6
Los ojos verde amarillento de Blaine brillaban. Eran los mismos ojos que había visto en el pasado cada vez que me besaba, me tocaba y me hacía el amor. La conversación que acabábamos de tener, esa que me había hecho querer acurrucarme en posición fetal y morirme…, a él lo había excitado. Joder, a ese tío le encantaba tener poder sobre las personas y las cosas. Lo ponía cachondo.
—¿Y bien? ¿Qué me dices?
Me humedecí los labios, bebí un buen trago de vino y dejé que me quemara la garganta como si fuera ácido. Me quedé mirando el lago y reflexioné sobre mi dilema. Podía acabar con todo eso fácilmente dejando que me follara. Lo había hecho antes. Y él era bueno en la cama, siempre lo había sido. Era entregado, cariñoso, y siempre se preocupaba de que yo también disfrutara. Podía beberme un par de botellas de vino y dejar que se saliera con la suya conmigo, y todo eso terminaría de una vez por todas.
—Si dejo que me tengas una noche, ¿darás por saldada nuestra deuda, soltarás a Ginelle y dejarás en paz a mi familia, incluido a mi padre?
Los labios de Blaine formaron una sonrisa petulante. Si con eso hubiera cambiado algo, le habría dado un puñetazo en esa cara de engreído que tenía para que todo el mundo viera el asco que me daba. Bebió un poco de vino y emitió un gemido de cavilación. De repente, sentí un escalofrío en la espalda y se me revolvieron las tripas. En su día, adoraba ese sonido, trabajaba para oír ese sonido, de rodillas, mientras veneraba su polla. Ahora, ese leve gemido era como la advertencia antes de una explosión. La pequeña luz láser roja que apuntaba al criminal antes de que las fuerzas de seguridad le volaran la cabeza como hacían en las películas.
Por fin, Blaine respondió.
—Sí. La deuda de tu padre quedará zanjada, liberaremos a tu amiga sana y a salvo y tu familia y tú dejaréis de estar en nuestro punto de mira. —Blaine me miró el pecho, ladeó la cabeza y se relamió—. Estoy deseando saborear tu coño y oírte gritar cuando use mis dientes y mi lengua en ese dulce botón. Será música para mis oídos.
Inspiró aire entre dientes. Tenía los ojos nublados de deseo, y habría apostado lo que fuera a que se le había puesto la polla dura como una piedra sólo con imaginarse todas las cosas que me haría. El único problema era que yo no reaccionaba de la misma manera. Antes me ponía oírlo decirme cosas guarras. Antes. Pero ahora no. Siempre me había mojado las bragas cuando un hombre me decía obscenidades, y Blaine lo sabía mejor que la mayoría. Era algo que me ponía a cien. Pero, ahora, él era el hombre equivocado, con la voz equivocada.
Sacudí la cabeza cuando me vinieron a la cabeza imágenes de Wes y de mí retozando en su cama, riéndonos, disfrutando el uno del otro de un modo que jamás había vivido con nadie. Recuerdos de nosotros haciéndolo con imperiosa urgencia contra la pared hasta que los dos perdíamos la razón. O de cuando pasábamos horas usando nuestras bocas y besándonos mutuamente cada centímetro de nuestros cuerpos. De chupársela una y otra vez hasta que me dolía la boca y a Wes ya no podía volver a ponérsele dura. Luego, él me lo devolvía. Me provocaba tantos orgasmos con la lengua que acababa doliéndome el cuerpo y perdía el conocimiento. De hecho, después me sentía rara cuando no tenía su boca pegada a mi sexo. De las noches en Miami, donde habíamos hecho el amor y nos habíamos jurado nuestro compromiso entre susurros, con nuestras bocas pegadas. Y eso era en lo único que podía pensar. Todo se reducía a él, al hombre al que amaba, y por nada del mundo podía traicionar su confianza.
No podía hacerle eso a Wes, ni siquiera aunque la vida de Ginelle estuviera en juego. Tenía que haber otra manera. Blaine esperó con paciencia, meneando su copa de vino con dos largos dedos, como si tuviera todo el tiempo del mundo, el muy cabrón presuntuoso. ¿Por qué no me había dado cuenta de todos esos defectos antes de involucrarme tanto con él?
—Blaine, necesito un poco de tiempo para pensarlo. —Pestañeé de manera coqueta en un intento desesperado de persuadirlo.
Frunció las cejas.
—No. Vas a decidirlo ahora, esta noche.
Su tono denotaba que no era negociable. Incluso su cuerpo se había tensado visiblemente. Agarró el tallo de la copa con tanta fuerza que esperaba que se rompiera y le destrozara la palma de tal manera que necesitara puntos.
Soñar despierta sobre su destrucción no me ayudaba a pensar en el modo de evitar darle lo que quería y salvar a mi amiga al mismo tiempo.
—¿Y si añado alguna cosita a mi petición? —dije jugueteando con mi pelo, enroscándome un rizo alrededor del dedo—. Un incentivo para ti, para que me des un poco de tiempo para pensar.
Ladeó la cabeza y me miró fijamente a los ojos.
—Y ¿qué clase de incentivo sería, preciosa Mia?
—Un beso —decidí sin pensar.
A Blaine le encantaba besarme, me lo había dicho millones de veces cuando estábamos juntos. Una vez, incluso llegó a decir que podría vivir sólo de mis besos, que no necesitaba pan ni agua. Ése era mi único as. El resto de mis cartas eran un auténtico farol. Y, si lo besaba y hacía que resultara lo bastante convincente, creo que le gustaría el reto. Blaine disfrutaba de una buena cacería, y le encantaba acumular deseo antes de obtener lo que quería.
—Hummm, se te da bien negociar, preciosa Mia. ¿Cuáles son tus condiciones?
—Dos semanas, y sueltas a Ginelle esta noche, ya, de inmediato.
Frunció el ceño y su mano formó un puño.
—Y ¿cómo sé que no vas a desaparecer y a dejarme colgado?
Me eché a reír.
—Me encontrarías.
Sus ojos se iluminaron como la bola de Times Square que desciende en Nueva York para anunciar el comienzo del año nuevo.
—Además, no podría sacar a mi padre de la clínica y esconder a Maddy y al resto de mis seres queridos. Olvidas, Blaine, que conozco perfectamente tu manera de trabajar, y no existe un sitio lo bastante alejado como para huir de tus garras. ¿Me equivoco?
Se apoyó en el respaldo de su asiento y se frotó la barbilla antes de pasarse el pulgar por el labio inferior, un gesto que en su día hacía que se me mojaran las bragas al instante. Ahora, estaba más seca que el desierto del Sáhara. Su encanto, su atractivo y sus gestos seductores ya no tenían ningún efecto en mí. Ahora sólo me servía ese surfista de carácter tranquilo que hacía películas y había tomado la horrible decisión de pisar terreno desprotegido en un país tercermundista. Se me partía el corazón al pensar en Wes, pero respiré profunda y lentamente, enfriando mis motores para no averiarme. No podía permitirme grietas en mi blindaje al tratar con el diablo. Ya lloraría cuando estuviera sola, pero sabía mejor que nadie que nunca había que mostrarse débil ante el enemigo, pues éste golpeaba cuando tus puntos débiles quedaban expuestos. Jamás volvería a darle esa oportunidad.
—No, no te equivocas. Te doy una semana —repuso.
De repente sentí un alivio y una emoción tremendos. Estaba cediendo, y todo por un beso. Me entraron ganas de saltar y bailar, pero me conformé con levantar de forma imaginaria un puño victorioso.
—Hecho.
Blaine se sacó el móvil del bolsillo y yo contuve el aliento. Pulsó unos cuantos botones y se lo llevó a la oreja.
—La chica. Llévala a casa. Libérala —ordenó. Después de unos instantes, continuó—: No, no puedes tirártela. No le toques ni un pelo. Como me entere de que le ha pasado algo, será tu vida la que esté en peligro. Te doy una hora para llevarla a casa.
Pulsó con fuerza un botón de su teléfono y se lo guardó en el bolsillo de la camisa.
—Ya está. Tu amiga volverá pronto a casa.
Asentí y me terminé la copa de vino. Menos mal. Ginelle estaría a salvo. De momento.
—Disfrutaré de mi beso esta noche, cuando te deje. Después tendrás una semana para venir a mí. Mientras tanto, tu amiga será liberada y nosotros disfrutaremos del resto de nuestra cena. Come. Necesitarás fuerzas para tomar decisiones esta semana.
Cuando llegamos al hotel, Blaine me acompañó hasta la habitación.
—Dame la llave. —Extendió la mano con la palma hacia arriba.
Negué con la cabeza.
—Maddy está dentro con su prometido.
—¿No tienes tu propia habitación? —Se acercó más a mí, y yo retrocedí dos pasos, hasta que mi espalda quedó pegada contra la pared.
No era una buena posición. Quería mantener el control. De lo contrario, él podría llevar las cosas hasta un límite que no podría soportar.
—No vas a entrar —repliqué—. Recuerda nuestro trato. Sólo un beso.
Se acercó de nuevo y apoyó las manos en la pared, a ambos lados de mi cabeza. Sus ojos se habían oscurecido y habían adoptado un tono dorado. En su día me gustaba observar cómo cambiaban de color, especialmente cuando estaba cachondo. Ahora, me sentía muerta por dentro.
—Ay, mi preciosísima Mia, yo siempre recuerdo los términos de todas mis negociaciones. —Inclinó la cabeza y pude sentir su aliento en mi cara.
Cerré los ojos y pensé en Wes, en que estaba haciendo eso por Ginelle, por mi padre, por mi hermana y para conseguir tiempo, lo único que no había estado a mi favor desde que había iniciado ese viaje hacía nueve meses.
Sentí los labios cálidos y húmedos de Blaine cuando rozaron los míos de forma breve.
«Wes, perdóname…»
Realizando lentos movimientos, levanté las manos hasta la cintura de Blaine y acaricié su firme torso. Él gimió y me dio un mordisquito en el labio inferior. Le devolví el gesto mordiéndole levemente el suyo superior y chupándolo para introducirlo en el húmedo calor de mi boca. Siempre jugábamos antes de llegar a la parte buena. Blaine se pegó a mí y sentí su polla larga y gruesa contra mi cadera. Una de sus manos descendió hasta mi pecho y me lo apretó. Abrí la boca para protestar al ver que intentaba colarla por debajo. Su lengua no era vacilante. No, ése era el beso de un amante que sabía cuándo dar y cuándo tomar. Un compañero de baile familiar. Bajó la mano hasta mi cintura, me agarró del culo y tiró de él para restregarse contra mí. No pude evitarlo. Gemí. Había pasado más de un mes desde la última vez que había tenido algún tipo de alivio sexual, y aunque detestaba cada segundo que estaba pasando con él, sus movimientos y el modo en que me tocaba se estaban abriendo paso en mi cerebro hasta ese centro de placer en el que Wes habitaba.
De repente, ya no estaba besando a Blaine. Estaba devorando a Wes. Levanté las manos para atrapar sus suaves mejillas y lamí la boca de mi hombre, saboreándola, provocándola y disfrutando de la libidinosa danza de nuestras lenguas. En mi imaginación podía incluso percibir la esencia de Weston, y su masculino olor a mar me sumió en un caos de necesidad y de deseo. Meneé las caderas, hundí la lengua en su boca y me deslicé por toda la superficie de su cuerpo como si fuera una serpiente que se enroscaba alrededor de su presa.
«Wes…»
—Joder, cuánto te he echado de menos, cariño —dije en su boca.
Él gimió y sentí unas oleadas de calor que me encendían. Tenía sus manos por todas partes, por debajo del vestido, agarrándome del culo. Meneó las caderas y restregó con fuerza su erección contra mi clítoris. Sofoqué un grito de placer y levanté una pierna más alto, clavándole el tacón de aguja en la parte más carnosa de su muslo para obligarlo a pegarse más a mí.
Cerré los ojos con fuerza y monté a mi hombre con ropa, añorando su tacto, su cuerpo.
—Mia, vas a hacer que me corra. Vayamos adentro para que pueda follarte bien, o si no te arrancaré las bragas aquí mismo.
Esa voz… Ése no era…
—¿Wes? —dije. Abrí los ojos y salí al instante de mi estado de excitación.
Blaine apartó la cabeza del reguero de besos que me estaba dejando en el cuello. De repente empecé a sudar, presa del pánico, y gotas de humedad comenzaron a formarse en la línea del nacimiento del cabello mientras jadeaba para recuperar el aliento.
—¿Quién cojones es Wes?
«Oh, mierda…» Acababa de restregar mis partes femeninas por todo el cuerpo de Blaine contra la pared imaginándome que era mi novio. Se me revolvió el estómago y sentí una arcada. Estaba a punto de vomitar.
La puerta de al lado de donde estábamos se abrió. Maxwell captó la delicada situación y sus orificios nasales aletearon. Estoy convencida de que mi rostro debió de reflejar la sorpresa y el pánico que sentí al verlo allí en ese momento.
—¡Apártate de ella! —rugió Max, y le dio un empujón a Blaine en el pecho con su inmensa mano.
Éste salió volando contra la pared de enfrente.
«Mierda. Mierda. Mierda.»
Me tragué la angustiosa respuesta que tuvo mi cuerpo al darme cuenta de que había estado a punto de follarme a Blaine otra vez mientras soñaba despierta que era Wes. Joder, lo habría echado todo a perder. Wes jamás me lo habría perdonado. Una vez más, ese foso desalmado al que llamaba estómago empezó a revolverse como un ciclón en el océano.
—¿Eres Wes? —inquirió Blaine con furia.
Max se volvió de repente hacia mí.
—¿Quién es este listo?
—Eh…, mi ex, eh…, Blaine Pintero.
Blaine se colocó bien la chaqueta, se la alisó y se abrochó un botón en el centro.
—Mia y yo tenemos un pasado.
—Pues ahora vas a pasar a ser historia.
Max corrió hacia él y lo agarró del cuello en un abrir y cerrar de ojos. Para ser tan corpulento, lo cierto es que se movía muy rápido.
—¿Tú eres el cabrón que la ha estado amenazando?
—¿Amenazándola? ¿Es eso lo que estábamos haciendo, Mia? Creo recordar que estabas disfrutando de nuestro pequeño momento de intimidad hace un instante. Un minuto más y habría estallado como un petardo en el Cuatro de Julio.
«Oh, oh…»
—¡Blaine, no…! —Intenté pronunciar las palabras, pero fallé, bastante.
Antes de que pudiera detener a Max o decir algo para proteger a Blaine, mi hermano echó su brazo tamaño tronco de árbol hacia atrás y le propinó un puñetazo a mi ex en la mandíbula.
—Escúchame bien, pedazo de mierda. Estás hablando de mi hermana.
Max sacudió a Blaine contra la pared. Éste se quedó algo aturdido, pero al final parpadeó unas cuantas veces y volvió al presente. Iba a pagar por eso. ¡Mierda!
—¿Tienes un hermano? —me preguntó con unos ojos como platos.
—Pues… sí. Max, suéltalo —le pedí.
Pero pasó de mí completamente.
—¡Como vea que tocas a mi hermana otra vez, iré a por ti y te desollaré vivo con un cuchillo desafilado! —Lo levantó contra la pared y la cabeza de Blaine golpeó la superficie varias veces con un sonido sordo.
—¡Joder, tío! ¡Suéltame, monstruo de feria! —rugió Blaine con los dientes rojos de sangre.
Ya se le estaba hinchando la cara, y, la verdad sea dicha, no me sentía culpable por ello, y menos sabiendo lo que les había hecho a Ginelle y a mi padre.
—Max, en serio, estoy bien. Blaine y yo hemos llegado a un acuerdo esta noche. Estoy bien.
—¿Va a dejarte en paz?
Blaine bufó y se alisó la ropa una vez más cuando aparté a Max de él y lo coloqué delante de la puerta de nuestra habitación de hotel.
—Eh…, podría decirse que sí.
—Eso no me sirve, pequeña. ¡Quiero oír cómo lo dice este pelele! —rugió, y tensó la mandíbula.
Lo agarré del bíceps y tiré de él en un intento de hacer que volviera a la habitación, pero fue en vano. Cuando Max no quería moverse, no lo movías ni con un camión.
Blaine se sacó un pañuelo y se limpió la sangre alrededor de la boca.
—Tranquilo, grandullón. Mia y yo hemos llegado a un acuerdo, por así decirlo. Mia, te dejo con tu…, eh…, hermano. —Miró a Max de arriba abajo con cara de asco—. Recuerda: una semana. —Después se volvió y pulsó el botón del ascensor.
Las puertas se abrieron al instante, y, al cabo de dos segundos, se había largado.
Suspiré y me dejé caer sobre el quicio de la puerta.
Max se pasó la mano por el pelo.
—¿A qué coño ha venido eso? Estabas encima de ese capullo. ¿Qué pasa con Weston?
Gruñí y lo esquivé para entrar en la suite. Él me dejó pasar, pero entró conmigo. Tiré el bolso de mano, me acerqué al minibar, saqué una botella de whisky minúscula, le quité el tapón y me la bebí de un trago.
Max se apoyó en el borde del sofá.
—Ya te has tomado un trago; ahora, habla —dijo, y se cruzó de brazos para dejarme claro que no pensaba irse a ninguna parte hasta que se lo contara.
—No ha venido a nada. Lo que has visto no debería haber pasado. —Me di un poco de aire en la frente, que me ardía, y cogí otra botellita de whisky—. ¿Qué haces tú aquí, por cierto?
—Ésa es una muy buena pregunta, querida. Verás, estaba ocupándome de algunos asuntos en casa, asegurándome de que todo estuviese listo para la llegada de mi chico, cuando he recibido una llamada agitada de nuestra hermana pequeña. No paraba de repetir que algo te había asustado mucho y que estaba muy preocupada. Ha dicho que nunca te había visto tan agobiada. Así que, como hermano tuyo que soy, y el único apoyo que tienes en estos momentos teniendo en cuenta que tu hombre no está, he decidido volver pitando. Siempre tengo el avión preparado por si lo necesito.
—No deberías haber venido —repuse—. Tienes que estar con Cyndi y con Isabel, esperando la llegada de tu bebé. Te necesitan.
Arrastrando los pies como si llevara puestos un par de esquís, me acerqué al sofá y me dejé caer.
—Y me tendrán. En cuanto sepa qué sucede contigo. Maddy me ha dicho que está pasando algo y que sabe que no es bueno. ¿Por qué no me has llamado, Mia? —dijo con voz cansada y cargada con ese tono ronco y grave que había empezado a apreciar.
Su volumen y su timbre se traducían en: «Soy un hombre que se preocupa por ti, que te quiere y que haría lo que fuera para protegerte». Necesitaba eso en mi vida, y más ahora.
—Los matones de Blaine secuestraron a Ginelle. Le dieron una paliza como un modo de llamarme la atención.
—¿Por qué? Creía que tenías todo esto controlado. El mes pasado me dijiste que todo iba bien —replicó en tono acusatorio, y sus palabras me atravesaron el corazón como un cuchillo.
Invadida por la rabia, me levanté y me paseé por la habitación. Necesitaba soltar toda esa mierda.
—¡Iba bien! —grité—. Pero entonces papá empeoró. Y dejé colgado a mi cliente de este mes.
—¿Y?
—¡Pues que en mi contrato pone que, si un hombre me reserva para un mes y lo dejo tirado, soy yo la que le debe a él los cien mil dólares!
—¡Por todos los santos, Mia…! —Estaba tan angustiado como yo, aunque no era su culo el que estaba en juego.
Había estado encargándome de toda esa mierda yo sola y, hasta ahora, todo iba bien.
—Entonces, como tía Millie tuvo que entregarle al cliente el dinero que tú me habías pagado, no pude pagarle a Blaine. En octubre tendré que trabajar el mes entero antes de poder realizarle un pago, así que me estoy retrasando, y él quiere demostrar que puede hacer conmigo lo que quiera. —Los ojos se me llenaron de lágrimas, y éstas empezaron a descender por mis mejillas—. ¡Todo esto es una mierda! —exclamé, y me dejé caer sobre la silla.
Max se acercó y se sentó delante de mí, sobre la mesita de café. Al hacerlo, la madera crujió bajo su inmenso peso.
—¿Cuánto le debes?
Parpadeé y dejé que las lágrimas siguieran cayendo.
—Ahora mismo, doscientos de los grandes.
Frunció el ceño.
—¿Eso es todo?
Sacudí la cabeza.
—No, le debo los doscientos de agosto y septiembre.
—Cariño, ¿cuánto le debes en total? —Su tono era ahora suave, repleto de preocupación.
Dejé caer los hombros hacia adelante como si cargara directamente sobre ellos el dinero en pesados lingotes de oro.
—Cuatrocientos mil —respondí.
—Y ¿a qué clase de acuerdo habéis llegado?
Me humedecí los labios, sorbí por la nariz, inspiré hondo y lo miré a los ojos, esos ojos iguales que los míos.
—No te va a gustar.
—Pequeña, no me gusta nada de esto. Tú dímelo.
Lo cogí de las manos y las lágrimas fluyeron de nuevo y descendieron por mi rostro.
—Puedo pagarle los cuatrocientos mil o… —Tragué varias veces intentando empujar el nudo gigante que se me había formado en la garganta para poder hablar y admitir la realidad de lo que había considerado hacer, aunque sabía que no podía.
—¿O…? —Max me miraba con ojos amables y la boca ligeramente fruncida.
—O acostarme con él. Una noche en su cama.
Se inclinó hacia adelante y pegó su frente a la mía.
—Cariño, eso sólo pasará por encima de mi cadáver —dijo en tono firme e inflexible, cien por cien seguro de sí mismo.
Solté una risotada ante el retorcido pensamiento que se me pasó por la cabeza. Lo que Max no sabía era que Blaine era la clase de hombre que podía hacer que sucediera y sin sentir el menor remordimiento.
Mi teléfono comenzó a sonar entonces y a vibrar en mi muslo. Lo había estado llevando encima todo el tiempo, teniéndolo siempre a mano por si recibía noticias de Wes.
Miré la pantalla. Gracias a Dios. Era Ginelle.
—Gin… —respondí, desesperada por oír su voz y asegurarme de que estaba bien.
Blaine me había prometido que la soltarían y que estaría en casa en el plazo de una hora.
—Estoy en casa —fue su única respuesta antes de que se cortara la llamada.