Capítulo Veintitrés

Mac estaba sentado a la mesa de la cocina, comiéndose su última loncha de bacon mientras que esperaba a que Jesse bajara a desayunar, cuando el infierno se congelase.

“¡Jessica Lynn Wayne!” Gritó Ruby desde la sala de juegos. Mac casi se tiró la taza de café por encima. “¡Baja el culo hasta aquí ahora mismo!”

El tono desesperante en la voz de su tía indicaba que la mujer estaba a punto de explotar como un cartucho de dinamita.

Jess llegó a la parte inferior de las escaleras al mismo tiempo que Mac cruzaba el umbral hacia la sala.

La muchacha parecía sorprendida mientras que miraba a Ruby, quien estaba de pie en medio de la habitación, como si estuviera a escasos segundos de sufrir un ataque de nervios. Cuando la mirada de Jess aterrizó en el papel en la mano de su madre, su rostro palideció.

Las mejillas de Ruby estaban rojas como un pimiento.

“¿Te importaría explicarme esto que he encontrado en tu mochila?” Ni un puñado de cristales rotos podría competir con el tono cortante y afilado de Ruby. El documento se sacudió en su puño.

“Yo… yo… eh,” Jess retorció las manos.

Mac arriesgó un paso más cerca de su tía, tratando de ver lo que estaba escrito en el papel. Uno de los cheques de Betty Boop de Ruby estaba grapado en la parte inferior.

“¿Tú qué?” Preguntó Ruby con los dientes apretados.

“¿Qué estabas haciendo cotilleando en mi mochila?” Jess cruzó los brazos sobre su pecho y levantó la barbilla. “No tienes ningún derecho a hurgar en mis cosas. Es una invasión de mi privacidad.”

Mac volteó los ojos. Solamente un adolescente podría ser tan estúpido como para extender la mano y darle un pellizco a un oso cabreado.

“Estaba recopilando tus pantalones vaqueros sucios y tus camisetas—¡los que te pedí que echaras a la lavadora hace tres semanas!”

“Te dije que no te acercaras a mi mochila,” siguió Jess imprudentemente. “Ya sabes que eso está fuera de los límites.”

“Siempre y cuando sigas viviendo en mi casa bajo mi cuidado, no habrá límites que valgan. Ahora deja de tratar de cambiar de tema y dime qué diablos pensabas que estabas haciendo cuando sacaste esta solicitud del correo.”

Los ojos de Jess se llenaron de lágrimas. “¡No pienso ir a esa maldita escuela!”

“¡Por supuesto que irás!”

“¡No, no iré!” La voz de Jess se elevó a un nivel de decibelios supra-humano, lo que hizo que Mac esbozara una mueca de dolor. “¡Y no puedes obligarme!”

Jess le arrebató la solicitud a su madre, la rompió por la mitad y luego en cuatro partes. “¡Te odio, madre!” Gritó mientras que los trozos de papel revoloteaban a la alfombra como piezas de confeti de gran tamaño. “¡Te odio por haberme tenido!”

Ruby observó boquiabierta cómo Jess salía corriendo a través de la cortina de terciopelo. La puerta principal tintineó y se estrelló, seguida de unos pisotones al otro lado del porche y por las escaleras de entrada.

El silencio de la estela de Jess fue traspasado solo por las campanas de viento que seguían repiqueteando en los oídos de Mac.

Él se frotó la nuca mientras que se acercaba a su tía, quien se había quedado mirando los papales esparcidos por el suelo. “Algo me dice que no le hace demasiada ilusión asistir a esa escuela,” dijo, tratando de aligerar el ambiente.

Recogió los pedazos de papel y se los entregó a Ruby.

Los hombros de Ruby se desplomaron.

En un abrir y cerrar de ojos, ella vio sus cincuenta y cinco años pasar por delante de sus ojos. “¿Crees que de verdad me odia?” El fuego había desaparecido de su voz. Sonaba frágil, como si alguien hubiera vaciado sus cuerdas vocales.

“No.” Mac le pasó el brazo por los hombros y la atrajo hacia él en un suave abrazo. “Ella solo recurre al único método infalible que conoce para que la escuches.”

“¿Qué voy a hacer? Es demasiado tarde para meterla en esa escuela. Ya se ha vencido la fecha límite.”

“Apuntala en la escuela de Yuccaville. Deja que viva aquí contigo.”

“Yo no puedo darle lo que la escuela privada podría ofrecerle.”

“Esa escuela privada no puede darle lo único que ella quiere—a ti.”

Ruby se sentó en un taburete junto a la barra. “¿Y si termina viviendo en Jackrabbit Junction durante el resto de su vida?”

“Todavía te tendrá.”

Un motor diesel rugió a la vida por la puerta de atrás. Las orejas de Mac se pusieron en alerta, reconociendo ese ronroneo.

“¿No es ese tu camión?” Preguntó Ruby.

Jess debía haber cogido las llaves del mostrador.

“¡Mierda!” Mac salió corriendo hacia la puerta de atrás.

* * *

Sophy se detuvo junto a la puerta abierta del cobertizo con una escopeta de dos cañones entre sus manos. Claire no estaba segura de lo que pensaría Henry, pero sin duda ella no tenía ni la más mínima intención de quedarse allí el tiempo suficiente para averiguar qué calibre tendría esa cosa.

“Menudo coche tienes aquí guardado,” dijo Claire, palmeando la lona cubriendo el bulto, como si fuera una persona que pasaba por allí y no alguien que hubiera sido pillada colándose en su casa. “Todo un clásico.”

De una manera u otra, tenía que distraer a Sophy el tiempo suficiente para poder salir de allí corriendo con el rabo entre las piernas. “¿Lo compraste—”

Sophy cargó la escopeta.

Claire tragó saliva. Su madre iba a estar mortificada cuando le llamaran desde la ambulancia para decirle que el cuerpo de su hija había sido encontrado sin ropa interior.

Henry gimió, saltó al suelo y se escabulló por detrás de las piernas de Claire.

Genial. Espléndido. Qué perro guardián más valiente tenía Abuelo. Lassie y Rin-Tin-Tin se estarían retorciendo en sus tumbas.

“Es de Joe.” Sophy entró más en el cobertizo, apoyando su cadera contra el cuarto delantero de El Camino.

Solo la longitud del coche les separaba.

Una brisa flotó a través de la puerta, acarreando un tufillo de Tabu hacia Claire—estaba empezando a odiar ese perfume. “¿Cómo dices?”

“Es el coche de Joe.”

“¿Te refieres a Joe Martino?”

“Sí, Joe Martino, pedazo de idiota.”

“¿Estás hablando de tu ex-marido?”

Sophy suspiró. “Estoy hablando del hijo de puta que me prometió brillantes y oro y me dejó solo con un montón de mierda.”

“¿Cómo conseguiste el coche?” ¿Se lo habría robado a Ruby? Eso explicaría por qué lo tenía escondido bajo llave.

“Lo compré después de que al imbécil se lo comieran los gusanos.”

“¿Te lo vendió Ruby?” Claire tenía serios problemas para creer que Ruby fuera a venderle voluntariamente cualquier cosa a Sophy.

Sophy se burló. “Por supuesto que no. Ella se lo vendió a un chico en Yuccaville, o eso pensó. Pero era mi dinero, no el suyo. Y ahora es mi coche.”

Sophy debía haber comprado el coche sin saber nada acerca de los diamantes ocultos en el asiento, lo que significaba que eran de Joe. ¿Por qué sino iba a seguir trabajando todos los días en ese restaurante de mala muerte?

Claire apretó la caja entre sus manos. Si tan solo pudiera hacérsela llegar a Ruby…

Sophy levantó la escopeta.

Claire estuvo a punto de hacerse pis encima.

Henry salió corriendo desde el otro lado del coche y huyó por la puerta abierta.

“Parece que tu caballero de brillante armadura tiene mucha prisa por salir de aquí,” dijo Sophy sin apartar los ojos de Claire.

“Deberías haberle disparado primero.”

“¿Por qué malgastar una bala de esa manera? Prefiero reservármela para ti.”

Claire levantó su mano libre, como si sus dedos pudieran bloquear el impacto del plomo cuando Sophy apretara el gatillo. La visión de los dos cañones del tamaño de una moneda apuntando hacia su pecho activó los engranajes de su cerebro. Tenía que detener a Sophy de alguna manera.

“¿Por qué compraste el coche de Joe?” Preguntó.

“Porque le encantaba.”

No vamos mal, pensó Claire. “¿Más que su Mercedes?”

“A Joe no le gustaba su Mercedes. Era solo su manera de restregarnos su dinero sucio por la cara a los campesinos sureños pobres. Pensaba que los coches caros y trajes Armani podrían hacer que todos se olvidaran de que su padre había sido un esclavo en las minas de cobre, mientras que su madre se había follado a cualquier hombre con un billete de cinco dólares en la mano.”

“¿Dinero sucio? ¿Quieres decir que le robaba dinero a la gente?” Tal vez, finalmente, iba a descubrir toda la verdad acerca de Joe.

¿Quién habría imaginado que iba a enterarse de todo gracias a la ex mujer de Joe?

Sophy bajó la escopeta. “Traficaba con antigüedades robadas y excesivamente caras.”

La sangre retornó a la mitad superior del cuerpo de Claire. “¿Para quién?” Instó. El artículo de la revista acerca de esas cajas de oro robadas que había encontrado en el archivador de Joe cruzó por su mente.

“Algunos estirados ricachones de Los Ángeles. Robaban las antigüedades más caras de casas lujosas en toda Europa y Estados Unidos. Joe se encargaba de transportar las mercancías hasta aquí para esconderlas en las minas hasta que las compañías de seguros abandonaban su búsqueda. Cuando llegaba el momento, él las llevaba hasta donde el comprador quisiese.”

“¿Como Florida?” Claire estaba pensando en un hombre en particular que actualmente estaba cumpliendo condena en una prisión de Florida mientras que su madre tomaba sus llamadas telefónicas.

Sophy se encogió de hombros. “Florida, Nueva York, América del Sur, México. Di tú la zona y seguramente que conocerá al menos un comprador allí.”

¿México? Esa factura de hotel era de México. Decía algo sobre una caja de diez “zanahorias,” lo que tenía bastante sentido ahora que Claire estaba sosteniendo una caja de diamantes en su mano, algunos de las cuales tenían, sin duda, el tamaño de diez quilates.

Pero, ¿cómo podía saber Sophy tanto acerca de los negocios de su ex marido cuando Ruby ni siquiera había reconocido al primo de Joe en ese artículo de periódico?

Primo… un tema con el que Claire podría ganar un poco más de tiempo mientras que esperaba que algún brillante plan de escape le viniera por ciencia infusa a la cabeza. Dios sabía que Henry, esa gallina, no iba a volver a salvarla. “¿Conocías al primo de Joe, Sidney?”

“Tal vez.” Sophy entornó los ojos. “¿Por qué?”

Y una mierda tal vez, pensó Claire. Sidney llevaba el permiso de conducir de Nevada de Sophy en su cartera—ese tipo de cosas no sucedían por casualidad.

“¿Estaba tan sucio como Joe?” Esos tres pasaportes no mostraban lo contrario precisamente.

“Más sucio. Pero era más tonto que un pollo endogámico.”

“¿También trabajaba con Joe en el negocio de las antigüedades?”

Si ese mechero de plata con las iniciales S.A.M. era una indicación, la mano de Sidney había estado definitivamente dentro del bolsillo de alguien. Y si el hombre había estado ayudando a Joe a mover antigüedades dentro y fuera de esas minas, eso podría explicar el mechero que había encontrado en el valle cerca de la mina Serpiente de Cascabel. Pero todavía quedaba la cuestión de la cartera del hombre. Dejar caer un encendedor en la arena es una cosa. Dejar caer una cartera en un pozo lleno de agua no parecía tan fortuito.

“Siempre que Joe lo dejaba.”

“Luego desapareció,” supuso Claire, con la esperanza de que Sophy llenara el vacío que le había atormentado durante semanas.

Sophy asintió, mostrando una sonrisa llena de dientes afilados.

Claire dio un paso atrás, golpeándose con el parachoques trasero. Había algo en esa sonrisa que hacía tambalear sus rodillas.

“¿Sabes lo que le pasó, ¿no?” No hacía falta ser un aspirante a Sherlock Holmes para figurarse lo que se avecinaba.

Sophy asintió de nuevo.

“¿Qué?” Jadeó Claire, más aterrada de lo que le habría gustado mostrar. No quería parecer asustada, eso solo alentaría a la serpiente.

La escopeta se balanceó.

“Sabía demasiado, así que lo maté.”

“Oh.” Esa era una respuesta que Claire no había considerado. Qué tonta.

“Y ahora tú también sabes demasiado.”

Claire tenía problemas para escuchar la voz de Sophy con claridad sobre el sonido silbante del miedo inundando su cráneo. Sus piernas, aparentemente por propia voluntad, dieron otro paso atrás.

“Despídete, Claire.”

Esto en cuanto a su entusiasmo por emprender algo y acabarlo por una vez en su vida. Sophy estaba a punto de perforar un agujero a través de ella. ¿Qué tipo de maldita recompensa era esa?

La mujer apretó el gatillo.

* * *

“Dame las llaves,” dijo Mac, cortando el ronroneo gutural del motor de su camión.

Estaba apoyado en la caliente puerta del lado del conductor; el olor de las emisiones de diesel colgaba espeso en el aire. El sol se reflejaba en el espejo de cromo junto a él, mostrando el rostro de Jess. “Dame las llaves y me olvidaré de que has intentado quitarme el camión.”

El labio inferior de Jess temblaba incontrolablemente. Sus manos estaban aferradas al volante con tanta fuerza que sus nudillos estaban blancos. Hasta el momento, no había tenido suficientes agallas—o la suficiente estupidez—como para ponerlo en marcha.

“No quiero ir a Tucson.”

“No tienes por qué hacerlo.”

Ella me va a obligar.”

“Tu madre no entendía lo importante que es para ti quedarte aquí con ella. Ahora ya lo sabe.”

La joven se volvió hacia él con los ojos llenos de lágrimas. La última vez que Mac había visto una expresión tan triste estaba en una perrera. “No quiero irme, nunca más.”

“Lo sé.” Él acarició su barbilla, sacudiendo la cabeza ligeramente. “Ahora ve adentro y dile eso a tu madre.”

“No va a escucharme.”

“Te prometo que esta vez sí lo hará.”

Jess olfateó, luego apagó el motor y dejó caer las llaves en la palma de Mac. “No iba a robártelo de verdad,” dijo mientras salía del vehículo.

“Bien.” Él la observó mientras que caminaba hacia la casa, arrastrando los pies por la tierra más y más a medida que se acercaba a la puerta de atrás. Mac no podía culparla. Incluso si Ruby y Jess conseguían llegar a algún tipo de entendimiento respecto a la escuela, Jess le había robado algo muy importante. Ruby no iba a dejar que quedara impune por ello.

Cuando la chica llegó a la puerta, Mac recordó lo que había querido preguntarle durante toda la mañana. “¿Oye, Jess?”

Ella se volvió hacia él. “¿Sí?”

“¿Sabes dónde ha ido Claire esta mañana?”

“No.”

“Maldita sea,” murmuró en voz baja.

“Pero ayer le vi esconder esas tijeras tan grandes bajo el asiento de la camioneta de mamá.”

“¿Tijeras grandes?”

“Ya sabes. Esas tijeras que utilizaste para cortar ese perno oxidado en la puerta trasera el año pasado.”

Una trompeta de alerta sonó en la cabeza de Mac. “¿Te refieres a los alicates?”

“Sí, eso.”

“¡Maldita sea!” Tan pronto como la encontrara, iba a encerrarla en el sótano de Ruby para el resto de su vida.

“¿Qué?”

“Olvídalo. Vuelvo en un rato.”

Mac se subió a su camioneta. ¿Qué parte de “mantente alejada de Sophy, es peligrosa” no entendía Claire?

* * *

“Sal… sal de donde quiera que estés,” se burló Ruby con una voz cantarina. Poco a poco, se fue acercando a lo largo de la puerta del lado del conductor, con la escopeta cargada y lista para disparar.

Doce proyectiles más esperaban dentro del arma, todos reservados para Claire.

El ruido de algo arrastrándose vino desde detrás de la puerta trasera. Sophy se detuvo en seco. La luz del sol se filtraba a través del agujero astillado del tamaño de un pomelo en la pared de tablas. Los reflejos de la chica habían sido rápidos, Sophy tenía que admitirlo. Pero la siguiente vez no fallaría.

“¿Sophy?” La voz de Claire croó como si se hubiera tragado un puñado de tierra.

“¿Qué?”

“¿Qué era lo que Sidney sabía que hizo que tuvieras que matarlo?”

“La curiosidad mató al gato, Claire.”

“Bueno, ya que yo también voy a morir por saber demasiado, me gustaría al menos escuchar la historia completa. Considéralo como mi última voluntad.”

Sophy sonrió. Claro, lo que fuera con tal de distraer a Claire. Sophy no tenía el tiempo ni la paciencia para jugar al escondite alrededor del coche de Joe. “Arnie se volvió codicioso.”

“¿Quién es Arnie?”

“El primo de Joe—Sidney Arnold Martino.” Sophy avanzó hacia el parachoques trasero, moviéndose lentamente para no asustar a Claire. “Fue conocido como Arnie durante toda su vida. No fue hasta el año pasado cuando quiso que todo el mundo empezara a llamarle 'Sidney.' Trataba de mostrar su lado más sofisticado, llevando elegantísimos trajes de Armani, conduciendo un Lexus de segunda mano y llevando un libro de cuero con él a todas partes.”

“¿Tenía una agenda?”

“Sip. Aunque, yo nunca lo vi escribir una sola palabra en ella. No era un tipo organizado precisamente, tenía incluso problemas para emparejar sus calcetines. Pensó que la estupidez de llevar una agenda a todas partes le haría parecer más inteligente. Pero lo que Arnie nunca pensó era que vestirse y actuar como Joe no haría que fuera tan bueno como él.”

“¿Sabes? Traficar con algo así requiere de mucha paciencia y un don de gentes—dos habilidades sin las que Arnie había nacido. Hasta que Joe llegó, él solo había sido un ladrón de poca monta. Entonces Joe empezó a necesitar ayuda, un hombre fuerte y musculoso que se encargara de hacer el trabajo duro mientras que él daba la cara delante de los clientes y los hacía felices.”

Sophy sacó su espejo de maquillaje, lo levantó sobre su cabeza y lo giró levemente hasta que vio las piernas de Claire.

La chica estaba en cuclillas detrás de la puerta trasera, mirando hacia ella. Su pantorrilla desnuda lucía un reguero de sangre.

Sophy sonrió. No le había perdido después de todo.

“¿Estabas casada con Joe cuando se metió en este negocio?”

“Huh-uh,” respondió Sophy, cerrando el espejo de golpe y devolviéndolo al bolsillo de su blusa. “Yo estaba sirviendo mesas de nuevo por aquel entonces. Cuando Joe regresó a Jackrabbit Junction, llevaba una década pringado de mierda ilegal hasta las cejas.”

“¿Acaso Arnie se mudó aquí también?”

“No, solía pasar unas cuantas semanas aquí cada vez que venía. Por aquel entonces, Arnie hacía muchos viajes. Conducía por las noches desde L.A hasta aquí y subía directo a la mina para descargar.”

“¿Cómo sabes todo esto? ¿Estabas metida en ello?”

“Mantuve los ojos muy abiertos. Cuando Joe regresó a casa, mostrando su fajo de dinero, sospeché que tenía que estar metido en algo sucio. Un grado en Administración de Empresas no te garantizaba relojes Rolex de oro cubiertos de diamantes. Cuando Arnie comenzó a mostrar su fea cara por la ciudad, supe que Joe no debía estar tramando nada bueno.”

“¿Porque Arnie había sido un ladrón?”

“Porque Arnie me ofreció quinientos dólares en efectivo si follaba con él, y Arnie nunca había tenido más que un billete de veinte dólares en el bolsillo.”

“Oh.”

“Ya ves, Arnie quería todo lo que Joe tenía. Cuando nos conocimos, justo cuando yo estaba decidida a casarme con Joe, Arnie comenzó a desearme.” Sophy siguió acercándose a la rueda trasera.

“¿Así que te acostaste con él?”

“No hasta que finalmente me dio que lo quería—la verdad sobre los asuntos de Joe.”

“¿Sabes si Joe se enteró?”

“Al principio no. Arnie era bobo pero no un completo idiota. Sabía que Joe lo mataría por filtrarme toda la información.”

“¿Cómo terminaste con una habitación llena de antigüedades caras?”

La comprensión de que la muy perra también se había colado en su casa hizo arder a Sophy de los pies a la cabeza.

Ella arrastró sus dedos sobre el suave nogal americano. La idea de abrir un agujero en el cráneo de Claire la hizo vibrar. “Nadie consigue acostarse conmigo de forma gratuita, corazón,” dijo Sophy, con cuidado de disimular su enfado. No quería alarmar a Claire. “Para ese entonces, Arnie había descubierto una manera de manejar los grandes envíos sin ser descubierto, y yo quería lo que él tenía.”

“Entonces, ¿por qué lo mataste?”

“Dejó de compartir. Cuando lo amenacé con contarle todos sus secretos a un hombre de la mafia que había llegado a la ciudad en busca de unos productos muy caros que Arnie había robado, este entró en pánico. Se fue y le dijo a Joe que lo estaba chantajeando.”

“¿Lo mataste por delatarte?”

“Nop. Joe y Arnie decidieron inventarse una coartada que me relacionara a mí con esos productos caros. Arnie irrumpió en mi casa y robó algunas de mis cosas, pensando que así dirigiría a la mafia hacia mí. Pero el muy idiota bebió demasiado esa noche. Cuando me encontré con él en The Shaft, se jactó lo suficiente como para que yo me diese cuenta de que tenía que actuar rápido si no quería acabar como comida de buitres.”

“Mi 9mm fue suficiente motivación para que me acompañara en un pequeño viaje hasta la mina Serpiente de Cascabel, y mis tenazas aflojaron su lengua. Me enteré de que le había contado a Joe lo nuestro y que ambos iban a tenderme una trampa para apartar todas las sospechas de Arnie. Yo tuve una idea mejor—si Arnie desaparecía, también lo harían las sospechas. Especialmente si parecía que todos los asuntos turbios también habían desaparecido con él.”

“¿Qué hiciste con el cuerpo?”

“Ya deberías saberlo. Desenterraste algo en ese valle que le pertenecía.”

“¿Te refieres al mechero?”

“Sí, también el mechero. Pero estoy hablando de otra cosa.”

“Pero eso es lo único que encontré allí.”

“¿Qué hay del perro de tu abuelo?”

“¿Henry? ¿Qué pasa con… ¡Oh, Dios mío! ¿Te refieres al hueso de la pierna?”

“Exactamente.”

Hubo una larga pausa en la que solo se podía escuchar la respiración de ambas.

Entonces, “¿lo enterraste vivo?”

“Diablos, no.” Ella levantó la escopeta. “Le metí una bala en el cráneo y luego cavé su tumba en la arena, al lado de ese gran álamo viejo. Supongo que no cavé demasiado profundo, sin embargo.”

“Oh.” La voz de Claire era prácticamente imperceptible, temblorosa. Como si hablar demasiado fuerte fuera a romper algo.

Sophy podía oler prácticamente el miedo de la chica. Ahora era el momento. Claire iba a quedarse tan congelada como los ciervos cuando eran sorprendidos por los faros de un coche.

Sophy bordeó el parachoques trasero, su dedo en el gatillo.

Pero Claire no estaba allí.

En cambio, una cajita negra yacía en el suelo con la tapa abierta. En el interior, encima del forro de terciopelo rojo, había un puñado de piedras brillantes.

El aliento de Sophy se quedó atrapado en su garganta—¡diamantes! Mientras que se agachaba para recoger una de las gemas pulidas, dos manos aparecieron por debajo del coche, se envolvieron alrededor de sus tobillos, y tiraron de ella.

* * *

Mac desaceleró a una parada en el arcén de la carretera, dejando el motor diesel encendido mientras que miraba la puerta que daba a la entrada de la casa de Sophy cerrada con llave.

Esa misma puerta había estado abierta la última vez que él y Claire se habían colado felizmente en su casa. No estaba cerrada con llave, pero tal vez lo había estado antes. Claire podría haber cortado el candado y haber entrado a husmear.

Por otro lado, Sophy podía estar allí con esa escopeta de 9mm, a la espera de visitantes indeseados.

Mac se frotó la mandíbula, rascándose los dedos con su rastrojo de barba.

Por otra parte, tal vez Claire no estaría allí buscando problemas. Tal vez realmente estaba haciendo algunos recados, y había una explicación lógica por la que había guardado esos alicates en la camioneta. Tal vez el estrés y los ataques de Sophy en las últimas semanas lo estaban volviendo un poco paranoico. Después de todo, Claire era una mujer muy inteligente. Sabía que sería muy peligroso…

Un movimiento cerca de la cima de la colina llamó su atención.

Mac se protegió del sol con la mano y entrecerró los ojos.

Algo blanco bajaba corriendo por la empinada cuesta de la casa de Sophy, dirigiéndose directamente hacia él; algo que se parecía mucho a un cierto Beagle que Mac conocía.

“¡Maldita sea!” ¿Cuándo iba a aprender esa mujer lo peligroso que era molestar a las serpientes?

Mac salió de la camioneta. Henry saltó sobre su pecho, haciendo que Mac retrocediera varios pasos. El animal se las arregló para enjabonar su cara con aliento y babas de perro antes de que Mac pudiera agarrarlo por el lomo y apartarlo. “Guau, muchacho, cálmate.”

La explosión de una pistola se hizo eco a través del valle.

Mac miró fijamente hacia la entrada de la casa. Unos dedos helados treparon por su columna vertebral.

“¿Claire?” Susurró.

Con un gemido agudo, Henry enterró su hocico en la axila de Mac.

La adrenalina comenzó a patearle el culo. Lanzó al perro dentro de la cabina del coche y saltó tras él.

“Aguanta, Henry,” dijo mientras que ponía el vehículo en marcha y pisaba el acelerador. “Ya vamos.”

* * *

Con sus oídos pitando por el segundo disparo fallido de la escopeta cuando Sophy se cayó al suelo, Claire salió de debajo de El Camino y se lanzó a por la pistola a escasos centímetros de Sophy.

La perra de garras afiladas seguía tirada sobre su espalda, jadeando por oxígeno, justo donde había aterrizado cuando Claire había tirado de sus pies.

Claire se enganchó al arma de madera a la vez que Sophy rodaba sobre un lado y se agarraba a los dos cañones de la escopeta. Ambas se sacudieron en un frenético juego de dar y tomar.

“¡Suéltala!” Gritó Sophy, apoyando una bota contra el muslo desnudo de Claire.

Claire se estremeció cuando el tacón se clavó en su pierna, pero se mantuvo fuerte. Si perdía esta batalla, no habría ninguna otra.

El polvo llenaba sus pulmones mientras que se retorcían, gruñendo y dando patadas.

Sophy se puso de rodillas, tirando de Claire con ella.

Antes de que Claire pudiera recuperar el equilibrio, Sophy se puso en posición de ataque, extendiendo sus afiladas garras hacia los ojos de Claire.

Claire volvió la cabeza justo a tiempo para poner sus ojos a salvo, pero su mejilla no corrió la misma suerte.

“¡Ay! ¡Puta!” Ella tiró de la pistola lo suficiente para atraer a Sophy más cerca. Sin soltar su agarre en el extremo de la culata del arma, Claire ahuecó el brazo y le clavó el codo en la cara con un ruido sordo.

La maldita mujer siguió agarrando el arma con fuerza.

Sophy tiró de la escopeta, lo que hizo que Claire entrara en su zona de alcance, y le dio un cabezazo en la mandíbula.

Los dientes de Claire se sacudieron. Su lengua había estado entre ellos en ese momento, lo que causó que se la mordiera por la mitad. El sabor de la sangre contaminó su boca. El dolor se disparó por su cara, pero Claire siguió aferrándose a la pistola, negándose a soltarla.

En el momento en que dejó de ver destellos, Sophy se puso de pie, arrastrando a Claire con ella hacia los tambores de gasolina llenos de rocas.

Claire sacudió la bruma de su cabeza y se tambaleó sobre sus pies, tomando impulso y embistiendo a Sophy contra la pared.

Sophy gruñó de dolor, pero la empujó de vuelta, usando la pared para impulsarse.

El talón de Claire golpeó una de las grandes piezas de cuarzo que yacía en el suelo junto a uno de los tambores de gasolina y ella se tambaleó hacia atrás, soltando el arma sin querer. Mientras volvía a perder el equilibrio, consiguió sujetarse a uno de los bidones para detener la caída.

Pero para ese entonces, Sophy ya estaba apuntando hacia su cara con la escopeta.

“Ahora,” jadeó mientras que la sangre corría libremente por su mejilla, “Voy a meterte una bala en tu puta cabeza.”

Claire se agarró a la parte superior del tambor, dándose cuenta de que la tapa estaba suelta. La escopeta estaba solo a tres pasos de distancia.

Sophy puso el dedo en el gatillo, pero el ruido de un motor diesel y unos neumáticos patinando en la grava le hizo vacilar momentáneamente. Miró por detrás de Claire.

Con toda la fuerza que logró reunir, Claire golpeó la escopeta con la tapa.

Sophy apretó el gatillo cuando la tapa chocó contra el cañón. Varios perdigones rociaron las vigas de soporte del cobertizo, pasando a meros centímetros junto a Claire.

Claire no esperó a ver la reacción de Sophy. En cambio, agarró la tapa con todas sus fuerzas y la estrelló contra su cabeza.

Un fuerte ruido sonó en todo el cobertizo y la tapa vibró en sus manos. Los ojos de Sophy se pusieron en blanco, y luego ella se desplomó.

Antes de que Claire pudiera celebrar su victoria, una de las tablas del techo se desprendió y la golpeó en el hombro, haciéndola caer. Su frente besó el parachoques de cromo brillante en su descenso hacia el suelo.

El silencio lo invadió todo, lleno de polvo de hadas flotando en el aire.

Claire parpadeó, y miró perpendicularmente al suelo, asegurándose de que Sophy no se despertara lista para una segunda ronda. Su pantorrilla ardía cada vez más a medida que el polvo se iba asentando en su rodilla.

“¿Claire?”

Ella oyó la voz de Mac a lo lejos y gimió en respuesta. Dos piernas blancas y peludas bloquearon su visión. Una cálida lengua lamió su mejilla.

Henry había llamado a la caballería. Tal vez dejaría que siguiera siendo macho después de todo.

“Claire.” Un par de piernas cubiertas de tela vaquera ocuparon el lugar del perro. Mac acunó su rostro entre sus manos y le apartó el pelo hacia atrás.

Olía bien, como a sábanas secadas por el sol del desierto. ¿Cómo era posible que siempre oliera tan bien?

“Claire, dime algo. ¿Te ha disparado?”

“Mac,” murmuró con sus labios cubiertos de suciedad.

“¿Qué, cariño?”

“Tenías razón.”

“¿Sobre qué?”

“Sophy es peligrosa.”