9
A un lado y a otro. A un lado y a otro. Parón en seco. Tirón de pelo. Mala cara. Juramento. Media vuelta. Vuelta a empezar.
Observé a Wes pasear de un lado a otro, desgastando la suela de los zapatos. De repente se paraba, cerraba los puños y me miraba.
—Lo asesinaré. Arruinaré su carrera política —hizo como si se cortara el cuello con la mano—, se acabó. ¡Lo pagará con sangre!
—Ya lo ha hecho. —Lo miré cuando la tensión en la habitación se podía cortar con un cuchillo. Wes tenía las pupilas dilatadas, y sólo un pequeño aro verde translúcido las rodeaba—. Mason le pegó la paliza de su vida —susurré arrastrando las palabras.
Me tragué la bola de papel de periódico que se me había pegado a la garganta como si fuera papel de seda. Intenté hablar, pero Wes me acalló con la mirada. Frunció tanto el ceño que un par de onces aparecieron encima de su nariz.
—¿Mason? ¿Quién cojones es Mason?
Pestañeé ante la violencia de su tono.
—Pues, Mace es un excliente… —La mirada de Wes se tornó inexpresiva, carente de toda emoción. Luego abrió unos ojos tremendos—. Un amigo —corregí.
Volvió a andar de un lado para otro.
—Es que no me lo creo… Un saco de mierda agrede a mi novia —se volvió sobre sus talones y siguió andando—, ella acaba en el hospital ¡y no me cuenta nada! ¡Joder, Mia! Esto es una mierda…
Supuse que no ganaría nada recordándole que no habíamos establecido de manera oficial el estatus de nuestra relación hasta el día anterior. Le habría sentado peor que un tiro en la cabeza. Se quedó quieto, con los ojos cerrados. La mandíbula le temblaba mucho por la fuerza con la que apretaba los dientes.
—No sé qué hacer.
De pronto, le cogí las manos, las puse entre nosotros e intenté acariciarlas para aliviarle la tensión.
—No puedes hacer nada, amor.
Se mordió el labio, tanto, que me preocupaba que rasgara la delicada piel y se hiciera sangre.
—Mia, estoy muy cabreado —dijo con voz cruda y dolida—. Tengo que hacer algo. —Sus ojos se abrieron y encontraron los míos.
—No. Tienes que cuidar de mí, ayudarme a mí. Eso es lo que tienes que hacer. Lo demás es pasado.
Y lo era. Me había tirado una hora entera reviviendo los dolorosos detalles de lo ocurrido, los momentos previos a la agresión y la conclusión. Durante ese tiempo, Wes me había cogido de la mano, se había sentado pacientemente a escuchar mi versión de aquella horrible experiencia, me había acariciado la espalda, enjugado las lágrimas y mucho más. Lo había escuchado todo y no había reaccionado hasta más tarde. Cuando le conté una versión aceptable de lo que Aaron me hizo aquella noche y la vez anterior, la noche en que me tocó de manera inapropiada mientras dormía… Fue entonces cuando Wes empezó a andar de un lado a otro. Y a maldecir. Lo siguiente fue cabrearse.
Meneó la cabeza y se tiró del pelo por enésima vez.
—Esto no ha terminado. Tengo un agujero en el estómago. Nena, esto sólo se arregla si consigo acabar con ese hijo de perra. ¿No lo entiendes? —Echaba fuego por los ojos y le temblaban las manos—. Le hizo daño a la mujer a la que amo. Mucho. Tiene que sufrir.
—Ya lo hace. Tiene que ir al psicólogo, a Alcohólicos Anónimos y más cosas. Cariño, si alguien se enterara o llegara a la prensa, las ramificaciones perjudicarían a mucha gente, no sólo a Aaron. Cientos de personas, puede que miles en otros países. Warren, su padre, tendría que poner fin al proyecto. Sus inversores jamás apoyarían a un hombre cuyo hijo es un depredador sexual y un borracho. Intenta comprenderlo, por favor.
Y vuelta a andar de un lado para otro. A juzgar por lo hundidos que tenía los hombros, yo sabía que lo había entendido. Ya lo habíamos hablado. Le había contado acerca de la empresa de Warren, del trabajo que estaba haciendo, de las ayudas que recibía y de cómo todo se iría al traste si alguien llegaba a enterarse de aquella afrenta pública. Sus poderosos amigos lo crucificarían y se llevarían consigo todo su dinero. Weston lo sabía porque, en las mismas circunstancias, él también se llevaría el dinero.
—Además, tendría consecuencias negativas para mí… —Intenté llevar el tema a lo peliagudo de mi trabajo y a cómo me vería el resto del mundo.
Él entornó los ojos y se reclinó contra el borde de la silla que había delante de mí.
—¿Qué consecuencias negativas?
Asentí.
—Las que repercutirían en ti, en Alec, Mason, Tony, Héctor, los D’Amico, Tai y Anton. Presentar cargos ante un tribunal por lo que me hizo Aaron es demasiado arriesgado.
—Nena, no te sigo. ¿Quién es toda esa gente?
Ahí fue cuando las cosas se pusieron serias. Muy serias. El tipo de seriedad que o reforzaba la pareja o la aniquilaba para siempre. No me quedaba elección.
—Wes, como bien sabes, soy escort. Mucha gente cree que soy prostituta de lujo y, en algunos casos, se podría considerar que así es.
Resopló y dejó escapar un largo suspiro.
—Además —proseguí—, quienes contratan mis servicios son gente que puede permitírselos y que, a su manera, son personas importantes.
—No te entiendo. Explícate —dijo de un modo que me pareció despiadado. ¿De verdad quería saberlo? Muy bien. Que se preparase.
Me encogí de hombros.
—Tú lo has querido.
Usé los dedos de la mano para contarlos.
—Además de Warren, que ayuda a los desfavorecidos en países del Tercer Mundo, mis clientes previos fueron los D’Amico. Trabajé con ellos en una campaña de ropa de baño que llevaba por nombre «La belleza no entiende de tallas». Si se supiera que contrataron como modelo a una escort, podrían perder todo aquello por lo que tanto han luchado.
Wes me señaló.
—He visto la campaña. Me sentí muy orgulloso de ti, nena. Estabas espectacular. Increíble, la verdad. —Sus cumplidos me hicieron sonreír. Era genial saber que estaba orgulloso de mi trabajo—. ¿Siguiente?
—Mason Murphy. —Su mirada me indicó que le sonaba el nombre—. Sí, el famoso jugador de béisbol de los Red Sox. Me contrató para que interpretara el papel de su novia oficial y pulir así su imagen. Al final funcionó y encontró a su alma gemela, su relaciones públicas.
Wes se dirigió hacia el bar, en la otra punta de la sala. Alzó la botella de whisky y asentí. Necesitaba un trago para poder seguir. Cogió un par de vasos y los llenó con tres dedos de líquido ambarino. Iba a ser una de esas noches confesionales. Esperaba que Wes no me crucificara por mis pecados.
Me pasó el vaso y le di un sorbo. El licor me quemó la garganta como uno de esos caramelos de canela picantes. Me dejó la lengua como un trapo y la barriga caliente.
—¿Te acostaste con él? —inquirió mientras se sentaba en la silla que había frente a mí.
Nos separaba una mesa de cristal larga y estrecha. No me pasó desapercibida la distancia que había puesto entre nosotros, de manera intencionada o no. Lo mismo daba. Eso tenía que pasar.
Negué con la cabeza.
—No, no nos acostamos, y no porque él no lo intentara. —Sonreí, y Wes frunció el ceño. Vale, siguiente—. Antes de Mason estuve con Tony Fasano.
—¿El de la comida?
Eso me hizo sonreír.
—Sí.
—¿Para qué te contrató? —Esta vez lo dijo menos serio, menos nervioso.
—Para que fuera su prometida. —Me eché a reír y Wes hizo una mueca—. La mejor parte es el porqué. —Sonreí.
Mi gesto consoló a Wes, porque me regaló una media sonrisa como respuesta.
—¿Y eso?
—¡No puedo creer que no te acuerdes de lo que hablamos en marzo ni de la noche que pasamos en su casa! Vale que en el bar no estuvieron muy cariñosos y que llevábamos unas cuantas copas encima… ¿De verdad no te acuerdas? ¿No recuerdas a Tony y a Héctor?
Él negó con la cabeza y se encogió de hombros.
—No. Recuerdo su aspecto, haberlos conocido y haber empinado bien el codo con un par de tíos muy majos. Aunque de lo que más me acuerdo es de tu boca, de hacértelo contra la pared, de la ducha y de estar borracho y haber follado toda la noche como un conejo con la mujer más sexi del mundo.
—¿Como un conejo? —me burlé.
Asintió.
—¿Qué tiene de especial el motivo por el que te contrató para que fueras su prometida? —preguntó llevándome de vuelta al asunto que teníamos entre manos.
Me senté encima de un pie y me puse cómoda. Dejé el vaso en el reposabrazos.
—Para poder explicártelo necesito describir la escena.
Los labios de Wes dibujaron una media sonrisa que interpreté como una diminuta victoria.
—Vale, dispara. —Se reclinó en el respaldo de su silla y le dio un trago al whisky.
Me encantaba mirarle el cuello y la nuez. Todo lo de Wes me interesaba, sobre todo ahora que estábamos juntos. Con suerte, seguiríamos juntos al terminar la conversación.
—Cuando llegué a Chicago, su mayordomo llevó mi equipaje a una habitación. Era un dormitorio enorme, mucho mayor de lo que imaginaba, a pesar de que Tony vivía en un ático en la ciudad.
Wes no dijo nada, sino que se limitó a esperar que continuara.
—Cuando me dejó allí con mi maleta, oí correr el agua de la ducha. No te imaginas lo mucho que me asusté al saber que estaba en una habitación, que tenía toda la pinta de ser el dormitorio principal, con un tío que no conocía, un extraño que estaba en la ducha.
Una chica lo encontraría divertido y entretenido… Wes no era de la misma opinión. Apretó la mandíbula y juro que pude oír cómo le rechinaban los dientes mientras yo me apresuraba a seguir.
—Así que se abre la puerta del baño y aparece una mole de hombre, y se queda allí de pie, sólo con una toalla, y ahora es cuando la cosa se pone interesante… —Intenté hacer una pausa dramática para darle emoción, pero a Wes no le hizo ni pizca de gracia.
—Estoy en ascuas… —dijo con ironía.
Puse los ojos en blanco.
—Me quedé sin saber cómo reaccionar, como una sardina en el desierto, sin saber qué decir y, entonces, de detrás de la mole apareció otro chico también recién duchado y abrazó a mi cliente por la cintura. Se estaban abrazando casi desnudos. Como si acabaran de ducharse… juntos.
Ahí fue cuando Wes me dirigió una resplandeciente sonrisa llena de perlas blancas.
—¡Es gay! —Meneó la cabeza y se encogió de hombros.
—¿No ves las noticias? ¿No lees las revistas de cotilleo?
Se lamió los labios perfectos y alzó la barbilla.
—Nunca. Las evito como la peste. No suelen decir ni media verdad y acaban por hacer daño a las personas de las que hablan.
Puse los ojos en blanco de nuevo y proseguí.
—Tony es gay, y lleva mucho tiempo con un abogado maravilloso llamado Héctor Chávez. De hecho, los tres nos hicimos muy amigos durante el mes que pasamos juntos. Me llevaba mejor con Héctor que con Tony por razones obvias. —Guiñé un ojo.
—Evidentemente —musitó él.
Tamborileé con los dedos contra mi muslo y me empiné otro trago.
—Antes de Tony, estuve con Alec.
Al recordar mi tiempo con él, se me hizo un nudo en el estómago. Aquel mes le di a Alec un pedazo de mí, una parte que no quería recuperar. La pura verdad era que había amado a mi francesito malhablado y había disfrutado mucho compartiendo su lecho. No más que con Wes, pero estaban ahí, en la lista de tíos con los que daba gusto follar, igual que Tai.
—Alec era el artista —gruñó. No recuerdo por qué lo sabía. Es posible que le hubiera mencionado a Alec y el mes que pasamos juntos, pero Wes no me dejaba entrever nada.
Apreté los labios, miré mi vaso medio lleno de whisky y le di un buen trago.
—Tuviste relaciones sexuales con él —dijo Wes en un tono que no era de acusación. Ojalá eso significara que le parecía bien.
Asentí.
Se encogió de hombros y contempló la puesta de sol.
—Pero no era nada serio, igual que lo de Gina.
La simple mención del nombre de esa perra hizo que me pusiera celosa a más no poder, el monstruo de ojos verdes empezó a cantar y la zorra de dos caras le estrechó la mano al diablo.
—Alec fue especial. Para mí significó algo —dije a la defensiva, sin darme cuenta de que estaba mostrando mis cartas sin estar preparada para hacerlo.
Él inclinó la cabeza, se echó hacia adelante y apoyó los codos en las rodillas. Se llevó las manos a la barbilla.
—¿Sí? ¿En qué sentido?
Las lágrimas me picaban en los ojos.
—Alec me hizo sentir bella.
—Y ¿yo no? —dijo desafiante.
Se me erizó el vello de la nuca.
—También, pero él me hizo sentir como la Mia que nadie más veía, la misma que era cuando estaba contigo pero no con el resto del mundo. Me hizo sentir que podía dejarla en libertad. Me obligó a quitarme la máscara y a dejar entrar al mundo. De Alec aprendí una lección muy valiosa.
—¿Cuál? —dijo en tono dolido y asustado.
—A quererme a mí misma.
Wes cerró los ojos, respiró hondo y se relajó.
—Mia, tienes todas las razones del mundo para quererte a ti misma.
Meneé la cabeza.
—Yo no lo veía así. No antes de Alec. No antes de que él me hiciera ver lo que veían todos los demás. Aunque pensaba que por dentro estaba tarada, que mi vida era un desastre, que me había convertido en escort por culpa del borracho ludópata de mi padre, incapaz de aguantar en pie lo bastante para saldar sus propias deudas, que yo… —me di un golpe en el pecho—, Mia Saunders, la camarera de Las Vegas, merecía más. Merecía la felicidad. Merecía el amor.
—¿No te doy yo eso? —dijo Wes con la voz rota.
—Sí, pero en aquel momento, Alec también me lo dio. Y, en cierto modo, sigue dándomelo.
Su mirada se endureció. Luego la tristeza ensombreció su rostro.
—Te ama.
Asentí y cerró los ojos. Me apresuré a responder:
—Alec cree que amas a la persona con la que estás durante el tiempo que pasas con ella. Que está bien llevarte contigo un pedazo de esa persona siempre y cuando lo conserves en tu corazón toda la vida.
—¿Quiere que vuelvas con él?
Noté los celos en mi surfista que hacía cine y que normalmente no se inmutaba por nada.
—No. No como tú crees. Alec ama a todas las mujeres con las que se acuesta o, de lo contrario, no se acostaría con ellas. Seguro que muchos corazones se rompen a diario en medio mundo porque Alec está amando a otra mujer en ese mismo instante.
—Yo no funciono así, Mia. Soy hombre de una sola mujer cuando me comprometo con alguien, y me estoy comprometiendo contigo. Con nosotros. Para que esto funcione, tú también tienes que comprometerte. —Se aclaró la garganta—. Y tenemos que dejar todo eso atrás. Porque todo eso es historia, cariño. Historia.
Pensé un momento en Gina, pero no controlaba los tiempos: no sabía cuánto llevaba follando con ella y haciendo el amor conmigo. Sólo sabía que no iba a volver a hacerlo, y lo creía.
—No hay más meses. Entonces ¿sólo te has acostado con otro hombre desde que estuvimos juntos? —Su mirada era de incredulidad. Tenía motivos.
Cerré los ojos y me armé de valor.
—No. Estuve con Tai Niko, el modelo, en Hawái.
—¿Hawái? ¿En mayo?
—Sí.
—¿Un rollo de una noche?
Me jugaba mucho con mi respuesta.
Me tembló la voz.
—No —confesé. Porque yo sería muchas cosas, pero no una embustera. No iba a empezar mi primera relación de verdad con una mentira.
—¡Joder! —Se puso de pie y empezó a andar de un lado a otro de nuevo, tirándose del pelo y soltando tacos. Ésa parecía ser su respuesta para todo.
—No lo entiendes, Wes. ¡Fue sólo por diversión! Él ya está con otra, ¡y van a casarse! —le grité para que me oyera. Wes era demasiado importante para no superarlo.
Meneó la cabeza de un lado a otro y sus hombros se desplomaron de nuevo.
—Mierda. Nena, me estás matando. ¿Te pasaste un mes en el paraíso amando a otro?
Usó la palabra paraíso para torturarme. Se había acabado jugar limpio.
—Y ¿cuántos meses te has pasado tú exactamente acostándote con Gina DeLuca, la novia de América, la mujer más sexi y deseable sobre la faz de la Tierra? Y ¿quieres que me lo tome a bien?
Como si hubiera recibido un cañonazo, retrocedió varios pasos y se agarró a la mesilla auxiliar que tenía detrás.
—¡Ella no significa nada para mí, Mia! ¡Nada! —Se llevó la mano al pecho—. ¡Nada! —reiteró.
—Me cuesta mucho creerlo. Llevas meses «follándotela» —dije entrecomillando la palabra con los dedos—. ¿No te parece que ella piensa que hay algo más?
Negó con la cabeza.
—Te juro que no.
—Lo que tú digas. Puedes repetírtelo hasta que te lo creas. Al menos yo puedo decir que tuve mi momento con Alec y con Tai y he seguido adelante. Ahora estoy a otras cosas. Te quiero. ¡Te quiero a ti! Nunca se lo había dicho así a nadie. Puede que los quisiera como amigos, que les tuviera cariño y que ellos me tuvieran cariño a mí, pero no estoy enamorada de ellos. Hay una diferencia monumental. Nunca he estado enamorada de ellos. ¿Tú puedes decir lo mismo de Gina? ¿Eh? —Mi voz era un chirrido, y supe que había perdido los papeles cuando me levanté y arrojé mi vaso contra la pared. Ni siquiera se rompió. Cero satisfacción. Maldito Anton y su amor por las cristalerías de calidad.
Gruñí, me desplomé de nuevo en el sofá y me sujeté la cabeza con las manos.
—Por eso nunca me enamoro. —Lo dije en voz alta y lo repetí mentalmente una y otra vez, como un mantra.
Sin avisar, Wes me levantó y me dio la vuelta para que mis rodillas quedaran una a cada lado de sus caderas, a horcajadas.
—Jamás te arrepientas de amarme. Eso me dolería más que cualquier otra cosa que pudieras hacerme o decirme. —Me cogió las mejillas con las manos—. ¿Eso es todo? ¿Sólo eso? ¿Dos tíos? ¿Un depredador y un puñado de buenos amigos?
Me lamí los labios y asentí.
—Bien, nena. —Tragó saliva y admitió sus propias verdades—. Yo sólo he estado con Gina de manera intermitente. Podemos dejar todo esto atrás.
Sus palabras llenaron de alegría mi corazón. Me relajé como si me estuviera cantando una nana. Estar así con él, en su regazo, con sus manos acariciando mis costados, tenía ese efecto en mí.
«Podemos superarlo.»
Los ojos se me llenaron de lágrimas otra vez. Sus pulgares las enjugaron mientras caían.
—No, no, vida mía. A partir de este momento, de ahora en adelante, seremos sólo tú y yo. Nos lo hemos sacado de dentro, ya está hecho. Sé lo que necesito saber y tú has de saber que Gina es agua pasada. Agua pasada —repitió con convicción—. Lo único que queda es esto: tú y yo. Ahora podemos empezar la vida juntos.
Asentí y escondí la cabeza en el hueco de su cuello, inhalando el océano y el aroma de Wes, mi fragancia favorita.
—Te quiero. —Se lo dije para que lo oyera y para que supiera que yo también necesitaba que él me lo dijera a mí.
—Yo también te quiero, nena. Tú y yo. Sólo tú y yo.