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Maxwell condujo durante cuarenta y cinco minutos hasta que llegamos a las oficinas de Cunningham Oil & Gas. El edificio era enorme, y parecía más una pequeña universidad que las oficinas de una empresa. No sé por qué, pero esperaba que fuese más bien un rancho lleno de tierra, un lugar en el que un verdadero cowboy se sintiera cómodo trabajando. Sin embargo, se componía en su mayor parte de columnas blancas relucientes y paredes hechas de cristal. El perímetro estaba rodeado de árboles y tuvimos que atravesar una valla vigilada por un guardia de seguridad.

—Vaya…, ¿cuánta gente trabaja aquí?

Max estaba muy concentrado mirando al frente y fue maniobrando poco a poco la camioneta por el aparcamiento hasta estacionarla en un hueco cercano a la puerta, donde había un cartelito blanco con letras negras en el que se leía con claridad: «MAXWELL CUNNINGHAM, DIRECTOR GENERAL».

—¿Aquí? En este campus trabajan unos doce mil empleados, aproximadamente.

—¿Campus? —pregunté sorprendida—. Tiene sentido, parece una universidad.

—Aquí hacemos muchísimas cosas, pero la empresa tiene contratadas en total a más de setenta y cinco mil personas.

—¿En serio? ¡Joder! Y ¿tú eres el jefe de toda esa gente?

Él frunció un poco el ceño y se tocó el sombrero.

—No tiene tanto glamour como parece. O, al menos, yo no dejo que lo tenga. Ven, quiero enseñarte todo esto. Hay mucho que ver. —Me bajé de un salto del vehículo mientras Max me sujetaba la puerta abierta—. Un caballero siempre tiene que abrirle la puerta a una señorita —dijo casi regañándome.

No pude evitar llevarme las manos a la cadera e inclinarme hacia un lado como si me hubiese ofendido.

—Querido hermanito —bromeé con cierta ternura—, te recuerdo que no soy tu mujer, sino tu hermana.

Se le dibujó una sonrisa en la cara y vi que algo se le pasaba por la cabeza, aunque lo desechó rápidamente.

—Así es, pequeña. Vamos, hay mucha gente deseando conocer a mi querida hermana desaparecida —dijo doblando el brazo.

Yo me agarré a él al tiempo que me colocaba las gafas de sol sobre la cabeza.

—¿Tu padre construyó todo esto desde cero? —pregunté observando la parte del campus que se veía desde el aparcamiento.

Él negó con la cabeza.

—No, no. El negocio lo empezó unos cuantos años antes mi abuelo, que era un vaquero clásico al más puro estilo John Wayne. Las siguientes generaciones nos hemos encargado de hacerlo crecer. Ahora —prosiguió abriendo el brazo que le quedaba libre— ya es algo impresionante. Cuando era pequeño sólo deseaba vivir en el rancho y trabajar en esta empresa. Siempre fui la mano derecha de mi padre, pero ahora que no está, llevo yo las riendas.

De pronto apretó los labios y compuso un gesto melancólico. Le acaricié el brazo.

—Oye, siento lo de tu padre. Si se parecía a ti, seguro que lo echará de menos muchísima gente.

—Sí, supongo que tienes razón. Lo que no entiendo es por qué me ocultó durante toda la vida que tenía una hermana.

—¿Tu madre volvió a casarse después?

Max resopló y abrió una de las puertas de cristal.

—Mi madre nunca se casó con papá, y no fue porque él no lo intentara. Papá me contó que se lo pidió cientos de veces a lo largo de los años que pasaron juntos y que incluso llegó a exigírselo cuando me tuvieron a mí. Sin embargo, lo que hizo fue desaparecer. Me dejó un álbum de bebé que había hecho ella misma, unas cuantas fotos en las que salía con mi padre y nada más. Jamás volvimos a saber de ella, o al menos eso fue lo que me contó mi padre.

Se le agarrotaron los hombros y apretó fuertemente la mandíbula. Estaba claro que hablar de su madre no le gustaba un pelo. Entonces me colocó una mano en la parte baja de la espalda y me guio hasta el ascensor. Subimos cinco pisos hasta llegar a la última planta. Allí trabajaba mucha gente, pero el edificio no era alto. Supongo que, si querían mantener el encanto de aquella zona rural, no podían construir un montón de rascacielos que bloqueasen la luz del sol.

—Hola, Diane. ¿Cómo estás? —le preguntó Max a una mujer menuda que estaba sentada a un escritorio delante de una puerta doble.

Tenía el pelo blanco y recogido en un moño muy elegante. Un par de gafas de color rosa reposaban precariamente en la punta de su nariz. Sonrió con amabilidad y alargó una mano. Max la cogió, se la acercó, la besó y después le dio unas palmaditas en el dorso. La mujer tenía edad para ser su abuela, pero su mirada denotaba inteligencia y dejaba claro que era muy avispada.

—¿Quién es esta señorita tan adorable? —dijo repasándome de arriba abajo, como analizando cada detalle de la ropa que había elegido para el momento. No lo hizo de forma maleducada ni incómoda, sino más bien con curiosidad.

—Es mi hermana, Mia —respondió él con cierto orgullo en la voz.

Sentí que el corazón se me encogía, como si me hubiese dado un abrazo con todas sus fuerzas, y eso me hizo desear ser su hermana de verdad. A cualquier mujer le habría encantado tener un hermano como él: cariñoso, familiar y con dotes de líder.

La mujer se levantó y comprobé que era mucho más bajita de lo que había imaginado. Abrió los brazos todo lo que pudo y compuso una sonrisa con la que habría sido capaz de alegrar hasta los días más horribles. A continuación me dio un abrazo de oso.

—Es un placer conocerte, Mia. Bienvenida a la familia, preciosa —dijo pellizcándome las mejillas—. No quiero que te sientas como una extraña, ¿de acuerdo?

—Vale, lo intentaré.

—Venga, Diane, ya puedes soltarla —le pidió Max al tiempo que tiraba de mi mano.

La mujer me soltó de entre sus brazos y los cruzó sobre el pecho sonriendo de oreja a oreja, como si se estuviese abrazando a sí misma. Cuando nos alejamos, oí un suspiro.

—Jamás pensé que llegaría este día —susurró Diane.

Max abrió la puerta de su despacho. Era una habitación situada en la esquina del edificio, con vistas al resto del campus. Ante nosotros se abrían cientos de hectáreas con un montón de edificios ubicados a lo largo de la línea de árboles.

—Intentamos ser lo más respetuosos que podemos con el medio ambiente, pero a los ecologistas se les va la cabeza con eso de proteger la Tierra. Yo lo entiendo, pero eso no cambia nuestra necesidad de extraer recursos naturales —dijo en un tono suave y sin ninguna intención de quejarse.

—¿Supone muchos problemas llevar una empresa como ésta? —pregunté mientras observaba el terreno a través de la ventana.

Max se inclinó sobre el escritorio y se quedó contemplando el paisaje a mi lado.

—Tiene lo suyo. Siempre estamos luchando por ser transparentes en lo relativo a la contabilidad y en la utilización de materiales conflictivos.

—¿Qué es eso?

Comprendía el resto, pero no sabía qué significaba lo de los materiales.

—Las fuentes de extracción de oro, cobre, estaño, tungsteno y tantalio son esenciales para nuestra producción y para el buen funcionamiento de nuestros productos. Por tanto, tenemos que lidiar a menudo con las políticas energéticas y medioambientales de nuestro país y del resto de los países en los que trabajamos.

Ya comprendía.

—¿Estáis en todo el mundo?

—Sí, recuerda que tenemos más de setenta y cinco mil trabajadores. No todos están en Estados Unidos, aunque hay personas que se encargan de gestionar cada filial: mis primos y algún que otro ejecutivo que tenemos contratado. En el puesto de más responsabilidad de cada una de ellas hay siempre un Cunningham que vela en primera persona por los intereses de la familia.

—¿Y los inversores?

—Tenemos también muchos, pero no son dueños de la empresa, sólo están interesados en los beneficios de la compañía. Cuanto más dinero ganamos nosotros, más ganan también ellos. Por desgracia, ése es el motivo por el que has tenido que venir.

Me volví y me senté en uno de los sillones de cuero.

—Explícamelo mejor.

Él suspiró y se sentó en el que había justo enfrente de mí. Una mesa de cristal con la parte inferior hecha de lo que parecía madera seca de un árbol viejo nos separaba. El mueble daba un toque rústico a la habitación, y me gustaba cómo quedaba. Encajaba con el hombre que trabajaba allí.

—Mi padre le dejó a mi hermana en su testamento el cuarenta y nueve por ciento de la empresa.

—A una hermana que no conoces todavía…

Miró hacia otro lado antes de responder.

—Pues… se podría decir que sí. Le dejó a esa mujer prácticamente la mitad de la empresa y me dio un año para encontrarla. Llevo buscándola meses —añadió, y se echó a reír—. Te va a parecer una idiotez y es posible que ni siquiera me creas, pero oí tu nombre en un programa de cotilleo que ve mi mujer. Te relacionaron con un hombre al que conocí hace un par de años. Es amigo de un amigo, y le pregunté por ti.

—Y ¿cómo se llama tu amigo?

—Se llama Hank Jensen. Es nuestro vecino, y su mujer…

—Se llama Aspen y es amiga de Weston Channing. ¿He acertado?

Su estado de ánimo volvió a cambiar igual que cambian las mareas, y la melancolía desapareció por completo en cuestión de segundos.

—¡Exacto! Lo conocí hace un par de años en la boda de Hank. Es muy majo, y se dedica a la industria del cine. Oí tu nombre en el programa de la tele y después lo confirmé en una revista que vi en el supermercado, así que decidí investigarte.

«No hay más preguntas, señoría.» Claro y directo. Al parecer, aquel hombre no escondía nada terrible que me fuese a explotar en la cara de un momento a otro. No era más que una persona en busca de su hermana, que, casualmente, se llamaba como yo.

—Imagina la sorpresa que me llevé cuando descubrí que eras escort. Me quedé impactado —dijo con un poco de rabia en la voz, cosa que no encajaba del todo con su personalidad—. ¿Por qué te dedicas a eso?

Intenté pararlo levantando una mano.

—Espera un segundo y no me cambies de tema. Me has investigado… ¿Qué más sabes de mí aparte de mi profesión, cosa que ya has confirmado que es verdad?

—Pues un poco de todo. Sé que tu padre está ingresado en un centro para convalecientes. Sé que has trabajado como camarera un montón de veces en Las Vegas y en California, donde también lo intentaste en el mundo de la interpretación; he visto un par de anuncios tuyos y lo haces muy bien.

«Vaya, qué considerado…»

—Gracias —dije sonriendo sin darme cuenta de que volvía a cambiar de tema—. Y ¿qué más?

—Que ahora trabajas para Exquisite Escorts y fuiste la comidilla de la prensa rosa por ser la novia de Weston Channing. Sin embargo, un mes después estuviste trabajando para un pintor francés y, más tarde, te relacionaron con los Fasano, esos que tienen una cadena de restaurantes italianos. Ojalá tuviesen un establecimiento cerca de aquí. Una vez fui a uno y la comida estaba de vicio.

Sus palabras me hicieron recordar el tiempo que pasé con Tony, con Héctor y con todo el clan de los Fasano.

—Son una familia estupenda y les tengo muchísimo cariño —señalé—. ¿Eso es todo?

Él negó con la cabeza.

—Volviste a salir en las revistas porque te relacionaron con un jugador de los Red Sox, aunque no entiendo en absoluto cómo pudiste salir con un tío que juega en un equipo tan malo. Los Rangers de Texas son mucho mejores. Eso sí que es un equipo.

—¿En serio? ¿Te sabes toda mi vida y lo que más te preocupa es el equipo en el que jugaba uno de mis clientes?

Empecé a notar que la sangre me hervía debido a la frustración. No me gustaba que alguien supiese tantísimas cosas de mi vida privada, y mucho menos si era un cliente.

—¿No era tu novio? —preguntó al tiempo que ladeaba la cabeza—. Pues te vi besándolo en las revistas, igual que al tal Weston.

No pude evitar soltar un suspiro de agotamiento.

—Todos ellos son clientes, excepto Weston. Él es mi novio, aunque todavía no lo era en aquel momento. Acabamos de empezar la relación —dije encogiéndome de hombros—. Bueno, da igual. Dime qué necesitas de mí.

Se mordió los labios y apretó la mandíbula.

—Pues es muy sencillo. Necesito que te hagas pasar por mi hermana para que nuestros inversores no dejen de lado a la empresa.

—No creo que sirva de nada. Acabarán enterándose.

—No, no se enterarán. Las coincidencias son demasiadas. Imagina la sorpresa que me llevé al enterarme de que la Mia Saunders que había visto por la tele y en las revistas del supermercado no sólo se llamaba igual que mi hermana, sino que compartía fecha de nacimiento con ella. De momento es suficiente con enseñar tu carnet de conducir. Para cuando tengamos que presentar partidas de nacimiento y análisis de ADN en los juzgados, espero haber encontrado a la auténtica Mia Saunders, a mi Mia. No hay nada que me haga más ilusión en el mundo que tener una gran familia. Papá nunca tuvo más hijos. Por eso me casé tan joven con Cyndi y empezamos a tener hijos pronto. Quiero tener la casa llena de renacuajos correteando algún día, y eso es lo que debo proteger. Por eso estás aquí.

Se me volvió a parar el corazón cuando lo oí decir «mi Mia». Lo entendía perfectamente. Lo que quería era una familia de verdad con una madre, un padre, un hermano y una hermana. Yo tenía a Maddy, y mis amigos también se habían convertido en una gran familia, pero eso no cambiaba el hecho de que siempre hubiésemos estado los tres solos y de que mi padre no siempre hubiera estado lo suficientemente sobrio como para ser una buena figura paterna. Yo también deseaba un entorno familiar de verdad. Tener relación sanguínea con otras personas, igual que la tenía con Maddy, habría significado mucho para mí.

—Haré todo lo que necesites. Sólo tienes que pedírmelo.

—¿Así de fácil? ¿Estás de acuerdo con lo de ayudarme, lo de compartir tu información y lo de fingir que eres ella?

Tampoco había sido una decisión demasiado difícil. Ya había sido novia, musa, prometida, modelo, mujer florero y seductora en un videoclip. ¿Por qué no iba a fingir que era la hermana de un buen hombre que tan sólo quería proteger el negocio familiar? Le tendí la mano.

—Prométeme que le pondrás a tu próxima hija mi nombre y lo haré —dije con la expresión más seria que pude adoptar.

—¿En serio? ¿Es lo único que quieres? ¿Una tocaya?

Su mirada se tornó mucho más dulce y, de nuevo, tuve la sensación de que lo conocía de algo o de que lo había visto en alguna parte. Bajé la mano.

—¿De verdad le pondrías mi nombre a una hija tuya?

Max se encogió de hombros.

—Si salvas mi negocio familiar, es lo menos que puedo hacer por ti. Además, eres mi hermana —dijo con tanta convicción que casi me lo creí.

—Se nota que eres un tío serio, pero estaba de coña. No me debes nada. Dale a tu familia una buena vida.

—¿No quieres más dinero, ni hacerme chantaje? Podrías hacerlo perfectamente y sacarías mucha pasta. Esta empresa genera todos los años miles de millones de beneficio. Podría solucionarte la vida.

Negué con la cabeza con una convicción que me abarcaba de la cabeza a la punta de los pies.

—Las buenas acciones son para quien se las merece y no para quien paga dinero por ellas. Tú ya has pagado para tenerme aquí, y le he mandado el dinero a mi acreedor. Está todo perfecto.

De repente, sus ojos de color verde claro se tornaron de un verde oscuro que me recordó al de los bosques.

—¿Acreedor? ¿El dinero que te pagué ha sido para cubrir una deuda? No vi que tuvieses deudas a tu nombre. Es cierto que tienes poco dinero en tu cuenta corriente y que los cheques iban a nombre de un fondo de estudios, pero pensaba que estabas devolviendo algún tipo de beca. ¡Se suponía que el dinero era para ti!

Pasó a hablarme en un tono que rozaba la vehemencia, y cada vez apretaba los puños con más fuerza. Yo también alcé la voz.

—Mira, Max, mis deudas no son cosa tuya. ¡Joder, ni siquiera son cosa mía! —espeté sin darme cuenta de que había metido la pata.

—¿Qué quieres decir? ¿De quién es la deuda que estás pagando?

Se levantó y se puso en jarras. Un rayo de sol incidió justo en la hebilla de su cinturón y me cegó momentáneamente.

—De nadie que te importe.

Entorné los ojos todo lo que pude para evitar la luz del sol. El resplandor me había hecho polvo los ojos, pero la conversación me había destrozado el corazón.

—Claro que sí. Eres mi hermana.

—Tu hermana falsa —le recordé en un tono de advertencia.

Esas cosas solían funcionar con todo el mundo, pero no con él. Pasó del tema como si nada. Acto seguido, se quitó el sombrero, lo dejó encima de la mesa y se acarició con los dedos su melena rebelde. Cuando unos cuantos mechones le cayeron sobre las orejas, me resultó todavía más familiar. Pensé que se parecía mucho a mi hermana pequeña, Maddy, aunque fue sólo un segundo. Joder, si hasta me servía la misma marca de refrescos para beber.

—Mira, no quiero entrar en detalles con lo de mi deuda… —repuse—. Me las apaño bien sola.

—Y ¿qué pasa con la universidad? Está claro que, si estás aquí, no estás estudiando.

Me apreté los ojos con las manos. No era de su incumbencia. Ninguno de mis clientes pedía tantos detalles de mi vida nada más empezar. Sólo Wes lo había hecho, pero él era diferente. En el fondo sabía que llegaríamos a ser algo más, aunque tardé un tiempo en confirmarlo. Sin embargo, ahora tenía a un enorme cowboy entrometiéndose en mis asuntos y, por la forma en la que torcía el gesto, parecía que no pensaba dejarme ir hasta que le diese alguna respuesta.

Respiré profundamente y me incliné hacia adelante.

—Dejé de estudiar hace mucho tiempo, Max. El dinero que ingreso en el fondo no es para mí.

—Entonces ¿para quién es? —preguntó llevándose la mano a la barbilla.

—Para mi hermana, Madison. Le estoy pagando los estudios.

Él dejó caer la mano sobre la mesa y se inclinó con tanta fuerza hacia adelante que la madera cedió bajo la presión del golpe.

—¿Tienes una hermana? —preguntó muy sorprendido.

—Pues sí. Tiene cinco años menos que yo. Estudia en Nevada y va a ser científica —dije con un orgullo tremendo y con mucho cariño.

Mi hermana pequeña era mi auténtica y mi única debilidad. Todo lo que hacía en la vida lo hacía por ella. Quería que tuviese lo mejor y llevaba muchos años esforzándome para que así fuese. No pude evitar reírme al darme cuenta de un pequeño detalle que se me había pasado por alto.

—Pensaba que tu pequeño investigador te lo habría contado —dije sacudiendo un dedo en el aire.

Cuando nuestras miradas volvieron a encontrarse, me di cuenta de que Maxwell tenía los ojos anegados en lágrimas. Tragó saliva un par de veces, abrió la boca y después volvió a cerrarla.

—Otra hermana —susurró—. Madison. —Repitió su nombre casi como una oración hacia una figura situada en un altar a la que adorara—. Dos hermanas, lo que siempre he querido. No puede ser…

Negó con la cabeza, cerró los ojos y una lágrima le resbaló por la mejilla. Allí pasaba algo muy raro…