Capítulo Diez
Miércoles, 14 de abril
Mac bajó las escaleras del porche de Ruby y caminó hacia la R.V. de Claire. Había estado en Jackrabbit Junction durante cuatro días y todavía estaba malgastando el tiempo, gracias a los líos en los que le había metido la joven. Esta mañana no era diferente, solo más calurosa.
La carretera del parque estaba ardiendo, con olor al polvo más fino quemado por el sol de Arizona. Un par de pájaros carpinteros conversaban con los demás en los álamos por encima de su cabeza. Sus rápidos y tartamudos trinos y chirriantes píos deshilacharon aún más sus nervios.
Ahora se daba cuenta de que la mayor amenaza de Claire para cualquier adversario, era su capacidad de frustrar a quienquiera que estuviera en su mismo estado.
Llamó a su puerta. Los pájaros carpinteros se callaron, como si estuvieran esperando a ver qué sucedería.
El más puro silencio le contestó desde dentro de la Winnebago.
Un perro empezó a ladrar irritantemente, recitando una advertencia desde el otro lado del campamento.
Mac volvió a llamar con más fuerza esta vez.
Segundos más tarde, Claire abrió la puerta de golpe, malhumorada. “¡Por el amor de Dios!” Llevaba una ceñida camiseta de pijama con la cabeza del pájaro Piolín y las palabras, “¿Tienes leche?” Estampadas en la parte frontal de la misma.
La boca de Mac se secó de repente, sus ojos no pudieron evitar recorrerla de arriba a abajo y la respiración se le atascó en la garganta, elevando su tensión arterial al rojo vivo. Todos los pensamientos se evaporaron de su mente.
“Déjame adivinar,” dijo ella, sus cuerdas vocales aún roncas por el sueño. “Necesitas que te acerque a algún lado.”
Con su rostro arrugado por el sueño, sus suaves labios y su piel prácticamente desnuda, Claire era todo un explosivo—del tipo inestable que detonaría en sus manos en cuanto él encendiera la mecha. Era definitivamente peligrosa para su salud mental.
“Mac.”
“¿Qué?”
“Me estás mirando.”
Mac desvió la mirada de los dos alegres guijarros que sobresalían del fino algodón bajo la cara sonriente de Piolín. ¡Por el amor de Dios! Añadiría su dinero a la apuesta de Manny–tenían que ser reales.
Se limpió las manos húmedas en los vaqueros. “Yo solo estaba… eh… me preguntaba si los canarios realmente toman leche.”
Una excusa lamentable. Bienvenidos al paseo de las excusas lamentables.
“Claro.” Su sonrisa le decía a gritos que no fuera tan listillo.
“Jess me ha dicho que no vas a ir a trabajar por la mañana y vas a hacer senderismo hasta Sócrates Pit.”
Sus pantalones cortos de seda dejaban un montón de pierna desnuda al aire para su examen.
Ella cruzó los brazos sobre Piolín y se apoyó en el marco de la puerta. “Puede ser.”
Mac fingió no darse cuenta de que el dobladillo de su camiseta llegaba hasta su ombligo, dejando un dedo de su vientre al desnudo. “¿Escuchaste algo de lo que dije la otra noche?”
Su rostro enrojeció varios tonos. “Sí, así es.”
“Entonces, ¿qué estás pensando?”
“No es de tu incumbencia.”
“Si te implica a ti y esa mina, por supuesto que es de mi incumbencia. Si algo te pasa mientras que estás husmeando ahí arriba, yo seré el único responsable.”
“No va a pasarme nada. Subiré, tiraré unas cuantas fotos y estaré de vuelta antes de que alguien se dé cuenta de que me he ido.”
“Lo dudo,” dijo, sin poder contener la risa. “No con tu manera de trepar.”
“Oh, muérdeme y cierra el pico.”
Le encantaría, empezando por su cremoso muslo. Le tendió la mano. “Dame la cámara. Yo tomaré esas fotos por ti.”
Ella levantó la barbilla. “Pienso encontrar a Henry por mi cuenta, muchas gracias.”
“Claire,” advirtió.
“No, Mac. No vas a detenerme. A ver si te entra en el cabezón de una vez.”
Él le sostuvo la mirada. Las campanas de viento sobre el toldo de Manny chocaron y emitieron una chirriante melodía. El golpe de una puerta de coche cerrándose se hizo eco a través del parque.
“Está bien.” La mujer obstinada no le dejaba más opciones. “Vístete. Nos vamos.” Tener que ir con ella le iba a obligar a tener que reestructurar todos sus planes, por no mencionar que iba a volver a poner a prueba su cordura y tolerancia, pero al menos podría asegurarse de que fuera y volviera sana y salva.
“Ahora, escúchame tú,” comenzó.
Subió el primer escalón y se detuvo a escasos centímetros de ella, nariz con nariz. “Claire, tienes cinto minutos para ponerte algo de ropa antes de que yo lo haga por ti.”
Ella sonrió, un brillo diabólico en sus ojos marrones. “Tentador.”
¡Saltarían todas las alarmas! “En frente de tu abuelo,” añadió.
“¡Qué asco!” Ella cerró la puerta en su cara.
* * *
La caminata hasta la cima Serpiente de Cascabel le recordó a Claire por qué necesitaba dejar de comer cortezas antes de acostarse.
En el momento en que llegaron a la boca de la mina, su tráquea se había convertido en una tubería de vapor que exhalaba aire de la caldera que se había instalado en sus pulmones.
Además de luchar bajo un sol que estaba haciendo todo lo posible por disgregar su cerebro en cenizas, los recuerdos de su estúpido comportamiento de anteanoche la mantuvieron en un constante estado de humillación silenciosa.
Con sus ojos en honor al nombre de la cima—serpenteando por todas partes en su búsqueda, pasó por encima de barriles de cactus espinosos y hojas de prímulas amarillas. El aire olía a rocas sobrecalentadas y Claire no pudo evitar fantasear sobre darse un baño en uno de los pozos de las minas llenos de agua de los que Mac le había advertido.
Mientras que el interior de la Serpiente de Cascabel ofrecía un respiro frente a la bola de fuego en el cielo que iba a crear ampollas en su cuero cabelludo, la entrada aún era lo suficientemente caliente como para derretir un trozo de mantequilla en segundos. La luz del sol fluía a través de su boca desdentada.
Mac le había prometido que irían a Sócrates Pit tan pronto como tomara un par de muestras que había dejado preparadas la noche del sábado. Le había dicho que podía ahorrarse el aliento y esperarle en la camioneta, pero la curiosidad de ver una de las minas de Ruby la incitó a ir con él—eso y la necesidad de borrar la estúpida sonrisa de la cara de Mac.
Claire se limpió el sudor de la cara con el dobladillo de la camiseta y miró a Mac, quien se había arrodillado al lado de una caja de plástico de color rojo llena de partículas de roca. Su mochila abierta yacía a sus pies con todo tipo de gadgets y artilugios saliendo de ella.
“¡Vaya! Sí que tienes un montón de juguetes.” Claire agarró una brújula de aspecto lujoso y comenzó a darle vueltas, tratando de averiguar qué significaban los números que apuntaba el puntero.
Mac le arrancó el utensilio de la mano y se lo metió en el bolsillo de la camisa. “Son herramientas muy costosas, no juguetes.”
“Es solo una brújula.”
“Es una brújula Brunton 5010 GeoTransit con un clinómetro.”
“¿Un clino qué?”
“Esta pequeñita tiene la capacidad de calcular los ángulos horizontales y verticales desde un único punto.”
“Estás hablando como Supermán. Ya sabes, capaz de saltar edificios de un solo brinco.” Claire se rio de su propio chiste.
Mac ni siquiera esbozó una sonrisa.
“Bueno, tal vez no,” dijo ella, aleccionada. “¿Cómo funciona?”
“Mido un par de ángulos, y con el uso de un poco de trigonometría, tengo las respuestas que necesito. Es muy sencillo.”
¿Sencillo? Y una mierda. Claire no podía creer que hubiera encontrado a alguien que utilizase la trigonometría en su vida cotidiana. Ella hacía tanto que no la usaba que no podía ni siquiera recordar cuánto tiempo hacía que se había olvidado de ella.
Ella lo vio organizar muestras de rocas y tomar notas en su cuaderno de campo resistente al agua durante un tiempo antes de que cediera a las ganas de hacerle una pregunta que llevaba bailando en la punta de su lengua desde hacía demasiado tiempo. “¿Conoces bien a Joe?”
“¿El esposo de Ruby?”
“Uh-huh.”
“No mucho. Solo lo vi un par de veces.” Mac siguió escribiendo sin molestarse en mirarla, haciendo rayones con su lápiz en el papel de cera.
“¿Sabías que conducía un Mercedes?”
“Sabía que estrelló uno.”
“Permíteme que vuelva a formular la pregunta. ¿Sabía que conducía un Mercedes de 90,000 dólares?”
Su mano se detuvo sobre la hoja. “¿Cómo sabes que costó tanto?”
“Me pareció encontrar el recibo de venta en el despacho de Joe.”
Mac se encogió de hombros. “Conducía un coche caro. Eso no es un crimen.”
“Le dijo a Ruby que lo había heredado de su tío favorito.”
“Por lo tanto, es un mentiroso. Probablemente tenía una razón lógica para no decirle la verdad.”
“Pagó el coche en efectivo.”
El lápiz de Mac se detuvo. “Tal vez heredó el dinero de su tío y compró el coche con él.”
Buena apreciación. No había pensado en eso. “¿Has estado alguna vez en su oficina?”
Él la miró cautelosamente. “Nop. No es asunto mío.”
Claire trató de no darse por aludida. “¿Qué hay de esa tienda de antigüedades que tenía en la ciudad? ¿Has ido alguna vez?”
“Nunca he tenido necesidad de ello.”
Mac no se lo estaba poniendo nada fácil. “¿Tienes alguna idea de la clase de antigüedades que vendía?”
“Viejas.” Una sonrisa apareció en su rostro por primera vez desde que habían salido del R.V. Park.
“Te crees tan gracioso como un sketch de Laurel y Hardy, ¿verdad?”
“Sacas los mejor de mí, Claire.” Las patas de gallo alrededor de sus ojos brotaron cuando su sonrisa se volvió más amplia.
“¿No crees que es extraño que no compartiera nada de su trabajo ni de su negocio de antigüedades con su esposa?”
“No. Era un tipo de la vieja escuela. Su mujer no tenía que opinar nada sobre su trabajo. Ella respondía a otros propósitos.”
“Gracias a Dios por el movimiento liberal de la mujer.”
La mirada de Mac se posó en su pecho por una fracción de segundo. “Además, Ruby ya estaba bastante ocupada adecentando este lugar. El camping estaba en muy mal estado cuando Joe lo compró. No tenía tiempo de involucrarse en sus otros negocios.” Mac garabateó en su cuaderno de nuevo.
“Guarda algunas cosas muy valiosas en su oficina. Primeras ediciones de varios libros, un escritorio de viajero y una cámara antigua, por nombrar unos pocos.” Claire no mencionó cuán valioso eran porque quería mirarlo en Internet en la biblioteca de Yuccaville antes de soltar la lengua a paseo. No hacía falta ser un psicólogo para darse cuenta de que mientras que Mac confiaría en sus datos constatados, ella tendría que obligarle a tragar sus conjeturas. “Ruby podría sacar mucho provecho de algunas de esas cosas.”
“A menos que encuentres una bolsa de dinero en efectivo, ninguna de esas antigüedades puede ayudar a Ruby. Llevaría mucho tiempo liquidarlo todo.”
Bobadas, pensó Claire, luchando contra el impulso de noquearlo en la cabeza. ¿Era mucho pedir un poco de participación en su juego de delirantes sospechas?
“Encontré un par de artículos sobre algunos robos de antiguas piezas de oro en el archivador de Joe.” Cuando Mac no dijo ni una sola palabra, añadió, “Me pregunto por qué los guardaría.”
Mac cerró su libro de golpe. “Claire, están intentando sacar algo de la nada, al igual que hiciste con Henry. Afronta los hechos: el perro salió corriendo y a Joe le gustaba coleccionar antigüedades. Fin de la historia. Nada dudoso. Solo la vida normal, blanco y en botella, en Jackrabbit Junction.”
Frustrada con la forma en que Mac veía el mundo, blanco o negro, decidió no decirle nada sobre los pasaportes—no hasta que pudiera identificar al hombre con la cara aplastada de la foto.
Quizás la tienda de antigüedades de Joe podría ofrecer algunas respuestas. Ruby le había dicho que lo había limpiado todo, pero tal vez podría encontrar pistas sobre el pasado de Joe escondidas por las esquinas.
Claire carraspeó el polvo de su garganta. “¿Has sabido algo sobre ese amigo tuyo del laboratorio al que le llevaste el hueso de pierna que encontré?”
“Ni una sola palabra.” Él cogió una piedra del tamaño de un puño, le dio la vuelta y comenzó a estudiarla.
En vez de agarrar a Mac por el lóbulo de la oreja, arrastrarlo fuera y tirarlo por la empinada ladera, Claire decidió explorar un poco. Encendió la linterna en el centro del casco que Mac le había prestado y se adentró aún más en la mina.
“¡¿A dónde vas?!” Gritó él detrás de ella.
“Solo voy a ver qué hay alrededor.”
“Eso no es una buena idea.”
Ella suspiró. “He estado en minas muchas veces antes.” Las Colinas Negras eran un laberinto de minas de plata y oro viejo, restos de días pasados llenos de esperanza, sudor y desesperación. “Solo será un momento.”
“Sí, claro. Ten cuidado. Y no toques las paredes.”
Claire perforó su perfil con una mirada fulminante y luego avanzó hacia el interior. Un conjunto de rieles de acero oxidado abría el camino.
Carros de minerales, en lugar de mulas de carga, deberían haber transportado restos de rocas por él. Había visto conjuntos de carriles similares en varias de las minas de plata de vuelta en casa, en Galena; algunos conducían a aburridas cavernas, otros, a túneles sin salida. Y a veces, desparecían en la oscuridad de las frías aguas.
Con los años, Claire había ido coleccionando barajitas—como una piqueta con un mango astillado, una lámpara de minero con una vela en ella, o un guante de cuero hecho a mano—piezas históricas.
A la derecha de las vías, una pequeña caverna había sido tallada en la pared.
Un agujero, cercado por dos tableros en horizontal y dos en vertical, estaba hundido en la tierra con mucha profundidad. Claire se inclinó y lo apuntó con la luz de su casco. Un agua quieta, como una capa de hielo negro, lo bordeaba. Una escalera de madera emergía de las profundidades acuáticas. Los tornillos de cabeza cuadrada que clavaban las maderas a las rocas estaban bañados de óxido. Claire dejó caer una piedra al agua y se estremeció al ver cómo desaparecía de su vista.
Decidida a explorar un poco más, siguió las pistas alrededor de otra curva, y otra, y otra.
Aminoró un poco cuando se topó con un tramo recto salpicado de cavidades superficiales—llamadas rebajes, si bien lo recordaba—por el techo y las paredes.
De puntillas, se asomó por un par de cráteres en la pared. El primero tendría como medio metro de profundidad y estaba espolvoreado con piedras y polvo. El segundo era tres veces más profundo, lleno de ramas secas, restos de artemisa y espinas de cactus—un nido, probablemente el hogar de una rata, ardilla o zorrillo.
Su luz rebotó contra algo brillante en el refugio. Ella sopló en él, tosiendo cuando el polvo inundó sus fosas nasales y su garganta. Agitando la polvareda de su vista, ella tiró de un pomo de bronce de entre los escombros. Bajo su luz, admiró los biseles y su forma.
No entendía cómo algo así podría haber terminado dentro de la cima de la Serpiente de Cascabel.
Dio un paso hacia atrás, sin desviar los ojos de la perilla, y tropezó con los rieles. Agitando los brazos, el casco salió despedido por detrás de su cabeza y ella se estrelló contra la pared de enfrente, donde una roca se clavó en su cadera izquierda. Su sombrero se estampó contra el suelo; un tintineo de cristales rotos seguido por la oscuridad confirmó su fin.
Así se hace, Grace. Se frotó el cardenal que ya se estaba formado en la parte superior de su nalga. Al menos había logrado aferrarse a la perilla, la cual se guardó en el bolsillo de su pantalón.
Un chirriante sonido vino desde las profundidades de la mina. Ella se quedó quieta, la sangre tronando en sus oídos, consciente de pronto de un hedor asqueroso y rancio por encima del olor de la vieja tierra.
Algo chasqueó—dos piedras golpeándose entre sí tal vez; entonces tintineó—como las piedras cuando se caen en los raíles de acero. Tragando saliva para aliviar la sequedad de su lengua, miró hacia donde provenían los ruidos, pero solo vio oscuridad.
Los chasquidos continuaron, intercalados con un sonido como si fueran cascos de caballo pisando el suelo de roca. Bocanadas de aliento se fusionaron con el barullo. La oscuridad empezó a cernirse alrededor de ella; el sudor brotando de su labio superior.
¡Dios Santo bendito! Algo se estaba acercando a ella y dudaba que fuera una vendedora de Avon.
Sin luz, se sentía como un cobarde ratón en la esquina de un tanque de serpientes. Sus apestosos sobacos eran su única arma.
Entonces se acordó de la cámara de Manny.
Forcejeando como pudo, introdujo la mano en el bolsillo de sus pantalones caqui. El cuerpo compacto de la cámara digital era frío al tacto, listo para apuntar y disparar. Abrió la tapa del objetivo, haciendo una mueca cuando el zumbido de la cámara retumbó en las paredes.
Los chasquidos y el tintineo se detuvieron, así como los jadeos y los resoplidos. Lo que quiera que viniera tras ella, debía haber escuchado el ruido.
Claire miró a ciegas hacia donde debía estar la ventana LCD y sus dedos buscaron el disparador mientras que apuntaba con la cámara hacia lo que esperaba que fuera la dirección correcta.
Presionó el botón, esperando que la luz tenue del ocular se derramase y rebotara en los carriles frente a ella. A continuación, un disparador falso sonó y una brillante luz brilló.
Una imagen apareció en la pantalla LCD, brillando en la oscuridad, mostrando dos carriles que conducían hacia adelante. Además de las paredes de roca de color marrón y el techo cubierto de sombras, la imagen estaba vacía.
El chasquido comenzó de nuevo, mezclado con un estrépito que se acercaba cada vez más, más rápido que antes.
Los bufidos eran cada vez más fuertes, más pulsados y urgentes.
Claire presionó el botón de nuevo, maldiciendo el hecho de que la cámara eligiera ese momento para medir la luz. “¡Maldita sea, tira la foto!”
De repente, el barullo se aplacó y ella ya no estaba sola.
El erizado vello en la parte posterior de su nuca y en sus antebrazos gritaba, '¡Aléjate! ¡Aléjate!' Un hedor apestoso la golpeó, haciendo que sus ojos se humedecieran y su estómago se revolviese.
Finalmente, la cámara se dispuso a cooperar y el flash blanqueó la mina por una fracción de segundo.
Antes de que Claire pudiera tomar aire, un chillido agudo y ensordecedor perforó sus tímpanos.
En la pantalla LCD, unos ojos rojos la miraban esta vez. Un par de largos dientes caninos de más de cinco centímetros de color blanco brillante en medio de las entrañas de color marrón de la mina, asomaban a ambos lados de las fauces del enorme hocico de la bestia.
Como si estimulado por algún demonio invisible, sus pezuñas se impulsaron en el suelo de roca y el animal salió en estampida hacia ella.
Claire se quedó tiesa como el palo de una piruleta, aferrándose a la cámara y gritando a la vez que la alimaña chillaba.
Un ruido sordo de músculos y huesos entrando en contacto con roca sólida se mezcló entre todo el caos, seguido de un gruñido profundo.
Claire se tragó su siguiente grito, agudizando el oído para percibir lo que sus ojos no podían ver.
Una breve ráfaga de resoplidos se acercó por su derecha—muy cerca.
El flash debía haber dejado de funcionar temporalmente. ¡Tenía que salir pitando de allí!
Dándole la espalda a la bestia, tiró una foto, maldiciendo el tiempo que el aparato tardó en reaccionar. Tan pronto como pudo ver su camino de salida en la pantalla, corrió, tropezando contra las paredes y sobre las rocas sueltas y rieles de acero mientras seguía echando fotos.
Los bufidos estaban cada vez más cerca, conduciéndola hacia adelante, cada ver más próximos a alcanzarla.
Rodeó otra curva ciegamente, golpeándose el hombro con una madera de apoyo. Ella la esquivó, corrió a toda velocidad sobre los rieles y se estrelló contra un cuerpo sólido con un gemido de sorpresa.
Su confuso cerebro registró el olor familiar de Mac a la vez que ambos caían al suelo, justo donde una tabla en el terreno no ayudó en absoluto a amortiguar su descenso.
El repentino silencio que vino después de eso fue interrumpido por dos cosas: un plof cuando algo cayó en el pozo lleno de agua a su lado y un silbido constante de aire a través de un hocico de diez centímetros.
Claire se puso de pie de un salto. La linterna de Mac yacía en el suelo junto a él. Recuperándola, ella apuntó en la dirección de su atacante. “¡Mac, levántate!”
Mac se incorporó con cautela. “¡Jesús!” Le arrebató la linterna y la empujó detrás de él. “Esa cosa huele a carne rancia.”
“¿Qué demonios es eso?”
“Una jabalina.”
“A mí me parece un cerdo cabreado con colmillos.”
“Quédate atrás.” Él se puso delante de ella, cubriéndola con su cuerpo. “Es una cerda—una cerca embarazada. Abandonan al resto del rebaño cuando van a tener sus lechones. Probablemente tropezaste con ella cuando se estaba preparando para tener sus crías y la has asustado.”
“Bueno, ella me ha asustado a mí, así que estamos empate. Ahora dile que se vaya.”
“Tal vez somos nosotros los que deberíamos irnos. Ella estaba aquí primero.”
Como si entendiera lo que estaban diciendo, la jabalina retrocedió lentamente, manteniendo su mirada fija en ellos mientras que se adentraba en las profundidades de la mina.
“¿Qué está haciendo?” Susurró Claire contra su hombro.
“Si ha venido hasta aquí para tener sus crías, es probable que ya esté de parto. Ahora que estamos fuera de su territorio, va a continuar con lo que había empezado.”
La jabalina les dio un último bufido y luego se giró.
“¡Menos mal!” Claire se guardó la cámara en el bolsillo, después se tapó la nariz con los dedos. “Lástima que no se haya llevado su peste con ella.” Claire se apartó un poco de Mac y vio el pozo de agua a su lado. “Hemos estado muy cerca de darnos un baño.” Entonces recordó el sonido que había oído después de haberse caído. “Apunta con tu luz dentro del agujero. He escuchado algo caerse al agua.”
“Ese socavón tiene cientos de metros de profundidad. No vas a ver nada con esta luz.”
¿Por qué tenía que porfiar siempre respecto a todo?” Solo apunta con tu luz ahí dentro, por favor.”
Mac se puso de pie cerca de la orilla y apuntó con su linterna hacia el agua. Varios metros más abajo, algo plateado destelló.
Claire se inclinó un poco más. “¿Es eso—”
“Mi brújula,” terminó Mac en un tono cortante.
“Ehh…” Claire se lamió los labios. La culpa trepó por sus mejillas, tiñéndolas de un tono rojo bermellón. “¿Cómo de caro era ese juguete en particular?”
“Quinientos dólares. En rebajas.”
“Ups.”
* * *
Esa misma tarde, Claire estacionó a Mabel junto a un destartalado Volkswagen verde—la vieja babosa—delante de Creekside Supply Company, la tienda de hardware, armas de fuego y licorería de Jackrabbit Junction. Todo lo que un vaquero o minero necesitaba para una expedición de caza o una cita romántica podía encontrarse bajo ese mismo techo, incluyendo perfumes y diversas variedades de pis de mula.
Dejó las ventanillas del coche bajadas para que el vehículo no se incendiara y cruzó la grava hacia las puertas de entrada de cristal. A pesar de los persistentes intentos de Mac por convencerla de todo lo contrario, todavía tenía problemas para asimilar la idea de que Joe hubiera sido solo un viajante de comercio.
Fingiendo admirar el paisaje, se aseguró de que no hubiera nadie merodeando por la zona y luego se deslizó por el lado de la construcción de bloques de hormigón blanco. Los ángeles de Charlie no tenían nada que hacer a su lado.
Unos arbustos alforfón de California agitaban sus flores de color rosa mientras que unas pequeñas mariposas naranjas y azules se posaban en ellas indistintamente. Parches de cardos de caña alta con flores púrpuras y rosadas en sus puntas rozaron los pantalones caquis de Claire mientras que esta avanzaba hacia la casa que solía ser la tienda de antigüedades de Joe.
De puntillas, se asomó por la ventana cubierta de polvo. El sol entraba por los dos grandes escaparates y se derramaba por el suelo de losa de madera y paredes de estuco blanco.
El lugar estaba completamente vacío. No había ni un solo sillón de Luis XVI ni ninguna mesa ovalada de estilo francés a la vista.
Claire se escabulló hacia el lado opuesto del edificio y se escondió tras una agrupación de árboles altos de palo verde con largas ramas para que no pudiera ser vista desde la ruta 191. El suelo estaba cada vez más en pendiente según iba avanzando hacia adelante, lo que hizo que la siguiente ventana con la que se encontró estuviera al nivel de su vista.
Ella se asomó a una pequeña sala rectangular, probablemente tres metros de largo por un metro de ancho. Un escritorio de metal de 1970 y una silla de aluminio con relleno verde amueblaban la habitación. Una caja de cartón descansaba en una de las esquinas.
Encima de la mesa colgaba otro cuadro de Johnny Cash de terciopelo negro. En esta ocasión, Johnny aparecía de frente, en lugar que de perfil, como en la foto que Joe tenía en su despacho en casa de Ruby. El hombre debía haber sentido cierta admiración hacia él.
¿Qué habría dentro de ese escritorio? Claire no iba a lograr averiguarlo sin rasgar la pantalla y romper la ventana.
Rodeó los árboles y dio un paso hacia el paseo marítimo que se extendía por el frente de la tienda de Joe y la Creekside Supply Company.
Tal vez podría reunirse con el agente de bienes raíce y pedirle que le diera un tour por el lugar con el pretexto de querer negociar con él. Tal vez podía decirle que estaba interesada en la cerámica del suroeste, los atrapasueños, o en descubrir dónde había una tienda de cigarrillos baratos.
Pasó junto a la puerta principal, deteniéndose delante de la placa de acero del cerrojo de seguridad. O tal vez, solo tal vez…
Claire echó a correr hacia Mabel y tomó la foto laminada que el abuelo llevaba de Tammy Wynette en la visera del coche.
De vuelta en la puerta principal, deslizó la foto de Tammy suavemente por el marco de la puerta. Agitando un poco el pomo, la puerta se abrió libremente. “Gracias, señora Wynette,” susurró Claire mientras se guardaba la foto en el bolsillo trasero de su pantalón.
Después de mirar en ambos sentidos, se coló dentro y cerró la puerta detrás de ella. El aire del interior, un poco más frío que el de exterior, olía a cera de abeja con un toque de barniz. El suelo crujió bajo sus pies mientras que se acercaba a la trastienda.
Podía sentir un hormigueo de emoción en sus dedos mientras que abría lentamente el cajón central de la mesa. Estaba vacío a excepción de una libreta de publicidad de un motel y un lápiz con el borrador en el extremo mordido. Los dos cajones a cada lado solo contenían restos de papelillos en las esquinas.
Mierda.
Entonces se trasladó a la caja de la esquina. Un viejo par de zapatillas de lona llenas de telas de araña estaba apoyado contra una percha de alambre.
Ya solo le quedaba inspeccionar a Johnny. Claire lo levantó de la alcayata y lo volcó sobre la mesa, desgarrando el papel posterior. No había nada pegado esta vez. Tal vez Joe habría escondido algo entre la pintura y el marco.
Dejó caer el cuadro sobre el suelo, pisó una esquina y tiró del lado contrario. La madera crujió al astillarse y se agrietó. El terciopelo se despegó de las tablas como la piel de un melocotón maduro. Una vez más, nada.
“Lo siento, Johnny.” Dejó el marco apoyado contra la caja.
Analizando el resto del piso, las paredes y el techo, buscó alguna fisura, abultamiento o tabla suelta, pero no encontró nada. Afuera, en la sala principal, se encontró con una ligera pendiente en un lado de la habitación donde descansaban un montón de moscas muertas.
Desanimada, Claire caminó hacia la puerta delantera.
Quizás Mac tenía razón. Tal vez estaba tratando de despertar algún tipo de misterio emocionante en Jackrabbit Junction para no tener que estar jugueteando con su pelo todo el día.
Un antiguo novio le había dicho una vez que tenía la extraña habilidad de crear ficción de hechos simples y molientes. Incluso si el muy bastardo le había estado engañando con la mujer de su jefe por aquel entonces, en ese aspecto, tenía razón. Su imaginación llegaba hasta los límites más insospechados.
Después de asegurarse de que la costa estuviera despejada, Claire salió, cerró la puerta detrás de ella y cruzó el estacionamiento. El sol caliente sobre sus hombros la pegó contra el suelo.
A tres metros de Mabel, ella se detuvo tan rápido que los dedos de sus pies rozaron la costura interna de sus zapatos. ¡Por el amor de Dios!
Henry estaba sentado en el asiento del conductor mirando hacia ella.
Ella parpadeó y luego tosió una carcajada. “¡Henry! ¡¿Dónde diablos has estado!?”
Él perro se movió nervioso y gimió de emoción; su cola batiéndose de lado a lado, golpeando el cuero blanco de Mabel. Parecía como si hubiera estado sumergido en una tina de barro y después se hubiera secado al aire libre, pero sus ojos eran tan brillantes como siempre.
Claire sonrió y tomó la cara del animal entre sus manos, lloviendo besos sobre su huesuda cabeza y luego, cuando su cerebro registró a qué olía, se apoyó en el coche y lo olfateó de nuevo.
“¡No me fastidies!” Murmuró mientras la rascaba detrás de las orejas. “Si te has escapado, ¿por qué apestas a perfume?”