5
Cuando el comandante Winters volvió a su oficina después de la programada reunión con el departamento de relaciones públicas, su secretaria Dora, que leía abiertamente el periódico de Cayo West le dijo, llamando deliberadamente su atención:
—El Vernon Winters que es protagonista de La noche de la iguana en el «Playhouse» de Cayo West, ¿es alguien que conozco? ¿O hay dos iguales en esta ciudad?
Se echó a reír. Le gustaba Dora. Contaba casi sesenta años, era negra, abuela más de doce veces, y una de las pocas secretarias de la base que se enorgullecía de su trabajo. Trataba a todo el mundo, incluso al comandante Winters, como a uno de sus hijos. Simulando indignación le preguntó:
—¿Por qué no me lo dijo? Después de todo ¿y si se me hubiera pasado por alto? Ya le dije el año pasado que debía decírnoslo siempre cuando hiciera teatro.
—Me proponía decírselo Dora —dijo estrechándole la mano—, pero se me pasó. Y usted sabe que mis actividades teatrales no son precisamente del agrado de la Marina, así que no lo propague demasiado. Pero dentro de dos semanas le traeré un par de entradas para usted y su marido —miró el montón de notas y mensajes que tenía encima de la mesa.
—¿Tantas? Y sólo he estado fuera un par de horas. Nunca llueve, sino que diluvia.
—Dos son aparentemente urgentes —Dora miró su reloj—. Una tal Miss Dawson del Miami Herald, le llamará dentro de cinco minutos, y ese teniente Todd ha estado llamando toda la mañana. Insiste en que debe verle antes del almuerzo o no estará debidamente preparado para la reunión de esta tarde. Por lo visto ha dejado un largo mensaje en su comunicador de Máximo Secreto, esta mañana. De momento está furioso conmigo porque no he querido interrumpir sus visitas para enterarle del mensaje. ¿Es de verdad tan importante?
El comandante Winters se encogió de hombros y abrió la puerta de su despacho. ¿Qué querrá Todd?, pensó. Supongo que hubiera debido comprobar mi telecomunicador antes de ir a reunirme con el jefe.
—¿Metió el resto de los mensajes en la computadora? —preguntó a Dora antes de cerrar la puerta. Asintió—. Está bien, hablaré con Miss Dawson cuando llame. Diga a Todd que le veré dentro de quince minutos —se sentó ante su mesa y conectó la computadora. Activó su subdirectorio del telecomunicador y vio que sólo en esta mañana tenía tres entradas, una de ellas en la sección MÁXIMO SECRETO. El comandante Winters se identificó, introdujo la palabra clave del máximo secreto, y empezó a leer la transmisión del teniente Todd.
Sonó el teléfono. Unos segundos después, Dora le llamó para decirle que se trataba de Miss Dawson. Antes de empezar, el comandante Winters accedió a que la conversación pudiera hacerse en videófono para poder grabarla. Reconoció inmediatamente a Carol por sus ocasionales apariciones en televisión. Le explicó que utilizaba la red de comunicaciones del Aeropuerto internacional de Miami.
—Comandante Winters —le dijo sin perder tiempo—, tenemos un informe sin confirmar, de que la Marina está dedicada a la búsqueda de algo importante y secreto, en el Golfo de México, entre Cayo West y las Everglades. Su gente de Prensa y un tal teniente Todd han negado el informe y me han dicho que me comunique con usted. Nuestra fuente de información, y subsiguientemente hemos comprobado ambos hechos, asegura que hay un gran número de barcos tecnológicos navegando por el golfo y que ustedes han intentado alquilar telescopios marinos muy sofisticados al Instituto Oceánico de Miami. ¿Tiene algo que comentar?
—Naturalmente, Miss Dawson —el comandante esgrimía su mejor sonrisa teatral. Había repasado cuidadosamente la respuesta en la reunión de esta mañana con el almirante—. Es realmente asombroso cómo vuelan los rumores, especialmente cuando alguien sospecha de juego sucio en la Marina —soltó una risita—. Toda la actividad no es más que la preparación para unas maniobras de rutina, dentro de una semana. Algunos de los marinos que van en los barcos tecnológicos se sienten un poco oxidados y han querido practicar esta semana. En cuanto a los telescopios del IOM, pensábamos utilizarlos en nuestras maniobras para comprobar su valor y prevenir amenazas subacuáticas —miró directamente a la cámara—. No hay más, Miss Dawson. No pasa nada especial.
Carol observaba al comandante desde su monitor del aeropuerto. Había esperado a alguien con un imponente aire de autoridad. Este hombre tenía dulzura en los ojos, un tipo de sensibilidad que no era habitual en un oficial de carrera militar. Carol tuvo una idea repentina, se acercó a su propia cámara y dijo amablemente:
—Comandante Winters, déjeme hacerle una pregunta hipotética. Si la Marina estuviera probando un nuevo tipo de misil y, en vuelo de prueba, se desviara, posiblemente poniendo en peligro centros de población, ¿no sería probable que la Marina, alegando en su defensa razones de seguridad nacional, negara que tal cosa hubiera ocurrido?
Durante una fracción de segundo los ojos del comandante Winters vacilaron. Parecía estupefacto, pero recobró en seguida el control:
—Es difícil responder a semejante pregunta hipotética —dijo gravemente—, pero puedo asegurarle que la política de la Marina es mantener al público informado de sus actividades. Solamente cuando la información al público pudiera socavar significativamente nuestra segundad nacional, se dispondría algún tipo de censura. La entrevista tocó rápidamente a su fin. Carol había logrado su objetivo. El comandante Winters dijo para sí ¡Maldita sea!, y Dora le anunció que el teniente Todd esperaba para verle. Debí contar con esta pregunta. Pero ¿cómo lo sabía? ¿Alguien sonsacó a Todd a alguno de los otros oficiales? ¿O alguien en Washington se fue de la lengua?
Winters abrió la puerta de su despacho y el teniente Todd entró como un huracán. Con él venía otro joven y alto teniente de anchos hombros, y gran bigote, que Todd le presentó como el teniente Ramírez de la División de Inteligencia Naval.
—¿Ha leído mi mensaje? ¿Qué le pareció? ¡Dios mío!, es casi increíble lo que han hecho esos rusos. No tenía idea de que pudieran ser tan inteligentes —Todd excitado, casi gritaba dando vueltas por el despacho.
Winters observó a Todd agitándose por la habitación. Este joven teniente, pensó, tiene mucha prisa por llegar a alguna parte. Su impaciencia se escapa por todos sus poros. ¿Pero qué demonios me está diciendo de los rusos? ¿Y por qué está este fornido mexicano aquí, con él?
—Siéntense por favor —respondió el comandante indicando dos sillas frente a su mesa. Miró severamente al teniente Todd:
»Y empiece por explicarme por qué está aquí el teniente Ramírez Conoce el reglamento; se nos explicó claramente la semana pasada, a todos. Solamente oficiales, de comandantes hacia arriba, pueden autorizar pasar información sobre la base de “necesidad-de-saber”.
Todd se defendió inmediatamente contra el reproche: Comandante Winters, señor, creo que lo que tenemos aquí es un importante incidente internacional —respondió—, demasiado grande para ser manejado por proyectos especiales y sistemas de ingeniería solamente. Deje recado en su telecomunicador a las 08.30 de esta mañana para que se pusiera en contacto TPCP, porque había una nueva y significativa evolución en el proyecto FLECHA ROTA. Al no tener noticias suyas a las 10.00, aunque había intentado varias veces comunicarme por teléfono, me preocupó pensar que estábamos perdiendo el tiempo. Entonces entré en contacto con Ramírez a fin de que él y sus hombres pudieran empezar a trabajar.
Todd se puso en pie.
—Señor —volvió a empezar, cada vez más excitado—, puede que no estuviera suficientemente claro en el telecomunicador. Tenemos pruebas irrefutables de que alguien ordenó al Panther desviarse, inmediatamente después de activarse el APRS. Hemos confirmado por una búsqueda especial, manual, de los datos telemétricos intermitentes, que el contador receptor de mando enloqueció en un período de dos segundos, antes de que el misil se desviara de su ruta.
—Cálmese, teniente Todd y siéntese —Winters estaba irritado, no sólo porque Todd se había saltado alegremente a la torera el reglamento, sino también por su abierta acusación de que Winters había dejado de responder a sus mensajes. El día del comandante había empezado con una sesión con el almirante que mandaba la estación aérea. Reclamaba información sobre todo el asunto Flecha Rota. Así que Winters ni siquiera había estado en su despacho, excepto durante un par de minutos, hasta que volvió del apartamento de relaciones públicas.
Cuando Todd volvió a sentarse, Winters observó cuidadosamente:
—Ahórreme su histeria y sus conclusiones personales. Quiero que me dé los hechos, sólo hechos, pero despacio y sin prejuicios. Las acusaciones que ha hecho hace un momento son muy serias. Desde mi punto de vista, si ha saltado demasiado de prisa, a conclusiones insustanciales su capacidad como oficial puede estar en duda. Así que empiece por el principio.
Hubo un destello de ira en los ojos del teniente, luego abrió su libreta. Cuando habló, su voz era monótona, cuidadosamente modulada para librarla de toda emoción. Empezó:
—Esta mañana, precisamente a las 03.45, me despertó el alférez Andrews, que había estado trabajando gran parte de la noche en los datos telemétricos que reclamamos, tanto de la estación de Cañaveral como del barco escolta, cerca de Bimini. Su trabajo había consistido en repasar la secuencia de acontecimientos a bordo del misil Panther, por la desordenada telemetría a ser posible, y determinar si se habían sucedido a bordo acontecimientos anómalos antes de que el misil se desviara. Pensamos que de este modo podríamos tener la suerte de aislar la causa del problema.
»El alférez Andrews hizo básicamente de detective. Como sabe, el sistema de datos está comprimido por la limitada anchura de banda. Así que los paquetes de datos telemétricos salen de un modo algo artificial, significando esto que muchos datos de los valores que gobernaban el comportamiento del pájaro en el momento en que cambió de dirección, no hubieran llegado a tierra hasta varios minutos más tarde, después de que el misil se hubiera desviado y que las estaciones de seguimiento lo hubieran perdido y recuperado un par de veces.
»El alférez Andrews me mostró que en los datos intermitentes había cuatro medidas discretas tomadas del contador de recepción de mando, un simple amortizador en la software, que incrementa una unidad cada vez que un nuevo mensaje de mando es correctamente recibido por el misil. En un principio no creíamos lo que estábamos viendo. Pensamos que quizás alguien había cometido un error o que los mapas de desconmutación estaban equivocados. Pero a las 07.00 habíamos comprobado los valores de las dos estaciones de seguimiento y verificado que, en efecto, estábamos observando el canal correcto. Comandante, los 1.7 segundos siguientes a que el APRS fuera activado, el contador receptor de mando registró más de trescientos mensajes nuevos. Y entonces, el misil se desvió de su blanco propuesto.
El comandante iba escribiendo en un paquete bloc de espiral mientras hablaba Todd. Tardó casi medio minuto en terminar sus anotaciones. Luego miró a Todd y a Ramírez. Con voz cargada de sarcasmo preguntó:
—¿Debo creer pues, que sobre toda esta serie de datos es sobre lo que ustedes quieren que base su acusación a la Unión Soviética y ponga a nuestra comunidad de Inteligencia Naval en alerta? ¿O hay algo más?
Todd pareció confuso.
—¿Creen más probable —continuó Winters alzando la voz—, que los rusos conocieran la clave para la prueba de mando y transmitieran trescientos mensajes de menos de dos segundos, exactamente en el momento preciso y desde algún lugar frente a la costa de Florida, que la posibilidad de que en alguna parte del sistema 4.2 de software se haya producido un error, que aumentara indebidamente la recepción en el contador de mando? Por el amor de Dios, teniente, utilice la cabeza. ¿Ve fantasmas por la noche? Estamos en 1994. No hay tensión en la escena internacional. ¿Cree que los rusos son tan colosalmente estúpidos como para arriesgarse a ser descubiertos enviando a un misil naval, en crucero de prueba, fuera de la ruta? Incluso si, de algún modo, pudieran mandar el misil a un lugar específico para después recuperarlo y estudiarlo desmontándolo, ¿por qué correr tan terrible riesgo para tan escaso provecho?
Todd y Ramírez no dijeron nada durante la arenga del comandante. Ramírez empezaba a sentirse desagradablemente turbado. La seguridad infantil de Todd se había desvanecido y empezaba a retorcerse las manos y hacer crujir sus nudillos, distraído. Después de una larga pausa, Winters prosiguió con firmeza pero sin la exasperación de su primer discurso.
—Ayer asignamos unos determinados trabajos, teniente, que debían discutirse hoy. Vuelva a mirar en la software 4.2, sobre todo para ver si hay algún error en el interior del juego de mandos que apareciera durante las pruebas de módulo o integración. Quizás había algo en la subrutina del contador de recibo de mando que no hubiera sido corregido en el nuevo lanzamiento. Para la reunión de esta tarde, quiero que me traiga una lista de posibles modos de fallo que explicaran los datos telemétricos, excepto órdenes recibidas de una potencia exterior. Y después exponga lo que se propone hacer para analizar cada fallo y reducir la longitud de la lista.
Ramírez se puso en pie para marcharse.
—Dadas las circunstancias, comandante, creo que mi presencia aquí es, digamos, incorrecta. Ya había encargado trabajo a un par de mis hombres y puesto en marcha un trabajo de investigación para ver si había ahora o había habido recientemente actividad rusa civil o militar en el área. Había asignado máxima prioridad al esfuerzo, pero en vista de esta conversación, creo que debo suspender…
—No necesariamente —le interrumpió el comandante Winters—. Sería muy difícil para usted explicarlo, ahora. —Miró a ambos jóvenes y preocupados, tenientes—. Y no es mi deseo mostrarme vengativo e informar sobre los dos, aunque creo que ambos han obrado precipitadamente y en contra del reglamento. No, teniente, siga con su recogida de inteligencia, que eventualmente podría ser importante. No se lo tome como un caso vital. Yo aceptaré la responsabilidad.
Ramírez se dirigió hacia la puerta. Estaba claramente agradecido y dijo sinceramente:
—Gracias, comandante, por un momento creí que me lo había jugado todo. Ha sido una valiosa lección.
Winters saludó al oficial de Inteligencia e indicó a Todd, que parecía prepararse para salir, que volviera a sentarse. El comandante fue a colocarse delante de la pintura de Renoir y pareció estudiarla. Sin volverse a mirar al joven oficial, habló a media voz:
—¿Dijo algo a esa reportera sobre el misil, o ella le mencionó el misil mientras hablaban?
—No, señor, no se habló nada. Incluso se mostró vaga cuando le pregunté qué había oído decir.
—Pues, o tiene información de dentro o es muy afortunada —musitó distraído el comandante, casi como si hablara consigo mismo. Se acercó un poco más a la pintura e imaginó que podía oír como tocaba el piano la más joven de las dos hermanas. Hoy oía una sonata de Mozart. Pero no era el momento de escuchar. Este joven necesita sacar una buena lección de todo esto, pensó Winters dando la vuelta.
—¿Fuma, teniente? —preguntó ofreciéndole un cigarrillo y poniéndose uno en la boca. El joven sacudió la cabeza—. Yo sí —declaró Winters encendiendo su «Pall Mall»—, aunque hay un millar de razones para no hacerlo. Pero casi nunca fumo cuando estoy con gente que no lo hace. Es una cuestión de consideración.
Winters se acercó a la ventana e inhaló el humo lentamente. Todd estaba desconcertado.
—Y ahora mismo —prosiguió Winters—, estoy fumando, aunque le parezca raro, por consideración. Por usted. Verá, teniente Todd —dijo volviéndose dramáticamente—, mientras fumo estoy más tranquilo. Quiero decir que controlo mejor mi enfado.
Anduvo directamente hasta situarse delante del teniente:
—Porque estoy loco de rabia acerca de todo esto, joven. No se confunda, amigo. Hay parte de mí que quiere hacer de usted un ejemplo a no seguir, tal vez incluso formarle un Consejo de Guerra por no obedecer órdenes. Es demasiado presumido, demasiado seguro de sus propias conclusiones, es peligroso. Si se hubiera ido de la lengua y hecho alguno de los comentarios que yo he oído aquí, a esa reportera, para usted sería el apaga y vámonos. —Winters rodeó su mesa y fue a aplastar su colilla—. Pero siempre he creído que no se debe crucificar a la gente por un solo error.
El comandante se sentó y se recostó en su sillón.
—Entre nosotros, teniente, estará usted en situación condicional con respecto a mí. No quiero volver a oír más tonterías sobre un incidente internacional. Éste es un simple caso de mal funcionamiento de un misil. Haga su trabajo meticulosamente, y bien. No se preocupe, si cumple debidamente con su obligación se le tendrá en cuenta, el sistema no es ciego ante su ambición o su talento. Pero si vuelve a desatar su fantasía una vez más en este problema, yo, personalmente, me preocuparé de hundir su expediente personal.
Todd comprendió que se le despedía. Seguía furioso, ahora sobre todo consigo mismo, pero tuvo la sensatez de no demostrarlo. Consideraba al comandante Winters como un anciano de mediana competencia, y odiaba ser amonestado por él. No obstante, por el momento, no tengo más remedio que aguantarle, se dijo al abandonar su despacho.