Capítulo Ocho

“Ella dice que su nombre es Fanny Pompis,” dijo Chester por la comisura de la boca. Sus labios estaban envueltos alrededor de un cigarro.

“¿Y tú la crees?” Preguntó Mac, levantando la vista de sus dos ases negros, reina de espadas, rey de corazones y el nueve de trébol en sus manos.

Una nube de humo se arremolinaba bajo las luces fluorescentes de sala de recreativos de Ruby.

Manny estaba sentado junto a Mac. El hombre más viejo cantaba junto a Waylon Jennings en la radio acerca de ir a Luckenbach, Texas y volver a lo básico del amor. Los viejos perros de caza estaban otra vez en acción.

“Si su nombre es Fanny Pompis, el mío es Trasero Peludo,” Harley, la pareja de Mac durante la noche, murmuró alrededor de su cigarro.

Mientras que Mac, Chester y Manny lucían camisetas y pantalones vaqueros, Harley se había engalanado para el evento con una camisa azul oxford, tirantes de color beige y una corbata marrón con lunares blancos anudada debajo de su cuello abierto. Solo le faltaba un sombrero de fieltro para ser la viva imagen de Paul Newman en El Golpe.

“No me importa si su nombre es Helen Cuarto trasero. La mujer está más rica que un jugoso asado.” Chester bebió un sorbo de su cerveza Pabst Blue Ribbon.

“Deberías haber visto sus pantalones.” Los ojos de Manny se arrugaron por las esquinas y su bigote se expandió cuando una amplia sonrisa se dibujó en sus labios. “Le quedaban tan apretados que podías ver sus lunares a través de ellos.”

“¿Los lunares de dónde?” Jess se dejó caer sobre el taburete entre Harley y Manny. La chica no perdía ripio, no importaba cuántas veces la hubieran enviado a la tienda a por mandados falsos.

“Da igual,” dijeron Harley y Mac al unísono.

Chester resopló.

Harley lanzó una reina de diamantes en el centro de la mesa. “Eso es un triunfo.”

“¿Me podéis explicar qué es un triunfo otra vez?” Preguntó Jess, inclinada sobre el hombro de Harley, frunciendo el ceño ante sus cartas. Decidida a participar en el juego, había acosado al abuelo de Claire hasta que cedió y le enseñó a jugar.

“Es el palo más poderoso en todo el juego,” Manny respondió por Harley. “Y este,” añadió con una gran sonrisa mientras lanzaba una jota de diamantes sobre la reina de Harley,” es el hombre más duro de todos los aquí presentes.”

Mac contempló la patética mano de cartas que Chester le había repartido—una combinación pésima de cartas. De los cuatro palos, tenía tres y Harley había apostado por los impares. Con un rostro inexpresivo, lanzó el nueve de tréboles.

Harley gruñó. “¿Eso es lo mejor que tienes?”

“Tú eres el que ha dicho que los diamantes son un triunfo,” dijo Manny. Había estado actuando como el defensor de Mac durante la última hora. Mac todavía tenía que averiguar qué había hecho para ganárselo.

“Eso es porque se apostó dos.”

“¿Qué pasa cuando te apuestas dos?” Mac lanzó unos mini-pretzels sin sal dentro de su boca, haciéndolos crujir.

“Pensé que habías dicho que sabías cómo jugar al Euchre.”

“Y sé.” Había aprendido de un compañero de universidad.

Harley se llevó el cigarrillo a los labios. “Entonces sabrás que cuando te apuestas dos, le estás queriendo decir a tu pareja que tienes un Jack rojo y un Jack negro.” Miró a Mac fulminantemente. “¿Al menos tienes algún Jack?”

“Nada de conversar en medio del juego,” dijo Chester mientras echaba un diez de diamantes.

“Mierda, muchacho. Aquí todo el mundo tiene diamantes menos nosotros.”

“No deberías haber superado su apuesta,” le dijo Manny a Harley, riéndose entre dientes mientras tomaba las cuatro cartas del centro de la mesa y las apilaba delante de él.

“Dos es una apuesta lamentable,” murmuró Harley.

“Dos es una apuesta par,” dijo Mac. “No tienes por qué saltar directamente a cuatro.”

“Chester siempre apuesta cuatro. Tenía que ganar esta mano.”

Manny echó la jota de corazones para dirigir la siguiente ronda. “Y este es el segundo hombre más duro de toda la sala,” le informó a Jess.

“Maldito seas, Carrera.” Harley desechó su as de diamantes con un suspiro de derrota. Una sonrisa se cernía sobre sus labios mientras miraba a Mac. “No sé lo que Claire ve en ti.”

Mac sacudió la cabeza ante la hilaridad del centelleo en los ojos de Harley. “Ya os lo he dicho, no hay nada entre Claire y yo.”

Por supuesto no había pasado desapercibido para él la forma en que se le quedaba mirando cada vez que pensaba que él no se estaba dando cuenta, o lo bien que llenaba sus camisetas.

Está bien, así que tal vez él era una presa fácil. Acceder a llevar ese estúpido fémur a su amigo para que lo analizara solo para que Claire dejara de pensar que se trataba de un posible asesinato hasta que recibieran los resultados de las pruebas, probablemente no había sido uno de sus movimientos más inteligentes. Pero ver cómo su cara se iluminó cuando finalmente había aceptado había hecho que se olvidara completamente de que alguien había pichado los neumáticos de Ruby—hasta que tuvo que pagar por los recambios.

“Eso no es lo que tu prima nos ha contado,” dijo Chester mientras lanzaba el rey de diamantes.

Jess tuvo la dignidad de sonrojarse ante la mirada de Mac. “Solo dije eso porque Claire piensa que estás muy bueno.”

¿En serio?

“Jess,” advirtió Mac, ansioso por meterle un corcho en la boca antes de que pudiera decir algo más vergonzoso.

“¿Qué más dijo Claire, Señorita?” Preguntó Manny.

Haciendo estallar una pompa de chicle, Jess sonrió. “Que le encanta el trasero de Mac.”

Vítores y codazos varios abundaron entre los tres amigos.

Mac bajó la mirada a sus cartas, tratando de evitar que el calor se sus mejillas se arrastrara hasta su cuello. ¡Maldita fuera Jess y su gran bocaza!

Sin dejar de reír, Chester aplastó la lata de cerveza entre sus manos y abrió otra. “Es tu turno, culito dulce.”

* * *

The Shaft era un bullicio de vida. En medio de la acogedora nube de humo creada por el hombre, cacahuetes rancios y frases para conquistar a las mujeres usadas en exceso, Claire miró por encima de todos los sombreros de vaquero.

Un hombre con la barriga como un tonel y la apariencia de un oso pardo se contoneaba sobre una silla para tomar el té mientras gritaba junto con Tanya Tuckera la par que su voz salía por la jukebox. Claire luchó para escucharlo sin encogerse. A juzgar por la cantidad de mecheros con fuego ardiente que se batían en el aire, la actuación en solitario estaba siendo todo un éxito.

“El viejo de Fernando Tortuga,” dijo Ruby en su acento sureño cuando se deslizó en el taburete junto a Claire. “No puede escuchar Delta Dawn sin unirse a la música y cantar hasta desgañitarse, es por eso que Butch siempre mantiene la canción entre el reportorio de costumbre para escuchar a Fernando cantar.”

Claire le lanzó una mirada escéptica.

“El entretenimiento en Jackrabbit Junction es tan escaso como los glaciares.”

Desde su taburete alto, Claire obtuvo una visión territorial del paisaje abarrotado de la barra del bar y la manada de clientes borrachos paseando felizmente con sus temblorosas piernas. Mientras examinaba la sala en busca del gilipollas que se había ofrecido a llevarla hasta su camioneta para mostrarle su taladro eléctrico, su mirada se posó en una morena de pelo largo y cardado, maquillada como una puerta, que llevaba unos vaqueros ceñidos y se estaba dirigiendo hacia el otro extremo del bar. Su camiseta blanca sería demasiado escotada hasta para los estándares de una fulana.

“¿Quién es la tetona explosiva con los labios rojo chillón?”

“¿Te refieres a la vieja tetona explosiva?” la corrigió Ruby. “Esa es Sophy—acabado en y, no en ie. Sophy Wheeler. Joe me dijo que se cambió el nombre para hacerlo único.”

Claire frunció el ceño. “¿Quieres decir, Joe, tu marido?”

“El único e inconfundible.”

“¿Por qué iba a saber tu marido una cosa así?”

“Porque la vieja solía ser Sophy Martino antes de que Joe se divorciara de ella. Pero por lo general, a mí me gusta referirme a ella como “‘la zorra.’”

Claire se sentó con la espalda recta. Las cosas se estaban poniendo muy emocionantes. “¿Cuánto tiempo estuvieron casados?”

“Lo suficiente como para querer matarse.”

Claire vio cómo Sophy le lanzaba un beso de despedida al camarero y luego desfiló por la puerta hasta su coche con un admirador babeando detrás de ella. La mujer parecía tener un título de maestría en el arte del flirteo. Claire tendría que mantener un ojo en Abuelo si Sophy entraba en el alcance de su radar.

“Así que, ¿cuál es su historia?” Preguntó Claire.

Ruby tomó un sorbo de su vaso de cerveza. “Estaban viviendo en Phoenix mientras que Joe asistía a la universidad. Según él, Sophy se cansó de esperar a que terminara y se largó a Las Vegas con un joven vaquero que le prometió mucho oro.”

El zumbido de la música y la conversación en torno a ella se desvaneció cuando la atención de Claire se centró en las palabras que salían de los labios de Ruby.

“¿Cómo se conocieron?”

“Crecieron aquí. El Wheeler Diner, al otro lado de la calle, pertenecía a los padres de Sophy. Nunca me enteré bien de los que pasó en Las Vegas, pero cuando el joven vaquero la dio de lado, Sophy se quedó en la calle y sin un centavo.”

“Tuvo que volver a casa con el rabo entre las piernas a servir mesas en el restaurante de sus padres. Ambos murieron unos años más tarde y la dejaron al cargo del negocio. Ha estado aquí desde entonces.”

“¿Joe se mudó aquí después de acabar la universidad?”

“No. Creo que vivió en Los Ángeles, San Diego y luego en Dallas durante un tiempo. Casi siempre estaba viajando por motivos de trabajo, por lo que no paraba mucho por casa. Yo lo conocí en Tulsa. Estaba allí por un viaje de negocios y vino al restaurante en el que yo trabajaba. Cuando le entregué la cuenta, me invitó a salir y me dijo que no aceptaría un no por respuesta.”

“¿Qué hacía Joe para ganarse la vida?”

“No estoy muy segura de lo que estaba haciendo por aquel entonces. Nunca quiso hablar de ello. Nos vimos muy de vez en cuando durante los próximos seis meses. Entonces, un día llegó a mi puerta y me dijo que había comprado una casa rodante para que me fuera con él a Arizona donde tenía un negocio de antigüedades. Luego me regaló el ramo más bonito de rosas de color rosa que había visto en mi vida y me pidió que me casara con él.”

Los ojos de Ruby brillaban un poco en la penumbra.

“¿Era dueño de un negocio de antigüedades aquí en Jackrabbit Junction?”

“Sí.” Ruby apuró su cerveza y la dejó sobre la barra con un ruido sordo. “Compartíamos el mismo edificio con la ferretería. Ese lado sigue vacío.”

“Jackrabbit Junction no es el lugar más fértil donde iniciar un negocio. No hay tiendas Wal-Mart ni Taco Bells a los alrededores.”

“¿Cuánto tiempo estuvisteis casados?”

“Joe falleció unas dos semanas después de nuestro quinto aniversario. Los primeros cuatro años fueron buenos, el último fue un verdadero infierno.”

“¿Dejó de viajar cuando os casasteis?”

“No de inmediato. Llevaba la tienda antigüedades a la par que viajaba sin parar para la empresa de Phoenix en la que estuvo trabajando durante más de un año. Se encargaba de las ventas de maquinaria para las plantas de fabricación en todo el Occidente.”

Ruby frotó la parte superior del vaso con la punta de los dedos y una sonrisa lejana en sus labios. “Nunca le gustó mucho hablar de su trabajo como viajante. Solía decir que un día haría que sus úlceras estallasen.”

Miró a Claire. “Joe estaba siempre estresado. Fumaba como un carretero y bebía hasta que su hígado le pedía a gritos que parara, pesaba treinta kilos más de lo que su corazón podía soportar y tenía problemas de hipertensión. Las patatas fritas eran su kriptonita. Nunca podía comerse solo una bolsa.”

Claire tampoco parecía poder últimamente. Bebió un sorbo de su Corona, saboreando el toque de tequila en la cerveza y trató de imaginarse a Joe en su mente.

“Después de nuestro primer año de casados, un día legó a casa y me dijo que había sufrido un pequeño derrame cerebral en Los Ángeles y decidió que era hora de retirarse de su trabajo de ventas. Quería encargase solo de su tienda y pasar sus años dorados conmigo. Habló acerca de un poco de dinero que tenía ahorrado que nos mantendría gordos y felices.”

Abriendo la cáscara de un cacahuete, Ruby frunció el ceño. “Por desgracia, ese dinero debía estar muy bien escondido porque nunca supe nada de él.”

“Un par de años después de su retiro, Joe fue con el coche hasta Yuccaville a por un cartón de cigarrillos cuando sufrió un derrame cerebral masivo y tuvo un accidente con su Mercedes. Se quedó paralizado del lado derecho, perdió la capacidad de hablar y de escribir y su memoria se quedó con grandes lagunas, en el mejor de los casos.”

“Lo vi desintegrarse delante de mis ojos durante el próximo año, mientras que los gastos médicos nos comían vivos y se llevaban todos nuestros ahorros. Un tercer derrame cerebral lo mató mientras dormía. Al día siguiente, me desperté sola y llena de deudas hasta las cejas. Me dejó el R.V. park, las minas y todo lo que le pertenecía—incluyendo sus cuentas médicas.”

“Así que fue un hombre más que generoso,” dijo Claire.

Ruby asintió. “Lo primero que hice fue vender todo en esa tienda de antigüedades. El viejo de Bill Taylor es una verdadera sanguijuela cuando se trata de gastos funerarios. Amenazó con desenterrar a Joe y dejarlo tirado frente a mi puerta si no pagaba pronto sus servicios.”

“Joe no tenía seguro. Solo tenía sesenta años cuando falleció por lo que tampoco tenía un plan de salud para la tercera edad. Siempre decía que comprar un seguro era tirar el dinero por el desagüe. Supongo que pensaba que iba a vivir para siempre.”

Una mala jugada por parte de Joe y demasiado egoísta, a ojos de Claire. “Entonces, ¿Sophy regresó de Las Vegas y se puso a trabajar en el restaurante familiar nada más mudarse aquí?”

“Sí.”

“¿Y Joe había estado viviendo aquí también, llevando la tienda de antigüedades?” Algo sobre el hecho de que ambos volvieran a reencontrarse en un punto tan minúsculo del mapa desconcertaba a Claire. Sus entrañas le decían que Ruby no le estaba contando toda la historia. O desconocía la totalidad de la misma.

“Uh, eso es.”

“No creo que Sophy se dejara caer por su casa para ofrecerle un guiso de bienvenida ni con el afán de intercambiar recetas.”

Ruby negó con la cabeza, riendo. “Ni mucho menos.”

“Y ahora que Joe está fuera de la foto, ¿han cambiado las cosas?”

“Sí. Sus uñas son más largas y afiladas.”

* * *

“Entonces, ¿eres uno de esos hombres a los que les gusta otros hombres?”

Mac se atragantó con su boca llena de Saguaro Ale. “No,” respondió después de recuperar el aliento. “Me gustan las mujeres y solo las mujeres.”

El hombre mayor le devolvió la mirada con sus ojos marrones, arrugados y penetrantes como un pistolero mexicano. Mac casi podía oír el sonido de los platillos que se empleaban en las viejas películas del oeste para alertar al público de que se avecinaban problemas.

Harley sin duda se estaba deleitando en el baño y, ¿qué estaría reteniendo a Claire durante tanto tiempo? ¿Cuánto tiempo podía tardar uno en buscar otro paquete de seis cervezas de su refrigerador al otro lado de la puerta trasera?

Jess roncaba suavemente mientras que yacía en el sofá con una pierna colgando por un lado y el palito de su piruleta de uva todavía aferrado a su mano. Había renunciado a luchar contra el duende del sueño después de que el cuco de Ruby hubiera dado las once.

“Y sin embargo, no te gusta Claire,” declaró Manny.

Eso no era necesariamente cierto pero Manny no tenía por qué saberlo. “Claire no es la única mujer en la faz de la Tierra.”

Manny sonrió. “No pero es una de las más bonitas.”

Y tan peligrosa como las arenas movedizas. “Es un poco inestable,” dijo Mac.

“Tiene mucha chispa.”

“Es muy espontánea.”

“El alma de la fiesta,” añadió Mandy con una pequeña carcajada que hizo temblar sus bigotes.

Mac se cruzó de brazos. “Sabe cómo darle demasiada rienda suelta a sus emociones.”

“Tiene un gran corazón y es muy optimista.”

Harley apareció desde detrás de la cortina verde con su ceño habitual y se dirigió hacia ellos. “¿De quién estáis hablando?” Preguntó mientras regresaba a su silla.

“De Claire,” respondió Manny mientras que repartía las cartas. “Mac no puede dejar de pensar en ella.”

Mac no se molestó en refutar lo evidente. Sus negaciones habían estado cayendo en saco roto durante toda la noche.

“Estábamos hablando de lo rica que está,” agregó Manny.

Harley lanzó una mirada furiosa a su colega y luego recogió sus cartas. “Claire es una chica muy dulce y muy fuerte.” Volteó las cartas en su mano. “Ha asistido más a la universidad que sus dos hermanas juntas y cuando no se está metiendo en algún lío, está enfrascada con algún libro como una buena chica.”

¿Buena chica? Mac tenía problemas para creer eso, si bien, su inteligencia era evidente en su forma de hablar—cuando no estaba maldiciendo. “¿En qué se graduó?”

“No se ha graduado… todavía.”

“¿Todavía?”

Harley asintió. “El mundo es la ostra de Claire. Pero,” enfatizó la conjunción, “aún no ha decidido qué herramienta utilizar para abrirla.”

“Es un espíritu libre,” dijo Manny calurosamente.

“Es una chica demasiado indecisa.” Señaló Mac.

“Su madre y sus tías dicen que es un desastre,” dijo Harley. “La fastidian constantemente, tratando de intimidarla para que tome un camino en la vida y no se desvíe, pero Claire es como una semilla de diente de león. Su curso en la vida está determinado por el viento. Se parece mucho a su abuela en ese aspecto.” Una sonrisa curvó los labios del anciano.

Chester irrumpió por la puerta de atrás. “¡Ey! ¡No vais a adivinar con quién me he encontrado ahí fuera!”

“¿Con tu ex mujer?” Contestó Harley, sonriendo. “Tal vez quiera tu otro testículo.”

“Eres un verdadero Bob Hope, ¿no es así?” Chester se dejó caer en su silla y se limpió la cerveza que goteaba por su camiseta. “Era Eve, recién salida de la ducha, con olor a ramillete de flores. Ha accedido a almorzar conmigo mañana.”

“¿Eve? ¿La asistente de vuelo retirada?” Preguntó Harley.

Manny asintió. “¡Y una rubia auténtica! O al menos eso dice ella.” Cerró los ojos y respiró hondo. “Oh, Dios mío. Cómo me gustaría echar un vistazo debajo de su hoja de parra.”

“A ti y a mí, viejo perro.” Chester encendió un cigarro y miró a Harley a través de la nube de humo con los ojos entrecerrados. “¿Qué es lo último que se sabe de Henry?”

“Claire volverá de nuevo mañana al lugar donde cree que fue secuestrado. Está muy decidida a encontrar al muchacho.”

Mac miró sus cartas sin prestarlas demasiado atención al oír la confianza en el tono de Harley. Las palabras de Claire sobre no querer decepcionar al único miembro de su familia que todavía creía en ella se reprodujeron en su cabeza. Ahora podía entender a qué se refería.

“Me preguntó si podría prestarle mi cámara digital,” dijo Manny. “Mencionó algo sobre que quería tomar algunas fotos en una antigua mina.”

La frente de Mac se arrugó. El hecho de que los cables de las bujías de su coche hubieran aparecido cortados y los neumáticos, pinchados habían sido pistas no demasiado sutiles. Alguien quería claramente que permaneciera alejado de esas minas. Si Claire comenzaba a indagar por allí, también podría estar en peligro.

“¿Fotos de qué?” Preguntó Harley.

“No le pregunté. ¿Crees que me dejaría echarle algunas fotos llevando ese cinturón de herramientas?” Manny sonrió ampliamente, lanzando un guiño en dirección a Mac.

Mac sabía que no debía responder. Manny había estado pinchando al abuelo de Claire toda la noche. Parecía ser una especie de juego entre ambos. Al menos eso esperaba. El hombre tenía la edad suficiente para ser su… miró a Harley… bueno, su abuelo.

“Carrera,” advirtió Harley.

“¿Qué? Solo estaba pensando en Mac. Es todavía lo suficientemente joven como para tener que levantar la tienda de campaña con la ayuda de la Viagra.”

Harley los miró a ambos.

Mac negó con la cabeza, sintiéndose más que avergonzado después de tres horas de vaciles y bromas a su costa. Al menos se había librado de una buena cuando Jess se quedó dormida.

“Harley, ¿vas a apostar en algún momento antes de que cumpla ochenta años?” Preguntó Chester, tamborileando con los dedos sobre la mesa.

Harley volvió la mirada a sus cartas. “Pensé que Mac y Claire estaban juntos.”

“No lo estamos,” confirmó Mac. Pero el recuerdo de sus suaves muslos y sus uñas color púrpura hizo que se preguntara qué habría escondido debajo de su pijama de Oscar el Gruñón. ¿Olería a sandía por todas partes?

“Claro, claro,” dijo Harley, poco convencido. “Bueno, mientras que estás ocupado no teniendo nada con ella, más te vale asegurarte de que la tratas con respeto. Puede que sea viejo pero todavía puedo apretar el gatillo de la escopeta.”

* * *

“¡Como escuche esa maldita canción una vez más,” exclamó Ruby, “estrellaré mi vaso de cerveza en la cabeza de Jerry Joseph!”

Claire se frotó los ojos, tratando de aclarar el alcohol de su vista. En este momento, su vista en cada ojo estaba al 20 y al 80 por ciento respectivamente—veinte por ciento de alcohol en general y 80 por ciento de tequila.

Había empezado a beber agua hacía media hora, para variar. Peor que el fuego mexicano en su vientre era haber sobrepasado los límites de la ciudad Labios Placenteramente Entumecidos y encontrarse ahora en el condado de No puedo Encontrar mis Pantalones.

Mientras que estaba haciendo su mayor esfuerzo por no actuar como una borracha, debía haberse perdido el motivo por el que Ruby estaba tan desquiciada.

En la jukebox, Ronnie McDowell cantaba sobre las mujeres maduras que eran unas hermosas amantes. Claire parpadeó varias veces mientras que miraba alrededor de la barra en busca del hombre que estaba a punto de ducharse en cerveza. “¿Quién es Jerry Joseph?”

“Ese alto y desgarbado pelirrojo apoyado en la mesa de billar, mirándome con esa sonrisa de pervertido.”

“¿Ese tipo?” Claire frunció el ceño. El vaquero no podría ser mucho mayor que ella.

“Sip. Podría ser mi hijo y no puedo hacerle entender a través del espesor de su cráneo que no pienso acostarme con él.”

“No te van los chicos más jóvenes, ¿eh?”

Claire no podía culparla. Una vez salió con un chico varios años más joven, y lo único que quería hacer era estar todo el día en la cama con ella y lamer mantequilla de cacahuete de entre los dedos de sus pies. El chico podía oler a hojas secas y ofrecer sexo al rojo vivo en el sobre pero una chica puede mantener relaciones sexuales hasta hartarse solo antes de que las ganas de comer intervengan.

“En absoluto. Siempre me han gustado los hombres mayores, con más experiencia. De hecho, Joe era ocho años mayor que yo.”

El nombre de Joe trajo a la mente de Claire una pregunta que había estado deambulado por su cabeza desde que Ruby le había contado la historia de su muerte. “¿Qué sabes sobre la historia de tus minas?”

“Solo que Joe se las compró a un viejo buscador de oro cuando se mudó de nuevo a Jackrabbit Junction y ahora son mi dolor de cabeza.”

“¿Crees que podría encontrar información sobre ellas en la biblioteca local?” Si iba a tratar de disuadir a la empresa minera, necesitaba saber la historia detrás de esos fosos en el suelo y si el fémur desempeñaba algún papel importante en la misma.

“Puede ser que tengan algunas copias de los planos de las minas, pero probablemente tendríamos más suerte buscando en la oficina de Joe en el sótano. No te fijes mucho en lo sucio que está todo. No he tenido tiempo ni ganas de limpiar desde que traté de encontrar el tesoro oculto de Joe.”

Claire había planeado arrastrar su lamentable culo de nuevo hasta Sócrates Pit al día siguiente por la tarde para tomar algunas fotos de las huellas de Henry y todo lo que pudiera encontrar en torno a ellas, pero a lo mejor podía hacerlo después de cenar. No debería llevarle más de una hora. Podría entrar y salir antes de que el sol cayera detrás del horizonte.

La idea de pasar el rato en Sócrates Pit después del anochecer no le daba demasiada seguridad.

“Perfecto,” dijo Claire, su voz de nuevo a un volumen normal cuando la canción de Ruby llegó a su fin. “Planeo haber terminado con esa pila de leña mañana por la mañana. Te buscaré tan pronto como—”

“¡Maldito idiota!” Ruby saltó fuera de su taburete. Mujeres Maduras había comenzado a sonar de nuevo, ahogando el pitido en los oídos de Claire. “Parece que no entiende lo que 'No' significa. ¡Antes comería sapos crudos y me bebería el pis de las serpientes!'“

Ruby tiró su bebida sobre la barra, derramando una tercera parte de la cerveza en la madera de roble llena de marcas.

“¡Espera!” Claire estiró el brazo para sujetar a Ruby pero falló.

Perdió el equilibrio, su taburete se fue hacia un lado y su cabeza golpeó el suelo cubierto de serrín y cáscaras de cacahuetes.

* * *

Una sensación de tranquilidad se apoderó de Mac cuando vio a Ruby entrar a zancadas en la sala por la puerta de atrás. El humo y todas las mierdas de las que habían estado hablando sus compañeros de juego, habían originado una espesa nube en el ambiente y ardor en sus ojos y oídos. La próxima vez que alguien le preguntara si sabía jugar al Euchre, echaría a correr en la dirección contraria.

“¿Dónde está Claire?” Le pregunto Mac a Ruby, dejando caer sus cartas sobre la mesa. Tenía que convencerla de que se mantuviera alejada de esas minas.

“Volviendo de regreso a la Winnebago de Harley.”

Mac no esperó a decir adiós. Corrió por la puerta trasera y vio a Claire a punto de girar por la esquina de la tienda. “¡Claire, espera!”

Ella se detuvo y se giró mientras que él trotaba hacia ella. La luz del porche bañaba sus mejillas de un color amarillento.

A las ranas que croaban sus melodías nocturnas junto al arroyo, se les unió un coro de grillos.

“Necesito hablar contigo sobre algo.” A medida que se acercaba, pudo oler el eau de toilette de The Shaft— una fuerte mezcla de cigarrillos y alcohol, revuelta con un toque de serrín.

Ella miró su muñeca, donde no había ningún reloj y probablemente, nunca lo había habido. “Está bien, tienes cinco minutos antes de que me convierta en una hada madrina peluda.”

Mac abrió la boca para corregirla, pero notó un olor subyacente que derivaba de ella—un olor que le recordó a Mabel. Sonrió. “¿Por qué hueles a ambientador de plátano?”

“No quiero que Abuelo note que he estado bebiendo.”

El ambientador no iba a ser de gran ayuda. “Pero le dijiste que ibas a llevar a Ruby a la taberna.”

“¿Qué quieres decir?” Preguntó arrastrando las palabras.

Mac echó un vistazo a las ventanas del segundo piso de la tienda y vio a Jess espiando a escondidas a través de una pequeña abertura en las cortinas. Ruby debía haberla despertado y enviado a la cama.

Genial, audiencia. No necesitaba que Jess fuera testigo de lo que estaba a punto de decirle a Claire. La niña difundía los secretos de la gente como una revista sensacionalista.

“No importa.” Mac tomó a Claire por el brazo y tiró de ella hasta las sombras del sauce más cercano. “Escucha, quiero hablar contigo sobre mañana.”

“Déjame adivinar, ¿necesitas que te lleve a algún otro lado?”

“Casi. Necesito que te mantengas alejada de las minas.”

“No. ¿Por qué?”

“Porque…” Vaciló por un momento, inseguro de lo que realmente quería compartir con ella sobre sus sospechas.

Mientras que las sombras borraban muchos de los rasgos de Claire, sus ojos aún brillaban hacia él. No necesitaba ver la determinación en su mirada—él podía sentirla en los músculos rígidos de la parte superior de su brazo, que todavía mantenía cautiva.

Bien podría contarle toda la verdad. “Porque creo que alguien está tratando de impedir que trabaje en esas minas. Si te ven merodeando por allí, pueden pensar que estamos trabajando juntos.”

“Puedo cuidar de mí solita.”

“Ese es el alcohol hablando.”

Ella inclinó la cabeza hacia un lado. “¿Por qué debo creer que de veras te preocupas por mí? Esta podría ser tu forma de impedir que trate de interferir en la venta de las minas.”

“Si pensara que podrías tener la más mínima posibilidad de salvarle el culo a Ruby, yo—”

“¿Me envolverías en una manta como si fuera un burrito y me dejarías al otro lado de la frontera?”

Él frunció el ceño. “No, yo te ayudaría. ¿Crees que quiero ver a Ruby perder sus tierras?”

“¿De verdad me ayudarías?” Su voz bajó varios decibelios, volviéndose más sedosa.

Mac no apreciaba la forma en la que su pulso se aceleró ante el sonido de la misma y la soltó. “Por supuesto que sí, pero no hay manera de evitar que esto ocurra.”

Ella esbozó una sonrisa que mostró sus blancos dientes en las moteadas sombras. “Porque tú lo digas.”

“Mantente alejada de esas minas.”

“No, Ruby me dio permiso para traspasarlas.”

“Maldita sea, Claire. Deja de ser tan—”

Ella lo agarró por detrás del cuello y lo atrajo a su nivel. “Cállate, Mac,” susurró, entrecortada.

Luego, estrelló los labios contra los suyos.