Epílogo
La boda había resultado tan especial como esperaba. El llanto de los gemelos de los duques del Valle había arrancado sonrisas a todos, incluidos los novios.
Ahora Carmen, vestida de hombre, esperaba impaciente en la cama a que su esposo llegara y acabara lo que tan deliciosamente había empezado noches atrás, sometiéndola a una tortura continua que nunca parecía dejarla satisfecha del todo.
–Veo, querida esposa –ronroneó al entrar en la habitación–, que te has puesto muy sensual. Me gusta verte así.
–¿Te gusta? Creí que te molestaba sentir ese deseo por un… jovenzuelo.
–Creí que iba a volverme loco… pero ahora entiendo por qué: eras mía desde antes de conocernos.
–Sí, solo tuya –confesó ella.
La boca de su marido se hizo con la suya arrancando jadeos que esta vez no serían interrumpidos hasta que juntos alcanzaran el clímax y quedaran saciados el uno del otro, pero… ¿ocurriría eso alguna vez?
Cuando Alejandro estuvo dentro de ella, supo que no, que nunca se saciaría de ese regalo que había llegado en la oscuridad de la noche.