Capítulo Seis

Domingo, 11 de abril

“¡¿Dónde está mi maldito perro?!” Gritó Abuelo.

Claire se despertó sobresaltada. Saltó del sofá y pisó con su pie desnudo el canto de la bota de Abuelo. “¡Hijo de—arrggghhhh!” La rodeó cojeando mientras que trataba de abrir sus somnolientos ojos.

“Claire, ¿dónde está Henry?” Abuelo la miró con el ceño fruncido.

“Está eh…” Una mirada al despertador hizo que se alarmara. ¡Mierda! Iba tarde—quince minutos tarde. Se había olvidado de poner la alarma anoche. Se pasó la mano por el flequillo y miró a su alrededor tratando de encontrar su gorra de Mighty Mouse. “Está un poco, umm…” Cogió sus vaqueros del suelo y su camiseta amarilla desteñida de Cheerios de la pila de ropa limpia encima de la televisión y luego retrocedió hacia la puerta del baño.

“¡Claire!” Su rostro tenía el mismo color que la cadena de luces de color rojo que colgaba del toldo de Manny. Dio un paso hacia ella.

“Está un poco perdido.” Ella se metió en el baño y cerró la puerta corredera detrás de ella.

“¡Claire Alice Morgan!” Abuelo golpeó la endeble barrera. “¡Saca tu trasero aquí ahora mismo y explícate!”

“No puedo,” gritó mientras se ponía los pantalones vaqueros. “Me estoy cambiando.” Se arrancó la parte superior de su pijama de Oscar el Gruñón y deslizó la camiseta sobre su cabeza. Roció un poco de pasta de dientes en su cepillo y se cepilló los dientes apenas el tiempo suficiente como para probar el gel con sabor a menta en su lengua.

Sin nada más que la mantuviera en el baño, Claire respiró hondo y se preparó para la tormenta.

Abrió la puerta. “Escucha,” declaró mientras miraba a los ojos azul hielo de su abuelo. “Suena peor de lo que realmente es. Salió corriendo y mi linterna dejó de funcionar, así que lo perdí en la oscuridad.” No había necesidad de mencionar a los coyotes llegados a este punto. Ni tampoco a Mac. Ambas cosas solo darían lugar a más preguntas. “Pero te prometo que tan pronto como salga de trabajar esta tarde, iré a hasta la mina y lo buscaré.”

Abuelo frunció sus espesas cejas aún más. “¿Mina?”

El tiempo no dejaba de correr y ya iba veinte minutos tarde. Ruby iba a lamentar haber contratado a una inútil como ella.

“No tengo tiempo para explicártelo ahora mismo. Solo confía en mí—lo encontraré.” Poniéndose de puntillas, Claire plantó un beso en la mejilla rugosa con restos de barba de Abuelo, luego pasó por delante de él y tomó su gorra de camino hacia la puerta.

“¿ vas a encontrarlo?” Abuelo salió con ella al sol de la mañana. “La última vez que dijiste esas palabras volviste a casa con una mofeta. Tuvimos que quemar el sofá, rascar la alfombra y bañar al perro en V-8 durante una semana para poder deshacernos del hedor.”

Claire empujó su gorra sobre su despeinado pelo y levantó la barbilla. “Eso no es justo. Solo tenía ocho años. Además, tú fuiste el que pinto esa raya blanca en Blacky para hacerte el gracioso.”

Abuelo torció el labio. “Sí, bueno,” su irritación era palpable en su tono de voz, “solo asegúrate de que sea mi perro el que traigas a casa esta vez.”

Él se quedó mirando hacia la hilera de álamos que albergaba Jackrabbit Creek, dispersos alrededor de la frontera occidental y el sur del parque. Unos grandes surcos habían perforado sus cortezas por donde las lunas crecientes normalmente se filtraban. “Al viejo perro no le gusta perderse ni una sola comida, y mucho menos dos.”

“Lo sé.” Los aullidos lastimeros de hambre del animal eran difíciles de olvidar. “Verás como aparece. No te preocupes.” Ella se preocuparía por los dos.

Claire se despidió de Abuelo con la mano y salió al trote hacia la tienda de Ruby. Minutos después, jadeando, subió las escaleras y alargó el brazo para girar la manija de la puerta mosquitera. La puerta se abrió antes de que la tocara y Jess salió al porche con una enorme sonrisa en su rostro.

“Hola, Claire,” canturreó mientras saltaba todos los escalones de golpe y corría hacia la camioneta Ford color azul de Ruby.

Claire cogió la puerta antes de que se cerrara mientras observaba a Jessica subirse en el asiento del conductor y hacer como si estuviera conduciendo. “¿Adónde irá?” Se preguntó en voz alta.

Se dio la vuelta para entrar y se detuvo en seco al ver la nuez de Adán de Mac.

“Viene conmigo.”

Claire levantó la vista. Su cabello color miel estaba húmedo y rizado en las puntas. Sus ojos castaños la miraban desde detrás de unas gafas de montura metálica apoyada en su recta nariz.

“Buenos días, Mac.” Las gafas le daban un aspecto sofisticado que la dejó un poco sin aliento.

“Buenos días, Claire,” dijo asintiendo con la cabeza, luego la agarró por los hombros y suavemente la apartó a un lado para que pudiera pasar por delante. El aroma a salvia caliente horneada bajo el sol del mediodía se aferraba a su piel.

Claire se quedó mirándole mientras que caminaba a través de la tierra y la grava esparcida. Sus pantalones vaqueros Levi abrazaban sus largas piernas. Ella silbó entre dientes. Bonito culo.

Mac esperó a que Jess se cambiara al asiento del pasajero antes de montarse y arrancar el camión para poco después sostenerle la mirada de Claire durante varios segundos a través del parabrisas delantero.

Jess daba saltitos en su asiento cuando se despidió de Claire con la mano mientras avanzaban por el puente que conducía fuera del parque. Claire le devolvió el saludo y se preguntó si alguien habría metido unos frijoles saltarines mexicanos en los shorts de la chica esta mañana.

Alejándose de la nube de polvo y de gases del tubo de escape, Claire dio un paso dentro de la tienda fluorescentemente iluminada. Ruby estaba detrás del mostrador con la cadera apoyada en la caja registradora mientras se comía a cucharadas algo que parecía un yogur de fresa en un pequeño vaso de plástico.

Ella sonrió mientras Claire se acercaba. “Buenos días.”

“Siento mucho haber llegado tar—” Comenzó, pero Ruby le quitó importancia con un gesto de la mano.

“Mac me dijo que el perro de tu abuelo se escapó ayer por la noche. ¿Quieres tomarte algo de tiempo libre para ir a buscarlo?”

Claire negó con la cabeza. “Henry no vendrá a mí a no ser que se esté muriendo de hambre así que será mejor que espere unas horas más.”

Se acercó al mostrador y agarró su cinturón de herramientas. “¿A dónde van esos dos?” Trató de sonar casual mientras se ajustaba el cinturón a su alrededor.

“A remolcar la camioneta de Mac hasta aquí. Hubiera ido con él pero estoy esperando una visita así que Jess se encargará de traerlo.”

“¿Estás esperando a alguien tan temprano?”

Ruby asintió. “Un responsable de la empresa minera viene a responder a mis preguntas acerca de su oferta.”

Claire dejó de tirar de los enganches del cinturón y miró a Ruby. “¿Crees que usará el método de minería a cielo abierto como hicieron en la carretera?” Sabía la respuesta a esa pregunta, junto con lo que le pasaría a la tumba de su abuela si las tierras se vendían. Pero, ¿acaso Ruby lo sabía?

Ruby tiró la cuchara sobre el mostrador y soltó el yogur. “Por supuesto. Eso es lo que hacen hoy en día. Les resulta más fácil arrasar el paisaje que excavar por debajo.”

“Entonces, ¿por qué les vendes las minas?”

“Necesito más el dinero que las tierras.”

“¿No podrías pedir un préstamo de consolidación de deuda en su lugar?”

Ruby gruñó. “Ya he recurrido a eso, por eso estoy metida en este lío. Si no pago mi préstamo con el banco al final del mes, se quedarán con la tienda y el R.V Park.”

Con el ceño fruncido, Claire se terminó de abrochar el cinturón de herramientas. “Tiene que haber otra solución.” No podía dejar que el lugar de descanso de su abuela fuera arrasado.

“Cariño, si encuentras algún árbol donde crezca dinero, avísame que iré corriendo con una maleta.”

“¿De cuánto dinero estamos hablando? ¿El coste de una casa más o menos?”

“El doble.”

Bueno, eso hacía que fuera complicado volver a recurrir a la ayuda de un préstamo. “Tiene que haber alguna otra manera de salvar este lugar sin tener que renunciar a las minas.” Y el valle salpicado de cenizas por debajo de ellas.

“Bueno, hasta que a ti o a alguna otra persona se le ocurra una idea mejor, seguiré vendiéndoselas a la empresa minera.”

Claire apretó sus manos entre sí mientras pensaba en las minas y en su encuentro con Mac la noche anterior. “Mac me ha contado que trabaja en Tucson.”

Ruby hizo girar la llave en el lateral de la caja registradora. “Sí, así es. Ha estado trabajando allí desde que se graduó de la universidad.”

“¿Ha venido entonces a pasar el fin de semana?”

“No. Se quedará unas cuantas semanas.”

“¿De vacaciones?” Claire observaba cómo Ruby abría unos rollos de monedas y los volcaba en la caja registradora.

Ruby negó con la cabeza. “Este es probablemente uno de los últimos lugares al que vendría de vacaciones. Le gustan mucho más los viajes con finalidad geológica y todas esas cosas científicas.”

“Entonces, ¿qué está haciendo aquí?” Mac se había negado a contarle nada la noche anterior. Claire esperaba que Ruby no fuera tan escueta al respecto.

“Asegurarse de que vendo esas minas por el precio correcto.”

* * *

“¿Qué te apetece tomar, encanto?”

Mac levantó la vista de Una Guía de Monedas de los Estados Unidos y sus ojos fueron atraídos al instante por las uñas rojo chillón de la camarera. Se dio cuenta de que una de ellas estaba rota mientras le daba golpecitos con el extremo del bolígrafo al menú que estaba sosteniendo y esperaba a anotar su pedido.

Dolly Parton cantaba “Here You Come Again” en una radio que parecía no haber visto el lado adhesivo de la etiqueta del precio desde principios de los años ochenta. El olor de las hamburguesas grasosas colgaba espeso en el aire.

El lugar no tenía nada que ver con la cocina de su tía Ruby pero Mac necesitaba controlar un poco los gastos. Además, debía haber pasado por este restaurante un centenar de veces en la última década. Ya era hora de que le diera una oportunidad.

“Tomaré una hamburguesa con queso y patatas fritas.”

La camarera vaciló con su boli aún cerniéndose sobre el menú.

Mac levantó la vista. ¿Por qué las mujeres mayores de esta zona llevaban tanto maquillaje? Entre la sombra de ojos brillantes de las mujeres pavoneándose alrededor de la casa de Ruby y los labios rojo pasión de la camarera, se sentía como si acabara de unirse al elenco de un viejo episodio de Laugh-In.

“¿Algo para beber?” Le preguntó con una voz más profunda que antes. Le recordó a la de Kathleen Turner—baja, sensual; esas que hacen que los hombres se queden escuchando embobados.

“Té helado.”

La mujer debía haber sido explosiva en su día. Mientras se alejaba con sus caderas prácticamente golpeando las paredes de lado a lado, su falda corta de rayas de colores lanzaba destellos a sus medias.

Mac hizo una mueca. Aparentemente Jackrabbit Junction era el lugar de reunión de conejitos de playboy maduritos patrocinados por la Asociación Americana de Jubilados.

Volvió su atención a la página que estaba leyendo. Según el libro, en 1933, el presidente Roosevelt envió una orden ejecutiva que requería que los estadounidenses entregaran sus monedas de oro.

Por desgracia, el mito de que millones de estas monedas fueron fundidas o refinadas en barras de lingotes no fue cierto. El gobierno le dio a los extranjeros monedas de oro en lugar de lingotes de oro fino, porque las monedas solo contenían 26 gramos de oro frente a los 28 gramos de los lingotes.

Viéndolo en perspectiva, de los 100 millones de monedas de veinte dólares Liberty que se emitieron entre 1850 y 1907, decenas de millones probablemente aún existirían y estarían asentadas en bancos europeos.

Si el oro se recuperase, los bancos europeos podrían tener cantidades masivas de estas monedas, y la rara moneda de oro Liberty que había encontrado en Sócrates Pit no sería tan rara.

Averiguar cuánto podría conseguir Ruby por la moneda era otro asunto totalmente diferente. Dependiendo de la devaluación de la moneda, podría valer entre 300 y 1000 dólares.

Mac cerró el libro. Era demasiado esperar que la moneda fuera a aplacar al banco que le exigía a su tía unos pocos millones de dólares.

Se sacó la moneda del bolsillo de su pantalón con cuidado de mantenerla oculta del resto de los allí presentes. Un rayo de sol se filtraba por las descoloridas cortinas de color naranja, reflejándose en la pulida superficie de oro, ligeramente gastada por la oxidación. El hecho de que no estuviera arañada ni emborronada hacia que no pudiera dejar de darle vueltas a la cabeza.

La había encontrado en una grieta entre la pared de la mina y el suelo, ocultada parcialmente en una pequeña roca. Claro, había estado protegida pero, ¿cómo podría permanecer una moneda en una mina durante más de cien años y estar tan brillante como si fuera nueva?

Volvió a guardarse la moneda en el bolsillo y extendió sobre la mesa las copias sobre la reclamación minera de Sócrates Pit.

“Aquí tienes, querido.” La camarera puso su té sobre la mesa.

“Gracias,” dijo sin levantar la vista de una de las copias.

“No te había visto por aquí antes. ¿Estás de paso?” Su suave acento era típico en este rincón de Arizona.

“No, estoy visitando a mi tía.”

“¿Ella vive cerca?”

“Es la propietaria del R.V. Park.”

La rápida ingesta de aliento de la camarera le sorprendió. Mac miró hacia arriba y levantó las cejas cuando la vio mirándole en respuesta con el ceño fruncido, que desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Ella volvió a hacer ese puchero que algunas mujeres pensaban que todos los hombres consideraban sexy.

“Estaré de vuelta con tu comida en un abrir y cerrar de ojos,” dijo y meneó la colita a través de la sala hacia una mesa llena de comensales—la típica reunión de cotilleos a la salida de la iglesia.

Mac negó con la cabeza. Las mujeres eran unas criaturas inconstantes, una comodidad sin la que podría vivir—excepto por el sexo. Lástima que rara vez se metieran en su cama sin un compromiso de futuro primero. Eso es lo que le había metido en problemas con la última. Había jurado que no volvería a meterlas bajo sus sábanas después de ese desastre. Los hoteles eran perfectos para estos casos.

El rostro de Claire cruzó por su mente, seguido de su camiseta de Cheerios perfectamente ajustada.

Ruby le había dado una sonrisa cómplice y le había guiñado el ojo en el desayuno cuando le había preguntado cuál era el apellido de Claire. Jess había parecido estar en su mundo durante la mayor parte de la comida, gracias a Dios, cantando una canción pop en voz baja.

Sin embargo, durante los ocho kilómetros hasta su camioneta, su prima le había hablado sin parar de su mujer de mantenimiento. Dudaba que mucho de lo que le había contado fuera cierto, sobre todo lo de que hubiera cogido una rata con gusanos saliéndole de la boca con sus propias manos. Jess era muy fantasiosa cuando hablaba de las personas a su alrededor, como hacía con su padre con el fin de que su vida fuera más entretenida.

“Una hamburguesa con patatas fritas.” La camarera puso un plato de comida delante de sus narices. El pan de la hamburguesa tenía una capa de brillo de grasa. “¿Puedo ofrecerte algo más?”

La boca de Mac se hizo agua. Él negó con la cabeza.

“Tenemos merengue de limón y pastel de cereza de postre. Dame una voz si cambias de opinión.”

Después de echar la salsa de tomate en su hamburguesa con queso, empezó a engullir sus patatas fritas calientes. Nada estaba tan bueno. Echó un vistazo a la reclamación de la empresa minera mientras que comía. Sus ojos estaban en el papel pero su mente, en la camioneta.

Roadrunner Auto Parts cerraba los domingos por lo que no tendría más remedio que usar el viejo Ford de Ruby hasta el martes, ya que muy probablemente tendrían que enviarle las piezas que necesitaba. A menos que condujera hasta Tucson hoy y las recogiera él mismo.

Pero incluso si fuera directamente para allá, no estaría en casa hasta cerca de seis, lo que significaba que no podría ayudar a Claire a buscar a su perro.

Mordió la hamburguesa con queso y contempló sus posibilidades.

Dando por hecho que Ruby no fuera a necesitar su camioneta en el próximo par de días, probablemente podría llegar con ella hasta las minas. Pero de ninguna manera podría el Ford recorrer el viejo y quebrado camino hasta las minas Sócrates Pit o Two Jakes. El camión tenía dos ruedas motrices de apenas treinta centímetros de altura. Tendría que llevar el equipo desde la carretera principal hasta las minas y otra vez de vuelta.

Patsy Cline se lamentaba en la radio por estar tan loca como para sentirse sola mientras que él se tragaba el último bocado de su hamburguesa.

Conducir a Tucson, sin duda, sería más productivo que recorrer el desierto con Claire pero mucho menos entretenido.

Recogió sus cosas y se acercó a la caja registradora. La camarera le mostró su sonrisa más seductora mientras golpeaba las teclas.

Mac arrojó un billete de diez. “Nos habrás visto un Beagle corriendo por aquí afuera, ¿verdad?” Le preguntó mirándola a la cara cuando le dio el cambio.”Es de mediana altura y cada uno de sus ojos tiene negro alrededor.”

“No puedo decir que lo haya visto,” respondió la mujer mirándolo a los ojos.

Maldita sea. Dejó caer una propina en la mesa a la salida. Cuando salió al sol del mediodía, se quedó mirando hacia el camino que conducía a Tucson. Podría estar allí en un par de horas.

Subió al viejo Ford, lo puso en marcha y se dirigió de nuevo al R.V. Park.

* * *

Sophy miró a través de las ventanas llenas de huellas plantadas mientras que el sobrino de Ruby se alejaba a toda velocidad. El nudo en su estómago confirmó sus peores temores—la puerta de Jackrabbit Junction estaba a punto de ser cerrada a cal y canto.

Tomó la propina que Mac le había dejado y se la metió en el sujetador. Los billetes nuevos hicieron cosquillas en su piel. El hecho de que el sobrino de Ruby fuera el hombre que había estado buscando al perro anoche hizo que el sudor brotara en su labio superior.

Sacó un paquete de cigarrillos Pall Mall del bolsillo de su delantal, salió a través de la puerta delantera del comedor y se deslizó hacia la parte de atrás del restaurante. El rugido de un coche ahogó el suave clic de su mechero al encenderlo.

El perro estaría a buen recaudo durante todo el tiempo que lo necesitara aunque su incansable aullido hacía que a veces sintiera ganas de dispararle. Maldita fuera su debilidad por las criaturas de cuatro patas.

Le dio una larga calada al cigarro. Entonces, si el sobrino de Ruby era quien había estado buscando al perro, ¿quién era la mujer de la otra noche? Desde luego no era Ruby.

La puerta trasera se entreabrió. “¿Sophy?” El cocinero te necesita. El chico se sobresaltó cuando ella salió de detrás de la puerta. “Oh, ahí estás. El tipo de la camisa rosa quiere la cuenta.”

“Ya mismo salgo.” Ella exhaló una bocanada de humo.

Cuando apagó el cigarrillo y lo arrojó en dirección del contenedor de basura, pensó en las copias de la reclamación minera que el sobrino de Ruby había estado hojeando. Sócrates Pit, donde Joe había escondido el botín, estaba entre las minas que reclamaban.

Tenía que encontrar la manera de mantener al sobrino de Ruby alejado de ella.

* * *

“¿A dónde vas?” Preguntó Jess.

Claire se detuvo en el último escalón del porche de Ruby. Jess estaba repantigada en una silla de jardín de plástico con los pies apoyados en la barandilla del porche y una botella de Mountain Dew en la mano.

“A comer.” Claire se acercó a la tierra, la grava crujía bajo sus tenis.

Había estado tan apurada esta mañana por no llegar demasiado tarde y por no escuchar más a su abuelo que no había dejado de preguntarle por su perro perdido sin parar, que se había olvidado de desayunar y mucho más de coger dinero para más tarde.

Oyó unos pasos que corrían hacia ella por su espalda. “¿Puedo ir contigo?”

“¿No tienes tareas que hacer?”

“Na. Estoy en el recreo.” Jess se puso a su altura.

“Los estudiantes de secundaria no tenéis recreo.”

“Bueno, Ruby dice que tengo que correr alrededor del parque cada día para quemar un poco de energía. Lo llama el recreo.”

“Tienes una madre genial.” La madre de Claire probablemente no le habría siquiera concedido un descanso para ir al baño—la muy dictadora. Le habría dicho que es importante aprender a controlar las funciones del cuerpo.

“Creo que la saco de quicio. Por eso que me quiere enviar a la escuela.” Jess suspiró de una manera dramáticamente patética. “No sé por qué se molestó siquiera en tenerme.”

Ah, el drama de la adolescencia. Claire volteó los ojos detrás de sus gafas de sol.

“Probablemente solo para tener a alguien a quien torturar.”

“Probablemente.” El tono frívolo en la voz de Jess marcó el final de esa particular conversación. “Espero que Mac vuelva a casa pronto. Me prometió que me enseñaría a aparcar en paralelo.”

Claire apretó los dientes al oír el nombre de Mac. Si ella no necesitase su ayuda para encontrar a Henry, lo ataría y lo mantendría prisionero en la caseta de herramientas hasta que hubiera pasado el día de la firma del contrato con la empresa minera.

“Ha preguntado por ti en el desayuno,” dijo Jess mientras pasaban frente a los baños al otro lado de la Winnebago Brave de Chester.

A pesar de su actual campaña anti-Mac, una pequeña burbuja de felicidad se formó en su pecho. Claire hizo todo lo posible por explotarla.

“Quería saber cuál es tu apellido.”

No era la típica pregunta que un atractivo hombre suspirando por una mujer haría.

Manny, Chester y Abuelo estaban sentados a la sombra bajo el toldo de la Winnebago de este último. ¡Maldita sea! Había esperado poder salir y entrar sin más preguntas sobre el paradero de Henry.

“Mac piensa que estás muy buena.”

Claire giró la cabeza bruscamente hacia la joven. “¿Ha dicho eso?”

“Bueno, no exactamente. Pero apuesto que si te delineas los labios con mi lápiz de labios rosa oscuro y usas mi brillo de frambuesa, querrá morrearte todo el tiempo.”

“¿Morrearla?” Preguntó Abuelo después de haber estado obviamente escuchando. “¿Qué diablos es eso?”

Jess suspiró como una adolescente aburrida tratando con un adulto obtuso. “Es lo mismo que besar.”

Abuelo miró a Manny. “¿Es una palabra mexicana?”

“No en mi diccionario.” Manny lanzó varias miradas lascivas a la cintura de Claire. “¡Ay Ay Ay! Llevas un cinturón de herramientas.”

“Un morreo es como un beso francés,” aclaró Jess.

“Creo que se refiere al asiento trasero del bingo,” ofreció Chester con las mejillas hinchadas mientras le daba una calada al cigarro.

“¿Por qué no vienes aquí y me muestras lo que llevas en tu cinturón de herramientas?” Dijo Manny humedeciéndose los labios.

Claire sacudió la cabeza ante el terremoto sexual de sesenta y nueve años de edad. Manny necesitaba algo más que una esposa. Necesitaba un harén entero.

“¿Cuál es el asiento de atrás del bingo?” Preguntó Jess.

“Mantén tus manos apartadas de mi nieta, Carrera.” Abuelo miró a Jess. “¿Cuál es tu nombre, chica?” Parecía estar ignorando la pregunta de la joven, o tratando de distraerla.

“Jessica pero puedes llamarme Jess.”

“Yo salí con una Jessica una vez,” dijo Manny sin apartar la mirada de las caderas de Claire. “Tenía unos ojos verde esmeralda y unos grandes y encantadores—”

“¡Manny!” Interrumpió Claire. “Hay público demasiado joven.”

“Tú ya no eres tan joven,” le dijo Abuelo a Claire con una sonrisa.

“¿Cuál es el asiento de atrás del bingo?” Volvió a preguntar Jess.

“Iba a decir grandes dientes,” explicó Manny mientras tomaba un sorbo de lo que parecía zumo de arándanos.

“¿Quién quiere morrease contigo?” Preguntó Abuelo a Claire.

Chester se echó a reír. “¿Qué pasa, Harley? ¿Tienes miedo de que vaya a triunfar antes que tú?”

“Cierra tus asquerosos labios, viejo buitre.” Abuelo se volvió hacia Claire. “¿Y bien?”

“Nadie.” Triste, pero cierto. No le vendría nada mal un buen morreo para apartar la mente de sus problemas. “Jess solo me estaba vacilando.”

“No es verdad. Mac nunca habla de ninguna chica y me dijo que tú le parecías muy interesante.”

Claire dudaba que eso fuera algo bueno.

“¿Quién es Mac?” Preguntaron Abuelo y Manny al unísono.

“No importa.” Claire deseaba que la tierra se la tragara. Se alejó y abrió la puerta de la Winnebago de golpe.

“Es mi primo,” Claire escuchó a Jess decir justo antes de cerrar la puerta detrás de ella.

Encendió la radio, con la esperanza de ahogar la conversación de fuera. Hank Williams Jr. continuó hablando sobre sus tradiciones familiares mientras que ella agarraba el pan de la alacena y untaba un poco de mantequilla de cacahuetes sobre una rebanada y un poco de mermelada casera de albaricoque de su tía María en la otra.

Ella también tenía algunas propias tradiciones familiares de las que le gustaría quejarse; los chantajes y sobornos de su madre encabezarían la lista.

Le dio un gran mordisco a su sándwich. Su mirada se posó en la foto de Henry pegada a la nevera con un imán del Parque Nacional de Yellowstone. Su preocupación erizó el vello de su nuca. Si no encontraba al perro hoy, su vida se convertiría en un infierno.

Henry y Abuelo habían estado juntos durante más de cinco años. La última cosa que necesitaba ahora era que todas esas chicas sacadas de Internet trotaran alrededor de abuelo como ponis de exhibición mientras que se sentía solo por la pérdida de otro amigo.

Claire dejó su bocadillo sobre el mostrador, abrió la nevera, cogió un trozo de queso de cabrales sellado en una bolsa de sándwich y se lo metió en el bolsillo de su chaqueta. Después guardo una pequeña bolsa de patatas de cebolla con crema agria en el otro.

La única forma en la que iba a conseguir que Henry regresara a ella era con la ayuda de un cebo—su comida favorita. No había ninguna necesidad de que Abuelo viera lo que estaba haciendo, solo incrementaría sus dudas sobre su capacidad de hacer algo bien.

La fama que tenía de no acabar nunca las cosas era un lastre para su optimismo. Abuelo nunca se había hecho eco de los sermones que le había dado el resto de la familia sobre la universidad, el trabajo, relaciones y promesas, pero sabía que debía estar pensando en ello en este preciso instante.

Apagó la radio y salió fuera con su sándwich de mantequilla de cacahuetes y una chaqueta en la mano.

“—Y así es como me di cuenta de que se había operado las tetas,” terminó Chester.

Claire casi dejó caer su sándwich mientras miraba perpleja al amigo de su abuelo. “Oh, qué bonito. Estoy segura de que a la madre de Jess le encantaría saber las cosas que le estás enseñando a su hija.”

“Oye, ¡me ha preguntado! No podría mentirle a un niño.”

“No pasa nada, Claire,” dijo Jess. “Sé lo que son las operaciones de tetas. Sally James se hizo una y ahora se tiene que apartar a los chicos de encima con un palo.”

“Hablando de chi chis,” dijo Manny mirando a Abuelo, “He oído que tienes una cita esta tarde con DeeDee.”

“No la llaman Doble-D por nada,” añadió Chester con una risa de la que cualquier viejo verde estaría orgulloso.

Claire levantó las cejas. “¿Quién es DeeDee? ¿La mujer con la que estuviste anoche?”

“Esa era Virginia,” respondió Abuelo, evitando la mirada de Claire.

“No hay nada de virgen en las caderas de esa mujer,” gruñó Manny como un tigre.

Jess se echó a reír.

Claire se concentró en Abuelo. “¿Quién es DeeDee?” Repitió.

“No es asunto tuyo. Tú solo céntrate en encontrar a mi perro. Además, las reglas dicen que no se hablará de ninguna cita que tenga lugar fuera de la Winnebago hasta veinticuatro horas después del evento.”

Oh, sí. Se había olvidado de eso. “Está bien. Hablaremos de este nuevo encuentro amoroso tuyo mañana durante la cena.”

Abuelo arrugó la frente como uno de esos perros Shar Pei. “Para tu información, no es algo tan sórdido como crees.”

“Solo van a salir de picnic,” añadió Manny.

“Odias los picnics,” dijo Claire.

“Tu abuelo tiene la esperanza de conseguir un poquito de 'amor de medianoche',” ¿no es así, Harley?” Chester le dio un guiño de complicidad.

“¿Es 'amor de medianoche' lo mismo que el asiento de atrás del bingo?” Preguntó Jess.

Claire agarró el brazo de Jess y tiró de ella hacia la tienda. “Te lo explicaré más tarde cuando estos tres viejos verdes estén lo suficientemente lejos como para dejar de corromperte.”

“¡Ni se te ocurra espiarme!” Gritó Abuelo detrás de ella.

“Jamás se me ocurriría,” vociferó ella en respuesta.

“¡Y ni se te ocurra volver a casa sin mi perro!”