Capítulo 18

 

Lola no dijo nada durante todo el camino. Todavía resonaban en su mente las palabras que Ángel le había dicho. ¿Quería pertenecer a alguien? Sería bonito tener a otra persona que cuidara de ella y con la que mantener una relación de respeto, amistad y… ¿amor?

Confundida y pensativa, dejó que su montura siguiera a las demás. No se molestó en preguntar por qué la requería su patrona, le daba igual, la verdad es que ellos la habían protegido y cuidado sin preguntas y ella haría lo que fuera por compensar la gratitud que sentía. Aunque el miedo a que Carvajal la viese y quisiera hacerse con ella la acechaba como una sombra oscura, sabía que mientras estuviese bajo la protección de aquellas personas, en sus tierras, su amo no se atrevería a tocarla. Pero si descubría que se ocultaba allí, ¿cuánto tardaría en encontrarla y arrastrarla de nuevo al infierno del que había logrado escapar?

Además, la culpa la corroía. Temía que su padre pudiera estar preso porque ella hubiera huido pero, aunque no le gustaba la idea, si era honesta consigo misma tenía que admitir que menos le gustaba seguir siendo violada por ese animal.

–¡Ya estáis aquí! –escuchó la voz inconfundible de la duquesa dándoles la bienvenida.

–Sí, aquí las tienes –dijo Álvaro sin mostrar cuidado en sus palabras.

Lola apenas notó nada, pero Ángel, acostumbrado a estar siempre alerta, sospechó y miró a su jefe como pidiendo una explicación a sus palabras.

–Está bien. Carmelo, Lola, vamos, tenemos mucho que hacer.

Desmontaron y siguieron a una muy feliz María adentro mientras Ángel y Álvaro se encargaban de llevar los animales al establo.

–¿De qué darás clase hoy?

–Primero vamos a leer un rato. Los niños ya conocen las letras del alfabeto y están empezando a leer. Después seguiremos con aritmética.

–¿Te gusta?

–Me gusta ayudarlos, me gusta pensar que no serán analfabetos cuando crezcan, aunque no puedan tener la educación que tienen los hijos de los nobles.

–Eres un buen hombre.

–Lo intento. Sabes que haré cualquier cosa con tal de que Carvajal no abuse de ellos. Es un mal hombre.

–Tarde o temprano tendrá su merecido. Hablé con don José.

–¿Qué te contó?

–El capitán está peor que nunca. Ha metido al padre de Lola de nuevo entre rejas, don José dice que el hombre no es más que un saco de huesos. También amenazó al herrero, por eso tiene a su hijo trabajando con él.

–¿Por qué? ¿Qué excusa ha puesto?

–Le ha acusado de ayudar a los bandoleros herrando sus caballos. Es un maldito hijo de perra.

–No debería sorprenderte. Permitía que tu hermano hiciera lo que quería.

–Lo sé… Intento arreglar todo el mal que hizo.

–No tienes por qué, lo sabes, ¿no?

–No estoy seguro.

–No tienes que remendar los errores de tu hermano, no eres él –sentenció Ángel con seriedad.

–Incluso así…

–Haces mucho por este pueblo, más bien que daño hizo él.

Álvaro se quedó en silencio. Necesitaba pensar en todo lo que iba a hacer a partir de ese momento. Necesitaba que Alejandro ocupara el puesto que le correspondía y que Carvajal fuese destituido, ¿pero cómo? Tenía que encontrar una manera de acusarlo de todos los abusos que cometía, aunque no estaba seguro de que fuese tan despistado como para dejar constancia de ello y, por supuesto, nadie iba a querer denunciarlo.

Lola entró con Carmelo en la gran casa detrás de María, a la que se le notaba su avanzado estado. Subieron hasta una de las habitaciones y su señora abrió la puerta para que entraran. Una vez estuvieron dentro, cerró con llave.

Lola admiró la bonita habitación. Contaba con un gran ventanal que daba a la zona de doma de caballos. En mitad de la habitación la gran cama, de madera torneada y con dosel, llamaba la atención y un pequeño armario completaba el escaso mobiliario. También observó que había otra dependencia que sería el baño. Además había otra puerta que parecía pertenecer a la habitación de al lado; seguramente sería la habitación que ocuparía la doncella de su señora.

–Lola –dijo de repente–. Te presento a Carmen –y al decir eso, Lola observó cómo María quitaba el pañuelo de la cabeza a Carmelo y una larga y espesa melena dorada caía sobre los hombros del chico.

–¿Qué…?

–Vas a ayudarla, serás su ayuda de cámara. Para todos los demás, será Prudencia, una prima lejana que ha venido a visitarme por mi estado. Vamos a celebrar una gran fiesta que va a durar toda una semana, te quedarás en esta habitación –la informó mientras abría la puerta que daba, como había supuesto, a otra habitación acogedora y algo más pequeña.

–Pero… –dijo asombrada.

–Sé que es algo extraño, pero necesito tu ayuda. No podré ocuparme de todo sola y creo que aquí estarás bien, a salvo.

–Lo siento… –dijo Carmen, no se le ocurría otra cosa que decir ante la atónita mirada de la mujer.

–¿Quién eres? –dijo sin más.

–Es la prometida de Alejandro –le explicó María usando el nombre de pila del hombre. Sabía que no lo relacionaba con Montés y quería que fuese así.

–¿Del señor Alejandro? –volvió a preguntar atónita.

–Del mismo.

–¿Y por qué has huido, muchacha? –preguntó con sorpresa.

–Porque… es un viejo.

–¿Un… viejo? –sonrió mirando a María.

–Sí, cree que es un viejo lleno de verrugas peludas, ¿no era eso, Carmen?

–Eso mismo… y con una papada enorme… y una barriga descomunal de tanto beber cerveza y vino –acabó convencida.

Lola miró a María conteniendo la risa. Desde luego Alejandro era cualquier cosa menos un viejo decrépito como Carmen pensaba. ¿Cómo habría llegado a esa conclusión? Lo que estaba claro era que por algún motivo María no le había dicho a Carmen quién era en realidad su prometido, uno al que conocía muy bien sin saberlo.

Más tarde le preguntaría el motivo a su señora, pues estaba segura de que lo había.

–Ve a darte un buen baño, tienes el pelo…

–Lo sé, es por el pañuelo.

–Pues no vas a tener que llevarlo más. A partir de hoy serás Prudencia.

–¿Prudencia? –preguntó Lola conteniendo una sonrisa.

–Sí, es perfecto para ella, ¿verdad? –sonrió en respuesta María–. Lola, ¿ayudarás a Prudencia?

–Sí, claro.

–Gracias, también hay ropa nueva para ti en tu habitación.

Eso sonaba genial. A Lola le pareció que se podía acostumbrar a estar en La Andaluza como doncella. María era una gran patrona y sin duda necesitaría ayuda cuando naciera el bebé, si no fuese por el miedo que le daba pensar que Carvajal podría descubrirla…

Mientras Lola le preparaba el baño, Carmen se asomó a la ventana y comprobó la extensión que tenían las tierras del duque. Hasta donde se perdía la vista se podían ver los olivares, los almendros, las tierras de cultivo… la zona de la doma.

El recuerdo hizo palpitar su corazón a gran velocidad y al acordarse a su vez de la pasada noche, en el río, un escalofrío de placer la recorrió de arriba abajo. ¡Cómo le gustaba ese hombre! Lograba derretirla con solo una mirada, aunque no serviría de nada porque ¿qué iba a hacer? No podía fugarse con él, ¿no?

Aunque la verdad era que la idea de vivir como su mujer en el campamento no le desagradaba, era algo que podía llegar a plantearse… ¿Qué diría su padre? ¿La obligaría a cumplir con el contrato? Sí, estaba segura, y sabía bien que no debería deshonrar a su padre de esa forma, pero… ¡Es que no quería vivir toda su vida cuidando a un anciano!

Si encontraba un marido digno, quizá su padre la perdonase… ¡Se iba a volver loca! La verdad es que echaba de menos su casa, pero no quería ser una simple moneda de cambio. ¡Cómo le hubiese gustado nacer hombre! Habría sido todo tan diferente.

–Prudencia –la interrumpió Lola–. Voy a ir a por algunas hierbas aromáticas para el baño.

–Está bien –contestó distraída.

Lola bajó la escalera blanca que daba acceso a la planta baja y desde allí se dirigió a las cocinas, más por intuición que otra cosa, pues no conocía la casa. El olor a pan recién horneado era tan delicioso que invitaba a seguirlo.

–Buenos días, soy Lola, la nueva doncella. ¿Dónde puedo conseguir algunas hierbas aromáticas para el baño de mi señora?

–Buenos días –contestó una mujer amable con la cara tan redonda como el pan que se cocía al fuego–. Sal por esta puerta, ahí atrás está el jardín de hierbas de la patrona. Seguro que encuentras algo que te sirva.

–Gracias. Ese pan huele que alimenta.

–Gracias –sonrió la mujer antes de ponerse de nuevo con sus quehaceres.

Lola salió y, como le había dicho la señora, enseguida encontró el pequeño y completo jardín que María cultivaba personalmente. No le sorprendió ver a Ángel rodeado de chiquillos enfrascados en sus explicaciones.

–Esa planta es manzanilla. Es un buen remedio para los dolores de estómago y también se dice que si su infusión se aplica en el cabello, este se vuelve más claro… –comentaba distraído.

Lola pensó que era un buen hombre, pues era atento y cariñoso con unos niños que no eran suyos, y además atractivo. A pesar de no tener la altura del duque o del sargento, era alto, apuesto y fuerte. Sus ojos del color del cielo que anuncia tormenta la hechizaban. Cuando lo miraba solo pensaba en perderse en ellos, en dejar que la lluvia con la que parecían amenazar la mojase…

–Lola –dijo de repente sorprendido–, no te esperaba.

–He venido a buscar algunas plantas para el baño de la señora Prudencia, no quería molestarte.

–No me molestas en absoluto. Todo tuyo. Niños, un descanso, no os vayáis demasiado lejos.

Los niños se alejaron a toda prisa, a correr y jugar en el espacio libre de plantas. Ángel se acercó a Lola y rozó con su mano la de ella, despertando en su estómago esa sensación que solo nacía cuando él la tocaba.

–¿Vas a trabajar en la casa?

–Sí, al menos durante unos días.

–¿No estás feliz?

–Me asusta que me encuentre.

–Nunca va a volver a tocarte.

–No estoy tan segura. Él siempre se queda con lo que le apetece, hasta que lo destroza y lo deja inservible.

–Cásate conmigo, así no podrá reclamarte.

–¿Tú querrías hacerme tu esposa? ¿Sabiendo lo que me hizo? ¿A pesar de saber que estoy rota, que no valgo nada…?

–¿Todavía no te has dado cuenta de lo que siento por ti? ¿No ves que cada pensamiento que tengo es para ti? Cada gesto, cada palabra, cada respiración te pertenecen. Lola, mírame, desde que te vi aquella noche en su casa, desde esa noche, te quise para mí.

–Yo… No lo sé.

–Piénsalo, Lola. Esperaré a que lo decidas, mientras…

No terminó la frase, porque antes de que Lola le pidiese que continuara, su boca se había adueñado de la de ella, logrando que cualquier pregunta o queja quedasen relegadas al olvido. La boca de Ángel sabía a gloria, aunque despertaba en Lola un infierno ardiente que la hacía perder la cordura.

Quizás no era tan tarde para ella, quizás él podría ayudarla a ser de nuevo una mujer que valiese la pena. Tal vez… si le decía que sí estaría a salvo. Cualquier pensamiento coherente se desvaneció cuando la lengua de Ángel se introdujo en su boca y comenzó a saborearla.

Lola no pudo resistirse y jugó con aquella lengua. Aunque no era virgen, sí inexperta, pues sus únicas experiencias habían sido a merced de un animal que no dejaba de lastimarla. Esto era tan diferente… Se sentía tan bien, era tan cálido…

Gimió al sentir la mano de Ángel en su cintura y, cuando la apretó contra sí, notó su miembro viril listo para ella. Solo tenía que decir que sí y seguir disfrutando de ese placer que la recorría, pero…

–Siento interrumpir –les dijo una voz familiar–, pero te necesito.

Ambos se separaron. Lola recogió a toda prisa un puñado de hierbas sin mirar qué eran en realidad y se marchó rápidamente hacia la cocina.

–¿Te la vas a quedar?

–Claro que sí, Montés. Se lo he pedido, pero está indecisa.

–Sabes que puede que nunca más vuelva a confiar. La ha destrozado.

–Lo sé y cada vez que pienso en todo lo que puede haberle hecho y de lo que ella no quiere hablar… siento que sería capaz de arrancarle la sucia cabeza de su grasiento cuerpo.

–No es que no lo merezca, pero no podemos ser igual que él.

–¿Qué necesitas?

–Me gustaría que me ayudaras con un semental, es demasiado impetuoso.

–¿Incluso para ti?

–Incluso para mí.

–Está bien, te ayudaré, me gustará ver cómo de brioso es el animal. Por cierto, ¿sabes quién es Prudencia?

–No –contestó. «Pero me puedo hacer una idea», pensó–. ¿Por qué?

–Lola va a ser su doncella. Al parecer va a haber una gran fiesta.

–Sí, así es, ya recibí mi invitación.

–¿Vas a venir?

–No me queda otra opción.