9

Carol y Troy repasaron los detalles por última vez, y ella volvió a comprobar su reloj.

—Son ya las ocho y media —dijo—. Si me retraso más, sé que empezarán a sospechar.

Estaba de pie junto al «Pontiac» de Nick en el aparcamiento del «Pelican Resort», un restaurante situado a unos tres cuartos de milla de distancia de la mansión de Ashford en Pelican Point.

—Pero ¿dónde se ha metido? —insistió Carol—. Deberíamos haber terminado con esto hace un cuarto de hora.

—Cálmate, ángel —reconvino Troy—. Tenemos que probar primero esa nueva unidad, podría resultar importante en un caso de emergencia y yo nunca me he servido de ella —le dio una palmada tranquilizadora—. Tus amigos del IOM fueron los primeros en probarla.

—¿Por qué tuve que sugerir tal idea descabellada? —dijo Carol para sí pero en voz alta—. ¿Dónde está tu cerebro Dawson? Te lo dejaste olvidado en…

—¿Podéis oírme? —la voz distorsionada de Nick la interrumpió. Sonaba como si llegara del fondo de un pozo.

—Sí —contestó Troy en un diminuto walkie-talkie en forma de dedal— pero un poco confuso. ¿A qué profundidad te encuentras?

—Repítelo. No lo he captado del todo.

—Sí, podemos oírte —gritó Troy. Enunció cuidadosamente cada palabra—. Pero no con claridad, debes hablar despacio y preciso. ¿A qué profundidad estás?

—A unos dos metros y medio.

—Baja a cinco metros y vuelve a probar. Veremos si funcionará en el fondo de la cueva —observó Troy.

—¿Cómo lo hace? —preguntó Carol, mientras esperaban que Nick bajara.

—Es un sistema nuevo, incorporado al regulador —respondió él—. Hay que hablar mientras se exhala, para que funcione. Hay un pequeño receptor-transmisor dentro de la boquilla y un botón para el oído. Desgraciadamente, no funciona demasiado bien por debajo de tres metros.

Casi un minuto después Carol y Troy oyeron algo muy apagado que ni siquiera parecía la voz de Nick. Troy escuchó un momento.

—No podemos oírte Nick, hay demasiada atenuación. Vuelve ya. Voy a poner a Carol en camino —Troy apretó un botón en el walkie-talkie, que transmitiría la repetición de este último mensaje.

Entregó el aparato a Carol.

—Bien, ángel, todo listo. Deberíamos estar en el agua alrededor de las nueve, y fuera de ella si toda va bien, media hora después. Mantenlos ocupados con tus preguntas, deberías marcharte como máximo a las diez y media, y conducir directamente al piso de Nick. Nos encontraremos allí con tu ranchera —alzó los ojos—. Y con el oro, espero.

Carol respiró hondo. Sonrió a Troy diciéndole:

—Estoy asustada. Preferiría encontrarme con una o dos alfombras, o incluso con uno de los vigilantes, antes que con el trío —abrió la puerta del coche—. ¿Realmente crees que debo ir en el coche de Nick? ¿No crees que puede hacerles sospechar algo?

—Lo hemos discutido dos veces antes, ángel —respondió Troy riendo. La empujó dulcemente hacia dentro—. Ya saben que somos amigos, además necesitamos tu ranchera para transportar los equipos de buceo, las mochilas, el plomo y el oro —cerró la portezuela y le plantó un beso ligero en la mejilla, a través de la ventana—. Cuídate, ángel y no corras riesgos innecesarios.

Carol puso el coche en marcha y retrocedió hasta el centro del aparcamiento. Agitó la mano a Troy y se metió en el oscuro camino que llevaba, a través del pantano, al extremo de la isla. La única luz que veía era la luna casi llena que estaba ya por encima de los árboles. Muy bien, Dawson, se dijo. Ya estamos metidos en faena. Ahora calma y alerta.

Condujo muy despacio. Repasó mentalmente, varias veces, los planes de la noche. Después empezó a pensar en Nick. Se aferra a las cosas, como yo. Sigue odiando a Homer y a Greta porque le estafaron. Le faltaba tiempo para ir en busca de oro. Sonrió al entrar en la avenida circular, frente a la casa de Homer Ashford. Sólo confío en que le quede algo para él.

Un segundo después de la llamada de Carol, Homer abrió la puerta y la saludó.

—Llega tarde —dijo en un tono agradablemente monótono—. Pensamos que a lo mejor no iba a venir. Greta ya está en la piscina. ¿Quiere cambiarse y reunirse con ella?

—Gracias capitán Homer, pero he decidido no nadar esta noche —respondió amablemente Carol—. Aprecio el ofrecimiento, pero he venido sobre todo por el trabajo. Preferiría empezar la entrevista lo antes posible, incluso antes de la cena, si a los demás les parece bien.

Homer precedió a Carol a una enorme sala de estar y se paró delante de un gran bar. Una magnífica talla de Neptuno, de metro y medio de longitud, estaba colgada en la pared, por encima del bar. Carol pidió vino blanco y Homer intentó sin éxito animarla a tomar algo más fuerte.

La sala de estar tenía una mesa de billar en un extremo. En el otro lado, una puerta de cristales corredera daba a un patio cubierto que se estrechaba en un caminito con pavimento de cemento, Carol siguió a Homer en silencio, sorbiendo su vino blanco a cada dos o tres pasos. El camino pasaba entre grandes árboles y un templete iluminado, y terminaba alrededor de una inmensa piscina.

En realidad había dos piscinas. Frente a Carol estaba la clásica piscina rectangular, de tamaño olímpico, fuertemente iluminada. En un extremo había un tobogán y una cascada que bajaban a la piscina desde una montaña artificial. En la otra punta, en dirección a la segunda piscina y el océano, había un jacuzzi hundido, construido con las mismas losetas azules que remataban la piscina principal. El complejo entero estaba inteligentemente diseñado para crear la impresión de agua en movimiento. Parecía haber un chorro constante desde la cascada a la gran piscina, al jacuzzi y luego a un riachuelo que serpenteaba en dirección a la casa.

La segunda piscina era oscura y circular. Se encontraba a la izquierda de Carol, al borde de la finca, cerca de lo que parecía un chalecito para cambiarse de ropa. Greta estaba en la piscina rectangular frente a Carol. Nadaba braza de pecho, su fuerte cuerpo moviéndose rítmicamente en el agua. Carol, que era una excelente nadadora, admiró a Greta unos segundos.

—¿No es formidable? —preguntó Homer acercándose a Carol. Su admiración era obvia—. No acepta una comida importante a menos que antes haya hecho ejercicio, no puede soportar la gordura.

Homer llevaba una camisa hawaiana de color avellana claro y unos pantalones del mismo tono, zapatillas de lona marrón en los pies y un vaso enorme en la mano, Heno de cubitos de hielo. Parecía relajado, casi afable. Carol pensó que hubiera podido pasar por un banquero retirado o un ejecutivo de una corporación.

Greta siguió nadando incesantemente. Homer revoloteaba junto a Carol que empezaba a sentirse incómoda, como si su espacio fuera invadido.

—¿Dónde está Ellen? —preguntó, volviéndose hacia el hombre y aprovechando para apartarse un poco de él.

—Está en la cocina, le encanta cocinar, especialmente cuando tiene invitados. Y hoy está preparando uno de sus platos favoritos —casi le hizo un guiño. Se inclinó hacia Carol y murmuró confidencialmente—. Me ha hecho prometer que no se lo diría, pero le confesaré que es un tremendo afrodisíaco.

¡Uff!, se dijo Carol al captar el cargado aliento de Homer y su risita lujuriosa. ¿Cómo se me ha podido olvidar lo repulsivo que es este hombre? Acaso piensa realmente que… Carol apartó el pensamiento. Recordó que la gente con excesivo dinero pierde a veces contacto con la realidad. Probablemente ciertas mujeres responden por lo que puede darles. Casi se atragantó, la idea de tener algún tipo de relación sexual con Homer le resultaba totalmente repugnante.

Greta había terminado sus ejercicios. Salió de la piscina y se secó. Su bañador completamente blanco era transparente como una media, incluso a distancia, Carol no podía evitar ver con todo detalle sus pechos y pezones, así como su mancha de pelo púbico a través de su fino bañador. Era lo mismo que si estuviera desnuda. Homer estaba junto a Carol contemplando abiertamente a Greta mientras cruzaba el camino.

—¿No tiene traje? —preguntó Greta antes de alcanzarles. Sus ojos parecían taladrar a Carol. Ésta sacudió la cabeza.

»Lo siento —dijo Greta—. Homer contaba con que hiciéramos una carrera —miró al capitán con una curiosa expresión que Carol no supo interpretar—. Le encanta ver a mujeres compitiendo.

—No hubiera habido competición —respondió Carol, pensó que veía a Greta tensarse—. Usted me hubiera ganado con facilidad, nada maravillosamente.

Greta sonrió agradeciendo el cumplido. Sus ojos recorrieron el cuerpo de Carol, sin hacer el menor esfuerzo por disimular que estaba estudiándola.

—Tiene buen cuerpo para nadar —dijo al fin—. Quizás un poco gordo en las nalgas y los muslos, le aconsejaría trabajar…

—¿Por qué no mostramos la otra piscina a Miss Dawson? —interrumpió Homer—. Antes de que entres a cambiarte —y echó a andar en dirección al pabelloncito, cerca del océano. Sin volver a abrir la boca, Greta le siguió. Carol sorbió su vino. ¡Quién sabe lo que ocurre aquí!, pensó. Estos tres no han tenido que trabajar en los últimos ocho años. Sacan a la gente a pescar y a zambullirse por diversión. Una extraña mezcla de asco y depresión la invadió. Por tanto, fabrican diversión para no aburrirse.

Un instante después de que Homer entrara en el chalet, una colección de focos se encendieron debajo de la segunda piscina. Homer le señaló que se apresurara y Carol corrió hacia el chalet. Bajaron un tramo de escalera, bajo tierra había una pasarela que rodeaba por completo el gran acuario de cristal que, de lejos y a oscuras, parecía una segunda piscina.

—Ahora tenemos seis tiburones —explicó Homer orgulloso— así como tres cotos rojos, un par de calamares y naturalmente todo tipo de peces y plantas corrientes.

—¿Octos? —preguntó Carol.

—Bueno, he querido abreviar, pulpos —contestó Homer con una sonrisa de satisfacción—. En realidad la palabra correcta sería octópodos aunque mucha gente acepta ahora lo de octos para simplificar.

Greta tenía la cara pegada al cristal. Un par de rayas pasaron junto a ella, pero esperaba algo. Unos segundos después apareció un tiburón gris. El tiburón pareció ver a Greta y se detuvo, observándola, con su nariz a metro y medio de distancia, Carol pudo ver sus largos dientes afilados y lo identificó como un mako, un feroz pariente del gran tiburón blanco devorador de hombres.

—Éste es el cariño de Greta —explicó Homer—. Se llama Timmy, no sé cómo lo ha hecho pero le ha entrenado para reconocerla cuando pega su cara al cristal. —Homer observó unos minutos más—. De vez en cuando, entra para nadar con él, cuando los tiburones han terminado de comer, claro.

El tiburón se quedó allí, mirando en dirección a Greta. Ella empezó a tamborilear sobre el cristal a una cadencia regular.

—Fíjese en esto, es excitante —le advirtió Homer, acercándose a Greta y al acuario—. Lo que vamos a ver es lo que los biólogos llaman la típica respuesta de Paulov. Nunca la había visto en un tiburón.

El mako empezó a agitarse. Greta aumentó el ritmo, el tiburón respondía agitando el agua con su cola, de Pronto, Greta desapareció por la escalera. Cuando pasó zumbando por su lado, Greta se fijo en su mirada perdida. Levantó la vista hacia Homer en busca de una explicación.

—Acérquese más por aquí —le dijo—. No debe perderse esto; Greta cuida personalmente de los conejos. Y Timmy siempre organiza un espectáculo.

Carol no entendió muy bien lo que Homer le decía, pero disfrutaba del precioso acuario. Contenía agua de mar clara y transparente, obviamente filtrada y reciclada diariamente. Se fijó en diversas especies de esponjas y coral, así como erizos y anémonas. Alguien se había preocupado y gastado mucho en recrear las condiciones de los arrecifes de la costa de Cayo West.

De pronto, un conejo blanco decapitado y clavado en un largo palo vertical, aún saliéndole sangre de las arterias, apareció en el acuario en el lado opuesto adonde Carol y Homer observaban. El mako atacó y terminó con él, en un instante, desgarrándolo con los dientes y arrancando del palo la mitad del desgraciado conejo presa de un frenesí provocado por la sangre en el agua. En la segunda pasada se apoderó del resto del conejo partiendo también el palo. Carol apenas tuvo tiempo de volver la cabeza, al saltar hacia atrás se le cayó el vino sobre la blusa.

Tratando de parecer tranquila buscó un pañuelo, en su bolso, para secarse la blusa. No dijo nada, había tenido una perfecta visión del ataque del tiburón y lamentaba la descompensación producida por el susto. Bonita manera de empezar la velada, pensó. ¿Por qué no se me habrá ocurrido? Dawson, esta gente es peligrosa.

Homer seguía excitado.

—¿No es espectacular? ¡Qué poder salvaje en esas mandíbulas! Llevado del puro instinto, jamás me canso de ello.

Carol le siguió hasta la escalera.

—Magnífico espectáculo oyó decir a Homer cuando salían del chalet. Estaba delante de nosotros, dos dentelladas, Uam, uam, y desapareció el conejo.

—Lo sé —dijo Greta. Sostenía una máscara de buceo y a su lado estaba lo que quedaba del palo.

»Lo he visto desde aquí —Greta contemplaba a Carol, tratando claramente de descubrir su reacción. Ella apartó los ojos, no pensaba dar a Greta la satisfacción de enterarse de que lo había encontrado repulsivo.

—Greta lo tiene todo perfectamente calculado hasta el segundo —siguió explicando Homer mientras volvían a la casa a través de los jardines—. Prepara el conejo vivo sobre la madera de trinchar una hora antes. Así, cuando Timmy está dispuesto, le…

Carol cerró su mente a la horripilante historia. No quiero oír esto, se dijo. Miró el reloj, las nueve y diez, vamos chicos. De prisa. No estoy segura de poder aguantar a esta gente una hora más.

Nick y Troy nadaron silenciosamente a lo largo de la playa, a la luz de la luna. Habían ensayado el plan minuciosamente, ninguna luz hasta que estuvieran en la cueva adyacente a la propiedad de Homer, y por lo menos a tres metros bajo el agua. Troy iría delante en busca de sistemas de alarma que podía desmantelar con las herramientas metidas en los bolsillos de su traje de goma. También estaría al acecho de los infames robots centinelas. Nick le seguiría con las bolsas que utilizarían para llevarse el oro.

Habían ido andando por la playa desde el aparcamiento de «Pelican Resort», vestidos con sus pesados trajes de inmersión así como con las mochilas, hasta que estuvieron a unos noventa metros de la alta valla que marcaba la propiedad de Homer. Entonces dejaron las mochilas que contenían sus ropas y se metieron en el agua. Durante el camino Troy tuvo problemas con las herramientas y la decisión de reducir su arsenal de dispositivos había retrasado en cinco minutos su llegada al punto de embarque. Un momento antes de entrar en el agua, Nick había lanzado un inesperado grito de excitación y agarrado a Troy por los hombros.

—Espero que el cochino oro esté allí —le dijo—, me cuesta esperar a ver sus caras después de que lo robemos.

Era hora de sumergirse, con las manos unidas en la oscuridad, Nick y Troy se dejaron caer hasta metro y medio por debajo del agua. Se detuvieron, igualaron la presión en sus cabezas y siguieron con el procedimiento. Cuando llegaron a unos tres metros, Troy encendió su linterna. Rápidamente se orientaron y fueron hacia la esquina, adentrándose en la cueva adyacente a la propiedad de Homer.

Troy iba en cabeza. No tuvo dificultad en encontrar la entrada del túnel natural que conducía a la cueva subterránea. Tal como habían planeado, Nick esperó fuera del túnel mientras Troy iba en busca de alarmas. Las paredes rocosas se cerraban sobre su cabeza, la entrada submarina tenía metro y medio de anchura y uno de altura. Troy encontró inmediatamente una caja metálica sujeta a la pared de la izquierda, y parcialmente oculta a la vista. Cuando examinó la caja descubrió que emitía dos rayos láser separados un metro.

Al otro lado del túnel natural estaban las placas de recepción de los rayos, así como la electrónica de las alarmas. Troy nadó cuidadosamente, sacó su destornillador y desmontó la instalación. El sistema era muy sencillo, el fallo de una u otra placa en recibir el rayo disparaba un relé. Cuando ambos relés estaban abiertos, la corriente pasaba a la alarma, así que, para que se disparara la alarma, el objeto tenía que ser lo bastante grande como para interpretar simultáneamente ambos rayos. Troy sonrió para sí al dar validez al principio, mediante el paso de su mano frente a uno de los rayos. Luego arregló uno de los relés para que quedara permanentemente cerrado. Satisfecho con su trabajo, nadó de arriba a abajo del túnel rompiendo ambos rayos a la vez y asegurándose de que había dejado la alarma sin efecto.

Volvió nadando adonde Nick esperaba y le hizo una señal con los pulgares levantados. Ambos hombres pasaron, después de cincuenta metros de túnel natural, a la cueva. Cuando el estrecho paso se ensanchaba, Troy indicaba a Nick que aguardara mientras él comprobaba las posibles trampas. Nick dejó caer sus pies sobre el suelo del túnel y encendió su pequeña linterna, era un lugar perfecto para una emboscada. El túnel era aquí tan pequeño que no había virtualmente espacio para maniobrar. Se preguntó qué aspecto tendría un centinela submarino. ¡Qué lugar para morir!, pensó de pronto. El miedo se adueñó de él al apagar su linterna y mirar su reloj de inmersión iluminado. Contempló la segundera recorriendo la esfera, trató de calmarse. Hacía tres minutos desde que Troy le dejó. ¿Por qué tarda tanto?, se preguntó. Debe haber encontrado algo. Pasó otro minuto y otro más. Nick lo estaba pasando muy mal tratando de vencer aquel principio de pánico. ¿Qué voy a hacer si no regresa?

Cuando ya se disponía a entrar nadando solo en la cueva, vio acercarse la luz de la linterna de Troy. Éste agitó la mano y Nick avanzó. A los treinta segundos, se encontraron en la parte baja de la cueva donde el agua tendría sólo metro y medio de profundidad. Los dos hombres se mantuvieron con las aletas colocadas entre las rocas para protegerse contra las intermitentes subidas de la marea.

Nick se sacó el regulador de la boca y echó su máscara hacia atrás. Antes de que pudiera hablar, Troy le puso un dedo sobre los labios:

—Habla muy bajo —le advirtió con voz apenas audible—. Este lugar podría estar protegido también contra el sonido.

En la cueva no había más luz que la linterna de Troy, sin embargo, por encima de sus cabezas, Troy señaló dos instalaciones de iluminación fluorescente. La gruta en sí era ovalada, irregular, de treinta metros en su punto más largo y quince de anchura en lo más ancho. El techo estaba solamente a un metro por encima del agua, cerca de la entrada del túnel que llevaba al océano, pero su altura era de seis metros en la esquina donde se encontraban, y el agua era baja.

—Bien, profesor —continuó Troy en voz baja—. Tengo buenas noticias y malas noticias. Las malas es que el tesoro no está aquí, en la cueva. Las buenas es que hay otros dos túneles, hechos por el hombre, que salen de aquí y llegan hasta debajo de la propiedad del capitán Homer —calló un segundo y observó a su compañero—. ¿Qué, seguimos adelante?

Nick miró el reloj, eran ya las nueve y veinte. Movió afirmativamente la cabeza.

—Ese canalla se ha gastado mucho dinero aquí, debe haber robado más de lo que imaginaba. —Se ajustó el equipo de buceo.

—Empezaremos por el túnel de la izquierda. Como antes, iré delante para prevenir el desastre —Troy enfocó su linterna hacia el techo—. Éste es un lugar extraño pero precioso. Parece otro planeta, ¿no crees?

Nick se bajó la máscara para cubrirse la cara y volvió a meterse el regulador en la boca. Se dejó caer de espaldas en el agua, Troy le siguió y una vez debajo el agua, mostró a Nick el camino del primer túnel. Este túnel estaba en el otro lado de la cueva, a unos siete metros y medio por debajo del agua en su punto más profundo. Estaba hecho de tubería de cloaca circular normal. El diámetro de la tubería era de metro y medio, lo que hacía que este túnel tuviera aproximadamente la misma anchura que el túnel natural entre el océano y la cueva. Troy entró decidido en el túnel, nadó de un extremo a otro, examinando primero una pared y luego la otra. Por poco se le escapa la caja larga y estrecha de la alarma. Estaba empotrada en el techo, en la unión entre dos secciones de tubería y levantó la vista casualmente antes de que se disparara la alarma.

Este sistema funcionaba por un principio diferente. Una cámara u otro instrumento óptico, en la caja, tomaba repetidas imágenes de cincuenta centímetros cuadrados del suelo del túnel, vagamente iluminado por un cuadro de luz hábilmente oculto, bajo el suelo normal de cemento. Aparentemente, algún tipo de algoritmo de comparación de datos en el procesador de la alarma contenía lógica, según la cual las imágenes consecutivas podían ser estudiadas, en términos de peligro, disparándose la alarma en caso de necesidad. Era, en su tipo, el dispositivo más complicado que Troy había visto y, al instante, reconoció la similitud entre este sistema y el telescopio oceánico que había estado a bordo del Florida Queen. Esto significa que el IOM lo diseñó y desarrolló, se dijo. Así que es mejor que me ande con cuidado. Apuesto a que el algoritmo está dispuesto a fin de que las alteraciones de la cámara disparen también la alarma.

Nick se había situado nadando a un lado del túnel para no entorpecer, y observaba a Troy tratando de abrir la caja de la alarma sin desplazar el instrumento óptico. Para acomodar los cinco centímetros de anchura de la caja había una depresión de este tamaño en todo el círculo que conectaba las dos secciones seguidas de la tubería. A lo largo del resto del túnel, las secciones estaban unidas con cemento. Aquí el pasaje era discontinuo.

Curioso, pensó Nick. Distraído paseó la luz de la pequeña linterna hacia la negrura que se abría ante él, esperando no ver más que una pared de roca. ¿Qué demonios es esto?, se preguntó, al caer la luz sobre un objeto metálico parecido a una gran rejilla que descansaba sobre un trozo de viejo carril. Miró con más atención, distinguía una caja de mandos y unas poleas, pero no tenía la menor idea de cómo podía encajar todo esto.

Entre tanto, Troy había logrado sacar el interior de la caja de la alarma sin alterar la cámara, y estaba inmerso en su esfuerzo por entender el secreto funcionamiento del sistema. ¡Uff!, pensó. Esto es demasiado complicado para resolverlo en cinco minutos. Si pudiera simplemente aislar la alarma, sería suficiente. Era duro trabajar bajo el agua, pero Troy era inteligente y el relleno electrónico estaba colocado de forma lógica. Pudo encontrar la alarma y desconectarla. Después, remoloneó unos segundos tratando de determinar el propósito de los otros circuitos conectados al subensamblaje de la alarma.

Nick se había propuesto mostrar a Troy lo que había descubierto en el hueco; no obstante, contemplando a su amigo luchar con el complicado circuito de la caja de la alarma, volvió a preocuparle el paso del tiempo. Eran casi las diez menos cuarto, su mirada se cruzó con la de Troy y señaló el reloj. Troy abandonó de mala gana su investigación sobre la alarma y avanzó en el túnel.

Treinta metros delante pasaba por lo que parecía una puerta de submarino, a su izquierda. Tanto Nick como Troy trataron de mover la manecilla de la grande y pesada puerta redonda, pero no sucedió nada. Con gestos, Troy indicó a Nick que siguiera intentando abrir la puerta mientras él recorría el túnel.

Los lingotes de oro y otros objetos procedentes del Santa Rosa estaban en el suelo del túnel, a unos veinte metros de la puerta redonda. El túnel en sí, terminaba súbitamente en una pared de roca frente a la que había un montón de objetos de oro y plata, amontonados a través de la anchura del túnel. El tesoro no estaba oculto, estaba simplemente esparcido en montones sobre el suelo de cemento, al final del túnel. Troy se encontraba en éxtasis. Hay mucho aquí. Suficiente para los alienos. Suficiente para Nick, incluso quedaría algo para Carol y para mí.

Nadó en busca de Nick que se excitó al ver la inconfundible sonrisa de su amigo. Corrió junto a él hasta el extremo del túnel. Cuando llegó al tesoro, pasó uno o dos minutos nadando alrededor, levantando cada objeto diferente y dejándolo caer otra vez sobre los montones del suelo.

¡Válgame Dios!, exclamó Nick alegremente para sí, mientras él y Troy iban metiendo lingotes de oro en las bolsas. Por una vez estaba en lo cierto… Debe de haber más de cincuenta kilos, solamente en lingotes. Antes de la inmersión habían decidido sacar sólo los lingotes, siempre que hubiera suficientes. Los lingotes eran los únicos objetos de los que podían tener la seguridad de que eran de oro puro. Incluso si lleváramos veintinueve kilos a los amigos de Troy, todavía nos quedarían otros veinte, o así, para nosotros. Hizo un cálculo mental. Nos tocarían unos trescientos mil dólares por cabeza. ¡Yuupiii!

La excitación y la alegría inundaron a Nick. Le costaba contenerse, quería cantar, bailar, saltar de alegría. Después de todo había tenido razón, los canallas habían robado la mayor parte del tesoro y ahora él se lo robaba a ellos. No había mayor felicidad que enderezar viejos-y-dolorosos entuertos. Y hacerlo con gloria… espectacularmente. Nick ya lo estaba celebrando en su corazón. ¡Éste era su día!

Llenar las bolsas no les llevó tiempo, ambos sentían que su energía era infinita. Cuando hubieron terminado de cargar lingotes, Troy señaló el túnel. Nick volvió a mirar los demás objetos del tesoro que quedaban en el suelo. Deberíamos llevárnoslo todo, pensó. No deberíamos dejar nada a Homer y Greta, nada de nada. Pero había que ser práctico, cada una de las bolsas estaban prácticamente llena y ya eran excesivamente pesadas.

Nick nadó en dirección al océano, con su bolsa llena de oro flotando tras él, Troy le seguía. Al pasar la gruesa puerta a su derecha, Troy se encontró pensando de nuevo en el circuito que iba a la alarma en la caja que tenían delante, entre dos secciones de tubería. ¿Para qué podrían ser esas otras conexiones? De pronto recordó haber visto un diagrama, en una revista de electrónica, sobre marcadores avanzados que podían reinicializar sistemas y renovar piezas defectuosas. Ahora, el componente que Troy había desactivado podía haber sido considerado defectuoso por el inteligente procesador de la caja de alarma, en cuyo caso, o habría sido remplazado por una pieza nueva, o el sistema ignoraría su fallo. En uno u otro caso, pensó Troy, el sistema podría volver a estar activado.

Pero ya era demasiado tarde. Nick pasó nadando delante del dispositivo óptico y las luces se encendieron a lo largo del túnel. Una verja de metal empezó a cerrarse detrás de él y su bolsa de oro. Fue gracias a un esfuerzo de velocidad como Troy pudo pasar antes de que la verja se cerrara por completo, pero su bolsa llena de oro se quedó al otro lado.

Nick miró la bolsa perdida de Troy posándose en el suelo. Se acercó a los barrotes y trató de hacerla pasar entre ellos pero fue inútil. Sacudió la reja, el metal era extremadamente duro. Rabioso y frustrado, golpeó la reja con los puños. Al respirar entre puñetazo y puñetazo percibió un extraño zumbido, como un motor, a cierta distancia de él. Se volvió en busca de Troy pero no lo vio por ninguna parte.

Troy estaba tan agotado después del esfuerzo efectuado para pasar la verja que se cerraba, que, sin energía, se había dejado caer sobre el suelo, en la parte más profunda de la cueva, a mitad de distancia de los dos túneles artificiales. Respiró varias veces profundamente a través de su boquilla y comprobó su reserva de aire. Le quedaban unos diez minutos más. Esperó un momento, mientras Nick, invisible para él, trataba inútilmente de recuperar la bolsa de Troy a través de los barrotes. Mierda, pensó Troy decepcionado por haber perdido el oro, si lo hubiera pensado antes solamente. Debía haberlo previsto… Oyó un extraño ruido a su izquierda. Troy, curioso, se acercó nadando a la entrada del otro túnel y de lleno al camino del centinela robot.

Aunque la distancia original entre ellos era de más de cincuenta metros, el mecanismo de guía del centinela se fijó en Troy tan pronto éste apareció. Sobresaltado y fascinado, Troy en un principio no intentó esquivar la llegada veloz del submarino en forma de bala. El centinela medía un metro de largo y medio metro de ancho en su centro. Cuando estuvo a unos dos metros y medio, el centinela cargó despacio y disparó un fuerte y pequeño dardo, del tamaño de un cuchillo de mesa, que Troy logró esquivar de milagro. El dardo se clavó en la pared, a su lado.

La adrenalina invadió el sistema de Troy y fue nadando hacia el centro. El centinela no le siguió en seguida, por el contrario, se trasladó frente al túnel natural que llevaba al océano cortándole así la ruta de escape, y luego se volvió para llevar a cabo una sistemática inspección de la cueva. ¡Maldita sea!, pensaba Troy, ¿por qué no habré salido mientras todavía podía hacerlo? Se preguntó si Nick estaría aún en la verja.

El centinela había descubierto ahora a Nick en su campo visual. Iba nadando lentamente hacia la salida, con su bolsa, ignorando que él y Troy ya no estaban solos en la cueva. Cuando descubrió al centinela estaba ya a pocos pasos de distancia y a tiro fácil de su dardo submarino. Troy vio como el centinela cargaba un dardo. ¡Oh, no!, exclamó para sí. ¡Cuidado Nick! No podía hacer nada más.

Todo sucedió con tanta rapidez que ni Nick ni Troy supieron exactamente lo ocurrido. Troy explicaría más tarde que sintió un cosquilleo caliente en el brazo y que algo, un rayo de luz, o un láser, o quizás un chorro de plasma, salió de su pulsera y sumió al robot centinela en silencio e inmovilidad. Nick diría que el centinela se distrajo con Troy en el momento de dispararle y después retrocedió como por un impacto. Fuera lo que fuera lo ocurrido, toda actividad por parte del centinela, cesó. Inmediatamente después, ambos hombres nadaron juntos a la parte delantera de la cueva. Estaban temporalmente a salvo.

Carol no podía creer lo gordas y suculentas que estaban las ostras. Ellen se sentaba en el otro extremo de la mesa, frente a ella, y resplandecía de orgullo.

—¿Quiere un poco más, querida? —le sonrió alzando el enorme caldero que contenía el estofado de ostras. Voy a repetir, pensó Carol. ¡Además del salmonete con Nick! Greta estaría asqueada. Sonrió a Ellen asintiendo. Una cosa por lo menos había aprendido aquella noche, Ellen era una cocinera fantástica.

Y también una persona muy triste, pensó Carol sirviéndose más de aquel sabroso y perfumado estofado hecho con las célebres ostras Appalachicola. Homer había contestado personalmente a todas las preguntas en la entrevista de veinticinco minutos celebrada antes de la cena. Siempre que una pregunta había sido delicada o se prestaba a controversia, como cuando Carol preguntó sobre los rumores de que parte del tesoro había sido robado y escondido por ellos, había mirado solamente a Greta antes de contestar. No es extraño que Ellen coma todo el tiempo. Es la pieza sobrante. ¿O es la mujer sobrante?

—Este estofado es fabuloso —le comentó a Ellen—. ¿Le importaría darme la receta?

Ellen se mostró encantada.

—Por supuesto, será un placer —Carol recordó la referencia que hizo Dale al comportamiento de Ellen en el banquete de reparto de premios del IOM y se preguntó si, realmente, habría algún componente sexual en la cordialidad que desplegaba. No lo distingo, decidió Carol. Es sólo una mujer solitaria y profundamente perturbada. No percibo ni un ápice de tensión sexual.

—Ha estado haciendo preguntas toda la velada, Miss Dawson —le comentó Homer—. ¿Qué le parece si le preguntamos nosotros ahora? —había estado sorprendentemente agradable desde el curioso banquete a los tiburones, antes de la cena. Deben ser normales a veces, pensó Carol. De otro modo no podrían sobrevivir. ¿Pero quién sabe cuándo volverá a aparecer Mr. Hyde?

Ja —dijo Greta. Era la primera vez que hablaba directamente con Carol durante la cena—. Homer me ha dicho que está usted con el doctor Dale. ¿Son amantes, verdad?

No te andas con rodeos, ¿verdad Greta? Carol esquivó parcialmente la pregunta:

—Dale Michaels y yo somos muy buenos amigos, pasamos mucho tiempo juntos tanto social como profesionalmente.

—Es muy inteligente —prosiguió Greta. Sus ojos claros se clavaron en ella mientras sonreía de medio lado. ¿Qué estará tratando de decirme?

La conversación fue interrumpida por el sonido de una alarma penetrante. Carol intuyó inmediatamente que algo había salido mal.

—¿Qué es eso? —preguntó inocentemente mientras la estridente alarma continuaba con su estruendo.

Homer y Greta ya se habían levantado de la mesa.

—Perdónenos —se excusó Homer— es nuestra alarma de robo. Probablemente un error, iremos a comprobarlo.

Salieron apresuradamente del comedor dejando solas a Ellen y Carol, y se dirigieron a un corredor cercano. Debo seguirles y descubrir lo que está pasando, pensó Carol con el corazón y la mente desbocados. Echó una mirada a su reloj, eran las diez y cinco. Deberían haber terminado ya.

—Voy al tocador —dijo a Ellen—. No se moleste —añadió al empezar Ellen a darle explicaciones—. Estoy segura de que podré encontrarlo.

Carol salió rápidamente al vestíbulo y prestó oído a los ruidos de Homer y Greta. Andando muy despacio, les siguió hasta que se encontró en un cuarto de estar en el lado opuesto de la casa. La puerta estaba abierta de par en par.

—Lo tendré enfocado al instante —oyó decir a Homar. Una pausa—. ¡Mierda! —gritó— parece que los lingotes han desaparecido, deben de haberse movido muy de prisa… La imagen no está muy clara, toma, mira tú.

—Ya. Los lingotes no están, creo… pero Homer, el oro debe pesar mucho. Quizás los ladrones estén atrapados todavía en el túnel… Timmy podría ir a buscarles.

—Eso arreglaría a esos canallas —la risa nerviosa de Homer envió escalofríos al espinazo de Carol. Hizo marcha atrás despacito hasta llegar al vestíbulo principal. Oyó cerrarse una puerta en la dirección del cuarto de estar. Se han ido a soltar los tiburones. ¡Oh Jesús! Debo advertirles.

Carol entró en un baño cercano al vestíbulo, cerró la puerta y abrió el grifo del agua. Después tiró de la cadena y desprendió el minúsculo walkie-talkie que llevaba debajo de la blusa. Lo colocó junto a su boca. «Mayday, mayday», llamó «Saben que estáis ahí. Estáis en peligro». Repitió el mensaje y apretó el botón que recitaría la comunicación automáticamente muchas veces. ¡Cuánto deseo que esta cosa funcione!, pensó.

Se dispuso a fijar de nuevo el aparatito en el interior de su blusa y mientras lo sujetaba miró incidentalmente al espejo. El corazón le dio un vuelco, Ellen estaba en la puerta, mirándola fijamente; la mirada venenosa de sus ojos indicaba que lo había visto y oído todo. Dio un paso hacia Carol.

—Espere un poco, Ellen —dijo Carol levantando las manos—. No tengo nada en contra de usted —la mujer titubeó—. Homer y Greta la utilizan para sus fines —y añadió dulcemente— ¿por qué no les deja y se organiza una vida para usted sola?

La ira se reflejó en el rostro de Ellen, entrecerró los ojos, sus mejillas enrojecieron y alzó sus manazas amenazadoras contra Carol.

—A usted no le importa como vivo mi vida —le espetó furiosa, volviendo a moverse en dirección a ella.

Carol agarró la gruesa barra de metal del toallero y tiró de ella con todas sus fuerzas. La barra se desprendió de la pared y las toallas cayeron al suelo junto con el remate de madera que la había sujetado. Carol blandió la barra sobre su cabeza:

—No me obligue a pegarla, solamente apártese de mi camino.

Ellen no se detuvo. Carol apuntó cuidadosamente y la golpeó con fuerza sobre el hombro derecho. La mujer cayó pesadamente al suelo:

—Greta —gimió con voz monstruosa—. Greta, ayúdame.

Sin dejar de blandir la barra, Carol rodeó cuidadosamente a Ellen y retrocedió hasta la puerta. Una vez en el vestíbulo atravesó corriendo la sala de estar y se dirigió a la entrada. Al pasar delante del bar alguien le hizo una zancadilla, Carol cayó de bruces y se golpeó la nariz en la alfombra. Trató de desasirse del brazo de Greta pero fue imposible, la tenía clavada en el suelo. Unas gotas de sangre resbalaron de su nariz y cayeron sobre la alfombra.

Ambas mujeres jadeaban. Carol consiguió darse la vuelta de modo que ahora veía a Greta pero luchó inútilmente para liberarse, los brazos fuertes de Greta le tenían las muñecas clavadas en el suelo. Greta se inclinó hasta que su rostro estuvo a pocas pulgadas del de Carol.

—Intentaba huir, ya, ¿y por qué tenía tanta prisa?

Había algo salvaje en sus ojos. Impulsivamente, Carol levantó la cabeza y la besó de lleno en los labios. Sorprendida los brazos de su asaltante se aflojaron. Era lo único que Carol necesitaba, reuniendo sus fuerzas golpeó con el canto de la mano la cabeza de Greta, que quedó aturdida. Carol la apartó y corrió hacia la puerta.

Mientras corría hacia la salida y escaleras abajo Carol iba calculando. Greta se levantará al instante, pensó. No tendré tiempo de abrir la puerta del coche, será mejor que me aleje corriendo.

La alemana estaba ya a quince metros tras ella y ganando terreno, cuando Carol salió al camino que llevaba desde la casa de Homer a «Pelican Resort». Hace diez años que corro tres veces a la semana. Pero ésta es la única vez que mi vida depende de ello. Trató de acelerar, Greta continuaba acercándose. Estaba segura de que sería alcanzada de un momento a otro, incluso una vez creyó sentir la mano de Greta sobre su blusa.

Pero pasados doscientos metros, Greta empezó a flaquear. Cuando se encontró a cuatrocientos metros de la casa de Homer, Carol se atrevió a mirar por encima del hombro. Su perseguidora decididamente había perdido terreno y se encontraba ahora a cincuenta metros de distancia. Carol experimentó un renovado chorro de energía. Voy a conseguirlo, pensó, voy a poder escapar.

Greta dejó de correr y se limitó a andar. Carol también lo hizo así, pero no hasta que no estuvo cerca del restaurante. Incluso entonces siguió mirando a sus espaldas, tratando de descubrir a su antagonista a la luz de la luna. Ahora llamaré un taxi, se dijo, para que me lleve al piso de Nick. Espero que hayan oído mi advertencia y estén a salvo.

Ya no podía ver a Greta, paró y forzó la vista. Debe haber regresado, pensó. Mientras observaba el camino, un par de manos fuertes la sujetaron por los hombros, giró sobre sí misma y se quedó mirando los ojos risueños del teniente Todd.