Capítulo Catorce
Sábado, 17 de abril
“¿Qué quiere decir que Mac se ha ido?” Le preguntó Claire a Ruby.
Cerró el cajón de la caja registradora y abrió el refresco que acababa de comprar. Dejar de fumar estaba siendo su muerte en vida. Había empezado a beber un pack de seis latas de Coca-Cola al día—la versión legal de la inyección de azúcar y cafeína directamente en vena.
La ausencia de Mac la dejó con un doloroso vacío por dentro. Al igual que la estrella de country favorita de Abuelo, Ronnie Milsap, ella estaba soñando sobre esas cosas que se hacían por la noche a media tarde… y por la noche, y alrededor de la medianoche, y cerca de la madrugada.
Además de eso, el dispositivo de tortura en el que dormía todas las noches casi impulsaba sus fantasías inducidas respecto a Mac en un ámbito sadomasoquista; salvo por la ausencia de cáncamos y alambres de púas.
“Se fue hace una hora, después del desayuno,” dijo Ruby mientras vaciaba el bolso sobre el mostrador. “Maldita sea, ¿dónde habré puesto mis llaves?”
Rebuscó a través de la porquería propia de un bolso—crema de manos, una navaja suiza, un cortaúñas, y bálsamos labiales de varios sabores.
“¡Jess!” Gritó mirando hacia el techo. “Vamos, es hora de irse.”
“¿Ha ido a las minas?” Preguntó Claire.
“No.” Ruby guardó una lima de uñas en el bolso. “Ha ido a Tucson.”
¡Tucson! La mandíbula de Claire golpeó el mostrador. No había escuchado ni un mísero “adiós,” “hasta luego,” ni un breve “nos vemos más tarde,” de él. ¡Qué desperdicio de ropa interior sexy!
“Como he dicho en el desayuno,” la voz de Jess sonó a través de la rejilla de hierro sobre sus cabezas. “¡No pienso ir, Ruby!” La rejilla de ventilación prácticamente se sacudió con el énfasis de su declaración.
Ruby hizo una pausa con una botella de Visine en su mano, y tomó aire profundamente. “Esa niña no va a llegar a su próximo cumpleaños si no cambia de actitud. Y pensar que estoy haciendo todo esto pensando solo en su futuro. Debo ser masoca.”
“Tú y yo sabemos que esas son las hormonas gritando.” Claire trató de restarle importancia al comportamiento de Jess. “Entonces, ¿ha dejado Mac algún mensaje para mí o…”
Ella cambió de tema deliberadamente, tratando de parecer alegre, despreocupada; como si el nombre de Mac importara tan poco en su vida cotidiana como estar al tanto de la predicción del tiempo.
Ruby guardó el resto de sus pertenencias en su bolso y lo dejó de nuevo sobre el mostrador. “No que yo recuerde.”
¡En fin! Claire resopló mentalmente mientras que tamborileaba los dedos sobre el mostrador de madera. Se había afeitado las piernas demasiado pronto para Míster Quiérelas y Abandónalas.
“¡Jessica Lynn Wayne!” Gritó Ruby. “¡Baja aquí ahora mismo!”
El silencio reinó sobre sus cabezas durante varios segundos. Entonces unos pasos pesados cruzaron el segundo piso. Un imperceptible murmullo se hizo eco a través de la rejilla de ventilación.
Claire sacudió las migas invisibles de la encimera. “¿Ha mencionado algo sobre por qué ha ido a Tucson?”
“Algo sobre el trabajo.” Ruby excavó en los bolsillos de su abrigo con el ceño fruncido. “Maldita sea. Te juro que dejé las llaves al lado de mi bolso hace media hora.”
El sonido de Jess pisando fuerte por las escaleras resonó en toda la casa. Un desfile de hipopótamos en zapatos de claqué hubiera sido más silencioso.
“¿Ha dicho algo sobre cuándo estaría e vuelta?” Claire volvió a intentarlo. ¿O si va a volver?
“No.”
“¡Maldita sea, mamá!” Vociferó Jess mientras que apartaba la cortina. “Nunca escuchas ni una sola palabra de lo que te digo. Harley estaba en lo cierto sobre ti.”
Claire parpadeó sorprendida al escuchar el nombre del abuelo.
“Cuida tu vocabulario, nena.” Con las manos en las caderas, Ruby le preguntó, “¿Qué quieres decir con que Harley estaba en lo cierto? ¿Acerca de qué?”
Claire apretó los hombros con fuerza. ¿Qué le habría dicho a la niña anoche de camino a casa?
“Dijo que me habías jodido la vida.”
“¿En serio?” Con sus labios apretados, Ruby le lanzó una mirada a Claire de: Fíjate lo que tengo que aguantar. “¿Cómo te la estoy jodiendo exactamente?”
Jess levantó la barbilla. “Tratando de enviarme a un estúpido internado. Honestamente, Ruby, no entiendo por qué me tuviste. No has hecho nada más que endiñarme a otras personas desde el día que nací. No me extraña en absoluto que papá no quisiera casarse contigo.”
Un rubor se deslizó hasta el cuello de Ruby y por sus mejillas. Ella miró a su hija.
El labio inferior de Jess tembló ligeramente—el único signo visible de miedo en la joven.
Claire podía oírse a sí misma tragar en el espeso silencio que colgaba en el ambiente.
“Súbete al camión ahora mismo.” La voz de Ruby era baja, pero su suave acento sureño se había vuelto mordaz.
El rostro de Jess se contorsionó de rabia por una fracción de segundo. “¡Muy bien!” Ella caminó a pisotones hasta la puerta, deteniéndose en el umbral para mirar hacia atrás y dispararle una mirada llena de odio a su madre. “¡Iré contigo hasta ese estúpido colegio, pero pienso conducir yo!” Levantó un juego de llaves, haciéndolas sonar, y luego salió al porche de un portazo.
“Ese pedazo de mierda me ha quitado las llaves,” dijo Ruby, sacudiendo la cabeza. “¿Cuánto crees que me darían por ella en el mercado negro?”
Claire hizo una mueca. “Siento mucho lo que el abuelo le dijo a Jess.”
“No lo sientas. Esas no fueron sus palabras exactas.”
“¡Cómo lo sabes?”
“Él me lo dijo,” respondió Ruby.
“¿Quieres decir que se quedó hablando aquí contigo cuando vino a dejar a Jess?”
Ruby arrugó la frente antes de mirar a Claire, perpleja. “Bueno, sí. Esa era la idea.”
¿La idea de qué? “¿De qué estás hablando?”
“De que Harley viniera hasta aquí.”
“¿Cuando dejó a Jess?” Claire no agregó a propósito, en su camino hacia el nidito de amor de Cachetes Calientes.
“Sí.”
“Entonces, ¿se quedó unos minutos a hablar contigo?”
“No, se quedó unas cuantas horas.”
Claire se quedó muda. “¿Cómo dices?”
El motor del Ford rugió a la vida afuera.
“¡Maldita sea esa pequeña bruja!” Ruby cogió su bolso y corrió hacia la puerta. “Gracias de nuevo por quedarte cuidando de la tienda. Estaremos de vuelta en torno a las dos.”
Sin palabras, Claire observó a Ruby mientras que esta salía y la puerta mosquitera rebotaba en su estela.
Así que Abuelo había estado con Ruby anoche, ¿eh? Eso significaba que le había mentido a sus compinches sobre su cita o que había plantado a Rosy Linstad.
Claire se echó a reír. ¡Oh, cómo haría que se retorciera la próxima vez que estuvieran hasta el cuello de humo de cigarrillos y cartas!
Ella se bebió de un trago el resto de su refresco e hizo canasta con la lata en la papelera de reciclaje.
En cuanto al tío bueno de ojos color avellana que rondaba sus sueños, ¡sería mejor que tuviera una buena razón para haberse marchado, o él también se retorcería durante un buen rato!
* * *
El sol de la tarde se filtraba por las ventanas delanteras de Creekside Supply Company, bañando el primer pasillo lleno de hachas, palas, mangueras de jardín, y excavadoras post-agujero, de un matizado tono dorado.
Claire se separó de Abuelo y se metió por el pasillo central que dividía la tienda en dos partes, dejando justo a su derecha el pasillo número diez: artículos para el hogar, medias e higiene—en otras palabras, el departamento de señoras.
A no ser que allanara el apartamento de Sophy, para lo cual Claire no había reunido aún el suficiente valor, (había que tener algo más que un buen par de ovarios para allanar una morada frente a entrar simplemente sin permiso en una casa), solo podía pensar en una manera de demostrar que Sophy había secuestrado a Henry: perfume.
Ella se detuvo frente a las estanterías de perfumes. Reconoció las familiares cajas de Charlie, Emeraud y Stetson para mujer, y entonces sus ojos se concentraron en la pistola humeante—Tabu.
Dentro de la caja blanca y negra, había un bote muy fino con un tapón negro exactamente igual que el que había visto en la habitación de Sophy ayer. No es que Mac le hubiera dado la oportunidad de inspeccionar totalmente la habitación antes de arrastrarla fuera de casa.
Claire roció el interior de su muñeca y olfateó la mezcla aromática de rosas, azahar y jazmín en su piel. Sonrió. Añade una pizca de barro seco y de pelo de perro y tenías la mezcla perfecta del perfume Ladrona de Perros.
Volvió a meter la botella en la caja.
“No eres suficiente mujer para llevar eso,” dijo una familiar voz detrás de ella.
El vello en la parte posterior de su cuello se erizó.
La última vez que había oído esa voz, había terminado rodando por un suelo cubierto de cáscaras de cacahuetes.
Claire miró por encima del hombro a la mujer fatal de su archienemiga, vestida con su conjunto de cabaretera habitual: una camiseta sin mangas de corte bajo y unos vaqueros que le hacían parecer una salchicha embutida. Ella le lanzó una sonrisa falsa. “Vaya, si es Sophy Wheeler, la chica más antigua del calendario de Jackrabbit Junction.”
Los ojos expertamente delineados de Sophy se estrecharon. “Muy graciosa; casi tanto como esos rasguños de mis uñas en tus mejillas.”
Sin ganas de dar comienzo a otra pelea, especialmente con el abuelo paseando por la tienda, Claire trató de ignorarla. “A menos que estés buscando una segunda ronda, tengo muchas mejores cosas que hacer que perder el tiempo escuchándote.”
Con la caja de Tabu en su mano, Claire se alejó de la mujer a la que Ruby solía referirse como La Zorra del Infierno.
“Ten cuidado, corazón,” dijo Sophy tras ella. “A la gente de los alrededores no le gustan demasiado los intrusos.”
Claire se detuvo en seco y tragó con fuerza. Entonces, se volvió hacia la cateta de labios chillones.
El resplandor en la mirada de Sophy hacía que fuera más que evidente que sabía exactamente dónde había estado ayer. No tendría ningún sentido tratar de negarlo.
“Pues dile a la gente de los alrededores que a mí tampoco me gustan demasiado los secuestradores de perros.”
Sophy levantó una ceja excesivamente depilada. Su reacción no gritaba culpable, como Claire había esperado, pero tampoco declaraba su inocencia.
“¿Qué se supone que significa eso?”
“Creo que ya lo sabes.” Claire levantó la caja de perfume y la sacudió. “Lo más gracioso sobre este perfume es que se adhiere al pelaje de un perro igual de bien que a la piel humana.”
Sophy sonrió. “Eso explica tus problemas para atraer a los hombres. Se supone que no debes echárselo a tu perro.”
Por mucho que Sophy tratara de hacerse la tonta, Claire no iba a abandonar sus sospechas. Se apostaría el anillo de boda de su abuela a que el suelo de la cabaña de la mujer estaba lleno de pelos de Henry.
“He descubierto tu pequeño juego, Sophy.” Claire se sentía como un gatito silbando a un San Bernardo. “No voy a parar hasta que averigüe cuáles son tus motivos.”
Los ojos de Sophy brillaron amenazadoramente. “Si tienes dos dedos de frente en ese pequeño y estúpido cerebro tuyo, será mejor que vuelvas a desaparecer por el agujero por el que has salido. Me da la impresión de que has olvidado que eres una extraña en la ciudad—mi ciudad.”
“Las amenazas no me asustan.” El corazón de Claire latía tres veces más rápido de lo normal.
“Tal vez una escopeta del calibre 12 sí lo hará.”
“¿Una escopeta del calibre 12 hará qué?” Preguntó el abuelo, rompiendo la tensión entre Claire y Sophy.
Sophy se volvió hacia el hombre y su desprecio fue reemplazado por una sensual sonrisa y una mirada propia del dormitorio. La mujer pasó sus afiladas uñas rojas por su brazo. “Hola, Harley. Estás muy guapo esta tarde.”
Claire hizo un gesto como si fuera a vomitar y los labios de Abuelo se torcieron.
“Sophy,” respondió con un breve movimiento de cabeza. “No sabía que conocías a mi nieta, Claire.”
La sonrisa de Sophy se desvaneció un poco. “En realidad, no nos 'conocemos' como tal. Solo tuvimos una pequeña charla la otra noche en The Shaft.”
“¿Qué te ha pasado en la mejilla?” Preguntó Abuelo mientras que su afilada mirada rebotaba entre la cara de la mujer y la de su nieta.
Claire se preparó para una reprimenda, segura de que el hombre ya habría sumado dos más dos.
“Tuve un pequeño accidente el otro día en el restaurante.”
“Qué cosa más rara la de estos accidentes,” dijo el abuelo. “Claire también tuvo uno hace poco.”
“Me he dado cuenta.” Sophy tomó una caja de Tabu y la dejó caer en su cesta. “Siempre es un placer verte, Harley.” Se detuvo junto a Claire y miró a Abuelo. “Será mejor que mantengas un ojo sobre esta chica. Va a meterse en problemas como no vaya por ahí con cuidado.”
Con una sacudida de su pelo—que se movía como una sólida masa, sin duda dado a todos los frascos de laca que Claire había encontrado apiñados en el lavabo de la mujer—Sophy se pavoneó a los lejos.
Abuelo miró a Claire con el ceño fruncido. “¿Qué has hecho ahora?”
“¿Qué? No he hecho nada.” Claire hizo un último intento de jugar a 'Soy inocente, lo juro.'
“Hija, no me he caído de un guindo. Cuando he llegado, estabais dando vueltas como un par de hienas hambrientas cerniéndose sobre un trozo de carne cruda.”
Claire suspiró. “¿No podrías compararme con un animal más bonito? Un gato estaría bien. Tal vez incluso un cisne. ¿Los cisnes luchan?”
“Claire,” advirtió.
No habría forma de librarse de esta. “¿Qué puedo decir?” Levantó sus manos en el aire. “No me gusta el color de su lápiz de labios. Además, empezó ella. Yo solo quería que volvieran a rellenarme mi vaso de cerveza.”
“Sophy Wheeler es una criatura a la que no debes tocar ni con un palo. Las serpientes de cascabel tienen menos veneno que ella.”
Claire se cruzó de brazos. “¿Cómo sabes tanto sobre Sophy?” La mayoría de los hombres no podían ver más allá de sus enormes tetas, especialmente dado que siempre parecían a punto de derramarse por encima de su top.
“Presto atención a los detalles.”
Claire frunció los labios. “¿O tal vez un pequeño pajarito pelirrojo con un acento de Oklahoma te ha estado susurrando secretos al oído a altas horas de la noche, cuando se supone que debes estar en el nidito de amor de Cachetes Calientes?”
Abuelo se sonrojó. “Mete el culo en el coche.”
Claire se rio disimuladamente todo el camino hasta la caja registradora.
* * *
Domingo, 18 de abril
Los pájaros carpinteros estaban ya afanados en su tarea.
Mac permaneció fuera de la puerta de la Winnebago de Harley, escuchando el rat-a-tat-tat mientras que perforaban uno de los sauces que bordeaban Jackrabbit Creek.
El rocío cubría la hierba como si se tratase de un barniz brillante. El desierto parecía estar conteniendo la respiración mientras que el sol aparecía por encima de las Montañas Tres Dedos, acabando con la brisa fresca de la noche. El resplandor rosado del amanecer bajo el cual Mac había corrido en su vuelta de Tucson con el fin de llegar al R.V. Park—y a Claire—lo más rápido posible, había derivado en un cielo azul pálido de una mañana temprana.
El ligero olor a bacon bañaba el aire, recordándole a Mac que se había saltado el desayuno en sus prisas por regresar.
Claire había estado en sus pensamientos desde que salió ayer por la mañana. No podía quitarse de la cabeza esa imagen de ella con la camiseta de la Pantera Rosa. El sentido común le decía que cortara esa atracción por lo sano mientras que aún pudiera.
Pero, maldita sea, estaba demasiado buena en un par de pantalones vaqueros.
Cansado de este creciente debate en su cabeza—el mismo por el que ya había pasado varias veces desde que salió de la ciudad hacía más de dos horas—Mac llamó a la puerta y escuchó movimiento al otro lado del aluminio.
La puerta se abrió.
Claire se quedó allí, con sus piernas desnudas y su pijama de Oscar el Gruñón. Todos los sentimientos anti-Claire de Mac volaron de su mente.
Los ojos de Claire se estrecharon mientras lo miraban, y ella cruzó los brazos sobre su pecho. “Te fuiste sin ni siquiera decir adiós.”
Mac tiró del dobladillo de la parte superior de su pijama. “¿Me has echado de menos?”
“En absoluto.”
“Mentirosa.”
“Deja de leer mi mente.”
“¿Qué tal si te muestro lo mucho que yo te he echado de menos a ti?”
Sus labios se curvaron ligeramente. “Estoy tratando de estar enfadada contigo.”
Mac subió el escalón y se detuvo a escasos centímetros de su cara. Olía a suavizante, jabón de flores, y a Claire. Metió un mechón de pelo por detrás de su oreja, arrastrando el dedo por su cuello.
Claire se quedó sin aliento cuando Mac pasó la punta del dedo a lo largo de su clavícula. Ella detuvo su mano. “Abuelo está despierto,” susurró.
“¿De qué estás hablando? Puedo oírle roncar.”
“Ese es Henry. Abuelo está en el baño.”
“No sabía que los perros podían roncar tan fuerte.”
“Intenta dormir en la misma habitación que ese maldito chucho.”
Todavía sosteniendo su mano, frotando sus dedos con el pulgar, Claire no tenía ni idea de lo cerca que Mac estaba de aprovecharse de ella contra la pared de la Winnebago. Un hombre solo podía soportar una cantidad límite de frustración sexual a lo largo de toda una semana.
“Te he traído un regalo.” Él se inclinó más cerca, sus labios casi rozando los suyos. Diminutas motas de oro manchaban su iris de color marrón.
“¿Crees que puedes comprar mi cariño?” Sus ojos brillaban. Trató de mirar detrás de su espalda para ver lo que estaba escondiendo.
“Dicen que el camino al corazón de una mujer es a través de la cartera de un hombre.” Al menos eso es lo que su última novia le había leído cuando había compartido algunas citas con él sacadas del libro Las Reglas para Ligar.
“¿En serio? Siempre he creído que tenía que ver con el tamaño de su…” Claire se fue apagando, parpadeando seductora y exageradamente, “camión.”
Mac se rio entre dientes, entrelazando sus dedos con los suyos. “Oh, yo tengo un camión bastante grande, listilla.”
La suavidad de su risa lo llenó de un calor que no tenía nada que ver con los rayos del sol de la mañana perforando su espalda.
“Entonces, ¿dónde está mi regalo?”
“Cierra los ojos.”
Ella bajó los párpados mientras que una sonrisa asomaba por las comisuras de su boca.
Mac soltó sus dedos y sacó el hueso que había ido a recoger al laboratorio de Steve en Phoenix.
“¡¿Es eso un hueso en tu mano?!” Gritó Chester por la ventanilla del conductor de su caravana. “¡¿O es que estás contento de ver a Claire?!”
Con los ojos muy abiertos y sus mejillas rojas como dos tomates, Claire dio un paso atrás, alejándose de Mac y enderezó su pijama.
Maldita sea. ¿Era mucho pedir tener una conversación tranquila con Claire en el escalón de la entrada sin que todo el gallinero los estuviera viendo?
Mac sostuvo el hueso hacia ella. “Te he traído tu hueso. Bueno, lo que queda de él. Steve se ha quedado con una muestra para su posterior análisis. Se lo ha llevado a una antigua novia que trabaja en la oficina del médico forense del estado. “
Claire agarró el hueso y lo levantó en su mano. “¿Qué te ha dicho?”
“Oye, el hueso de Henry ha vuelto,” dijo el abuelo a espaldas de Claire. “Ven aquí, muchacho.”
El sonido de las uñas de unas garras sobre el linóleo anunció la llegada de Henry justo antes de que el perro apareciera junto a las piernas desnudas de Claire. Cuando el animal vio el hueso, gimió y luego gruñó cuando Claire lo mantuvo fuera de su alcance.
“¿Cuántos años tiene?” Preguntó ella, apartándose a Henry de encima con el pie.
“Me ha dicho que—” comenzó Mac.
“Ay, ay, ay, bonita,” la suave voz de Manny llegó directamente por detrás de Mac. “Pero qué piernas más sexys tienes.”
Mac se fijó en las piernas de Claire. Manny estaba en lo cierto.
Ella agarró el borde inferior de su pijama y tiró de él hacia abajo, tratando de mantener el hueso alejado de Henry. El Beagle se puso sobre dos patas para tratar de alcanzarlo.
“Deja de mirar las piernas de mi nieta, Carrera.”
“¿Ha encontrado algunas fracturas viejas?” Le preguntó Claire a Mac mientras que Henry seguía dando saltos a su alrededor.
“¿Preferirías que me fijara más en que no lleva sujetador?” Replicó Manny.
Mac se centró en el nuevo objeto de la discusión.
“Es un hueso de pierna humana, ¿verdad?” Claire cruzó los brazos sobre su pecho, intentando ineficientemente cubrir esa hermosa parte de su anatomía.
“Deberíais haber visto las peras con las que yo mantuve algo íntimo y personal anoche,” dijo Chester, deslizándose junto a Manny. “Podría haber flotado a lo largo del canal inglés navegando sobre esos dos balones.”
Mac sintió la risa burbujeando dentro de su pecho. Ahora que todos los payasos estaban presentes, el circo podría comenzar.
“¿Mac?” Instó Claire. Su curiosidad ardía en sus oscuros ojos.
“No puedes flotar en unos balones de solución salina,” dijo Manny.
“¿Te apuestas algo?” Le incitó Chester.
“¿Cómo de grandes eran los balones?” Le preguntó Harley a Chester.
Mac tenía la sensación de que la vida con Claire siempre sería igual de caótica. “Dijo que es necesario encontrar el resto del cuerpo.”
Todos los ojos se volvieron en su dirección.
“¿Y cómo se supone que voy a hacer eso?” Preguntó Claire.
Mac había estado intentando dar con una respuesta a esa pregunta durante toda la mañana, una respuesta que no interfiriese con sus planes en las minas. Pero hasta el momento, solo había podido llegar a una: “Con mi ayuda.”