8

Gin se cogió una semana de baja y explicó en el trabajo lo que le había pasado. Su jefe se apiadó de ella y le dijo que se tomara todo el tiempo que necesitara. Todo el mundo sabía quién era Blaine y cómo controlaba los bajos fondos de Las Vegas. Puesto que ninguna de las dos teníamos prisa por alejarnos la una de la otra después del trauma del día anterior, Ginelle me acompañó hasta el hotel. Seguía estando un poco consternada, pero definitivamente, a cada hora que pasaba, iba volviendo a ser la chica vivaz que siempre había sido y a la que tanto quería. Nos pasamos la mañana hablando sobre Wes y de adónde creía que se dirigía nuestra relación, siempre que lograra regresar de una sola pieza. Ginelle me confesó que le preocupaba que me fuera a vivir con él, pero ahora que veía lo mucho que me afectaba la idea de pensar en no volver a verlo, lo de los sueños y lo de la imaginación, había entendido que estaba loca por él y me apoyaba. Así, sin más.

Cuando entramos en el hotel, Max estaba sentado en el restaurante con Maddy y Matt. Se había quedado toda la noche con ella, puesto que yo me había ido. En la mesa había comida suficiente para alimentar a un ejército entero.

Max se levantó al vernos, vino hacia mí y me alzó en un inmenso abrazo de oso. Yo me agarré a él como si no hubiera un mañana mientras él me estrujaba tanto que casi no podía respirar.

—Estaba preocupado por ti, pequeña. Me alegro de ver que estás de vuelta, y con tu amiga.

Me dejó lentamente en el suelo y pegó su frente a la mía.

—¿Estás bien? —me preguntó.

Le cogí las mejillas, me aparté y le besé la frente.

—Estoy bien, Maximus. —Sonreí para tranquilizarlo, y él me devolvió el gesto.

Luego se volvió hacia Gin, que estaba allí plantada, algo incómoda, meciéndose de lado a lado.

—Hola, bonita, ¿te encuentras bien?

Levantó la mano hacia su rostro, y Gin retrocedió un paso. Max dejó caer la mano, su mirada de ojos claros se tornó severa y empezaron a aletearle los orificios nasales.

—Es horrible que un hombre sea capaz de ponerle la mano encima a una mujer de esa manera.

Bufé.

—Si eso te parece mal, te recuerdo que estuvo a punto de matar a mi padre. Ese tío y sus matones son pura maldad. Ahora sólo necesito pensar qué voy a hacer para dejar todo esto atrás.

Max estaba a punto de responder cuando mi teléfono comenzó a sonar. Miré a mi alrededor y vi que todo el mundo me observaba. Se suponía que las fuerzas especiales iban a intervenir la noche anterior en Indonesia. Saqué el teléfono y vi el nombre de Warren Shipley en la pantalla.

—Hola, ¿Warren?

—Sí, soy yo, Mia. Tengo noticias. —Su voz era tranquila pero firme—. ¿Estás sentada?

Me acerqué hasta la silla más próxima y me dejé caer sobre ella con el teléfono muy pegado a la oreja.

—Ahora sí. Estoy preparada. ¿Lo han encontrado?

El corazón empezó a latirme con tanta fuerza que habría jurado que lo sentía desde las puntas de los dedos de las manos hasta las puntas de los dedos de los pies. Era como si todo mi cuerpo fuera un gran latido.

—Lo tienen, pero la operación se complicó. Se perdieron muchas vidas.

Cerré los ojos y recé en silencio por todos aquellos que no habían sobrevivido.

—Cuéntame qué pasó y dónde está Wes.

—Está a salvo, lo están tratando en un lugar secreto.

De repente sentí como si me quitaran un yunque de dos toneladas del pecho y sustituyeran el peor de mis temores por un peso mucho más pequeño. Ahora sólo necesitaba verlo, besar sus labios, abrazarlo y reclamar lo que era mío… para siempre.

Entonces asimilé las palabras de Warren. ¿«Un lugar secreto»?

—¿Qué? ¡Necesito verlo!

Se aclaró la garganta.

—Cielo, no puedes. Aún no. Tratan a las víctimas de forma médica y después las interrogan respecto a lo que puedan saber sobre la célula terrorista. Toda la información que tengan podría ser vital para ayudar en la lucha contra el terrorismo. Ese grupo era especialmente cruel. No te imaginas las cosas que les estaban haciendo a las mujeres y a los niños que no compartían su fe. Y eso ni siquiera incluía a los dieciocho turistas que se rescataron durante la intervención.

—¿Dieciocho turistas? Creía que sólo habían retenido a Wes y a los otros cinco miembros del equipo.

Max se sentó a mi lado y puso una mano sobre mi rodilla. No paraba de rebotar como un niño de cinco años en una cama elástica. Maddy, que estaba sentada a mi otro lado, me cogía y me besaba la mano. Yo me aferré a la suya y me la llevé al rostro, hallando consuelo y calor en su presencia mientras escuchaba a Warren.

—Da igual. ¿Sabes cómo está? —Esperé con el alma en vilo a que me diera la más mínima información sobre su estado.

—Lo único que sé es que, cuando el equipo intervino, empezaron a matar a los rehenes. Al parecer, decidieron que, si iban a morir, se llevarían a los viles estadounidenses y su propaganda religiosa consigo. A un hombre lo utilizaron de escudo humano. Lo vistieron con su ropa y lo obligaron a sostener un arma descargada y a salir del lugar donde lo tenían retenido. Los francotiradores no sabían que no se trataba de uno de los terroristas, así que lo mataron a él y al hombre que lo llevaba a punta de pistola nada más verlos.

—Dios mío. —Se me encogió el corazón.

La voz de Warren se tornó grave.

—Cielo, las cosas que le hicieron a esa mujer, a la actriz, no se las deseo ni a mi peor enemigo.

Gina DeLuca.

Joder. Odiaba a esa mujer, no porque tuviera ningún derecho a odiarla, sino porque durante un tiempo había mantenido una relación sexual con Wes. Había estado obteniendo de él lo que yo quería pero no era lo bastante fuerte como para tomarlo por mí misma. Sin embargo, pese a todo, no le deseaba ningún mal. Tal vez que publicaran alguna foto horrible suya comiéndose un perrito caliente en alguna revista de cotilleos, pero no que sufriera en manos de unos psicópatas retorcidos.

—Y… ¿ella está bien?

Warren exhaló un largo suspiro.

—Física y mentalmente, no. ¿Vivirá? Sí.

Parpadeé para reabsorber las lágrimas que humedecían mis ojos intentando mantener la calma.

—¿Ha sobrevivido alguien más?

—Un momento. —Oí que Warren se sonaba la nariz en la distancia—. Estoy bien, Kathy, estoy hablando con Mia. Tengo que acabar con esto. Sí, un té me vendrá bien. Gracias, querida —le dijo a Kathleen.

Kathleen era la mujer de la que por fin había admitido estar enamorado después de todos esos años. Estaban juntos, y me alegraba saber que existían las segundas oportunidades en el amor.

—Perdona, Mia. Estas cosas nunca son fáciles de contar, ni siquiera a mi edad.

—Me lo puedo imaginar. —Inspiré hondo, apreté la mano de Maddy y tragué saliva—. ¿Cuándo volverá a casa?, y ¿cuándo podré hablar con él?

—Mis contactos me han dicho que estará en casa en un plazo de dos semanas. Está recibiendo tratamiento médico y psicológico. Están muy desnutridos, apenas han dormido, si es que han llegado a hacerlo, los han torturado y golpeado, y han presenciado cosas espantosas.

Sentía que me iban clavando agujas en todos los poros de mi cuerpo con cada palabra que Warren pronunciaba. Necesitaba dolorosamente ver a Wes, tocarlo, amarlo.

—Warren, necesito verlo. Necesito hablar con él.

—En cuanto sepa más sobre dónde está y cuándo puedes verlo, te lo haré saber. Deja que pasen unos días, ¿de acuerdo?

Me levanté y empecé a pasearme por la habitación.

—¿Unos días? ¿Quieres que espere unos días para hablar con el hombre al que amo, el hombre que lleva tres semanas desaparecido? ¿Estás loco? Warren, esto es absurdo. ¿Ha pasado de estar retenido por unos extremistas radicales a estar detenido por el gobierno? ¡Los putos Estados Unidos! ¡La tierra de la libertad! —rugí gritando tanto que Max me puso las manos sobre los hombros, me robó el teléfono de nuevo y conectó el altavoz.

—Shipley, soy Max. ¿Qué hay que hacer para conseguir que mi hermana pueda llamar a su hombre?

Warren gruñó y resopló sonoramente.

—Mover muchos putos hilos.

—Entonces creo que va a tener que convertirse en un maestro titiritero. Según tengo entendido, le debe usted un favor a mi hermana.

—Mia, ¿se lo has contado? —La voz de Warren se volvió gélida.

—¡No! —respondí.

Me cabreaba incluso que pensara que me arriesgaría a contárselo a alguien más, aunque mi hermano no era cualquier persona.

El color de los ojos de Max pasó de un verde claro a un oscuro verde bosque, y sus pupilas se dilataron y se tornaron amenazadoras. En ese momento, mi medio hermano se dio cuenta de que la información que callaba sobre Warren era lo bastante importante como para joder y bien a un hombre muy rico y poderoso. Normalmente, eran cosas que podían llevar a alguien a la cárcel. Si a Aaron se le ocurría cagarla faltando a alguna clase para aprender a controlar la ira o a alguna sesión de terapia, yo podría poner una denuncia formal y él perdería su estatus como senador de California. Tampoco sería una gran pérdida para el Estado. Con una sola llamada telefónica, podría destruir la carrera de Aaron Shipley. Y no sólo eso. Sabía que podría joder a Warren en el proceso, y no tenía la más mínima intención de destruir el bien que había hecho con su iniciativa de ayudar a los países del Tercer Mundo. Y menos ahora que sabía de primera mano la clase de horrores que sucedían en esos países.

—Veré lo que puedo hacer, Mia, pero no te prometo nada.

—Cualquier cosa ayudaría. Cualquier cosa, por favor —rogué mientras las lágrimas empezaban a descender por mis mejillas.

Maddy me abrazó. Yo me aferré a ella, una de las cosas más sólidas que tenía en la vida. Mi hermana.

—Si necesita dinero o cualquier recurso extra, llámeme —dijo Max con su tono de «poseo un imperio empresarial»—. Cueste lo que cueste, haga que suceda, ¿me ha oído?

—Alto y claro —respondió Warren.

En ese momento estaba demasiado afectada como para hablar. Ni siquiera podía pensar con claridad. Mi hombre se había salvado, pero se habían perdido más vidas. Muchos de los turistas habían sobrevivido, pero no podía ni hablar con él ni tampoco verlo. Ahora, el gobierno lo tendría encerrado en un lugar secreto durante otro par de semanas. Joder. ¿Cómo iba a sobrevivir los próximos catorce días sin hablar con él? No podría.

—Muy bien. Consiga que la llame al móvil, y enseguida — le exigió Max a Warren, y al oírlo sonreí a pesar de las lágrimas.

Mi nuevo hermano era capaz de mover montañas. De hecho, era lo bastante poderoso como para hacerlo solo. Y ahora entendía cómo había llegado a dirigir un imperio tan grande. No sólo era contundente y justo, sino que, cuando hablaba, la gente lo escuchaba. Tenía madera de líder. Eso era lo que sucedía al tener un padre como Jackson Cunningham. No había conocido a ese hombre, pero el hijo que había criado era digno de admiración.

Después de la llamada, me fui a la cama. Ginelle durmió en la otra, y Maddy se acurrucó a mi lado. Al parecer, se había pasado toda la noche preocupada a pesar de que le había mandado un mensaje para decirle dónde estaba. Quería venir a verme, pero Matt la había obligado a quedarse con él. Matt.

Parpadeé para espabilarme, me levanté sin despertar a mi hermana y a Ginelle y me dirigí de puntillas a la otra habitación con un par de vaqueros limpios y una camiseta de manga larga en la mano. Después de darme una ducha bien caliente, y sabiendo que Wes estaba a salvo —inaccesible, pero a salvo al fin y al cabo—, me sentía mucho mejor. Mi padre respiraba por sí solo, los medicamentos estaban haciendo efecto contra la reacción alérgica, y los médicos consideraban que su pronóstico era bueno.

Ahora sólo me faltaba solucionar lo de Blaine, pero antes tenía una charla pendiente con el novio de mi hermana. Entré en el salón y me encontré a Max acostado en el sofá. Las puertas del balcón estaban abiertas y dejaban entrar una suave brisa en la estancia, que estaba iluminada con el resplandor naranja y rosa del amanecer. Matt estaba sentado fuera, con los pies apoyados en la barandilla.

Cogí una botella de agua del minibar, salí al balcón y cerré la puerta. Matt se volvió y me miró a través de las oscuras lentes de sus gafas de sol. Vestía una camisa de cuadros y unos bonitos vaqueros oscuros lavados. En los pies llevaba unas Converse altas. Era el típico aspecto de un universitario. Bueno, de uno con pinta de empollón.

—¿Cómo está Maddy? —preguntó cuando me senté, y noté que se ponía tenso, alerta.

Apoyé a mi vez los pies en la barandilla, me eché el pelo hacia atrás y me quedé observando Las Vegas. Las montañas del desierto que rodeaban la ciudad eran algo impresionante y formaban parte del atractivo que hacía que los turistas acudiesen en manada. Eso y los casinos, claro.

—Tranquilo, está bien. Sigue durmiendo.

Matt relajó los hombros y se recostó en su silla.

—Anoche estaba muy preocupada por ti.

Solté una carcajada.

—Sé cuidar de mí misma.

—Apóyate en tu hermana. No tienes por qué cargar tú sola con toda la presión.

Incliné la cabeza a un lado y lo miré con recelo.

—Ya que hablamos de presión, ¿a qué venía esa insistencia por casaros ya?

Abrió unos ojos como platos.

—Eh… Te lo ha contado —dijo, y se volvió. Se sentó a horcajadas en la silla, se inclinó hacia adelante y dejó la cabeza colgando.

Pobrecillo. No tenía ni idea de con quién estaba tratando.

—Matt, dejemos un par de cosas claras. He estado protegiendo a Maddy desde que tenía cinco años. Soy su hermana, pero la mayor parte del tiempo he tenido que ser su madre también. Estamos muy unidas —dije levantando dos dedos bien pegados.

—Sí, ya lo sé, pero creía que lo que había pasado había quedado entre nosotros. Cometí un error —repuso en tono de arrepentimiento.

—Un error que espero que no se vuelva a repetir.

Frunció el ceño.

—Aún quiero casarme con ella. Y lo haré en cuanto ella me lo permita —respondió acelerado.

Levanté las manos.

—Ya. Yo no le dije que no se casara contigo. La verdad es que creo que hacéis una pareja estupenda. Le haces mucho bien, y lo has demostrado todo este tiempo. —Meneé las manos en el aire—. Es sólo que Maddy necesita algo de tiempo para adaptarse. Sólo lleváis unos meses juntos. Disfrutad el uno del otro, haced locuras, salid con vuestros amigos, y estudiad mucho. No dejes que las prisas por crecer demasiado rápido hagan que os perdáis la mejor parte: el viaje.

Me quedé mirándome el pie y la frase tatuada que había acabado significando para mí mucho más de lo que jamás habría imaginado. Las letras entrelazadas con las semillas mecidas por la brisa me recordaron que tenía que darles un toque a mis amigos, además de añadir algunas semillas más. Aunque mi vida parecía estar fuera de control, debía sacar tiempo para todas esas personas que habían acabado significando tanto para mí. Alec, Mason, Rachel, Tony, Héctor, Angelina, Tai, Heather… y Anton. Recordar sus rostros me trajo a la memoria mejores tiempos y me puso una sonrisa en la cara.

—¿Por qué tenías tantas prisas por casarte? —le pregunté, y me fijé en su lenguaje corporal.

Parecía… vencido, y no entendía por qué. No era la clase de tío que le pondría los cuernos a mi hermana y, si lo hiciera, lo mataría, así que eso no podía ser. Los Rains eran unas personas maravillosas, y no parecían ser de esas familias que dan mucha importancia al matrimonio. Los padres de Matt parecían estar encantados de que su hijo hubiese encontrado a una buena chica, y los habían apoyado en su decisión de irse a vivir juntos.

Matt negó con la cabeza.

—Te va a parecer una estupidez.

Me reí.

—Probablemente, pero dímelo de todos modos.

Él sonrió, y su sonrisa desapareció tan deprisa como había aparecido. Luego exhaló un largo y lento suspiro.

—En la facultad hay un grupo de tíos. Son los típicos atletas, guapos y fuertes. Y siempre están hablando con Maddy después de clase, intentando convencerla para que los ayude a estudiar y con los trabajos de clase. Incluso se ofrecen a pagarle las clases.

—Y ¿ella accede?

Su expresión se transformó en un gesto de repulsión.

—No, claro que no. Ella nunca haría eso.

Sabía la respuesta antes de preguntar, pero quería ponerlo a prueba. Un punto para Matt.

—Continúa.

—Es que ellos no paran de insistir, y son los típicos triunfadores, de familias ricas. Podrían darle todo lo que ella quisiera, y son deportistas. A Maddy le encantan los deportes. Yo sólo los veo por ella.

Solté mi risa de cerdo.

—¿Ves los deportes por mi hermana? —No pude evitar echar la cabeza atrás y reírme con ganas.

Joder, era buenísimo. Cómo no, mi hermana tenía que encontrar al único hombre al que no le gustaban los deportes. Eso demuestra lo mucho que los polos opuestos se atraen.

Matt se rio también.

—Pues sí. A ella le encantan. Dice que los veíais con vuestro padre, en familia, y como yo quiero formar parte de su familia, pues también los veo.

Qué mono, por favor… Mi hermana no podría haber elegido mejor.

—No entiendo cuál es el problema. ¿Estás celoso de esos atletas?

Sus hombros cayeron de nuevo.

—No lo sé. Puede. Yo soy más de plantas. Trabajaré para empresas relacionadas con la agricultura, la botánica y demás. Ellos acabarán siendo deportistas profesionales, dirigirán negocios familiares y podrán darle una vida que yo no puedo darle. Sólo soy un empollón con mano para las plantas. Y Maddy… Dios, ella es tan bonita, amable, cariñosa e inteligente. Podría tener a quien quisiera con sólo chasquear los dedos.

Vale, ya lo pillaba. Se sentía inseguro.

—Eso es verdad. Mi niña es maravillosa. Pero ¿sabes qué, Matt?

Me miró con ojos tristes.

—¿Qué?

—Maddy te quiere a ti. Maddy quiere casarse contigo. Te ha dado algo muy especial, y tú eres el único hombre al que ha querido ofrecérselo. ¿Entiendes lo que te digo?

Sonrió y se puso un poco colorado. Qué mono, joder. Hablabas de sexo y se ruborizaba. Sí, definitivamente era perfecto para mi pequeña.

—Creo que sí. Es sólo que pensé que, si conseguía que fuera mi mujer, yo no…, bueno, ya sabes.

—¿No la perderías?

Asintió, y yo le di unas palmaditas en el hombro.

—Matt, sólo puedo decirte que confíes. Que confíes en vuestro amor y en Maddy. Ella nunca te haría daño, no es de esa clase de personas.

Me dio unas palmaditas a mí en la mano.

—Tienes razón. Hablamos de ello y le expliqué cómo me sentía. Pensó que estaba loco y me dijo que era el tío más bueno que había conocido en su vida, y entonces se abalanzó sobre mí y me demostró lo mucho que me quería.

Un punto menos para Matt.

—Por favor, ¿en serio acabas de contarme a mí, la hermana de tu prometida, que echasteis un fantástico polvo de reconciliación? Puaj. ¡Qué asco!

Se echó a reír.

—¿Es demasiado pronto?

—Joder, pues sí. ¡Ah! Ahora voy a tener que ir al otorrino a que me limpie los oídos. ¿Cómo puedes ser tan retorcido? ¿Primero me hablas de plantas y después de sexo? Madre mía, no sé cómo Maddy lo soporta. —Sonreí y le guiñé el ojo.

Nos pasamos la siguiente hora juntos, estrechando lazos, riéndonos y hablando de las cosas divertidas que hacían mi hermana y él para pasar el día, de todo menos de sexo. Le pregunté qué le parecería trasladarse a Texas si Maddy quisiera trabajar en Cunningham Oil & Gas. Él dijo que accedería. Que iría allá adonde ella quisiera ir. Matt entendía que, hasta que Max apareció, yo había sido su única familia, y quería que fuera feliz. Además, Max le caía muy bien, y le gustaba la zona donde vivía. Al parecer, él y Maddy habían estado hablando acerca de comprar un terreno en Texas donde él labraría la tierra. Tal vez abriera su propio negocio de venta de productos locales o algo así. Todo eran ideas buenas y sólidas para el futuro. Estaba de acuerdo en que la boda se celebrara definitivamente después de que ambos se graduasen.

Tras hablar con Matt y haberme desprendido del ligero cabreo que tenía por el hecho de que hubiera presionado a Maddy con lo de la boda, sentí que me había quitado otro peso más de encima. El último problema que me quedaba por solucionar, aparte de poder acceder a mi hombre, era más peliagudo. El cabrón de Blaine Pintero.