Capítulo Tres
“¡Santo cielo! ¿Qué se ha muerto aquí dentro?” Claire se tapó la nariz para evitar tener más arcadas a medida que entraba de puntillas en el cuarto de herramientas.
En lo alto, el techo de hojalata se tambaleaba y tintineaba como un metal expandido por el calor del sol de media tarde. Las tablas del suelo crujían bajo sus zapatos. La luz del día se asomaba a través de las telarañas que se aferraban a la sucia ventana, dejando entrever una mesa de trabajo enterrada bajo un montón de trapos. El personal de mantenimiento anterior no debía haberse suscrito a Buenas Labores Domésticas precisamente.
Tratando de encontrar el taladro que Ruby había mencionado, Claire pasó por encima de un cortacésped con sus tripas de hilo de nylon extendidas por el suelo; luego bordeó un generador con un tanque de gasolina abollado. Caminó hacia la mesa de trabajo, levantó un puñado de trapos y se quedó sin aliento.
Una rata muerta yacía panza arriba en la parte superior de la pila de trapos restantes. Cuando hizo una mueca, su estómago se revolvió y se le subió a la garganta. El sonido húmedo y pegajoso de algo arrastrándose la mantuvo cautiva hasta que vio dos gusanos asomar entre las fauces abiertas del roedor.
“Puaj,” gimió y tragó saliva, dejando caer todos menos uno de los trapos. Se tapó la nariz con más fuerza aún. Envolvió el trapo alrededor de su mano y tomó la cola larga y sin pelo.
Un grito resonó detrás de ella.
Claire estuvo a punto de salir disparada fuera de sus deportivas. Se dio la vuelta para ver a una adolescente con el pelo rizado de color rojizo y una nariz cubierta de pecas de pie a dos metros de distancia. La mirada de la niña estaba fija en la rata.
¿Quién demonios… Su pensamiento fue interrumpido por otro grito desgarrador.
Con un zumbido en los oídos, Claire agarró el brazo de la chica y la arrastró fuera del cuarto de herramientas hacia la luz brillante del sol. Solo entonces se dio cuenta del vaso de plástico lleno de un líquido opaco en la mano de la joven.
“Respira profundamente,” le pidió a la niña, cuyo rostro se había vuelto de un macabro tono gris.
“¿Ha visto esa… esa,” la chica arrugó su pequeña y respingada nariz, “cosa?”
“Solo es una rata muerta.” Después de varias disecciones de ranas en Ecología – Introducción a la Bilogía, ver un animal muerto había descendido varios puestos en la escala personal de Mierdas Asquerosas de Claire. Pero los gusanos todavía reinaban en la parte superior.
“Toma.” La chica empujó el vaso hacia Claire. “Ruby me dijo que te diera esto.”
“¿Qué es?” Preguntó Claire mientras aceptaba la sudorosa taza. No confiaba en los extraños que ofrecían bebidas, especialmente si eran adolescentes. Además, el abuelo y Manny le habían enseñado mucho sobre los efectos de las bromas pesadas.
“Limonada.” La pelirroja lanzó una mirada de consternación hacia el cobertizo de herramientas mientras que se pasaba las manos por su camiseta rosa de algodón.
Claire olió el líquido. Olía a limonada. Tomó un sorbo, saboreó el azucarado cítrico y luego bebió hasta la mitad.
Con las manos en los bolsillos de sus pantalones caídos, la chica no rompió el contacto visual con Claire en ningún momento. “¿De verdad ibas a coger esa cosa?”
Claire se limpió la boca con el dorso de la mano. “Tal vez.”
“¿Eres una especie de friki que juega con animales muertos?”
Si bien la mayor parte de los conocidos de Claire la consideraban la oveja negra de la familia, eso no significaba que tuviera que aceptar ninguna insolencia de nadie. Ella la miró. “¿Quién eres?”
“Soy la hija de Ruby.”
Eso explicaba el pelo y las pecas. “¿Tienes nombre?”
“Jessica, pero mis amigos y mi familia me llaman Jess.” Ella batió sus pestañas y le ofreció a Claire una sonrisa que decía a gritos que quería ser su amiga.
Claire dio un paso atrás. Lo último que necesitaba era que la hija de Ruby se convirtiera en su sombra. Ya le estaba costando bastante mantenerse fuera de los asuntos personales de su jefa.
“Gracias por la limonada, Jessica.” Ella le devolvió el vaso. La búsqueda del taladro podría esperar. Con un gesto desdeñoso, caminó hacia la cerca en la que había estado trabajando toda la mañana. Si tenía suerte, la hija de Ruby captaría la indirecta y volvería a casa.
Jessica corrió a su lado. “¿Qué estás haciendo?”
Claire no aminoró el paso. “Trabajar.”
“¿Has venido con una de esas viejas locas?”
“No.”
“¿Con uno de esos tíos viejos?”
“Sí.” Claire agarró varios clavos de la bolsa de su cinturón de herramientas y se inclinó sobre una tabla de cedro apoyada entre dos caballetes.
“¿Conoces al viejo de esa caravana tan hermética?”
¿Hermética? ¿Qué se supone que significaba eso? De cualquier manera, el abuelo era el único que tenía coche. “Es mi abuelo.”
“¡Qué guay! ¿Alguna vez te deja conducir?”
Claire asintió. Colocó un clavo de punta en la madera.
“¿Crees que me dejaría conducir a mí también?”
Claro, cuando los Tiranosaurios Rex vuelvan a vagar por la tierra. “Probablemente no.”
“Qué fastidio. Ruby tampoco me deja conducir su camión. Nunca me deja hacer nada divertido.”
Claire se detuvo y levantó el martillo. Tendría que ser sorda para no percibir el trasfondo de animosidad hacia Ruby en la voz de Jessica, por no mencionar el hecho de que insistía en llamar a su madre por su nombre de pila. No te metas, le advirtió una voz en su cabeza.
“¿Dónde está tu abuela?” Preguntó Jessica.
“Muerta.” Eso sonó demasiado duro incluso para los oídos de Claire. Tal vez debería bajar el tono.
“La mía también lo está.” La chica parecía emocionada, como si acabara de descubrir que ella y Claire compartían el mismo cumpleaños.
Claire suspiró y golpeó el clavo hasta que la cabeza se detuvo al ras de la madera. Jessica no estaba captando la indirecta. “¿No deberías estar ayudando a tu madre en algo?”
“Na. La desquicio demasiado. ¿Qué edad tienes?”
“La suficiente.”
“Con esas bolsas debajo de los ojos, yo diría que cuarenta.”
Claire atravesó a Jessica con la mirada, pero la chica estaba demasiado ocupada quitándose el esmalte de color rosa de la uña de su pulgar izquierdo para darse cuenta. La razón por la que Claire tenía “esas bolsas” era por todas las vueltas que daba por las noches en esa gomaespuma de cinco centímetros de espesor sobre una tabla dura en la que dormía.
“¿Tienes novio?” Preguntó Jessica.
¡Por todos los santos! ¿Es que esta chica nunca dejaba de hacer preguntas? Claire cruzó los brazos sobre su pecho.
“¿No tienes ningún amigo al que visitar?”
“No.”
“¿Algún amigo del colegio?”
“No estoy yendo al colegio en este momento.”
“¿Por qué no?”
“Me echaron. Ruby quiere llevarme a una escuela privada, pero no me aceptan en ninguna, así que aquí estoy.”
Eso sonaba francamente sospechoso. “¿Por qué no vas a alguna escuela de por aquí?”
Jessica se encogió de hombros. “Ruby piensa que las escuelas de la zona no son suficientemente buenas, así que me estará dando clases en casa durante el resto del año.”
No era de extrañar que Ruby necesitara ayuda en todo el lugar. Jessica no dejaba de hablar ni siquiera unos segundos para dejar que su interlocutor pensara, y mucho menos que hiciera cualquier trabajo.
“Mi padre vive en Ohio, por el lago Erie.”
Claire levantó una ceja. Así que Jessica no era hija de Joe.
“Nunca he estado allí pero cuando se entere de que me han expulsado del colegio y Ruby no me quiere a su alrededor, sé que me dirá que me vaya con él. Lo sé.”
Abuelo tenía razón, pensó Claire. Era un experta en meterse en problemas, esta vez en forma de una adolescente solitaria. Pero Claire no estaba de humor hoy para tanto drama.
“Bueno, buena suerte con todo eso, Jessica.” Si después de eso la chica no se daba cuenta de que no quería su compañía, tenía que tener la cabeza llena de pájaros. Claire puso otro clavo sobre la tabla de cedro.
“Puedes llamarme Jess.”
Las campanas de advertencia sonaron en el cráneo de Claire. La chica había pasado de extraña a amiga a una velocidad récord. “Ha sido un placer charlar contigo, Jess.” Intentó despedir a la chica de nuevo.
“Ruby dice que papá no me quiere cerca y que tengo que aprender a aceptarlo, pero creo que solo está demasiado ocupado con el trabajo.”
Claire se quedó mirando los surcos en la madera desgastada de color gris. La pobre chica.
“Cuando tenga dieciocho años y Ruby ya no pueda decidir por mí, me iré con él para siempre.”
Con un suspiro, Claire dejó el martillo y los clavos y miró a Jessica. La chica le devolvió la mirada; la determinación brillaba en sus ojos.
“¿Cuándo fue la última vez que hablaste con tu padre?” Preguntó Claire mientras se levantaba la gorra y se frotaba la frente para ver si podía sentir la palabra PERDEDORA grabada en su piel.
Odiaba el hecho de que Abuelo siempre tuviera la razón.
* * *
Más tarde esa noche, Claire se sentó en la mesa de la autocaravana de Abuelo. Las cinco cartas que sostenía componían la mano más mala que había tenido en toda la noche. “¿Qué quieres decir con que Art está muerto?” Preguntó, agitando el humo del cigarro fuera de su cara. Dejó caer las cartas boca abajo sobre la mesa de color naranja y frunció el ceño al abuelo, que estaba sentado en diagonal frente a ella.
Abuelo se sacó el cigarrillo de la boca. “Quiero decir que está criando malvas.” Dejó caer la ceniza en el cenicero.
“Ha estirado de la pata,” murmuró Manny alrededor del cigarro que estaba encendiendo.
“La ha pichado,” añadió Chester Thomas, que estaba sentado en el asiento junto a ella. Bebió un poco de cerveza y dejó escapar un eructo que hizo traquetear la ventana.
Claire se encogió. Otro de los viejos compañeros del ejército de Abuelo, Chester se había unido a la Fiesta de la Carne de los chicos esa tarde y había estacionado su destartalada Winnebago Brave junto a la del abuelo. Había estado casado cuatro veces, pero nunca el tiempo suficiente para celebrar su primer aniversario de boda.
“Está bien, lo entiendo. Está muerto.” Dijo Claire, preguntándose por qué había accedido a ser la compañera de cartas del abuelo en el Euchre.
Durante la última hora había estado encajada en el asiento junto a Chester, que se dejaba ir ruidosamente cada dos por tres después de haberse comido un plato entero de chili con carne para la cena. Al mismo tiempo, Abuelo la había regañado varias veces por no saber jugar bien al maldito juego de cartas y Manny había compartido sus picantes historias de amor de sus días de gloria en el servicio. Unos aplasta-pulgares hubieran sido menos dolorosos.
“Lo que quiero saber es cuándo ha muerto.” Ella miró a Abuelo. “¿Y cómo es que no me lo has dicho?” No había visto a Art en años, pero parecía que fue ayer cuando le estaba contando acerca de la aclamada tarta de mantequilla de cacahuetes de su hija.
“Hace ocho meses,” respondió el abuelo a la vez que tiraba una jota de corazones en la mesa para liderar la ronda, “y nunca me lo has preguntado.”
“Después de que murió su esposa,” dijo Chester, lanzando un diez de corazones en la parte superior de la carta del abuelo,” se acabó marchitando por dentro y por fuera. Cuando estuvimos aquí el año pasado, ni siquiera podía concentrarse en el juego lo suficiente como para recordar qué era lo que tenía que hacer para ganar una mano.”
Abuelo negó con la cabeza. “Supe que estaba perdido cuando mencionó la venta de su colección de sus cómics de Wonder Woman. Los conservaba desde que aún estaba mojado detrás de las orejas, entre otros lugares.” Frunció el ceño mientras que Claire dejaba un as de corazones sobre la carta de Chester. “¿Puedes explicarme por qué has tirado esa carta?”
Claire no le hizo caso. Estaría ronca a estas alturas si se defendiera por cada carta que había lanzado esta noche
“Ah, la Mujer Maravilla.” Manny barajó las cartas en su mano. “Me gustaría haber sido el hombre que hubiera sacado brillo a su suj—”
“¡Manny!” Claire le dio una patada en la espinilla. “Hay una dama presente, ¿recuerdas?” Ella tomó su propio puro y le dio unas cuantas caladas, deleitándose con el sabor del tabaco mezclado con un toque de especias.
“¿Qué? Iba a decir su hebilla de latón.” Manny tiró un rey de corazones. “Pensé que habías dejado de fumar. ¿No estabas usando uno de esos parches de nicotina?”
Claire dejó escapar un anillo de humo. “Los puros no cuentan.”
Además, los parches le hicieron algo a su cerebro que causaron una ansiedad adicional en ella, por lo que solo los llevaba cuando su necesidad de fumar era tan fuerte que hacía que se subiera por las paredes.
“Lo mal que lo pasó Art por amor es una razón más para encontrar una mujer que mantenga mi cama caliente todas las noches,” dijo Chester mientras observaba a Abuelo recoger todas las cartas apiladas sobre la mesa.
“Sabrás que el matrimonio es mucho más que tener a alguien que caliente tu cama,” dijo Claire mientras dejaba su puro en un cenicero con un Viva Las Vegas garabateado en la parte inferior. Estos chicos no parecían entender lo peligroso que podía ser casarse con una de esas mujeres que conocían en Internet, sobre todo, sin haber comprobado previamente nada más que sus partes traseras.
“¿Qué sabrás tú?” Preguntó Abuelo. “Echas a corres como si te persiguiera el diablo cada vez que un chico te pide una segunda cita.”
Claire ignoró su tono petulante. “He leído un montón de libros sobre relaciones.”
“Y estoy seguro de que también has tomado varias clases al respecto.”
“A decir verdad—”
Chester soltó otro eructo que hizo retumbar la tierra. “Me gustaría encontrar una mujer que siguiera siendo flexible,” dijo. “Una que aún pudiera doblarse como un pretzel. Con mi problema de cadera, necesito a alguien que pueda hacer el trabajo por mí en la cama.”
Claire se estremeció.
“¿A quién le importa si puede doblarse?” Manny se recostó en el asiento a cuadros con sus ojos brillantes. “Yo quiero una mujer con caderas a las que pueda agarrarme mientras me cabalga hasta el anochecer.” Tomó un sorbo de cerveza. “Por supuesto también es imprescindible que tenga un gran set de chi-chis.”
“¿Habéis olvidado que sigo aquí sentada?” Preguntó Claire.
“Unas buenas peras es algo agradable,” añadió Abuelo. “Pero yo necesito alguien que me haga feliz dentro y fuera del dormitorio. No hay nada peor que una mujer que solo quiera hablar de la cantidad de zapatos que tiene en el armario.”
Manny gruñó su aprobación.
“En eso tienes razón, Harley,” dijo Chester. “Hablando de zapatos, vi un trozo de carne dulce saliendo de la lavandería esta tarde en nada más que una bata corta y un par de botas vaqueras.”
Claire volteó los ojos hacia arriba. La devoción de Chester por las mujeres con botas no era ningún secreto. Llevaba un gran sticker rojo para coches que decía: viajes gratis para todas las mujeres con espuelas, en la parte frontal de su caravana. “Las mujeres no son trozos de carne.”
“En eso tienes razón.”
“Gracias, abuelo.”
“Están hechas de azúcar, especias y muchas otras cosas ricas.” Le guiñó un ojo a Claire mientras que repartía otra ronda de cartas.
“Me gustaría probar una cucharada de tu azúcar, Bonita,” dijo Manny, haciendo un ruido gutural con su garganta.
“Aléjate de mi nieta, Carrera,” ordenó Abuelo sin levantar la vista de sus cartas.
“Sean un pedazo de carne o no,” continuó Chester, “esa vaquera va a venir esta noche. Pondré algo de Sinatra, verteré un poco de vino por su garganta y luego le presentaré a Chester junior y a ver dónde terminamos.”
Como tuviera que seguir soportando mucho más esta charla, Claire sabía de sobra que su cabeza terminaría colgando sobre el inodoro.
Abuelo miró su reloj. “Mierda.” Miró a Claire con el ceño fruncido. “Tienes que irte.”
“¿En serio?” Parpadeó. “¿A dónde?”
“A cualquier lugar lejos de aquí.” Abuelo se puso en pie. “Vosotros también tenéis que largaros,” les dijo a Manny y a Chester. “Ella estará aquí muy pronto.”
¿Ella? Claire cruzó los brazos sobre el pecho. “¿Quién es ella?”
“Eso no es asunto tuyo. Esta es nuestra primera cita. Las reglas dicen que no podrás verla hasta la tercera—y solo desde una distancia prudencial.”
“Está bien.” Claire se deslizó fuera del sofá. Un paseo bajo las estrellas en el aire fresco de la noche podría adormecer su cerebro lo suficiente como para detener todos los pensamientos acerca de todos esos viejos teniendo relaciones sexuales. “Volveré en una hora y media.”
“Que sean tres.”
“¿Qué?” Ella se detuvo en el borde del asiento. “Dijiste que—”
“Ya sé lo que dije pero esto es diferente. Necesito tiempo para demostrarle lo romántico que puedo ser.”
“Ya son las ocho.”
“Tienes razón.” Abuelo sacudió las migajas de la mesa y las tiró al suelo. “Vuelve mejor después de medianoche.”
“¿Es entonces cuando ella se convierte en calabaza?”
“Muy graciosa, jovencita. Ahora largo.” Señaló hacia la puerta. “Y llévate a Henry contigo.”
Ella miró hacia donde Henry yacía en el sofá verde oliva. El Beagle levantó la vista al oír su nombre. “No voy a llevarme a tu perro, no le gusto.”
“Claro que sí. Es solo que no se le da bien mostrar sus sentimientos.” Abuelo tiró de la correa de Henry del perchero junto a la puerta y se la lanzó. “No quiero que esté aquí mirándonos. Me dará miedo escénico.”
“¿Qué se supone que tengo que hacer hasta la medianoche? ¿Contar las estrellas?”
Manny asomó la cabeza por la puerta. “Puedes venir a mi tráiler si quieres. Puedo mantenerte ocupada durante varias horas y a mí no me importa que el perro mire.”
¡Por Dios! El tipo debía disparar Viagra directamente a su torrente sanguíneo. Ella le lanzó una mirada suplicante a su abuelo.
“No me importa lo que hagas siempre y cuando no estés aquí conmigo.”
“¡Como quieras!” Claire agarró su chaqueta vaquera. “Pero me llevo tu coche.” Ella robó las llaves de Mabel del mostrador. “Y el hueso.” Ella se lo arrebató a Henry de su plato antes de que el perro pudiera bloquear sus dientes en él de nuevo.
Henry gruñó.
Claire le dedicó una victoriosa sonrisa, luego enganchó la correa en su collar.
“Volveré después de la medianoche, ni un minuto más tarde.” Con Henry a la cabeza, Claire dio un paso fuera.
“Llámalo como quieras—el salón del fumador o tu nido de amor—pero esta caravana es mi dormitorio y necesito descansar.”
“¡Muy bien! Pero si ves que la Winnebago se está balanceando cuando llegues, no entres sin llamar.” Abuelo cerró la puerta en su cara de un portazo.
* * *
Mac abrió la puerta de su camioneta y tiró su sombrero y guantes sobre el asiento.
La luz del techo brillaba, haciendo que la cabina pareciese brillante en comparación a la oscura mina que acababa de abandonar. Un búho ululaba en la oscuridad. Cerca de allí, los árboles de Greasewood y mezquite traqueteaban mientras que una brisa fresca corría junto a él, transportando un aire limpio como el viento del desierto.
Mirando fijamente a la Osa Mayor, Mac se preguntó cómo iba a averiguar el valor de las cuatro minas en tan poco tiempo. Diablos, ni siquiera había incursionado en este tipo de trabajo durante años. Menos mal que siempre tenía amigos en los lugares correctos. Mañana llamaría a Steve Zimmerman, su antiguo compañero de la universidad, y ver si podría practicar un poco en su laboratorio con sede en Phoenix, donde Steve trabajaba.
Mac se desabrochó la mochila y la arrojó sobre el asiento. Lanzó una última mirada hacia la ladera. La noche camuflaba la boca abierta de la mina Rattlesnake Ridge de Ruby, tallada por debajo de cuarenta y cinco metros de roca metamórfica Pre-Cámbrica.
Esas minas iban a ser su hogar lejos de casa durante las próximas tres semanas. El día que Ruby las entregase a la empresa minera y consiguiera quitarse al maldito banco de encima, parecía que no iba a llegar lo suficientemente pronto. Ella había tenido problemas de dinero desde hacía mucho tiempo por lo que estaba un poco sorprendido de que pudiera darse el lujo de contratar algo de ayuda. Aunque la cantidad de ayuda que su nueva mujer de mantenimiento pudiera proporcionar estaba aún por verse.
Aunque era verdad que Claire tenía un dulce…
Todos sus pensamientos se detuvieron con en el sonido de algo estrellándose hacia él a través de la maleza.