Capítulo Veintiuno
“Parece que has estado bastante ocupada, Sophy,” dijo Mac, apuntando con su linterna hacia el alijo de herramientas parcialmente escondido en un carro de minerales que probablemente no había visto la luz del sol durante más de un siglo.
Levantó un pico de mango corto, notando la etiqueta de Creekside Supply Company pegada en el mango; la tinta negra todavía fresca en el código de barras. El carro del mineral era viejo, pero las herramientas, no.
Devolvió el pico a donde lo había encontrado junto a una palanca y una pala, luego se agachó para estudiar la pila de rocas ígneas al otro lado del carro. El techo de la cámara debía haber cedido, enterrando bajo su peso todo lo que hubiera habido en la parte posterior, aunque era imposible predecir cuánto tiempo hacía de eso.
Apuntando con su luz alrededor de la habitación, Mac se centró en la gran pila de rocas al otro lado. La mayoría tenían arañazos y cicatrices blancas de haber sido golpeadas con algún tipo de herramienta cortante.
¿Qué estaría buscando Sophy?
Su linterna empezó a fallar, parpadeando constantemente. Mac la golpeó contra su pierna un par de veces hasta que se iluminó. Cuando apuntó hacia el carro de nuevo, se dio cuenta de la existencia de un segundo, medio enterrado, más atrás en los escombros. Sus lados oxidados estaban camuflados con las rocas circundantes.
¿Era eso lo que estaba tratando de descubrir?
Mac levantó la linterna hacia el cavernoso techo. Grietas y fisuras cubrían toda su superficie. Había visto menos líneas en un mapa de carreteras de Los Ángeles. Unos destellos turquesa—los letreros de neón de la Madre Naturaleza del cobre—recubrían las rocas, al igual que varias otras secciones de Sócrates Pit.
Cargada con mineral de cobre, esta mina era una bonanza. Pero la extracción del cobre requeriría de un desembolso importante, algo con el que Ruby no contaba en este preciso momento. Los ejecutivos de la empresa minera debían estar salivando solo ante la idea de meterle mano a esta ladera.
Sus pensamientos y linterna regresaron al segundo carrito. Sophy había despejado una pequeña sección por debajo. Las rocas cubrían la parte posterior y caían en cascada por un lado.
Su luz se atenuó otra vez hasta que Mac la golpeó contra la palma de su mano.
En el carro había un nido de algún bicho atrapado justo donde un eje se unía a una de las ruedas de hierro. Él apartó las ramas secas, tosiendo el polvo que levantó en el proceso, pero no encontró nada más que restos pegajosos de grasa maloliente. El óxido recubría toda su parte inferior y las ruedas.
La frustración ardía en la garganta de Mac junto con el polvo. Había algo en esta mina—en esta misma sala—por lo que Sophy estaba dispuesta a matar con tal de proteger, pero, ¿el qué?
Mac echó un vistazo a su reloj y se puso de pie de un salto a la vez que su corazón comenzaba a latir salvajemente. Había estado en la mina durante demasiado tiempo. Tenía que salir pitando de allí antes de que Sophy apareciera para empezar a cavar.
Sin mirar atrás, salió corriendo de la cámara. Había aprendido la lección la última vez que Sophy había compartido una mina con él. Los derrumbes no eran precisamente su idea de pasar un rato agradable. Prefería enfrentarse a la desquiciada fulana bajo el cielo abierto.
El túnel se extendía ante él.
Varias curvas después, su linterna comenzó a fallar de nuevo, ofreciendo menos luz que un mechero. Mac la estrelló entonces contra su pierna.
El rayo se desvaneció aún más.
Dejándose caer sobre una rodilla, él bajó la cremallera de su mochila y sacó un paquete de pilas de repuesto. Apagó la luz, dejando que la oscuridad a su alrededor lo cegase. Quitó las pilas viejas y deslizó la primera pila nueva en el cuerpo de la linterna.
Una luz parecía acercarse.
Con la segunda pila todavía en su mano, Mac se quedó inmóvil, casi sin respirar.
Un haz de luz rebotó en la pared delante de él.
¡Sophy! Mierda, era demasiado tarde.
Con sus sudorosas manos, colocó la última pila, agarró su mochila, y se escabulló de vuelta hacia la guarida de Sophy, tratando de no dejar huellas en la tierra mientras avanzaba.
Mantuvo la luz apagada hasta que giró la siguiente esquina.
Un poco antes de llegar a la cámara, se metió por un pasaje poco profundo, de unos quince metros de profundidad. Anteriormente, había comprobado el pequeño pasadizo con un solo destello de luz. Ahora, corrió hasta la parte posterior y se apoyó contra la pared detrás de una roca que sobresalía de la misma.
Apagando la luz, esperó en la más absoluta oscuridad.
Varios segundos silenciosos más tarde, el contorno de su nariz se hizo visible. La luz se estaba acercando.
No podía oír sus pasos, su aliento, nada. Si se hubiera quedado merodeando en esa cámara solo unos segundos más, Sophy podría haberlo pillado con las manos en la masa y haberlo sacado de toda la ecuación.
Bueno, si la suerte no estaba de su lado esta noche, todavía podría hacerlo.
Mac miró más allá del afloramiento de la roca. Mientras observaba, una linterna apareció a la vista, entonces la mano que la sostenía. Luego otra mano—la cual llevaba una pistola de 9mm.
Dios santo bendito.
Mac apretó tanto los dedos aferrados a la tela de su mochila que uno de sus nudillos chascó, sonando diez veces más fuerte de lo normal en ese escondite poco profundo.
La linterna se sacudió en su dirección. Mac se retiró una fracción de segundo antes de que el rayo de luz cruzara la superficie de la roca saliente, ennegreciendo la pared por encima de su hombro. Él se pegó contra la roca fría mientras que los bordes dentados se clavaban contra su espalda baja.
El rayo rebotó alrededor de la cueva durante varios desgarradores segundos más antes de desaparecer.
Mac contó hasta veinte, contuvo la respiración y se asomó.
Sophy, envuelta entre sombras, despareció de su vista.
Su aliento salió en estampida de sus pulmones en una silenciosa explosión. Con la sangre rugiendo en sus oídos, se quedó allí, tratando de fundirse con la pared durante un rato más.
Había estado cerca. Demasiado cerca. Tenía que salir pitando de Sócrates Pit antes de que esa puta loca y su 9mm bloquearan la salida.
Con su linterna todavía apagada, Mac salió por la boca del pequeño túnel y se asomó por la esquina en dirección a Sophy. El tenue resplandor de su linterna y el leve olor de su perfume se filtraban por la curva hacia él.
Tapando su linterna con la mano, Mac comenzó a caminar de puntillas hacia la dirección opuesta. Varias curvas más tarde, apartó su mano de la lente y aceleró el paso, con cuidado de no dejar que los tacones de sus botas repiqueteasen sobre el suelo de piedra.
El sudor corría en riachuelos por su espalda. De vez en cuando, miraba hacia atrás para asegurarse de que no había una 9mm apuntando a su cabeza.
El toque del aire fresco de la noche en su cara y brazos alivió la tensión de sus hombros, y los cielos tan abiertos le ayudaron a volver a respirar con normalidad. Entonces recordó la misteriosa ausencia de Claire durante toda la tarde, pensó en la 9mm de Sophy, y volvió a tensarse de nuevo.
Trepó por la ladera, arrancando manojos de nopal y agrupaciones de margaritas; muerto de miedo ante la posibilidad de no encontrar a Claire sana y salva una vez que llegara al R. V. Park.
Demasiados minutos angustiantes más tarde, Mac apagó su camioneta frente a las ventanas oscuras de la tienda general de Ruby.
Sus nudillos blancos alrededor del volante se relajaron al ver el viejo Ford de Ruby estacionado bajo las ramas de un álamo. Claire había vuelto a casa. No estaba tirada boca abajo en ninguna cámara con una bala en la frente.
Salió del vehículo y cerró la puerta suavemente para no despertar a Ruby y a Jess. Los peldaños de madera del porche crujieron bajo sus botas. La luz de la entrada parpadeó, salpicada de polillas.
Cuando estaba llegando a la puerta mosquitera, esta se abrió. Mac se apartó a un lado para dejar que Harley diera un paso fuera.
El anciano cerró la puerta y clavó a Mac con una mirada entornada. “Tu tía está preocupada por ti.” Olfateó y arrugó la nariz. “Hueles a podrido. ¿Dónde diablos has estado?”
Mac no quería hablar de ello. “¿Ha llegado Claire a casa?”
Un búho ululó en el álamo.
Harley asintió. “No has respondido a mi pregunta.” Se cruzó de brazos y se apoyó contra la puerta, bloqueándola. “¿Dónde has estado?
En otras palabras, Mac no iba a conseguir entrar hasta que no le diera una explicación convincente.
“Fuera,” respondió, frotando la parte posterior de su cuello.
Tenía que averiguar qué hacer con Sophy, y hasta entonces, no necesitaba que Harley y su pandilla de viejos buitres metieran sus napias en una situación tan complicada.
“¿Fuera dónde?”
“Fuera.” No le gustaba la forma en que Harley le estaba mirando por encima del hombro, como si le hubiera pillado revolviendo el cajón de sus calcetines. Dos podían jugar a este juego. “¿Qué estás haciendo aquí tan tarde?”
Harley se erizó. “Ya te lo he dicho; tu tía estaba preocupada. No estaba en condiciones de estar sola.”
Ruby no era ninguna cagueta. Debajo de ese acento sureño suave, había una mujer tan dura como el caliche en el fondo del valle.
“Claro. Y a juzgar por la mancha de pintalabios en tu mandíbula, tú tampoco lo estabas.”
* * *
Lunes, 26 de abril
El cuerpo de Sophy zumbaba con anticipación.
Cuando levantó la última piedra de la parte inferior del carro de minerales, estuvo a punto de dejarla caer sobre su pie cuando deslumbró una pequeña caja de metal. Con un grito de victoria, arrojó la roca hacia la pila y levantó la caja, su carcasa fría y abollada.
Entonces empezó a cantar “Viva Las Vegas;” la voz de Elvis resonando en su cabeza mientras que usaba el dobladillo de su camiseta para limpiar la tapa del maletín. Pasó los dedos sobre el pequeño ojo de la cerradura en el frente y después la sacudió. Algo se meneó en su interior, como si fuera un puñado de piedras—¿rubíes, esmeraldas, diamantes?
Sacando la navaja del bolsillo de sus pantalones vaqueros, miró la abertura de la cámara por enésima vez desde que se había dado por vencida buscando a Claire.
Oscura y vacía, la salida se veía exactamente igual que hacía cinco minutos, pero eso no alivió la tensión en su cuello. La perra entrometida todavía podría estar hurgando en la mina en algún lugar, incluso a las tres y media de la mañana.
Ella desenvainó el cuchillo y se dejó caer de rodillas. Sus manos temblaban mientras que retorcía la fina hoja cortante en el ojo de la cerradura.
El sudor corría por la longitud de su columna vertebral y los músculos de su espalda y brazos estaban calientes tras haber estado levantando rocas durante las dos últimas horas.
Había recorrido Sócrates Pit de cabo a rabo con la intención de encontrar ese maletín. El viejo mapa de la mina había sido tan útil como un pene flácido, ya que no constaba en el pasadizo que conducía hasta esa cámara.
Sophy había rastreado túnel tras túnel, cámara tras cámara, en busca del carro de minerales del que Joe le había hablado. Con los años, había excavado en tres salas diferentes, pensando que el carro podría estar bajo todos esos escombros, solo para terminar con las manos vacías.
Finalmente, a escasas horas de que la empresa minera se hiciera cargo de las tierras, Sophy tenía el botín en sus manos.
Las brillantes luces de Las Vegas brillaban detrás de sus párpados; el sonido de las monedas tintineaba en las bandejas de las tragaperras. No más sofocos bajo el hedor de la grasa todo el día, día tras día. No más cortinas de color naranja y reservados de plástico desgarrado; no más tratar con pueblerinos con comida entre sus dientes, ni bares sórdidos ni pueblos perdidos en mitad de la nada.
Ella había sido una fiel sirvienta para Joe durante mucho tiempo. Él le había robado toda su juventud. Ahora tomaría lo que se había ganado a pulso durante tanto tiempo.
Con un tintineo oxidado, la cerradura cedió bajo su navaja. Ella dejó caer el arma al suelo y se sentó sobre sus talones, frotándose las palmas de sus manos sobre sus muslos cubiertos de tela vaquera.
A partir de ahora, dormiría en sábanas de seda, se pondría vestidos forrados de diamantes y se ducharía todos los días en una bañera de granito sólido llena de champán.
Con sus temblorosas manos, Sophy abrió la tapa, la cual crujió cuando entró en contacto con el suelo.
Había soñado con este momento durante tanto…
Un jadeo explotó de sus labios.
Su corazón se congeló y se convirtió en un trozo de hielo en su pecho.
Inclinándose hacia adelante, Sophy agarró un puñado de canicas y las estrujó con fuerza. Su respiración se volvió entrecortada mientras que las ganas de gritar se fraguaban en sus pulmones.
Volcó la caja, le dio unos golpecitos en la parte posterior y lanzó las canicas en su mano al otro lado de la cámara. Las bolas de colores restantes salieron rodando por el suelo en todas las direcciones.
Un destello de oro en el suelo junto a la caja ahora vacía llamó su atención.
Un anillo.
Lo tomó y lo sostuvo bajo la luz de su lámpara a pilas.
Había un escrito grabado en su interior. Ella entrecerró los ojos y, dado que no tenía sus gafas de lectura, se echó un poco hacia atrás hasta que pudo focalizar.
Tu chica para siempre—Sophy
“¡No! ¡No! ¡NO!” Exclamó, mirando con horror la alianza de boda que había comprado para Joe con el dinero que sus padres le habían enviado por su décimo octavo cumpleaños.
Sophy se cubrió la cara con las manos y gritó con fuerza.
¡Ese asqueroso ladrón hijo de puta!
Había vuelto a joderla.
* * *
Mac entró en la tienda general y encontró a Jess, anotando problemas de álgebra en una página de su cuaderno.
Las sombras frescas dentro de la tienda eran un alivio frente al flameante sol que había reinado en el cielo durante toda la tarde. Mac podía oír el ruido del aire acondicionado desde el otro lado de la cortina. El olor a humo de tabaco—la tarjeta de visita de Harley—colgaba en el aire.
“¿Dónde está tu madre?” Preguntó.
“Ahí dentro.” Jess ladeó la cabeza hacia la cortina. No parecía muy contenta de haberse quedado al cuidado de la caja. “Con los otros.”
“¿Qué otros?”
“Los tíos viejos.” Jess se metió un rizo pelirrojo por detrás de la oreja y se centró de nuevo en el libro de álgebra. “Harley también está.”
“¿Qué están haciendo?”
La joven se encogió de hombros, lo que Mac figuró que en la jerga adolescente significaba que se preocupaba más de lo que quería admitir.
Él tiró juguetonamente de su coleta mientras que pasaba por su lado. Se abrió paso entre la cortina y vaciló momentáneamente en el umbral, tratando de acostumbrarse al humo de cigarrillo derivando hacia él. En medio de una partida de cartas, los cuatro parecían ajenos a su presencia.
Se aclaró la garganta. Las cabezas se volvieron y cuatro pares de ojos lo perforaron.
Quedaban dos horas para que se cumpliera el plazo límite de la compañía minera, y las arrugas profundas en la frente de Ruby dejaban claro que su tía no se había olvidado.
“¿Dónde has estado, muchacho?” Preguntó Chester.
“Vendiéndole tus secretos a tu ex-mujer,” respondió Mac mientras que entraba por detrás de la barra para agarrar una Corona de la nevera.
“¿Qué ex?” Preguntó Manny mientras que Mac se acercaba a la mesa. “¿La rubia de piernas largas que llenó su camioneta de cemento, o la morena bien servida que cortó su caña de pescar favorita en juliana y perforó agujeros en la parte inferior de su barco?”
“Y no os olvidéis de Bernadette y aquella vez que trató de atropellarlo con su Chevrolet Monte Carlo del 71,” agregó Harley.
Chester sonrió con una mirada lejana mientras bajaba las cartas sobre la mesa. “Esa pelirroja luchadora también me disparó en el culo con una pistola de aire comprimido. Más de una vez.” Lanzó un as de espadas. “Maldita sea, la echo mucho de menos, sobre todo en la cama.”
Harley frunció el ceño y tiró una reina de espadas. “Esa mujer era una ninfómana.”
Ruby agarró el brazo de Mac. “¿Y bien? ¿Voy a firmar?”
Los demás callaron con las cartas en sus manos y su atención puesta en Mac.
“¿Quieres hablar de esto aquí?” Mac no estaba seguro de que fuera algo que los chicos debieran escuchar.
Ella se encogió de hombros. “No tengo nada que ocultar. Todos saben que día es hoy. Dispara; este lugar ha sido su hogar lejos de casa durante más tiempo que el mío.”
Cierto, pero ninguno de ellos había estado colgado de su cornisa durante el año pasado.
Mac le dio un trago a la fría Corona, deleitándose con el sabor a su paso por su garganta mientras que reunía las palabras que había estado contemplando de camino a casa desde la biblioteca de Yuccaville. Tomó aire profundamente; la incertidumbre retumbaba en sus entrañas. “No firmes.”
La frente de Ruby se contrajo. “¿Estás diciéndome que…” dijo, apagándose y abriendo y cerrando la boca como si fuera la puerta de un garaje que funcionara mal.
“Estoy diciéndote que no vendas las minas a esa empresa minera.”
“Pero hace una hora,” comenzó ella, “Claire entró aquí y me dijo que debía vender. Dijo que habías tenido razón todo el tiempo.”
La sorpresa le hizo dar un paso atrás. ¿Claire había dicho eso? ¿Qué le había hecho cambiar de opinión?
“Sin querer faltar a Claire al respeto, ella no sabe que tu tierra y esas minas valen más de lo que la compañía te está ofreciendo. Yo sí lo sé. No vendas.”
Eso había sonado mucho más convincente de lo que sentía en su interior en este momento.
“Tengo que pagar al banco. Necesito tener ese dinero el viernes antes de la hora del cierra.”
“Deja que yo me encargue del banco.”
Sus ojos verdes se iluminaron. “No me gusta cómo suena eso.”
Mac se lo había imaginado, pero dado que su tía estaba tratando de remar fuera de toda esta mierda, no tenía muchas alternativas. “Confía en mí.”
“¿De dónde vas a sacar tanto dinero para el viernes?”
“Ya me he hecho cargo de eso.”
Sus fosas nasales se ensancharon y sus labios se apretaron en una fina línea. “MacDonald Abraham Garner.”
Mac se estremeció ante el sonido de su nombre completo.
“No pienso aceptar tu caridad.”
Plantando un beso en su rosada mejilla, Mac dijo, “Confía en mí, tía Ruby. No pienso decepcionarte.”
Ruby suspiró. “Está bien, pero si esto sale de tu bolsillo, tu nombre va a aparecer en los periódicos como propietario de estas tierras.”
“De ninguna manera. Si estoy en lo cierto acerca de lo que esas minas podrían llegar a vale, la cantidad que le debes al banco no suma ni la mitad de todo ello.”
“Bien. Entonces serás dueño parcial de las mismas.” Cuando él abrió la boca para protestar, ella levantó la mano. “Al menos respecto a esto pienso tener la última palabra.”
Mac miró a los chicos. Harley estaba mirando a Ruby con tanta atención que no se dio cuenta de que Chester estaba haciendo trampa, echándole un ojo a sus cartas. Manny, por su parte, sonrió como un padre orgulloso.
“Ya hablaremos de eso más tarde,” dijo Mac, volviendo a Ruby, “Después de que la empresa minera se entere de que no piensas darles una mierda.”
“Está bien,” dijo ella.
“Bueno,” Mac lanzó su botella vacía a la basura. “¿Dónde está Claire?”
Tenían algunos asuntos pendientes que resolver.
* * *
Abajo, en el sótano de Ruby, Claire estaba encorvada sobre el escritorio de Joe, mirando fijamente hacía la lámpara que debía haber sido fabricada poco después del triásico y que posteriormente había sido “electrizada” para adaptarse a las bombillas modernas. Un débil zumbido de luz provino de ella.
Durante la última hora, había estado inclinada sobre cinco fotografías de Sidney Arnold Martino—su permiso de conducir, las tres fotografías de los pasaportes y el recorte del periódico.
Y durante la última hora, no había llegado ni a una conclusión sobre cómo Sidney podría encajar con Joe y Sophy.
Cuando se trataba de actuar como detectives, Claire parecía incapaz de estar a la altura de las circunstancias.
Luego estaba el hueso. Ella apretó el puente de su nariz, sin querer pensar en ese maldito hueso que le había arrastrado hasta esa vorágine de mierda.
Ella se dejó caer en la silla de la oficina de Joe, cuyos muelles chirriaron al soportar su peso, y el olor del cuero envejecido la envolvió.
Había fallado. Le había fallado a su abuela y ahora a Ruby.
Decirle a Ruby que lo mejor era que vendiera le había dejado con un constante dolor en el pecho. Vendería su alma ahora mismo a cambio de un cigarrillo.
Había estado muy determinada a hacer algo de provecho en su vida, a terminar lo que había empezado y llegar a las respuestas correctas, respuestas que harían que los ocho años de su vida que había desperdiciado en las aulas universitarias valieran para algo.
En cambio, había terminado sumida en un abismo de pistas sin saber cómo atarlas.
Soplando el mechón de pelo que había caído sobre su cara, Claire tomó la agenda que había encontrado en el maletín de Joe y volvió a hojearla. Tenía que haber algo que hubiera pasado por alto que explicase por qué algunas de las fechas estaban rodeadas en rojo.
¿Quién conserva una agenda en la que no ha escrito prácticamente nada?
La hermana mayor de Claire, Ronnie, llevaba un planificador con ella dondequiera que fuera. Lo escribía todo en ese maldito libro.
Y luego estaba la tía Mary, la hermana de su madre, quien llevaba una agenda siempre con ella con el único propósito de pretender que la gente la considerase más en serio. A la tía Mary le gustaba llevar sombra de ojos plateada y sombreros adornados con frutas a escala real. Una agenda no iba a ayudarle mucho a conseguir su propósito.
Cerró el libro de golpe. Indagar más en él solo la llevaría a otro callejón sin salida.
Con un gruñido de frustración, lanzó la agenda con rabia contra la puerta. El golpe le hizo sentir mejor a la par que el pomo de la puerta giraba y alguien la empujaba levemente.
“¡¿Qué?!” Ni siquiera trató de ocultar su malestar. Le había dicho a Ruby y a los chicos que necesitaba pasar un poco de tiempo a solas—un bien escaso en las últimas semanas.
“¿Está la costa despejada?” Preguntó Mac a través de la grieta.
Claire se cruzó de brazos. Había echado mucho de menos su olor en el último par de días, incluso colándose en su habitación para aspirar el aroma de su almohada un par de veces. Pero el hecho de que estuviera hambrienta por él no significaba que hubiera olvidado que le estaba ocultando cierta información deliberadamente. “Depende.”
“¿De qué?”
“De que hayas venido a darme algunas respuestas, para posteriormente ponernos calientes mutuamente, o de que solo hayas venido a frustrarme un poco más.”
Mac empujó la puerta un poco más y deslizó su mano a través de ella; su cinturón de herramientas colgaba de sus dedos. “¿Responde esto a tu pregunta?”
Su pulso tartamudeó. Una llama parpadeó a la vida en los dedos de sus pies. Solo había una razón por la que habría traído su cinturón de herramientas, y no tenía nada que ver con la reparación de la cerca.
“Creo que ese trato en particular dependía de que me dijeras quién te atrapó en Two Jakes. ¿Vas a contármelo?”
“Solo si me dejas entrar sin tirarme nada.”
Claire entrecerró los ojos. No acababa de confiar en él totalmente, pero el fuego ya se había extendido hasta sus rodillas e iba subiendo a una velocidad imperiosa hacia el norte. Después del día tan asqueroso que había tenido, de verdad, DE VERDAD necesitaba que se lo contase. “Bueno.”
Mac entró y cerró la puerta detrás de él con el cinturón de herramientas todavía colgando de sus dedos. Sus ojos la recorrieron y sus labios dibujaron una sonrisa lobuna mientras que cerraba la puerta.
Ella tragó saliva; su bajo vientre estaba alcanzando temperaturas de un horno.
“Estás cerrando la puerta,” dijo. Era una afirmación, no una pregunta. Esperaba que eso significara lo que esperaba que significase.
Él asintió con la cabeza lentamente y sus párpados revolotearon de un modo muy sexy mientras que sus ojos se posaban en sus labios. “Voy a asaltar tu playa.”
“¿Qué vas a qué?” Parecía un comentario propio del abuelo y los chicos.
Mac dejó caer el cinturón de herramientas sobre escritorio y lo bordeó hacia ella. “He dicho que voy a asaltar tu playa.”
Él la levantó de la silla y la estrujó contra su cuerpo mientras que el olor fresco a desierto de su colonia la envolvía, mezclado con un toque de cerveza y humo de cigarro. Debía haber saludado a los chicos antes de bajar al despacho.
“De acuerdo.” Fuera lo que fuese que tuviera que decirle, a Claire estaba empezando a gustarle. Su cuerpo estaba tan tenso y sacudido que podría poner en marcha una licuadora. Su piel ardía y sentía un hormigueo incesante en sus pies. Quería sentir cada centímetro de su piel…
Sus labios bajaron hacia los suyos. “La Patita Daisy está muy sexy tumbada de esa manera en tu camiseta.”
Pero no antes de contestar un par de preguntas. Ella se cubrió la boca con la mano. “Alto ahí, Romeo.”
Mac gruñó; sus ojos color avellana humeaban con la promesa de las traviesas acciones que se avecinaban.
“Tenemos que aclarar algunas cosas antes de que la ropa comience a volar por todas partes.”
Mac levantó una ceja.
“¿Quién te dejó atrapado en esa mina?” Ella levantó la mano, pero no dio marcha atrás. Inhalar su aroma era simplemente maravilloso.
El calor en su mirada se enfrió un par de grados. “Sophy.”
“¡Lo sabía!”
“Pero tienes que prometerme que te mantendrás alejada de ella.”
Los ojos de Claire se posaron en su nuez. “Por supuesto,” dijo, mintiendo solo parcialmente.
No había prometido mantenerse alejada de su cobertizo. Saber a ciencia cierta que Sophy estaba detrás de los ataques a Mac disparó la curiosidad de Claire hasta la estratosfera. Algo importante escondía en esa cabaña, y mañana iba a averiguar de qué se trataba.
“Claire.” Mac tomó su barbilla y la obligó a mirarlo a los ojos. “Lo digo en serio. Sophy es peligrosa—mucho más de lo que imaginas.”
“¿Por qué crees que lo hizo?” Ella desvió el tema antes de comenzar a inquietarse bajo su mirada de advertencia.
Él acarició su barbilla con el pulgar. “Está buscando algo en una de las minas y yo me estoy interponiendo en su camino.”
“Sabía que era una sádica, pero no tenía ni idea de que fuera capaz de llevar las cosas tan lejos como para sepultar a alguien en una mina con bloques de cemento y graveras. Esa mujer debería estar sirviendo pasteles en un sanatorio mental.”
“Se le está acabando el tiempo,” dijo Mac, frunciendo el ceño, “Bueno, eso es lo que ella piensa. Si Ruby hubiera firmado esos papeles hoy, la empresa minera habría estado en esas minas a finales de la semana, y lo que quiera que Sophy esté buscando, estaría fuera de su alcance para siempre.”
Claire apenas captó el final de su frase.
Dio un paso atrás, necesitando distanciarse para centrarse completamente en la conversación. “¿Qué quieres decir con que si Ruby hubiera firmado esos papeles? Pensé que iba a firmarlos y entregarlos hoy.”
Mac se apoyó en el escritorio de Joe. “Le dije que no lo hiciera.”
“¡¿Qué?!” Hasta el estornudo de un ratón hubiera hecho caer a Claire de culo en este momento. “¿Qué pasa con… tú dijiste que… quiero decir… ¿Por qué no?”
“Las minas valen más de lo que la empresa le está ofreciendo.”
“¿Cuánto más?”
“Digamos que Ruby quedaría como una estúpida si aceptara la cantidad que le están ofreciendo.”
Claire se dejó caer en la silla; su peso hizo que se desplazara varios centímetros. “No puede ser verdad.” Las cenizas de su abuela estaban a salvo después de todo. “Pero, ¿cómo va a pagarle al banco?”
“Ya me he encargado yo de eso.”
“Es un montón de dinero.”
“Eso es asunto mío.”
“Estoy segura de que Ruby no estaría muy de acuerdo con eso.”
Mac se encogió de hombros y dijo, “Ya hablaré con ella.”
“Entonces, ¿qué viene ahora?”
“Tú. Yo. Nada de ropa.”
“Quiero decir con Ruby y sus minas.”
Mac agarró las manos de Claire y la levantó de la silla. “Sé lo que quieres decir.” Puso las manos en sus caderas y la posicionó delante de él, entre sus muslos.
“Entonces, ¿cuál es tu respuesta?”
“Mi respuesta, hmmm…” pasó los dedos por sus brazos y los enterró en el pelo a la altura de su nuca, tirando de ella hacia él. Rozó sus labios suavemente y luego los aplastó con su boca, dura y exigentemente, robándole el aliento. Entonces, se echó un poco hacia atrás. “Mi respuesta es que Daisy tiene que irse.”
Con un movimiento increíblemente rápido, Mac le quitó la camiseta.
“Guau,” Claire se rio entre dientes mientras que él arrojaba la prenda detrás de él. “Eres muy bueno.”
“Estos sobran también,” dijo a continuación, desabrochando sus pantalones cortos y deslizándolos a lo largo de sus piernas.
Su boca reclamó la de Claire antes de que esta tuviera ocasión de reaccionar. Ella salió de sus pantalones cortos mientras que su lengua la tentaba. Sus rodillas temblaban de emoción; su cabeza daba vueltas.
La sensación del cuero rígido y duro contra su estómago la trajo de vuelta al presente. Claire miró hacia abajo mientras que él colocaba su cinturón de herramientas a la altura de su ombligo.
“Ahora,” dijo, empujándola suavemente hacia atrás. “Deja que te mire.”
Claire se cruzó de brazos, sin saber qué hacer con las manos mientras que se detenía delante de él en nada más que su sujetador de satén, bragas con dibujitos de mariposas, su cinturón de herramientas y sus deportivas. Deseando haberse saltado la chocolatina Snickers XXL que se había comido para aliviar su ansiedad acerca de su incapacidad para ayudar a Ruby con sus males, enderezó la espalda y metió tripa.
Mac se la comió con la mirada, y luego se la comió con la mirada un poco más. Entonces, hizo un giro con el dedo. “Date la vuelta.”
Claire se estremeció. Dios bendito, ahora es cuando va a verme el culo.
Era el momento de la verdad.
Claire se dio la vuelta. “No estoy exactamente como para salir en el catálogo de Victoria’s Secret,” dijo sobre su hombro, “pero soy muy buena con mis herramientas, y puedo cavar mejor que la mayoría de los—”
Mac la agarró, la hizo girar, y la levantó sobre el escritorio de Joe. Las fotos que había estado contemplando salieron volando. El mechero con las letras SAM se clavó en su culo. “¡Cuidado!” Protestó, tratando de sacarlo de debajo de ella.
Entonces Mac era se cernió sobre ella completamente, tocando, acariciando, lamiendo, besando y susurrando promesas de las cosas que iba a hacerle, haciendo que todos los pensamientos racionales de su mente echaran a volar.
Ella le arrancó la camisa, estallando los botones, y sonrió ante el sonido de la tela rasgándose.
“Dios, Claire.” Él se deshizo de los restos de la prenda. “He estado pensando en esto—en ti, desnuda—durante demasiado tiempo.”
“Entonces date prisa y quítame el sujetador.”
Él cumplió con un rápido movimiento y después gimió mientras la miraba, trazando su piel con los ojos. Sus manos fueron a continuación, seguidas por su lengua.
Ella se echó hacia atrás sobre sus codos, permitiéndole un mayor acceso.
“Tienes una piel tan suave,” dijo Mac contra su estómago. “Tan sexy.”
Claire se movió contra él, ansiosa por lo que sabía que vendría a continuación. “¿Mac?” Susurró.
“¿Mmmmm?” Respondió sobre su piel.
“Quítate los pantalones.”
Sus dientes mordieron el hueso de su cadera. “Estoy un poco ocupado.”
Claire agarró los lados de su cabeza y lo obligó a mirarla. El hambre turbio en sus ojos color avellana casi la hizo gelatina de cintura para abajo. “Quítatelos ya.”
Él se quitó las botas y los pantalones a la velocidad de Superman. Ella se las arregló para librarse de una de sus deportivas antes de que él encontrara el interior de su rodilla con los labios e hiciera girar sus ojos dentro de sus órbitas.
“Mac,” gimió.
Su boca avanzó hasta la cara interna de su muslo.
Ella se retorció y apretó. “Mac.”
Él deslizó el dedo por debajo de su cinturón de herramientas y el borde de su ropa interior. Claire estaba sorprendida de que la endeble tela no estuviera ya en llamas.
El delicioso calor de su lengua rodeando su ombligo hizo que su pie descalzo se estirara involuntariamente con los dedos rígidos dentro de su calcetín.
Los temblores comenzaron en las profundidades de su núcleo. Ella sabía a dónde iba a llevarles todo esto, y tan tentador como era levantar las caderas hasta su boca, Claire quería sentirlo dentro de ella esta primera vez. Los juegos preliminares tendrían que esperar hasta la próxima. “¡Mac!”
“¿Qué?” Él empujó su cinturón de herramientas hasta su cintura y la tomó de sus caderas.
Ella se aferró a sus hombros desnudos, agarrándose fuerte. “Es el momento.” Abrió la boca mientras que la punta de sus dedos la recorrían.
“Está bien.” Él tomó una mariposa de su ropa interior entre los dientes y empezó a tirar hacia abajo.
Ella enredó los dedos en su pelo y tiró de su cabeza para que pudiera mirarlo a los ojos. Sus pupilas eran grandes, como dos piscinas oscuras. “Si deseas participar en el evento que tenemos entre manos, entonces será mejor que te pongas en acción. De lo contrario, iré yo sola.”
Él asintió con la cabeza. “Ropa interior fuera.”
Claire no necesitaba que se lo dijeran dos veces. Ella se meneó hasta que salió de sus bragas a una velocidad récord mundial. El escritorio de Joe estaba frío bajo su piel desnuda.
Una sonrisa curvó las comisuras de su boca. “Me refería a la mía.”
“Oh.”
Ella se la quitó. Entonces lo miró. Entonces se derritió.
“Será mejor que te des prisa con eso,” señaló el condón en su mano, alegre de que hubiera sido tan previsor, porque ella no había traído protección y no estaba segura de haber sido capaz de parar llegados a este punto.
Mac se lo puso rápidamente y le dio un beso que hizo que su cabeza diera vueltas.
“Envuelve tus piernas alrededor de mí,” le susurró al oído.
Ella cerró sus tobillos detrás de su espalda. “Mac, hay algo que he querido decirte desde que me curaste las heridas aquel día después de la pelea en el bar.”
“¿Qué?” Él se detuvo justo antes de su entrada, listo, buscando en sus ojos.
“Me gustas mucho.”
Las comisuras de sus labios se curvaron. “No me digas.”
“Y tengo muchas ganas de sentirte dentro de mí.”
Él la penetró con una rápida embestida. “¿Así?”
“Sí.” Sus tobillos se apretaron.
Mac comenzó a entrar y salir de su cuerpo. “¿Y así?”
“Dios, sí.” Ella se echó hacia atrás sobre sus codos.
Su boca exploró su escote; su lengua trazando círculos mientras que sus empujes la llevaban más y más alto sobre la cima de su placer. Ella se contrajo a su alrededor y meneó las caderas, aumentando la fricción.
Un gemido brotó de su pecho. “Claire.”
“¿Te gusta eso?” Ella lo hizo de nuevo.
“Demasiado.” Entonces él la acarició con la yema del pulgar y las estrellas empezaron a girar detrás de sus párpados cerrados.
Ella comenzó a gritar y después recordó que estaban en el sótano de Ruby y gimió detrás de sus labios sellados mientras que las olas de placer la recorrían.
Mac no se quedó atrás; asaltó su boca para no gemir en voz alta mientras que se estremecía sobre ella.
“Dios santo bendito,” dijo Claire, sonriendo mientras miraba hacia el techo. Un cálido resplandor la iluminó desde dentro hacia fuera. “Ha sido absolutamente increíble.”
Mac apoyó la frente en su esternón. Sus manos aún ahuecaban sus caderas bajo el cinturón. “¿Perezosa?”
“¿Hmmm?” Ella lo peinó con los dedos.
“Quiero hacerlo otra vez.”
“Sí.”
“Solo que más lento.”
“Sí.”
Él la ayudó a incorporarse. “Y sobre algo blando.”
“Definitivamente.” Su coxis había abollado prácticamente el escritorio de Joe.
“Pero aun así, llevarás tu cinturón de herramientas.”
Ella se rio y volvió la cabeza, dejando que su mirada vagase sobre la pintura de Johnny Cash junto a la puerta hasta el suelo de la habitación, donde yacía la agenda, la cual se había salido parcialmente de sus tapas de cuero. Claire se quedó inmóvil.
“¿Qué es eso?” Dijo en voz baja, mirando con el ceño fruncido los dos trozos de papel que asomaban entre el libro y sus tapas de cuero.
Se apartó de los brazos de Mac, a pesar de las protestas de este, y corrió hacia la agenda. Sus manos temblaban mientras recogía los papeles.