Capítulo 13
Álvaro entró en la cueva en la que Alejandro se había adentrado minutos antes. Estaba molesto y dispuesto a terminar con el juego que quisiera que se trajese entre manos su amigo.
–Alejandro, esto no puede seguir así –le espetó nada más entrar.
–¿Crees que no lo sé? ¡Me voy a volver loco!
–Pero, ¿qué es lo que sucede?
–Yo… –dijo con la voz agónica mientras se pasaba los dedos por la espesa melena castaña.
–Vamos, soy yo, sabes que puedes confiarme cualquier cosa. Nada de lo que me digas va a cambiar el respeto y el cariño te tengo.
–No estoy tan seguro.
–¿Qué te asusta tanto?
–¡Que lo deseo! ¡Maldita sea! –estalló–. Nunca, me oyes, nunca antes había sentido atracción por ningún hombre y ahora… ese mequetrefe sin chicha despierta en mí una lujuria que no puedo controlar… –se quejó asustado y herido.
Álvaro escuchaba a su amigo con la boca abierta. Era curioso cómo el destino se empeñaba en juntar a las personas que estaban predestinadas.
–Bueno, amigo –reaccionó al cabo de un rato–, seguro que se te pasa.
Odiaba mentir a alguien que era más que un amigo para él, pero no podía decir nada. Lo había prometido y luchó por ocultar la carcajada que pugnaba por salir de su boca.
–¿Te estás riendo de mí? –bramó Alejandro furioso.
–Lo siento –contestó entre risas–, es que ahora sé por qué se ha ido la Pepa tan enfadada.
–Y eso no es lo peor, amigo, ha sido la segunda vez…
–¿La segunda vez?
–Sí, la primera noche que llegó el crío quise estar con una mujer para convencerme de que no me pasaba nada… y no pude.
–Bueno, la verdad es que parece más una mujer que un hombre, tal vez es por eso –intentó tranquilizarlo.
–No lo sé, pero creo que me voy a volver loco y además…
–¿Hay más, Alejandro? –dijo alzando la voz.
–La otra noche en el río vi a una mujer. Era la mujer más hermosa que he visto jamás y la imagen del trasero del muchacho desnudo no me abandonó ni tan siquiera con esa visión y para colmo… –continuó frustrado.
–¿Para colmo…?
–Le he besado esta noche –musitó.
–¿Que has hecho qué? –preguntó Álvaro atónito.
Alejandro miró a su amigo y bajó la mirada. Tenía que contarle a alguien lo que le carcomía por dentro, aunque quizás Álvaro no le comprendiese. Aun así tenía que arriesgarse y soltarlo porque sentía que el pecho le iba a explotar.
Álvaro observó a su amigo, que parecía a punto de perder la cordura, y aunque tuvo la tentación de decirle la verdad no podía romper su promesa. Su palabra era su honor y era lo único que había tenido durante mucho tiempo, así que no podía faltar a ella.
–Estaba mirando la herida y al tocar la suave piel de su muslo un calor irracional se apoderó de mí y cuando lo miré y noté cómo me miraba…
–¿Y cómo te miraba?
–Con deseo, con hambre… ¡Por todos los santos apóstoles! Ya estoy otra vez listo para él.
Ante la reacción de su amigo, Álvaro estalló en carcajadas. Sabía que cuando supiera la verdad iba a reírse también y comprendería por qué ese muchacho lo confundía, o tal vez su amigo quisiera matarlo por dejarle con la incertidumbre todos esos días. No sabía qué hacer, se debatía entre una cosa y otra. Se prometió que si la cordura de su amigo peligraba, obligaría a María y a Carmen a decirle la verdad, al menos estaba claro que esos dos estaban hechos el uno para el otro.
Lola se sentó cerca del muchacho, parecía tan asustado como lo estuvo ella los primeros días. ¡Se le veía tan joven! ¿Habría sido ella alguna vez así? Sí, lo fue, justo antes de caer en las manos de su amo.
–Te han dado–señaló Lola lo obvio.
–Sí, no he tenido mucha suerte –musitó –. La otra noche te vi bailar, lo haces muy bien –comentó para no hablar de ese momento. Todavía perduraba en su cuerpo el miedo que había pasado.
–Gracias, es lo único que me permite ser libre –confesó.
–¿No lo eres aquí? –interrogó sorprendida por la confesión.
–A veces, pero no lo fui y la marca que ha dejado mi amo en mi piel y mi alma permanecerá grabada para siempre.
–¿Te maltrataba?
–Más que eso, hizo conmigo todo lo que quiso.
–Lo siento –se disculpó, aunque no era culpable de nada, pero sentía que su futuro pendía de un hilo y que bien podría ella misma llegar a ser como esa mujer que ahora la ayudaba con su herida lamentando el dolor que su prometido podría hacerle.
–No es tu culpa, además aquí estoy a salvo.
–Ángel me ha gruñido –dijo inocente.
–¿Sí? ¿Por qué?
–Porque me quedé embobado mirándote. No quería insultarle, no sabía que eras suya.
–¿Suya?
–Eso me ladró –confesó ahora ruborizada por haber metido la pata.
–Bueno a mí no me ha dicho nada.
–¿Pero te gusta?
–Es un buen hombre. Parece que ha sufrido mucho, aunque no sé por qué. No habla demasiado.
Las dos callaron unos instantes y el viento frío erizó la piel de Carmen. Lola cosía la herida con maestría, apenas notaba la aguja entrar y pasar por su tierna carne.
–Tienes piel de chica, es más, muchas mujeres desearían una piel como la tuya.
–Gracias –repuso silenciosa.
–Es extraño, pero algo me dice que puedo confiar en ti.
–Y puedes –sonrió.
–Tengo miedo de que me encuentren.
–Yo también.
–Aquí estáis –las interrumpió el Caballero–. Lola, María quiere que mañana vayas a La Andaluza, necesita ayuda.
–Está bien.
–Me marcho, no quiero que María esté sola toda la noche.
–Buenas noches –contestaron al unísono.
Lola se levantó y se enjuagó las manos en el agua fría del río. Después de preguntarle a Carmelo si podía llegar solo al campamento y de que este dijera que sí, se marchó con paso tranquilo, tal y como ella era.
Lola llegó a una curva del camino que al principio le asustaba, pues no se podía ver qué había delante, pero ahora sabía que allí estaba segura. Apoyado en un frondoso pino vio a Ángel, que al parecer la estaba esperando. Las palabras de Carmelo resonaron en su mente con fuerza. Él le había advertido que era suya, y de repente sintió que su estómago se llenaba de una sensación extraña y a la vez placentera.
–Buenas noches, Lola –dijo con su voz profunda y sensual
–Buenas noches Ángel.
–¿Has cosido al crío?
–Sí, ha tenido suerte. No deberíais haberle llevado, es muy inocente.
–Lo dejamos lejos, ha sido un desafortunado accidente.
–Podía haberos costado la vida a alguno –advirtió.
Ángel se colocó frente a ella, interrumpiéndole el paso. Estaba decidido, se lo diría, de todas formas todos sabían ya sus intenciones y ella debía de saberlo también. Así que estaba dispuesto a confesarle que quería quedarse con ella.
–Siempre existe ese riesgo, por eso… –dijo colocando un mechón de la oscura melena de Lola tras su oreja.
–¿Por eso… ? –preguntó Lola a la vez que tragaba con dificultad.
–Por eso quiero que sepas… ¡Maldición! –blasfemó. No era un hombre de palabras, a pesar de ser maestro. Él era un hombre de acción, así que eso haría: actuar.
Se acercó hasta ella y la agarró por la nuca con firmeza y suavidad. Lola podía ver reflejada en sus ojos la lucha interna que mantenía. Aquellos ojos grises soltaban chispas plateadas que le recordaban a los relámpagos. Sabía que la deseaba, pero en ninguna ocasión lo había dejado ver con tanta claridad como ahora.
¿Deseaba que la besara? ¡Por Dios sí! Era la primera vez que deseaba ser besada y que no era obligada a ello, así que entreabrió los labios para hablar y sus palabras fueron ahogadas por el gruñido de satisfacción que Ángel soltó cuando sus labios se fundieron.
Era lo más dulce que había probado jamás. Sabía a gloria, a pecado a… deseo. La boca de Lola era como el néctar de los dioses y su corazón latía a mil por hora gracias a una sensación que le llenaba de vida.
Lola jadeó ante la sorpresa y se dejó arrastrar por él. Era magnífico. No tenía idea de que un beso pudiera causar tales estragos en su cuerpo. Las piernas le temblaban, el estómago parecía un mar revuelto, el aliento se le aceleraba o desaparecía con la misma rapidez y un calor abrasador goteaba por sus piernas.
Ángel profundizó el beso y la levantó por la cintura para pegarla más a él. Lola pudo sentir su sexo golpeándole en el suyo propio, llamándola suavemente, pidiendo permiso… Nunca se lo habían pedido antes, estaba acostumbrada a las exigencias de la bestia, nada que ver con esto que sentía.
Sus manos se atrevieron a enredarse en la espesa mata de pelo de Ángel y sus dedos jugaron con los rebeldes cabellos arrancando gemidos desesperados del pecho del hombre. Las manos de Ángel acariciaron uno de sus pechos mientras con dedos hábiles sacaba el otro del corsé que los mantenía encerrados. Al saber que estaba fuera no pudo evitar mirarlo y quedarse con la boca abierta solo de pensar en cómo sabría ese cremoso manjar.
Su lengua actuó más rápido que su mente y, antes de comprender qué sucedía, ya tenía el sonrosado pezón dentro de la boca y sentía cómo el cuerpo de Lola se arqueaba hacía atrás disfrutando de la húmeda caricia.
Notar cómo la mujer se retorcía entre sus brazos gracias al placer que le regalaba le hizo sentir que iba a perder la cordura. Si no paraba iba a hacerla suya allí mismo y cualquiera podría pasar y descubrirlos. Con un esfuerzo sobrehumano separó su boca del dulce e inhiesto pezón y volvió a colocarlo en su sitio.
–Eres mía, no lo olvides –dijo a la vez que se marchaba por donde había venido.
Lola no supo qué decir. Estaba atolondrada, temblaba de arriba abajo y solo su pecho agitado le confirmaba que había sido real. Se había declarado de una forma un poco extraña, pero le había dicho que era suya. Y Lola, sin saber por qué, sonrió y se marchó de vuelta al campamento acompañada tan solo por la oscuridad de la noche.