Capítulo Diecisiete

Miércoles, 21 de abril

Claire entró en la tienda general, seguida por una fuerte brisa de media mañana con el aroma cálido de las plantas y llena de promesas que chisporroteaban en el ambiente.

“¿Dónde está tu madre?” Le preguntó a Jess, quien estaba sentada detrás del mostrador con sus libros escolares esparcidos por todas partes.

“En la parte de atrás.” La chica inclinó la cabeza hacia la cortina sin levantar la vista de las páginas a color de su libro de Historia de los Estados Unidos. “Está ocupada arruinando mi vida.”

Las palabras exactas de una verdadera adolescente. Claire contuvo una sonrisa. Desde que Ruby y Jess habían regresado de Tucson, el nivel de decibelios en la casa no había caído muy por debajo de la intensidad de la alarma del parque de bomberos.

Revolviendo el pelo de la joven juguetonamente mientras que pasaba por su lado, Claire separó la cortina a un lado, notando el leve olor a humo de cigarrillo que se había aferrado al terciopelo—el mismo olor que había impregnado los cojines del sofá de la Winnebago del abuelo. Eso podría explicar las mejillas rojas de Abuelo anoche cuando le había visto una mancha de pintalabios en el cuello.

Ruby estaba sentada en un taburete, nadando en un mar de papeles, un lápiz en la mano y un surco en su frente.

“¿Qué estás haciendo?” Claire se dejó caer en el taburete de al lado.

Ruby dio unos golpecitos en la barra del bar con la goma del lapicero. “Esta nueva maldita escuela de Jess tiene más papeleo que un IRS 1040 con veinte archivos adjuntos.”

Claire empujó la fotografía enmarcada de la inauguración de Joe hacia Ruby. “¿Sabes quién es este tipo?” Señaló al hombre de pie junto a la pintura de Johnny Cash.

Mientras que miraba la imagen, el ceño fruncido de Ruby se profundizó aún más. Tomó el marco de Claire y se lo acerco a la cara. Pasaron varios segundos. “No. ¿Quién es?”

“Según Willis Rupp,” dijo Claire, refiriéndose al dueño de Creekside Supply Company, “es el primo de Joe.”

Ruby desvió la mirada hacia Claire con agudeza. “¿El qué de Joe?”

“Su primo. ¿Acaso Joe te mencionó alguna vez que tuviera un primo?”

Sacudiendo la cabeza lentamente, Ruby le entregó el cuadro.

Claire suspiró y tiró la foto sobre la barra.

Esto era justo lo que se había figurado. Desde que había empezado a escarbar en el pasado de Joe, había algo en la relación entre él y Ruby que nunca le había cuadrado.

Claire se tomó un momento para formar su siguiente pregunta, eligiendo las palabras con cuidado. “Sé que realmente nunca te inmiscuiste en los asuntos de negocios de Joe, pero, ¿estuviste siempre al tanto de dónde estaba y qué estaba haciendo mientras que estaba fuera en sus viajes como comerciante?”

“Por supuesto que estuve al tanto.” Ruby descansó la mandíbula en la palma de su mano mientras que se apoyaba en la barra y miraba a Claire. “Pero en un matrimonio, hay una cosa que se llama confianza, y yo tenía demasiada en él.”

Claire asintió. Eso tenía sentido. Ruby había confiado en ella desde el momento en que había entrado por la puerta con la solicitud para el puesto de empleada en la mano. Pero aun así…

“Además,” continuó Ruby, “Este parque siempre me ha mantenido muy ocupada. Cuando asumí hacerme cargo de él, la tienda estaba al borde de la quiebra, el río había inundado los campings en primavera, y el suelo estaba lleno de agujeros de serpiente. Hizo falta más de dos años para restaurarlo todo.”

“Luego sufrimos la fiebre de la llegada del Colibrí orejiblanco en torno a ese verano, y los amantes de las aves vinieron hasta aquí en masas para verlos.” Ruby hizo una pausa, mirando el lápiz en su mano. “Mi madre se enfermó al tercer año de yo haber estado casada con Joe, así que pasé la mayor parte de ese invierno yendo y volviendo de Oklahoma. Falleció en primavera; mi padre le siguió nueve meses más tarde.”

Con sus ojos un poco llorosos, ella miró de nuevo a Claire. “Para cuando me vi uno poco más liberada y con tiempo para preocuparme por las demás cosas, Joe había dejado su trabajo como comerciante y pasaba cada vez menos horas en la tienda de antigüedades.”

Claire se levantó del taburete y tomó un refresco de la pequeña nevera detrás de la barra. “¿Qué pasó después de que le diera el último derrame cerebral?” Ella abrió la lata y le dio un sorbo.

“¿Qué quieres decir?”

“Cuando tuviste que vender su inventario y ahondar en sus finanzas para pagar a los acreedores, ¿no te preguntaste de dónde habría sacado las cosas en la oficina de la planta baja?” Cosas como todos esos muebles caros tan antiguos y libros, o su Mercedes Benz de 90.000 dólares. Ruby era una mujer muy avispada, no podría simplemente haber pasado por alto todos esos signos de riqueza oculta.

“¿Preguntármelo?” Dijo Ruby en una mezcla de dulzura del sur y acidez. “Si hubiera tenido tiempo, sin duda me hubiera gustado preguntarle sobre un montón de cosas. Pero mi marido estaba en una silla de ruedas para aquel entonces y era totalmente incapaz de hacer nada por su cuenta, ni siquiera vaciar su vejiga, y yo solo podía permitirme una enfermera a tiempo parcial.”

“Luego estaba Jess—montando numeritos en la escuela, peleándose con los otros chicos y volviéndome loca con su mal comportamiento. Seis meses después de la enfermedad de Joe, no podía permitirme el lujo de seguir contratando ayuda en todo este paraíso mío. El simple hecho de tratar de mantener la cabeza fuera del agua subía mi presión arterial a niveles que hasta hacían sudar a mi médico.”

Enterarse de esta historia tan dura y dolorosa despertó la ira en el interior de Claire. Ruby era amable y generosa, sonreía todo el tiempo y tenía un buen corazón. Se merecía tener algo más que un puñado de recuerdos de Joe y el gran lío que le había dejado. La disposición de Mac para acudir en su ayuda, incluso si eso significaba ayudarla a vender sus tierras, estaba empezando a cobrar cada vez más sentido.

Claire apretó su brazo. “Pero te las arreglaste para mantener la cabeza fuera del agua cuando mucha gente se hubiera ahogado. Hace falta ser realmente fuerte para hacer una cosa así.”

Ruby se encogió de hombros. “Mi viejo no crío a ninguna cobarde.”

“Volviendo a la fotografía.” Claire agarró el marco. “¿No has visto nunca más imágenes de este tipo?” No era posible que las fotos del pasaporte fueran la única evidencia de la existencia del primo de Joe.

“Nop. ¿Cómo te ha dicho Willis que se llama?”

“No podía recordarlo.”

Ruby chasqueó los dedos. “Tal vez ese nombre y número de teléfono—”

Claire negó con la cabeza. “Ya lo he pensado, pero Willis me dijo que el hombre solía viajar mucho hasta aquí y de vuelta a su casa en Los Ángeles. El tipo con el que he intentado dar es de Florida, su madre es la tesorera de la Asociación de Estados de Cayo Largo.”

Ruby silbó. “Suena a algo realmente importante.”

“Es un parque de casas rodantes.”

“Entonces, sabemos que el primo es de LA. ¿Algo más?”

Claire no estaba lista para decirle a Ruby lo de los tres pasaportes que había encontrado. Si la verdad resultaba ser fea, podría hacer que la vida de Ruby fuera aún más complicada.

“Eso es todo,” mintió, esperando que no fuera demasiado obvio que le estaba metiendo una trola.

Ruby pareció creerle. “¿Qué vas a hacer ahora?”

“No lo sé. Había pensado hablarlo con Mac a ver si él tenía alguna idea al respecto.” Eso, al menos, era verdad. “He visto su camioneta aparcada enfrente. ¿Está por aquí?”

Ruby señaló por encima de sus cabezas. “Todavía está durmiendo. Debió llegar muy tarde anoche. Ni siquiera lo escuché entrar.”

“Bueno, será mejor que se haya puesto en movimiento para cuando haya terminado de segar.” Dejando su refresco, Claire caminó hacia la cortina. La imagen mental de Mac, desnudo, acostado entre sábanas de algodón blanco, hizo que se le secara la boca. “Porque tenemos una cita esta tarde, y como no esté preparado a tiempo, pienso irme por mi cuenta.”

* * *

Abajo, en las oscuras cavernas escavadas por el hombre bajo la capa dura del desierto, Mac no podía apartar los ojos del mapa de la mina. Con la luz de su lámpara, la cual era menos brillante que un frasco de luciérnagas, las medidas y los números trazados se mezclaban y las líneas rectas se entrecruzaban.

Cerró los ojos y se pasó una mano por la cara. La suciedad, el sudor y la sal recubrían su piel, haciendo que fuera suave y áspera al mismo tiempo.

Su mala suerte se estaba multiplicando. Sus pilas se estaban acabando; la luz de su casco se había desvanecido hacía unas horas, y en cuanto muriese la batería de su lámpara, solo le quedarían dos fluorescentes verdes, su mechero, una caja de cerillas, y la vela que llevaba en lugar de un canario para la prueba de gases venenosos.

Sonrió a pesar de lo desesperada que era su situación, recordando la reacción de Claire cuando le explicó que las velas no reaccionaban a los gases como hacían los canarios, pero que se quemaban más lentamente y con menos graznidos.

Parpadeó y sacudió la cabeza, tratando de centrarse en encontrar una manera de salir de esta tumba. La vida se estaba poniendo demasiado interesante últimamente como para pudrirse debajo de esa montaña.

La salida principal era un desastre. Con las toneladas de piedra y maderas bloqueando el camino, no habría manera de cavar entre los escombros. Ya lo había intentado, y había perdido varias horas y preciosos sorbos de agua de su cantimplora solo para que el techo se hubiera caído más a su alrededor.

Eso dejaba solo dos túneles sin asignar como su única posibilidad de escapar. Ya había descartado el tercero, el que estaba situado más cerca de la parte delantera, después de haber pasado dos horas explorando el laberinto de túneles laterales y salidas en falso. Los dos agujeros que había encontrado en su interior estaban llenos de sombras espesas que la luz apenas traspasaba. Su cuerda de nylon de tres metros probablemente lo dejaría colgando como un gusano en un gancho en una profunda piscina de negritud.

Los otros dos túneles que no constaban en el mapa partían de ambos lados del socavón principal más atrás en la mina—donde se encontraba en este momento.

Después de echar una partida a pinto-pinto-gorgorito, miró hacia el túnel de la izquierda. “Parece que tú eres el elegido.” Su voz sonaba crujiente; la parte posterior de su garganta estaba cubierta de una capa de polvo. El ruido sordo de las botas contra las rocas del suelo lo consoló de una manera que solo alguien que hubiera pasado las últimas dieciocho horas a solas en el estómago de una montaña, podría entender.

A cada pocos pasos que daba, el suelo se iba elevando, aunque no estaba muy seguro de cuánto. El olor a humedad ya se había convertido en algo común, lo cual era de esperar. Encontrarse ahora con alguna otra rata hubiera sido un gran alivio; otro corazón latiendo entre las sombras. Pero ni siquiera las ratas se alejaban tanto del sol y la comida.

Mac avanzó un poco más por la red de canales que se ramificaban fuera del túnel principal, deteniéndose en cada giro y cada curva para pulverizar un poco de pintura en caso de que necesitara echar marcha atrás. Mientras caminaba, las paredes se cernían a su alrededor hasta que su hombros empezaron a rozarse con las rocas a ambos lados y tuvo que agacharse para evitar que su casco golpeara contra el techo. Demasiado pronto, su espalda empezó a gemir en protesta por ir tan encorvado.

Cinco minutos más tarde, el suelo se volvió agua.

A la orilla, Mac levantó la lámpara, en busca de la costa opuesta, pero no pudo hallarla. La única forma de cruzar era chapotear a través. Pero dado que no tenía ni la más remota idea de cuál podía ser la profundidad o la distancia de la piscina, vaciló. Por lo que sabía, un agujero de muchísimos metros podría ser el drenaje de esa tina.

Metió la punta de los dedos en el líquido vidrioso y suspiró. Congelado—se lo figuraba. No es que hubiera estado esperando una bañera climatizada, pero había albergado la esperanza de que algún cubito de hielo se hubiera derretido. La mina era una bodega helada bajo tierra. Añadir su ropa mojada a la mezcla haría que seguramente acabara sufriendo una hipotermia.

Mac no quería pensar en cuántas horas tendría que seguir vagando por esos pasajes. Tal vez debería volver atrás y revisar el último túnel.

Las uñas de unos pies hicieron clic en el suelo de piedra en la oscuridad por delante.

¿Qué ha sido eso? Mac se inclinó todo lo que pudo sin caerse de bruces en el agua con su lámpara colgando de su brazo extendido, y miró hacia las sombras. Algo brilló en el estrecho y oscuro horizonte entre el agua y el techo.

Guijarros resonaron más adelante, haciendo eco en las paredes y el agua. Conteniendo la respiración durante varios segundos, Mac esperó oír el sonido de una salpicadura. Pero no fue así. Parecía que la piscina acababa en algún momento, pero no podía predecir a qué distancia.

Olfateó. Por encima del olor a tierra rancia percibió la ráfaga de un hedor asqueroso que lo hizo retroceder. La necesidad de salir pitando de allí hizo que sus músculos comenzaran a arder, pero la lógica lo mantuvo inmóvil. Había mucho recorrido hasta la mina principal para que cualquier animal estuviera haciendo un nido—a excepción de los murciélagos, pero eso no había sonado como un murciélago.

El ruido de las piedras golpeándose entre sí se hizo eco de nuevo.

Mac se quedó mirando hacia el agua. El hecho de que hubiera algo moviéndose más adelante significaba que podría haber otra salida. Si quería volver a ver el sol una vez más, tendría que mojarse.

Agarró uno de sus palos fluorescentes en caso de que su lámpara muriera cuando estuviera en la mitad de la piscina, y luego se quitó la ropa, a excepción de sus botas, y la guardó en su mochila. Ahora era un momento tan bueno como cualquier otro para comprobar si la bolsa era tan impermeable como el vendedor le había asegurado.

Agachado y manteniendo su mochila por encima del agua, Mac se zambulló en la oscura piscina. Su respiración se detuvo cuando el líquido helado chocó contra sus rodillas. Cuando empezó a avanzar, el agua lamió sus muslos y el techo cayó sobre él, haciendo que tuviera que agacharse aún más.

Subió la potencia de su lámpara y buscó la orilla opuesta. La vista ante él le hizo gemir.

Tendría que haberse traído su equipo de buceo.

* * *

“¿Dónde está Mac?” Le preguntó Claire a Ruby mientras que se dirigía hacia el refrigerador en la parte trasera de la tienda general. “Tenemos una cita con un perro y un hueso.”

Ella se paró frente a la puerta abierta de la nevera mientras que el aire frío helaba sus brazos, los hombros y su cara. Después de haber pasado las últimas horas segando, se sentía llena de hierba, trigo y suciedad.

Claire agarró una lata de Coca-Cola Light y cerró la puerta del refrigerador, entonces tomó una bolsa de snacks de maíz y un paquete de bollitos Twinkies de un estante en su camino hacia el mostrador. La preocupación grabada en la frente de Ruby hizo que se detuviera en seco. “¿Qué?”

“Pensé que estaba contigo,” dijo.

“¿Conmigo?” Claire metió un billete de cinco dólares en la caja registradora para pagar sus golosinas. “Su camión sigue aparcado afuera.”

“Lo sé. Pensé que habríais salido a buscar huesos con el coche de Harley.” Ruby se frotó la parte posterior del cuello. “No he escuchado ni una sola tabla del suelo crujir en toda la mañana. Pero por otra parte, Jess ha estado aquí más que yo.”

El miedo hizo cosquillas en el pecho de Claire. Ella se dirigió a la trastienda. “Tal vez esté todavía en la cama,” dijo sobre su hombro.

Jess se abrió paso entre la cortina antes de que Claire pudiera llegar a ella. “Si estás buscando a Mac, no está aquí.” O la chica había estado escuchando detrás de la cortina, o su capacidad auditiva era más audaz que la de un zorro.

“¿Dónde está?” Preguntó Ruby.

Jess se encogió de hombros. Agarró una barrita de Snickers de la estantería y la abrió. “¿Cómo se supone que voy a saberlo? Soy solo una niña, ¿recuerdas?”

Ruby y Claire se miraron mutuamente a través de la habitación. La mirada de la primera reflejaba la preocupación que se estaba instalando en el estómago de la segunda. El reloj de cuco de la sala de juegos dio la hora.

“Su camioneta no ha podido llegar hasta aquí sola,” dijo Ruby.

“Tal vez alguien la ha traído por él,” ofreció Jess, aparentemente ajena a la corriente subterránea de miedo ondulando a través de la habitación.

Con su piel húmeda de repente, Claire se mordió el labio inferior. Eso significaría que Mac estaría todavía en la mina.

En el mejor de los casos, estaría esperando sentado en la sombra a que alguien viniera a recogerlo.

En el peor de los casos… ella tragó saliva e hizo una mueca. “Dame las llaves del viejo Ford,” le pidió a Ruby.

“¿No!” Ruby estalló en acción, corriendo desde detrás del mostrador. “Vamos, yo conduciré. ¡Encárgate de la tienda, Jess!” Gritó y salió corriendo por la puerta mosquitera.

Claire la siguió, pisándole los talones.

* * *

Con sus labios temblorosos por culpa del frío calando sus huesos, Mac se obligó a soltar aire lentamente, de manera regular.

El agua lamía su cuello mientras que seguía avanzando por las estrechas paredes. El techo raspaba la parte superior de su casco. Se sentía como Alicia en el País de las Maravillas, persiguiendo a ese maldito conejo blanco por una puerta que se iba haciendo cada vez más pequeña.

Cinco pasos agazapados después, el techo cayó otros cinco centímetros. El agua estaba empezando a rozar su labio inferior.

Quince centímetros más y estaría nadando bajo el agua a través de una estrecha tubería hecha de roca, un pensamiento tan alentador como una patada en los huevos.

Levantó su luz fluorescente. El nivel del agua era demasiado elevado para seguir usando su lámpara, la que muy probablemente habría dejado ya de funcionar ahora que el agua se habría filtrado por cada grieta de su carcasa.

Su corazón tartamudeó cuando el estrépito de más guijarros onduló sobre el agua, mucho más fuerte esta vez. Estaba cerca. No lo suficientemente cerca para ver cualquier cosa en el tenue y pálido resplandor verde, pero sí lo suficiente como para saber que el hedor que derivaba hacia él procedía de algo que una vez había vivido y respirado, y ahora se estaba descomponiendo lentamente.

Tragando la bilis que no cesaba de trepar por su garganta, Mac dio otro paso.

Pero su pie no entró en contacto con la roca.

La sorpresa le robó el aliento cuando se hundió totalmente bajo el agua.

La luz fluorescente resbaló de su mano mientras que trataba de nadar de regreso a la superficie del agujero. El peso de su mochila tiraba de él hacia abajo. Pateó con fuerza pero sus botas de montaña pesaban como anclas mientras que la negrura a su alrededor se lo tragaba.

Su mano se estrelló contra una de las paredes del pozo, pero el dolor pasó casi inadvertido en su estado de pánico. Agarrándose a una roca escarpada, Mac se impulsó hacia arriba con toda la fuerza que pudo reunir. Salió a la superficie rápido—demasiado rápido—y se estrelló contra el techo.

“¡AU!” Maldijo, frotando el nuevo chichón en su cabeza. Su casco debía habérsele caído mientras que estaba forcejeando.

Tosiendo agua, pesada con el sabor de los minerales, Mac se detuvo el tiempo suficiente para oír el sonido de aquello que lo esperaba al otro lado y para orientarse, y luego nadó hacia adelante hasta que su rodilla raspó el suelo de la mina. Con su corazón latiendo salvajemente, Mac se impulsó a sí mismo fuera de la fosa.

Después de que su pulso volviera a la normalidad, caminó hacia adelante ciegamente, todavía en cuclillas, sin querer abrir su mochila para agarrar el otro palo fluorescente hasta que pudiera evitar que el agua se filtrara en su bolsa. Sus cerillas eran a prueba de agua, pero su ropa y su equipo, no.

Diez pasos más tarde, el nivel del agua se redujo y el techo se fue levantando.

Ocho pasos después, la posibilidad de andar con la espalda recta volvía a ser una opción. Sus rodillas desnudas se estremecieron en la fresca brisa. Mac respiró por la boca para evitar sentir náuseas ante el olor a carne podrida.

El sonido de la masticación húmeda era ruidoso, demasiado ruidoso. Lo que quiera que estuviera compartiendo el túnel con él, no parecía demasiado reacio a tener compañía.

Cuando sus empapadas botas entraron en contacto con el suelo seco, Mac abrió la cremallera de su bolsa y sacó su último palo fluorescente, dejando las cerillas y la vela como último recurso. Si este túnel no conducía fuera de este infierno, estaría de mierda hasta el cuello.

Rompió el palo y lo sacudió. Una rata del tamaño de un chihuahua, sentada a unos tres metros por delante de él, se detuvo con su hocico medio enterrado en las entrañas de un puercoespín cubierto de gusanos.

Dos ojos pequeños y brillantes lo miraron durante varios segundos, y luego la rata silbó y volvió a su almuerzo, manteniendo una férrea vigilancia sobre él mientras engullía.

Mac sintió ganas de vomitar mientras que se agarraba a la pared. Su palma aterrizó en una punta afilada. “¡Mierda!” Apartó la mano, se la frotó en la pierna, y apuntó con el fluorescente.

“No puede ser verdad,” susurró, sonriendo cuando miró hacia adelante.

* * *

Ruby y Claire avanzaron dando tumbos por la tierra hacia la mina Two Jakes. Los amortiguadores del viejo Ford chirriaron en señal de protesta, mientras que el polvo llenaba la cabina de la camioneta, recubriendo a Claire de una nube arenosa.

Ruby se deslizó hasta detenerse en seco y apagó el motor. Se volvió hacia Claire con la cara pálida. “¿Estás lista?”

Claire no perdió el tiempo en responder. Empujó la puerta y estaba a medio camino de la colina cuando recordó que su sangre estaba llena de depósitos de bollos de chocolate y que había un camino más rápido por el lateral de la mina.

Con los pulmones ardiendo, Claire siguió adelante y hacia arriba, alentada por su necesidad de ver a Mac de nuevo, vivo y sonriente.

Ruby la estaba esperando en la parte superior. Claire se protegió los ojos del sol. “Has tomado… el camino… más fácil,” dijo entre jadeos.

Una rápida sonrisa se dibujó en la boca de Ruby cuando tomó a Claire del brazo y tiró de ella hasta el último tramo. “Buena escalada, Rocky Balboa. ¿Te estás entrenando para otra pelea?”

Abuelo debía haberse ido de la lengua con Ruby sobre el altercado que había tenido con Sophy rodando por el suelo del bar. Era demasiado difícil hablar entre respiraciones irregulares, por lo que Claire optó por hacerle la peineta.

Ruby le dio unas palmaditas en la espalda y luego entró en la mina. Claire tropezó detrás de ella, pero ambas se detuvieron dentro de las sombras. Claire sintió cómo sus huesos se helaban al ver las rocas y los escombros apilados delante de ellas, tapando la mina.

“Oh, Dios mío,” dijo Ruby con la voz débil y la falta de su chispa habitual.

Claire se apoyó contra la pared mientras que seguía tratando de recuperar el aliento. “¿Ahora qué?”

“Tengo que sacarlo de ahí.” Ruby agarró una roca del tamaño de un balón de la mina y la tiró detrás de ella. “Todo es por mi culpa. Está ahí por mi culpa.”

“No es culpa tuya. Mac ya es grandecito. Puede cuidar de sí mismo incluso en las peores situaciones.” Al menos, así lo esperaba.

Claire observó a Ruby tirar otra piedra detrás de ella. “Ruby, para. Ni siquiera sabemos si está ahí.” Ella miró a su alrededor, en busca de alguna pista que probase que Mac no estaba al otro lado de solo Dios sabía cuántas toneladas de roca.

“¿Qué quieres que haga?” Ruby volvió a echar mano a la pila. Su pánico era evidente en sus grandes ojos y respiraciones entrecortadas.

“Os sugiero que probéis con el código Morse,” dijo Mac detrás de ellas.