3
Carol tuvo dificultades para ajustarse el equipo de buceo.
—¿Necesitas que te ayude, ángel? —preguntó Troy. Se le acercó y se quedó junto a ella en la semioscuridad del alba, estaba ya completamente preparado para la inmersión.
—No he llevado nada parecido a esto, desde mis primeras lecciones de buceo —protestó ella, incómoda, batallando con el anticuado equipo.
Troy le apretó el cinturón de pesos alrededor de la cintura.
—Estás asustada, ¿verdad, ángel? Yo también, mi pulso debe de latir a doble velocidad. Carol pareció finalmente satisfecha de su equipo.
—¿Sabes, Troy?, incluso después de estos últimos tres días, mi cerebro se debate intentando convencerme de que todo esto no está ocurriendo de verdad. Imagina que escribiera para los lectores: «Cuando nos preparábamos para regresar a la nave espacial…»
—¡Eh!, chicos, venid —les llamó Nick desde el otro lado de la cabina. Se acercaron a la proa del barco, Nick miraba a través del océano, hacia el este. Entregó unos prismáticos pequeños a Carol, preguntándole:
—¿Ves una luz, allá a lo lejos, a la izquierda de esa isla?
Carol apenas podía distinguir la luz.
—Sí —le contestó—, pero ¿qué hay de raro? ¿No es normal que en alguna parte del océano haya otro barco?
—Por supuesto, pero esa luz no se ha movido en quince minutos. Está ahí, quieta. ¿Por qué un pesquero u otro tipo de barco iba a…?
—¡Chisst! —advirtió Troy llevándose un dedo a los labios—. Escuchad, oigo música…
Sus compañeros se mantuvieron silenciosos en cubierta, detrás de ellos la luna se hundía en el océano. Por encima del dulce entrechocar del agua, los tres pudieron oír lo que parecía el clímax de una sinfonía, tocada por una gran orquesta. Escucharon unos treinta segundos. La música llegó al máximo, se apagó ligeramente y cesó de pronto.
—Ha sido precioso —comentó Carol.
—Y fantasmagórico —dijo Nick acercándosele—. ¿De dónde demonios procedía? ¿Habrá alguien ahí fuera probando un nuevo sistema de estéreo? Dios mío, si el sonido viaja ocho o dieciséis kilómetros será ensordecedor de cerca.
Troy estaba algo apartado y parecía concentrarse en algo. De repente, se volvió a sus compañeros:
—Sé que os parecerá una locura, pero creo que esta música es la señal de que nos zambullamos, o quizás un aviso de algo.
—Fantástico —exclamó Carol—. Es lo que nos faltaba para tranquilizarnos, como si no estuviéramos suficientemente nerviosos.
Nick le pasó el brazo por los hombros:
—Vaya, mi joven dama, no nos llores ahora después de aquellos valientes comentarios sobre esta única experiencia…
—Bien, debemos irnos —insistió Troy, impaciente, parecía ansioso y muy serio—. Precisamente estoy recibiendo el mensaje de que iniciemos la inmersión.
La solemnidad del tono de Troy cambió el estado de ánimo del trío. Los tres trabajaron en silencio sujetando las dos bolsas flotantes que contenían el plomo, el oro, y los discos de información. El cielo iba clareando a oriente, faltaban sólo unos minutos para que saliera el sol.
Mientras trabajaban, Carol se fijó en que Nick parecía un poco raro. Antes de abandonar el barco se le acercó, preguntándole a media voz:
—¿Estás bien?
—Sí, sólo trato de averiguar si me he vuelto loco. Durante ocho años he estado pensando en lo que haría si volviera a recuperar mi parte del tesoro. Y ahora me dispongo a entregarlo todo a unos extraterrestres de sabe Dios dónde. Hay mucho oro aquí para que les dure mucho a tres personas —terminó mirándola.
—Lo sé —asintió dándole un rápido abrazo—. Debo confesarte que yo también lo he pensado, pero en realidad una parte pertenece a Amanda Winchester, parte a Jake Lewis, la mayor parte al Estado… —sonrió—. Y no es más que dinero. Nada que pueda compararse a ser los únicos humanos que se han relacionado con visitantes de otro planeta.
—Ojalá tengas razón, espero no despertar mañana y darme cuenta de que he cometido una terrible equivocación. Todo este episodio ha sido tan peculiar que sospecho que mis facultades normales no funcionan debidamente. Ni siquiera sé si estos alienos son amigos…
Carol se bajó la máscara, observando:
—Jamás lo sabremos todo —le cogió de la mano—. Vamos, Nick.
Troy fue el primero en saltar y Nick y Carol le siguieron. Habían acordado antes, que Carol llevaría la linterna y conduciría al grupo. Era la de mayor movilidad del trío porque cada uno de los hombres arrastraba una bolsa. Habían pensado que podían tener dificultades para encontrar la nave y habían discutido sobre una serie de planes de contingencia para localizarla. No debieron preocuparse. A nueve metros por debajo del Florida Queen, en el punto exacto donde el jueves había estado la fisura, había una luz en el agua. Carol la señaló y ambos hombres la siguieron. Cuando se acercaron vieron que la luz procedía de un área rectangular de tres metros de altura y seis de ancho, no podían ver nada más excepto lo que parecía un tejido con una luz suave del otro lado.
Carol vaciló. Troy se le acercó nadando, al área iluminada, con la bolsa flotando detrás de él, y todo desapareció. Nick y Carol esperaron. Ella se sintió tensa, venga ahora, Dawson, pensó, es tu turno, has estado aquí antes. Respiró profundamente y nadó hacia el tejido. Sintió algo como un plástico rozándole la cara y se encontró en un túnel cubierto. Una fuerte corriente tiraba de ella hacia la derecha. Se deslizó por un pequeño tobogán de agua y fue depositada en una pequeña laguna, al fondo. Salió de la laguna y empezó a despojarse del equipo de inmersión.
Troy estaba de pie, a unos tres metros del borde de la laguna. Junto a él un vigilante le había quitado ya la bolsa, la había abierto y hábilmente separado los lingotes de los pesos de plomo y de los discos. Cuando los ojos de Carol se acostumbraron a la penumbra que la envolvía, vio que el vigilante cargaba ahora el oro sobre una pequeña plataforma puesta sobre unas bandas de oruga a cosa de medio metro sobre el suelo. Inmediatamente después, el vigilante colocó los discos y los pesos de plomo sobre otras dos plataformas. Una alfombra que, sin llamar la atención, estaba apoyada en la pared de la izquierda se levantó, activó aparentemente las bandas de debajo de las plataformas y las dirigió hacia un corredor cercano que llevaba fuera de la estancia.
Carol se quitó la máscara y el resto del equipo, se hallaba en una habitación no muy grande, parecida a las que ella y Troy ya conocían de su última inmersión. Todos los paneles curvos eran blancos y negros, había una pequeña ventana que daba, al océano junto a la pequeña laguna, a su izquierda. Los techos eran bajos y cerrados, a sólo medio metro de su cabeza, y le producían una sensación de claustrofobia. Heme aquí de nuevo, pensó. Otra vez en el país de las maravillas. Esta vez voy a tomar muchas fotografías. Fotografió la procesión de la alfombra y las tres plataformas en el momento en que desaparecían de la habitación, entonces cambió de lentes y tomó una serie de nuevos planos, del vigilante que se hallaba junto a Troy. Tenía el mismo cuerpo de amiba que el que se había enfrentado con ella el día anterior, pero sólo tenía cinco elementos salientes en su parte superior. El vigilante habría sido probablemente diseñado para este determinado trabajo de descargar al trío de los objetos.
Troy se le acercó preguntándole:
—¿Dónde está Nick?
Dios mío, pensó Carol volviéndose para mirar el tobogán y la lagunita. Casi se me había olvidado. Se recriminó por no haberle esperado. Después de todo, nunca ha estado aquí…
El gran cuerpo de Nick bajó descontrolado por el tobogán, cayendo en la laguna. La pesada bolsa cayó también detrás de él y le golpeó con fuerza en los riñones. Tropezó, cayó en el agua y volvió a levantarse. Embutido en su equipo, con los tirantes de plástico de la bolsa sujetos a la muñeca, era él quien parecía un visitante del espacio.
Carol y Troy se echaron a reír cuando Nick salió del agua.
—¡Bien, profesor! —exclamó él, acercándosele para echarle una mano—. Buena representación, es una vergüenza que no hayamos grabado esta entrada.
Nick se quitó la boquilla, estaba jadeante. Tartamudeó:
—Gracias por esperarme, compañeros —miró a su alrededor—. ¿Y qué es todo esto?
Entre tanto el vigilante se le había acercado por un lado y empezaba a tirarle de la bolsa con uno de sus apéndices:
—Un minuto, tío raro —gritó Nick dominando su miedo—. Deja que me sitúe primero.
Pero el vigilante siguió con lo suyo. Un apéndice tipo cuchillo cortó la bolsa por donde estaba sujeta a la muñeca de Nick. Luego, el vigilante cogió la bolsa entera junto con su contenido de oro y plomo, y la empujó a través de su semipermeable piel exterior. Se podía ver la bolsa intacta, junto a las rectangulares cajas de control, cuando el vigilante se volvió y atravesó apresuradamente la estancia, pasando por la misma salida que anteriormente habían usado la alfombra y las plataformas.
—Como gustes —consiguió decir Nick al ver a la extraña criatura desapareciendo con el botín. Terminó de despojarse del equipo y fue hacia Troy.
—Bien, Jefferson, tú eres el que manda aquí, ¿qué hacemos ahora?
—Pues, profesor, por lo que me figuro, nuestro trabajo aquí ha terminado. Si queréis, podemos volver a vestirnos y saltar por la ventana que ves allí. En menos de cinco minutos, volveremos a estar en el barco. Si he interpretado bien los mensajes, esta gente estará dispuesta a marcharse dentro de muy poco tiempo.
—¿Quieres decir que así se termina? ¿Qué ya está hecho todo? —preguntó Carol. Él asintió—. Ésta es la experiencia más supervalorada desde mi primer encuentro sexual —comentó ella.
Nick cruzaba la estancia, alejándose deliberadamente de la laguna y de sus dos amigos.
—¿Adónde vas? —le preguntó Troy.
—He pagado muy caro el derecho de admisión —respondió Nick—. Tengo derecho a dar una vuelta, por lo menos.
Carol y Troy le siguieron, cruzaron la estancia vacía y pasaron por una salida abierta entre dos paneles, al lado opuesto. Entraron en el corredor corto, oscuro y cubierto. Podían ver luz al otro extremo. Llegaron a otra estancia, ésta circular y bastante mayor, con el alto techo de catedral que tanto había gustado a Carol en su última visita.
La habitación no estaba vacía, en su mismo centro, frente a ellos, se alzaba un gigantesco, cerrado, y transparente cilindro, de unos ocho metros de altura y tres metros de diámetro en su base.
Una multitud de tuberías de color naranja y fundas de cable de color púrpura comunicaba al cilindro con un grupo de máquinas incrustadas en la pared verde pálido que lo llenaba y en el que flotaban ocho objetos de oro a diferentes alturas. Los objetos eran de distinta forma, uno parecía una estrella de mar, otro una caja, un tercero parecía un bombín; lo único que los objetos tenían en común era su exterior metálico, que era de oro. Estudiando el cilindro de cerca, podían verse unas finas membranas dentro del líquido, que establecían separaciones en el volumen interno y daban a cada objeto de oro, un subvolumen único.
—Está bien, genio —espetó Nick a Troy, después de contemplar el cilindro por un minuto—. Explica qué es todo esto —Carol se hallaba en el paraíso del fotógrafo, casi había agotado los ciento veintiocho clichés que solía almacenar un solo minidisco. Había fotografiado el cilindro desde todos los ángulos, incluyendo tomas de cerca de cada uno de los objetos suspendidos en el líquido, y estaba ahora fotografiando las máquinas de la pared. Dejó de hacer tomas para escuchar la respuesta de Troy.
—Está bien, profesor… —empezó Troy. Trataba de concentrarse, con la frente arrugada—. Por lo que deduzco de lo que me han estado diciendo, esta nave está en misión especial en una docena de planetas desperdigados por esta parte de la galaxia. En cada planeta, los alienos dejan una de estas cosas de oro que ves en el cilindro. Contienen pequeños embriones o semillas que han sido genéticamente preparadas para la supervivencia en un determinado planeta.
Carol se les acercó.
—¿Así que la nave va de planeta en planeta soltando estos paquetes que contienen cierto tipo de semillas? ¿Una especie de sembrador galáxico?
—Más o menos, ángel, excepto que en el contenedor hay semillas de plantas y de animales. Los robots más avanzados crían y educan esas cosas hasta que alcanzan la madurez, entonces las criaturas pueden medrar por sus propios medios, sin más ayuda.
—¿Y todo en un paquete tan pequeño? —preguntó Nick. Volvió a mirar los fascinantes objetos que flotaban en el líquido del cilindro, le gustaba su color dorado. De súbito se acordó del tridente. Imaginó millares de diminutos embriones retorciéndose dentro de su envoltura de oro y vio mentalmente el proyectado crecimiento de todos ellos en el futuro. Había algo terrorífico en esas criaturas genéticamente dispuestas para sobrevivir en el planeta Tierra. ¿Y si no fueran amistosos?
A Nick se le disparó el corazón al darse cuenta de lo que le había estado intrigando, en parte subconscientemente, desde que empezó a creerse la historia de Troy sobre los alienos. En primer lugar, ¿por qué vinieron a Tierra? ¿Qué es lo que realmente quieren de nosotros?, siguió preguntándose. Y si el tridente contiene seres extremadamente avanzados, destinados a Tierra, pensó, entonces no importa que sean o no amistosos. De todos modos acabarán con nosotros tarde o temprano.
Carol y Troy hablaban en términos generales sobre como una civilización avanzada podría utilizar semillas para colonizar otros planetas. Nick no les prestaba demasiada atención, no puedo decírselo ni a Troy ni a Carol. Si los alienos saben lo que pienso me lo impedirán. Es mejor que lo haga pronto.
—Troy —oyó decir a Carol mientras empezaba a tomar otra serie de fotografías de los objetos del cilindro—, ¿es coincidencia que el tridente que encontramos el jueves se parezca tanto a uno de esos contenedores de semillas?
Nick no esperó la respuesta de Troy.
—Perdonadme —interrumpió con voz estentórea—. Se me olvidó algo muy importante, debo volver al barco. Quedaos aquí y esperadme, vuelvo en seguida.
Salió disparado, corredor abajo, y a través de la estancia de techo bajo y la ventana al océano.
Bien, se dijo, nada va a detenerme. Sin parar siquiera para ponerse el equipo, aspiró profundamente y se lanzó al agua a través de la ventana. Tenía miedo de que sus pulmones estallaran antes de llegar a la superficie, pero lo consiguió. Subió por la escala y saltó al barco.
Nick fue inmediatamente al último cajón, debajo del montón de equipo electrónico. Metió la mano y sacó el tridente de oro. Pudo notar que el eje había engordado considerablemente, ahora era casi dos veces más grueso que la primera vez que lo había sostenido. Carol tenía razón. ¡Maldita sea!, ¿por qué no le hice caso entonces? Sacó el objeto del cajón. El sol estaba saliendo detrás de él y a la luz del alba Nick pudo ver que el tridente había cambiado en muchos otros aspectos. Pesaba más y sus púas individuales eran más gruesas y más largas. Además, había un agujero abierto en el interior blando del polo norte de la mayor de las dos esferas.
Nick lo examinó minuciosamente. De pronto, notó unos brazos que le cogían por el pecho y la parte superior del torso obligándole a soltar el tridente sobre la cubierta.
—No se mueva —una voz con ligero acento le ordenaba— y vuélvase despacio. No le haremos daño si coopera.
Nick se volvió. El comandante Winters y un marinero alto y grueso que no había visto hasta entonces estaban delante de él en traje de goma, el teniente Ramírez seguía sujetándole por detrás. Ramírez aflojó gradualmente hasta soltar a Nick y se inclinó para recoger el tridente. Se lo entregó a Winters.
—Gracias, teniente —dijo Winters. —¿Dónde están sus compañeros, William? —preguntó a Nick—. ¿Abajo, con el misil?
Al principio Nick no dijo nada. Ocurrían demasiadas cosas, y demasiado de prisa. Tenía dificultad en integrar a Winters en la escena de su retorno a la nave para devolver el tridente. Tan pronto como Nick se dio cuenta de los cambios habidos en su superficie exterior, supo con seguridad que el tridente era uno de los paquetes de semillas. Mientras, Winters estudiaba el tridente.
—¿Qué significa esto? —preguntó—. Ustedes no se han cansado de fotografiarlo.
Nick estaba calculando. Si me entretengo demasiado, Carol y Troy abandonaran indudablemente el barco, y los alienos despegarán. Respiró profundamente. Mi única salida es la verdad.
—Comandante Winters —empezó—, le ruego que escuche atentamente lo que voy a decirle, le parecerá fantástico, incluso grotesco, pero es cierto. Y si quiere venir conmigo, se lo probaré todo. El destino de la raza humana puede depender de lo que hagamos en los próximos cinco minutos —se detuvo para organizar sus ideas.
Por alguna extraña razón Winters pensó en la ridícula historia de la zanahoria que le había contado Todd. Pero la intensidad y sinceridad que veía en el rostro de Nick le convenció de seguir escuchándole.
—Adelante, Williams —dijo.
—Carol Dawson y Troy Jefferson están ahora mismo a bordo de una super avanzada nave espacial extraterrestre, directamente debajo de este barco. El vehículo alieno está viajando de planeta en planeta para depositar paquetes de seres en embrión que están genéticamente preparados para sobrevivir en un planeta determinado. Esta cosa de oro que tiene en la mano es, en cierto modo, una cuna para criaturas que más tarde se desarrollarán en la Tierra. Debo devolvérsela a los alienos antes de que se marchen, o nuestros descendientes tal vez no sobrevivan.
El comandante Winters miró a Nick como si éste hubiera perdido la cabeza. Después se dispuso a decir algo.
—No —le interrumpió Nick—. Acabe de escucharme. La nave paró también aquí porque necesitaba reparaciones. En un momento creímos que había encontrado su misil, ésta es la razón de que estemos parcialmente involucrados en todo. No sabíamos nada de las criaturas en las cunas, de modo que tratamos de ayudarles. Una de las cosas que los alienos necesitaban para sus reparaciones, era oro. Verá, sólo les quedaban tres días…
—¡Jesucristo! —gritó Winters a Nick—. ¿Acaso espera que me crea estas trolas? Es la historia más loca y más descabellada que he oído en toda mi vida. Está usted loco. Cunas, alienos que necesitaban oro para sus reparaciones… Supongo que ahora me dirá que miden seis pies de altura y parecen zanahorias…
—¿Y tienen cuatro cortes verticales en la cara? —añadió Nick.
Winters miró a su alrededor.
—¿Se lo dijo usted? —y miró al teniente Ramírez que movió la cabeza de un lado a otro.
—No —explicó Nick bruscamente al ver al comandante totalmente confuso—. Esa zanahoria no era un alieno, por lo menos ninguno de los superalienos de la nave, la zanahoria era una proyección holográfica.
El perplejo comandante Winters agitó las manos.
—No pienso seguir escuchando más estupideces, Williams. No aquí, por lo menos. Lo que yo quiero saber es lo que saben usted y sus amigos del lugar donde se encuentra el misil. Ahora ¿pasará a nuestro barco por su propia voluntad o deberemos atarle?
En aquel momento, a dos metros por encima de ellos, una criatura negra, con diez patas, parecida a una araña y con un cuerpo de diez centímetros de diámetro, anduvo sin que lo advirtieran hasta el borde de la cabina. Extendió tres antenas en su dirección, luego dio un salto y cayó sobre la espalda del teniente Ramírez. «Ayyyy» gritó el teniente durante la pausa en la conversación. Cayó de rodillas detrás de Nick y trató de agarrar aquella cosa negra que intentaba arrancarle un trozo de cuello. Durante un segundo nadie se movió. Después Nick agarró un par de pinzas del armario y golpeó aquella cosa negra una, dos, e incluso tres veces, antes de que soltara al teniente Ramírez.
Los cuatro hombres la vieron caer sobre la cubierta y correr rápidamente hacia la cuna que el comandante Winters había dejado en el suelo para ir en ayuda del teniente Ramírez; allí, encogió diez veces su tamaño y desapareció en el interior de la cuna por el agujero blanco que había en la parte superior de la esfera. A los pocos segundos, la pasta blanda se endureció y la superficie exterior de la cuna volvió a ser rígida.
Winters estaba estupefacto, Ramírez se santiguó, el marinero parecía estar al borde de un ataque de nervios.
—Le juro que mi historia es verdadera, comandante —le aseguro Nick tranquilo—. Lo único que debe hacer es bajar conmigo y verlo con sus propios ojos. Dejé mi equipo de inmersión abajo a fin de poder apresurarme para recoger esta cosa, podemos bajar con mi última botella y compartir la provisión de aire.
A Winters le daba vueltas la cabeza. La araña de diez patas era la gota que había hecho desbordar el vaso, sintió que había penetrado en la zona de Penumbra. Jamás vi ni oí nada remotamente parecido a esto en toda mi vida, pensó Winters, y solamente media hora antes he tenido alucinaciones con acompañamiento musical, puede que esté perdiendo el contacto con la realidad. El teniente Ramírez aún estaba de rodillas y parecía rezar. O tal vez esto sea, por fin, la señal que Dios me hace.
—Está bien, Williams —el comandante se sorprendió al oírse decir esto—. Iré con usted, pero mis hombres esperarán aquí, en su barco, nuestro regreso.
Nick recogió el tridente y salió corriendo para preparar el equipo de inmersión.
Carol y Troy tardaron unos segundos en reaccionar ante la precipitada marcha de Nick.
—¡Qué extraño! —comentó Carol—. ¿Qué supones que se le olvidó?
—Ni idea, pero espero que se dé prisa. No creo que esto tarde mucho en despegar y estoy seguro de que ellos nos echarán antes.
Carol reflexionó un instante y luego se volvió a mirar el cilindro:
—¿Sabes Troy?, estas cosas de oro son exactamente iguales al tridente, por fuera. Dijiste…
—No te he contestado antes, ángel —le interrumpió Troy—, pero sí, tienes razón. Es el mismo material, no me había dado cuenta, hasta que bajamos hoy, de que lo que recogimos el primer día era el paquete de semillas para la Tierra. Tal vez ellos hayan tratado de advertírmelo antes, pero no les entendiera.
Carol estaba alucinada, se acercó y apoyó la cabeza en la pared del cilindro. Parecía más de cristal que de plástico.
—Así que tenía razón cuando pensé que pesaba más y era más grueso… —observó tanto para ella como para Troy—. ¿Y dentro del tridente hay semillas para mejores plantas y animales? —Troy movió afirmativamente la cabeza en respuesta.
Ahora se notaba cierto movimiento en el interior del cilindro. Las tenues membranas que separaban los subvolúmenes parecían volverse guías que se enroscaban alrededor de los objetos de oro, individuales. Carol volvió a cargar su cámara con un disco nuevo y recorrió el exterior del cilindro en busca de las mejores posiciones para fotografiar el proceso. Troy contempló su pulsera.
—No cabe la menor duda, ángel. Estos ET estan realmente preparándose para despegar. Quizás debiéramos marcharnos.
—Esperaremos tanto como podamos —gritó Carol desde el otro extremo de la estancia—. Estas fotografías no tendrán precio.
Ambos empezaron a oír extraños ruidos detrás de las paredes. Los ruidos no eran fuertes, pero desconcertaban porque eran erráticos y absolutamente alienos. Troy paseaba nervioso mientras escuchaba aquella mezcla de sonidos. Carol se le acercó diciendo:
—Además, Nick nos pidió que le aguardáramos.
—Magnífico, siempre y cuando ellos también esperen —parecía inusitadamente nervioso—. No quisiera encontrarme a bordo cuando esa gente abandonen la Tierra.
—Venga, señor Jefferson, se supone que eres el hombre tranquilo, relájate. Acabas de decirme que piensas que nos echarán antes de irse.
Calló un instante y miró a Troy inquisitivamente:
—¿Qué sabes tú que yo no sepa?
Troy se apartó de ella y empezó a dirigirse a la salida Carol corrió tras él y le agarró del brazo:
—¿Qué pasa Troy? ¿Algo va mal?
—Mira, ángel —le dijo sin mirarla—, lo acabo de imaginar hace un minuto, y todavía no estoy seguro de lo que significa. ¡Ojalá no haya cometido un terrible…!
—¿De qué me estás hablando? No tiene sentido.
—El paquete para Tierra —logró decir—, también contiene semillas humanas junto a los insectos, los árboles, las hierbas y los pájaros.
Carol se plantó frente a Troy esforzándose por entender lo que le preocupaba tanto.
—Cuando ellos vinieron a Tierra hace muchísimo tiempo, recogieron muestras de las diferentes especies y las llevaron a su mundo de procedencia, donde las mejoraron mediante manipulación genética y las prepararon para su eventual regreso a la Tierra. Algunas de estas muestras eran seres humanos.
El corazón de Carol se aceleró al comprender lo que Troy le decía. ¿Así que se trata de eso? se dijo. Hay superhumanos dentro del paquete que encontramos. No sólo mejores flores y mejores insectos, sino mejores personas también. Pero al revés de Troy, la reacción de Carol no fue de miedo, la abrumaba la curiosidad.
—¿Puedo verlos? —preguntó excitada. Troy no la entendió—. A los superhumanos o como quieras llamarlos… —continuó— ¿puedo verlos?
Troy sacudió la cabeza.
—Son zigotos diminutos, ángel. En tu mano cabría más de un billón, no podrías ver nada.
Carol era difícil de disuadir:
—Pero esta gente dispone de una asombrosa habilidad técnica, quizás podrían… —calló—. Espera un minuto, Troy. ¿Te acuerdas de la zanahoria de la base? Era una proyección holográfica y debió haber salido de la base informativa de esta nave espacial.
Carol se apartó de él y fue al centro de la estancia. Alzó los brazos y miró al techo, a nueve metros sobre su cabeza.
—Está bien, chicos, quienesquiera que seáis —invocó en voz alta—, hay algo que yo quiero. Hemos arriesgado la piel para traeros lo que necesitábais para vuestras reparaciones, podríais darnos algo a cambio. Quiero ver cómo seremos dentro de algún tiempo… algún día…
A su izquierda, no lejos de las grandes máquinas conectadas al cilindro, dos de los paneles se apartaron para formar una entrada. Vieron luz al otro lado.
—Vamos —gritó a Troy, que admiraba sonriendo su enorme seguridad, una exaltada Carol—, veamos lo que nuestros superalienos han creado para nosotros.
Al final del corto corredor había una habitación cuadrada suavemente iluminada. En la pared de enfrente, iluminados por una luz azul que daba a todo el cuadro un aspecto surrealista, ocho niños estaban de pie alrededor de una resplandeciente maqueta de Tierra. Al acercarse Carol y Troy, reconocieron que lo que estaban viendo no era real, que se trataba simplemente de una compleja secuencia de imágenes proyectadas en el aire, frente a ellos. Pero la diáfana imagen contenía tantos y tan ricos detalles que resultaba fácil olvidar que se trataba de una proyección.
Los niños tendrían de cuatro a cinco años y todos llevaban solamente un fino taparrabos blanco que cubría sus genitales. Había cuatro niños y cuatro niñas, dos de ellos eran negros, dos blancos de pelo rubio y ojos azules, dos orientales y la última pareja, decididamente gemelos parecía una mezcla de la Humanidad. En lo que Carol se fijó inmediatamente fue en los ojos. Los niños tenían unos ojos grandes, penetrantes, brillantes e intensos que estaban fijos en la resplandeciente Tierra que tenían ante ellos.
—Los continentes de este planeta —iba explicando el niño negro— estuvieron en tiempos unidos en una sola masa gigantesca que se extendía de polo a polo. Esto fue relativamente reciente, unos dos millones de años atrás. Desde entonces el movimiento de las capas sobre las que descansan las tierras individuales ha cambiado por completo la configuración de la superficie. Aquí, por ejemplo, podéis ver el subcontinente indio desgajándose de la Antártida, cien millones de años atrás, y moviéndose sobre el océano hacia una colisión eventual con Asia. Fue esta colisión y la interacción subsiguiente de las capas, lo que levantaron el Himalaya, la montaña más alta del planeta, a su altura actual.
Mientras el niño hablaba, la maqueta electrónica de Tierra que tenía delante, iba demostrando los cambios continentales que describía.
—Pero ¿cuál es el mecanismo que causa que esas capas y masas de tierra se muevan una con otra? —preguntó la chiquilla rubia.
—¡Chisst! —murmuró Carol al oído de Troy—. ¿Cómo puede ser que todos hablen en inglés y conozcan tanta geografía de la Tierra? —Troy la miró como si estuviera decepcionado e hizo un gesto circular con las manos. Naturalmente, se dijo Carol, ya han procesado los discos.
—… entonces esta actividad provoca que dicho material sea lanzado al aire desde la capa que está debajo de la corteza de la Tierra. Eventualmente los continentes se separan. ¿Más preguntas? —el niño negro sonreía. Señaló la maqueta que tenía delante—. Esto es lo que ocurrirá a las masas de tierra en los próximos cincuenta millones de años más o menos. Las Américas seguirán moviéndose hacia el oeste, lejos de África y Europa, haciendo crecer el océano Atlántico. El golfo Pérsico se cerrará, Australia se moverá hacia el norte, hacia el ecuador, y presionará a Asia, y tanto la Baja California como el área alrededor de Los Angeles se separará de América del Norte o irá a la deriva hacia el norte del océano Pacífico. Cincuenta millones de años a partir de ahora, la ciudad de Los Angeles empezará a deslizarse hacia las Aleutianas.
Todos los niños contemplaban la esfera cambiante con suma atención. Cuando los continentes de la superficie de la maqueta dejaron de moverse el niño oriental se separó un poco del grupo, diciendo:
—Hemos visto este fenómeno de desplazamiento, que Brian ha estado describiendo, en otra media docena de planetas, todos ellos cuerpos mayormente cubiertos por un líquido. Mañana, Sherry dirigirá una discusión más detallada sobre las fuerzas interiores del planeta, que causan, en primer lugar, que el suelo del mar se extienda.
La imagen proyectada de un guardián entró en la escena por la izquierda y retiró tanto la Tierra como varios otros objetos no identificados. El niño esperó pacientemente a que el vigilante completara su tarea y continuó:
—Darla y David quieren compartir con nosotros un proyecto en el que llevan trabajando varios días. Tocarán mientras Miranda, y Justin representarán la danza que han coreografiado.
Los gemelos mixtos se volvieron entusiasmados a sus compañeros. La niña habló primero:
—Cuando al principio aprendimos sobre el amor adulto y los cambios que todos esperamos cuando pasemos la pubertad, David y yo tratamos de imaginar lo que sería descubrir un nuevo deseo más fuerte aún que los que ya conocemos. Nuestra visión conjunta se transforma en una pequeña composición musical y una danza que llamamos La danza del amor.
Los dos niños se sentaron apartados del grupo, casi al borde de la imagen, y empezaron a mover los dedos como si estuvieran tecleando sobre el suelo. Una ligera melodía sintetizada, agradable y alegre llenó la habitación. El niño rubio y la niña oriental empezaron a bailar en el centro del grupo. Al principio de la danza ambos estaban totalmente separados, ajenos uno de otro, como si cada niño estuviera absorto en sus propias actividades. El niño se arrodilló para recoger una preciosa flor, brillando su color blanco y rojo en la proyección holográfica. La niña hizo saltar una brillante pelota azul mientras bailaba. Pasado un instante, se fijó en el niño y se le acercó, tímidamente, ofreciendo compartir la pelota. El niño jugó a la pelota con la niña pero no hizo caso de nada más excepto del juego.
Esto es magia, pensó Carol al contemplar las imágenes de los niños moviéndose con gracia y perfecta precisión ante ella. Estos niños son maravillosos, pero no pueden ser reales. Son demasiado ordenados, demasiado concentrados. ¿Dónde está la tensión, la lucha? pero a despecho de sus preguntas estaba profundamente conmovida por la escena que contemplaba. Los niños actuaban en concierto, como un grupo, pasando armoniosamente de actividad en actividad. El lenguaje de su cuerpo era abierto y sin temor, ninguna neurosis bloqueaba su proceso de aprendizaje.
La danza continuó, la música se hizo más profunda y el niño empezó a fijarse en su compañera, y ésta a adornarse el cabello con sus flores favoritas para sus breves encuentros. Los movimientos del cuerpo también variaron, los saltos ágiles y exuberantes del principio daban lugar a sutiles movimientos dirigidos a despertar y jugar con la naciente libido. Los pequeños bailarines se tocaban, se apartaban, y volvían a unirse en un abrazo.
Carol estaba arrobada. ¡Qué distinta habría sido mi vida, se dijo, si hubiera conocido todo esto a los cinco años! Recordó a su amiguita rica, Jéssica, de laguna Beads, a quien había visto alguna que otra vez en los años siguientes. Jéssica estaba siempre por delante, siempre tenía que ser la primera. Había tenido contactos sexuales con chicos antes de que yo tuviera mi primer período. Y fíjate lo que fue de ella. Tres matrimonios, tres divorcios, y apenas treinta años de edad.
Carol trató de frenar su mente a fin de poder concentrarse por completo en el baile. De pronto, recordó su cámara. Acababa de hacer sus primeras fotografías de los niños cuando oyó un ruido detrás de ella. Nick se les acercaba por el corredor llevando el tridente en la mano.
Nick iba a empezar a decir algo pero Troy le hizo callar apoyando un dedo en los labios y mostrando la danza. El tempo había cambiado ahora. Los dos niños mixtos habían, por decirlo de algún modo, puesto la música en automático (parecía repetir frases anteriores pero con instrumentos adicionales de tipo más complejo) y se habían unido al niño rubio y a la niña oriental en el baile. La primera impresión de Carol antes de que Nick levantara la voz fue que el baile exploraba ahora la amistad entre la pareja y otros seres.
—¿Qué es todo esto? —dijo Nick. En cuanto habló la entera proyección se desvaneció, todos los niños, el baile y la música desaparecieron instantáneamente. Carol se sorprendió al sentirse decepcionada e incluso un poco rabiosa.
—¡Te lo has cargado todo! —exclamó.
Miró los rostros serios de sus compañeros.
—¡Cielos! —comentó levantando el tridente—, vaya recibimiento. Me juego la vida para ir en busca de esta maldita cosa y vosotros os enfadáis porque os interrumpo una película.
—Para que lo sepas, Mr. Williams —replicó Carol—, lo que estábamos viendo no era precisamente una película. En realidad, esos niños de la danza eran de la misma especie que los del tridente —Nick miró escéptico—. Díselo, Troy.
—Tiene razón, profesor. Intuimos mientras tú estabas fuera, que esto que tienes en la mano es el paquete de semillas para Tierra. Algunos de los zigotos, ahí dentro, es lo que Carol llama superhumanos, humanos genéticamente manipulados, con más capacidad que tú o que yo. Como los niños que estábamos viendo.
Nick alzó la cuna hasta sus ojos:
—También yo había llegado a la conclusión de que esto era un paquete de semillas. ¿Pero qué es esa memez sobre semillas humanas? —miró a Troy—. Lo dices en serio, ¿verdad? —Troy asintió. Los tres miraron fijamente el objeto. La vista de Carol iba del tridente a donde había estado la imagen de los superniños—. Aún no me parece posible —añadió Nick—, aunque, claro, nada lo ha sido desde el último…
—¿Qué es lo que habías olvidado Nick? —preguntó Carol—. ¿Y por qué has vuelto con esto? —no hubo reacción inmediata por parte de Nick. A propósito, te has perdido el mejor espectáculo de tu vida.
—Lo que se me había olvidado era el tridente. Mientras miraba los objetos de oro flotando en el cilindro, imaginé que nuestro tridente podía ser un paquete de semillas, y me angustió pensar que podía ser peligroso…
La súbita ampliación del volumen de una música de órgano que llenaba el corredor procedente de la gran habitación situada a sus espaldas cortó la conversación. Nick y Carol miraron a Troy que se acercó la pulsera al oído como si escuchara, y sonrió:
—Creo que éste es el aviso de los cinco minutos. Sería mejor echar la última mirada y salir de aquí.
El trío retrocedió por el corredor hasta la estancia del cilindro. Al llegar a ella, Carol y Troy se sorprendieron al ver a otra figura con un traje de goma blanco y azul, en la otra parte de la habitación. Estaba de rodillas al otro lado del cilindro.
—¡Oh, sí! —explicó Nick con una risita nerviosa—. Se me olvidó deciros que el comandante Winters ha venido conmigo…
El comandante Winters se había encontrado muy cómodo en el agua aunque no buceaba desde hacía cinco años. Nick se había movido a su aire, colocándose al lado del comandante y utilizando la boquilla de emergencia conectada al deposito de oxígeno de Winters. Pese a su sensación de urgencia, había recordado que Winters era básicamente un novato y no se había apresurado en la primera parte de la inmersión. Pero cuando Winters se negó repetidamente a seguir a Nick a la luz, bajo el océano, éste se exasperó.
Al final, Nick aspiró una profunda bocanada de aire a través de la anticuada válvula y agarró a Winters por el hombro. Con gestos había explicado al comandante que él, iba a traspasar el plástico o lo que fuera, frente a la luz, y que podía seguirle o no. El comandante, a regañadientes, le había tendido la mano y entonces Nick tiró y le arrastró inmediatamente a través de la membrana que esperaba la nave del océano.
Winters estaba aterrorizado al bajar por el tobogán del interior del vehículo. El resultado fue que estaba completamente desorientado y tuvo gran dificultad en levantarse, una vez cayó en la laguna. Nick ya estaba fuera de ella y ansioso por encontrar a sus amigos.
—Oiga —dijo tan pronto pudo llamar la atención del comandante—. Voy a dejarle ahora unos minutos —le señaló la salida a la otra habitación—. Estaremos en una gran estancia de techo alto, justo del otro lado de esta pared.
Después le dejó, llevándose el extraño objeto de oro que sacó del barco.
Winters se quedó solo. Salió cuidadosamente por un lado de la laguna y amontonó su equipo metódicamente junto con los de los demás. Miró a su alrededor observando las curvaturas de los paneles blancos y negros, también notó lo cerca que le quedaba el techo. Ahora, según Williams, dijo el comandante para sí, estoy en una parte de la nave espacial aliena que ha parado, temporalmente, en la Tierra. Hasta ahora, excepto por esa entrada tan inteligente no he tenido tiempo de analizar nada, ni veo pruebas de origen extraterrestre…
Consolado por su lógica, atravesó la habitación hacia la pared opuesta y el oscuro corredor, pero su recién descubierta sensación de paz se vino abajo al entrar en la estancia dominada por el enorme cilindro con los objetos de oro flotantes en el líquido verde pálido. Se echó hacia atrás para mirar las altas bóvedas del techo catedralicio que estaba sobre su cabeza. Después se acercó al cilindro.
Para Winters, la relación, fue instantánea. Éstos deben ser más paquetes de semillas destinados a otros mundos, pensó, perdida su lógica inflexible en un arrebato de fe. Con zanahorias de dos metros de altura y sabe Dios qué otras cosas solamente para poblar unos millones de mundos de nuestra galaxia…
El comandante anduvo alrededor del cilindro como en un sueño. Su mente repetía sin cesar lo que Nick le había dicho antes de zambullirse y la asombrosa escena que había presenciado cuando aquello parecido a una araña se había encogido para meterse dentro del objeto de oro. Así que todo es verdad. Todas esas cosas que han venido diciendo los científicos sobre la posibilidad de existencia de enormes hordas de criaturas vivientes, arriba, en las estrellas. Se quedó un instante escuchando parcialmente unos extraños ruidos detrás de las paredes. Y nosotros solamente somos unas pocas de las muchas, muchas, criaturas de Dios.
Música de órgano, parecida en timbre a la que Carol había oído cuando dejó de tocar «Noche de Paz», pero en tono distinto, empezó a dejarse oír, a distancia, en el alto techo. A Winters le recordó la música religiosa y su reacción fue instintiva. Se arrodilló frente al cilindro y juntó las manos en oración.
La música llenó la estancia; lo que Winters oía en su cabeza era la introducción a la Doxología, el breve himno que había estado oyendo cada sábado, durante dieciocho años, en la iglesia presbiteriana de Columbus, Indiana. Mentalmente, volvía a tener trece años y estaba junto a Betty con el uniforme del coro. Le sonrió y se levantaron juntos.
¡Alabado sea Dios por todas sus bendiciones!
El coro entonó la primera estrofa del himno y el cerebro de Winters fue asaeteado por una serie de recuerdos de su adolescencia y de antes, una serie de imágenes epifánicas de su inocente e ignorado acercamiento a un Dios paternal, el que tenía colgado en la pared de su cama, o en el cielo, o en la mayor parte de las nubladas tardes de verano, en Columbus. Era un chiquillo de ocho años rezando para que su padre no se enterara de que había sido él, el que había prendido fuego al solar desierto frente a la mansión Smith. Otra vez, a los diez años, el pequeño Vernon derramó lágrimas amargas mientras sostenía a su cocker muerto, Runde, entre sus brazos, y pedía al todopoderoso Dios que aceptara su alma en el cielo.
La noche anterior a la procesión de Pascua, la primera vez que Vernon le había representado en sus horas finales, arrastrando la cruz hasta el calvario, el Vernon de once años no había podido dormir. A medida que pasaba la noche, el niño empezó a sentir pánico, empezó a temer que se quedaría en blanco y no recordaría su guión. Pero al fin supo lo que tenía que hacer. Había buscado debajo de la almohada y encontrado el pequeño Nuevo Testamento que tenía allí siempre, de día y de noche. Lo había abierto en Mateo. 28 «Id, por tanto, y bautizad a todas las naciones…»
Le había bastado y entonces Vernon rezó para que le viniera el sueño. Su Dios, amigo y paternal, había enviado al niño una imagen de sí mismo en una representación asombrosa en la procesión del día siguiente. Confortado por la imagen, se había dormido.
¡Qué le alaben todas las criaturas de la tierra!
Con la segunda estrofa del himno en sus oídos, el montaje mental de Winters pasó a Annápolis, Maryland.
Era ya un muchacho, en los últimos dos años de sus estudios universitarios en la Academia Naval. Las imágenes que llegaban a su cerebro procedían todas del mismo lugar, el exterior de la hermosa capillita protestante, en mitad del campus. O entraba o salía. Iba, pese a la nieve, la lluvia y el calor de finales de verano, cumpliría su promesa. Había hecho un trato con Dios, un trato de negocios por decirlo así, Tú cumples Tú parte y yo la mía. Ya no era una relación unilateral, ahora, la vida había enseñado al joven cadete de Indiana, que era necesario ofrecer algo a Dios para garantizar Su aceptación del trato.
Por espacio de dos años, Vernon asistió regularmente a la capilla, dos veces por semana como mínimo. No iba realmente a adorar: su relación era con un Dios mundano, uno que leía el New York Times el Wall Street Journal. Discutían cosas. Vernon Le recordaba que cumplía con firmeza su parte de trato y Le agradecía que Él cumpliera el Suyo, pero ni una sola vez hablaron de Joanna Carr. No importaba, todo el asunto era algo entre el alférez Vernon Winters y Dios.
¡Alabado sea Él entre todos los del cielo!
El comandante había inclinado inconscientemente la cabeza hasta casi tocar el suelo, cuando oyó la tercera estrofa del himno. En el fondo de su corazón conocía las palabras siguientes de este viaje espiritual. Primero, estaba frente a la costa de Libia, rezando horribles palabras que solicitaban la muerte y destrucción de Gadaffi y su familia. Dios había cambiado al madurar el teniente Winters, ahora era un ejecutivo, el presidente de algo mayor que una nación, un almirante, un juez, alguien remoto, pero aún accesible en tiempos de verdadera necesidad.
Sin embargo, había perdido su naturaleza de perdón, se había vuelto severo y juzgador. Matar a una niña árabe no era como prender fuego al solar vacío frente a la mansión de los Smith. El Dios de Winters le hacía ahora personalmente responsable de todos sus actos, y había algunos pecados casi más allá de todo perdón, algunas acciones tan odiosas que uno podía esperar semanas, meses o incluso años en las antesalas de Su Tribunal antes de que Él consintiera en escuchar su petición de piedad y expiación.
De nuevo recordó su desesperada búsqueda de Él después de aquella horrible noche en que, sentado en el sofá junto a su mujer, había visto el vídeo del bombardeo de Libia. Ella se había sentido tan orgullosa de él, había grabado cada sección de las noticias de la CBS que habían cubierto el ataque del norte de África, para sorprenderle con una proyección completa, el día después de su regreso a Norfolk. Fue solamente entonces cuando comprendió todo el horror de lo que había hecho. Esforzándose por no vomitar cuando la cámara mostró el sangriento resultado de aquellos misiles disparados desde sus aviones, Winters salió al aire de la noche, solo, y no regresó hasta el amanecer.
Había estado buscándole. Este rito volvió a repetirse una docena de veces en los tres años siguientes, y él volvía a salir sin rumbo, toda la noche, rezando y caminando alternativamente, en espera de alguna señal de que Él hubiera escuchado sus oraciones. Las estrellas y la luna, sobre su cabeza, habían sido magníficas en aquellas noches… pero no le habían concedido perdón, no habían podido traer paz a su alma atormentada.
¡Alabado sea el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo!
Y así Dios se hizo oscuridad y vacío para el comandante Winters. Después en las raras ocasiones en que rezaba, ya no consiguió ninguna imagen mental de Dios, ni una sola imagen de Él. Sólo había negrura, oscuridad, vacío. Hasta ahora. Arrodillado allá fuera, junto al cilindro, oyó la última frase de la Doxología y pidió a Dios que perdonara sus dudas, su deseo de Tiffani Thomas, y su falta general de dirección; hubo una explosión de luz en la visión mental de Winters. Dios le estaba hablando. ¡Por fin Dios le había mandado una señal!
No era la señal que Winters había estado buscando, ni tampoco una prueba de que Él le hubiera perdonado por fin, y aceptado su penitencia, sino algo mucho, mucho mejor. La explosión de luz en la mente de Winters era una estrella, un horno solar forjando helio del hidrógeno. Y su cámara mental retrocedió rápidamente. Vio planetas alrededor de la estrella y signos de inteligencia en algunos de los planetas. A distancia, había otros planetas y otras estrellas, billones de estrellas solamente en esta galaxia, y después de inmensos vacíos entre las galaxias, más colecciones de estrellas y de planetas y de criaturas vivientes cubriendo inexplicables distancias en todas direcciones.
El cuerpo de Winters se estremeció de alegría y sus ojos se llenaron de lágrimas cuando comprendió cuán completamente había escuchado Dios sus oraciones. No solamente había Él revelado a Winters que estaba perdonado; no, este Señor de todo lo imaginable, cuyo dominio abarcaba sustancias químicas elevadas a la consciencia, en millones de mundos en un vasto e inimaginable universo, este Dios que era realmente omnipotente y omnipresente, había ido más allá de las oraciones. Había mostrado a Winters la unidad en todo, no Se había limitado a los problemas de un individuo, de un pequeño e insignificante planeta azul orbitando un vulgar sol amarillo, en una de las espirales de la galaxia de la Vía Lactea; había mostrado también a Winters cómo las especies y su conjunto de inteligencia y espiritualidad estaban conectadas a cada parte de cada átomo de Su gran dominio.
Al cruzar la habitación en dirección a Winters, Nick sintió como los ruidos intermitentes, detrás de las paredes, aumentaban en volumen y frecuencia. Al lado del cilindro y cerca de una de las grandes máquinas de apoyo, se abrió una puerta, y dos alfombras, moviéndose como una oruga, entraron en la habitación. Iban inmediatamente seguidas de dos vigilantes y cuatro plataformas sobre cremallera que transportaban montones de estacas y material de construcción. Cada uno de los vigilantes empujó dos plataformas a una esquina de la estancia, donde empezaron a construir puntales de anclaje para el cilindro.
Las dos alfombras se encararon con Nick en el centro de la habitación, se alzaron sobre su extremo y se inclinaron en dirección a la salida al océano.
—Nos están diciendo que es hora de irnos —explicó Carol, acercándose con Troy a donde estaba Nick.
—Lo comprendo —respondió éste—. Pero aún no estoy dispuesto a irme —se volvió a Troy—. ¿Tiene este juego una tecla X, acaso? Me vendría muy bien disponer de tiempo.
Troy se echó a reír.
—No lo creo, profesor. Aquí no hay forma de salvar el juego y empezar de nuevo.
Nick parecía sumido en sus reflexiones. Las alfombras siguieron avisando.
—Venga, Nick —dijo Carol cogiéndole del brazo—. Vayámonos antes de que se enfaden.
Inesperadamente, Nick se adelantó hacia una de las alfombras y le tendió la cuna de oro.
—Toma, llévate esto y ponlo con los demás, allí, en el cilindro donde debe estar.
La alfombra se hizo atrás y se torció de un lado a otro, luego volvió a ponerse vertical y señaló a Nick.
—No necesito una pulsera para interpretar el gesto —observó Troy—. La alfombra te está diciendo claramente que te lleves el tridente otra vez al barco.
Nick inclinó la cabeza y estuvo un momento silencioso:
—¿Es éste el único? —preguntó a Troy, que no entendió la pregunta—. ¿Es el único paquete de semillas para la Tierra?
—Creo que sí —contestó Troy tras cierta vacilación, mirándole con expresión desconcertada.
Entre tanto el nivel de actividad había aumentado sustancialmente. Mientras el comandante Winters se acercaba al trío en medio de todo aquel jaleo, los vigilantes y plataformas construían activamente en las esquinas, un equipo móvil podía oírse claramente detrás de las paredes y la música de órgano se hacía más fuerte y un poco amenazadora. Además, una bolsa gigante y forrada de algún material blando y flexible, se había desplegado sobre ellos desde el techo, y bajaba despacio sobre el cilindro. El comandante Winters miraba a su alrededor con no disimulada sorpresa. Todavía serenamente satisfecho por la belleza e intensidad de su epifanía, no prestaba demasiada atención a la conversación que se desarrollaba junto a él.
—Deben llevarse esta cosa —insistían Nick a Carol y Troy—. ¿No os dais cuenta? Es mucho más importante ahora que sé que hay semillas humanas dentro, nuestros hijos no tendrían ninguna oportunidad.
—Pero eran tan guapos, tan listos —recordó Carol—. Tú no les viste como nosotros, no puedo creer que esos niños pudieran hacer daño a nadie ni a nada.
—No pensarían destruirnos —alegó Nick—, ocurriría así.
Las alfombras empezaron a saltar.
—Ya lo sé, ya lo sé —protestó Nick, volviendo a tenderles la cuna—. Queréis que nos vayamos, pero primero, por favor, escuchadme. Os hemos ayudado, ahora os pido que nos ayudéis. Tengo miedo a lo que puede haber en este paquete, miedo de que pueda desequilibrar la delicada estabilidad de nuestro planeta. Nuestro progreso, como especie, ha sido lento, a trancas y barrancas, con casi tantos pasos atrás como adelante. Lo que haya aquí puede amenazar nuestro futuro desarrollo, o tal vez, detenerlo para siempre.
La actividad continuaba imparable. No hubo reacción visible al discurso de Nick por parte de las impacientes alfombras, que ahora iban y venían desde la salida, por si los tontos humanos seguían sin entender su mensaje. Nick miró a Carol, suplicante, y ella le devolvió la mirada sonriendo. Pasados unos segundos se le acercó y le tomó la mano, sus ojos se encontraron cuando empezó a hablarle y Nick vio una nueva expresión, algo parecido a admiración, en su mirada.
—¿Tiene razón, sabéis? —dijo Carol en dirección a la pareja de alfombras—. No habéis pensado bien y con cuidado en las consecuencias de vuestra misión. Tarde o temprano vuestros embriones y los humanos que ya están en el planeta interactuarán y habrá una catástrofe. Si el depósito de semillas se encuentra en el inicio del desarrollo de vuestros superhumanos, estoy segura de que los terrícolas se sentirán empujados a destruirlo. ¿Qué otra posible reacción podrían tener? La magnitud de la amenaza puede no ser conocida del todo, pero es fácil reconocer que esas criaturas, genéticamente creadas por los superalienos, podrían plantear un problema gigantesco a la especie nativa de este planeta.
Troy estaba justo detrás de ellos escuchando atentamente lo que decía la joven. A su alrededor continuaban los preparativos para el despegue. Los vigilantes y las plataformas habían terminado su trabajo de instalación de las dos parejas de puntales que se conectarían al cilindro durante el despegue, para minimizar las vibraciones. Las doradas cunas flotantes en el cilindro ya no se veían, la cubierta había bajado casi hasta el suelo.
—… así que a menos que vuelvan a quedarse con este paquete dorado, para dejarlo en otro mundo donde quizás no haya aún inteligencia, habrá muertes innecesarias. O sus semillas perecerán antes de madurar, o los nativos humanos como nosotros serán eventualmente tragados, si no muertos directamente, por los seres más capaces que habéis creado. No parece que sea una recompensa justa por nuestro esfuerzo en beneficio vuestro.
Carol se calló para contemplar cuatro extrañas cuerdas tenderse desde arriba al fondo del cilindro, retorcerse en el aire y terminar anudadas a los puntales de las esquinas de la estancia. La agitación de las alfombras iba en aumento. Los dos vigilantes acabaron de supervisar sus trabajos anteriores al despegue, se volvieron bruscamente hacia los cuatro humanos y se movieron en su dirección.
Carol estrechó con más fuerza la mano de Nick.
—Puede que sea cierto que nuestro desarrollo natural es lento y no del todo satisfactorio —prosiguió con voz asustada por el miedo a los vigilantes que se les acercaban rápidamente—, y es cierto que nosotros los humanos cometemos errores, tanto como individuos como en grupo. No obstante, no podéis pasar por alto el hecho de que este imperfecto proceso nos ha producido, y que hemos tenido suficiente previsión, o compasión, o como queráis llamarlo…
—Espera —gritó Troy. Agarró el tridente de la mano de Nick y saltó directamente hacia uno de los amenazadores vigilantes. Se encontraba a sólo unos centímetros de distancia de sus dos apéndices giratorios, amenazadores, con instrumentos cortantes en los extremos—. ¡Basta! —volvió a gritar. Toda actividad cesó milagrosamente. Las alfombras y los vigilantes se quedaron inmóviles, los ruidos de la pared cesaron, incluso la música de órgano se silenció.
—De todos nosotros —dijo Troy en voz alta y clara, con la cabeza echada hacia atrás y mirando el techo—, sé mejor que nadie cuál es vuestra misión y todo lo que voy a perder por recomendaros que abandonéis este programa; pero estoy de acuerdo con mis amigos.
Troy se quitó la pulsera y dramáticamente la metió junto con la cuna dentro del vigilante. Le pareció como si metiera la mano dentro de un caldero de masa de pan caliente. Dejó ambos objetos y retiró la mano. El vigilante no se movió, la pulsera y la cuna permanecieron donde Troy los dejó, dentro de su cuerpo.
—Desde el primer momento me di cuenta de que la pulsera que me entregasteis me proporcionaba ciertos poderes especiales, talentos que no eran naturalmente míos. Comprendí, sin saber especificarlo, que habría una sustancial y continuada recompensa por haberos ayudado. Y creí que por fin, por fin, Troy Jefferson sería alguien especial en este mundo.
Pasó por delante del asombrado comandante Winters, que seguía los acontecimientos con plácida indiferencia, y fue junto a Nick y Carol. La estancia estaba en absoluto silencio.
—Cuando mataron a mi hermano Jamie —dijo en voz baja—, juré que haría lo necesario para dejar mi huella en la sociedad. Durante los dos años que anduve por el mundo, pasé la mayor parte de tiempo soñando. Mis sueños terminaban todos igual, iba a descubrir algo nuevo y estremecedor y hacerme, de repente, rico y famoso.
Troy dio un beso rápido a Carol, le guiñó el ojo y declaró:
—Te quiero, ángel, y a ti también profesor —Troy se volvió entonces hacia el cilindro cubierto—. Cuando salí de aquí el jueves por la tarde, estaba tan excitado que me costaba contenerme. Iba diciéndome: Vaya, Jefferson, ya lo tienes. Vas a ser el hombre más importante en la historia de este puñetero mundo.
Calló un instante:
—Pero en estos últimos tres días he aprendido algo muy importante, algo que la mayor parte de nosotros probablemente no tenemos nunca en cuenta. Es que el proceso es más importante que el resultado final. Lo que es esencial y valioso es lo que se aprende mientras sueñas o planeas o trabajas hacia una meta, no la consecución de la meta en sí. Y por esto es por lo que vosotros vais a hacer ahora lo que mis amigos han pedido.
—Sé lo que vosotros, ET, habéis tratado de explicarme en estos últimos minutos a través de la pulsera que me regalasteis para toda la vida, que los nuevos humanos que estabais depositando aquí nos conducirían a nosotros, seres primitivos, a una era nueva y maravillosa. Puede que fuera verdad, y estoy de acuerdo en que necesitamos algo de ayuda, que nuestra especie está cargada de prejuicios, egoísmo y todo tipo de problemas. Pero no podéis proporcionarnos respuestas. Sin el beneficio de la lucha por mejorarnos, sin el proceso de superación de nuestra propia debilidad, no habrá cambio fundamental en nosotros, viejos humanos. No nos haremos mejores, nos volveremos ciudadanos de segunda clase, acólitos en un futuro, de vuestra visión y propósito. Así que llevaos a vuestros humanos perfectos y dejadnos conseguirlo solos. Merecemos la oportunidad.
No hubo ningún movimiento en la estancia después de que Troy hubo terminado. Luego, el vigilante que estaba frente a él, se hizo a un lado y empezó a moverse. Troy se preparó para un ataque, pero el vigilante se movió en dirección a la salida, junto al cilindro. La pulsera y la cuna seguían visibles dentro de su cuerpo.
—Está bien, socios —gritó Troy, feliz. Nick y Carol se abrazaron. Troy tomó de la mano al comandante Winters. Mientras se iban, los cuatro se volvieron para contemplar por última vez la gran cámara. En esta visión final, cada uno de ellos vio la estancia en los términos de su propia y asombrosa experiencia. Los ruidos habían amenazado de nuevo tras las paredes. Y las alfombras, vigilantes, y plataformas iban saliendo de la habitación por la puerta de al lado del cilindro cubierto.
Llevaban solamente tres o cuatro minutos a bordo cuando el mar se hizo de pronto turbulento bajo ellos. Los cuatro estaban sorprendentemente silenciosos. Un frustrado teniente Ramírez paseaba por cubierta tratando de conseguir que alguien le contara lo que había ocurrido allá abajo. Incluso el comandante Winters ignoraba virtualmente al teniente, y se limitó a sacudir la cabeza o a dar respuestas simples a todas sus preguntas.
Estaban seguros de que la nave estaba a punto de despegar. No se dieron cuenta de que primero iba a deslizarse suavemente lejos de su área, para no envolverles en una ola gigantesca, antes de romper el agua y dirigirse al cielo. El mar siguió agitado unos minutos. Todos ellos vigilaban el océano en busca de una señal del vehículo.
—¡Miren! —gritó el comandante Winters excitado, señalando un gigantesco pájaro plateado que se elevaba hacia el cielo a unos cuarenta y cinco grados de distancia del sol de la mañana. Su ascensión fue inicialmente lenta, pero a medida que se elevaba iba acelerando su ritmo velozmente. Nick, Carol y Troy se apretaron las manos mientras admiraban el imponente espectáculo. Winters se acercó al trío. A los treinta segundos la nave había desaparecido por encima de las nubes. No habían oído ningún ruido.
—¡Fantástico! —dijo el comandante Winters.