10
¡Maldita fuera! Había llamado a Wes cinco veces y sólo había conseguido hablar con su buzón de voz. Por desgracia, me había mandado un mensaje de texto el día que había descubierto que Maxwell era mi hermano de verdad en el que me decía que tenía que viajar a la localización donde se estaba rodando la película. En esa ocasión se trataba de un lugar remoto en el centro de Asia. Al parecer, un actor había sufrido un grave accidente de coche, lo que significaba que tenían que grabar de nuevo algunas de sus partes en el campo de batalla. Supuse que eso significaba que estaría ilocalizable durante un tiempo, pero, aun así, había intentado llamarlo todos los días durante los últimos cinco.
No tener a Wes para desahogarme con él al contarle los nuevos acontecimientos me estaba pasando factura. Se había convertido en uno de los pilares de mi vida en muy poco tiempo. Tal vez en eso consistiese el auténtico amor. En que la pareja se apoyase mutuamente hasta el punto de que ninguna otra fuente servía. Sí, tenía a Ginelle en Las Vegas, pero no quería cargarla con todo eso todavía. Además, Maddy merecía saberlo antes que mi mejor amiga. Eso la atañía, y todavía no sabía cuál era el mejor modo de decirle que Maxwell era nuestro medio hermano. Lo que sí que había hecho era robarle el cepillo del pelo y pedirle a Max que su gente realizara la misma prueba de ADN. Quería tener una prueba en la que constara su nombre que demostrara que era su hermano de verdad. No es que no lo creyera. Joder, cuanto más tiempo pasaba con los dos, más me sentía como la extraña.
No sólo se parecían, eran también todos sus gestos, el modo en que inclinaban la cabeza cuando pensaban o la manía que tenían de pasarse los dedos mil veces por el pelo sin más motivo que el de tocarlo. Y la facilidad que tenían para sonreír. Esos dos compartían algo que no alcanzaba a comprender. Y no quería hacerlo. Maddy siempre había sido mía, y ahora tenía que compartirla. Aunque, todo sea dicho, Max era fantástico.
A mí ya me trataba como a su hermana pequeña, aunque respetaba que fuera yo quien hiciera lo mismo con respecto a Maddy. Afortunadamente, comprendía nuestra relación y todo a lo que yo había tenido que renunciar por ella durante años y no intentaba pisarme el terreno en ese sentido. Sin embargo, todos los días me preguntaba cuándo íbamos a contárselo. Sólo faltaban dos días para que ella y Matt se marcharan, y otro más antes de que yo regresara a Malibú. Aunque no sabía si Wes estaría allí. Ni siquiera sabía cómo me sentiría estando sola en esa casa tan grande. Se suponía que ahora era mi hogar, pero no había tenido tiempo para acostumbrarme a la idea y sentirla como mía. De momento, para mí era donde descansaba entre cliente y cliente. Con el tiempo, ya dejaría mi huella.
De pronto oí unos golpes en la puerta de mi habitación.
—Adelante.
Cerré el diario en el que había estado escribiendo mis pensamientos y sonreí al ver entrar a Max. Era tan grande que casi llenaba todo el hueco de la puerta, pero lo que me sorprendió fue ver a la mujer que lo acompañaba. Era Ree Cee Zayas, la abogada. Joder, seguía tan elegante como aquel día. Y allí estaba yo, con mis pantalones de yoga y una camiseta de tirantes, descalza, con el pelo recogido en un moño despeinado y sin maquillaje, mientras ella entraba vestida con un fantástico traje rojo que hacía juego con su pintalabios carmesí. Sus ojos, negros como el carbón, tenían una expresión amable mientras entraba y dejaba su maletín sobre la cama.
—Eh…, ¿qué pasa? —pregunté alternando la mirada entre Max y Ree Cee.
—Tengo una información inesperada respecto a la prueba de ADN de la señorita Madison Saunders que el señor Cunningham solicitó.
Por su manera de decirlo, un escalofrío de temor recorrió mi espalda, así que enderecé mi postura en estado de alerta.
—¿Qué pasa? ¿Ella está bien? —No tenía ni idea de que una prueba de ADN pudiese revelar nada con respecto a la salud, pero sólo pensar que hubieran encontrado algo «inesperado» hizo que me agarrara a la colcha con los dos puños.
Max se sentó a mi lado y me rodeó los hombros con un brazo.
—Relájate, pequeña. Maddy está perfectamente. Es el resultado de la prueba genética lo que resulta sorprendente. Le he pedido que venga aquí para que te lo diga ella en persona, y quería estar presente para que sepas que estoy contigo en todo esto.
Tragué saliva, agarré su mano y me llevé las dos mías al pecho.
—Max, me estás asustando.
Dejó caer los hombros, me cogió de las mejillas y me acercó los labios a la frente, donde me plantó un beso muy largo.
—Tranquila. Todo va bien. —Se aclaró la garganta—. Adelante, señorita Zayas, cuéntele lo que ha averiguado.
De repente se hizo un rotundo silencio en la habitación. Sentía el aire denso alrededor de mi cuerpo, como si una niebla nos envolviera, y vi cómo la mujer sacaba un montón de papeles y los disponía sobre la cama.
—Será más fácil que se lo muestre.
Colocó tres montones en una línea ordenada de cara a mí para que pudiera verlos bien. En uno de ellos aparecía el nombre de Mia Saunders, en el siguiente, el de Maxwell Cunningham, y, en el último, el de Madison Saunders. Eran las mismas hojas que había mostrado en la pantalla de LCD en la reunión de la semana anterior. Las casillas y las líneas me resultaban familiares de verlas en aquella diapositiva.
—¿Ve cómo coinciden sus marcadores genéticos con los del señor Cunningham? —Asentí, y entonces pasó a la hoja de Max y señaló la de Maddy—. Y ahora, ¿ve cómo coinciden estos marcadores genéticos?
Eran idénticos, copias exactas.
—Sí. ¿Eso qué significa? —pregunté con el ceño fruncido mientras intentaba encajar las piezas para componer la imagen final.
—Bien, ahora compare los suyos con los de la señorita Madison Saunders.
Colocó mi resultado al lado del de Maddy. No todas las casillas coincidían, pero muchas sí.
Me encogí de hombros.
—¿Qué significa esto?
Max me frotó la espalda mientras yo intentaba encontrar la respuesta a la que obviamente querían que llegara sin usar las palabras.
Ree Cee suspiró.
—Señorita Saunders, esta prueba se realizó tres veces por solicitud expresa del señor Cunningham para que no hubiese ninguna duda con respecto al resultado.
—¿Y? —Sacudí la cabeza—. Soltadlo ya. Ya sabemos que Maddy es también hermana de Max. ¿Qué tiene esto de raro?
Maxwell cerró los ojos, pero esperó a que la abogada respondiera.
—Señorita Saunders, esto demuestra que Madison Saunders y Maxwell Cunningham tienen un parentesco sanguíneo del cien por cien. Comparten la misma madre y el mismo padre. Usted comparte la misma madre con ambos, pero tiene un padre diferente.
El mundo se detuvo. Todos mis músculos, mi respiración, cada átomo de mi cuerpo entró en pausa. En varios momentos, se me puso todo negro, y el corazón me latía tan fuerte que creía que alguien estaba pisándome el pecho.
—Dios santo, se está desmayando —fue lo último que oí antes de que todo se volviera negro.
Me desperté más tarde sintiendo calor por todo un lado de mi cuerpo. Tenía la mano derecha totalmente dormida. Algo me la estaba cogiendo con fuerza mientras sentía un calor insoportable en mi costado izquierdo. Parpadeé unas cuantas veces y vi el techo de la habitación de invitados del rancho de los Cunningham. Estaba a oscuras, y sólo la iluminaba la débil luz de una lámpara que había en un rincón.
Un murmullo iba y venía, como si unas ráfagas de viento transportasen el sonido en fragmentos. Si me esforzaba, oía que procedía de mi derecha.
—Por favor, haz que esté bien. No puedo perderla ahora que la he encontrado. No puedo perderla ahora. No puedo. Por favor, haz que esté bien.
Era Max quien pronunciaba esas amortiguadas palabras.
Al volver la cabeza, vi que estaba inclinado sobre la cama, con la frente pegada a nuestras manos unidas. Sostenía la mía con tanta fuerza que estaba convencida de que ya no me circulaba la sangre. Meneé los dedos y levantó la cabeza de inmediato.
—¡Gracias a Dios! —Se acercó a la cabecera y dibujó un halo de besos en mi frente.
Cuando se apartó, vi que tenía los ojos húmedos.
—¡Menudo susto nos has dado! Has estado inconsciente una hora.
Intenté volverme, pero tenía un peso en el lado izquierdo que me lo impedía. Era Maddy, que estaba acurrucada a mi lado con un brazo en mi cintura. Tenía la cabeza sobre mi caja torácica, y podía sentir su suave respiración en mi cuello.
—¿Qué ha pasado? —susurré.
No quería echar a perder el momento. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había estado tan cerca de mi pequeña.
—Te has desmayado y has entrado en un sueño muy profundo. Incluso he hecho venir a un médico para que evaluase tu estado. Ha dicho que estabas bien, que sólo estabas profundamente dormida. Decía que el cuerpo a veces hace eso cuando una persona se enfrenta a una información que la mente no puede asimilar. Lo siento, Mia. No sabía que lo que te ha dicho Ree Cee te iba a afectar así.
Sacudí la cabeza.
—Bobadas. Estoy bien. Es que no he dormido bien últimamente porque estaba preocupada por todo esto. —Señalé con la mano a la habitación en general, aunque él sabía a qué me estaba refiriendo—. Y también he estado preocupada por mi novio. No sé nada de él desde hace días, y está en un rodaje en Asia. Así que, cuando tu abogada me ha dicho todo eso, creo que mi cerebro simplemente ha desconectado.
Max asintió con una expresión compasiva y comprensiva. Maddy se movió y abrió los ojos.
—Hola, ¿estás bien? —preguntó mientras se incorporaba.
Acaricié su pelo con los dedos y admiré cada uno de los preciosos rasgos de su rostro: esos ojos idénticos a los míos, su pequeña naricita respingona y esos labios rojos de querubín. Pese a todo, seguía siendo mi hermana, aunque sólo fuese a medias, lo que suponía un nuevo conjunto de problemas.
—Estoy bien. Siéntate. Tenemos que contarte algo.
Me incorporé a mi vez, me apoyé en la cabecera de la cama y jugueteé con los hilos de la colcha. Habría apostado lo que fuera a que había sido la propia Cyndi quien la había tejido. No me sorprendería nada. Era la representación perfecta de la esposa sureña. Max se sentó a los pies de la cama y apoyó su cálida mano sobre mi rodilla. Estaba empezando a acostumbrarme a ese reconfortante gesto de mi hermano mayor.
—Maddy, cielo, hemos descubierto cierta información sobre nosotras y nuestra familia.
Ella frunció el ceño.
—¿Qué clase de información?
—Verás, resulta que nuestra madre tuvo un hijo antes de nacer nosotras. —Echó la cabeza atrás con brusquedad y se quedó boquiabierta—. Lo sé, créeme, yo también me quedé pasmada. Pero, eh…, pequeñaja, Max… Max es nuestro hermano. —Intenté suavizarlo para tocar su fibra compasiva. De las dos, ella era sin duda la más afable.
Maddy abrió unos ojos como platos y después hizo algo que no esperaba. Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro.
—¿Eres nuestro hermano de verdad? —preguntó totalmente fascinada.
Él asintió.
—Sí, cielo, lo soy.
—Pero ¿cómo es posible? —preguntó con un hilo de voz cargada de incertidumbre.
—Encontré cierta información en el testamento de mi difunto padre, en el que le dejaba la mitad de la empresa de mi familia a una mujer llamada Mia Saunders.
—¡No puede ser! —exclamó ella, y se llevó la mano a la boca.
Max se echó a reír con suavidad.
—Sí puede ser. Pero, bueno, le pedí a un detective privado que investigase a Mia Saunders y, en cuanto vi una foto suya, supe que se trataba de mi hermana. Nos habíamos conocido en el pasado, cuando mi padre fue a Las Vegas, antes de que tú nacieras.
—Y Max encargó unas pruebas de ADN de las dos que confirmaran que éramos hermanos.
Maddy se puso de rodillas y apoyó las manos en los muslos. Todo su cuerpo se encendió como un petardo. Se lo estaba tomando mejor de lo que había imaginado.
—¡Esto es genial! —exclamó, y se abrazó a Maxwell—. ¡Siempre había querido tener un hermano! —gritó con regocijo.
Sí, muchísimo mejor de lo que había esperado. Y yo que llevaba una semana agobiada con el tema… Pero la cosa no había acabado ahí.
Le di unas palmaditas a Maddy en la espalda y Max la soltó. Ella se secó las lágrimas de los ojos y sonrió.
—Cariño, hay más, y no sé muy bien cómo decírtelo.
Su sonrisa se esfumó e inclinó la cabeza a un lado.
—Dímelo sin rodeos, Mia. Lo que me habéis revelado es algo fantástico. Nuestra familia es más grande. No estamos solas. Ahora tenemos un hermano y una cuñada… y, ¡ay, sí! —Juntó las manos—. ¡Tenemos una sobrina y un sobrinito que viene de camino! ¡Estoy deseando contárselo a Matt y a papá! Éste va a ser el mejor año de mi vida. Tú estarás en la boda, e Isabel puede ser la niña de las flores… —Y continuó hablando, y hablando.
Suspiré, y Max le puso una mano en el hombro.
—Cielo, tu hermana está intentando decirte algo que tal vez no sea tan fácil de digerir. Me gusta…, Dios, me entusiasma que te alegre tanto que seamos familia. A mí también me hace mucha ilusión.
Maddy le sonrió de oreja a oreja como sólo ella sabía hacerlo. Joder, eso era una mierda. ¿Por qué tenía que ser todo tan difícil? Era como si yo fuera siempre la portadora de las malas noticias. Esa vez me habría gustado dejarlo en que Maxwell era nuestro hermano, celebrarlo, empezar a tener reuniones familiares y a conocernos, etcétera. Pero no. Tenía que venir acompañado del importante hecho de que el hombre al que había considerado su padre durante toda su vida, no lo era: «Ah y, por cierto, tu verdadero padre está muerto, así que nunca podrás conocerlo».
Empecé a llorar sin darme cuenta. Inspiré profundamente y lo dejé fluir:
—Mads, la abogada ha descubierto algo sobre tus genes. —Me sequé las lágrimas, enfadada de que estuvieran cayendo sin que pudiera remediarlo.
Max me ofreció su mano, sus ojos delataban la tristeza que sentía. Sabía lo que me estaba costando decir eso, y él estaba allí, compartiendo mi dolor. Detestaba saber que yo estaba sufriendo y que lo que tenía que decir iba a causar más dolor. Siempre había deseado tener una gran familia, y ahora tenía dos hermanas para añadir a su rebaño.
—¿Te importa que lo haga yo? —me preguntó, y en ese momento vi con claridad que no estaba sola.
Puede que Max sólo llevara una semana siendo mi hermano mayor, pero estaba dispuesto a ejercer como tal y a arrimar el hombro en los momentos difíciles, a decir lo que había que decir, a cargar con el dolor por mí. De modo que asentí, pues no sabía qué otra cosa hacer. Mi ser estaba repleto de emociones tan dañinas que sentía cada sollozo como un fuerte golpe en el pecho.
—Maddy, cielo, lo que Mia está tratando de decirte es que la abogada ha descubierto que tú y yo tenemos los mismos padres.
Mi hermana parpadeó unas cuantas veces, pero no se movió.
—¿Quieres decir que los tres compartimos los mismos padres? Pero eso significaría que mi padre es tu padre también, aunque él no lo supiera, ¿no? —dijo, y levantó las cejas hasta el nacimiento del cabello.
Al pronunciar las palabras que le cambiarían la vida para siempre, tuve una angustiosa sensación de pánico.
—No, pequeña. Papá no es tu padre. Maxwell y tú compartís los mismos padres. Eso significa que tu verdadero padre era Jackson Cunningham.
De repente, un torrente de lágrimas empezó a descender por las suaves líneas de su rostro. Era como ver un alud de barro bajar por la ladera de una montaña californiana. Mi hermana arrugaba el rostro hecha un mar de lágrimas, sorbía y sollozaba.
—Pero, pero, papá…, no lo entiendo. —Sacudió la cabeza y se cubrió la cara con las manos mientras lloraba.
Tiré de ella hacia mí y hundió la cara en mi cuello, como siempre hacía en los malos momentos.
—Pero tú sigues siendo mi hermana —dijo a trompicones, afectada de tanto llorar.
—Sí, cariño, sí. Seguimos siendo hermanas biológicas, pero sólo a medias.
—¡Para mí no es sólo a medias! —gritó mientras me mojaba la piel de la clavícula con sus lágrimas calientes.
Le besé la frente y le acaricié la cabeza una y otra vez, susurrándole que la quería, que siempre estaría allí para ella y que nada cambiaría entre nosotras. Intenté centrarme en el hecho de que Maxwell era nuestro hermano para ayudarla a salir de su crisis emocional. Por fin, dejó de temblar y su respiración se tornó lenta y estable. Había llorado hasta quedarse dormida. Eso no era raro. Cuando salía con chicos en el instituto y éstos le rompían el corazón, casi siempre acababa así.
Max se levantó y se paseó por la habitación.
—¿Estará bien? —Parecía un animal enjaulado.
Se lo veía tenso, con las manos apretadas en unos inmensos puños, y su postura parecía indicar que estaba listo para la batalla. Ni siquiera nos conocía y estaba a la defensiva, dispuesto a lo que fuera con tal de proteger a su nueva familia.
—Sí, estará bien. Imagino que ha sido un golpe muy fuerte para ella. Para mí también, pero estamos acostumbradas a sobrevivir a situaciones difíciles.
No debería haber dicho eso, porque frunció el ceño y me miró, y vi que sus ojos claros eran fríos como el hielo.
—Eso se acabó. Ahora tenéis a nuestra familia, dinero y contactos.
Fruncí el ceño.
—No queremos tu dinero ni tus contactos.
Él negó con la cabeza.
—Me da igual. Los recibiréis de todos modos. La abogada ya está trabajando para poner ese cuarenta y nueve por ciento de la empresa a tu nombre.
—¿Qué? Dime que estás de broma.
Se detuvo y puso los brazos en jarras sobre sus caderas.
—No ha cambiado nada, Mia. El testamento es incuestionable. Es evidente que mi padre no sabía de la existencia de Maddy, pero tú recibirás casi la mitad de la empresa.
—¡No la quiero!
—¿No quieres formar parte de mi familia? —dijo, y su voz reflejaba tensión, e incluso dolor.
—Por supuesto que seremos familia, pero no necesito tener tu empresa para ser tu hermana. Además, ¿qué pasa con Maddy? ¡Ella es tu hermana de verdad! —Mi tono era severo e implacable.
—¡Y tú también! Me da igual que sea al cincuenta por ciento o al cien.
Cerré los ojos e intenté pensar, pero una infinidad de emociones distintas me lo impedían.
—Entonces quiero darle mi mitad a ella.
Max se echó a reír. Una risa de ésas en las que echas la cabeza completamente hacia atrás y te sujetas la barriga, casi rozando la histeria.
—¿Vas a darle miles de millones de dólares en acciones y todo lo que eso conlleva a nuestra hermana pequeña?
Me encogí y apreté los labios.
—Ella es la única persona que importa.
Bufó.
—Sí, y te estás esforzando mucho para pagarle los estudios, y vas de sitio en sitio haciendo lo que cualquier extraño te pide que hagas para poder pagar la deuda de tu padre, pero ¿no quieres aceptar un dinero que te pertenece en derecho? Eres increíble, pequeña.
—Yo misma se lo diré a la abogada.
—Demasiado tarde. Ya le he dicho que redacte un documento formal para dividir la empresa en tres partes. Pronto, tú y Maddy vais a ser unas mujeres muy ricas, pero tendrán que pasar entre seis meses y un año para que se cumplan las condiciones dispuestas en el testamento, y después ambos tendremos que cederle una parte a Maddy.
—Pero Jackson no era mi padre. ¿Por qué iba a corresponderme nada? Divídela entre vosotros dos.
Él sacudió la cabeza con vehemencia.
—Eso no era lo que mi padre quería. Él sabía quién eras tú, sabía que no eras suya, y quiso dejarte la mitad de la empresa de todos modos. De haber sabido que Maddy era suya, estoy absolutamente convencido de que la habría dividido entre los tres. Ésa es la clase de hombre que era. El honor y la familia lo eran todo para él.
—No vas a cambiar de parecer, ¿verdad? —respondí.
—No.
—¿Siempre eres así?
—¿Así, cómo?
—Mandón, obstinado, reacio a entrar en razón. —Una lenta sonrisa se dibujó en mis labios, a pesar de que no lo pretendía.
Max también sonrió, se sentó en la cama y me cogió la mano.
—En lo que respecta a mi familia, no te haces una idea.
El timbre del teléfono me despertó de un sueño profundo. Era la clase de sueño que uno tiene después de haberse tomado un par de Benadryl. Cogí el móvil a tientas y contesté sin mirar siquiera quién llamaba. Seguramente fuera tía Millie. Le había enviado un mensaje para decirle que me mandara los datos del siguiente cliente, pero que me dejara pasar unos días en Malibú antes de partir. Ella había accedido, y yo ni siquiera me había molestado en ver quién era mi próximo cliente. Me daba igual, pero seguramente me estaba llamando para ver si estaba todo bien al respecto, ya que cogía el avión de regreso a Malibú al día siguiente. Maddy volvía con Matt a Las Vegas ese mismo día en el avión privado de Maxwell, sabiendo que tenía un hermano, que estaba a punto de ser rica y que el hombre que la había criado no era su padre biológico.
—Hola…, ¿hablo con Mia Saunders? —oí que decía una voz nasal en mi estado somnoliento.
Me aclaré la garganta.
—Eh…, sí. Soy Mia Saunders. ¿Quién es usted?
—Soy Wilma Brown, de la Clínica de Reposo Kindred de Las Vegas, en Nevada.
Me incorporé como si acabaran de echarme un jarro de agua fría por encima.
—¿Qué le pasa a mi padre? —pregunté a toda prisa. Necesitaba oír que estaba bien.
—Señorita Saunders, me temo que su padre ha empeorado. Ha contraído una infección vírica que le ha afectado al sistema nervioso. Por desgracia, no disponíamos de ninguna historia clínica previa, ya que su padre no se había sometido anteriormente a muchos tratamientos, y le administramos el antibiótico más potente del que disponemos para combatir la infección.
«Ay, no, ay, no.» Su tono me indicaba que la cosa era muy grave. Grave de cojones.
—Pero ¿estará bien? —pregunté.
—Lo lamento, señorita Saunders, pero el antibiótico le ha provocado una reacción alérgica. Sufrió varias convulsiones antes de que pudiésemos administrarle medicación adicional para contrarrestar los ataques y la reacción anafiláctica, pero resultó ser también alérgico al anticonvulsivo y ha entrado en parada cardíaca.
Se. Le. Ha. Parado. El. Corazón.
Se le ha parado el corazón.
Se le ha parado… el corazón.
Daba igual la cantidad de veces o de formas diferentes que esa frase se repitiera en mi cabeza, todas y cada una de ellas me dejaban sin aliento.
—¿Señorita Saunders? Está vivo, pero está en estado crítico. La cosa no pinta bien. Lamento decirle esto, pero está muy grave. Usted y su familia deberían venir cuanto antes.
—¿Qué?
La última vez que lo visité estaba bien. Maddy acababa de decirme que tenía muy buen aspecto, que los médicos no entendían por qué no se había despertado aún.
—Puede que no le quede mucho tiempo. Tienen que venir pronto si quieren despedirse.
—Gracias. Cogeré el próximo vuelo. Por favor, hagan todo lo que puedan —rogué.
—Lo haremos. Adiós, señorita Saunders.
«Estado crítico. No pinta bien. Venir pronto. Despedirse.»
Cerré los ojos; las palabras flotaban por debajo de mis párpados como la información que se desplaza en la parte inferior de los canales de televisión de noticias.
Por muchas veces que viera las palabras y por más que las repitiera en silencio, el resultado era siempre el mismo. Mi padre se estaba muriendo.