6
Nick llegó ante la puerta del dúplex de Troy y encontró la llave en el marco. Volvió a llamar a la puerta y la abrió cautelosamente. «Hola», gritó, «¿hay alguien el casa?».
Carol le siguió hasta el cuarto de estar. Después de mirar divertida la extraña colección de muebles de Troy, dijo:
—No sabía que fuerais tan amigos, no creo haber dicho nunca a nadie donde guardo mi llave.
Lo que Nick buscaba no estaba en el cuarto de estar. Cruzó el vestíbulo, pasó por delante del gran dormitorio donde guardaba su equipo electrónico y entró en la alcoba pequeña donde dormía Troy.
—En realidad —gritó Nick a Carol que se había parado frente al primer dormitorio y contemplaba con la boca abierta aquel revoltijo electrónico que llenaba hasta el último rincón—, ayer fue cuando vine por primera vez. Así que en realidad no sé dónde… ¡ah!, bien, he encontrado algo.
Recogió una hoja de computadora que estaba debajo de un pisapapeles en la mesita de noche, junto a la cama de Troy. Llevaba de fecha 15 de enero de 1994, y contenía unos veinte nombres, direcciones y números de teléfono.
Se reunió con Carol en el vestíbulo, leyó rápidamente la página y se la tendió.
—No hay gran cosa. Números de teléfono y direcciones de almacenes de electrónica y software. Una serie de números de Angie Leatherwood, probablemente dé cuando estaba en su gira… —señaló un nombre—. Ésta debe ser su madre, Katheryn Jefferson, en Coral Gables, Florida, pero no hay número de teléfono junto a la dirección.
Carol tomó la hoja y la repasó.
—Nunca le oí mencionar a nadie más que a Angie, su madre y su hermano Jamie ni otros amigos, ni familia. Y no sé por qué tengo la impresión de que no ha visto a su madre últimamente. ¿Le oíste decir algo sobre alguien más de la familia?
—No —contestó Nick. Habían entrado juntos en la habitación del juego y Nick, distraído, tocaba botones e interruptores al pasar. Se detuvo y reflexionó—. Esto quiere decir que Angie es la única. Se lo diremos en seguida y después esperaremos…
Carol y Nick se quedaron helados al oír claramente como la puerta se abría y cerraba. Pasado un segundo, Nick gritó con voz fuerte pero insegura:
—Hola, sea quien sea, estamos aquí, en el dormitorio —no obtuvo respuesta, pero oyeron pasos silenciosos en la entrada. Nick se adelantó instintivamente para proteger a Carol. Un momento después, Troy entró en el dormitorio.
—¡Vaya, vaya! —dijo con una amplia sonrisa—, vivir para ver. He encontrado un par de ladrones en mi casa.
Carol corrió hacia él y le echó los brazos al cuello.
—¡Troy! —sus palabras salían con cierta incoherencia— ¡qué suerte volver a verte! ¿Dónde has estado? Nos has dado un susto de muerte, pensábamos que estabas muerto.
Troy le devolvió el abrazo y guiñó el ojo a Nick.
—¡Vaya, vaya! —repitió—. ¡Qué recepción! Hubiera debido perderme antes —extendió la mano para estrechar la de Nick y por un momento se puso serio—. Pensándolo bien, una experiencia como ésta es más que suficiente.
Carol se hizo atrás y Troy vio la hoja en su mano.
—Íbamos a intentar notificar a la familia… —empezó.
Troy alargó la mano para coger la hoja y ella se fijó en un pulsera en su muñeca derecha que no había visto antes. Era ancha, casi de tres centímetros, y parecía como si sus veinte eslabones hubieran sido hechos de gruesas pepitas de oro machacadas.
—¿De dónde la has sacado? —preguntó levantándole el brazo a fin de poder verla mejor.
Nick fue incapaz de contenerse por más tiempo. Antes de que Troy pudiera contestar a la pregunta de Carol, intervino en la conversación.
—Según Carol, se te vio por última vez desapareciendo por un corredor de un laboratorio submarino, seguido de cerca por una amiba de dos metros de altura. ¿Cómo demonios escapaste? Buscamos por toda la zona.
Troy alzó las manos, disfrutaba siendo el centro de la atención:
—¡Amigos, amigos! Esperad un momento, ¿podéis? Os contaré la historia tan pronto como me haya ocupado de las necesidades de la vida —dio media vuelta y pasó al cuarto de baño. Nick y Carol oyeron un ruido familiar—. Sacad algo de cerveza de la nevera y sentaros en el cuarto de estar —gritó Troy desde el baño—. Será mejor que disfrutemos de esta parte.
Dos minutos más tarde Nick y Carol estaban sentados en el sofá del cuarto de estar, Troy se dejaba caer en la butaca frente a ellos y Nick tragaba un sorbo de cerveza.
—Erase una vez —empezó Troy con sonrisa picara—, un joven negro llamado Troy Jefferson que, mientras se zambullía con sus amigos, desapareció por espacio de dos horas en un extraño lugar debajo del océano. Cuando salió de su aventura submarina, fue recogido por submarinistas de la Marina de los Estados Unidos, que casualmente se encontraban en el área. Poco después el joven Troy fue devuelto a Cayo West en un helicóptero militar. Allí fue interrogado, largo y tendido, sobre el hecho de que estuviera nadando en el golfo de México, sólo a dieciséis kilómetros de la isla más cercana. Una hora más tarde fue soltado sin que nadie creyera nada de su historia —Troy miró de Nick a Carol—. Naturalmente —añadió con gravedad—, no les conté nada de lo que realmente ocurrió. No habría modo de que creyeran la verdad.
Carol estaba inclinada hacia delante.
—¿Así que te recogió la Marina? Sería después de que nos fuéramos —se volvió a Nick—. Deben habernos seguido por alguna razón.
El misil debía estar allí después de todo, pensó, ¿pero adónde fue? ¿Lo encontró la Marina? ¿Y qué tiene que ver con ese loco laboratorio? Nada tiene sentido…
—Pasamos más de una hora buscándote —explicó Nick. Sentía remordimientos por haber abandonado la búsqueda de Troy tan pronto—. No se me ocurrió que podrías estar aún allá abajo, en ese lugar, sea lo que sea, y naturalmente no podíamos quedarnos allí. Toda nuestra instalación electrónica fue estropeada por esa extraña alfombra que salió del mar. Así que hemos perdido todo nuestro sist… —se calló a media frase y miró a Troy—. ¡Perdóname amigo!
—No te preocupes —dijo Troy encogiéndose de hombros—. Yo hubiera hecho lo mismo. Por lo menos ahora sé que has conocido a uno de los extraños personajes de mi historia. No conocerías, por casualidad, a uno de los conserjes, ¿verdad? Grandes bolas de gelatina, tipo amiba, con pequeñas cajas en su interior y apéndices de quita y pon colgando de la parte superior.
Nick movió negativamente la cabeza:
—¿Has dicho conserje? —preguntó Carol arrugando la frente—. ¿Por qué llamas conserje a la cosa?
—Conserje, centinela, lo que quieras. Me dijeron que las cosas conserje protegen el cargamento principal de la nave —Troy se fijó en las expresiones de sus amigos—. Lo que me conduce a la primera pregunta, ellos me dieron esta pulsera. Es un aparato de comunicación que funciona en ambos sentidos. No sabría explicaros cómo funciona, pero sé que ellos están a la escucha, y vigilan, y me transmiten mensajes de los que entiendo muy pocos.
Carol volvía a sentirse abrumada. En su mente, esta situación tan compleja había añadido una nueva dimensión, cientos de preguntas se amontonaban en su cerebro y no sabía por cuál empezar.
Entre tanto, Nick se había levantado.
—Espera un poco —dijo dubitativo y un poco confuso—. ¿Te he oído bien? ¿Has dicho que recibiste una pulsera de comunicaciones de algunos extraterrestres y que luego te soltaron en el océano? ¿Y entonces la Marina te recogió y te trajo a Cayo West? Cristo, Jefferson, vaya imaginación. Guarda esta creatividad para tu juego de la computadora. Por favor, dinos la verdad.
—Os la estoy diciendo. Realmente…
—¿Qué aspecto tenían? —interrumpió Carol, dominada por su profesión periodística. Había sacado una Pequeña grabadora, del tamaño de una estilográfica, de su bolso. Troy alargó la mano y la desconectó.
—De momento, ángel —dijo—, esto es estrictamente entre nosotros… de todos modos no creo que viera a ninguno de ellos. Sólo los conserjes y las alfombras. Y mi sospecha es que son sólo robots, máquinas de algún tipo. Muy inteligentes, sí, pero controlados por algo más…
—¡Cielos! —interrumpió Nick— estás hablando en serio —empezaba a exasperarse—. Esto está transformándose en la historia más descabellada que haya oído jamás. Conserjes, alfombras, robots, estoy perdido. ¿Quién son ellos? ¿Qué están haciendo en el océano? ¿Y por qué ellos te han dado una pulsera? —cogió uno de los pequeños almohadones del sofá y lo tiró al otro lado de la sala.
Carol rio nerviosa:
—Nick no es el único que se siente frustrado, Troy. Yo estaba contigo allá abajo y debo confesar que me cuesta tragar tu historia. Quizá deberíamos dejar de interrumpirte y dejarte hablar. He contado a Nick lo que ocurrió en la habitación del sistema solar hasta que saliste corriendo perseguido por aquella cosa o conserje. Empieza desde ahí, por favor, y cuenta la historia en secuencias lógicas.
—No estoy seguro de que exista tal secuencia lógica, ángel —rio Troy también nervioso—. Todo el episodio desafía por completo la lógica. La cosa conserje me atrapó eventualmente en un callejón sin salida y más o menos me anestesió con uno de sus apéndices. Era como si estuviera soñando aunque el sueño era real. Recuerdo una sensación parecida después de una pelea, a puñetazos, cuando era adolescente. Entonces sufrí una pequeña conmoción, sabía que estaba vivo, pero me costaba mucho reaccionar. La realidad parecía algo apagada, vista así, a distancia.
»En todo caso, apareció otro conserje, el mismo tipo de cuerpo, pero diferentes apéndices saliendo de la gelatina, y me llevó a lo que debía ser una sala de reconocimiento. No sé exactamente cuánto tiempo estuve allí. Me habían tendido en el suelo y me tocaban todo tipo de instrumentos. Mi cerebro parecía estar en ebullición aunque no recuerdo ningún pensamiento específico. Algunas imágenes, sí las recuerdo. Reviví a mi hermano Jamie atravesando las líneas en un juego y corriendo cuarenta y cinco metros para el “touch-down”, en el campeonato del Estado de Florida. Entonces me colocaron el brazalete en la muñeca y tuve la clara impresión de que alguien me hablaba muy bajito, tal vez en un idioma desconocido, pero que de tanto en tanto entendía.
»Lo que me dijeron —continuó Troy con una expresión intensa y lejana en el rostro—, fue que lo que nosotros llamamos laboratorio es en realidad un vehículo espacial procedente de otro mundo. Y que hizo un aterrizaje forzoso, como si dijéramos en Tierra, para disponer de tiempo para realizar unas reparaciones complicadas. Ellos es decir los que construyeron la nave, necesitan nuestra ayuda, la tuya y la mía, para conseguir ciertos materiales específicos necesarios para la reparación. Después continuarán su viaje.
Nick estaba ahora sentado en el suelo, delante de Troy. Tanto Carol como él estaban pendientes de cada palabra. Guardaron silencio durante casi treinta segundos después de que Troy terminara.
—Si la historia es cierta —Nick habló finalmente—, entonces estamos…
Oyeron fuertes golpes en la puerta y los tres se sobresaltaron. La llamada se repitió unos segundos después, Troy fue a la puerta y la entreabrió.
—¡Ah!, estás aquí caradura —Carol y Nick oyeron una voz ronca y furiosa. El capitán Homer Ashford empujó la puerta. De momento no vio a Nick y Carol—. Teníamos un trato y te lo has saltado. Hace dos horas que has vuelto…
Por el rabillo del ojo el capitán Homer vio que había otras personas en la estancia y se volvió para hablar a Greta, que aún no había entrado en la casa.
—¿A que no adivinas? —preguntó—. Nick Williams y Miss Dawson también están aquí. No es extraño que no la encontráramos en su hotel.
Greta siguió a Homer hasta el cuarto de estar. Sus ojos claros e inexpresivos no perdieron ni un segundo mirando a cada componente del trío. Carol creyó discernir un algo de desprecio en su mirada, pero no estaba segura. Homer se volvió hacia ella y el tono de su voz fue marcadamente distinto, correcto.
—Les vimos regresar de su excursión a eso de las dos —observó con una sonrisa forzada—, pero no vimos a Troy —hizo un guiño a Carol y se volvió hacia Nick—. ¿Qué, Williams, has encontrado alguna cosita más?
Nick nunca había hecho el menor esfuerzo por ocultar el hecho de que no le gustaba el capitán Homer.
—Pues claro, capitán —rezongó insistiendo en el epíteto—, ¿querrá creer que hemos encontrado una verdadera montaña de lingotes de oro y plata? Parecían los del Santa Rosa, que tuvimos una tarde en el barco, hará unos ocho años. ¿Se acuerda? Fue antes de que Jake y yo dejáramos que usted y Greta los descargaran.
La voz de Homer tenía un tono desagradable:
—Debí haberte demandado por difamación, Williams. Con eso te hubiera cerrado la bocaza de una vez para siempre. Diste el espectáculo en el juzgado. Ahora cállate ya, o algún día te encontrarás con más problemas de los que puedas manejar.
Mientras Nick y Homer intercambiaban insultos y amenazas, Greta se pavoneaba por la estancia como si estuviera en su casa. Parecía ignorar la conversación e incluso la presencia de otras personas. Llevaba una camiseta blanca, ceñida, y unos shorts azul marino y cuando andaba, llevaba los brazos altos, la espalda derecha y los pechos enhiestos. A Carol le intrigaba su comportamiento, la observó deteniéndose y revolviendo los compact discs de Troy. Sacó uno con el retrato de Angie Leatherwood en la funda y se pasó la lengua por los labios. Esta pareja pertenece a una novela de chiflados, pensó al oír a Troy decir al capitán Homer que aquella tarde tenía trabajo, pero que se verían más tarde. ¿Cuál es su historia y qué pinta ahí la gorda Ellen? De pronto recordó que tenía una cita para entrevistar a los tres por la noche. Pero no sé si tengo ganas de descubrir algo.
—Llamamos para decirle que se trajera el bañador esta noche —le dijo el capitán Homer. Había perdido parte de lo que había estado diciendo antes, mientras contemplaba a Greta exhibiéndose por el cuarto de estar.
—Perdóneme —se excusó—, ¿puede repetirme lo que decía? Me temo que estaba algo distraída.
—Le dije que debería venir temprano, a eso de las ocho —repitió Homer—. Y traiga su bañador. Tenemos una piscina muy interesante y fuera de lo común.
Durante la charla, Greta se plantó detrás de Nick y le rodeó con sus brazos. Y delante de todo el mundo frotó ligeramente sus pezones contra su camiseta, y rio cuando se sobresaltó.
—Siempre te gustó esto, ja, ¿Nikki? —dijo soltándole. Carol vio ira en los ojos de Homer. Nick empezó a decir algo pero Greta ya había salido por la puerta, antes de que pudiera protestar.
—No te olvides de llamar tan pronto termines aquí —insistió Homer dirigiéndose a Troy después de un silencio embarazoso—. Necesitamos ordenar ciertas cosas.
El capitán dio media vuelta y sin añadir nada más siguió a Greta hasta su «Mercedes», aparcado frente a la casa de Troy.
—Bueno, ¿por dónde íbamos? —preguntó Troy abstraído mientras cerraba la puerta tras la pareja.
—Tú —le recordó Nick, enfático—, nos contabas una historia asombrosa y casi habías llegado al momento clave, cuando ibas a decirnos lo que podíamos hacer para ayudar a ciertos alienos que habían tocado Tierra, a reparar su vehículo espacial. Pero yo, primero quisiera ciertas explicaciones. No sé si creer algo de este loco cuento de hadas que nos estás contando, pero debo confesar que es extremadamente creativo. No obstante, lo que me preocupa en este momento no es la llegada de criaturas de otro mundo, sino esta pareja de verdaderas bestias humanas que acaban de salir. ¿Qué querían? ¿Están involucrados de algún modo en la aventura en curso?
—Un minuto, Nick —intervino Carol—. Antes de salimos por la tangente me gustaría saber la clase de ayuda que esos extraterrestres de Troy necesitan de nosotros. ¿Un teléfono? ¿Una nave espacial nueva? Primero averigüemos esto, después hablaremos de Homer y de tu amiguita Greta.
Su referencia a Greta era superficial y humorística, Nick lo aceptó, con buen humor, y simuló sentirse herido. Después asintió a la sugerencia de Carol. Troy sacó un papel de su bolsillo y respiró profundamente.
—Bien, debéis comprender que no estoy absolutamente seguro de que haya entendido bien sus mensajes, pero esta transmisión concreta, con la lista de las cosas que necesitan de nosotros, me la repiten cada media hora. Mi interpretación de ella no ha variado en los últimos noventa minutos, así que estoy casi seguro de que la tengo bien. Es una lista larga y, naturalmente, no pretendo comprender por qué quieren todo esto. Pero estoy seguro de que ambos la encontraréis muy interesante.
Troy empezó a leer su lista escrita a mano.
—Quieren un diccionario y una gramática inglesas y lo mismo de otros cuatro idiomas importantes; una enciclopedia de animales y plantas; una historia universal compacta; un tratado de estadística definiendo el estatus político y económico, en curso, del mundo; un estudio comparativo de las principales religiones existentes; una serie completa de los dos últimos años de por lo menos, tres diarios importantes; publicaciones resumidas de ciencia y tecnología, incluyendo una revisión de sistemas de armamento ya en funciones y por desarrollar: una enciclopedia de las artes, incluyendo a ser posible vídeo y sonido, donde fueran apropiados; kilo y medio de plomo y dos kilos de oro.
Nick silbó cuando Troy hubo terminado. A petición de Carol, Troy le tendió la hoja y Nick la leyó por encima de su hombro, absorbiendo cada artículo. Ni uno ni otra dijeron nada.
—Creedlo o no —añadió Troy un minuto después— las primeras ocho cosas no son demasiado difíciles de obtener, camino de casa me detuve en la Biblioteca de Cayo West y, por cierta cantidad, me están preparando una serie de compact-discs que, virtualmente, contienen la información solicitada. Los artículos difíciles están al final de la lista. Ahí es donde necesito vuestra ayuda.
Troy esperó unos segundos para ver si Carol y Nick le seguían.
—Sólo para estar seguro de que lo he comprendido —iba diciendo Nick dando vueltas por la estancia con la lista en la mano—, lo que tú quieres, o lo que ellos quieren si lo prefieres así, ¿es que volvamos a su laboratorio o vehículo o lo que sea, con toda esa información más el plomo y el oro? —Troy asintió—. Pero ¿dos kilos de oro? Eso cuesta un millón de dólares. ¿De dónde lo sacaremos? ¿Y para qué lo quieren?
Troy reconoció que desconocía las respuestas a estas preguntas.
—Pero tengo la impresión —añadió—, siempre basándome en lo que pienso que me dicen, que si satisfacemos parcialmente sus necesidades haremos su tarea más fácil. Así que hagamos lo que podamos y espero que sea suficiente.
Nick movió la cabeza de un lado a otro.
—¿Sabes Carol? —comentó devolviéndole la lista—, ni en los momentos más locos de mi imaginación podría haber inventado una historia tan intrincada y estrafalaria. Todo ella es tan increíble y fantástica que es inevitable aceptarla. Es absolutamente genial.
Troy sonrió:
—¿Así que ayudarás después de todo? —preguntó.
—No he dicho tal cosa —contestó Nick—. Todavía me quedan muchas preguntas. Y por supuesto, no puedo hablar por Miss Dawson. De todos modos aunque todo fuera una broma, la idea de hacer de buen samaritano para una nave de extraterrestres es muy atractiva.
Durante la siguiente media hora Carol y Nick interrogaron exhaustivamente a Troy. Éste les habló rápidamente de Homer y Greta explicando que el jueves por la noche prometió informarles de lo que sucedía a bordo del Florida Queen a cambio de un préstamo a corto Plazo. También añadió que en ningún momento había Pensado darles la menos información, pero que no le Parecía mal el engaño porque al fin y al cabo eran unos ladrones. Nick no estuvo del todo satisfecho con la explicación de Troy, sentía que no le había dicho toda la verdad.
En realidad, cuantas más preguntas hacía, más dudas surgían en su mente sobre la historia que contaba.
¿Pero qué otras opciones hay?, pensó. He visto esa alfombra con mis propios ojos. Si no es un ET, o por lo menos hecha por uno de ellos, debe de ser un robot muy avanzado diseñado, o por nosotros, o por los rusos. Al continuar el interrogatorio de Troy, la mente ágil de Nick empezó a construir un escenario alternativo, igualmente loco e improbable, pero que explicaba, en todo caso los acontecimientos de los tres días pasados, de un modo que encontraba tan razonable como la loca historia de Troy sobre el vehículo alieno.
Supongamos que Troy y ese bandido de Homer estén trabajando para los rusos. Y que todo esto no sea más que una complicada tapadera para una cita donde se entregaría la información ilegal. Homer es capaz de cualquier cosa por dinero. Pero ¿por qué lo haría Troy? Hacer participar a Troy en un complot para vender secretos de los Estados Unidos a un país extranjero era el reconocido fallo de la explicación alternativa de Nick, claro razonó, que tal vez Troy necesitaba dinero extra para pagar todo el equipo electrónico de su juego de computadora.
Es evidente que no puede haber ahorrado suficiente dinero de su escaso sueldo, siguió divagando Nick. Así que supongamos que los compact-discs de Troy contienen secretos militares en lugar de toda esa demencial información mencionada en su lista. El oro sería su paga o la de alguien más. Nick formuló unas preguntas más sobre el oro. Troy admitió que no comprendía muy bien lo que ellos le decían a través del brazalete, sobre el motivo de necesitar el plomo y el oro. Murmuró algo sobre que ambos elementos eran difíciles de producir por transmutación y ya no añadió nada más.
Carol, por su parte, estaba cada vez más convencida de que lo que Troy contaba era verdad. Su imposibilidad de contestar a todas las preguntas no le preocupaba; en realidad, dada la fantástica naturaleza de su historia, si hubiera tenido respuestas preparadas para todas las preguntas, hubiera dudado de la verdad. Pese a su crítica formación periodística, se sintió intrigada y un poco encantada con la idea de que algunos superalienos de otro mundo necesitaran su ayuda.
La intuición de Carol era tan importante en la formación de su opinión, como el proceso de sus pensamientos racionales. Antes que nada, creía en Troy, confiaba en él. Le observó cuidadosamente mientras contestaba las preguntas y no vio el menor indicio de que estuviera mintiendo. No dudaba de que Troy creyera decir la verdad, pero que Troy dijera efectivamente la verdad o que estuviera siendo manipulado y dirigido por los ET que decía representar, era otra cosa muy distinta. Pero ¿por qué motivo?, razonó. No hay mucho que los tres podamos hacer por ellos. Incluso la información que pidieron, excepto, en lo referente a las armas, es relativamente inocente. Apartó temporalmente la idea de que su amigo Troy se hubiera transformado en un peón de los alienos.
En cambio veía a Nick cada vez más suspicaz. Él encontraba muy sospechoso que hubiera tres submarinistas de la Marina en el agua, exactamente en el punto correcto en que una de las alfombras había subido a Troy a la superficie. Y el informe de Troy sobre su interrogatorio después de que le hubieran traído volando a Cayo West era tan confuso, que Nick volvió a exasperarse.
—¡Por Dios!, Jefferson —insistió—, o tu memoria es muy corta o muy oportuna. Nos dices que la Marina te mantuvo retenido durante una hora, y no obstante apenas recuerdas ninguna de sus preguntas y no tienes la menor idea de por qué te interrogaban. Esto no tiene sentido para mí.
Troy empezó a enfadarse.
—¡Mierda!, Nick, te he dicho que estaba cansado. Que había pasado por una experiencia de lo más traumática. Sus preguntas no tenían sentido para mí, y todo el tiempo me parecía como si una vocecita tratara de hacerse oír en mi cabeza.
Nick se volvió a Carol.
—Creo que he cambiado de idea, no quiero participar en este juego por inteligente que sea. Homer y Greta me fastidian, pero puedo habérmelas con ellos si es necesario. Por el contrario, la Marina me asusta, había alguna razón para que nos siguieran. Es demasiado improbable que sólo sea una coincidencia. Quizás Troy sabe algo de ello o quizá no sabe nada, no sabría decirlo. Pero me huele mal.
Se levantó para marcharse. Carol le indicó que se sentara y respiró profundamente:
—Oídme bien los dos. Tengo que haceros una confesión, y parece que éste es el momento indicado para hacerla. No vine a Cayo West en busca de ballenas —miró a Nick— y tampoco en busca de un tesoro. Vine para comprobar el rumor de que un nuevo misil de la Marina se había perdido, se había desviado y caído al Golfo de México… —calló unos segundos para dejar que sus palabras penetraran en ellos—. Probablemente debí decíroslo antes, pero nunca encontraba el momento oportuno, lo siento de verdad.
—Y creíste que el misil estaba en la fisura —observó Troy unos segundos después—. Y fue por lo que regresaste ayer.
—Íbamos a recuperarlo para ti y así proporcionarte un éxito mundial —añadió Nick, endulzaba algo su sensación de ser traicionado por la obvia sinceridad de sus excusas—. Nos utilizaste todo el tiempo.
—Podéis llamarlo así, pero como reportera yo no lo creo así —notó la tensión en la atmósfera. Nick parecía especialmente hostil—. Pero ya no importa, lo que es importante es que os he dado una explicación sobre la presencia de la Marina en el punto de inmersión. En los dos últimos días he hecho varias averiguaciones, a todos los niveles, sobre actividades clandestinas que lleva a cabo la Marina en busca del misil. Anoche, el teniente mexicano pudo ver nuestras mejores fotografías del misil en la fisura. Indudablemente, alguien sumó dos y dos.
—Mira, ángel —habló Troy tras otro breve silencio—, yo no sé nada sobre un misil, y me están ocurriendo demasiadas cosas para encima sentirme herido por que me hayas mentido. Me figuro que tendrías tus razones. Lo que necesito saber ahora es si querrás o no ayudarme a llevar estas cosas a los ET, o alienos, o como quieras llamarlos.
Antes de que Carol pudiera contestar, Nick volvió a levantarse y empezó a caminar hacia la puerta, diciendo:
—Tengo mucha hambre y quiero pensar despacio sobre la situación. Si no te importa, Troy, cenaré temprano y más tarde, esta noche, te daré mi respuesta.
Carol también sintió que tenía hambre, había sido un día largo y agotador, y no había comido nada desde el desayuno. Además le preocupaba un poco la reacción de Nick a su confesión.
—¿Por qué no voy contigo a comer algo? —le sugirió. Él se encogió de hombros, indiferente, como si dijera «como quieras». Carol abrazó a Troy y dijo:
—Encontrémonos todos en mi habitación del «Marriott» a eso de las siete y media. Tengo que ir de todos modos a cambiarme de ropa para la entrevista al trío de bandidos. Podríais darme algunas ideas…
Su humor no despejó la atmósfera del cuarto de estar. Troy estaba claramente preocupado por algo, su rostro era grave, casi severo.
—Profesor —dijo a Nick en tono deliberadamente monótono—, sé que no tengo respuesta a todas tus preguntas, ni siquiera tengo respuesta para las mías. Pero sé una cosa cierta, nada como esto ha sucedido en la Tierra jamás, por lo menos, que se sepa. Las criaturas que construyeron aquella nave espacial, comparadas con nosotros, nos ven como las hormigas o las abejas nos verían si pudieran comprendernos. Nos han pedido a los tres que les ayudemos a reparar su vehículo. No decir que ésta es una oportunidad única en la vida, sería una colosal insensatez.
»Si pudiéramos sentarnos a debatir la cuestión durante semanas sería magnífico, pero no podemos. El tiempo se acaba. La Marina no tardará en encontrarlos, Puede que ya lo haya hecho, con posibles represalias Para los habitantes de ese planeta. Ellos han dejado bien claro que su misión debe cumplirse, que deben reparar su vehículo y proseguir su viaje incluso aunque interfieran en el sistema de la Tierra para alcanzar su meta.
»Sé que todo esto suena a increíble, incluso absurdo. Pero voy a recoger pesos de plomo de mis compañeros submarinistas y recoger los discos de la biblioteca. Con o sin vuestra ayuda, quiero estar mañana en la nave espacial al amanecer.
Nick miró a Troy detenidamente durante su discurso. Por un instante, mientras hablaba, parecía como si no fuera Troy el que hablase, sino alguien o algo hablando a través de él. Un escalofrío recorrió la espalda de Nick. ¡Mierda!, pensó. Soy tan malo como ellos. Yo también estoy ahora cazado por esa cosa. Hizo una señal a Carol para que la siguiera y salieron.