CAPÍTULO XIX

 

Había transcurrido más de una hora desde que descubrimos la desaparición de Christine y seguíamos buscándola por la zona sin éxito. La habíamos llamado al móvil, pero no daba señal y finalmente descubrimos que quien quiera que se la hubiera llevado se había encargado de inhabilitarlo, porque lo encontramos destrozado en el suelo a unas calles del local. Estaba empezando a desesperar cuando de pronto Christine me contactó y por fin recuperé la esperanza de encontrarla a salvo.

“Miguel, me vendría bien tu ayuda. Un tipo me ha capturado” dijo en mi mente.

“¿Estás bien?” le pregunté angustiado.

“Sí, sólo me encuentro un poco aturdida. Bajé la guardia y me golpeó con algo en la cabeza. Debí de perder la consciencia porque no recuerdo nada más de lo que ha ocurrido desde el golpe” me explicó.

“¿Sabes dónde estás? No veo más que oscuridad” le pregunté nervioso.

Podía ver a través de ella gracias a nuestro vínculo, pero sin algo más concreto para localizarla no habría nada qué hacer.

“No tengo ni idea. Acabo de volver en mí y he descubierto que estoy esposada y amarrada a una columna. Estoy sola, al menos de momento. Diría que me han encerrado en un sótano porque no veo ventanas y huele mucho a humedad” me explicó.

“¿No has podido liberarte?” le pregunté.

 “He intentado soltarme, pero son esposas para híbridos” me contestó.

“¿Qué es lo que pasó exactamente? ¿Por qué no me avisaste cuando te atacaron?” le pregunté.

“Ese tipo apareció en el callejón de pronto y me llamó por mi nombre. Yo desconfié de él, pero entonces me dijo que era un amigo de Mary y que necesitaba hablar conmigo sobre Emma. Se identificó como Huracán y como por su aspecto coincidía con la descripción que Emma nos dio de él, me pareció de fiar y me relajé. Entonces él se acercó y se quitó el escudo y comprobé que efectivamente se trataba de un primero. Me rogó que le llevara con Emma porque él sabía que corría sumo peligro y se ofreció a ayudarla. Me contó que había descubierto lo que tramaba James y su paradero y que si nos dábamos prisa habría una forma de pararle los pies. Le dije de que no sabía dónde estaba Emma, pero que podría contárnoslo a nosotros, que éramos su equipo. Pareció que mi propuesta le satisfizo, con lo que le pedí que me acompañara al interior del local para reunirnos allí con vosotros y cuando me giré para entrar, debió aprovechar para golpearme con algo en la cabeza” me explicó.

“Tranquila, estamos intentando localizarte por GPS. Todos nuestros uniformes están equipados con un localizador y si tenemos suerte desde la base nos darán tu posición en pocos minutos” le dije para tranquilizarla.

“No te preocupes, estaré bien” me aseguró.

“Siento no haber estado ahí para ti” dije afligido.

“Miguel, tú no podías saberlo. Me confié demasiado y he caído en una trampa, error de principiante, pero estoy tranquila porque sé que me encontrarás” me dijo.

“Pues claro que lo haré. No lo dudes ni un momento, nena” le dije para calmarla.

Lancé una mirada impaciente a Cloe, que seguía en comunicación con la base para obtener su localización, pero me indicó por gestos que aún seguían en ello.

“Creo que viene alguien” dijo de pronto Christine.

“Christine, tienes que ganar tiempo para que pueda llegar a ayudarte. No me bloquees, estaré contigo todo el tiempo. Tranquila” le dije.

De pronto sentí el aura del primero a través de Christine. El lugar estaba muy oscuro, pero fue fácil identificar su figura acercándose. Avanzó hasta situarse frente a ella y no me gustó en absoluto su aspecto. Era un tipo alto y fuerte, con melena morena y vestido de negro. Sus ojos eran fríos y despiadados y adiviné que Christine corría peligro sólo con contemplar su expresión. Me sentía impotente observando allí, sin hacer nada, cuando lo que me apetecía era abalanzarme sobre él y despedazarle. 

“Me alegra ver que ya te has despertado” dijo con voz grave “Te advierto que es mejor que tú y yo nos entendamos desde el principio, Christine. No tengo mucha paciencia como vas a comprobar y necesito que colabores conmigo”.

“¿Cómo me encontraste?” preguntó de pronto Christine intentando ganar tiempo.

“Fue sencillo averiguar dónde encontrar a la líder de los pacificadores. Recuerda que fui uno de sus miembros” respondió Huracán.

“Entonces no entiendo por qué me has traído aquí a la fuerza si estamos en el mismo bando. Emma me contó que estuviste del lado de sus padres cuando huyeron y que formabas parte del movimiento” dijo Christine.

“Es cierto, estuve con ellos, pero no fue mi elección seguirles, más bien tuve que hacerlo porque no me quedó otra salida. Yo era la mano derecha de Adriel y cuando él lo tiró todo por la borda sólo para estar con esa zorra yo también tuve que ir al destierro o de lo contrario me habrían acusado de traición del mismo modo que a ellos. Ellos me quitaron todo lo que tenía: mi posición, mis hombres y todo lo demás y no les importó lo más mínimo. Ni siquiera se disculparon por arrastrarme con ellos y destrozar mi vida. Pero aquello que se traían entre manos fomentando la paz era un suicidio, un desastre anunciado y yo no quería acabar así” explicó Huracán.

“Y entonces los traicionaste, ¿no?” intuyó Christine.

“Para traicionar a alguien antes has de haberle sido fiel, Christine y no fue mi caso con Adriel. Él me sacrificó sin pedirme mi parecer, por lo que ya no le debía nada. Esa mujer le volvió un insensato. Ella debió de sugestionarle y le utilizó, como hacía con todos los demás, hasta que él creyó todo lo que ella le decía. Estábamos todos condenados, pero entonces James me ofreció una oportunidad de volver a ser lo que había sido e hicimos un trato” explicó Huracán.

“¿Qué es lo que te prometió para que mereciera la pena vender a tus amigos?” preguntó Christine indignada.

“Pues en un primer momento salvó mi pellejo, que ya era más de lo que podía esperar. Desde ese momento me convertí en su topo, me mantuve infiltrado entre los pacificadores e informaba a James de todos sus movimientos. Gracias a mí consiguieron capturar a Adriel y quitarle de en medio, pero Hana se me escapó en un primer momento. Sin embargo terminé por encontrarla también y se la juzgó castigándola con la muerte. Después de eso me uní a James y acabamos con lo que quedaba del movimiento, de modo que la situación quedó controlada de nuevo” admitió.

“Pero no contabais con la existencia de Emma, ¿no?” preguntó Christine.

“Lo descubrí muy tarde, pero aún estamos a tiempo de arreglar ese desliz” me insinuó.

“Entonces mentiste a Emma,… tú no tenías un pacto ni con su madre ni con Mary. Ni siquiera sabías que ella existía hasta que James lo descubrió, ¿no?” adivinó Christine.

“Cuando os localizamos James me encargó deshacerme de la vieja y de ti para poder llegar fácilmente hasta Emma. Resulta que la vieja cantó antes de morir. Sería muy buen escudo, pero le hice creer que teníamos a Emma y nos contó todo con tal de que no la torturáramos. Ella me habló de un aliado que vendría a por Emma cuando fuera el momento y me resultó muy conveniente después utilizar esa información para acercarme a ella” me explicó.

Cloe me hizo una seña y me dirigí hacia ella veloz. Teníamos la localización, un edificio del Bronx. Sin más cogí las coordenadas y las introduje en mi GPS y me puse rumbo allí en mi moto, seguido de Rick y Cloe. Se nos unirían más refuerzos desde la base, pero no podía esperar más, si Huracán le estaba contando toda la  historia a Christine no tenía pinta de que la dejara después irse de allí de rositas. El asunto pintaba feo.

“De modo que tú mataste a Mary. ¡Eres un cabrón!” rugió finalmente Christine.

Huracán se acercó y la soltó un guantazo, partiéndola el labio. Ella no se quejó, pero la furia que se despertó en mí por ver que la trataba de ese modo fue tal que pisé el acelerador al máximo.

“Y ahora que ya sabes de qué va la historia, vas a decirme dónde está escondida Emma. Lo puedes hacer por las buenas o por las malas, tú decides” le amenazó Huracán acercándose más a ella.

“No lo haré de ningún modo. Dejaré que sea ella quien te encuentre a ti para vengarse por lo que les hiciste a sus padres y a Mary. Entonces sabrás lo que es bueno” le amenazó Christine.

“Hablarás, zorra” la insultó.

Le metió otro guantazo en la cara y comenzó a escurrirle un hilillo de sangre por la comisura del labio. Me puse en tensión y deseé estar ya allí para hacer polvo a ese cabrón. Tenía que llegar cuanto antes.

“Christine, no le alteres. Intenta ganar tiempo, ya sabemos dónde estás y voy de camino tan rápido como puedo” le avisé.

“Lo intentaré” dijo ella.

Pero entonces él se acercó y le inoculó algo en el brazo. ¡Maldita sea! Christine gritó y trató de apartarle de ella con un cabezazo, pero no pudo hacerlo, ya era demasiado tarde.

Entonces se empezó a retorcer de dolor y sentí que algo la abrasaba por dentro. No me hizo falta nada más para saber que le había inoculado un veneno. Seguramente se trataba de la misma sustancia que le encantaba emplear a James en sus torturas y con la que casi se había cargado a Robb hacía unos meses.

“Te acabo de envenenar, preciosa. Lo que te he introducido es una sustancia mortal, incluso para un híbrido. Te irá quemando por dentro, destrozando tus tejidos poco a poco y en menos de veinticuatro horas ¡se acabó!” le explicó Huracán con frivolidad.

“Soy fuerte, no acabará conmigo” dijo Christine rabiando de dolor.

Pero se equivocaba, ninguno de nosotros éramos lo suficientemente fuertes para resistir a ese veneno. Sólo los primeros le sobrevivían, pero también a ellos les debilitaba y les dañaba. La única solución era el antídoto.

“No sobrevivirás sin el antídoto y si lo quieres tendrás que decirme dónde está Emma” dijo Huracán sujetando su rostro con fuerza.

“No te lo diré” le desafió Christine.

Huracán rugió y volvió a abofetearla. Me estaba acercando al lugar, pero si Christine seguía desafiándole así temía que él perdiera la paciencia y acabara matándola.

“Christine, por favor, no le provoques. Le haré pagar por lo que te está haciendo, pero para eso necesito un poco más de tiempo. Intenta negociar con él” le rogué encarecidamente.

“Si no hablas ahora cuando mueras iré a por tu amigo, el ángel” amenazó Huracán.

“De acuerdo, de acuerdo. Hablaré” dijo Christine en un susurro.

“Bien, veo que vas entrando en razón” dijo Huracán.

Entonces divisé el edificio que marcaba la localización gps. Parecía estar abandonado porque la mayor parte de las ventanas estaban rotas y desde el exterior se veían los interiores desvencijados. Aparqué la moto en la acera y me colé en su interior por el hueco de lo que antes habría sido una puerta. Estaba seguro de que tenía que haber un sótano por algún lado y recorrí toda la planta, escudado, para no avisar a Huracán de mi llegada. Y entonces encontré una trampilla y la levanté impaciente encontrando una sinuosa escalera que se hundía bajo tierra. Y cuando comencé a bajar me alivió sentir el aura de Christine cerca y también sentí a Huracán. Me deslicé sigilosamente casi pegado a la pared para ocultarme entre las sombras y no ser detectado por el primero antes de tiempo. Y entonces los vi. Christine estaba amarrada con cadenas a una de las columnas del sótano y Huracán estaba a su lado sujetándola el rostro con rudeza y esperando a que ella hablara. Y supe que le iba a hacer pagar a ese tío por todo lo que le había hecho a Christine, aunque fuera lo último que hiciera. Eché a correr hecho una furia y cogiéndole desprevenido impacté contra él, derribándole y lanzándole después con un campo de fuerza contra la pared. Miré un segundo a Christine y me encontré con su mirada, aliviada. Estaba sufriendo mucho por el veneno, con lo que me di cuenta que tendría que actuar rápido. Sabía que no tenía forma de matar a un primero dado que Emma se había llevado consigo la única daga que sabíamos que podía herirles de veras. Se trataba de la daga que habíamos recuperado gracias a Hilda y que se había forjado en la herrería celestial para castigar a los primeros descarriados. James tenía la otra, de modo que no tenía ninguna posibilidad de cargarme a Huracán. Sin embargo tenía algo conmigo que me daría cierta ventaja. Había llevado la espada de luz al local, camuflada en la espalda de mi uniforme por si algo se torcía esa noche con Daríus y ahora me iba a venir francamente bien.

–Angelito, me alegra verte también por aquí–dijo Huracán incorporándose–Así cuando la chica muera, serás tú quién me guíe hasta la chica–.

–Yo que tú empezaría por darme el antídoto si no quieres que te descuartice para quitártelo–le amenacé.

–Iluso, soy inmortal, no puedes matarme–fanfarroneó Huracán.

–Pero puedo separarte en pedazos tan pequeños que sean difícilmente montables. No creo que quien te encuentre tenga paciencia para reconstruir el puzle. Dame el antídoto ahora–le amenacé.

–No traje antídoto, iba a dejar que ella muriera de todos modos. Y ahora gracias a tu aparición tengo el modo perfecto de presionarla para que hable porque me suplicará por tu vida–dijo sonriendo.

–¡Serás cabrón!–gritó Christine mientras forcejeaba con las esposas. 

–Será mejor que me reveléis el paradero de Emma cuanto antes, si no lo haces por salvar a la chica de una muerte dolorosa, no tendré ningún reparo en matarte a ti. Cuando le enviemos tu cabeza a tu padre diciendo que se le ha cargado el Equilibrio el castigo para vuestra amiguita será ejemplar. Se la condenará a muerte directamente, sin juicio. ¿Es suficiente para haceros hablar ya o no?–dijo Huracán.

Temía por la vida de Christine y ahora también por la de Emma. Estaba claro que Huracán iba a por ella y juraría que esas ideas que nos estaba exponiendo eran fruto de la mente retorcida de James. Si acababa conmigo y lograban incriminar a Emma de mi muerte como había sugerido, sería el fin, se la acusaría injustamente y nadie pondría en duda las acusaciones de James. Seguro que esas eran el tipo de tramas que James había ido urdiendo a través de los siglos para quitarse de en medio a enemigos y rivales. Y siempre era cruel encontrarse a tipos de la calaña de Huracán que estaban dispuestos a colaborar con gentuza así.

–Tío, has agotado mi paciencia–dije furioso.

Llevé la mano a mi espalda y desenvainé la espada de luz que llevaba en la funda incorporada en mi uniforme. Nada más asirla por la empuñadura, se iluminó haciendo eco a su nombre y el sótano quedó iluminado por completo. Sin darle tiempo a reaccionar me lancé sobre Huracán y le ataqué con ella. Él reaccionó sacando un sable de la funda que llevaba en el cinturón y se defendió. La furia que me reconcomía por dentro era tremenda y me hizo sentirme invencible. Le ataqué sin descanso, una y otra vez, mientras él se defendía evitando mis envites. No era buen espadachín, pero sabía por Emma que dominaba los elementos de la naturaleza, al menos el agua y el viento. Para mi consuelo estábamos en un sótano completamente cerrado, de modo que no le veía capaz de atacarme de ese modo. Me lancé con más arrojo y le alcancé en un brazo, cortándole y él me apartó de una patada, lanzándome a unos metros de distancia. Pero no perdí el tiempo y poniéndome en pie le ataqué con un campo de fuerzas que le incidió de lleno en el abdomen y le lanzó contra el suelo. Seguidamente salté sobre él con la intención de ensartarle con la espada aprovechando que seguía en el suelo, pero él se retiró y sólo le rocé un costado. Aun así había conseguido herirle. Y entonces se retiró y empezó a mover las manos y el aire del sótano comenzó a enrarecerse como si estuviera cargado de electricidad. No me apetecía en absoluto que me atacara con fenómenos ambientales con lo que me abalancé hacia él y le lancé otro ataque con la espada que le desconcentró y le obligó a coger de nuevo el sable y retomar la pelea. De modo que esa era la forma de contenerle, no tenía que darle tregua para que no hiciera sus jueguecitos con el aire. Impulsado por una fuerza extrema le ataqué una y otra vez. Consiguió herirme en un brazo en uno de mis ataques, pero continué atacando sin preocuparme de nada más que de acabar con él.

De pronto oí ruidos en la escalera y Rick apareció en mi campo de visión, seguido de Cloe.

–Miguel ¿estáis bien?–gritó Cloe.

–Sí, ve a aliviar a Christine, está herida. Yo me encargo de Huracán–rugí.

Rick se adelantó desenvainando su espada y se puso a mi lado. Una mirada nos bastó para sincronizar nuestro ataque y lanzarnos los dos a por él. Si antes Huracán tenía dificultades para aguantar mi ataque ahora se encontraba totalmente asediado entre los dos. Le herí varias veces con la espada de luz gracias a que Rick me cubría y sentí que Huracán se debilitaba. De pronto soltó el sable y moviendo sus manos creó un vendaval que nos arrojó a Rick y a mí por los aires. Cuando me levanté observé que huía por las escaleras. Me apresuré a seguirle, saliendo a toda velocidad hacia las escaleras.

“Miguel, ¿dónde vas? Es un primero, no puedes matarle” dijo Christine.

“Lo haré por lo que te ha hecho” le aseguré.

“Miguel, no quiero perderte” me dijo Christine.

Salí al exterior y mi gente ya estaba allí, pero no había ni rastro de Huracán.

–Intentad localizar a un tío con melena y uniforme. Acaba de huir, no puede andar muy lejos, pero tened cuidado, se trata de un primero– le dije al oficial de más rango.

–Sí, señor–respondió y salió a organizar a sus hombres.

Volví veloz sobre mis pasos hacia el sótano. Cloe y Rick estaban junto a Christine, intentando liberarla. Notaba su aura débil y ella se encontraba dolorida, pero sonrió al verme.

–Apartaos–indiqué a Cloe y Rick.

Ellos lo hicieron y con la hoja de mi espada golpeé las cadenas que sujetaban a Christine contra la columna y conseguí partirlas provocando un sonido metálico. Christine se desmoronó, pero yo la cogí en mis brazos a tiempo y la atraje hacia mí. Con suavidad, levanté la cadena que sujetaba sus esposas y pasé el filo de mi espada por ella, rompiéndola también y liberándola.

Ella me miró con intensidad y se acurrucó contra mi pecho.

–Sabía que me salvarías–susurró mirándome a los ojos.

–Lo haría todo por ti. Ahora Cloe preparará el antídoto y pronto estarás como nueva–dije aliviado de tenerla en mis brazos.

–Te quiero–logró pronunciar.

–Te quiero–le aseguré yo también.

Y entonces ella se desmayó por el efecto del veneno. La aupé en mis brazos y mirando a mi hermana, me dirigí con ella veloz hacia la salida. No había tiempo que perder si queríamos que Christine no tuviera secuelas y volvimos a toda velocidad hacia Williamsburg para administrarle el antídoto.

 

Pasé horas junto a Christine siguiendo su evolución. Ella estaba ardiendo por el efecto del veneno en su cuerpo y aunque Cloe había sido sumamente rápida reuniendo los ingredientes para preparar el antídoto, no observaba mejoría en Christine y estaba sumamente preocupado por ella. Si Emma hubiera estado aquí podría haberla ayudado como hizo con Robb, acelerando su recuperación introduciendo su aura en el cuerpo de Christine y aplicando desde el interior directamente la energía curativa, pero ella estaba a miles de kilómetros de distancia y aunque Cloe había probado a administrarle energía curativa de la forma tradicional, no consiguió muchos avances.

Me dediqué a aplicarle compresas de agua fresca en la frente, que retiraba a los pocos minutos ya calientes por la fiebre y aunque intentaba entrar en su mente y aliviarla, no estaba seguro de que en su estado pudiera escucharme. De todos modos comencé a hablarla como si ella estuviera consciente y me escuchara porque comprendí que creer que lo hacía me reconfortaba también a mí.

“¿Sabes Christine? Nunca antes había tenido tanto miedo en mi vida como el que he pasado esta noche” le confesé “Pensar que podría haberte perdido a manos de ese lunático ha sido la peor experiencia que he vivido hasta ahora y espero que no se repita, nena. Tienes que recuperarte y para eso necesito que luches contra el veneno. Tú eres fuerte y puedes superarlo. Por favor, hazlo por mí pequeña. Esta noche me he dado cuenta de lo mucho que te amo y créeme si te digo que no podría soportar vivir ni un solo día sin ti”.

Me recosté en su cama y rocé sus labios con los míos y de pronto ella me rodeó el cuello con sus brazos y se acurrucó contra mí. Toqué su frente y comprobé que su temperatura había comenzado a descender y su pulso comenzaba a ser más lento.

–Christine, ¿estás consciente?–le pregunté aliviado.

–No lo sé. Me parece que estoy en un sueño, pero si es así no quiero despertar–susurró ella con voz débil.

–¿Y de qué va el sueño?–le pregunté sonriendo de alivio.

–De una chica que nunca deseó nada para sí misma hasta que conoció a un chico intrépido y engreído y se enamoró a primera vista. Él no la veía de ese modo, pero una noche la chica pidió un deseo a una estrella fugaz y su deseo se cumplió y el chico por fin se dio cuenta de que también la amaba y desde entonces siempre estuvieron juntos y fueron felices para siempre–me contó con dulzura.

–Siento haber tardado tanto en darme cuenta de lo maravillosa que eres, Christine, pero ahora sé que lo eres todo para mí y te prometo que haré todo lo posible para que tu sueño se haga realidad–le aseguré mirándola a los ojos.

–Te aseguro que ya lo has hecho–dijo ella acariciando mi rostro.

Y la besé sintiendo una plenitud en el alma que jamás había sentido antes.