CAPÍTULO V

 

Cuando bajé acompañado de los demás, Emma y Christine seguían charlando amistosamente sentadas en la mesa del salón. Todos se quedaron perplejos al observar un cambio tan drástico en su comportamiento en tan pocas horas, pero guardaron silencio y fueron situándose en sus lugares habituales en torno a la mesa. Robb se acercó a Emma y se acuclilló a su lado nada más llegar para darle un beso demasiado intenso a mi parecer para estar en público. A veces pensaba que Robb hacía este tipo de cosas sólo para restregarme que él era el vencedor y que podía besarla cuando quisiera, mientras que yo sólo podía contemplarla, pero si me paraba a pensar lo que habría hecho yo si estuviera en su lugar tenía que admitir que quizás estaba siendo bastante considerado conmigo.

Las chicas habían preparado un buen desayuno, con tostadas y huevos revueltos y dimos buena cuenta de ello mientras hablábamos. La rubita parecía nerviosa entre nosotros, juraría que se encontraba un poco fuera de lugar y aunque Emma se esforzaba por integrarla, a ella le costaba bastante meterse en la conversación. Casi no probó bocado y nos escuchaba en silencio. Me dediqué a observarla con atención. No se parecía en nada a su amiga. Si bien Emma era alta y esbelta, Christine era más bien bajita y tenía curvas como había podido comprobar el día anterior. Se había puesto uno de los uniformes de Cloe que le quedaba un poco apretado y le marcaba bastante la silueta, en especial el pecho, pero ella no parecía sentirse incómoda a pesar de que me pilló un par de veces mirándole el escote. Tenía una melena de un tono rubio oscuro con grandes rizos que le llegaba un poco más abajo de los hombros y su piel era dorada, de un tono un poco más claro que la mía. No era tan hermosa como Emma, pero era atractiva. Me descubrió observándola y me miró enarcando una ceja con sus ojos color miel. Intenté incomodarla manteniendo mis ojos fijos en ella y bajándolos a propósito hacia su escote, pero ella no se inmutó y pareció desafiarme sacando más pecho, lo que acabó por ponerme nervioso y aparté la vista.

–Christine– dijo Emma interrumpiendo mis pensamientos–Estamos listos para escucharte–.

Todos dejamos lo que estábamos haciendo y fijamos nuestra atención en ella. Ella carraspeó y tomó la palabra.

–Como ya le he contado a Emma, James fue el artífice de la muerte de Mary y también de mi desaparición. Creo que el abogado de Mary, en el que desgraciadamente ella confiaba plenamente, fue quien nos traicionó. Por lo que he averiguado después, Fletcher se enteró de que un tipo poderoso buscaba a Emma y tuvo reuniones con un tal Snake al que le vendió tu localización. Me alegro de que él acabara pagando caro su traición. Cuando James se hizo con Emma acabó con él para no dejar evidencias y limpió los expedientes que Fletcher archivaba sobre nosotras–explicó Christine.

–Ya sospechaba que Fletcher tenía algo que ver en el tema. Todos los acontecimientos que ocurrieron tras la muerte de Mary estaban demasiado bien sincronizados: la desaparición de Christine, el testamento en el que figuraba que yo tenía que ir a una institución de menores y la aparición fortuita de mi supuesta tía el día del funeral. Si no sospeché nada en ese momento fue porque estaba conmocionada, pero supongo que ellos contaban con ello para que yo me trasladara con ellos agradecida por darme una opción más atractiva que la institución–explicó Emma.

–Es más que probable–admitió Cloe– Christine, ¿cómo conseguiste escapar de las garras de James?–.

–Me liberaron los pacificadores. Existía un gueto en la ciudad de unos cincuenta miembros y me ofrecieron unirme a ellos. Mary me había hablado de ellos antes, el movimiento promueve la búsqueda de una paz permanente entre el cielo y el infierno y tiene seguidores por todo el planeta, pero hasta hace poco no estábamos bien estructurados ni conectados entre los grupos y por eso el movimiento no tenía demasiada repercusión. Cada grupo actuaba como le parecía, intentando captar miembros entre los jóvenes híbridos que descubrían su naturaleza y aquellos veteranos que ya habían tenido demasiadas experiencias violentas en su vida para querer erradicar por siempre los enfrentamientos. El fin de los agrupamientos continuaba siendo la búsqueda de la paz como cuando tus padres lo crearon, pero no había una coordinación ni una motivación adecuada para que la causa cobrara relieve. Sin embargo eso cambió cuando hubo rumores sobre la existencia real del Equilibrio, ya que un tipo poderoso tomó las riendas del movimiento para agruparnos y guiarnos. Ha creado una red de conexión entre los diferentes agrupamientos de pacificadores y ahora nos estamos preparando para poner a nuestros miembros a nivel liberando y desarrollando sus potenciales con el fin de ponernos a disposición del Equilibrio y reagruparnos cuando sea necesario– explicó.

–¿Quieres decir que tenemos un ejército disponible para respaldar a Emma?– se interesó Robb.

–¡Eso es!– confirmó Christine.

–¡Un ejército de novatos!–puntualicé.

–Nos estamos preparando a conciencia. Los veteranos entrenan a los jóvenes y estamos progresando a gran velocidad. Ahora tenemos motivación y un líder al que seguir, sólo necesitamos un poco más de tiempo– se defendió Christine.

–Si pretendemos presentarnos con Emma ante el Consejo a finales de verano y los primeros se lo toman mal, tendremos que tener un ejército profesional para hacerles frente, rubita. Con un ejército así los primeros nos arrasarían de una sola embestida–expliqué.

–No estoy tan segura de eso. Somos numerosos, es posible que seamos cientos en todo el planeta y nuestro número sigue creciendo, si nos reagrupamos no seremos fáciles de vencer–protestó ella.

–Esperad, no discutáis por favor–nos interrumpió Emma mirándonos grave–No quiero que mi causa se convierta en una matanza. No sé exactamente cómo tenemos que actuar, pero lo que tengo claro es que me gustaría negociar la paz sin tener que declarar una guerra para conseguirlo. Tiene que haber otro modo de hacerlo, si no ¿en qué nos diferenciaríamos de los demás?–.

–Amor, estoy contigo–dijo Robb–Soy el primero que quiere que la guerra termine definitivamente, te lo aseguro, pero para convencer al Consejo tendremos que tener seguidores que te respalden. Cuantos más híbridos y primeros nos apoyen más oportunidades tendremos de que nos tomen en serio. Tenemos que aceptar el apoyo de los pacificadores y de aquellos otros que se nos quieran unir y sobre todo preparar una buena estrategia para encarar al Consejo y convencerles evitando los enfrentamientos. Miguel, ¿qué opinas?–.

–Parece la única opción–admití–Rubita, me gustaría hablar con el jefe del gueto de la ciudad, quiero comprobar si está preparando bien a su gente y quizás él pueda ayudarnos a ponernos en contacto con el tipo que os lidera–dije pragmático.

–Ya estás hablando con el jefe de la zona– respondió Christine mirándome fijamente.

–¿Tu eres la jefa?–pregunté con escepticismo.

–Sí, ¿algún problema?–dijo desafiante.

–Me esperaba a alguien más…alto–bromeé.

Ella me miró con cara de pocos amigos y después desvió su atención al resto del grupo.

–Cuento hoy en día con más de cien miembros en la ciudad. Es cierto que no tenemos muchos recursos, pero no puedo quejarme, hemos pasado épocas peores. Y si estás tan interesado en comprobar si estoy preparando bien a mi gente puedes venir a verlo con tus propios ojos–me retó Christine.

–Christine, ¿quién os dirige? Es fundamental que contactemos con él. Como comprenderás no voy a arriesgarme a exponer a Emma a ningún peligro sin saber quién anda metido detrás de todo esto, podría ser una trampa para llegar hasta ella–dijo Robb.

Emma le miró con ansiedad y él se acercó y le pasó su brazo por los hombros. Estaban hablando mentalmente, o eso parecía, y me daba la sensación de que Emma estaba bastante intranquila.

–No sé quién es. Es cierto que me he comunicado con él, pero siempre ha sido a través de un mensajero. Puedo contactarle de ese modo e intentar fijar una reunión con él si eso os deja más tranquilos–propuso Christine.

–Tendrá que dar la cara si quiere que nos aliemos con él. ¿Podrás hacerle llegar ese mensaje con urgencia?–preguntó de nuevo Robb.

–Por supuesto–dijo Christine–Sólo quiero que sepáis que se puede confiar en él. No sé cómo, pero él conocía a Emma y también conocía la relación que una vez nos unió, es por esa razón por la que me pidió que viniera yo personalmente a ofrecerte nuestro apoyo. Pensó que así te sería más fácil confiar en nosotros–.

–Confío en ti Christine, de veras, pero Robb tiene razón, tenemos que conocer quién está detrás de todo esto. No querría cometer un error y confiar mi destino al tipo incorrecto–dijo Emma.

–De acuerdo, mandaré el mensaje sin demora. Debo volver con mi gente, pero tendréis noticias mías–dijo Christine poniéndose en pie y dirigiéndose hacia la puerta principal.

–Espera–dije– Voy contigo. Tengo curiosidad por ver qué clase de gente sois los pacificadores–.

Christine se encogió de hombros con indiferencia y continuó hacia la puerta. Avancé y la agarré del brazo arrastrándola hacia el garaje.

–Iremos en mi moto–propuse.

–Tened cuidado–dijo Emma.

–No te preocupes– respondió Christine– Yo cuidaré de él–.

Me volví a mirarla con las risas de los demás de fondo. Ella me observaba con una expresión provocadora que me resultó muy atractiva, con lo que sonreí y la arrastré hasta el garaje, cerrando la puerta tras nosotros.

–A ver rubita, no nos conviene que le cuentes a nadie dónde vivimos con lo que te ofrezco dos opciones: o juras que no revelaras la ubicación de nuestro refugio o te dejas sugestionar para no recordarlo. Tú decides– dije arrinconándola contra la puerta.

–No me gusta jurar más de lo estrictamente necesario, si te aseguro que no diré nada, ¿no te bastará?– dijo entrecerrando los ojos.

–No. Emma puede que confíe en ti, pero yo no, nena. ¿Me dejarás hurgar en tu cerebro entonces?–pregunté desafiante.

Christine me miró con expresión de fastidio y se llevó la mano al pecho.

–Juro no revelar a nadie la ubicación de este lugar–dijo con desdén– ¿Satisfecho?–.

–Soy difícil de satisfacer, pero valdrá de momento–respondí pasándole un casco.

Me monté en la moto y accioné el mando para abrir la puerta del garaje. Ella tardaba un poco en subirse y me volví a ver qué problema tenía. La encontré inspeccionando la Harley de Robb. Pisé el pedal del acelerador para advertirla de que me iba con ella o sin ella y con agilidad se aupó en la moto y se agarró a mí.

–¿También tú prefieres la Harley?–le pregunté molesto.

–Es una máquina demasiado delicada para mi gusto. Yo prefiero la potencia y la velocidad–dijo–Y ahora enséñame que puede hacer esta belleza–me desafió.

–Agárrate–dije pisando a fondo y saliendo disparado hacia la avenida.

 

Christine me guio hasta un viejo edificio abandonado en el Bronx que utilizaban como base. Contaban con hombres vigilando todos los accesos al lugar, pero eso era todo, no tenían ningún sistema de seguridad instalado y pronto comprendí que las instalaciones eran muy deficitarias. Los oficiales entrenaban sin el equipo correcto y en salas que no estaban preparadas. Si bien todo estaba limpio y ordenado, el creciente número de miembros hacía imposible que todos dispusieran de las comodidades básicas y por experiencia sabía que no se podía descuidar a la gente así. Ellos se sacrificaban por la causa y lo mínimo que había que proporcionarles era un refugio y un sustento correcto, aunque fuera modesto. Christine me enseñó las instalaciones y me llevó al pequeño cuarto que debía usar como su despacho y dormitorio.

–¿Y bien?–dijo levantando una ceja.

–Este lugar roza lo inhumano. No podéis tener a la gente así, apiñada y sin las comodidades mínimas. Lo primero es su bienestar y si queremos que estén motivados y se entrenen correctamente hay que sacarles de aquí de inmediato–dije.

–¡Vaya!, eres menos superficial de lo que creía, rubiales. ¿Crees que no pienso lo mismo? Pero ¿qué quieres que haga? No tengo otro lugar mejor ni dinero para conseguirlo–se quejó Christine.

–Pero yo sí. Tengo una base preparada para alojar a tu gente de inmediato. Mis oficiales han estado allí hasta la semana pasada y aún tengo un pequeño escuadrón haciéndose cargo del lugar. Está dotado de las últimas tecnologías en seguridad y rastreo y puede albergar a tu grupo. Es tuyo mientras lo necesites e incluso puedo ofrecerte a algunos de mis hombres para que entrenen a tus oficiales. Son profesionales en el entrenamiento de potenciales, no como la gente que tienes aquí–le ofrecí.

–¿Por qué me ofreces tu ayuda?–preguntó intrigada.

–Porque la necesitas. Tu gente no puede seguir así–admití.

–¿Qué me pedirás a cambio?–preguntó con escepticismo.

–Nada, ¿por qué iba a exigirte algo a cambio? Tú nos has ofrecido tu apoyo y el de tu ejército. Aceptaremos cuando comprobemos quién anda detrás de todo esto, pero mientras tanto creo que lo justo es que nos ayudemos mutuamente si está en nuestra mano–le expliqué.

Christine me miró con respeto por primera vez desde que nos encontramos y me tendió la mano. Yo hice lo propio y la estreché, sellando así nuestro acuerdo.

–Y ahora necesito que envíes ese mensaje–le pedí.

–De acuerdo–accedió y asomándose a la puerta ordenó a un oficial que trajera a Lian, su mensajero.

 

Tras la visita al edificio del Bronx, decidí llevar a Christine a la base de Staten Island para que ella misma apreciara la idoneidad del lugar como su futura base. El lugar parecía abandonado, pero supe que mi gente nos vigilaba de incógnito e hice una llamada para que pudiéramos acceder sin problemas al lugar. Nos acogió Jacob, uno de mis mejores oficiales que había dado relevo a David cuando éste volvió a hacerse cargo de mi base en Canadá.  Le puse al tanto del traslado de la unidad de pacificadores y le pedí que colaborara con Christine para adiestrar a las tropas. Aproveché también para hacer un punto con David por videoconferencia para explicarle los cambios que estábamos llevando a cabo en nuestros planes al buscar la alianza con los pacificadores y convenimos que él también se encargaría de preparar a nuestros oficiales en la base para un posible levantamiento. Aún no teníamos claro ni el cómo ni el cuándo, pero intuía que algo gordo se aproximaba y no teníamos demasiado tiempo para hacer preparativos, habría que estar listos para dar la cara en cualquier momento.

Tenía sobornados a todos los mensajeros de la zona de Nueva York, tanto de un bando como de otro y de momento parecía que no había transcendido información sobre Emma ni al cielo ni al infierno, pero no sabría cuánto más podría contener las noticias. Este tema era el que me preocupaba realmente, al final se acabaría sabiendo la existencia de Emma y la muerte de James y si cuando la información se filtrara aún no estábamos preparados, nos arrasarían. Suponía que nos convocarían al Consejo y no sería para que nos presentáramos voluntariamente, sino que iríamos como sospechosos de traición. Y desde luego si mi padre se enteraba de lo que había estado haciendo hasta ahora a sus espaldas, no me libraría de una condena severa: el destierro o la muerte. En caso de elegir casi prefería la segunda opción porque yo no era nada si no era quién era, el defensor de la Tierra…Pero antes de morir necesitaba conseguir la paz. En un tiempo, cuando creí que lo mío con Emma habría podido funcionar, había deseado huir con ella lejos y olvidarme de todo esto. Conocía un lugar donde había soñado vivir con ella, dedicándonos sólo el uno al otro por siempre. Pero ahora, sin ella, ya no me interesaba una vida como humano, ahora necesitaba mantener mi posición y batallar por Emma y por Cloe. Al menos si conseguíamos la paz, ambas serían felices con los hombres con los que habían elegido para compartir sus vidas. Después de eso yo me ocuparía de asegurar que la paz prevaleciera. Mientras que pudiera empuñar la espada cumpliría con mi misión. Ya tenía asumido que estaría solo de por vida y al menos así llevaría una vida honorable, dedicada al bien de la humanidad.

–¿Te preocupa algo?–preguntó de pronto Christine sacándome de mi reflexión.

–Suelo estar siempre preocupado por algo–admití–Cuando no lo esté significará que me he quedado sin trabajo–.

–Me has dejado un poco impresionada. Eso de ser el portador de la luz y el defensor de la humanidad es bastante impactante. ¿Existe la espada de luz o es sólo un mito?–preguntó con curiosidad.

–Existe y es mía–admití.

–Entonces ¿me enseñarás tu espada algún día?–dijo con una expresión sumamente provocadora.

–Sígueme–le dije con una sonrisa.

Subimos a la sala que había utilizado David para su uso personal, ahora libre. En la caja fuerte guardaba mi espada y pretendía mostrársela a Christine y de paso aprovecharía para llevármela conmigo. Ahora le iba a ceder este sitio a ella y ya no tenía sentido que la ocultara aquí. Entramos en la sala a través de una puerta con acceso codificado y le indiqué que pasara ella primero. Ella se quedó contemplando la habitación y soltó un silbido. El lugar hacía las veces de dormitorio y de sala de entrenamiento, porque tenía aparatos de musculación y una zona con espalderas para entrenar con armas.

–Me alegro de que te guste porque si quieres puede ser tu cuarto–dije.

–¿En serio?–dijo emocionada– Yo nunca había tenido tanto espacio para mí–.

–Pues ya es hora de que lo tengas. Lideras a más de cien hombres, tienes que tener el lugar que te corresponde–respondí.

Ella me devolvió una sonrisa preciosa y se dedicó a inspeccionar la habitación, abriendo la puerta que daba al dormitorio y regresando de nuevo al gimnasio. Yo entre tanto abrí la caja fuerte y saqué mi espada. Su sólo contacto me llenaba de energía y cuando la así por la empuñadura se iluminó desprendiendo una luz cegadora. Christine se quedó inmóvil donde estaba y me observó con los ojos dilatados, conteniendo la respiración. Sonreí sabiendo el efecto que la espada tenía en las chicas, bueno más bien sabiendo el efecto que yo con la espada ejercía sobre ellas. Christine se acercó y pude ver la luz de la espada bailando en sus pupilas. Me miraba intensamente y supe que se sentía atraída por mí… y tenía que admitir que yo también la deseaba a ella. Era algo puramente físico, pero hacía tiempo que ni siquiera sentía eso por alguien que no fuera Emma y ahora la magnitud de mi necesidad me empujaba hacia ella.

Christine se acercó más y puso sus manos sobre mi pecho y me resultaron de nuevo cálidas, como la primera vez que lo hizo en el callejón. Bajé la espada, dejándola caer al suelo y la atraje hacia mí. Ella se aferró a mi cuello y en unos instantes su boca estaba en la mía y nos besábamos con fuerza. La cogí de la cintura y la llevé en volandas hasta la pared, donde me incrusté contra ella. Para salvar la diferencia de estatura, ella con habilidad me rodeó con sus piernas y se sujetó en mis hombros, sin separar en ningún momento nuestras bocas. Mis manos se deslizaron por su cuerpo deleitándome en sus curvas y ella gimió de placer, lo que me animó a avanzar. Con ella en brazos me trasladé al dormitorio y la arrojé sobre la cama. Me incliné y nuestros ojos se encontraron. No quería pensar con detenimiento lo que estábamos haciendo, simplemente quería hacerlo. Ella parecía sentir lo mismo y entonces se incorporó y agarrándome de la camiseta me atrajo hacia sí hasta tumbarme sobre su cuerpo. No pude resistir por más tiempo y olvidé todo lo demás, abrumado por su sensualidad. Nos envolvimos en un frenesí de roces y respiraciones agitadas en la que ambos no nos dábamos tregua. Comprendí que ella estaba tan necesitada de esto como yo y me dejé llevar buscando el modo de liberar todo el dolor y el deseo que llevaba tiempo acumulando en mi interior.

 

Estaba anocheciendo y ambos yacíamos en silencio en la cama. Christine estaba tumbada de lado, dándome la espalda, y yo la observaba sin que me viera, tumbado boca arriba. Su melena rizada cubría parte de sus hombros desnudos y su piel dorada tenía un aspecto exquisito. Llegaba a ver hasta el final de su espalda porque se había cubierto el resto de su cuerpo con la colcha y al seguir con la vista la línea de sus caderas sentí de nuevo punzadas de deseo. Se veía que no había tenido bastante, a pesar de la intensidad de la experiencia con Christine. Pero ahora me sentía fatal conmigo mismo. Me había acostado con Christine, la mejor amiga de Emma, aun estando enamorado de ella. ¡Qué pensaría Emma de mí si se enteraba! Me había dejado llevar por la atracción que esta chica ejercía sobre mí y por mi desesperación por no tener a Emma. Éste habría sido el comportamiento de mi anterior yo. Pensaba que después de conocer a Emma yo había cambiado, para descubrir ahora que seguía siendo el mismo cabrón de siempre.

Me incorporé y busqué mi ropa, sintiendo cómo Christine se giraba.

–Lo siento, debo irme–me excusé.

–De acuerdo–dijo Christine incorporándose también.

La debía una explicación, lo sabía, pero no encontraba algo que me excusara por lo que había hecho.

–Christine…–empecé volviéndome hacia ella.

Ella estaba frente a mí, completamente desnuda, y mirándome sin ningún pudor. Era más hermosa de lo que había apreciado en un primer momento.

–Tranquilo, no me tienes que explicar nada. Esto sólo ha sido sexo de común acuerdo, yo lo necesitaba y tú lo necesitabas y no hay más que hablar– dijo con franqueza.

–Aun así no tendría que haber ocurrido. No digo que no haya estado bien, pero no quería que pasara esto, de veras. Lo siento–me excusé.

–Miguel, me ha gustado lo que hemos hecho, te lo aseguro– dijo sonriendo–Tú eres el que dijiste que nos tendríamos que ayudar mutuamente cubriendo nuestras necesidades y tienes que saber que yo suelo tomarme las cosas al pie de la letra. Pero no te preocupes, no volverá a pasar. Sólo ha sido un desahogo y no ha significado nada más para mí–admitió.

–Sí, es mejor que no vuelva a pasar. No es el momento, yo no busco nada serio ahora. Yo…–comencé.

–Lo sé, estás enamorado de Emma. Descuida, no le diré nada a nadie y menos a ella, pero si aceptas un consejo deberías esforzarte en olvidarla y lo de hoy no ha sido un mal comienzo. No te digo que lo hagas conmigo, pero mira, conozco a Emma y la he visto con Robb y sé que no tienes nada que hacer. Ella te quiere, pero no como la quieres tú y si sigues suspirando por ella tu vida será un calvario. Nunca serás feliz y ella tampoco logrará serlo completamente mientras sepa que tú no lo eres. Tienes que sobreponerte, rubiales–dijo con una sonrisa.

–Gracias por el consejo–dije– Y disfruta de tu nueva base–.

Ella se acercó y poniéndose de puntillas me despidió con un beso en los labios. Su contacto de nuevo me provocó una oleada de deseo.

–Gracias a ti. Os llamaré en cuanto tenga una respuesta a mi mensaje–dijo sonriente.

Y moviéndose con sensualidad se dirigió al cuarto de baño y antes de entrar me guiñó un ojo como despedida.