Capítulo Siete
¿Dónde está ese maldito perro?
Claire trotaba través de un río seco cubierto de arena y guijarros, siguiendo a un lagarto de cola de cebra que salía y se escondía entre las haces de las plantas rodadoras. Los rayos de sol sobre su cabeza cocían y perforaban sus huesos desde un cielo cerúleo sin nubes.
Como pasara mucho tiempo en este calor su cerebro terminaría achicharrándose.
Tal vez Mac estaba teniendo más suerte en su búsqueda.
Claire se protegió los ojos y miró hacia la mina de Sócrates Pit. El sol de poniente sobre el relieve de la empinada y escarpada ladera iluminaba la enorme boca desdentada de la mina. Echó un vistazo en busca de su camiseta blanca, algo que no había visto en más de una hora.
Su idea de separarse para buscar a Henry ahora no le parecía tan buena pero había decidido que necesitaba un poco de tiempo a solas para pensar cómo poder quitarle a Mac de la cabeza la idea de ponerle precio al valle de su abuela.
Hasta el momento, sus planes habían gravitado hacia la posibilidad de atarle y mantenerle preso o pasarle los nudillos por el cuero cabelludo. Sin embargo teniendo en cuenta que Mac medía más de metro ochenta, el sentido común había vetado ambas ideas. Aún no había conseguido llegar a un plan B.
Mirando hacia la mina con la esperanza de observar cualquier rastro de vida, Claire avanzó laboriosamente hacia el norte. Una brisa con el aroma de rocas horneadas secó el sudor de su piel antes de que tuviera tiempo de calar su ropa.
Su mente no paraba de preguntarse quién sería el dueño del hueso de la pierna que le había metido en esa situación y cómo podría un Beagle estar deambulando por ahí solo durante más de dieciséis horas.
Sintiéndose como Godzilla, Claire serpenteó un cañón en miniatura con cuidado de no cruzarse con ningún escorpión y agudizó los oídos ante cualquier traqueteo que pudiera percibir. Un halcón de cola roja salió disparado sobre ella, volando en picado. Sus gritos se escucharon en el fondo del valle.
Trató de no pensar en lo que el abuelo diría si regresaba sin Henry.
Algo brilló en la arena, una especie de cristal que obstaculizaba su visión hacia el sur donde se ubicaba el río Gila. Pero a medida que Claire se acercaba fue desacelerando. No se trataba de un trozo de cristal sino de una placa de perro rodeada de las huellas del animal y otras de unas botas puntiagudas.
Sus dedos temblaban mientras la cogía del suelo y leía por un lado, “Henry Ford, 1309 Pilot Knob Rd., Nemo, SD 57759;” el otro decía, “recompensa y gastos de envío garantizados (si el perro va incluido).” La anilla de la placa estaba rota.
Un renovado estallido de esperanza contrajo su pecho. Se puso de cuclillas y analizó las huellas de las botas. Eran pequeñas, no mucho más grandes que las suyas. Se mordió el labio inferior degustando la sal del desierto.
Una sombra cayó sobre ella.
“¿Qué has encontrado?” Mac saltó en la rambla.
Claire se puso de pie y dejó caer la placa de identificación en su palma abierta. “Mi hipótesis es que alguien siguió a Henry hasta esta rambla y lo raptó mientras que estaba intentando ir hacia el otro lado. Se le caería la placa durante el forcejeo.”
La mirada color avellana de Mac se encontró con la suya. Una expresión pensativa cruzó sus características, aún más notable por la ausencia de sus gafas. Claire no podía decidir si estaba más guapo con o sin ellas. Sufrió la misma indecisión con Indiana Jones; el mismo aleteo en su corazón, maldita sea.
Mac bajó la mirada a la placa. “¿Por qué estás tan segura de que el dueño de estas huellas fue tras Henry? Podría haber sido solo un caminante.”
“Por dos motivos. En primer lugar, muchas personas no salen de excursión con un par de botas de vaquero. En segundo lugar, si simplemente estuviera dando un paseo, ¿por qué no habría cogido la placa? No podría haber pasado desapercibida para nadie a menos que la persona en cuestión estuviera caminando en la oscuridad. En tercer lugar, las huellas de Henry solo están en la rambla, fuera no.”
“Creí que había dicho dos motivos.”
Claire se encogió de hombros. “He cambiado de idea.” Ella le quitó la placa y se la guardó en el bolsillo, entonces vio un envoltorio de plástico de color rojo enredado en los brazos larguiruchos de un cactus cholla cerca de ellos. ¿Otra pista? Dudaba que Mac estuviera de acuerdo. Sacó la envoltura de entre las espinas de varios centímetros de largo y se la guardó también en el bolsillo.
Se giró y vio que Mac la estaba mirando atentamente. “¿Has encontrado algo en la mina?” Se movió nerviosamente bajo su intenso escrutinio.
“Muchas huellas de deportivas.” Mac salió de la rambla y le tendió la mano para ayudarla a incorporarse. “Pero ni rastro de Henry, aparte de las huellas en la boca de la mina.”
Claire aceptó su ayuda y se fijó en sus botas de montaña mientras que se paraba junto a él. “¿Qué número de pie usas?”
“Un cuarenta y seis. ¿Por qué?”
“El secuestrador de Henry tenía los pies pequeños. Debe haber sido una mujer. O un niño. O un hombre con los pies muy pequeños.”
“O un hombre pequeño con los pies muy grandes,” añadió Mac con una sonrisa que esbozó sus patas de gallo.
“Exacto.”
Su sonrisa se desvaneció. “Ni siquiera puedes saber con certeza si alguien se ha llevado a Henry. Es un poco pronto para empezar a hacer presunciones de ese tipo.”
“¿Qué más pruebas necesitas? ¿Una foto de Henry y su secuestradora de perros estrujados en uno de esos estrechos fotomatones?” Debería haber sabido que jamás podría convencer de algo así a un apasionado de las ciencias sin tener el arma humeante.
Las huellas de las botas apuntaban hacia el oeste, lejos de la rambla. Mirando hacia el suelo, Claire hizo una caminata a través de los bosques de árboles de mezquite y alrededor de los parches de flores fantasma cubiertos con pétalos de color crema. Mac la siguió en silencio, excepto por el sonido ocasional de las ramas de los cactus espinosos rascando sus vaqueros.
A unos doscientos cincuenta metros por el oeste de la rambla, Claire se detuvo en medio de lo que parecía ser un gastado camino de carruajes. “Las huellas de las botas han desaparecido.”
Mac se puso de cuclillas y pasó el dedo por la suciedad polvorienta junto a una huella de neumáticos. “Un vehículo de cuatro ruedas.”
“De acuerdo, tenemos que ver quién posee uno en la zona.”
Sacudiendo la cabeza, Mac se puso de pie. “Eso no servirá de nada. Casi todo el mundo en este condado posee un vehículo de cuatro ruedas. Prácticamente los venden con que solo presentes tu permiso de conducir. Incluso Ruby tiene uno.”
“¿Cómo es que nunca lo he visto?”
“Claro que lo has visto. Está bajo esa lona verde detrás del cobertizo de herramientas. Jess rompió un eje transversal el otoño pasado mientras trataba de perpetrar un truco de Evel Knievel.”
“Mierda.” Claire tocó la placa de identificación en su bolsillo a la vez que su esperanza de llevarle buenas noticias a Abuelo se evaporaban más rápidamente que una gota de agua en el Valle de la Muerte. “¿Qué clase de persona secuestraría a un Beagle?”
Una punzada de miedo perforó su vientre. ¿Y si se trataba de una de esas personas desequilibradas que hacían cosas horribles y retorcidas con los perros?
“Será mejor que volvamos.” Mac se frotó la parte posterior de su cuello mientras que su mirada vagaba por las colinas de los alrededores.
“¿No deberíamos seguir las huellas de los neumáticos?”
“Los chavales conducen vehículos de cuatro ruedas arriba y abajo de este valle sin parar. Será mejor que entreguemos panfletos con su foto en la ciudad mañana por la mañana.”
“¿Panfletos? Eso es lo que hacen los que quieren venderte pastillas para adelgazar.”
“Claire.”
“Estamos hablando de alguien que ha secuestrado al perro de mi abuelo.”
“Claire.”
“Puede que encontrar a Henry no sea tu máxima prioridad pero si no regreso a casa con ese perro en mis brazos, la única persona en mi familia que tiene todavía algo de fe en mí va a estar muy decepcionado… como poco.”
“¡Claire!”
“¿Qué?” Espetó.
“Cálmate.”
“Me calmaré cuando Henry esté sentado sano y salvo en el sofá del abuelo.”
Mac pasó un brazo alrededor de sus hombros. Si estaba tratando de consolarla necesitaría una táctica diferente. El aroma de desierto bañado por el sol que empezaba a asociar con este tío bueno de ojos color avellana y largas piernas, tenía el mismo efecto calmante en ella que el extremo de una picana eléctrica.
“Volvamos a casa de Ruby.” Él le dio un codazo en la dirección por la que habían venido. “Si quieres yo iré contigo para explicarle la situación a tu abuelo.”
Ella lo miró fijamente desde detrás de sus gafas de espejo mientras que él la conducía a lo largo del camino con su brazo empujándola hacia adelante.
Cuando era tan amable con ella, tenía problemas para recordar por qué había decidido dejar de confraternizar con él. Además de estar desesperada por probar la nicotina y hambrienta de sexo, también tenía hambre de respeto y Mac no hacía más que tirar migajas hacia ella. Él podría no ser consciente de ello, pero ella sí lo era.
“Gracias por la oferta, pero no, gracias.” Ella había arrastrado a Henry hasta aquí anoche así que era la única que debía soportar el chaparrón por no haberlo encontrado… todavía.
Apartándose de Mac, Claire aceleró el paso con determinación.
Pasó de nuevo por la rambla donde había encontrado la placa de Henry y luego bordeó los relaves en la base de Sócrates Pit. En lugar de girar a la izquierda hacia el coche, tiró hacia la derecha.
Era el momento para el Plan B.
“Mabel está en la otra dirección,” dijo Mac.
“Lo sé.”
“¿Adónde vas?”
“Quiero mostrarte algo.”
Mac la siguió sin objeciones. Ella lo condujo por un sendero de ciervos hasta un cañón poco profundo. Las paredes de arenisca roja brillaban bajo los rayos del sol. Caminaron una corta distancia a lo largo del arroyo hasta que el cañón se derramó en el desierto y el viejo álamo de su abuela se alzó frente a ellos. Claire se detuvo a la sombra de sus temblorosas hojas.
Mac miró hacia arriba. “Este árbol debe tener más de un siglo de antigüedad.”
“Por lo menos.” Claire pasó el dedo sobre el corazón y las iniciales talladas en la corteza.
Arrancando un tallo de lavanda de la base del tronco, Mac olió la flor violeta y miró hacia el agua. “No ha llovido aquí en más de dos semanas. Esta corriente debe ser lo que alimente a la vegetación durante la primavera.”
“Ruby me ha contado por qué estás aquí,” dijo Claire bruscamente.
El plan B carecía de la sutileza del Plan A.
Mac la miró fijamente con los ojos entrecerrados.
“Si ella vende esas minas a la empresa minera,” continuó antes de que su sentido común la alcanzara, “arrasarán estas tierras y cavarán una montaña invertida.”
“Eso no es asunto tuyo, Claire.” Su voz era brusca y tensa, fuera de lugar en un paisaje tan suave.
Claire levantó la barbilla. Podía sentir su corazón latiendo en la punta de sus dedos. “Quiero que sea asunto mío. Tiene que haber otra manera de salvar el R.V. Park.”
“¿Qué te hace pensar que puedes encontrar una solución que Ruby no puede?”
Ella sonrió. Se sentía frágil. “Soy optimista.”
Mac frunció el ceño. “Eres demasiado ingenua.”
“También puede ser, pero sobre todo soy una persona decidida.” Consideró hablarle de las cenizas de su abuela, pero pensó que sería mejor mantener su atención en su propia familia. “Ruby no quiere venderle estas tierras a la empresa minera y voy a asegurarme de que no tenga que hacerlo.”
“¿No crees que yo ya he tratado de pensar en otra posible solución? Ruby está acorralada en una esquina. La venta es la única salida.”
“Yo no lo creo.”
“Cree lo que quieras pero apártate del medio.” Mac salió corriendo hacia el coche.
Claire echó a correr detrás de su estela. Tal vez no siempre había tomado las decisiones más correctas en su vida pero sabía cuándo dejar de agitar una bandera roja delante de un toro; cuando era el momento de ocultarse detrás de un barril.
Mientras paseaba admirando la abundancia de hormigas y escarabajos iridiscentes corriendo a lo largo del fondo del valle agrietado y seco, su talón pisó algo duro en una piscina de suelo arenoso.
Levantó el pie. Un mechero yacía sobre la tierra; su cubierta de plata estaba oculta en su mayoría por los granos de arena. Ella lo cogió y sopló el polvo. Las letras S-A-M estaban grabadas en uno de sus lados.
¿Sam? Abrió la parte superior y rodó el cilindro con su pulgar. El mechero se encendió.
Sam había perdido un encendedor.
¿Habría perdido también un fémur?
* * *
Lunes, 12 de abril
“Volveré en un par de horas,” le dijo Mac a Ruby cuando abrió la puerta mosquitera y salió al porche delantero.
El fresco aire de la mañana con la promesa de un nuevo día levantó su estado de ánimo. Recorrió el horizonte sur, admirando las curvas de la tierra. Miles de años de erosión habían suavizado los ángulos agudos del valle por delante de él. Por primera vez desde que había salido de los límites de la ciudad de Tucson, la tarea que tenía entre manos no le parecía tan desalentadora.
Las tablas crujieron bajo sus botas mientras bajaba los escalones del porche. Tal vez sería capaz de terminar un par de días antes y así disfrutar un poco de sus vacaciones.
Se detuvo en la base del porche. La cálida luz del sol sobre sus hombros garantizaba otra tarde caliente. El sol del desierto nunca parecía entender que la primavera era una época de transición, no una temporada abrasadora.
Protegiéndose los ojos, miró al este de las Montañas Tres Dedos. Una franja de nubes cirros flotaba por encima de la gran masa de granito precámbrico apodada el Dedo del Medio, que sobresalía del flanco norte.
Este rincón de Arizona estaba lleno de depósitos de pórfidos de cobre dentro de las masas de roca intrusiva como el Dedo del Medio. Con el noventa por ciento del cobre del estado procedente de depósitos de pórfido, Ruby podría estar sentada fácilmente en un pedazo de tierra susceptible de valer diez veces más de lo que la empresa minera le había ofrecido.
Desafortunadamente, la minería del cobre movía mucho dinero y Ruby se encontraba en una situación desesperada.
Mientras bordeaba el porche, se metió la mano en el bolsillo para sacar las llaves del Ford.
Un par de currucas posadas en la copa de un sauce cercano cantaban a todo pulmón. Mac silbó junto a ellas. Ni siquiera la determinación de Claire de cambiar la decisión de Ruby iba a explotar su burbuja de felicidad en una mañana tan hermosa.
Entonces vio la camioneta de Ruby.
“Jooooder,” exhaló en un suspiro mientras se detenía de golpe. Rodeó el camión sacudiendo la cabeza. Los cuatro neumáticos estaban tan planos como una boñiga de vaca.
Se arrodilló junto al neumático frontal al lado del conductor y exploró la banda de rodadura en busca de un tornillo o clavo. En su lugar, se encontró con una pequeña porción rajada en la pared exterior.
Alguien había pinchado el neumático.
Mac se trasladó a la rueda trasera. También tenía una raja en la misma pared.
“Hijos de puta.” Se puso de pie. Esto no era un accidente. Tampoco era una broma. Primero su Dodge y ahora el Ford de Ruby.
Alguien no quería que se moviera con demasiada rapidez.
¿Podría ser Claire tratando de interferir? Descartó tal pensamiento. La chica tenía sus peculiaridades pero no creía que fuera capaz de hacer algo que le fuese a costar más dinero aún a Ruby.
Tal vez la gente de la empresa minera no quería que descubriera algo en las minas que solo ellos conocían. Por otra parte, el banco podría perder un cultivo comercial fácil si Ruby pagaba su préstamo antes de que pudieran quitarle el parque y las minas.
Había demasiadas posibilidades. Necesitaba tiempo para pensar. Bueno, fundamentalmente necesitaba unas ruedas de repuesto.
Se dirigió de nuevo hacia la puerta principal de Ruby, vacilando en la base de las escaleras del porche.
Si le contaba a Ruby lo que había sucedido, querría comprar unos neumáticos nuevos con dinero que no tenía. Tal vez podría encargarse del problema antes de que su tía se tomara su descanso habitual mañanero para dar clase a Jess.
Era el momento de pedir un favor.
Minutos más tarde, Mac se detuvo frente a la puerta de la Winnebago de Claire. Podía oír a Johnny Horton cantando el estribillo de “La batalla de Nueva Orleans” desde el otro lado de la pieza delgada de aluminio.
Antes de que pudiera llamar, la puerta se abrió de golpe. Claire frunció el ceño hacia él con su cabello despeinado, sus mejillas sonrosadas y marcas de la almohada. Oscar el Gruñón se le quedó mirando desde la sudadera de su pijama.
“¿Mac?” Su voz era ronca por el sueño.
“Necesito que me lleves,” espetó él, olvidándose de sus modales al ver las piernas desnudas de Claire y las uñas de sus pies pintadas de color púrpura.
Ella se frotó los ojos y parpadeó repetidamente. “¿Qué?”
“Los neumáticos de Ruby están pinchados. Necesito que me lleves en el coche de tu abuelo.”
Claire le sostuvo la mirada durante varios segundos. “Por supuesto, llevarte.” Pasó por su lado y se alejó sin mirar atrás a través de los brotes de hierba que sobresalían del suelo.
¿Qué se supone que significaba eso? Mac la siguió. “¿Interpreto eso como un sí?”
Ella giró alrededor de Mabel mientras murmuraba en voz baja.
Mac se detuvo frente al Mercurio. “Claire,” dijo intentando hablar con un tono de voz un poco más educado.
“¿Me podrías llevar a la tienda de coches en Yuccaville?”
“Ya te he oído,” gritó por encima del hombro mientras marchaba hacia el edificio de hormigón donde estaban los baños públicos.
“¿Qué está pasando ahí?” Dijo una voz profunda detrás de Mac.
Se dio la vuelta. Un viejo de cabello canoso peinado de punta asomó la cabeza por la ventanilla del lado del conductor de una antigua Winnebago Brave color verde guisante.
“Nada.” Se sentía como si le hubieran pillado enjabonando las ventanas de Mabel. “Siento haberle despertado.”
“¿Nada? Y una mierda. ¿Quién diablos eres?”
“Mac Garner.” Miró hacia Claire. Había desaparecido por completo por lo que se había quedado solo ante el peligro. “Mi tía es la propietaria del parque,” añadió con el fin de ganar una credencial adicional.
“¿Eres tú el primo de la señorita Jess?” Una voz más profunda con un acento mexicano gritó desde un Airstream estacionado al lado de los baños. Un hombre que guardaba un gran parecido a Jimmy Smits salió de debajo de un toldo cubierto de luces rojas.
Mac asintió lentamente. ¿Cómo conocían estos hombres a Claire?
“¡No me digas!” Dijo Pelo Pincho mientras abría una botella de cerveza Schlitz. “Dicen por ahí que quieres morrearte con Claire.”
“¿M-morrearme?” Tartamudeó Mac.
“A la mierda con toda esta conversación sobre morrear a Claire.” Un tercer viejo, cuya calva rivalizaba con el cromo de Mabel, gritó desde la puerta de la autocaravana de Claire. “Es demasiado pronto para una maldita conversación.”
“Será demasiado pronto para ti,” dijo Jimmy Smits sonriendo a Mac. “A algunos de nosotros nos gustan los huevos muy pasados con un poco de sexo como acompañante.”
Mac se pasó una mano por el pelo. Los viejos parecían salir de debajo de las piedras. ¿Dónde diablos estaba Claire?
“Antes de que le pongas la mano encima a mi nieta,” dijo el hombre calvo mientras caminaba hacia Mac, “tendrás que responder algunas preguntas.”
Mac frunció el ceño. ¿De dónde había sacado el anciano la idea de que había algo entre su nieta y él? ¿Le habría pillado mirándole las piernas?
“¿Qué haces para ganarte la vida?” Preguntó el abuelo de Claire.
“¿Tienes alguna enfermedad venérea?” Gritó Pelo Pincho mientras bordeaba la parte delantera de su Brave y se contoneaba sobre un par de piernas arqueadas.
“¿Con cuántas mujeres saliste el año pasado?” Añadió Jimmy Smits mientras pasaba por su lado y se apoyaba en el parachoques delantero de Mabel. El olor a Old Spice golpeó a Mac en la cara, haciendo que le picara la nariz.
“¿Cuáles son tus intenciones con mi nieta?”
“Wow,” dijo Mac, “Solo necesito que me lleve—”
“¿Practicas sexo seguro?” Interrumpió Pelo Pincho.
“Si piensas que puedes tener algún tipo de escarceo sexual con ella, será mejor que lo reconsideres.” Los ojos del abuelo se estrecharon. “Acabarás con mi pie en la raja del culo.”
“No hay nada como una mujer con un cinturón de herramientas,” dijo Jimmy Smits guiñando un ojo y haciendo gárgaras con la parte posterior de su garganta.
Pelo Pincho le dio un puñetazo en el bíceps. “¿Cuándo fue la última vez que te hiciste un examen físico?”
Los tres ancianos pululaban a su alrededor. Una gota de sudor le corría por la espalda.
“¿Cómo conociste a mi nieta?”
“Un consejo, Don Juan. Sus flores favoritas son las susanas de ojos negros. Tienes que prestar atención a los pequeños detalles para conquistar a una mujer hermosa como Claire.”
“¿Te has hecho las pruebas del sida en los últimos años?” Preguntó Pelo Pincho.
¿Sida? Mac se sentía como un barco de papel atrapado en un remolino. Echó un vistazo hacia el baño. Maldita sea, ¿dónde estaba Claire?
Abuelo se cruzó de brazos y lo fulminó con la mirada. “Y lo que es más importante, ¿sabes jugar al Euchre?”
* * *
“Podrías haberle dicho que no,” dijo Claire mientras apartaba la vista de la carretera de dos carriles que se extendía ante ella y miraba hacia Mac.
“Cómo se nota que tú no te has visto rodeada de una manada de viejos cascarrabias que amenazaban con cortarme los testículos con un corta uñas si te tocaba un solo pelo de la cabeza.”
Claire no pudo evitar esbozar una sonrisa. “Pero eso no implica que tuvieras que acceder a jugar con ellos a las cartas esta noche.”
“No me dejaron otra opción.”
Claire podía decir, por la forma en que Mac estaba sentado en el asiento de cuero de Mabel como si tuviera el palo de una fregona metido por el culo, que el hombre estaba aún tenso tras el encuentro con Abuelo y sus colegas esta mañana.
Suspiró para sus adentros. El pobre chico no sabía sacarse las castañas del fuego cuando se veía acorralado. No le vendría mal aflojar un poco la cuerda. Pero su trabajo no era engrasar las articulaciones de Mac, sino evitar que la Dancing Winnebagos R.V. Park sufriera el efecto de otro meteorito como sucedió cerca de Winslow.
Por desgracia, el cómo de su plan seguía siendo confuso en su cerebro.
“¿Cómo se ha tomado tu abuelo la noticia sobre Henry?” Preguntó Mac.
“Está preocupado.” Claire no tenía ganas de hablar de ello. Su corazón seguía herido por el dolor que había visto en los ojos de Abuelo cuando le había dicho que su perro había sido secuestrado.
Un hueso, un perro perdido y ahora alguien llamado Sam—su trabajo se acumulaba. Lo que le recordó que tenía que preguntarle a Ruby si conocía a alguien con ese nombre. “Tal vez podríais jugar esta noche a las cartas en casa de Ruby.”
“¿Por qué?”
“Porque quiero invitarla a tomar una copa a The Shaft y alguien tiene que cuidar de la tienda mientras.” Miró a Mac solo para encontrárselo devolviéndole la mirada con los ojos entrecerrados.
“No me gusta nada cómo suena eso. Sé que estás tramando algo y tengo la sensación de que no me va a gustar nada.”
“¿Es que acaso no pueden dos mujeres salir por ahí con el único propósito de compartir historias de guerra mientras se toman un par de cervezas?”
“Si Ruby no paga al banco lo perderá todo.”
“Lo sé,” respondió Claire con una paciencia forzada. Pese a que siempre tenía que controlar los gastos para poder llegar a fin de mes, era una completa inútil para las finanzas. “Me explicó su situación ayer.”
“La venta de las minas es su pase para salir de la prisión del deudor.”
“La venta de las minas es una solución. Hay otras.”
“¿Por ejemplo?” Preguntó Mac, dudoso.
“Todavía estoy trabajando en ellas.”
Claire vio el cartel de Bienvenido a Yuccaville delante de ellos. ¡Gracias a Dios!
Si no vertía un poco de cafeína en su garganta pronto, seguiría los pasos de una mantis religiosa para solucionar sus choques de opinión con Mac.
Maldición, daría lo que fuera por darle una calada a un cigarrillo en este momento.
“En ese primer semáforo parpadeando en ámbar,” dirigió Mac, “gira a la izquierda. La tienda está una manzana más abajo a la derecha.”
“Dado que eres un constructor de paredes,” literal y figurativamente, pensó Claire con una leve mueca, “has debido recibir muchas clases de geología en la universidad.”
“Prefiero el término geotécnico.”
“Cierto. ¿Recibiste clases sobre cómo fechar diferentes muestras de rocas?”
“Sí.”
“¿Cómo puedes saber lo antiguo que es algo?”
“Hay varios métodos.” Parecía sospechoso. Ella lo miró fijamente. Era obvio que no se fiaba ni un pelo de ella. “Carbono-14, potasio-argón y la datación isotópica por nombrar algunos.”
Eso no la llevaba a ninguna parte. Necesitaba saber qué edad tenía ese hueso para que pudiera tratar de equipararla a la de su dueño. “¿Cuál de todos usabas tú?” Preguntó Claire mientras giraba a la altura del semáforo.
“Ninguno. Mi antiguo compañero de habitación del internado trabajaba en un laboratorio local para la Oficina de Geología y Recursos Minerales de Arizona. Testaba todas las muestras que le llevaba.”
¿En serio? Ahora tenía algo. Tal vez su compañero de habitación sabía algo de antropología forense, o al menos conocía a alguien especializado en ese campo. “¿Todavía mantienes contacto con él?”
“¿Por qué?”
“Porque necesito un favor, Míster Sospechoso.”
“No.”
Su negativa inmediata incluso antes de escuchar lo que necesitaba hizo que le dieran ganas de golpearle en la cabeza.
Ella se detuvo en un sitio vacío en el estacionamiento frente a la tienda de Roadrunner Auto Parts. “¿Qué quiere decir 'No'? ¿Acaso yo dudé cuando me pediste que te acercara hasta aquí?”
“Tus palabras exactas la tercera vez que te lo pedí fueron, 'Vete a volar una cometa'.”
Así que estaba un poco de mal humor por las mañanas, ¿acaso era eso un crimen? “Pero aquí estamos, ¿no?”
“Porque te amenacé con gritar a los cuatro vientos cómo arañaste el parachoques de Mabel cuando lo rozaste contra aquella señal de 'Prohibido el paso'.”
Ella apagó el motor y lo miró. “Deja de buscarle tres pies al gato. Te he traído hasta aquí como un favor, así que tal vez podrías encontrar un poco de bondad en tu corazón para devolverme el favor.”
Empujando la puerta, Mac salió del coche. Dio cuatro pasos hacia Roadrunner Auto Parts, se dio la vuelta y se dirigió de nuevo al vehículo.
Claire pegó su sonrisa de anuncio de dentífrico de dientes en su cara.
Mac se inclinó, posó los ojos en su camiseta y la miró de arriba abajo antes de aterrizar en su rostro. “¿Qué me darías a cambio, Claire?”
* * *
Sophy tomó un sorbo de una copa de Coors fría y encendió otro cigarrillo. Estaba sentada en una mesa alta de barril en un rincón oscuro, lleno del humo de The Shaft—el único abrevadero en Jackrabbit Junction.
El borracho de la ciudad deambulaba por el bar, contando con su lengua de trapo cómo su esposa lo había abandonado cuatro años atrás, llevándose a su único hijo, su basset hound y el fregadero de la cocina. Sophy había ido a su casa varias veces durante su matrimonio para reuniones de tappersex y cosas por el estilo. Ella también se habría llevado ese fregadero—era de color azul oscuro.
Hacía mucho que había pasado la hora feliz, pero varios trabajadores del primer turno de la compañía minera aún estaban allí: golpeando las bolas del billar, viendo los bolos en la televisión en blanco y negro y metiendo monedas en la jukebox.
Sophy se alegraba de que Ruby Martino no la hubiera visto sentada en la esquina cuando la pelirroja había entrado en el bar hacía más de veinte minutos. No tenía ganas de evitar las miradas asesinas de la viuda esta noche.
“Eres muy buena en esto. Voy a tener que llevarte por ahí a disparar conmigo.” Sophy escuchó a Ruby gritar por encima de la voz de Johnny Cash, quien cantaba sobre caer en un anillo de fuego.
Ruby debía estar hablando con la morena que había entrado en el bar después de ella. Ambas mujeres se turnaban para disparar a ciervos con un rifle de plástico. El videojuego Big Buck Hunter era uno de los más aclamados en The Shaft, tanto era así que Butch, el propietario, había tenido que reemplazar el arma de mentira en tres ocasiones en los últimos seis meses.
Sophy dio una larga calada a su cigarrillo, mirando a las dos mujeres al otro lado de un enorme helecho falso. Ningún organismo vivo podría sobrevivir día tras día en una taberna tan oscura y agobiante, por lo que Butch había tenido que recurrir hacía tiempo a productos hechos por el hombre.
“¿Todavía no has encontrado a tu perro?” Preguntó Ruby.
¿Perro? Sophy se congeló. Su cigarrillo quedó colgando de sus labios entreabiertos.
“No. Alguien lo ha secuestrado.”
“¿Que han hecho qué, cariño?” El suave acento de Oklahoma de Ruby siempre había desquiciado a Sophy, especialmente después de que Joe se hubiera sentado en este mismo bar y le hubiera dicho que sonaba mucho más seductor que el suyo de Arizona del sudeste.
Nada de ella había sido nunca lo suficientemente bueno para ese hombre. Pero Joe sin duda no había tenido ningún problema con que hubiera tenido dos empleos para que pudieran subsistir mientras que él tomaba clases en la universidad y estudiaba durante todo el día. De acuerdo a sus cálculos, el hombre le debía todo el R.V. park, por lo menos.
Se limpió el sudor. Ver a Ruby sofocarse durante el último año por la cuantía de los gastos médicos de Joe había hecho que vivir en Jackrabbit Junction fuera algo tolerable.
“Alguien se ha llevado a Henry.”
“¿Cómo sabes eso?”
“Encontré su placa de identificación cerca de Sócrates Pit y había huellas de botas sobre la parte superior de los grabados.” La morena hablaba con un acento arrogante, como si hubiera vivido en la ciudad la mayor parte de su vida.
“¿Quién iba a secuestrar a un perro?” Preguntó Ruby.
“No tengo ni la menor idea. Ni siquiera tiene pedigrí. Henry no es más que un Beagle viejo que se restriega contra el suelo para rascarse el culo y se pasa una buena media hora toda las mañanas lamiéndose las pelotas.”
Ruby se echó a reír. “Me recuerda a mi antiguo novio de vuelta en Tulsa.”
“Mac piensa que Henry se ha perdido y que alguien se lo habrá llevado a casa para darle de comer pero Henry no se iría jamás con nadie, excepto con el abuelo—a menos que le sobornen. Yo me inclino más hacia la teoría del secuestro.”
Sophy se retorció en su asiento y apagó el cigarrillo. Esta chica estaba demasiado cerca.
“¿Cómo conseguiste convencer a mi sobrino para que te ayudara a averiguar la edad de ese hueso?”
¿Qué hueso? Sophy se acercó más a la planta que la separaba de las dos mujeres.
“Nos hicimos una pequeña promesa. Oh, por cierto, ¿conoces a alguien de por aquí llamado Sam? ¿Alguien que haya podido vivir aquí en la última década más o menos?”
“No pero hace un tiempo vivía un chico por la carretera de Ocotilla cuyo perro se llamaba Sam. ¿Por qué lo preguntas?”
Sophy conocía a un par de Sams—uno terminó enterrado en la mina cuando La Montaña Número Cuatro cedió treinta años atrás, y el otro fue frito por un rayo mientras que ajustaba la antena en la parte superior de su remolque. Se rumoreaba en la ciudad que sus dedos se quedaron pegados al aluminio cuando la gente intentó ayudarle.
“Encontré este mechero mientras buscábamos a Henry ayer. Todavía enciende pero el líquido parece haberse evaporado.”
Sophy se asomó cuidadosamente a través de la planta.
El corazón le dio un vuelco en su garganta cuando vi el encendedor de plata. Lo conocía. Lo había usado varias veces en el pasado.
También sabía de qué Sam estaban hablando.
Y ahora sabía algo más—la morena entrometida tenía que desaparecer antes de que desenterrara cualquier otra cosa en Jackrabbit Junction.