Capítulo Veinte
Claire miró hacia la oscura boca de la mina Serpiente de Cascabel, aspirando el aire rancio mientras que el dolor se le agarraba en el costado. Comer ese donuts relleno de mermelada para desayunar probablemente no había sido la mejor idea.
Al menos esta vez no estaba viendo estrellas fugaces, a diferencia de un par de horas antes, cuando había subido hasta Sócrates Pit.
Cualquier temor de ser observada por un enemigo invisible se había evaporado bajo los rayos del sol taladrando agujeros en su cráneo. Ella había lanzado piedras a los buitres que le había rodeado por encima de su cabeza, burlándose de ella con sus chillidos.
La suerte quiso que ningún Al Capone ni ninguna Cruella DeVille estuvieran esperándola dentro de Sócrates Pit. Desafortunadamente, tampoco había pistas de Joe esperándola; ni había ningún rastro de la presencia de Sophy. Al ritmo al que iba, tendría más posibilidades de encontrar el Santo Grial.
Claire utilizó su camiseta para secarse el sudor de la cara y escudriñó el valle, en busca de seguidores. Aunque Sophy aún debía estar sirviendo mesas en el restaurante, Mac podría estar de regreso de Phoenix. Si la atrapaba en las minas, sin duda la encadenaría a la cabaña de herramientas y le daría de comer avena y pan mohoso durante toda una semana.
La costa estaba despejada.
Agarró su mochila y la cuerda que iba arrastrando y entró en la mina. Profundizó la garganta del túnel principal; las sombras la acechaban más allá del haz de luz de su linterna.
Ella olfateó, luego olfateó otra vez, haciendo una pausa cada pocos pasos para escuchar en la tranquila oscuridad. La última vez que había vuelto de esa mina, se había tenido que enfrentar cara a cara con una especie de cerdo del infierno que apestaba. Otro encuentro de ese tipo y necesitaría unas bragas limpias.
Haciendo una mueca de culpabilidad al pasar por el agujero donde la brújula de Mac se había caído, continuó en torno a varias curvas más antes de llegar a los cráteres que salpicaban las paredes y el techo.
Su minuciosa inspección de cada cavidad no dio más que excrementos de ratas, nidos de salvia seca, y una bola peluda de pelo áspero y gris—que ella lanzó inmediatamente.
A continuación, examinó el suelo, avanzando un poco más, pero solo descubrió unas piezas envejecidas de madera y un pico oxidado. Con los pies pesados ante su sensación de derrota, Claire caminó de regreso hacia la entrada de la mina.
Después de haber estudiado las páginas de la agenda que había encontrado ayer en el maletín de Joe y no haber encontrado nombres ni ningún otro tipo de información, su esperanza de salvar las tierras de Ruby se estaba hundiendo más rápido que un pato de cemento en una piscina. Tal vez era el momento de rendirse y decirle a Ruby que vendiera. No le gustaba nada la idea de destruir la sepultura de tierra de su abuela, pero Jess y el bienestar de Ruby estaban en juego.
A medida que avanzaba pesadamente a lo largo de los rieles oxidados, los pensamientos de Claire volvieron a la llamada telefónica de la noche anterior con su madre, y su ojo derecho comenzó a palpitar.
Primero, le había echado una buena reprimenda por “olvidarse” de llamar a casa la semana pasada. Después, cuando ella le había dicho tartamudeando que no había ninguna mujer rondando el campamento, solo los chicos con sus cartas y cigarros, le había echado una charla sobre lo mal que estaba mentirle a una madre—una habilidad que aún tenía que perfeccionar, a diferencia de su hermana pequeña, Kate.
Claire pensó que la llamada telefónica de la próxima semana sería casi tan divertida como pegar una horquilla a un enchufe de luz.
A medida que se acercaba al agujero, desaceleró. La culpa volvió a comerla viva un poco más. ¿Quién diablos pagaba quinientos dólares por una maldita brújula? Demonios, podría haber conseguido una presentando dos códigos de barras de los cereales de los Picapiedra.
Ella avanzó de puntilla hasta el borde del agujero y apuntó con su linterna. El agua cristalina le concedió una visión translúcida hasta donde la brújula yacía sobre una roca cerca de dos metros y medio de profundidad. Pero las profundidades acuosas podían ser engañosas.
Claire echó un vistazo a su cuerda. Tal vez habría alguna forma de usarla a modo de pala. La mandíbula de Mac seguramente golpearía el suelo cuando le devolviera su caro juguetito… uh, herramienta.
Remangándose, se arrodilló en la orilla y metió un brazo en el agua. El frío le robó el aliento. Con la linterna apretada entre sus dientes, se quedó mirando hacia el agujero y equilibró su peso en una de las placas que lo recubrían. Se había equivocado. No eran dos metros y medio de profundidad. Parecían más bien como cuatro—
“¡Claire!” Una voz aguda chilló tras ella.
Claire se sacudió con tanta fuerza que sus dientes se clavaron en el plástico de la linterna. Un fuerte crujido resonó en el tablero podrido donde tenía apoyada su mano. Claire se tambaleó sobre el borde del pozo un segundo antes de zambullirse de cabeza en el agua helada.
El grito de Jess siguió a Claire en las oscuras profundidades.
El agua fría la dejó sin aliento, y su linterna se soltó de su mandíbula y se hundió fuera de su alcance. Con el agua quemando sus senos, Claire luchó por salir a la superficie y finalmente emergió, jadeando y tosiendo.
“¡Dios! ¡Está helada!” Ella agarró la escalera oxidada en el borde del pozo, la cual chilló en protesta por haber sido utilizada como salvavidas. De ninguna manera soportaría su peso si intentaba salir.
Jess se cernió sobre Claire, apuntando hacia ella con una luz brillante. “Lo siento mucho. ¿Estás bien?”
El labio inferior de Claire se estremeció por el frío. Ella se cubrió los ojos. “Si vuelves a aparecer por detrás de mí sigilosamente y gritas mi nombre, le contaré a tu madre lo de tu amigo y tú probando cigarrillos el año pasado.”
Jess hizo una mueca. “Lo siento mucho, Claire.”
El tono humilde en la voz de Jess, junto con el agua helada filtrándose por los poros de Claire, templó su ira. “¿Cómo me has encontrado?”
“Iba en bicicleta cuando vi la camioneta de Ruby. ¿Por qué ibas a aparcar al lado de un barranco?”
Para que nadie—es decir, Mac—viera lo que estaba haciendo.
Claire decidió no responder a la pregunta. “¿De dónde has sacado la linterna? Y deja de apuntarme a los ojos con ella.”
Jess bajó la luz hacia la superficie del agua y se dejó caer de rodillas delante de Claire. “Cuando te vi subir a la mina, la tomé de la guantera de la camioneta.”
Esto en cuanto a su intento de colarse por la ladera sin que nadie la viera. Claire esperaba que nadie más hubiera estado prestando atención, sobre todo ahora que Jess estaba con ella.
“¿Cómo vas a salir de ahí?” Preguntó Jess.
Claire miró su mochila. Gracias a Dios no se había caído con ella. “Puedes sacarme con esa cuerda atada a mi mochila.”
“No lo sé.” La duda nubló el tono de Jess. “No tengo tanta fuerza.”
Claire gruñó, temblando en el agua fría, luchando contra el impulso de salpicar a la chica. “Está bien, entonces átala a una de esas vigas—”
“¡Oye!” Jess se inclinó sobre el agujero y apuntó con la luz dentro del agua. “Parece que hay una especie de tesoro ahí abajo.”
“—y y-yo mis-misma tiraré de mí,” aclaró Claire; su voz había empezado a flaquear por el frío filtrándose en sus huesos.
“¿Qué crees que es?” Continuó Jess, ignorando el hecho de que los dedos de los pies de Claire se estaban convirtiendo en cerditos congelados.
“La brújula de Mac.”
“¿Cómo lo sabes?”
“Yo estaba aquí cuando se-se ca-cayó.” Era una manera un tanto peculiar de enmascarar la verdad. Claire se habría dado unas palmaditas en su propia espalda si no se estuviera convirtiendo en un polo helado.
“¿Qué es esa otra cosa negra?”
“¿Qué otra cosa negra?” Claire miró más allá de sus deportivas empapadas.
“Esa cosa cuadrada y negra al lado de la brújula, cerca de la pared.” Jess ángulo la luz ligeramente. “¿La ves?”
Claire la veía, a pesar de que el agua se estaba volviendo turbia por las salpicaduras a su alrededor. Ella dejó de patear durante unos segundos. La escalera gimió en protesta por el peso añadido.
Esa “cosa negra” parecía una caja. El corazón de Claire se aceleró. “Jess, ¿crees que podrás mantener la luz fija ahí durante unos veinte segundos?”
“Probablemente, ¿por qué?”
“Voy a su-sumergirme hacia abajo y ver si puedo comprobar qué es.” Y recuperar la brújula de Mac mientras que estaba en ello.
“¿Y si te atrapa algo mientras que estás ahí abajo?”
Buena pregunta. El pánico trepó por sus pantorrillas heladas, pero Claire le cerró la puerta a su imaginación antes de que las cosas se pusieran demasiado gore. “Nada va a agarrarme. Apunta hacia la caja con la luz todo el rato, ¿de acuerdo?”
“Roger.”
Después de tomar aire profundamente, Claire buceó y pateó hacia la plataforma con los brazos extendidos. Sus ojos ardían en el agua cargada de minerales. Evitó mirar hacia la oscuridad más abajo para no sufrir un ataque de pánico.
La luz se fue oscureciendo cada vez más mientras que se acercaba a la plataforma y la presión era cada vez más intensa en sus oídos doloridos.
Agarró la brújula, y después, el objeto cuadrado y negro que en realidad, no estaba duro como una caja. Era suave, como el cuero. Con sus pulmones a punto de iniciar una fogata, pateó de nuevo hacia la superficie.
“Ahora,” dijo Claire entre jadeos mientras que le entregaba a Jess la cartera y la brújula, “ayúdame a salir de este maldito agujero.”
Jess ató la cuerda a una viga y dejó caer el otro extremo en el agua. Todo el cuerpo de Claire se sacudió incontrolablemente por el frío mientras que ella se impulsaba con los pies en el borde del agujero.
Respirando pesadamente, ella tiró de su culo empapado con la ayuda de Jess, quien casi le sacó el brazo del hombro en el proceso.
Cuando Claire se sentó en la orilla del pozo, temblando, le tendió la mano. “Déjame ver la cartera.”
Jess obedeció y se la entregó. “¿Crees que se le ha podido caer a alguien por accidente?” Preguntó Jess. “¿Qué pasa si contiene miles de dólares? Podría comprarme mi propio billete para irme a ver a mi padre.”
Claire se mordió la lengua, tratando de evitar desatar una tempestad. Permaneció sentada y desplegó el cuero. Un permiso de conducir de California, todavía en perfecto estado dado que estaba plastificado, descansaba detrás de una tela de plástico transparente.
“¿Y bien?” La voz de Jess rebosaba de emoción.
Claire se quedó mirando el rostro de la imagen mientras que su frente se surcaba cada vez más. “Tiene que ser una broma.”
* * *
Los calientes rayos del sol se filtraban por la boca de Sócrates Pit, donde Mac se encontraba arrodillado, estudiando un antiguo mapa de la mina.
Mucho había cambiado desde que el mapa había sido creado, y ninguno de esos cambios aparecía en el papel delante de él. Los cacareos de los cuervos en el valle de abajo se añadieron a la frustración palpitando en su cabeza.
A pesar de la humedad fresca del ambiente, su camisa estaba empapada y apestaba como el interior de un guante de boxeo.
Durante la última hora, había recorrido un túnel lateral tras otro y no había encontrado ninguna señal de Sophy—ninguna huella, envoltorio de cecina ni colillas de cigarrillos. O la mujer había dejado de visitar Sócrates Pit, o uno de los muchos túneles que no constaban en ninguna parte, escondía todas las respuestas.
Mac se sentó sobre sus talones. Con solo un día más hasta la fecha límite de Ruby, debería estar investigando el mercado de piedras preciosas y ese tercer túnel en Two Jakes, no tratando de encontrar evidencias de la presencia de Sophy.
Tal vez Claire tenía razón. Quizá vender las minas a la empresa minera no era la mejor opción. Con el alijo de amatista en Two Jakes, y cualquiera que fuera el botín escondido en Sócrates Pit por el que Sophy estaba dispuesta a matar, estas minas podrían tener mucho más valor que el que la empresa minera estaba ofreciendo. Infierno, incluso los ejecutivos de la compañía podrían estar tratando de aprovecharse de una viuda desesperada, dejando la moral en un segundo plano frente a la codicia.
Hablando de Claire, ¿dónde diablos estaba? Cuando salió de la tienda después del almuerzo, todavía no había aparecido. Su instinto le decía que tenía que estar en alguna parte metiéndose en algún tipo de problema, pero el Ford Ruby no estaba a la vista.
Mac miró su reloj y comprobó que eras las cuatro y diez. Si Sophy se ceñía a su habitual rutina, esperaría hasta la noche para dejarse caer por la mina, lo que significaba que aún disponía de otro par de horas antes de tener que salir pitando de allí. Después de la jugarreta en Two Jakes, no le gustaba la idea de que Sophy lo encontrara husmeando en su guarida.
Mac se centró en el mapa otra vez y decidió comenzar con la red de túneles cerca de donde había encontrado esa colilla de cigarrillo semanas atrás. Enrollando el mapa, agarró su mochila y encendió su linterna. Ojalá le quedara más tiempo.
* * *
Con la cartera escondida en la cinturilla de sus pantalones vaqueros, Claire se encerró en el único lugar que se le ocurrió para escapar de la mirada curiosa de Jess, la mirada de preocupación de Ruby y la mirada vigilante de Abuelo—el cuarto de baño de la Winnebago. Nadie se atrevería a seguirla hasta un aposento tan hacinado y sofocante.
Desde donde estaba sentada sobre la tapa cerrada del inodoro, podía oír el zumbido de las voces de los chicos mientras que intercambiaban anécdotas fuera bajo el toldo. Cada cierto tiempo, la risa aguda de Jess los interrumpía.
El sudor rodó por su columna vertebral mientras sacaba la cartera de su escondite. Aunque el sol casi se había deslizado bajo el horizonte por el oeste, el calor dentro de la casa rodante seguía siendo espeso después de haberse estado cociendo bajo sus rayos ardientes durante todo el día.
Ella abrió la cartera y sacó la licencia de conducir de California. El hombre de la foto era el mismo que había visto en los tres pasaportes y la foto del periódico de la gran apertura de Joe. Sidney Arnold Martino.
¿Cuántas otras joyerías Martino podría haber? Los padres de Joe estaban muertos y él había sido hijo único, por lo que no podría tratarse de una coincidencia.
Si esta cartera pertenecía al primo de Joe, ¿dónde estaba el hombre ahora? Ruby no había oído hablar de él, así que no debió aparecer en el funeral de su difunto esposo. ¿Habría vuelto a California? Si era así, ¿por qué se había dejado la cartera en remojo en las profundidades de un pozo? ¿Habría estado Sidney en la mina Serpiente de Cascabel junto con Joe alguna vez?
Un escalofrío recorrió sus brazos. ¿Y si Joe le había hecho algo a Sidney para hacerlo desaparecer y había tirado su cartera en ese agujero para deshacerse de las pruebas?
Eso significaría que Ruby habría estado casada con un asesino, y Claire no estaba muy segura de cómo darle una noticia así. No podría decirle simplemente, “¡Oh, por cierto! Me he enterado de que tu difunto marido mató a su primo,” mientras que se tomaban unas cervezas en The Shaft.
Claire examinó el resto de la cartera. Además de un fajo de billetes de veinte dólares arrugados por el agua, encontró un carnet de miembro del Videoclub de Películas para Adultos Sugar Shack en Tucson; una tarjeta de visita roja para Los Servicios de la Acompañante Madeline en Las Vegas; una tarjeta Visa de un tal llamado Anthony Peteza (nombre que Claire parecía recordar haber leído en uno de los pasaportes); varias tarjetas ilegibles pegadas en un pegote de papel pegajoso; un carnet rojo, blanco y azul de la Asociación Nacional del Rifle; un permiso de conducir de Nevada con una foto de Sophy en él; y un…
Espera un segundo.
Ella regresó al permiso de conducir. Sophy estaba muy guapa y mucho más joven.
¿Por qué diablos iba a llevar el primo de Joe el permiso de conducir de Sophy en su cartera?
“Maldición.” Claire permaneció sentada. ¿Quién dijo que las ciudades pequeñas eran aburridas? Jackrabbit Junction parecía estar lleno de esqueletos en el armario.
Del bolsillo de su blusa, sacó uno de los cigarrillos arrugados que había encontrado en el Mercedes de Joe—su munición de emergencia—y se lo metió en la boca, deleitándose con el sabor del tabaco. Necesitaba un mechero.
Metió la mano en la esquina posterior del armario debajo del lavabo, detrás de los rollos de papel higiénico y el bote de Pepto-Bismol, y sacó su caja de tampones. En la parte inferior había escondido los dos tiradores antiguos de Sophy y el mechero que había encontrado tirado en la tierra semanas antes.
La carcasa de metal era fresca en su mano. Entonces, recordó que no tenía líquido de encendedor y gimió, frunciendo el ceño ante las iniciales grabadas en él. S—A—M.
¿SAM? Parpadeó. “Mierda,” murmuró alrededor del cigarrillo en su boca. SAM—Sidney. Arnold. Martino.
El golpe en la puerta mosquitera hizo que diera un brinco.
Ella se golpeó el codo con la parte posterior del retrete de plástico y el dolor se extendió por su brazo. ¡Au! Tenía que conseguir templar sus nervios. Estaba tan desquiciada como un gato de tres patas en la perrera.
“¡Claire!” Gritó Abuelo desde el otro lado de la puerta del baño. “Tengo que usar la letrina.”
Claire volvió a guardarse el cigarrillo en el bolsillo de su blusa. “¿Por qué no usas el baño del camping?” No estaba siquiera ni a dos minutos de donde había estado sentado hacía un momento.
“Porque quiero usar mi cuarto de baño.”
“Estoy ocupada.” Ella metió todo en la cartera de Sidney tan rápido como pudo.
“O cagas ya o sal de ahí, chica, porque me quedan unos cuarenta segundos antes de que la bala se escape del cañón.”
“Muy elegante.” Ella sacudió la cabeza ante su descaro. No tenía ni idea de lo que Ruby veía en él.
Claire se guardó el mechero en el bolsillo, volvió a dejar la caja de tampones en el gabinete y escondió de nuevo la cartera en la cinturilla de sus vaqueros. Tiró de la cadena para disimular y abrió la puerta.
“Jessica me ha contado que has encontrado una cartera en la mina esta tarde,” dijo el abuelo mientras que pasaba por su lado.
“Jessica habla demasiado.” Claire agarró una botella de agua de la nevera. Cuando miró hacia atrás, encontró a Abuelo observándola con sus perforadores ojos azules desde la puerta del baño.
“¿Qué estabas haciendo en la mina?”
“Buscando una cosa.”
“¿Buscando problemas?” Instó él.
Ella sonrió. “Nunca los busco.”
“Y sin embargo, siempre los encuentras.”
Claire apretó los dientes para no responder con sarcasmo. Estaba harta de que el abuelo siempre tuviera razón. “¿No necesitabas ir al baño?”
Él apretó los labios. “Ya es suficiente. Estás castigada, jovencita. No vas a ir más a The Shaft a menos que yo vaya contigo.”
“¿Qué?” Ella lo miró boquiabierta. “No puedes impedir que vaya a un lugar público. Tengo treinta y tres años, por si no te habías dado cuenta.”
“Si ese lugar público es frecuentado regularmente por Sophy Wheeler, puedo hacer lo que me dé la real gana.”
“Has pasado demasiado tiempo bajo el sol. Creo que se te está derritiendo el cerebro.”
“¡Si no fuera por mí, ni siquiera estarías en este mundo!” Gritó Abuelo. “¡Es mi responsabilidad hacer todo lo que sea necesario para asegurarme de que vuelvas a casa de una sola pieza!”
Con una última mirada fulminante, Abuelo entró en el cuarto de baño y cerró la puerta de un portazo.
* * *
Sophy se detuvo fuera de la boca de Sócrates Pit cuando el haz de su linterna alumbró las huellas frescas de las suelas de unas deportivas por un sendero que ella pensaba que solo el ganado conocería. Esas marcas no habían estado allí la noche anterior.
Las ramas de creosota en la ladera se sacudieron en la fresca brisa nocturna, haciendo que sintiera escalofríos. Tras una inspección más cercana, ella reconoció las huellas de esos zapatos. Las había visto más veces antes: en la parte de atrás de su restaurante, frente a su casa, y mucho más cerca en una ocasión, mientras que daba vueltas por el suelo de The Shaft.
Claire había estado en la mina.
La cara y el cuello de Sophy comenzaron a arder.
Colgándose su pequeña bolsa de deporte al hombro, Sophy siguió las huellas de las deportivas hasta la entrada de la mina, donde desaparecieron en el afloramiento de la roca.
Vaciló por un momento; el aire fresco del desierto alborotando los mechones de su cabello. Lo más probable era que Claire ya se hubiera marchado, pero no estaba de más tener cuidado.
Unos minutos más tarde, cuando se deslizó a lo largo del socavón principal, oyó el leve ruido de unas piedras chocándose. Con los latidos frenéticos de su corazón golpeando en sus oídos, Sophy bajó la bolsa al suelo y sacó su revólver de 9 mm.
Una bala en la cabeza serviría; después, tiraría el cuerpo de Claire al pozo y se pondría manos a la obra.
Se estaba quedando sin tiempo. Mañana, Ruby firmaría esos papeles a favor de la empresa minera y su suerte se desvanecería para siempre. No habría más esperanzas relacionadas con Las Vegas ni sueños de neón, a menos que pudiera encontrar el alijo de Joe esta noche.
Con su 9 mm liderando el camino, Sophy avanzó más en el socavón.
Esa perra debería habérselo pensado mejor antes de optar por jugar en una mina pasada la medianoche.