Capítulo Cinco

“¿Es eso un hueso en tu mano?” Preguntó Mac mientras aparecía a través de la maleza, linterna en mano.

Claire entrecerró los ojos, protegiéndose de la luz brillante.

“¿O es que te alegras de verme?”

“¡Por Dios, Mac!” Claire se dejó caer antes de que sus rodillas cedieran. La grava se clavó en su trasero. “Tenemos que dejar de vernos así.”

“¿Dónde está tu perro?”

“Allí arriba en alguna parte.” Ella señaló hacia la ladera con el hueso. “Lo escuché ladrar como una foca acorralada hace cinco minutos.” Aunque Henry había estado demasiado callado para su comodidad desde entonces.

“Los coyotes están un poco más allá.” Mac hizo un gesto con la luz hacia el lado opuesto del valle. “Si no lo encontramos en breve, más le vale que sea mitad galgo.”

Claire se puso de pie, frotándose distraídamente su trasero mientras miraba a Mac. “Qué estás haciendo aquí?”

“Necesito alguien que me lleve. Alguien ha cortado los cables de mis bujías.”

Menuda mierda. “¿A quién has cabreado tanto como para hacer una cosa así?”

“Probablemente fueron algunos gamberros en una noche de sábado.” Se encogió de hombros.

“¿Sucede eso mucho en tu línea de trabajo?”

“Digamos que mi agente de seguros me envía una postal de Navidad personalizada cada año.”

¿Qué diablos haría este hombre para ganarse la vida? Más importante aún, “¿Qué estabas haciendo aquí esta noche?”

Mac se tomó su tiempo para responder. “Ya te lo he dicho, estaba trabajando.”

“¿Estás tratando de ser misterioso a propósito, Mac, o es solo parte de tu encanto?”

“Ninguno de los dos.” Apuntó con la linterna hacia la ladera. “Será mejor que encontremos a tu perro antes de que lo hagan los coyotes.” Como si fuera una señal, varios ladridos agudos y un largo aullido resonó en el valle.

“Cambiando de tema sutilmente.” Claire reconocía un educado “no es asunto tuyo” cuando se encontraba con uno. Volvió a guardarse el hueso en la cinturilla de su pantalón y agitó la mano para que él pasara primero. “Lidera tú el camino, yo te seguiré.”

Cinco minutos más tarde, Mac hizo una pausa en el camino de venados que habían encontrado a poca distancia por la pendiente y la esperó para que cerrase los cinco metros que los separaban. “¿Crees que vas a lograrlo?” Preguntó.

Claire le lanzó una mirada de advertencia, luego resopló.

Cinco minutos después, Claire se cayó. Mac se deslizó tres metros de relaves de gravilla hacia abajo—un acceso directo—para echar un vistazo al rasguño en la palma de su mano. “Te dije que tuvieras cuidado con las tablas rotas. Tienes suerte de no haberte roto un tobillo.”

Mac agarró su muñeca y ella hizo una mueca ante el roce. Su toque era sorprendentemente suave teniendo en cuenta lo callosas que tenía las manos. Claire inhaló bruscamente cuando él toco su herida en carne viva y se dio cuenta de que olía a tierra—como un soplo de aire cálido y desértico.

Mac sacó un pañuelo de su bolsillo trasero y lo envolvió alrededor de su mano. “Creo que sobrevivirás. Ahora dejar de gastar tu energía diciéndome por dónde y cómo debemos avanzar y pon más atención por donde pisas.” Mac volvió a subir por los relaves.

Claire le hizo la peineta antes de seguirle.

Diez minutos más tarde, Mac coronó la cima con Claire justo detrás de él—agarrándose a su cinturón. Él la había arrastrado la última mitad de la pendiente como el ancla de un barco.

“Maldita sea, mujer,” dijo Mac mientras la tomaba de la mano y tiraba de ella hasta el borde de roca sólida que sobresalía de la mina. “Creo que me va a reventar el bazo.”

Claire se desplomó en el suelo. Levantó la vista desde donde estaba, tendida a sus pies. “Un caballero,” dijo entre bocanadas de aire, “nunca le hace un comentario como ese a una dama.”

Mac se puso en cuclillas a su lado y le apartó el pelo de la cara. “Una dama nunca maldice a la Madre Naturaleza, la Estrella del Norte y a todos los animales de cuatro patas en inglés, español y… ¿cuál era ese tercer idioma en el que has jurado tan elocuentemente?”

“Canadiense.”

Una sonrisa apareció en la cara de Mac. Las sombras de la luz de la linterna le daban un aspecto bruto, agreste, y en su estado sin oxígeno, Claire lo encontró algo sexy. Lástima que el tipo pareciera más tieso que un corsé.

En una ocasión Claire había tenido un novio que había quitado el polvo tres veces a la semana, se duchaba dos veces al día, se aseguraba que la comida en su plato nunca se mezclara y utilizaba un transportador para llevar rectas sus corbatas. En lugar de matarlo mientras dormía, decidió abandonarlo y volvió a casa de su madre durante dos meses más.

Dos meses más de tortura con la mujer que más la hastiaba en el mundo que se encargó de dejarle claro todas las maneras en las que estaba viviendo su vida de una forma equivocada. No hacía falta decir que había aprendido su lección sobre los hombres estirados.

Mac se puso de pie. El muy bastardo ni siquiera respiraba con dificultad. “¿Qué tal si te quedas aquí descansando mientras que yo entro en la mina y busco alrededor para detectar cualquier señal de tu perro?”

Tragando aire fresco con la esperanza de calmar sus pulmones en llamas, Claire miró hacia el cielo negro lleno de brillantes diamantes de imitación. “Bueno. Sacaré mi fortaleza mientras que estoy aquí y me defenderé de cualquier coyote hambriento que tenga la intención de cruzarse en nuestro amino.”

“Me parece bien,” respondió con una risita. “Intenta no desmayarte mientras que estoy ahí dentro.”

* * *

Sophy apretó la mano con fuerza alrededor de la boca del perro y estrujó su cuerpo para impedir que siguiera retorciéndose. Se adentró aún más en el oscuro túnel, usando la pared un poco irregular y húmeda como guía. Encender la linterna sería su fin.

“Henry,” susurró un hombre. O estaba nervioso o sabía de sobra que no debía gritar en los alrededores de una antigua mina.

El bicho en sus brazos se quedó inmóvil.

“¿Henry?” Unos pasos resonaron en el suelo de piedra detrás de ella.

Sophy hizo una mueca cuando el perro se movió contra su estómago, arañándola con las uñas de sus patas traseras. Si “Henry” no quería terminar asado en un palo al otro lado de la frontera con México, sería mejor que dejara de mover el culo.

Abrió el último paquete de su cena entre los dientes. El olor del teriyaki marinado hizo su boca agua. Habían pasado más de cinco horas desde que había comido el último trozo de tarta de lima en el restaurante.

Henry dejó de retorcerse. Lo oyó olisquear varias veces.

“¿Henry?” La voz del hombre estaba más cerca—demasiado cerca.

Sophy se pegó contra la pared de la mina, tratando de mimetizarse con ella. Segundos después, un destello de luz rebotó en las paredes, en el cruce con el túnel principal. Sophy apretó su agarre en el perro, tratando de quitarle cualquier ocurrencia maliciosa. ¿Dónde estaba la mujer que había estado buscando al animal? Tal vez había dos metomentodos buscando.

Henry frotó el hocico contra la cecina. La comida parecía tener prioridad para él, antes que su propia seguridad.

“¡Henry!” La voz del hombre se escuchaba tan cerca que Sophy temía que fuera a clavarla con la luz de su linterna en cualquier momento. Podía oír su respiración, lenta y constante. Pegándose aún más contra la pared, ella ignoró la piedra escarpada que se clavó contra sus vértebras superiores. Si tan solo pudiera llegar a la mochila y sacar su navaja de veinte centímetros…

La luz en la boca del túnel se hizo más brillante.

Entonces los pasos se detuvieron. La luz se atenuó un poco. “¿Qué es esto?”

¿Qué es qué? Había sido muy cuidadosa los últimos meses para no dejar ningún rastro de sus viajes dentro y fuera de la mina. Nadie necesitaba saber que había estado cavando en los alrededores de Sócrates Pit.

“No puede ser verdad.” La luz se apagó un poco más, seguida por el sonido de unos pasos desvaneciéndose. Se dirigía hacia la entrada.

Sophy frunció el ceño ante la creciente oscuridad. Poco a poco fue aflojando su agarre sobre el hocico de Henry.

El perro mordió la carne seca como si fueran a quitársela en algún momento. Con la mina en silencio y completamente oscura de nuevo, ella respiró hondo varias veces. Henry se tragó el último pedazo de su cena y luego lamió sus dedos con su curtida lengua.

Ahora que había alimentado al perro—dos veces—Sophy estaba en un aprieto. Henry no solo sabría cómo llegar hasta Sócrates Pit a partir de ahora, sino que probablemente también lo asociaría con la comida. Tenía la sensación de que podría adherirse a este área como las moscas a la mierda si lo dejaba marchar. O, peor aún, traería a su dueño de vuelta aquí. No necesitaba ningún visitante. De ninguna manera iba a compartir parte del botín cuando lo encontrara.

“La pregunta es,” susurró mientras sacaba la linterna de su cinturón de herramientas, “¿qué voy a hacer contigo?” Dirigió el haz de luz hacia el perro. Solo una respuesta cruzó por su mente.

Henry dejó de lamer sus chuletas y gimió.

* * *

“Eres sexy como el infierno,” le dijo Mac a la belleza de Mercurio de 1949 mientras acariciaba sus elegantes curvas con la palma de la mano y daba vueltas a su alrededor. Se lamió los labios, extasiado por la sensación de su pulida, superficie lisa.

“Sí. Mabel es un garantizado cohete de testosterona,” dijo Claire, apoyada contra la puerta del lado del conductor con el techo cortado y unas llamas pintadas por el capó y los laterales.

Mac alumbró con su linterna dentro de la ventanilla del lado del pasajero. Asientos de cuero blanco sin el más mínimo defecto, paneles en las puertas, una alfombra roja color cereza, carcasas de marcación cromadas, transmisión manual de tres velocidades sobre el suelo y un diseño hecho por encargo de una llama en el salpicadero.

Este coche era un sueño.

“¿Mabel?” Preguntó.

“Ese es su nombre.”

“¿Le has puesto Mabel a tu coche?” Mac dio un paso atrás y pasó la luz a lo largo de la longitud del reproductor de música del Mercurio, por las ruedas delanteras y traseras, las perfectamente lisas manijas de las puertas y las tuberías laterales.

Este coche era un sueño húmedo.

“No, el abuelo llamó a su coche Mabel—el segundo hombre de mi abuela.”

Mac caminó alrededor de la parte frontal de Mabel y admiró su enorme parrilla cromada.

“Deberíamos haber husmeado alrededor de esa mina un poco más,” dijo Claire.

Su tono molesto estaba de vuelta. Qué alegría. Mac había tenido que soportarlo todo el camino de regreso por la ladera y en el fondo del valle.

“Henry todavía tiene que estar por ahí. Por el amor de Dios, sus piernas no pueden ser más de quince centímetros de largo. ¿Cuánto puede alejarse un perro con unas patas tan cortas?”

“Al parecer, mucho más que una mujer de piernas largas,” respondió Mac sin levantar la vista de los piñones de la parrilla.

“Guapo y también cómico.” Su sarcasmo le hizo sonreír. Su cumplido tampoco pasó desapercibido. “Claro que si yo fuera tú, no renunciaría a mi trabajo diario, sea el que sea, señor Misterioso.”

“Construcción de muros.” Mac se deslizó hacia el lado del conductor al notar el alto brillo en el panel del cuarto delantero. “Debe tener varias capas de pintura para que esté tan suave.”

“Veinte y cinco capas pintadas a mano,” respondió ella como si cada coche que sale de Detroit recibiera el mismo tratamiento. “¿Qué quiere decir construcción de muros?”

“Eso es lo que hago para ganarme la vida.”

“¿En las casas?”

“No. Muros de contención. Trabajo como geotécnico para una empresa privada de ingeniería en Tucson pero hacemos muchas cosas también por aquí.”

“¿Así que tú construyes esos muros a lo largo de las autopistas?”

“Por ejemplo. También trabajamos en el mantenimiento y la sustitución de los cientos de kilómetros de acueductos y túneles, y los miles de kilómetros de canales que vienen del río Colorado.”

“¿Haces solo el trabajo de diseño o también te manchas las manos en la obra?”

“Ambas cosas.”

“Entonces, ¿qué estás haciendo aquí?”

Mac la miró. La linterna se reflejaba en el lateral del coche y echaba un tenue resplandor sobre ella. Tenía una nariz muy mona, con una pequeña elevación en la punta, perfectamente ubicada en su cara. Si tan solo dejara de meterse en sus asuntos. “Cosas.”

“¿Cosas?”

“Sí, algunas cosas.” Él le lanzó una sonrisa que pedía a gritos que lo dejara estar.

Claire puso sus manos en sus caderas y esbozó una arrogante sonrisa. “Ya estás otra vez, ¿verdad?”

“¿Otra vez qué?”

“Dejándome fuera.”

“Supongo que sí.”

“Bueno, no quiero que cambies tus hábitos.”

Él ignoró su comentario. “Escucha, es tarde. Estoy cansado, tú también lo estás. ¿Podríamos volver ahora a casa de Ruby?”

“Claro, con una condición.”

Mac entrecerró los ojos. Esto no podía ser bueno.

“Que te comprometas a venir mañana conmigo y seguir buscando a Henry.”

Mac no tenía tiempo para hacer senderismo por el valle mientras apartaba arbustos de creosota del medio en busca de un perro perdido. El reloj seguía corriendo para Ruby y ya le quedaba demasiado poco tiempo. “En realidad, no puedo—”

“Venga. No sé cómo moverme por aquí. Eres el único que me puede mostrar donde está la mina hasta la que hemos subido esta noche. Necesito tu ayuda.”

No era el único. Ruby sabía cómo llegar hasta Sócrates Pit, al igual que Jess. Pero Ruby no podría dejar la tienda durante el día y Jess se suponía que debía pasar su tiempo libre encargándose de las tareas que su madre le asignaba cada día.

También tenía que pensar en su camioneta. A primera hora de la mañana, tendría que arrastrar a Ruby y su camioneta con él para remolcar su vehículo de regreso al R.V. Park. Puesto que no tenía cables de repuesto para las bujías, tendría que conducir el camión de Ruby hasta Yuccaville y ver si la tienda Roadrunner Auto Parts tenía lo que necesitaba.

En algún momento a lo largo del día, quería hacer una investigación sobre la vieja moneda que había encontrado esta noche en Sócrates Pit. Era muy rara. ¿Cuánto podría valer una moneda de oro de veinte dólares de 1879 hoy en día? Ruby iba a necesitar toda la ayuda que pudiera reunir para poder pagar a sus acreedores.

Mac abrió la boca para ofrecerse a mostrarle la ubicación de la mina en el mapa en la sala de recreativos de Ruby, pero luego se dio cuenta de las líneas de preocupación que cruzaban la frente de Claire. Suspiró, maldiciendo en silencio. “Estaré ocupado hasta después del almuerzo.”

“Yo también. Tengo que trabajar para Ruby hasta las dos.” Sacó un llavero con un control remoto de plástico del bolsillo de su chaqueta y apretó un botón. Algo hizo clic dentro del Mercurio y las puertas se abrieron. “Salgamos de aquí.”

Sintiéndose como un niño a punto de dar un paseo en el coche nuevo de su padre, Mac golpeó el polvo de sus zapatos antes de subir al lado de Claire. Ella giró la llave. El V-8 retumbó a la vida y rebotó sobre el asfalto.

Un cómodo silencio se instaló a su alrededor a medida que avanzaban hacia el campamento. Mac pasó la mano sobre el tablero de mandos cubierto de cuero. La impresión en relieve de la llama bajo sus dedos era suave como una chaqueta de piel de cordero.

El coche olía a cuero y a plátanos quemados por el sol, sin duda debido al ambientador en forma de plátano que colgaba del espejo retrovisor. Lo que daría por cabalgar al mando de esta máquina a toda velocidad, girar la manija y hacer que la aguja del velocímetro se perdiera.

“Abuelo me va a matar cuando le diga que he pedido a Henry,” Claire interrumpió su fantasía a lo Route 66.

“No lo has perdido. El perro salió corriendo.”

“Dile eso a mi conciencia. Quizás considere el uso de un pelotón de fusilamiento en lugar de la soga. Una muerte rápida será mucho mejor, ¿no crees?”

“Solo es un perro. Estoy seguro de que tú eres mucho más importante para él que Henry.”

“Me gustaría creer eso pero Henry hace cosas para el abuelo que yo no haré jamás.”

Mac miró al otro lado del coche hacia la mujer. Tenía miedo de preguntar pero lo hizo de todas formas. “¿Como qué?”

“Bueno, lame la grasa de pollo frito de los dedos de Abuelo.”

Eso no era tan malo.

“Le lame los callos de los pies para impedir que se pongan demasiado gruesos.” Esbozó una sonrisa. “Henry tiene una lengua bastante dura.”

Mac hizo una mueca. Esa misma lengua había lamido su cara hacía poco tiempo.

“Persigue su propia cola, lo que entretiene al abuelo y a sus amigotes durante horas y horas.”

“Está bien, pero tú eres—”

“Oh, y come insectos, muchísimos insecto. Especialmente los moscardones gordos y grandes. Es su comida favorita—después de las patatas con sabor a cebolla y crema agria, por supuesto.”

“—su nieta,” terminó, feliz de ver el puente que daba al campamento de caravanas delante de los faros del coche. “Estoy seguro de que entenderá que no ha sido culpa tuya cuando le expliques las circunstancias.”

“Tú no conoces a Abuelo.” Claire parecía agotada. El camino de grava del parque crujía bajo los neumáticos mientras detenía el vehículo frente a la casa de Ruby.

Mac miró a Claire bajo el resplandor verde suave de las luces del tablero. Le gustaba lo que veía demasiado para su comodidad. Solo podía pensar en tierra y rocas durante las próximas tres semanas, no en el trasero de Claire, aunque tenía una pinta muy palpable embutido en sus pantalones vaqueros.

“Nos vemos en la tienda mañana a las dos y media,” dijo ella sonriendo de nuevo.

Mac asintió. Eso le daría tiempo para pasar por la biblioteca del condado para ver lo que podía desenterrar sobre los propietarios originarios de las minas, y tal vez también encontrar algún libro sobre monedas antiguas. “Buena suerte con tu abuelo.”

Salió del coche.

Cuando las luces traseras rojas desaparecieron alrededor de la esquina, Mac se sacudió mentalmente. Dejando a un lado sus suaves curvas, Claire solo le supondría problemas. Un par de horas con ella y había logrado reorganizar por completo sus planes para mañana.

Le concedería un día para realizar un seguimiento de su perro. Después de eso, la chica tendría que encontrar a alguien más con quien jugar a búsqueda y rescate.

* * *

Claire se coló dentro de la Winnebago y cerró la puerta detrás de ella con un sigiloso clic.

Un olor extraño, como una mezcla de lirios y zapatos apestosos, la saludó. No quería descifrar de dónde provendría tal peste. Era mejor que algunas cosas siguieran siendo un misterio.

Se acercó de puntillas a la habitación de Abuelo. Por primera vez desde que se habían ido de casa, se consoló al escuchar esos ronquidos similares al ruido de una motosierra.

Echando un vistazo al sofá, deseó que ocurriera un milagro y pudiera ver a Henry tumbado sobre sus cojines. Pero el sillón estaba vacío y ella estaba pringada de mierda hasta el cuello.

Si Lady Luck estaba de su lado, tal vez Henry encontraría su camino de vuelta al campamento y rascaría en la puerta cuando su despertador sonara a las cinco y media. Y Abuelo nunca se enteraría de lo ocurrido.

Sí, claro. Y Campanilla saldría volando de su culo.

De cualquier manera, este no era el momento de contarle lo que había pasado. Después de todo, Abuelo necesitaba descansar después de haber pasado la noche dándole amor a una mujer.

Claire se arrastró hasta el sofá. Dado que Henry no iba a dormir en él esta noche, estaría más cómoda ahí. Cogió una manta suave que había hecho su abuela, se tumbó sobre los cojines llenos de pelos de Beagle y puso la almohada de la cama en un extremo.

Cuando se puso el pijama y se metió bajo las sábanas, Mac se filtró en sus pensamientos. ¿Qué habría estado haciendo en el desierto a altas hora de la noche del sábado? Tendría que preguntarle a Ruby.

Cerró los ojos y recordó la sensación de sus manos alrededor de su cintura mientras la ayudaba a subir a la mina. Debía haber palpado el michelin de grasa que había desarrollado en el último mes gracias a los atracones de chocolate y caramelo que se había dado tratando de olvidar sus problemas.

Tenía que dar marcha atrás antes de que fuera demasiado tarde. A partir de mañana, empezaría a hacer ejercicio y a comer más sano. Se desplomaría muerta de una sobredosis de vergüenza y humillación si Mac la veía desnuda alguna vez.

Sus párpados se abrieron de golpe.

¿Quién había dicho nada de desnudarse?