Capítulo Dieciséis

“¡Maldita sea!” Sophy lanzó su pala hacia la cámara minera cubierta de sombras. Sus palabras, junto con el ruido del acero golpeando las rocas, se hicieron eco en las paredes de Sócrates Pit.

¿Dónde lo habrá escondido el muy hijo de puta?

Ella se arrancó los guantes. Entre el polvo que nublaba el ambiente y los veinte minutos que había estado picando sin parar, sus pulmones estaban ardiendo. Con solo unas pocas horas más libres hasta que tuviera que abrir el restaurante, otro contratiempo de este tipo no encajaba en su agenda.

Miro hacia el carro minero parcialmente enterrado entre los escombros. Había seguido sus instrucciones a rajatabla, buscando el carro donde él le había jurado que estaría. Pero eso había significado que había tenido que romper varios metros del techo que se había derrumbado en los últimos años gracias a la maldita empresa minera y a sus explosivos nocturnos.

El “botín” del que Joe se había jactado esa noche en The Shaft, estaba supuestamente escondido bajo el carro. Sus manos temblaban mientras se limpiaba el sudor de su frente. Sus sueños, su futuro—todo estaba demasiado cerca.

Pero el botín no estaba allí.

Aspirando una bocanada de aire rancio, Sophy recordó sus últimas palabras, sus últimos jadeos y súplicas. No podía haberle mentido. El miedo que había llenado sus ojos saltones había sido demasiado real.

Una sensación de incertidumbre se instaló en su estómago mientras que el oscuro silencio se cernía a su alrededor.

Pero, ¿y si lo había hecho?

Joe había sido un experto en enmascarar la verdad. Le había susurrado preciosas promesas relacionadas con Las Vegas y sus luces de neón; garantizándole un oasis en el desierto—un condominio de varios pisos a la altura de sus sueños. Y ella había sido un estúpida de primera clase. Había plasmado una sonrisa en su cara día tras día mientras que la realidad calurosa y polvorienta de su vivienda en ruinas y cupones descuentos para poder comprar comida, la envolvía.

La esperanza que había florecido en su corazón, junto con su creencia en las mágicas promesas de Joe, le había conducido hasta la pobreza. Pero después de años de turnos dobles en el restaurante y pies hinchados, había sido capaz de ver a través de sus mentiras.

Y aun así, se había quedado.

Había hecho falta que un galante alto y adulador con un sombrero blanco Stetson y botas de piel de serpiente apareciera en su vida para apartarla del lado de Joe. Susurrando promesas de deliciosos Martinis junto a la piscina, grandes apuestas que los harían ricos y sábanas rojas de satén mientras que él la sostenía entre sus brazos, el señor Stetson le había convencido de empacar sus escasas pertenencias y perseguir sus sueños de nuevo.

Pero no había sido diferente a Joe. El mundo dulce y perfecto que le había prometido se había derretido en un charco de mentiras pegajosas. En el plazo de una semana la abandonó, dejándola plagada de moretones, sin dinero, y una mano delante y otra detrás en una callejón oscuro de Las Vegas.

Nunca mostraban esos callejones en las satinadas páginas de los catálogos de viajes.

Sophy sacó un cigarrillo, lo encendió y la llama bailó en la penumbra. Ella le dio una calada, dejando que la nicotina arrasara parte de su frustración.

Había pasado muchos años soñando. Demasiados.

Después de haber vuelto a casa desde Las Vegas con el rabo entre las piernas, Sophy había vuelto a retomar su vida grasienta justo donde la había dejado.

Dos décadas de limpiar mesas y llenar dispensadores de servilletas habían arrugado su cara en el momento en que Joe entró por la puerta del restaurante. Sus padres llevaban mucho tiempo muertos; sus huesos vibrando en sus ataúdes con cada explosión de dinamita sobre las fosas de cobre.

Imágenes de su pronta reconciliación habían bailado en su mente, motivadas fundamentalmente por el deseo insaciable de Joe durante los primeros meses después de su regreso a la ciudad. Pero ella había confundido la lujuria con el amor una vez más.

Él se había reído en su cara cuando ella le había mencionado la renovación de sus votos matrimoniales. Entonces, había dejado de aparecer en su casa a altas horas de la madrugada.

El dolor de verle instalar un negocio en la esquina opuesta del restaurante, de verlo entrar y salir día y noche, hizo que recurriera a la bebida en demasiadas ocasiones. Pero esas salidas nocturnas la convencieron de que la venta de antigüedades no era el único chanchullo del hombre, y meses más tarde, sus labores de espionaje dieron sus frutos.

Sus lágrimas hacía mucho tiempo que se habían secado por ese entonces, cuando ella apuntó a la garganta de Joe, y esta vez, le hizo sangrar. Pero no por mucho tiempo, y Sophy había estado preparada para la represalia que sabía que se avecinaba.

Lo que no había esperado era que Joe se presentara con esa pelirroja en la ciudad.

Ver cómo Joe babeaba por Ruby, entregándole libremente su amor mientras que Sophy le había rogado por un poco de su cariño, quemó sus entrañas.

Dejó caer el cigarrillo y lo aplastó con el tacón de su boca, machacándolo en el suelo mientras que recordaba la sonriente cara de Ruby. Miró el carro de minerales vacío y se tragó los acres recuerdos que recubrían la parte posterior de su lengua.

El botín tenía que estar cerca. Había seguido las instrucciones a pies juntillas.

Poniéndose de cuclillas, miró con la linterna otra vez por debajo del carro. El polvo se había asentado. Su haz parecía más brillante esta vez.

Sophy se quedó sin aliento al ver otra rueda más entre los escombros. ¡Otro carro!

Ella se sentó sobre sus talones. Joe no le había mencionado la existencia de ningún otro carro. Por otra parte, el hombre no había estado muy en forma para mantener una charla profunda en ese momento.

Su pulso se desaceleró mientras que miraba hacia la pila de rocas que necesitaría romper para llegar al segundo carro. Con menos de una semana hasta que Ruby vendiera las minas, el tiempo para encontrar el botín se estaba esfumando muy rápidamente.

Y el sobrino de Ruby no dejaba de meter la nariz donde nadie le había llamado. Las dos últimas noches, había visto su camioneta debajo de Two Jakes. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que volviera a husmear por Sócrates Pit?

Sophy recogió la colilla del cigarrillo y se la metió en el bolsillo.

Mac Garner parecía no entender que jugar en esas minas era peligroso para su salud.

Tal vez era hora de poner fin a su espionaje para siempre.

* * *

Martes, 20 de abril

Claire colgó el teléfono y miró el receptor. “Todo este asunto de Joe no podría ir peor,” se dijo a sí misma. “Debería haber llamado a un médium. He oído que leer vidas pasadas está siendo el último grito en el sur de California.”

La brisa cálida de media mañana soplaba por la puerta mosquitera de la tienda general, transportando el olor a hierba recién cortada y lavanda del desierto. El suave tintineo de las campanas de viento del porche delantero de Ruby siguió el suave murmullo del viento.

Era un paraíso del desierto.

Claire sentía una imperiosa necesidad de tirarse de los pelos.

“¿Qué te ha dicho?” Preguntó Ruby desde detrás de ella.

Claire se dio la vuelta, pero se mordió la lengua, sin saber por dónde empezar ni qué omitir.

Ayer por la tarde, tan pronto como Claire y Jess cruzaron el umbral, Jess le había contado a Ruby que habían encontrado el nombre de un tipo y su número de teléfono escritos en un trozo de papel en el coche de Joe. No era que Claire tuviera previsto ocultárselo; solo que no tenía la intención de decirle nada hasta que no hubiera hecho esa llamada telefónica.

Jess no era consciente del modo en que tanta ropa sucia de Joe podría afectar a la vida de madre.

Ruby se detuvo mientras que colocaba pastelitos de nube con galleta cubiertos de chocolate en un estante, y miró a Claire con el ceño fruncido. “Escupe de una vez, chica.”

Claire esbozó una alegre sonrisa. “No me ha dicho nada. No he podido hablar con él.”

“Entonces, ¿a quién estabas gritando por teléfono?”

“A su madre.” La última persona que Claire había esperado que contestara el teléfono, era la madre del chico. A juzgar por el tartamudeo en la voz de la señora y su incapacidad para escuchar cualquier cosa si Claire no gritaba, la mujer tenía que estar rondando los noventa años.

“¿Cuándo te ha dicho que va a volver?”

Ahora venía la parte complicada. “No hasta dentro de siete años, a menos que consiga la libertad condicional.”

Ruby la miró boquiabierta. “¡¿Qué?!”

“Es una divertida historia—ha sido condenado por robo a gran escala. Le han caído de siete a diez años en la penitenciaría del estado.”

“Estás bromeando.”

“Sin embargo, según su madre, es completamente inocente.”

“Déjame adivinar, ¿han encerrado a la persona equivocada?”

“¿Acaso no es eso lo que siempre ocurre?”

Ruby ladeó la cabeza. “Pero, ¿diez años? Es un poco exagerado, ¿no?”

“Oh. ¿Me he olvidado mencionar el robo de coches, posesión ilegal de un arma de fuego, agresión a un oficial de policía, y cargos de desacato? Al parecer, el sistema judicial de Miami no es demasiado condescendiente con los criminales más repulsivos.”

Ruby le lanzó a Claire un bollo. “Parece un buen tipo.”

“Un verdadero ángel, según su madre.” Claire mordió la galleta y la nube cubiertas de chocolate. “Gracias por el desayuno. Olvidé tomarme mi medio pomelo esta mañana,” bromeó, con la esperanza de desviar sus posibles preguntas.

“¿Por qué tenía Joe el nombre y el teléfono de ese tipo en su coche?”

Claire necesitaba trabajar en sus técnicas disuasorias. “Sé tanto como tú.”

Pero en realidad, lo poco que sabía al respecto era mucho más oscuro y más criminal que lo que podía saber su jefa.

Ruby metió el último bollito en el estante y arrojó la caja de cartón vacía en el cubo de basura en su camino hacia el mostrador. “Manny tiene razón, eres un mentirosa podrida.” Sus ojos verdes se clavaron en Claire. “¿Qué estaba haciendo Joe en esa tienda de antigüedades?”

Claire se congeló con la mitad de su bollito de camino a sus labios. “Honestamente, no estoy segura.” Todavía. Sus sospechas aún se estaban fraguando, y no se sentía cómoda compartiéndolas con la viuda de Joe. “Pero estoy tratando de llegar a una respuesta para ti.”

“¿Una respuesta sobre qué?” Preguntó Mac cuando retiró la cortina de terciopelo y apareció abotonándose la camisa.

Se acercó hasta Claire y le dio un beso rápido en la boca, robándole el aliento y dejando el sabor a menta de la pasta de dientes en sus labios. Entonces agarró su mano con el bollito y le dio un mordisco a su desayuno.

Ella frunció el ceño, mirando hacia Ruby. “Será mejor que no hagas eso.”

Él hizo un gesto de desdén con la mano, apoyado en el mostrador. “Seguro que Ruby ya lo sabe a estas alturas.”

“Bueno, ahora sí, sin duda.”

“Mac tiene razón,” dijo Ruby por encima del hombro mientras que se dirigía al baño de la parte trasera de la tienda. “Tendría que estar tan ciega como un topo para no darme de cuenta de la forma en que Mac se come tu trasero con los ojos cada vez que sales de una habitación.”

La puerta del baño se cerró tras ella, dejando a Claire a solas con el demonio de ojos color avellana.

“Por no hablar del mordisco que tienes en el cuello.” Mac la inmovilizó contra la pared.

“¿Tengo un chupetón?” Genial. Estaba caminando por ahí como si fuera una valla publicitaria anunciando algún tipo de club de alterne. Sus mejillas comenzaron a arder aún más.

“Todavía no, pero lo tendrás en tan solo un segundo.” Él bajó la solapa de su blusa y clavó los dientes en su cuello.

“Mac.” Claire desvió su mirada hacia la puerta del baño cerrada.

Él deslizó las manos bajo su blusa, rozando su estómago y costillas con sus sedosos dedos.

Las rodillas de Claire comenzaron a temblar, uniéndose al motín que el resto de su cuerpo había emprendido contra la voz de la razón que le estaba gritando órdenes desde el timón del barco—mientras que este se hundía.

“No puedo dejar de pensar en todas las cosas perversas que quiero hacer contigo,” murmuró contra su carne. Su lengua abrasó su piel mientras que sus labios se arrastraban sobe su hombro.

“Pues deja de intentarlo.”

Mac se echó hacia atrás y la miró con los párpados semi-bajados. “Eres como una sirena.”

Como si fuera el relleno de un sándwich entre él y la pared, ella envolvió sus brazos alrededor de su cuello y mordisqueó su barbilla recién afeitada. “Digamos que estuviera a punto de quitarme la blusa.” El aroma picante de su aftershave hizo que los dedos de sus pies se doblasen. “¿Qué harías a continuación?”

Con los labios apretados contra su garganta, Claire pudo sentir el estruendo de su gemido a la par que lo escuchaba.

“De acuerdo, tortolitos. ¡Voy a salir!” Gritó Ruby desde el otro lado de la puerta del baño.

“Ah, maldición.” Mac plantó un beso en sus labios antes de dar un paso atrás. “Tú y yo vamos a continuar con esto en cuanto regrese de la mina esta noche.”

“¿Esta noche?” Ella frunció el ceño mientras que se estiraba la blusa, tratando de evitar que fuera excesivamente evidente que había estado restregándose con el sobrino de Ruby. “Pensé que íbamos a buscar más huesos esta tarde.”

“¡Allá voy!” Gritó Ruby, abriendo la puerta.

“Quiero terminar con Two Jakes primero.”

Bien. Iría sin él.

“Y ni siquiera contemples la posibilidad de ir sin mí,” le advirtió Mac.

“¿Ir a dónde?” Preguntó Ruby mientras que se acercaba al mostrador.

“Deja de leer mi mente,” le dijo Claire. Él era bienvenido en sus pantalones, pero no en su cerebro.

“Quiero decir que, si me entero de que has salido a buscar sola por ahí, mi oferta de ayudarte a encontrar el cuerpo dejará de estar en pie.”

Ella resopló un suspiro. Mac no jugaba limpio. El gen protector masculino estaba muy sobrevalorado. “Está bien, esperaré hasta mañana, pero después me iré contigo o sin ti.”

“Bien,” dijo Ruby. “Porque necesito que hoy te quedes aquí. Jess tiene que pasar un examen físico antes de ir a esa nueva escuela.”

Claire se estremeció al pensar en el numerito que sin duda la niña montaría de camino al médico.

“Y mientras que estaba en el baño hace un momento, he recordado algo que olvidé decirte sobre Joy y su tienda.” Ella sonrió a Claire con los ojos brillantes.

Claire no estaba tan segura de si el repentino interés de Ruby en ayudar a resolver el misterio que rodeaba a Joe era algo bueno o malo, pero se inclinó hacia delante a pesar de sus reservas. “¿Qué?”

“Hay una caja donde Joe guardaba las cosas de la tienda que solía estar en un armario cerrado con llave. Vendí el mueble después de su derrame cerebral, pero creo que la caja está todavía en el ático.”

Para un pueblo tan pequeño en el quinto pino de Arizona, a la gente en Jackrabbit Junction sin duda le encantaba usar cerraduras.

Claire miró a Mac y lo encontró mirándola con una expresión pensativa.

“Subiré a ver si puedo encontrarla,” dijo Ruby. “Puedes mirar lo que contiene esta tarde cuando te quedes cuidando del fuerte.”

* * *

Esa misma tarde, Claire se sentó junto a la caja registradora con todos los papeles esparcidos sobre el mostrador y en el suelo detrás de ella, por donde las ráfagas de aire tan calientes como el infierno los habían extendido. Una gota de sudor corría por su espalda. Su desodorante le había abandonado hacía ya una hora.

¿Qué diablos había pasado con la primavera? ¿Se la habían saltado?

Por mucho que hubiera estado a punto de dejarse la vida en el intento, no había podido poner ese maldito aparato de aire acondicionado en funcionamiento. La mierda de mamotreto cubierto de celo tenía mucha suerte de que su caja de herramientas no estuviera cerca, de lo contrario, lo hubiera destrozado y le hubiera ofrecido cada una de sus piezas al Dios del sol a cambio de unas pocas nubes.

Si Ruby no volvía pronto a casa y la rescataba, las chocolatinas no serían nada más que charcos de chocolate en el suelo.

Después de cubrir su rostro con un paño húmedo y frío, y tomar varias bocanadas de aire, Claire regresó al libro de contabilidad general abierto delante de ella. A juzgar por las cifras garabateadas en las páginas, la tienda de Joe no parecía estar dando sus frutos. El montón de recibos y facturas de venta sobre el mostrador parecía demasiado pequeño después de que Joe se hubiera encargado del negocio durante más de una década.

Su primer pensamiento fue que Ruby tendría más cosas de Joe guardadas en cualquier otro lugar, pero las fechas de los periódicos abarcaban desde la apertura de la tienda hasta que Ruby vendió el inventario restante por un importe insignificante después del infarto cerebral definitivo de Joe. Claire había visto mercadillos de los que se sacaban más beneficios.

Las campanillas sobre la puerta mosquitera tintinearon. Claire giró la cabeza para ver un par familiar de ojos azules pálidos y una frente arrugada.

“¿Qué estás haciendo aquí?” Preguntó Abuelo.

Claire se sentó con la espalda recta, estirándola. “Yo también me alegro de verte, Enanito Gruñón.”

Su frente se arrugó aún más. “Ya sabes lo que quiero decir. Me esperaba…” Él parpadeó, y luego negó con la cabeza. “Da igual.”

“Esperabas que fuera Ruby quien estuviera sentada aquí,” terminó Claire, riendo cuando el rostro del abuelo se puso rojo como una langosta.

“He dicho que da igual.” Se acercó a la nevera de cervezas y abrió la puerta.

Claire dejó caer el libro mayor sobre el montón de la otra documentación contable en la caja y sacó menos de la mitad de una resma de tickets de venta, confirmaciones de recibos de mercancías, y declaraciones de impuestos trimestrales.

Sus dedos rozaron la esquina de algo duro. Con cuidado, sacó un marco de fotos de 10x15 y se quedó mirando una foto de periódico amarillenta de Joe, más joven de lo que parecía en la foto de boda que Ruby tenía sobre su cómoda. Estaba de pie justo enfrente de su tienda de antigüedades, luciendo una estúpida sonrisa.

Claire leyó el titular al pie de la imagen.

Las Ganancias de un Hombre Local gracias al Pasado

La primera tienda de antigüedades de Jackrabbit Junction celebrará su gran inauguración el sábado, 01 de junio. Situada junto a Creekside Supply Company, Joe Martino ofrece excelentes precios en antigüedades americanas de finales del siglo XIX y comienzos del XX. Asegúrense de venir y echarle un vistazo.

¿Antigüedades americanas? Claire se quedó mirando la imagen de nuevo, sosteniendo el marco tan cerca que su aliento empañó el cristal. Podía escuchar su corazón latiendo en sus propios oídos. “¡Ah, ja!”

“Ah, ja, ¿qué?” Abuelo dejó caer un paquete de seis cervezas en el mostrador.

Claire bajó el marco y frunció el ceño ante las latas. “Pensé que no te gustaban las Miller Light.”

“No es para mí.”

“Entonces, ¿para quién?”

“No es asunto tuyo.”

Claire negó con la cabeza y procedió a cobrarle la cerveza. “Cada día es más difícil convivir contigo. ¿Qué está pasando?” Ella tenía la sensación de que tenía algo que ver con cierta pelirroja.

Abuelo gruñó. “Nada.”

Tonterías. Claire decidió probar por otro camino. “A Ruby tiene que gustarle la Miller Light.”

“No, le gusta la Corona.”

“¿En serio?” Sonrió, aceptando el dinero que él empujó sobre el mostrador de mala gana. Ella movió sus cejas hacia él. “¿Qué más le gusta?”

“Claire,” le advirtió.

“Está bien, está bien, lo dejaré estar por ahora.” Tomó la imagen de nuevo. “Pero no creas que no he notado la forma en que la mirabas la otra noche.”

Abuelo asintió hacia la imagen. “¿Qué es eso?”

Ella levantó el recorte del periódico. “Es el esposo de Ruby, Joe.”

“Sé de sobra cómo era el marido de Ruby,” dijo casi gruñendo, y luego suspiró. “Lo siento.”

Claire sonrió ante sus evidentes celos. Señaló la foto. “Échale un vistazo al armario a su lado.”

Abuelo sacó las gafas de montura metálica del bolsillo de su camisa y se las puso, mirando la foto atentamente durante unos segundos. “¿Qué pasa con él?” Él la miró por encima de las lentes.

“Es una despensa estadounidense del siglo XIX.”

“Has estado viendo demasiadas antigüedades en esos malditos episodios que tu madre pone a cada momento del día.” Volvió su atención a la foto. “Como he dicho antes, ¿qué pasa con el mueble?”

“Su valor es notablemente inferior a los muebles del siglo XVIII francés…” se fue apagando, recordando de pronto la compañía en la que estaba; o más bien, la compañía en la que no estaba. “No importa.”

Los ojos del anciano se estrecharon. “Conozco esa mirada, Claire Alice Morgan. Te estás metiendo en algún problema de nuevo.”

Ella le arrebató la imagen. “Para nada.” Al menos, no por ahora.

Abuelo resopló.

“Solo estoy tratando de ver algunas cosas en esta fotografía vieja.”

Él agarró su cerveza. “Menuda detective estás hecha.”

“¿Qué se supone que significa eso?”

“Estás tan ocupada fijándote en los muebles que ni siquiera te has dado cuenta del hombre detrás del mostrador al fondo de la tienda.”

“El hombre detrás del mostrador,” repitió Claire, frunciendo el ceño.

“El que está de pie junto a la imagen de Johnny Cash.”

“Me pregunto quién… oye, este tipo se parece mucho a…” Ella entrecerró los ojos. El hombre se parecía mucho al tipo de las fotos en los pasaportes. Una barbaridad.

Claire levantó la vista. Abuelo estaba lanzándole una de sus miradas sospechosas de pistolero.

“Me pregunto si Ruby sabrá de quién se trata,” dijo, tratando de disuadirlo.

“Lo dudo.”

“¿Por qué estás tan seguro?”

“En primer lugar, esa foto tiene casi diez años. Ruby lleva viviendo aquí cinco. Y en segundo lugar, me dijo que Joe trabajaba solo, que nunca tuvo ningún socio.”

“¿Cuándo te dijo eso?”

Él echó un vistazo hacia la puerta mosquitera. “Hace poco.”

“¿Cuándo?”

“No es asunto tuyo.”

Claire suspiró. Escapar de Alcatraz sería menos tedioso e irritante que interrogar al abuelo. Tendría que arrinconar a Ruby.

“Entonces, ¿cómo voy a saber quién es este tipo?” Preguntó mientras que Abuelo abría la puerta mosquitera.

“Bueno, si yo fuera tú, Kojak,” su petulante sonrisa estaba de vuelta, “iría a hacerle una visita al vecino de Joe—el dueño de Creekside Supply Company.”

* * *

Mac miró el mapa de la mina Two Jakes. La luz en su casco iluminó las notas que había tomado en los últimos dos días sobre varios túneles y sub-cámaras que faltaban.

Varios guijarros se movieron delante de él entre las sombras. Una rata del tamaño de un ladrillo lo observaba con sus brillantes ojos. Mac hizo una mueca ante su cola sin pelo mientras que el roedor se escabullía.

Maldición, odiaba las ratas.

Con la medianoche aproximándose, Mac necesitaba más tiempo. Tenía tres túneles más que mapear y sabía que muchos túneles secundarios partían de aquellos. Pero le había prometido a Claire que le ayudaría mañana.

Además, después de su jueguecito seductor esta mañana, tenía planes que implicaban una habitación de hotel, una botella de vino de sandía que había encontrado en Tucson hacía unos días, y a Claire—preferentemente sin ropa.

No quería que nada arruinarse sus planes de quedarse a solas con ella. Desde luego, no una mina vieja que apestaba a humedad ni tres viejos cascarrabias.

Mac enrolló el mapa y se dirigió hacia el socavón principal, siguiendo las marcas de pintura de aerosol color naranja que había usado como si fueran miguitas para no perderse.

Una fuerte explosión resonó en la mina.

Él se quedó inmóvil mientras que la tierra retumbaba a su alrededor. Diminutas piedrecitas llovieron desde el techo, repiqueteando en su casco.

Entonces el estruendo se detuvo, y una brisa rancia voló por delante de su cara, enfriando el sudor que había brotado de su piel en los últimos segundos.

¡Mierda! El miedo pesaba como una bala de cañón en su estómago. Agarrando su mochila, corrió a toda velocidad por el túnel lateral; sus botas haciendo ruidos sordos mientras que pisoteaba la tierra. Rodeó la curva por donde el túnel se unía al socavón principal y corrió por la pendiente hacia la salida.

El polvo, ahora un banco de niebla espesa, recubría su garganta. Tosiendo, giró otra esquina y se deslizó hasta detenerse.

Su corazón latiendo con fuerza pareció desplomarse, entonces, se agitó salvajemente.

“¡Hijo de puta!” Susurró.

Un montón de piedras y maderas le separaba del resto del mundo, sepultándolo bajo el suelo del desierto.