mano mientras daba un paso hacia nosotras. Ella aflojó su agarre apartando el frio filo de mi piel al instante De pronto se inclinó por la cintura hacia delante como en una reverencia. Volví a voltearme hacia donde aquella esbelta mujer de negro se inclinaba y volví a paralizarme. Su mano estaba extendida y logró agarrarme del cuello. Iba a ahogarme. Pero descendió su presión para soltarme dirigiendo su mano a mi rostro y empezó a acariciarme. Tocó un lado de mi cara y acercándose más a mí hizo que aquella dulce caricia lograra estremecerme en lugar de asustarme. Un suspiro escupió de su garganta. Tomó mi boca con sus labios hundiéndose en la mía. Con su lengua buscó delicadamente primero y desesperadamente después la mía, haciendo aparecer una necesidad en él que le hacía perder el control. Trató de dominarse. Atravesó mi boca haciendo que una ola de deseo me recorriera la piel. Respiró profundamente capturando mi olor. Alejo su boca de la mía y apoyo su frente sobre la mía y con sus ojos cerrados intentó reiniciar su respiración. Abrió los ojos para mirarme a los míos mostrando con su pensar lo que quería decir con sus actos. Las sombras aprisionaron su rostro mientras se giraba con un rictus de desaprobación. Comenzó a mis espaldas aquella mujer a reír, suavemente al principio hasta que se sacudió con una fuerza demencial mientras atravesaba mi vientre…>>

 

— Ring, ring.

 

Volvió a silenciar el maldito ruido perturbador del despertador con furia. Maldito, pero salvador de aquella horrorosa pesadilla que se volvía a repetir noche tras noche.

 

— Otra más —la dijo a Virginia poniéndola la prensa con un golpe seco sobre la mesa a la mañana siguiente de nuevo en la galería— Son siete ya.

—¡Oh Dios! Pobrecillas. — exclamó abriendo el periódico por la página de sucesos.

— Virginia ¿te das cuenta? Todas están siendo encontradas por la cercanía. Me muero cada noche cuando tengo que regresar sola a casa.

— Mujer, Nora, no te va a pasar nada. Seguro que todas ellas andaban metidas en algún lío o en algo raro.— le replicó cerrando el periódico y tirándolo a la papelera que había bajo el mostrador.

— No puedo creer que mi mejor amiga piense como si tuviera diez años. Claro tú como siempre tienes compañía por la noche.

— Porque me la busco. De vez en cuando tú deberías hacer lo mismo.

— ¿Meter a extraños en mi casa? ¿En mi cama? Ni hablar. Yo aún estoy chapada a la antigua. — la dijo dirigiéndose hacia el despacho interior a dejar el bolso y la chaqueta mientras hacía espavientos con la mano en el aire.

— Y tan antigua. — susurró entre dientes.

—Te he oído Virginia.

Se sentó delante de la pantalla del ordenador y echó un vistazo a la agenda. Mañana por la tarde era la recepción de la nueva colección. Parecía que todo estaba ya ultimado. Solo esperaba que no se demorara mucho la fiesta. No estaba ella últimamente para ellas. Aún no se le quitaba de la mente las imágenes que vio en las noticias de la noche, el último cuerpo de aquella chica tirada en aquel callejón y …. Aquella nueva pesadilla.

— Nora, ¿ya está todo preparado para mañana?— le vociferó Virginia desde el otro lado de la pared.

—¡Ajá¡ — le contestó sin quitar la vista de la pantalla y con tono ambiguo

—¿Nora? — ahora estaba a su lado y Nora parecía no haberla oído.

— ¡Ajá!

—Sólo falta que elijas el vestido.

— ¡Ajá!

— Y que llames a la Sra. Michigan. No he sido capaz de localizarla.

— ¡Ajá!

— Y tienes a un pedazo cuerpo masculino detrás de ti completamente desnudo.

— ¡Ajá!

— ¡NORA! — le chilló — ¿dónde demonios estás?

— ¡Oh! Lo siento Virginia. — La contestó con frustración y sobresalto. Realmente no la estaba escuchando —Ando últimamente algo descentrada.

—¿Últimamente? Yo diría que estás continuamente distraída.

— ¡Mierda Virginia!,— dijo conmocionada mientras se acariciaba con ímpetu las sienes— no logro quitarme esos asesinatos de la cabeza.

— Pues deberías hacerlo. No son problema tuyo. La policía ya se encargará de ello, que para eso están. No deberías involucrarte tanto con absolutamente todo Nora. Sobre todo, si te está afectando de esta forma.— esperó un instante mientras Nora se incorporaba de la silla y pudo verla las grandes manchas azuladas bajo sus ojos.

— Creo que tienes razón — dijo cerrando Google. — Pronto se descubrirá quien es y se acabara toda esa mierda.

— A todas las han decapitado ¿no? — Le preguntó Virginia haciéndose la graciosa.

— ¡Virginia, por Dios!, no bromees con estas cosas. Me pone los pelos de punta.

— Bueno por lo menos algo te hace reaccionar hija. Pareces un trozo de mármol. Me voy a por unos capuchinos ¿quieres?

— Si, está bien. El mío cargadito por favor, necesito espabilarme.

—¿Otra noche en vela?.

— Si otra más. — la contestó encogiéndose de hombros.

 

Mientras Virginia salía a la cafetería, decidió ir al baño para ver el aspecto tan desastroso que su amiga le decía que tenía a todas horas. Se miró al espejo y la verdad era que no mentía en absoluto. Aquellas malditas pesadillas estaban acabando con ella. Llamaría a la consulta para pedir cita de nuevo. Esta vez todo aquello no iba a poder con ella. Bajó la cabeza para lavarse la cara con agua fría y al levantar el rostro a la altura del espejo, por unos instantes le pareció ver a alguien detrás de ella. Giró la cabeza bruscamente y sobresaltada, pero no había nada ni nadie. Le pareció verle a él.

Saló otra vez al despacho pensando que aquello fue una mala jugada de su cansada cabeza. Eran ya varias las noches que no las dormía de un tirón. E incluso parecía que se entremezclasen los sueños con la realidad. Aquella imagen del hombre de la cafetería logró colocarlo dentro de su pesadilla de la noche. Dejó la bolsa de maquillaje en el cajón y al cerrarlo y desviar su mirada hacia la puerta del baño se dio cuenta de que la luz estaba encendida. Se levantó para apagarlas –hubiera jurado que las apagó, demonios, debía de estar peor de lo que creía— y al volverse de nuevo hacia la mesa del despacho oyó un tintineo de campanillas en la entrada principal. ¿Desde cuándo Virginia había colgado un carrusel musical sobre la puerta? Cuando viniera se iba a enterar. Sabía perfectamente que la daban dentera aquellos cacharritos.

— ¿Hola? — preguntó al ver que no había nadie en la sala principal.— ¿Ha entrado alguien? Estaba dentro y no he podido salir antes ¿puedo ayudarle en algo?

Pero nada no hubo contestación alguna. Se encaminó entonces hacia la puerta y la cerró puesto que estaba algo entornada. Se acordó entonces del campanilleo y miró hacia arriba para descubrir donde había colgado Virginia el cacharro sin ella darse cuenta. No había nada.

— O me trae pronto ese café o salgo yo a buscarlo. Estoy empezando a desvariar. — se dijo a si misma dándome la vuelta y dejando a sus espaldas la dichosa puerta.

— Toma.

— ¡Ahhhhhhh! — gritó al notar que le tocaban el hombro.

— Nora, ¿te he asustado?

— ¡Virginia por Dios!. Claro que lo has hecho. — la exclamó con un fuerte temblor en la voz— Has tardado mucho. ¿Estaban moliendo los granos del café?

— Hija que prisas y que mal humor – la contestó dejando el vaso sobre el cristal de la mesa – Sólo me he entretenido un poco con el camarero nuevo. ¿Lo has visto ya Nora? Creo que es de tu tipo.

— ¡NORA¡ siempre pensando en lo mismo, jolín.

— ¡Ja, ja!, solo lo hago para fastidiarte.

— No me queda la menor duda.

—¿Que ese olor tan desagradable? ¿Has cambiado tu perfume? Porque si es así, éste te puedo prometer que no te atraerá citas, más bien te las espantará. ¡Qué horror! — Le aseguró Virginia arrugando su nariz.

— Es cierto. Huele como, como, no sé.

—¿A moho?

—No, no sé. Pensé que venia del exterior o de las cañerías del baño. En fin, salgo a comprar ambientadores. Si mañana entra esta pestilencia, la exposición será un desastre.

—¿Estás segura de que no necesitas que venga mañana?

—No, gracias. Está todo ultimado. Esta vez me tocaba a mí trasnochar. Total, últimamente no concilio bien el sueño, así que al menos estaré con gente hasta tarde. Es lo que me pedías ¿no? —le dijo sarcásticamente mientras se dirigía hacia la puerta.

— La verdad es que sí, así cambias de rutina y…. ¿te acuerdas de que hay vida después de las diez?

—¡Virginia!

 

De camino a la tienda, no dejaba de darle vueltas a lo pasado anteriormente. Tenía un raro presentimiento, pero no se hizo el menor caso. No estaba muy lúcida sin dormir bien. Pero aquel olor también lo pudo olfatear Virginia, no había sido alucinaciones suyas.

Compró media docena de ambientadores potentes en fragancia.

La elegida
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