9
El capó de la camioneta estaba frío al tacto. Me congelé las manos al apoyarme en él, doblada a la altura de la cintura, mirando mis pies.
«Respira. Dentro… Fuera… Dentro… Fuera. Repite. Pronto todo tendrá sentido.»
Me repetí ese mantra una y otra vez hasta que oí cómo crujía la gravilla y un par de botas negras de cowboy aparecieron en mi campo de visión. Estuvo un rato sin decir nada, cosa que agradecí. Finalmente, el acelerado martilleo de mi corazón cesó y comenzó a latir con normalidad. Me incorporé y me di la vuelta, pero dejé que la parte delantera de la camioneta me sostuviera.
Max estaba delante de mí, con los hombros caídos y el ceño muy fruncido, lo que deslucía sus rasgos por lo demás atractivos.
Sus ojos, copias exactas de los míos, estaban nublados y parecían inseguros.
—Mia, yo…
Alcé una mano para impedir que me diera una excusa.
—Lo sabías y no me lo dijiste.
Inspiró, colocó las dos manos delante de su cuerpo y se crujió los nudillos.
—No tengo excusa. Sólo quería conocerte y pasar un tiempo contigo. Pensé que tal vez la verdad surgiera de manera natural…
—¿Te parece natural que me entere en una sala llena de putos extraños donde no puedo reaccionar? ¡¿En qué coño estabas pensando, Max?! —grité, dando rienda suelta a toda mi ira—. Ahora sólo puedo pensar en qué razones podías tener para hacerme daño. —Inspiré hondo al sentir que las lágrimas amenazaban con derramarse de mis ojos de nuevo.
Él levantó las manos y se acercó a mí. No podía retroceder ni huir, ya que sus brazos me retenían contra el duro metal de la camioneta y me impedían realizar ningún movimiento.
—Mia, jamás te haría daño a propósito. No pretendía que saliesen así las cosas. No sabía que Sofia iba a hacer todas esas preguntas, y ha pasado todo muy rápido. —Sacudió la cabeza—. Por los clavos de Cristo… Eres mi hermana. Pequeña, eres mi hermana y te quiero. —Sus ojos claros se tornaron oscuros y atormentados, apretó la mandíbula y vi que tenía un tic en la barbilla—. Mia, moriría antes que permitir que nada te hiciera sufrir.
Cerré los ojos. No podía ver cómo la realidad nos destrozaba a ambos. Me quería. Mi hermano. Tenía otro hermano que vivía y respiraba. Joder, eso era muy fuerte, y no tenía ni puñetera idea de cómo manejar la situación. Lo único que sabía era que tenía que largarme de allí.
—Llévame a casa.
—¿A Las Vegas? —preguntó con la voz rota.
—¡No, joder! —exclamé sin aliento—. Al rancho. Necesito tiempo. Y necesito pensar en cómo cojones voy a contarle a Maddy todo esto.
Max asintió, abrió la puerta de la camioneta y la sujetó para que entrara. Después ocupó su sitio y arrancó el vehículo. Cuando estábamos a unos diez minutos del rancho, posó la mano sobre mi rodilla.
—Sé que esto no significa mucho ahora mismo, y sé que estás intentando digerirlo todo, pero me alegro enormemente de que seas mi hermana. Cuando mi padre murió, antes de que encontrásemos su testamento, me sentía del todo perdido. Descubrir que tenía una hermana, una persona que compartía mi sangre, me proporcionó un nuevo propósito, algo bueno en lo que centrar la atención. Cuando vi tu foto en esa página y vi que eras la viva imagen de mi madre…, supe que todo iba a cobrar sentido. Supe que por fin dejaría de sentirme solo.
—Pero tú tienes a Cyndi y a Isabel, y pronto tendrás a tu hijo. Nunca estás solo. —Cubrí su mano sobre mi rodilla con la mía. El hielo de mi corazón se había derretido al oír su confesión.
Asintió.
—Sí, y son mi futuro perfecto. Pero hay algo especial en el hecho de compartir un progenitor. Es como si fuéramos dos caras de la misma moneda. Además, tuve una corazonada, como acabo de decirte. Cuando te vi y recordé que nos habíamos visto un par de veces hace mucho tiempo, supe que era cierto.
Me humedecí los labios y miré por la ventana.
—Me he pasado toda la vida soñando contigo. Bueno, no sabía que eras tú, pero soñaba con un niño que jugaba conmigo en un parque. —Me eché a reír y recordé la búsqueda que llevamos a cabo aquel día—. Y que recorríamos el casino en busca de una nueva mamá para ti.
Sonrió.
—Sí, he pensado mucho en esa primera vez. Me preguntaba qué habría sido de aquella mujer que tenía tan prendado a mi padre y a su hija. Ahora todo tiene más sentido. Desde mi punto de vista, mi padre quería cazar a nuestra madre, pero ella no quería que la cazaran.
Resoplé y me crucé de brazos.
—Sí, bueno, mi padre tampoco pudo retenerla. ¿Sabes dónde está?
Maxwell negó con la cabeza e hizo una maniobra para esquivar a una mofeta muerta que había en la carretera.
—Nunca he intentado buscarla.
—Con todo el dinero y los contactos que tienes, supongo que te resultaría bastante fácil encontrarla.
Me miró con el rabillo del ojo, pero siguió centrado en la carretera.
—Lo haría. El único problema, pequeña, es que cuando una mujer abandona a su bebé, vuelve a casarse, forma una familia durante una década y luego la abandona también, es evidente que no quiere formar parte de sus vidas, o de lo contrario no se habría marchado. A veces las personas no quieren que las encuentren, o no huirían en primer lugar.
Deliberé sobre la lógica que contenían sus palabras mientras llegábamos al rancho. Sin duda, lo que decía tenía sentido, pero esa sensación que tenía sobre el modo en que se había marchado mi madre, especialmente después de haberlo recordado en sueños la noche anterior, me llevaba a considerar otra alternativa.
—Y ¿no has pensado que tal vez quería que alguien fuese corriendo detrás de ella? —sugerí.
Max apagó el motor de la camioneta, se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.
—Pues no, nunca lo he visto así. ¿Tú qué opinas? —Se volvió hacia mí y nos quedamos mirándonos durante unos instantes.
—Creo que nuestra madre la cagó mucho. Y, cuando alguien está acostumbrado a cagarla, muchas veces no quiere que esa mierda manche lo único bueno que tiene en la vida. A lo mejor nos quería más de lo que pensábamos.
Max cerró los ojos y frunció el ceño.
—En ese caso, tal vez deberíamos averiguarlo.
—Estoy de acuerdo.
La decisión estaba tomada. Max utilizaría sus recursos y buscaría a nuestra madre. Tenía algunas preguntas que hacerle. Y la primera era por qué nunca nos contó que teníamos un hermano.
En el momento en que la puerta de la limusina se abrió y el pelo rubio de mi hermana ondeó en la brisa, perdí mi capacidad de respirar. Madison Saunders, mi hermana pequeña, era una aparición con vaqueros cortados, tacones de cuña y un top sencillo. Maddy extendió el brazo con el bolso en la mano y Matt llegó a cogerlo por los pelos cuando ella salió corriendo hacia mí con los brazos abiertos y una inmensa sonrisa en la cara. Me preparé y esperé a que su peso impactara contra mí. Cuando lo hizo, fue como si una nube de amor me hubiese rodeado y me hubiese inundado de felicidad.
Mads dio un pequeño alarido en mi oreja. Normalmente habría dado vueltas con ella haciendo de la hermana mayor gigantona, pero esa vez la estreché con tanta fuerza que habría hecho falta una palanca para separarme de ella. La sensación de temor que me invadía al pensar en soltarla, en no tenerla cerca, me envolvía como una densa niebla. Mi niña siempre lo había sido todo para mí, y sabía, por mucha ilusión que me hiciera verla, que la información que tenía que contarle era una carga que pesaba sobre esa visita.
Liberándose de mis brazos, Maddy frunció el ceño, me cogió la cara y pegó su frente a la mía.
—¿Qué pasa? ¿Por qué estás triste? —preguntó, y me secó la humedad de unas lágrimas que no sabía que había derramado.
Me aclaré la garganta y respiré lentamente.
—Es sólo que te echaba de menos —respondí intentando tranquilizarla.
Ella entornó los ojos hasta formar una fina rendija.
—No estás siendo sincera conmigo. No me gusta, pero ya te interrogaré cuando estemos a solas.
Solté una carcajada, mitad risa, mitad ronquido.
—Vale, pequeñaja. ¡Deja que te mire! —La sostuve a la distancia de mis brazos y ella brilló como el sol que asomaba en un día nublado—. Eres la chica más guapa del mundo entero, pero…
—Sólo cuando sonríe —intervino Matt, terminando mi frase.
La cogió de la cintura y tiró de ella hacia su costado, alejándola del calor de mis brazos. Pagaría por ello.
Lo miré con recelo.
—¡Esa frase es mía! —exclamé.
Se echó a reír.
—Lo sé —repuso meneando las cejas—. ¡Maddy me lo ha dicho un millón de veces! Estoy deseando que algún día se la diga ella a nuestros hijos —dijo, y acarició la nariz de mi hermana con la suya.
Me entraron ganas de vomitar y de abrazarlo a partes iguales.
Una voz atronadora detrás de mí se aclaró la garganta o maldijo, no estoy muy segura.
—Maddy, quiero presentarte a, eh…, unas personas.
Al volverme, vi a Maxwell cogiendo de la cintura a su mujer. Isabel estaba dando brincos por los escalones del porche detrás de ellos, perdida en su propio mundo, como la mayoría de los niños de cuatro años.
Max tenía unos ojos como platos y la boca semiabierta de una manera poco atractiva. Cyndi también parecía un ciervo ante los faros de un coche, pero ella al menos se estaba tapando la boca abierta. Ninguno de los dos dijo una sola palabra cuando agarré a Maddy de la mano y la acerqué.
—Eh, chicos, ¿hola? —Pasé la otra mano varias veces por delante de ambos, y, de repente, logré que salieran de su estado de pasmo al mismo tiempo.
—Jesús… —susurró Max.
—Dios mío —exclamó Cyndi en tono ronco.
Me volví hacia Maddy.
—Normalmente no son tan raros, pero éste es Maxwell Cunningham, y ella su mujer, Cyndi. Chicos, ésta es mi hermana pequeña, Madison Saunders, y su prometido, Matt Rains.
Maddy levantó las cejas al ver que Max y Cyndi seguían mirándola como unos pirados. Maxwell no apartaba los ojos de su cara. Era como si lo hubiesen dejado aturdido con una pistola eléctrica. Tenía la boca un poco abierta y examinaba con atención el rostro de mi hermana de una forma inusualmente lenta.
Cyndi fue la primera en hablar, aunque lo que dijo no tenía ningún sentido para Maddy.
—Es… Dios mío, es idéntica a ti. —Pronunció esas palabras como si a ella también le hubiesen dado con una pistola eléctrica.
—Es increíble —dijo Max por fin, e inclinó la cabeza a un lado.
Matt cogió a Maddy de la cintura y tiró de ella para que retrocediera un paso.
—¿Qué está pasando aquí? Es como si hubieseis visto un fantasma.
Dijo exactamente lo que yo estaba pensando. Aunque entendía que debía de ser raro ver a tu hermana por primera vez, sobre todo a una que se parecía tanto a ti. Cerré los puños con fuerza mientras los dos pasmarotes observaban a Mads. Me preocupaba que fuesen a soltárselo todo sin darme la oportunidad de que yo se lo dijera antes. Tenía que ser yo quien la pusiera al tanto de que tenía otro hermano.
De repente, Isabel se abrió paso entre las piernas de sus padres y miró a la nueva invitada.
—¡Vaya! Eres tan guapa como una princesa. —Isabel le dio unas palmaditas a Maddy en la pierna.
Ella se agachó sobre una rodilla para que la pequeña pudiera verla cara a cara. A Maddy y a mí siempre se nos habían dado muy bien los niños, pero mi hermanita pequeña tenía unos poderes especiales con ellos. Los atraía como las videoconsolas a los adolescentes. La niña cogió un rizo de Maddy y abrió unos ojos como platos.
—¡Eres rubia como yo y como papi!
Observé la cara de la pequeña y vi lo mucho que se parecían las dos. Después miré a Maxwell con nuevos ojos. Su pelo era del mismo color dorado. Incluso el tono de su piel y la forma de sus rostros se correspondían. Ellos sí que parecían hermanos, mientras que Max y yo nos parecíamos sólo en algunos detalles menores. Ahora que los veía uno al lado de la otra, me daba cuenta de que la semejanza entre ambos era escalofriante.
Maddy miró a Max y sonrió. Y entonces lo vi. No sólo el ambiente que nos rodeaba estaba cargado de un aire de familiaridad, sino que al ver la carita de Isabel junto a la de ella, me percaté de que sus sonrisas eran idénticas, y, con la de Maxwell, ya eran tres iguales. Era como si estuviera mirando por un microscopio leyendo sus códigos genéticos, sólo que lo estaba haciendo en vivo y a todo color. Físicamente, Maddy, Maxwell y su hija Isabel compartían la misma sonrisa, pero no con nuestra madre ni conmigo. Me habían dicho mil y una veces que Meryl y yo compartíamos la misma sonrisa. Siempre había pensado que Maddy tenía algunos rasgos de mi padre, pero, en ese momento, no recordaba ni una sola vez en que los hubiera comparado a ambos y hubiese pensado que se parecían.
Mi hermana le acarició la cabeza a Isabel.
—¿Cómo te llamas? —preguntó.
—Isabel, pero también me llaman Bell.
Maddy le dio unos toquecitos en la nariz.
—Bien, pues yo creo que tú eres la niña más guapa que he visto en mi vida, así que si piensas que yo parezco una princesa, ¡tú debes de ser mi reina! —exclamó, y se llevó la mano al pecho a modo de reverencia.
Isabel soltó unas dulces risitas.
—Tal vez podamos jugar un poco durante el tiempo que esté aquí de visita, después de que conozca a tu mamá y a tu papá y haya pasado un rato con mi hermana. ¿Qué te parece?
—¡Muy divertido! —exclamó, y dio unas palmadas.
Después, salió disparada hacia los escalones gritando:
—¡Voy a coger mi corona!
Subió los escalones de madera dando fuertes pisotones, golpeó la puerta mosquitera y entró en la casa.
Maddy soltó una carcajada, se incorporó y extendió la mano.
—Es un placer conocer a los amigos de Mia. Y gracias otra vez por el avión y la limusina. ¡Es la primera vez que voy en limusina! —dijo, y sonrió ampliamente.
Max sacudió la cabeza como si estuviera espantando moscas.
—El placer es todo mío, cielo. Venga, vayamos adentro. —Alargó la mano y les indicó el camino hacia el porche—. Cyndi ha preparado sus mejores platos texanos tradicionales: pechuga de pollo frita, quimbombó frito, macarrones con queso caseros y una tarta recién hecha de nueces pacanas.
Después de haberme pasado las últimas dos semanas comiendo los manjares de Cyndi, se me estaba haciendo la boca agua.
—En serio, su comida es la mejor. Vamos.
—Guíanos —respondió Maddy.
Cogí a mi hermana de la mano y le di un golpecito con el hombro.
—Gracias por venir. Te echaba de menos.
Ella se inclinó contra mi hombro como lo había hecho cien mil veces antes a lo largo de los años.
—Tengo que aprovechar todas las oportunidades que me surjan de verte. ¡Y más si para ello tengo que viajar en un jet privado! —dijo entre risas—. ¡Madre mía! Deberías haberlo visto. A Matt y a mí nos han servido champán… ¡en un avión! —exclamó emocionada—. ¡Y ni siquiera nos han pedido el carnet de identidad! —susurró para que sólo yo la oyera.
Los secretos entre hermanas eran algo común entre nosotras, pero eso estaba a punto de cambiar. De repente sentí un pinchazo en el corazón. Max también era su hermano, y yo tenía la enorme responsabilidad de buscar el modo de revelárselo.
Siempre habíamos estado solos Maddy, mi padre y yo. El trío de corazones solitarios a los que la esposa y madre había abandonado Dios sabía por qué. Ahora sabía que había una nueva parte de nosotros, algo que afectaba sobremanera a quiénes éramos y qué tipo de familia íbamos a ser en el futuro. Todavía no me había acostumbrado a que Matt formara parte del círculo. Me preguntaba si la propia Maddy había podido hacerlo con los estudios y todos los cambios recientes que había habido en su vida de por medio.
Eran muchas cosas para una chica de sólo veinte años. Su padre en coma, su hermana recorriendo el mundo como escort, su reciente compromiso, irse a vivir con su prometido, y ahora tenía que añadir un nuevo hermano a la mezcla. Un hermano que ni siquiera sabía que tenía. A mí misma me costaba asimilarlo. Me preocupaba que aquello pudiera ser la gota que colmara el vaso de Maddy. Era más frágil que yo en cierto sentido. Era esa parte de ella lo que la hacía tan especial, aunque con frecuencia me recordaba que no era una muñeca de porcelana y que no se iba a romper cada vez que recibía una mala noticia. Aun así, me había pasado los últimos quince años protegiéndola de todas las mierdas que la vida pudiera poner en su camino. Y todavía no estaba segura de si eso era algo bueno o algo malo.
El hecho de considerar a Max y a su familia como otro de nuestros problemas hizo que me sintiera igual que una zorra insensible, pero se trataba de la pura verdad. Nos habíamos enfrentado a realidades muy duras durante la última década y media, y eso era como si nos lanzaran un bombazo.
Un hermano. Peor…, un hermano mayor que ya teníamos antes incluso de haber nacido. Mamá sabía que existía y nunca se había molestado en comentárnoslo. Joder, había visto al chico dos veces. Había tenido la oportunidad de sincerarse y había decidido no hacerlo. Me preguntaba si mi padre estaría al tanto, pero descarté la idea de inmediato. No, seguro que no lo sabía. De ser así, nos lo habría contado. La familia era algo demasiado importante para él, aunque tuviese una manera muy particular de demostrarlo.
Y, por otro lado, sentía lástima por Max. Meryl lo había abandonado cuando era apenas un bebé. Era tan pequeño cuando lo hizo que ni siquiera se acordaba de ella, como Maddy. Maddy no tenía ningún recuerdo de nuestra madre. Yo…, yo me acordaba de todo. De todos los putos detalles. Cuanto más pensaba en ello, más me cabreaba. ¿Cómo había podido dejar a Max de esa manera? ¿Cómo había podido largarse a Las Vegas, tenerme a mí, casarse con mi padre, tener a Maddy y abandonarnos también a nosotros? ¿Qué le pasaba con sus hijos que hacía que le resultase tan fácil abandonarlos?
Miré a Maddy, que se estaba riendo de algo que Max le estaba contando mientras cogía a Matt de la mano por encima de la mesa. La luz en sus ojos centelleaba con alegría. Era algo etéreo y resultaba difícil no quedarse fascinado al mirarla. Su sonrisa…, joder, no es que yo fuera poeta, pero sentí que podía componer algunos sonetos dignos del mismísimo Shakespeare sólo de ver que mi hermana era capaz de convertir cualquier pesar en alegría. Yo jamás sería capaz de renunciar al amor y a la confianza de Maddy, pero nuestra madre lo hizo, y no con uno, sino con tres hijos. Y, lo que es peor, nos abandonó de un modo imperdonable al no hablarnos a los unos de los otros. Max tenía treinta años, yo tenía veinticinco y Maddy veinte. Eso eran más de dos décadas de relación fraternal que nunca podríamos recuperar.
Mientras me sentaba y pensaba en todas las vacaciones, los cumpleaños, las graduaciones y las reuniones familiares que nos habíamos perdido, empecé a sentir una inmensa rabia. Un horrible monstruo colérico y vengativo comenzó a crecer en mi interior. Tuve que esforzarme mucho para no reaccionar. Meryl Colgrove-Saunders, mi madre, había cometido el peor pecado que una mujer pudiera cometer.
Les había roto el corazón a dos hombres, y había hecho que dejaran de creer en el amor después de estar con ella.
Había abandonado a sus tres hijos.
Y les había negado a esos hijos el amor de sus hermanos.
Ver a Maddy y a Max interactuar y pensar en todas las veces que eso debería haber sucedido hizo que el monstruo en mi interior rugiera y se preparara para atacar, desmembrar y hacer daño. Ahora deseaba encontrar a mi madre más que nunca. De hecho, necesitaba hacerlo. Esa vez tendría que responder por sus actos. Si no lo hacía por los hombres a los que había destrozado, tendría que hacerlo por sus hijos. Ya no me sentía mal por ella. Me sentía mal por mí, por Maddy y por Maxwell. Los tres hijos a los que había abandonado.
A lo largo de los años me había preguntado con frecuencia por qué se había marchado, qué había hecho yo tan mal, qué había hecho la dulce Maddy, qué había hecho papá para que nos dejara. Ahora que sabía que también había abandonado a Jackson y a Maxwell, un profundo odio se había apoderado de cada nervio y cada poro de mi cuerpo.
—Mia, despierta. —Mads me pasó una cerveza fría—. Vamos a brindar.
—¿Por qué brindamos? —preguntó Max, y nuestras miradas se encontraron de un lado al otro de la mesa.
Su mirada era alegre y triste al mismo tiempo, y pensé que seguramente la mía había sido igual durante los últimos quince años.
—Porque no hay nada más importante que el presente. Por eso se dice que es un regalo —dije, y todo el mundo levantó sus cervezas.
—Beberé por eso —dijo Max, y sus palabras contenían una emoción que sólo Cyndi y yo captamos.
—¡Y por el futuro, por que sea tan fantástico como el día de hoy! —añadió Maddy en un tono repleto de felicidad.
—Por el futuro.
«Por que sea como siempre soñamos.»