EPÍLOGO

 

Yacíamos despreocupados sobre la arena en una playa desierta en una pequeña isla del Pacífico, aislados del resto del mundo. Ante nosotros el sol tocaba su zénit, iluminando el fin del atardecer en unos tonos anaranjados sublimes. Robb estaba más guapo que nunca, aún más bronceado de lo habitual, de modo que sus ojos verdes brillantes por el efecto del mar destacaban como esmeraldas en su rostro. Su pelo estaba alborotado como de costumbre y su barba incipiente le daba un toque descuidado y condenadamente sexy. Llevaba el pecho descubierto y un pantalón suelto de hilo blanco, del mismo tejido que mi vestido playero. Me había llevado a ver el atardecer frente al mar, tras una jornada de exploración en la pequeña selva que crecía en el interior de la isla. Estaba exhausta y me recosté sobre su pecho, sentada entre sus piernas y él me abrazó por la cintura y me atrajo hacia sí para que descansara sobre él. Como de costumbre sus brazos eran el lugar más confortable del mundo para mí. Cuando los últimos rayos del ocaso nos iluminaron, Robb se inclinó sobre mí, acariciándome la cabeza con sus labios, que descendieron hasta capturar el lóbulo de mi oreja. Me estremecí y me giré hacia él buscando sus labios.

–Tengo algo para ti–dijo entonces pillándome por sorpresa.

–¿De qué se trata?–pregunté intrigada.

–De un regalo. Se trata de algo que quiero que lleves siempre contigo, un símbolo que te una a mí–me desveló.

–Estoy unida a ti en cuerpo y alma puesto que estamos vinculados, ¿qué podría unirnos más aún?–le pregunté confusa.

–Algo un poco más mundano–me confesó.

Se llevó la mano al bolsillo y de pronto cogió mi mano izquierda y depositó un anillo en mi palma. No esperaba algo así, pero mis ojos quedaron hechizados ante la maravillosa joya que Robb me acababa de regalar. Se trataba de un anillo ancho, plateado y brillante en el que estaban incrustadas piedras preciosas, una en el centro con forma de estrella de cinco puntas de color turquesa y alrededor de todo el perímetro pequeñas piedrecitas verdes del color de los ojos de Robb.

–¡Dios mío!, ¡es precioso!–exclamé.

–¿De veras lo piensas? Me alegro de que te guste porque lo he hecho yo mismo. Es de titanio, un metal  precioso, muy fuerte y resistente, como nuestro amor. Quería que simbolizara algo importante para nosotros y pensé en nuestro vínculo, por eso he incluido la turquesa con forma de pentagrama. Además también te representa a ti, porque es del mismo tono que tus ojos, y las otras gemas son esmeraldas, del mismo color de mis ojos–me explicó.

–¿Cuándo has podido hacerlo? Llevamos juntos toda la semana, ¿es que te has escapado por las noches mientras dormía a tu taller de orfebrería?–bromeé.

–No, no tengo un taller subterráneo en la isla ni nada por el estilo–admitió sonriendo–Lo hice mientras estabas convaleciente. Aunque ya sabía antes lo importante que eras para mí, al verte en peligro me di cuenta de que la vida es efímera y que cada instante importa. Quiero vivir cada uno de los instantes del resto de mi vida contigo y por eso, si tú también quieres compartir tu vida conmigo quiero sellarlo con esta alianza. ¿Qué me dices?, ¿me aceptas?–me preguntó con intensidad.

–No hay nada que desee más–respondí sin pensármelo.

Robb sonrió con su sonrisa de medio lado y cogió de nuevo el anillo de mi mano y lo deslizó en mi dedo corazón. Después cogió mi mano entre las suyas y la besó, sobre el anillo.

–Gracias, me has hecho muy feliz aceptándome–admitió sonriente.

–¿Acaso dudabas de que lo hiciera? Te amo desde el primer momento en que te vi, Robb. Desde que te conocí mi vida cambió y ha sido una aventura emocionante. Hemos tenido unos momentos increíbles y también otros más difíciles a lo largo de nuestra relación, pero aunque tuviera que pasar lo peor otras cien veces, lo haría porque mi recompensa es poder quedarme contigo. Sé que he perdido aptitudes, pero creo que aún puedo ver el futuro en mis sueños y ¿sabes por qué lo sé? Pues porque desde que vinimos aquí, no hago más que soñar con nosotros, con nuestro futuro y te aseguro que lo que veo es una vida excitante y llena de felicidad. No me perdería eso por nada en el mundo–le confesé.

–¡Pues comencemos a vivirla!–dijo Robb y con entusiasmo rodó sobre mí.

Las estrellas fueron apareciendo sobre nosotros en un cielo perfectamente despejado mientras nuestros cuerpos se entrelazaban en un frenesí de roces y caricias. De pronto vi una estrella fugaz atravesar el cielo y recordé mi deseo de aquella noche, cuando creí morir. Había pedido volver a besar a Robb de nuevo algún día, como hacía aquella noche en esa isla desierta. Miguel tenía razón, los deseos se cumplen si se lo pides a una estrella fugaz y esta noche mi deseo era para él, para que fuera tan sumamente feliz como lo era yo ahora.

 

FIN