6

La luz de aviso de Nick funcionaba cuando éste llegó a su casa después de la visita a Amanda y del encuentro con Greta. Guardó la bolsa con el tridente en el armario y conectó el contestador automático. En el pequeño monitor apareció Julianne. Nick sonrió para sí, siempre grababa sus mensajes, por pequeños que fueran, en vídeo.

—Lamento tener que comunicarte, Nick, que tus clientes de Tampa para mañana y el domingo han llamado para cancelar la salida. Según ellos oyeron un parte meteorológico que anunciaba tormentas. De todos modos, no lo has perdido todo porque te quedas con su depósito. —Calló un instante—. A propósito, Linda, Corinne y yo vamos a ir a «Sloppy Joe» esta noche para oír a Angie Leatherwood. ¿Por qué no te acercas y nos vemos? Hasta te invitaría, quizás, a una copa.

Mierda, se dijo Nick, necesitaba el dinero. Y Troy también. Maquinalmente marcó el nombre de Troy en el pequeño teclado junto al teléfono y esperó a que levantara el auricular y conectara el vídeo.

—Hola, profesor. ¿Qué demonios haces en un día tan precioso, en el trópico? —Troy estaba de buen humor, como de costumbre. Nick no podía comprender cómo alguien podía estar de perpetuo buen humor.

—Tengo malas noticias y peores noticias, amigo. Primero, Amanda dice que nuestro tridente es moderno y que está casi segura de que no forma parte de ningún tesoro antiguo. Por mi parte, aún no estoy convencido del todo. Segundo, y más importante por lo inmediato, nuestro viaje de mañana se ha ido al cielo. Estamos sin trabajo para el fin de semana.

—¡Uff! —dijo Troy, frunciendo el ceño—. Esto sí que es un problema. —Por un momento pareció como si no supiera que decir. Al instante el Troy normal reapareció, sonriendo animadamente—. ¡Eh!, profesor, tengo una idea, como no tenemos nada que hacer esta tarde, ¿por qué no te vienes a casa, al sanatorio Jefferson, a tomarte papas y cerveza? De todos modos tengo algo que enseñarte —le brillaban los ojos.

En cualquier otra circunstancia, Nick hubiera declinado el ofrecimiento de Troy y se habría quedado en casa leyendo Madame Bovary. Pero la mañana ya había estado cargada de emoción y se daba cuenta de que necesitaba cierta distracción. Sonrió para sí. Troy era un chico muy divertido, una tarde de alegría y cerveza le resultaba atractiva. Además, Troy había estado trabajando para él desde hacía cuatro meses y aún no habían intentado hacerse amigos. Aunque habían pasado muchas horas trabajando en el barco, todavía no había estado nunca en su casa.

—De acuerdo —se oyó aceptar—, iré. Yo llevaré la comida y tu preocúpate de la cerveza. Nos veremos dentro de veinte o treinta minutos.

Cuando Nick paró su coche delante del pequeño dúplex de madera, en uno de los sectores más antiguos de Cayo West, Troy llegaba también. Aparentemente había ido a una tienda cercana, porque llevaba una enorme bolsa de papel con seis cartones de tres botellas de cerveza.

—Esto debería servirnos para toda la tarde —hizo un guiño de saludo a Nick y le precedió hasta la puerta. Sobre ésta había un papel pegado que decía: «Profe, vuelvo en seguida. Troy». Troy arrancó el papel y buscó en la moldura encima de la puerta hasta encontrar la llave.

Nick nunca se había preguntado cómo sería el apartamento de Troy, pero seguramente nunca hubiera imaginado el cuarto de estar que encontró al entrar. La habitación estaba ordenada y amueblada al estilo que podría llamarse «de la abuelita». La serie de sofás anticuados y sillones comprados en las subastas de barrio (ninguno era del mismo color, lo que no tenía la menor importancia para Troy, que consideraba el mobiliario como una serie de unidades funcionales, y no meras piezas decorativas) estaban dispuestos en forma de gran rectángulo alrededor de una larga mesa de madera sobre la que se amontonaba ordenadamente un surtido de revistas de electrónica y vídeo. Dominando la habitación, había un magnífico sistema de sonido cuyos cuatro grandes altavoces ocupaban las esquinas, de forma que el sonido convergía en el centro de la estancia. En cuanto los dos hombres entraron, Troy fue al tocadiscos-compacto colocado encima del equipo de estéreo y lo puso en marcha. Una voz femenina, negra, bellísima, acompañada de piano y guitarra llenó la habitación.

—Es el nuevo álbum de Angie —explicó Troy tendiéndole una cerveza abierta. Había estado en la cocina y en la nevera mientras Nick miraba a su alrededor—. Su agente piensa que éste le conseguirá el premio de oro. Cartas de amor por poco lo gana, pero de todos modos le reportó más de un cuarto de millón; sin contar el dinero que ganó con su gira de conciertos.

—Recuerdo que me dijiste que la conocías —observó Nick bebiendo un buen trago de cerveza. Se había acercado a una caja, junto al estéreo, donde había sesenta o setenta discos perfectamente ordenados. En la funda vacía del disco, se veía la fotografía de una joven negra bellísima, suavemente iluminada por detrás. Llevaba un traje de noche largo, oscuro. Recuerdos de noches de encanto, era el título del álbum—. ¿Sabes algo más de la historia de Miss Leatherwood? —le preguntó a Troy—. Es una mujer magnífica, diría yo.

Troy se le acercó. Programó el tocadiscos para seleccionar ocho piezas del álbum.

—Pensé que no me lo preguntarías nunca —rio feliz—. Esta canción probablemente es la que lo explica mejor.

Nick se sentó en uno de los extraños sillones y escuchó una dulce balada, con un agradable ritmo de fondo. El título de la canción era Deja que te cuide, cariño y contaba la historia de un amante perfecto que hacía reír a la cantante tanto en casa como en la cama. Eran compatibles, eran amigos, pero no podía ofrecer más porque no tenía nada hecho aún. Así que, en la última estrofa, la mujer que canta la canción le suplica que se trague su orgullo y la deje ponérselo fácil a él.

Nick miró a Troy y puso los ojos en blanco mientras movía la cabeza.

—Jefferson —le dijo—, me desconciertas. Nunca sé cuando dices la verdad y cuando me lanzas tierra a los ojos con ambas manos.

Troy se echó a reír y se levantó del sofá, protestando:

—Pero, profesor, así resulta más interesante —se acercó a recoger el bote vacío de Nick—. ¿Te cuesta creerlo, verdad? —preguntó sin dejar de sonreír, contemplando a Nick—. ¿Es posible que tu divertido primer oficial negro ofrezca unas dimensiones que no habías advertido?

Troy se volvió hacia la cocina. Nick le oyó abrir botes de cerveza y poner las patatas fritas en un bol.

—Bueno —gritó Nick—, estoy esperando. ¿Cuál es la historia?

—Angie y yo nos conocemos desde hace cinco años —le contestó Troy desde la cocina—. Cuando empezamos a salir ella tenía diecinueve y era completamente inocente. Una noche estábamos aquí, poco después de que yo me trasladara, escuchando un álbum de Whitney Houston y Angie empezó a cantar.

Troy regresó al cuarto de estar, dejó el bol de patatas encima de una mesita y se sentó en un sillón junto a Nick.

—Lo demás, como dicen en Hollywood, es historia. La presenté al dueño de un club nocturno local y al cabo de un año ya tenía un contrato para grabar y yo un problema: era mía, pero no podía permitirme seguirla. —Troy estuvo inusitadamente silencioso durante unos segundos—. Es una mierda que tu orgullo se interponga entre tus sentimientos y la única mujer que has querido.

Nick se sorprendió al descubrir que la íntima revelación de Troy le había emocionado. Se inclinó en su sillón y le apoyó ligeramente la mano en el hombro con un gesto de comprensión. Troy cambió de tema rápidamente.

—¿Y qué hay sobre ti, profesor? ¿Cuántos corazones destrozados cuelgan en tu armario? He visto como Julianne y Corinne, e incluso Greta, te miran. ¿Por qué no te has casado?

Nick rio y bebió cerveza:

—Vaya, éste debe de ser mi día de suerte. ¿Sabes, Jefferson, que eres la segunda persona que me ha preguntado hoy sobre mi vida amorosa? Y la primera ha sido una mujer de setenta años… —Bebió otro sorbo y continuó—: Hablando de Greta. Me la he encontrado esta mañana…, pero no por casualidad. Me ha estado esperando mientras yo hablaba con Amanda. Sabía que ayer encontramos algo y quería hablarme de una asociación. ¿Sabes tú algo de eso?

—Claro —contestó Troy al momento—. Homer debió hacer que nos espiara. Anoche, cuando terminé de arreglar el barco, me estaba esperando para sacarme información. Te había visto salir con tu bolsa y adivinó, o se enteró, de que habíamos encontrado algo. Yo no le dije nada, aunque tampoco lo negué. Acuérdate de que Ellen vio a Carol y a mí en el despacho del puerto con todo ese sensacional equipo.

—Sí, claro, y tampoco esperaba mantenerlo en secreto para siempre. Sólo que yo quería encontrar más tesoro, si lo hay, antes de que esos fisgones nos siguieran en todo momento.

Ambos hombres guardaron silencio y siguieron bebiendo.

—Pero no has contestado a mi pregunta, la has esquivado —dijo Troy con una sonrisa de picardía—. El tema eran las mujeres. ¿Cómo puede ser que un hombre como tú, educado, no gay en apariencia, no tenga una compañera?

Nick reflexionó un instante. Se fijó en el rostro sincero y bondadoso de Troy y decidió arriesgarse:

—No lo sé bien, Troy —confesó gravemente—, pero creo que las alejo. Encuentro algo que falla en ellas y me sirve de excusa. A lo mejor es que se lo hago pagar de algún modo. ¿Preguntaste por los corazones desgarrados? El mayor de todos los que guardo en el armario es el mío. El mío se hizo pedazos cuando era un chiquillo por una mujer que tal vez ni siquiera se acuerda de mí.

Troy se levantó y fue al tocadiscos a cambiar la música.

—Fíjate en los dos —observó—, ambos luchando con la infinita complejidad de la especie femenina. Que Dios las mantenga para siempre locas y misteriosas y maravillosas. Y por cierto, profesor —reapareció la sonrisa característica de Troy—, he sacado este tema para prevenirte. A menos que me equivoque, la dama reportera se ha fijado en ti. Le gustan los retos, y hasta ahora sólo has emitido señales negativas. Por decir algo.

Nick saltó de su sillón en un rápido impulso:

—Voy a tomarme otra cerveza, mi buen amigo. Hasta este momento creí estar hablando con alguien sensato, lleno de comprensión. Ahora, por el contrario, descubro que hablo con un negro estúpido que piensa que «tocayo» es una palabra de amor. —Se calló mientras iba a la cocina en busca de más patatas fritas—. A propósito —gritó a Troy entre crujidos de patatas—, dijiste por teléfono que querías que viera algo. ¿Se trataba del álbum de Angie Leatherwood o era otra cosa?

Troy se le acercó cuando volvía con la cerveza:

—No, era otra cosa. Pero quería hablar antes contigo para estar seguro… bueno, la verdad es que no lo sé, para confiar en que no te burlarías de mí.

—¿De qué me estás hablando? —preguntó Nick algo confuso.

—Está aquí —contestó Troy golpeando una puerta cerrada del otro lado del vestíbulo, frente al cuarto de estar—. Es mi hijo. Llevo más de dos años trabajando en él, solo la mayor parte del tiempo…, aunque el hermano artista de Angie, Lanny, me ha ayudado en alguna cosa…, y ahora quiero que lo pruebes —sonrió—. Serás el primer probador alfa.

—¡Qué diablos…! No entiendo nada. ¿Qué es un probador alfa? —Nick arrugó la frente mientras intentaba seguir la conversación. Las dos cervezas frías en el estómago vacío le habían producido una inesperada y pequeña excitación.

—Un invento mío —contestó Troy lentamente, haciendo que cada palabra penetrara en su amigo—, es un juego de computadora. Llevo casi dos años trabajando en él, y tú serás el primer extraño que juegue.

Nick hizo una mueca, como si hubiera encontrado un fruto amargo.

Moi! —exclamó—. ¿Quieres que juegue un juego en una computadora? ¿Quieres que yo, cuya coordinación mano-ojo es casi inexistente, incluso estando sobrio, me siente a matar marcianos, o esquive bombas, o lance canicas a una velocidad que sólo los neoadolescentes pueden alcanzar? Jefferson, ¿has perdido la cabeza? Soy Nick Williams, el tipo al que tú llamas profesor, el hombre que se sienta a leer libros para divertirse.

—Está bien, muy bien. —Troy se echó a reír ante la reacción de Nick—. Serás perfecto como probador alfa. Mi juego no es de ésos de salón que ponen a prueba los reflejos, aunque en algunos momentos el ritmo sea muy rápido. Mi creación es un juego de aventura. Es un poco como una novela, excepto en que el mismo jugador define el resultado del juego. Tiendo a que lo vea mucha gente e incluyo muchas arrugas tecnológicas poco corrientes. Me gustaría ver cómo respondes tú al juego.

Troy tomó como asentimiento el gesto de Nick y abrió la puerta del que hubiera debido ser dormitorio principal de la casa. En cambio lo que encontraron los ojos de Nick fue una colección casi fantasmagórica de equipo electrónico llenando hasta el último rincón de una habitación bastante grande. Su primera impresión fue de caos total, pero después de sacudir la cabeza y parpadear un par de veces, halló cierto orden en la mezcla de teclados, monitores, cables, computadoras e infinidad de piezas sueltas. A un lado de la habitación había un sillón a unos diez pasos delante de una pantalla gigante. Entre el sillón y la pantalla, había una mesa baja con un teclado. Troy le indicó que se sentara.

—Mi juego se llama Aventura aliena —explicó Troy excitado—, y empezará tan pronto como yo pare los discos y tú estés dispuesto ante el teclado. Pero antes de empezar hay cosas que debo decirte —se arrodilló junto a Nick y señaló el teclado—. Hay tres teclas críticas que debes recordar mientras estés en el juego. Primero, la X para el reloj. Desde el momento en que empieces el juego, el reloj anda y mientras el reloj ande tú estarás consumiendo recursos vitales. Éste es el único modo de parar el reloj y recapacitar, sin pagar una multa: tocar la X te permite parar y pensar.

»Más importante que la X es la S. La S te permite comprobar o, como si dijéramos, salvar el juego. Ahora mismo no entiendes nada de lo que te digo porque no has jugado a juegos de computadora complicados, pero créeme, debes aprender a ir salvando el juego. Cuando pulsas la S, todos los parámetros del juego que estás jugando están escritos en una base de datos especial que tiene un identificador único. Después, en cualquier momento del futuro, podrás llamar al identificador y el juego volverá a empezar exactamente en el mismo punto donde lo salvaste. Este rasgo puede salvar una vida. Si tomas un camino peligroso en el juego y tu personaje acaba muriendo, es el salvador del juego el que evita que tengas que volver a empezar de nuevo.

Nick estaba asombrado. Éste era un Troy distinto al que había conocido hasta entonces. Cierto que siempre se había sentido un poco sorprendido y considerablemente impresionado por la habilidad de su segundo de a bordo para arreglar cualquier pieza del equipo electrónico del barco, pero nunca ni en su más loca imaginación hubiera podido creer que Troy dejara el barco y marchara a casa a trabajar en cosas similares y de forma mucho más creativa. Ahora, este mismo negro sonriente le había sentado en una butaca frente a una pantalla gigantesca y le enseñaba pacientemente, como a un niño. Nick estaba impaciente por ver lo que ocurriría a continuación.

—Finalmente —siguió Troy preguntando con la mirada si le seguía—, está la H o la tecla de ayuda. Cuando, sencillamente, se te haya agotado la imaginación y no sepas que hacer, pulsas la H. El juego entonces te dará unas pistas sobre cómo puedes proceder. Pero debo advertirte una cosa, el reloj sigue corriendo mientras recibes ayuda. Y hay algunas situaciones del juego, como por ejemplo durante una batalla, en que pulsar la H puede ser desastroso, porque estarás esencialmente desamparado durante el tiempo en que el juego procesa tu demanda de ayuda. H es útil cuando te encuentres en una buena situación y trates de pensar cuál va a ser tu estrategia general.

Todavía agachado a su lado, Troy entregó a Nick un pequeño bloc de espiral y le indicó que lo abriera. La primera página decía: «Diccionario de Mando». En cada página había una explicación separada, escrita legiblemente a mano, que explicaba el mando del juego que resultaría al pulsar la tecla indicada en la parte superior de la página.

—He aquí el resto de los mandos, cincuenta en total —dijo Troy—. Pero no necesitas memorizarlos, yo te ayudaré. Tú mismo los irás aprendiendo a medida que vayas jugando un rato. La mayoría de los mandos importantes se activan por una simple pulsación en el teclado aunque algunos requieren dos pulsaciones.

Nick hojeó el bloc. Se fijó en que la L activaba el mando «Mirar». Pero se necesitaba otra entrada para identificar qué instrumento debía emplearse para mirar. La 1 seguida de 1, por ejemplo, quería decir «mirar con los ojos». L8 significaba «mirar con un espectrómetro ultravioleta», fuera lo que fuera. Nick empezaba a estar abrumado y miró a su amigo que estaba ocupado haciendo las últimas comprobaciones en parte del equipo.

Troy volvió junto a la butaca y le miró a su vez.

—Bueno —le dijo—, creo que ya estás listo. ¿Alguna pregunta?

—Sólo una, mi señor y guía —contestó Nick con burlona humildad—. ¿Puedo, por favor, tomarme otra cerveza antes de que arriesgues mi hombría en algún misterioso mundo de tu creación?

La verdad es que Nick no estaba aún listo para empezar a jugar. Incluso después de que Troy eliminara tres discos compactos, hubo más actividades preliminares antes de que empezara propiamente el juego. Tenía que declarar su nombre, raza, edad y sexo, en respuesta a las preguntas que aparecieron en la pantalla gigante. Nick miró a Troy con la cabeza ladeada y una rara expresión en su rostro.

—No hagas ya más preguntas, lo verás todo claro muy pronto.

A continuación la pantalla se llenó con un precioso planeta con anillos, o lo que parecía la invención de un artista, al que le gustaba el color púrpura para representar a Saturno. La perspectiva arrancaba del polo del planeta; los anillos estaban desplegados como las diferentes secciones de un blanco de dardos. Pequeñas chispas de luz escapaban intermitentemente de estos anillos, indicando que el sol, o la estrella, o lo que fuera fuente de la luz refleja, se hallaba cerca del que miraba. Era una imagen preciosa. Un simple anuncio en letras mayúsculas, sobreimpuesto al planeta de los anillos por unos segundos, decía Aventura Aliena por Troy Jefferson, y en la habitación empezó a oírse un suave fondo de música clásica. Nick contuvo un impulso de reírse cuando oyó la voz de Troy, claramente consciente y grave, saliendo de uno de los altavoces.

La voz grabada de Troy explicaba las condiciones iniciales del juego. El aventurero se encontraba en una estación espacial en órbita polar alrededor de Gunna, el mayor planeta perteneciente a otro sistema solar, y cuyo cuerpo central era la estrella tipo-G que llamamos Tau Ceti a sólo diez años-luz de distancia de la Tierra.

—Tau Ceti tiene ocho cuerpos primarios en su sistema —explicó la voz de Troy—, incluyendo seis planetas y dos lunas.

»Los mapas del sistema están disponibles en el comisariato de la estación —continuó—, aunque algunas de las regiones figuran incompletas en la descripción del mapa. Cuando empieza tu aventura, estás durmiendo en tu camarote de la estación. Suena una alarma en tu receptor personal…

La voz se apagó y se oyó una alarma. Lo que se reflejaba en la pantalla gigante era el interior de un camarote espacial, casi seguramente tomado de alguna de las muchas películas de ciencia ficción. En la esquina de la derecha, arriba, se veía un reloj digital que cambiaba de unidad en unidad cada cuatro segundos. Nick miró desamparado hacia Troy y éste sugirió que pulsara la L. A los pocos segundos, Nick supo que podía utilizar las teclas de dirección del teclado para mirar a determinados objetos de su cabina. Cada vez que pulsaba una tecla de dirección, la imagen de la pantalla variaba para mostrar otro punto de vista. Nick se fijó en que había una figura borrosa en su pequeña televisión y siguiendo las directrices de Troy miró hasta que se aclaró.

Cuando el enfoque en la pequeña televisión de su camarote se ajustó, Nick pudo ver a una joven vestida con un traje largo y amplio, de un rojo intenso, que llegaba al suelo. Estaba allí, de pie, incongruente, en una habitación pequeña y desnuda, con sólo una cama, un pequeño escritorio y una silla dura. Un poco de luz penetraba por una ventana solitaria en lo alto de la pared, cerca del techo y detrás del escritorio. En el cristal de la ventana estaban incrustadas gruesas barras verticales.

La cámara enfocó el zoom a su cara. Nick se inclinó en su butaca.

—Pero, pero…, si es Julianne —exclamó sorprendido en el preciso momento en que la mujer empezó a hablar.

—Capitán Nick Williams —le dijo, ante su sorpresa—, usted y yo no nos hemos visto nunca, pero su reputación de valeroso y justo, es inigualada en la Federación. Soy la princesa Heather de Othen. Cuando asistía al gran baile de la inauguración del virrey de Toom, fui secuestrada por Willenes y llevada a su fortaleza del planeta Accutar. Han comunicado a mi padre, el rey Merson, que no me liberarán hasta que les ceda todos los asteroides ricos en metales preciosos, de la región de Endelva.

»No debe hacer esto, Nick —continuó la princesa, insistente, con el zoom de la cámara enfocando su rostro—, o privará a nuestra gente de su única fuente de hanna, la clave de nuestra inmortalidad. Mis informes me dicen que mi padre se está acabando, abrumado por su imposible situación. Mi hermana Samantha ha huido de Othen con una división clave de nuestras mejores tropas y una enorme provisión de hanna. No está claro si se propone liberarme o rebelarse contra el gobierno de mi padre, en el caso de que decidiera abandonar los asteroides de Endelva a cambio de mi vida. Siempre ha sido totalmente imprevisible.

»Ayer los Willenes enviaron un ultimátum a mi padre. Debe decidirse antes de un mes, o me cortarán la cabeza. Capitán Williams, por favor, ¡ayúdeme! No quiero morir. Si viene y me libera, compartiré con usted el trono de Othen y el secreto de nuestra inmortalidad. Podremos vivir eternamente como rey y reina.

La transmisión paró bruscamente y la imagen desapareció. La pantalla volvió a mostrar el interior del camarote de Nick, a bordo de la estación espacial. Nick contuvo el impulso de aplaudir y permaneció inmóvil. De un modo u otro, Troy había hecho de Julianne una princesa Heather convincente. Pero ¿cómo entró mi nombre en el guión?, se preguntó. Quería hacer preguntas pero un mensaje de advertencia cruzó la pantalla como un destello, indicando que el tiempo pasaba y el aventurero no entraba en acción. Nick encontró la tecla X y el reloj digital paró. Se volvió a Troy:

—Bien, ¿y ahora qué hago?

Con la ayuda ocasional de Troy, Nick se equipó para un viaje, encontró el camino del puerto espacial y entró en una pequeña lanzadera. Pese a las insinuaciones de Troy de que sus probabilidades de supervivencia en el «espacio abierto» eran pequeñas a menos que dedicara algo más de tiempo a examinar las otras instalaciones de la estación espacial, Nick arrancó de todos modos. Era muy divertido. Utilizó los mandos del teclado para controlar la velocidad y la dirección. Lo que veía en la pantalla concordaba perfectamente con su mando, dándole la ilusión de que realmente volaba en un vehículo a través del espacio. Vio otros muchos vehículos en el monitor, al ir maniobrando en dirección a su destino, un planeta llamado Gunna, pero ninguno de ellos se acercó a su lanzadera. Sin embargo, justo en el exterior de la esfera de influencia de Gunna, un aparato achatado se le acercó rápidamente y, sin previo aviso, le disparó una batería de misiles. Nick no pudo escapar. La pantalla se llenó del fuego de la explosión que destrozó su lanzadera. Entonces, el monitor se apagó y se quedó negro, exceptuando un sencillo mensaje: «El juego ha terminado», escrito en letras blancas en el centro de la pantalla.

—¿Hay tiempo para otra cerveza? —preguntó Nick sorprendido al descubrir que estaba decepcionado por la muerte de su protagonista.

—Ahora mismo, capitán —respondió Troy.

Anduvieron juntos hacia la cocina. Troy abrió la nevera y sacó otro par de cervezas, pasándole una a Nick. El profesor seguía absorto, pensando en el juego.

—Si recuerdo correctamente, había cuatro sectores señalados en el mapa de la estación espacial… —musitó en voz alta—. Y sólo estuve en dos de ellos. ¿Te importaría hablarme de los otros dos?

—Te perdiste la cafetería y la biblioteca —le aclaró Troy encantado de que Nick siguiera interesado—. La cafetería no es muy importante —añadió riendo—, aunque no sé que hayas ido a ninguna parte antes de comer primero. Pero la biblioteca…

—No me lo digas —le interrumpió Nick—. Deja que lo suponga. En la biblioteca puedo enterarme de todo sobre los Willenes y los Otheners, o comoquiera que se llamen, que pueden vivir eternamente, y lo que es exactamente un virrey de Toom —sacudió la cabeza—. ¡Vaya! ¡Vaya! Troy debo decirte que estoy más que impresionado. No tengo la menor idea de cómo alguien puede crear algo así. Y tengo la impresión de que sólo he arañado la superficie.

—¿Deduzco que estás dispuesto a continuar, profesor? —exclamó Troy aceptando la alabanza con una gran sonrisa—. Un consejo. Mientras estés en la biblioteca, busca en la Enciclopedia de Vehículos Espaciales a fin de poder distinguir, por lo menos, una nave hostil cuando aparezca. De lo contrario no llegarás nunca a la fase excitante del juego.

La tarde pasó muy de prisa. Nick encontró que el escape al mundo imaginario del juego de Troy era sorprendentemente relajante, precisamente el tónico que necesitaba después de la evocación matinal de Monique. Troy se dio cuenta de que Nick disfrutaba con el juego y ello le encantó. Sintió un ramalazo de orgullo creativo y el convencimiento de que su Aventura Aliena sería su pasaje al éxito renació.

En su búsqueda imposible de la princesa Heather, Nick murió otro par de veces. Una vez, cuando tomó tierra en un planeta llamado Thenia que no estaba en el mapa, un hombre negro con cabeza de lagarto se le acercó y le ordenó que se fuera, porque en Thenia no había nada salvo complicaciones. Nick hizo caso omiso de la advertencia y se alejó de la lanzadera en un «:Landrover». Escapó por un pelo a una erupción volcánica, para caer en una trampa y ser comido por un gigantesco limaco que surgió de la tierra, cerca del punto de aterrizaje de la lanzadera.

En otra reencarnación, Nick encontró a Samantha, la hermana de la princesa Heather, representada en un par de escenas por la amiga de Julianne, Corinne. En realidad, Troy había hecho que Corinne se pareciera a Susie Q. la famosa reina del porno de principio de los noventa, y gran parte de las imágenes que aparecían en la pantalla del juego estaban sacadas de su descarado clásico Placer hasta el dolor. Un hábil intercalado de nuevas y antiguas escenas daban la ilusión de encontrarse en la película con Susie Q. mientras ésta ofrecía goces sexuales más allá de toda negativa.

Samantha, alias Susie Q. alias Corinne, seducía a Nick y luego le apuñalaba con una pequeña daga mientras él yacía expectante y desnudo sobre la cama. Al llegar a este punto, los dos hombres se terminaron las cervezas. La combinación de las escenas pornográficas y el alcohol les habían llevado a una conversación descarnada y degenerada.

—¡Mierda! —exclamó Nick, tratando de convencer a Troy para que volviera a poner la escena donde una Samantha/Susie Q. desnuda se acerca a la cámara para meter el pene erecto en su boca—. Nunca, jamás, jamás había oído siquiera hablar de un juego de computadora en que casi te hacen gozar. Hombre retorcido, eres un genio, sí, lo reconozco; pero jodido y absolutamente retorcido. ¿Qué demonios te indujo a poner escenas de sexo en este juego?

—Hombre… —rio Troy pasándole el brazo por el hombro al salir dando bandazos hacia el salón—, el nombre del juego es ventas. Y aquí mismo en Pasatiempos de software (cogió un de las revistas de la mesa) dice que un setenta y dos por ciento, setenta y dos jodido por ciento, amigo mío, de toda la gente que compra juegos de computadora son varones de 16 a 24 años. ¿Y sabes lo que gusta a este grupo, además de juegos de computadora y ciencia ficción? Sexo, amigo mío. ¿No ves a cualquier jovenzuelo retirándose a su alcoba para jugar a este juego sin testigos? ¡ii yaaa! —Troy se desplomó en uno de los sillones y se golpeó el pecho.

Estás loco, Jefferson —observó Nick mirándole—. No sé si alguna vez podré quedarme solo a bordo contigo. Eres un loco confirmado. Bueno, imagina los comentarios: Aventura Aliena muestra un encuentro con Susie Q. la reina de la pornografía, en un castillo subterráneo en el esteroide Vitt. Lo que me recuerda, ¿cómo te las arreglaste para intercalar todos estos trozos de película?

—Mucho trabajo de investigación, trabajo duro, profesor —respondió Troy calmándose—. Lanny y tres de sus amigos se han pasado quizá mil horas viendo películas para mí, tratando de descubrir los clips apropiados. Y nada de esto hubiera sido posible, claro, sin los nuevos métodos de almacenamiento de datos. Ahora podemos guardar una excelente versión digital de cada película que se ha hecho en Estados Unidos, en un almacén no mucho mayor que este dúplex. He utilizado la base de datos al máximo.

Nick aplastó un bote de cerveza entre sus manos.

—Es fabuloso, realmente fabuloso. Pero no conozco el asunto del sexo. ¿Y por qué haces registrar, al principio, la raza? ¿No crees que alguien podría ofenderse? No he visto nada en el juego que estuviera basado en la información racial.

Aunque estaba algo bebido, Troy se puso momentáneamente serio, casi sombrío.

—Mira, amigo —afirmó—, sexo y raza son ambos parte de una vida. Tal vez es verdad que la gente juega a juegos de computadora principalmente para pasar el tiempo, y que preferirían no tener que enfrentarse a ciertos tópicos mientras están divirtiéndose, pero debe permitírseme cierta licencia creativa. La raza está siempre con nosotros e ignorarla me parece que sólo contribuye al problema.

Después se animó y siguió hablando:

—¡Eh!, profesor, el hombre lagarto que te avisó, en Thenia, era negro. Tú seguiste adelante pese a su advertencia. ¿Y si hubiera sido blanco? ¿Hubieras dado media vuelta y regresado a la lanzadera? Un negro jugando a este juego se encuentra con un hombre lagarto blanco en Thenia, es parte de la representación, hombre. Hay unos veinte cambios en el libreto que se basan en la nota racial.

La expresión de Nick era claramente incrédula.

—Realmente —dijo Troy de pie dispuesto a volver a la habitación donde habían jugado—, te lo enseñaré. Fíjate en cómo empieza el juego si el jugador registrado es negro.

Nick siguió a Troy hasta el cuarto de la computadora, con una curiosidad claramente aguzada. Troy puso el juego en marcha y Nick dio los datos, cambiando su raza a negra. Esta vez, cuando la imagen en su pequeño televisor apareció, ¡la princesa Heather era negra! La princesa era ahora, naturalmente, Angie Leatherwood.

—Que me ahorquen —exclamó Nick contemplando al sonriente Troy—. Es usted un tío muy inteligente, señor Jefferson.

Y salió de la estancia silbando y moviendo la cabeza. Troy apagó y le siguió.

—Bueno —empezó Nick, otra vez instalado en el cuarto de estar y sentado en el sofá—, una última pregunta y olvidemos el juego de momento. ¿Cómo metiste mi nombre? Me ha parecido impresionante.

—La idea original fue de Lanny, y se basaba en una película que había visto sobre terapia de lenguaje. Lanny tuvo a los personajes secundarios durante un día, pronunciando todos los sonidos, vocales y consonantes, en una sesión de prueba. Después reunimos todos estos sonidos en lo que se llaman técnicas de continuidad audio analíticas. —Troy se echó a reír. Se sentía bullir de felicidad y se recreaba en los cumplidos—. Pero tiene sus inconvenientes, nuestro intérprete sólo sabe leer palabras inglesas sencillas. Tendremos que suprimir el pasaje si vendemos el juego al extranjero.

Nick se levantó:

—Bueno, se me han terminado los superlativos. A propósito, ¿sois más hermanos, hermanas y demás? Me gustaría poner en guardia al resto del mundo.

—Ahora sólo quedo yo —una fugaz expresión nostálgica pasó por el rostro de Troy—. Tenía un hermano, Jamie, seis años mayor que yo. Nos queríamos mucho. Murió en un accidente de coche cuando yo tenía catorce años.

Siguió un silencio incómodo.

—Lo siento —dijo Nick impresionado de nuevo por la sinceridad de Troy. Éste se encogió de hombros y luchó contra el recuerdo.

Nick cambió de conversación. Hablaron del barco y, luego, de Homer y de su tripulación. De pronto, Nick miró el reloj y exclamó:

—¡Santo Dios!, son más de las cuatro. ¿No debíamos encontrarnos con Carol Dawson a las cuatro?

Troy saltó de su sillón.

—Claro que sí. Vaya socios que se ha mercado, la tarde entera bebiendo cerveza y jugando.

Los dos hombres se golpearon la espalda, lanzaron los botes vacíos a la basura y salieron en dirección al coche de Nick.