CAPÍTULO VIII

 

Estaba bastante preocupado con el tema de James y no sólo por el peligro que representaba para Emma, sino porque temía lo que podría ocurrir a continuación. Si James nos denunciaba ante el Consejo, se las ingeniaría para hacernos pasar por traidores y seríamos condenados y por supuesto perderíamos la opción de presentarnos con una oferta de tregua ante ellos, no nos escucharía. Tendríamos que dar con él antes de que abandonara la ciudad.  

Robb opinaba lo mismo y habíamos convenido jugárnosla en un último intento e ir tras James, contando con que Lian le localizara. Si se nos escapaba no nos quedaría más opción que esconder a Emma y preparar un levantamiento en toda regla. Iríamos a la guerra.

Ambos queríamos retrasar el momento de hacérselo saber a Emma porque sabíamos que se opondría, pero no teníamos muchas opciones. Si fallábamos y no deteníamos a James, tendríamos que intentar conseguir la paz a través de un derramamiento de sangre y eso era justo lo que Emma no deseaba. Teníamos con nosotros a los pacificadores, a mis seguidores y estábamos negociando con algunos escuadrones del otro bando para que se aliaran con nosotros, al menos haríamos el número.

Las chicas se reunieron con nosotros a media tarde. Aún no habían vuelto los demás y estábamos todos ociosos en el salón. Emma y Robb estaban sentados en un sofá compartiendo uno de esos momentos en los que se les veía ensimismados el uno con el otro. Pensaba que con el tiempo me dejaría de importar verles así, pero de momento no era el caso. Aún me dolía haber perdido a Emma y odiaba constatar que ellos estaban completamente enamorados, con lo que me escabullí de vuelta al gimnasio y comencé a practicar con un sable para liberar tensión con un poco de entrenamiento. Entonces sentí la puerta del gimnasio entreabrirse y por los espejos vi que Christine me había seguido hasta allí.

–¿Qué quieres?–pregunté con brusquedad.

–Necesito un uniforme, no puedo ir esta noche de caza con estas pintas–dijo señalando su minifalda.

Seguí con la mirada su gesto y me detuve a contemplar sus piernas. Estaba muy atractiva con minifalda, bastante mejor que con el uniforme negro que la hacía parecer muy poquita cosa.

–Están en ese armario–le indiqué, continuando con el entrenamiento–Si quieres puedes cambiarte aquí, no miraré– añadí para intimidarla y que me dejara a solas.

Christine avanzó hacia el armario sonriendo y lo abrió.

–¿Crees que me importa que mires? Me parece que ya no represento ningún misterio para ti–me provocó.

Estaba claro que no iba a poder concentrarme en el entrenamiento. Bajé el sable y me volví a mirarla al tiempo que ella dejaba escurrir la minifalda por sus caderas. Después hizo lo propio quitándose la camiseta y me asombró comprobar que no llevaba sujetador, lo que me hizo sentir un poco incómodo.  Se puso lentamente los pantalones y la camiseta del uniforme y aunque estaba de espaldas a mí, me dio la impresión de que ella sabía perfectamente que la estaba mirando. Continuó cambiándose sin inmutarse por mi presencia y cuando acabó se colocó los rizos frente al espejo del gimnasio y se bajó la cremallera de la camiseta para lucir escote.  Después se volvió hacia mí, encontrándose con mi mirada.

–Si pretendes provocarme para que pierda los papeles y me vuelva a acostar contigo estás perdiendo el tiempo. No volverá a ocurrir–le dije sereno.

–¿Crees que estoy tan desesperada por ti para hacer algo así?–me preguntó arqueando una ceja.

–Sí, creo que lo estás. Es obvio que no haces más que perseguirme, nena. Sé que te gusto, pero ya te dije que no buscaba nada serio contigo. Hazte a la idea cuanto antes de que no tienes ninguna posibilidad conmigo, sufrirás menos–dije intentando hacerle daño.

–Tú eres idiota. Dame un sable, te voy a bajar esos humos–me amenazó furiosa.

–¡Ha! No tienes nada que hacer contra mí, rubita. Recuerda que eres un híbrido muy poco cualificado y yo soy un príncipe entre los híbridos, por así decirlo–le provoqué disfrutando de su enfado.

Ella cogió una espada de la vitrina y se acercó a mí llena de ira.

–¡Cuidado!, eres muy pequeña para acumular tanta mala leche, acabarás por explotar– me burlé.

Ella me miró con una expresión asesina y entonces aferró la espada con ambas manos y sonó un chasquido y observé cómo la espada se cargaba de electricidad y empezaba a lanzar chispas.

–Se me olvidó decirte que sabía cómo evacuar mi mala leche en caso de necesidad–me advirtió.

Sonreí de medio lado, divirtiéndome por haber conseguido cabrearla.

–¿A qué esperas? ¿No me ibas a enseñar algo? Aunque creo que ya me lo has enseñado todo más que de sobra–la provoqué.

Y entonces ella estalló. Se movió rápida como una bala e hizo chocar su espada contra la mía. Sentí la electricidad atravesar mi sable y llegar a mis manos y la descarga que me atravesó casi hizo que soltara el arma. Desde luego le había metido más intensidad que el otro día cuando intentó freírme. Quizás había ocultado con habilidad que era más dañina de lo que parecía.

–¿Te duelen tus preciosas manitas?–se burló.

–Ha sido un simple cosquilleo. ¿No sabes hacerlo mejor?–la provoqué de nuevo.

Ella se lanzó de nuevo contra mí y detuve su ataque con el sable. A partir de ese momento me cuidé mucho de no mantener demasiado tiempo nuestras armas en contacto para que no volviera a soltarme una descarga y la tenía bastante controlada, haciéndola atacar una y otra vez con el fin de agotarla mientras que yo casi no tenía que hacer esfuerzo.

–¿Eso es todo lo que sabes hacer? ¡Ni siquiera has conseguido despeinarme!–dije fanfarrón.

Entonces ella cargó con fuerza contra mí y detuve su espada, pero se había aproximado lo suficiente a mí para tocarme. Alargó su brazo y apoyó su mano en mi abdomen y sentí cómo una de sus descargas me atravesaba todo el cuerpo. Me doblé del dolor y ella de un manotazo aprovechó para desarmarme. De un rodillazo me tiró al suelo y se sentó a horcajadas sobre mí, volviendo a apoyar la mano en mi pecho e incrementando la intensidad de su corriente eléctrica.

–¡Vaya!, resulta que ahora eres tú quien echa chispas por mí. Pero más te vale olvidarme porque no me interesas, no me gustan los capullos prepotentes–dijo mirándome satisfecha.

–¿Podrías levantarte? Hoy no tengo por qué simular que no estás pasadita de peso–dije sabiendo que esto la sentaría peor que cualquier cosa que le hubiera dicho antes.

Ella entrecerró los ojos y antes de que lo viera venir me asestó un puñetazo en la cara. Sonó un crujido desagradable que tenía pinta de proceder de alguna parte de mi nariz y rápidamente sentí el sabor a sangre en la boca. Ella se levantó sin mirarme y se largó del gimnasio como alma que llevaba el diablo.

–Bien, creo que ahora sí que la he jodido bien–dije en voz alta, sintiéndome de nuevo mal conmigo mismo.

Sentía un dolor agudo en la nariz y empecé a sospechar que me la había roto. Me sujeté el tabique con la mano y me apreté un pañuelo con fuerza para intentar contener la hemorragia. Tenía que colocar en su sitio el tabique antes de que comenzara a sanar, no quería que soldara de cualquier forma y necesitaba cortar la hemorragia sin montar mucho escándalo. Tenía que llegar al cuarto de baño sin que me viera nadie, no me sentía con ganas de explicar que me había pegado una chica y que encima me lo había merecido. Abrí la puerta del gimnasio, aliviado al comprobar que los demás seguían en el salón y aproveché para alcanzar cuanto antes el cuarto de baño. Cuando estaba a punto de alcanzar el tirador, la puerta del baño se abrió de pronto y me encontré cara a cara con Emma que salía de allí.

–¡Miguel!, ¿qué diablos te ha pasado?–preguntó sorprendida.

–¡Shhh!–dije y la introduje conmigo de vuelta en el baño, cerrando la puerta tras nosotros.

Me acerqué al lavabo y abrí el grifo, enjuagando mis manos para limpiarme la sangre y metiendo mi cabeza debajo del chorro de agua para detener la hemorragia.

–Déjame ver–dijo Emma acercándose.

Alcé el rostro y ella me cogió de la camiseta y me hizo sentarme en el inodoro. Me tocó la nariz con delicadeza, pero aun así me dolió.

–Está rota–dijo alarmada.

–Lo sé–admití–¿Puedes arreglarla para que no me quede como a Cyrano de Bergerac?–.

–Lo intentaré si me cuentas qué ha pasado–me pidió intrigada.

Antes de que abriera la boca Emma ya estaba colocando mi nariz y pasando a través de sus manos energía curativa para sanarme. Noté cómo soldaba el tabique y el dolor iba desapareciendo.

–¿Y bien?–dijo Emma alzando una ceja.

–Estaba entrenando, resbalé y me golpeé contra las espalderas–mentí mirándola a los ojos.

–¡Ya! Tú precisamente resbalaste–repitió escrutándome con sus enormes ojos turquesa.

–Sí, a mí también me cuesta creerlo. ¿Estaré perdiendo capacidades?–dije levantando una ceja.

–No seas bobo, no tienes que contármelo si no quieres. Anda, ya puedes irte–dijo con una sonrisa.

–¿Me ha quedado bien?–pregunté palpándome la nariz.

–Estás tan guapo como siempre, no sufras por eso–admitió.

–Gracias, cielo. Te debo una–dije y acercándome a ella la besé en la frente y salí a toda prisa del cuarto de baño.

 

No vi a Christine el resto de la tarde y supuse que se había largado. Eso me dio tiempo para reflexionar y preguntarme por qué me comportaba así con ella. Desde que la conocí había metido la pata en todo, especialmente acostándome con ella siendo la mejor amiga de Emma. Me sentía furioso por haberla deseado y haber disfrutado de nuestro encuentro y lo que más me molestaba era que aún la seguía considerando atractiva. Quería cabrearla y hacerla pensar que pasaba de ella para que ella se alejara de mí. No quería desearla, pero lo hacía y ella consciente o inconscientemente continuaba provocándome con su presencia, de modo que tenía que hacer todo lo posible para que me odiara y se largara y con mi comportamiento de esta tarde estaba convencido de que lo había conseguido. Se había ido tan enfadada que no creía que me volviera a dirigir la palabra. Había sido cruel comportarme así con ella, pero a partir de ahora no volvería a dirigirla la palabra y tema resuelto.

Los demás volvieron al anochecer y nos reunimos en asamblea mientras cenábamos unas pizzas para que nos pusieran al día de lo que habían averiguado. Christine tampoco apareció para la cena, con lo que deduje que había vuelto a la base con alguna excusa para evitarme, ya que los demás no parecieron echarla en falta.

–¿Habéis averiguado algo sobre James?–preguntó Robb nada más unirse a nosotros en la mesa.

–Encontramos a un híbrido que había trabajado para Lobo. Al parecer la noche que atacamos la base de Woodlawn, Lobo contrató a unos cuantos tipos y se dedicó a registrar todas las cloacas de la ciudad. El tipo nos contó que recorrieron los subterráneos durante horas hasta que de madrugada encontraron a un tío moribundo y le sacaron de allí– explicó Tom.

–Debía tratarse de James–dijo Robb– De alguna forma logró salir, al igual que nosotros–.

–¿Os dijo a dónde le trasladaron?–pregunté.

–El híbrido no tenía ni idea. Dice que les esperaba una furgoneta y que ellos sólo ayudaron a cargarle. Luego Lobo les pagó y se largó con el herido sin darles más información–continuó Tom.

–O sea que Lobo estaba velando por James–dije–¿Dónde diablos le habrá llevado? Si él no ha abandonado la ciudad, entiendo que James tampoco, con lo que tenemos que encontrar a Lobo y que él nos lleve hasta James–sugerí.

–A esa misma conclusión llegamos nosotros y nos hemos dedicado a buscarle todo el día– dijo Rick– Y gracias a este muchacho estamos de suerte–añadió señalando a Lian.

–Esta noche Lobo estará en un local en el Bronx. Nos hemos enterado de que va a cerrar un acuerdo con un tipo importante de la ciudad y que se verá allí con él. Es nuestra oportunidad de capturarle y sonsacarle lo que podamos–dijo Tom.

–¿Estáis seguros de la fuente? No podemos fallar y si Lobo descubre que vamos tras su pista desaparecerá–advirtió Robb.

–Se trata de una fuente segura–dijo Lian hablando por primera vez.

Todos nos quedamos mirando al muchacho que mantuvo una mirada confiada en su rostro. Robb pareció convencido de su palabra y le dio un apretón en el hombro en señal de reconocimiento.

–De acuerdo, preparémonos–dijo Robb levantándose de la mesa.

 

Llegamos al local con tiempo suficiente para hacer un estado de lugar del sitio y definir nuestras posiciones antes de que llegara Lobo. Seguramente él también enviaría primero a sus hombres para asegurarse de que el lugar era seguro, de modo que teníamos que llevarles ventaja y revisarlo todo nosotros antes. Nos escudamos y entramos en el local como si fuéramos un grupo de amigos. Habíamos venido todo el equipo esta vez, dejando a Lian en Williamsburg para que no corriera peligro. Las chicas buscaron un sitio en la barra y pidieron bebida para el resto y mientras los demás inspeccionamos el local, buscando los puntos estratégicos de vigilancia y tratando de localizar el punto donde Lobo tendría el encuentro. Pronto observamos que en el piso de arriba había un par de gorilas impidiendo el acceso a un reservado y supimos dónde estaría nuestro objetivo.

Decidimos no llamar mucho la atención hasta que llegara Lobo y mientras nos mezclamos entre la gente. Nos íbamos a dividir en grupos de dos, pero como Tom se había quedado fuera vigilando la entrada a mí me tocaba solo, cosa que no me importó. Me acerqué a Emma, que estaba junto a la entrada buscando a alguien.

–¿Dónde se habrá metido?–me dijo de pronto–Tendría que estar ya aquí–.

Parecía preocupada y no dejaba de buscar entre la multitud.

–¿A quién buscas?–pregunté intrigado.

–Mira, por ahí viene–dijo de pronto señalando a mis espaldas.

Me volví y vi a Christine, que entraba en ese instante al local.

–¡Llegas tarde!–dijo Emma.

–He venido lo antes que he podido– protestó– ¿Cuál es el plan?–preguntó.

Me había ignorado deliberadamente y yo intentaba hacerlo también, pero me preguntaba dónde demonios habría estado metida toda la tarde.

–Tenemos asignados los puestos de vigilancia. Cuando llegue Lobo los de fuera bloquean las salidas y vosotros dos venís con Robb y conmigo y nos vamos a por él. La idea es sacarlo de aquí sugestionado e interrogarle más tarde. Miguel le ha pedido a Jacob que espere afuera con una furgoneta para llevarnos a Lobo lo antes posible–explicó Emma.

–Vale, todo entendido salvo lo de nosotros dos–dijo señalándome a mí– No voy a hacer equipo con éste de ningún modo–.

–Pero ¿por qué no?–preguntó Emma–Es una misión importante, no estamos para tonterías–se quejó.

–¡Ni hablar! Iré a remplazar al melenas ahí afuera y que sea él quien trabaje con el angelito–protestó Christine mirándome con desdén.

–Pero…–comenzó Emma.

Pero Christine la dejó con la palabra en la boca y se largó hacia la salida del callejón. Emma se volvió a mirarme confundida y yo me limité a encogerme de hombros. En unos instantes vimos entrar a Tom, que nos guiñó un ojo y fue a tomar posiciones.

–Todavía hay tiempo, voy a hablar con ella–dijo Emma decidida.

–Emma, ¿por qué no habláis después? Lobo podría llegar en cualquier momento– le sugerí.

–Sólo será un minuto. Dile a Robb que ahora mismo me reúno con él, ¿vale?– me pidió.

Sin esperar respuesta se dirigió a la salida del callejón por donde momentos antes había salido Christine. Sabía que el tema se iba a complicar si hablaban y no era el momento de andar dando explicaciones. No entendía por qué Emma había metido a su amiga en la emboscada, nos podíamos apañar más que bien sin ella.

Aguardé la vuelta de Emma, pero pasados cinco minutos empecé a ponerme nervioso y decidí ir en su busca. Lo que menos podíamos permitirnos ahora era que Emma estuviera por ahí desprotegida sabiendo que James estaba vivo. Salí al callejón y la busqué con la mirada. No la encontré y me dio mala espina, con lo que avancé veloz hasta la entrada de la calle y casi me choco de bruces con ella.

–Miguel, ¡me has asustado!–exclamó.

–Me tenías preocupado. Es mejor que entres ya, se hace tarde–dije cogiéndola de la mano y adentrándome de vuelta con ella en el callejón.

–No he encontrado a Christine. No sé dónde se habrá metido, pero no está en la posición que ocupaba Tom–me dijo.

–Tu amiga tiene muy malas pulgas y es bastante indisciplinada, está visto que no se puede contar con ella para cumplir una misión–aventuré.

–Miguel, ¿por qué Christine no quería formar equipo contigo?–me preguntó de pronto parándose en seco.

–Podría darte mil razones, pero en definitiva es porque no nos llevamos demasiado bien–admití.

–Miguel, te conozco de sobra para saber que no me cuentas todo. ¿Qué le has hecho a Christine?–me preguntó furiosa.

–Emma, yo no le he hecho nada. Bueno, quizás me he comportado un poco mal con ella, ya sabes, a mi manera. Pero la que empezó a atacarme con un arma fue ella–confesé.

–¡Dios mío, Miguel! ¿Te has batido con Christine?, ¿es que estás loco? Eres mucho más fuerte que ella, le podrías haber hecho daño–me reprochó enfadada.

–Perdona, pero yo no la ataqué, sólo me defendí. Y que conste que fue ella quien me golpeó a traición, tú misma viste las consecuencias–dije señalando mi nariz.

–¿Me estás diciendo que Christine te rompió la nariz? No puedo creerlo, os estáis comportando como idiotas–protestó.

Y entonces ambos nos envaramos. Habíamos sentido a la vez un aura y noté cómo el vello de la nuca se me erizaba y me ponía en tensión. Emma me miraba con los ojos muy abiertos y alerta y aunque la entrada del callejón no estaba muy lejos, supe que no había tiempo de hacer huir a Emma sin que se descubriera que tenía aptitudes. La recosté contra la pared y puse mis labios en su oído.

–Escucha, se trata de un mensajero. Tú sólo sígueme el juego–logré pronunciar.

Ella asintió y se dejó hacer mientras yo deslizaba mis labios por su cuello y ponía mis manos en sus caderas, apretándola contra mí. A pesar de lo complicado de la situación, al aspirar su cálido aroma a rosas  me di cuenta de lo que añoraba su contacto. De pronto alguien carraspeó a mi espalda y con delicadeza solté a Emma y protegiéndola con mi cuerpo me volví a encararme con el mensajero. Cuando me encontré de frente a él me di cuenta de que la situación era peor de lo que había imaginado. Se trataba de Daríus, el mensajero personal de mi padre.

–Miguel, siento interrumpirte en un momento tan íntimo, pero tengo un tema urgente que tratar contigo–dijo divertido.

–Daríus, ¡cuánto tiempo! No sabía que andabas por la ciudad–dije intentando parecer sereno.

–¿Andar por la ciudad? ¡Qué sarcástico Miguel! Veo que no has perdido tu sentido del humor ni tu gusto por las chicas bellas–dijo mirando hacia Emma, que seguía pegada a mi espalda.

–¿Me permites que acompañe a mi chica al local, Daríus? Estaré de vuelta en unos instantes y trataremos ese tema urgente a solas–sugerí intentando sacar a Emma de su alcance.

–Preferiría que la chica se fuera sola. Tu padre me ha pedido que te lleve con él y ya que me ha costado bastante encontrarte, preferiría no perderte de vista–respondió.

–De acuerdo–respondí girándome hacia Emma.

Ella me miraba con los ojos dilatados. Estaba bastante asustada, pero tenía que irse de allí antes de que fuera demasiado tarde y Daríus optara por llevarla también con él. Eso sería un desastre.

–Cariño, tranquila, se trata de un amigo de mi padre. Cuídate, te veré pronto–dije.

Y antes de que Emma protestara me incliné sobre ella y la besé con pasión. Sabía que esto le revolvería las tripas a Daríus que reculó hacia atrás y me dejó algo de espacio.

–Vete ahora–susurré contra los labios de Emma– Cloe sabrá qué hacer–.

Emma me miró, asintió y echó a andar intentando mantener la calma. La seguí con la mirada hasta que giró por la calle en dirección al local y entonces me volví a enfrentarme con mi amigo.