Capítulo Quince
Suspirando de alivio, Mac estacionó su camioneta frente a la tienda de Ruby. Detrás de la corona caída del viejo sauce, el horizonte brillaba con la última luz del día.
Últimamente, se encogía cada vez que metía la llave en el contacto. Por mucho que hiciera sus inspecciones de rigor antes de salir a la carretera, no podía evitar que sus hombros se tensaran después de haber salido volando por la ruta 191 la otra noche.
Quienquiera que quisiera mantenerlo alejado de las minas debía haber notado que seguía merodeando por allí. ¿Cuánto tiempo iba a pasar hasta que recibiera otra advertencia no tan sutil de “Prohibido el paso?”
Agarró su mochila y se dirigió por el lado de la tienda. Ranas toro croaban sus serenatas nocturnas a orillas del arroyo, sonando como una sinfonía de muelles de una cama chirriante.
Cuando entró por la puerta trasera, una pared de humo de cigarrillos lo golpeó en la cara. Tosiendo, agitó la mano a través de la neblina.
“Así que le dije a Fanny que era solo un sarpullido por el calor,” la voz de Chester se elevaba por encima de la de Garth Brooks, quien estaba canturreando sobre lo que era tener amigos en los lugares más bajos. “Pero aun así, no quiso tocarlo.”
Mac hizo una mueca. No podía culpar a Fanny.
“¿Qué hay, Mac?” Preguntó Ruby desde su asiento en la mesa de juego. “Hay cervezas en la nevera y patatas fritas sobre la barra del bar.”
Harley, vestido con su cigarrillo, sus tirantes y atuendo habitual para jugar a las cartas, descansaba justo frente a ella. Manny y Chester estaban sentados a ambos lados de su tía. Cada uno de ellos tenía tres cartas en sus manos.
Un poco de comida sonaba bien. Un poco de cerveza, aún mejor. El polvo de las minas todavía cubría su garganta.
“¿Dónde está Jess?” Preguntó, agarrando una Corona fría de la nevera. Era demasiado pronto para que ya estuviera en la cama.
“Arriba,” respondió Ruby. “Probablemente conspirando contra mí.”
¿Dónde estaba Claire? La pregunta pesaba en su lengua, pero no iba a conseguir nada más que respuestas burlonas de esos bufones, y todavía le dolían las costillas de su intercambio de esta mañana.
“A ver si puedes superar eso, bastardo,” le dijo Chester a Harley mientras que lanzaba un as de corazones sobre la mesa.
“¿Algún problema anoche?” Le preguntó Ruby a Mac con una penetrante mirada.
Ella le había dejado muy claro en el almuerzo que quería que dejara de jugar a los detectives por esas minas. Los múltiples intentos de disuadirle no habían pasado desapercibidos, pero, al igual que su tía, la obstinación corría por su sangre.
“No.”
“¿Problemas con qué?” Preguntó Harley alrededor de su cigarro.
“Con—” comenzó Ruby.
“Coyotes.” Mac la interrumpió, con la esperanza de no alarmar a nadie.
Harley lo miró durante unos segundos, luego volvió su atención a sus cartas y lanzó un diez de corazones. “Gracias por haberme repartido una mano tan pésima,” le dijo a Chester.
Su amigo sonrió.
“Mac es un mentiroso malísimo, aún peor que Claire.” Manny lanzó una reina de corazones sobre el montón.
“¿Has terminado con Two Jakes?” Preguntó Ruby.
“Casi.” Mac humedeció el pito en su garganta con un trago de Corona.
La semana pasada, mientras que había estado recolectando muestras, las cuales había intercambiado por el hueso ayer durante su visita a Steve en Phoenix, se había dado cuenta de que los mapas de las minas que había copiado de la biblioteca no estaban actualizados. Varias derivas y cámaras de refugio cerca del socavón principal en Two Jakes no aparecían en ellos, y se apostaría lo que fuera a que lo mismo sucedería con más secciones de las minas.
Mientras que esperaba recibir contestación sobre las muestras, Mac tenía planeado ocupar su tiempo dedicándose a la espeleología y el mapeo—además de averiguar por qué alguien estaría tan ansioso por mantenerlo apartado de esas minas.
Ruby lanzó un rey de tréboles en la parte superior del montón.
“¡Has superado a mi as!” Gritó Chester, dando un puñetazo en la mesa. Las tarjetas rebotaron. “Maldita sea, mujer. Pensé que habías dicho que no se te daba nada bien jugar al Euchre.”
Ruby sonrió. “Ups.”
Riéndose, Harley vio cómo Ruby rastreaba las cartas hacia ella.
“Ah, mi amor.” Manny pasó el dedo por su brazo. “¿Te he dicho alguna vez lo mucho que me gustan las pelirrojas luchadoras?”
Mac captó la mirada que Harley le lanzó a Manny una fracción de segundo antes de que el viejo la enmascarase detrás de una tensa sonrisa. Parpadeando, se preguntó si se lo habría imaginado.
“Harley, esta es la tuya,” dijo Ruby, quien comenzó la siguiente ronda con un diez de diamantes. Ella miró a Mac. “Claire te estaba buscando antes.”
Mac bebió un sorbo de cerveza. La sola mención del nombre de Claire hacía que su estómago se retorciese. Esto tenía que parar.
Chester superó el rey de diamantes que Harley había echado al montón, sonriendo cuando lanzó su última carta.
“Tiene más preguntas para ti sobre ese hueso suyo,” añadió Ruby a la vez que lanzaba su última carta boca abajo sobre la de Chester con un grito de victoria.
“¡Maldita sea!” Chester frunció el ceño.
“¡Ja! Te ha tendido una trampa, idiota fanfarrón,” dijo Harley, sonriendo a Ruby. Sus ojos azules no solo brillaban de satisfacción por haber ganado.
Mac se volvió hacia su tía. “¿Dónde está Claire?” Como hubiera salido de excursión alrededor de esas minas en la oscuridad y por su cuenta, se aseguraría de encadenarla de una pierna.
“The Shaft.” Ruby barajó las cartas como si fuera toda una profesional de algún casino de Las Vegas. “Dijo que necesitaba respirar el humo del resto de los fumadores. Al parecer, esto,” hizo un gesto a la nube de humo que asomaba sobre sus cabezas, “no es lo suficientemente fuerte para sus pulmones.”
“¿Y la habéis dejado ir sola?” La última vez que Mac había dejado a Claire sola en un bar, había terminado en un combate de lucha libre con Sophy.
“Por supuesto que no,” respondió Harley. “Henry está con ella.”
* * *
“Se rumorea por ahí que quieres hablar conmigo sobre un hueso,” murmuró Mac con una suave y aterciopelada voz al oído de Claire. Su aliento chamuscó su cuello mientras que sus labios rozaban su piel.
El ruido constante de voces, risas y canciones de la jukebox de The Shaft se disipó cuando la sangré se agolpó salvajemente en las extremidades de Claire.
El aroma caliente a desierto de Mac inundó sus sentidos, erizando la piel de sus brazos y haciendo que sintiera un cosquilleo por todas partes. La partida de póker que estaba echando en la consola se volvió borrosa cuando Mac envolvió un brazo alrededor de su cintura y la atrajo hacia él.
¡Bendita Mary Lou! Claire tomó su botella de Bud, necesitando apagar las llamas repentinamente furiosas bajo su piel.
“Sí, bueno, yo…” las palabras se atascaron en su garganta cuando él mordisqueó el lóbulo de su oreja. Claire cerró los ojos, luchando por no saltar sobre el hombre ahí mismo, en la trastienda del bar.
“Tenemos audiencia,” susurró Mac, alejándose, llevándose su fuego y la cerveza de ella consigo.
Claire abrió los ojos para encontrar a Sophy mirándola desde el otro lado de la sala.
Dos mesas de billar y varios sombreros de vaquero marcaban la distancia entre ellas, pero el odio que irradiaba de la otra mujer crepitaba en el aire. El calor corriendo por Claire, gracias al toque de Mac, templó su furia.
Mac se apoyó en el juego Party Poker mientras que bebía de su Bud con un aspecto delicioso en sus Levis descoloridos y camisa verde oscura. “Te gusta jugar al strip poker con más mujeres, ¿eh?” Él asintió con la cabeza hacia la pantalla del videojuego.
“Era eso o disparar a la mamá y el papá de Bambi,” respondió Claire, refiriéndose al juego Big Buck Hunter junto a ella. “Quitarse la ropa parecía más en considerado con el medio ambiente.”
“Bonita camiseta.” Mac se fijó en el estampado. “Siempre me ha gustado mucho la Patita Daisy, ahora más si cabe.” La mirada hambrienta en sus ojos color avellana hizo que su boca se secara. “¿Dónde está Henry?”
“Durmiendo en el asiento trasero de Mabel.”
“¿Quieres hablar aquí o fuera?”
“Fuera—donde nadie pueda escucharnos.” Claire agarró su chaqueta vaquera de un taburete cerca y deslizó sus brazos por las mangas. “Pero nada de tocar hasta que haya terminado de hacer preguntas.”
Él le lanzó una sonrisa sexy. “¿Qué gracia tiene eso?”
Claire lideró el camino, devolviéndole a Sophy su mirada amenazante mientras que pasaba junto a la fulana en sus Wranglers ceñidos, camiseta blanca y botas de vaquero color rosa.
A pesar de su pequeño espectáculo de bravuconería, Claire estaba feliz de tener a Mac siguiéndole los talones mientras que salían del bar.
Fuera, el aire limpio quemó sus pulmones. La Vía Láctea llenaba el cielo con una banda pálida de luz moteada y la media luna se iba escondiendo bajo el horizonte. Claire y Mac sortearon las camionetas y coches hacia las sombras donde Mabel estaba aparcada, fuera del alcance de la luz nocturna anaranjada. Mac había estacionado a su lado.
Mientras que ella comprobaba que Henry, quien se había dedicado a cortar troncos mejor que un leñador veterano, estuviera bien, Mac levantó el maletero. “Dispara,” dijo mientras que le hacía un gesto para que se sentara a su lado.
Ella obedeció, dejando una distancia de unos cinco centímetros entre ambos. “Entonces, ¿ha sido tu amigo capaz de determinar la edad del hueso?”
“No de un modo tan preciso como le hubiera gustado, de eso estoy seguro. Por eso va a enviarle una muestra a su ex novia. Ella hará un análisis químico del hueso y podrá llegar a una edad más exacta.”
“¿Qué te dijo al respecto?”
“Que parecía fresco.”
“¿Cómo de fresco?”
“Menos de un siglo.”
Claire frunció el ceño. “Eso no es fresco.”
“Sí lo es si estás acostumbrado a muestras que tienen al menos varios miles de años.”
“Claro. Entonces, ¿cómo vamos a encontrar el resto del cuerpo?”
Mac se encogió de hombros y se frotó la barbilla; el ruido del raspado siendo bastante acogedor en la oscuridad. “Joe tenía un detector de metales. Creo que todavía está en el cuarto de herramientas. Existe la posibilidad de que quienquiera que estemos buscando, llevara una pieza de metal con él—un botón o un broche, un implante, o incluso algunas monedas—cuando murió.”
“Henry también podría ayudar; podría poner en uso esa trufa de perro de caza que tiene en algo más además que en buscar comida,” dijo Claire. “Podríamos llevarle a donde encontró el hueso y que rastree la zona.”
“Buena idea.” Mac tiró suavemente de un mechón de su cabello que se había escapado de su coleta. “Siempre he tenido una gran debilidad por las mujeres inteligentes.”
Sonriendo entre las sombras, Claire preguntó, “¿De cuántas mujeres inteligentes estamos hablando?”
Él se rio entre dientes. “¿Qué tal si empezamos con la búsqueda el martes?”
“¿Por qué no mañana?”
“Estoy ocupado.”
¿Haciendo qué? Quería preguntarle, pero decidió no presionarle. “El martes, entonces,” acordó.
Pero, ¿salvaría encontrar el cuerpo el resto del valle de su abuela? ¿A qué precio? ¿La ruina financiera de Ruby? Claire no estaba segura de poder soportar ese peso sobre sus hombros.
Miró a Mac y lo encontró mirándola. Ni siquiera la oscuridad de la noche podía funcionar como escudo de su magnetismo. “Um,” luchó por atrapar las mariposas aleteando alrededor de su pecho y se quitó la chaqueta para evitar sudar. “¿No ha dicho nada más tu colega sobre el hueso?”
“Que tenías razón—es un fémur humano, y en base a su tamaño, muy probablemente de un hombre.” Él entrelazó los dedos con los de ella, tirando hasta que sus piernas se rozaron.
Claire tragó saliva mientras que las riendas de su autocontrol se le escapaban entre los dedos. Estar tanto tiempo sin un hombre le había convertido en una masa temblorosa de gelatina ante la embestida sexual de Mac.
“Luego me preguntó si estabas soltera y disponible.”
“¿En serio?” Ella lo miró fijamente entre sus pestañas bajadas. “¿Y qué le dijiste?”
“Que eras demasiado inteligente para su apestoso culo.”
“Oh,” susurró Claire, mirando fijamente sus labios e inclinándose hacia él. “Buena respuesta.”
El chillido de una risa femenina se escuchó en la noche, cortando la fuerza del imán que tiraba de ella hacia él. Claire se volvió y vio a Sophy meterse en una camioneta Chevy negra.
“¿Por qué iba Sophy a cerrar su cabña con llave y dejar su casa abierta?” Claire se había hecho la misma pregunta desde que habían visitado el lugar de la mujer. ¿Y qué guardaría en ese maldito cobertizo? Su curiosidad se intensificaba cada vez que se cruzaba con ella.
“Probablemente solo está ocultando más antigüedades allí,” respondió Mac mientras que la camioneta rugía a la vida, salía del parking y crujía sobre el asfalto. “Tal vez se olvidó de cerrar ese día y sea solo coincidencia que pasáramos por allí y entráramos sin permiso en su casa.”
Tonterías. “¿Por qué iba a mantener todas esas antigüedades encerradas en una habitación? Tiene que haber algo ilegal en todo este asunto. Especialmente teniendo en cuenta su actitud ayer en la tienda.”
“¿De qué estás hablando?”
“Me topé con ella en Creekside Supply Company; me advirtió que me estuviera quietecita, amenazándome con una escopeta del calibre 12.”
“Tienes que estar de broma.”
Claire negó con la cabeza, consciente con cada célula de su cuerpo que aún tenía la mano de Mac en la suya. “Nop. Cuando le dije que sabía que estaba detrás del secuestro de Henry, se volvió un poco loca, mirándome con los ojos entornados y a punto de atacarme como si fuera una medusa—me dio muchísimo miedo.”
“¿Todo por culpa de un perro?” Preguntó Mac, incrédulo.
“Exactamente. Parece demasiado exagerado. Pero volvamos a la cabaña—¿qué podría haber ahí susceptible de provocar una reacción tan fuerte de ella?”
“¿Por qué estás tan segura de que la clave está en esa cabaña? Tal vez tenga que ver con el secuestro. Si piensas de nuevo en la noche que Henry desapareció, él fue hacia esas minas cuando tú perdiste su rastro. Luego, más tarde, encontramos huellas alrededor de la mina, exactamente iguales a las que encontramos en la chapa de Henry. Si esas huellas eran de Sophy ¿qué estaría haciendo por allí aquella noche?”
Mac sacó algo de su bolsillo trasero.
“Probablemente algo que no quería que nadie más descubriera,” conjeturó Claire. No hacía falta tener el arma humeante para sospechar de los motivos de Sophy. “Tal vez por eso se llevó a Henry. Tal vez él la siguió hasta allí y ella sabía que podría hacerlo de nuevo, solo que esta vez, acompañado de alguien.”
Mac le apretó la mano. “Eso explicaría los envoltorios de cecina en ambos lugares. Ella lo sobornó con comida y lo mantuvo ocupado mientras que nosotros lo buscábamos por Sócrates Pit. Se te da muy bien hacer de detective.”
“Gracias.” Su elogio hizo que su corazón se hinchara en su pecho. La adulación haría que Mac consiguiera cualquier cosa, incluso abrirse paso dentro de sus pantalones si no tenía cuidado.
“Está bien,” dijo Mac, “eso explica esto.” Él dejó caer una moneda en su palma, el metal aún caliente.
Ella la sostuvo hacia la luz. Las sombras ocultaban los detalles de la misma. “Parece una moneda de cincuenta centavos, pero más pesada.” Pasó su pulgar sobre la superficie rugosa por ambos lados. “¿Qué es?”
“Una Doble Águila de veinte dólares; moneda de oro de la Libertad. Forma parte de la colección de monedas que encontramos en la habitación de invitados de Sophy.”
“¿La robaste?” No era muy propio de Mac hacer una cosa así.
“No. La encontré en Sócrates Pit mientras que estábamos buscando a Henry.”
“¿Y no me lo has dicho hasta ahora?”
“Cuando la encontré, apenas te conocía. Diablos, imaginé que un viejo buscador de oro la habría perdido por allí. No tenía ni idea de que pudiera ser parte de toda esta trama.”
“Entonces, ¿cómo llegó hasta allí?” Claire se había hecho la misma pregunta varias veces sobre la perilla del cajón que había encontrado en la mina Serpiente de Cascabel.
Mac se encogió de hombros. “No lo sé. Tal vez en algún momento, tuvo toda la colección allí arriba. Aunque no tengo ni idea de por qué.”
“Podría habérsela robado a Joe y haberla escondido allí. Según Ruby, nunca existió amor verdadero entre ellos.” Claire se mordisqueó los labios. “Tengo que buscar dentro de esas minas, a ver qué más puedo encontrar.”
“Yo no lo creo, listilla. No sola, de todos modos. Alguien está haciendo un trabajo excelente para mantenerme alejado de las minas de Ruby en estos momentos. No necesito que deambules por allí con una diana en tu espalda.”
“Tal vez fue Sophy quien saboteó tu camión.” Claire no tenía ningún reparo en culpar de todo a esa zorra de garras rojo chillón.
“¿Estás bromeando? ¿Has mirado bien a la mujer? Lleva un 'Cara de mantener' estampado por toda ella. Dudo que alguna vez haya visto una herramienta y mucho menos haya cogido una.” Mac se levantó de un salto, rozando sus rodillas y pasando la mano por su muslo, dejando un rastro humeante en su estela. “Quien le haya hecho eso a mi camioneta, sabe muy bien cómo funciona un vehículo.”
“¿Quién, entonces?” La voz de Claire era áspera; su garganta estaba repentinamente reseca.
“Tengo la sensación de que la gente que la empresa minera ha contratado, ha visto algo en esas minas que yo he pasado por alto. Antes de la fecha límite de la firma, averiguaré de qué se trata y me cercioraré de que paguen a Ruby una cantidad justa de dinero.”
Lo que significaba que Claire tenía una semana para encontrar la manera de que Ruby pudiera quedarse con sus minas y salvar así la tumba de su abuela.
Tenía que hacer algo más además de excavar en el pasado de Joe. Con todas esas caras antigüedades guardadas en esa habitación llena de pelusas, Joe tenía que tener algún tipo de nido de oro escondido en alguna parte.
Mac se llevó la mano de Claire a su boca, besando cada uno de sus nudillos antes de trasladarse a la parte interior de su muñeca.
“Oye, no he terminado de hacer las preguntas.” Claire se retorció en el portón trasero, apretando las caderas de Mac con sus rodillas.
“Sí, ya has acabado,” dijo con sus labios suaves y calientes.
Claire cerró los ojos, tratando de no permitir que su tren de pensamiento descarrilase.
Si tenía razón sobre Sophy robándole a Joe y ocultando los bienes de esas minas, Joe podría no haber sido un simple viajante. Eso muebles habrían estado fuera de su alcance. Todas esas reliquias en casa de Sophy eran propias de un sitio como Sotheby’s, no de una tienda de antigüedades de mala muerte de esta ciudad en medio de la nada.
Mañana, el depósito de chatarra estaría abierto, y Claire podría ir a echarle un vistazo al Mercedes de Joe a ver si podía encontrar ese maletín perdido por alguna parte. Los maletines no se movían ni desaparecían sin más.
La boca de Mac viajó por el interior de su brazo y todos sus pensamientos coherentes se largaron a Splitsville.
Algo gruñó entre las sombras bajo la camioneta.
Claire miró por encima del hombro de Mac a tiempo para ver a Henry saltar por la ventanilla abierta del coche y salir corriendo detrás de un gato blanco a través del tráfico circulando por el estacionamiento.
“¡Mierda!” Claire saltó al suelo y lo persiguió, serpenteando a través de los vehículos oscuros. “¡Henry, vuelve aquí!”
El estruendo de una bocina le hizo detenerse en seco. Haciendo una mueca, vio con horror cómo Henry corría tras el gato por la carretera y una minivan estuvo a punto de pillarle la cola.
Claire corrió tras el perro, solo para notar unos brazos tirando de ella cuando estaba a punto de llegar al otro lado de la acera.
Un Corvette tratando de competir con la velocidad del sonido pasó zumbando frente a ella, arrojando polvo en su cara.
“Ha estado cerca,” jadeó mientras que su corazón martilleaba en su pecho.
“Demasiado cerca,” dijo Mac por detrás de ella, soltándola.
Mirando dos veces a ambos lados para asegurarse esta vez que la carretera estaba despejada, Claire voló por el asfalto y patinó hasta detenerse frente al restaurante de Sophy. Entrecerró los ojos en las densas sombras, tratando de encontrar el trasero blanco de Henry o de escuchar sus jadeos.
Mac corrió a su lado.
“¿Has visto por dónde se ha ido?” Preguntó con la respiración entrecortada.
“Sí.” Tomándola de la mano, él tiró de ella hasta la parte trasera del edificio.
Mac se detuvo en la esquina y apuntó con la linterna hacia los árboles que bordeaban Jackrabbit Creek.
Henry estaba en la base de un álamo con sus patas delanteras apoyadas en el tronco mientras que gruñía hacia las susurrantes hojas.
Claire jadeó y se apoyó en sus rodillas a la vez que trataba de recuperar el aliento. Mac ni siquiera estaba respirando con dificultad, maldita sea. “¿Llevas… una linterna contigo… todo el tiempo?”
“No, la cogí de mi camioneta cuando saliste corriendo detrás de Henry.”
El perro intentó trepar por el tronco y escurrió de nuevo.
El gato siseó. Una rama baja se sacudió con fuerza, no solo por la brisa.
“Mierda, me he olvidado su correa.”
“Me he dado cuenta.” Mac le tendió una tira de nylon.
“¿Cómo fuiste capaz de recuperar la linterna y la correa y alcanzarme antes de que hubiera cruzado la carretera?”
“No eres una velocista olímpica precisamente, Claire.” Mac se rio ante el moderno gesto de “que te den” dirigido hacia él. “¿Quieres que yo me encargue de atraparlo?”
“No.” Claire necesitaba aferrarse a la poca dignidad que le quedaba. Henry se estaba convirtiendo en un experto en hacerle quedar siempre en evidencia delante de Mac.
Echándose mano a su punzada de dolor en las costillas, ella incitó a su cuerpo en baja forma a correr de nuevo hasta donde Henry estaba sentado, gimiendo hacia el objeto de su tormento mientras que el haz de luz de la linterna de Mac ponía en relieve la escena. Ató al animal con la correa y tiró de él.
El perro se negó a moverse.
“De acuerdo, lo haremos por las malas.” Ella lo aupó y se lo llevó en brazos.
Cada músculo del perro se tensó mientras que luchaba por zafarse de su agarre, aunque no con tanta fuerza como para liberarse.
“¿Listo?” Preguntó Claire mientras que regresaba al lado de Mac.
“Espera un minuto.” Mac apuntó con la linterna hacia sus pies, centrándose en la colilla de un cigarrillo. Se agachó y la recogió.
“Has encontrado un cigarro. Enhorabuena.”
Él se lo enseñó. “Pintalabios rojo.”
“Probablemente Sophy salga aquí a fumar. ¿Qué importancia tiene eso?”
“Vi una colilla manchada de lápiz de labios exactamente como esta la semana pasada.”
“¿Dónde?”
Él la tiró al suelo. “En Sócrates Pit.”
* * *
Lunes, 19 de abril
“Explícame otra vez por qué estamos rebuscando en este coche tan asqueroso,” dijo Jess desde el asiento trasero del Mercedes de Joe.
“Estamos buscando pistas.” Claire se limpió una gota de sudor rodando por su sien, ignorando el tono impertinente de la niña.
El sol del mediodía se reflejaba en los otros viejos y abandonados automóviles alrededor de las chicas. Millones de piezas de vidrio roto cubrían el suelo manchado de aceite por todas partes, y hacían que el nivel de la temperatura se elevase hasta el punto de cocción. El coche de Joe apestaba a espuma de relleno húmeda y cuero cocido. Un aroma a algo muerto y podrido derivaba a través de las ventanas rotas.
“¡Qué asco!” Chilló Jess. “¡Acabo la aplastar la mierda de un ratón! Espera, es una pasa—no, una pepita de chocolate. ¿Cuánto tiempo están buenas las pepitas de chocolate?”
Claire miró a la joven y frunció el ceño. “El chocolate se habría derretido hace mucho tiempo.”
“Entonces es una pasa.” Jess metió su mano bajo el asiento del lado del pasajero, o lo que quedaba de él.
Algo parecía haber pasado una larga temporada royendo el relleno previamente cubierto de cuero caro—el mismo cuero del que ahora solo quedaban jirones caídos sobre la alfombra descolorida a los pies de Claire.
“¿Sobre qué son las pistas que estamos buscando?” Preguntó Jess.
“El pasado de Joe.”
“¿No sería guay que encontráramos un dedo cubierto de sangre o un globo ocular seco en algún lugar de por aquí?”
“Sí, realmente guay.” Lo último que Claire quería encontrar era una parte de algún cuerpo humano—o cualquier otro mamífero. Desafortunadamente, no estaba teniendo mucha suerte encontrando algo en absoluto.
Alguien había destripado ya todo lo que había en el maletero, y el motor había sido vendido hacía ya mucho tiempo. Todo lo que quedaba era lo había en el interior del vehículo.
Ruby había estado equivocada. El viejo de Monty Kunkle no estaba vendiendo las piezas de ese trozo de chatarra oxidada, las estaba ofreciendo como un sacrificio a todos los dioses y criaturas del desierto de Arizona, el sol, las bestias y todo tipo de insectos.
Claire había estado a punto de tragarse la lengua cuando abrió la guantera y un escorpión salió corriendo. Después de eso, ella y Jess se habían puesto los guantes de piel que Ruby les había recomendado por prudencia, y habían tenido mucho cuidado al mirar en lugares ocultos.
Jess se sentó, usando la parte posterior de su brazo para apartarse los rizos rojizos que seguían enredándose en sus pestañas. “No hay nada aquí abajo, excepto más patatas fritas.” Las dejó caer en la palma de su mano enguantada y se las enseñó a Claire. “Mira, crema agria y cebolla. Las favoritas de Joe, ¿lo sabías?”
También las de Henry.
“Gran trabajo de detective, chica.” Claire sonrió a pesar de su decepción.
Comenzó a salir del asiento del conductor y se detuvo cuando un destello blanco entre el asiento y la guantera llamó su atención. Sacó un paquete arrugado de cigarros de color rojo y blanco. Marlboro, sus preferidos.
“¿Has encontrado algo?” Preguntó Jess detrás de Claire; su sombra bloqueando el sol durante unos gloriosos segundos.
“Solo el envoltorio de un paquete de cigarrillos.” Claire trató de alisarlo. Lo golpeó contra la palma de su mano y dos cigarrillos—ligeramente arrugados por el paso del tiempo—cayeron en su mano. Tomó uno de ellos y se lo llevó a la nariz. Olía a viejo, rancio, pero tal vez todavía era digno de ser fumado.
“No estarás realmente pensando en encender ese cigarrillo, ¿verdad?”
Claire miró a Jess. La chica tenía una mueca de disgusto en sus labios.
Tal vez. “Por supuesto que no. Solo estaba tratando de ver si podría adivinar su antigüedad por el olor.”
“¿Qué es eso?” Jess señaló hacia el regazo de Claire.
“¿Qué es qué?” Claire miró hacia abajo, dispuesta a trepar fuera del coche si el objeto en cuestión tenía piernas y/o antenas.
“Eso.” Jess levantó un pequeño trozo de papel del muslo de Claire. “Se ha debido caer cuando se salieron los cigarrillos.”
“¿De veras?” Claire se metió el paquete en el bolsillo lateral de sus pantalones safari mientras que Jess miraba el papel con el ceño fruncido. “¿Qué es?”
La chica se encogió de hombros y se lo entregó a Claire. “El nombre de algún tipo y su número de teléfono.”
Las letras y los números estaban garabateados en el interior del envoltorio de un chicle. “¿Es esa la letra de Joe?” Le preguntó Claire a Jess.
“¿Cómo iba a saberlo? Casi nunca vi al viejo.”
Claire dobló el papel y se lo metió en el bolsillo. Al fin, otra pista.
“Bueno… ¿qué vas a hacer con él?” Preguntó la joven con sus ojos brillando de emoción.
Claire salió del coche. “Llamar al número y ver quién contesta.” Trató de mantener un tono de voz monótono, aburrido. No había necesidad de ocasionarle más problemas a Jess de los que ya se buscaba por su cuenta.
“¡Guay! Tal vez descubramos que Joe tenía otra esposa e hijos. Ya sabes, más familia—hermanos y hermanas.”
“Sí, claro.” Por el bien de Ruby, Claire esperaba que ese no fuera el caso.
“O tal vez es el nombre y el teléfono de un tío rico.”
O tal vez, pensó Claire, forzando una sonrisa ante la expectante mirada de la chica, el hombre en el otro extremo de la línea sería capaz de responder a algunas preguntas acerca de Joe y el verdadero negocio que ella sospechaba que había tenido entre manos gracias a la única tienda de antigüedades de Jackrabbit Junction.