CAPÍTULO XXII

 

Finalmente llegó el día en que se celebraría la apertura del Consejo. Me había pasado la noche en vela a pesar de mis esfuerzos por intentar dormir. Me habría gustado poder conciliar un sueño reparador para estar fresca y relajada antes de la prueba a la que me sometería hoy, pero había sido misión imposible. Robb al darse cuenta de que no me dormiría, había desistido en su empeño de que lo intentara y había permanecido despierto conmigo el resto de la noche. Nos tumbamos abrazados en campo abierto y estuvimos hablando mientras contemplábamos las estrellas y la noche había terminado siendo perfecta, aunque fuera el preludio de una tempestad.

Nos levantamos antes del alba y tomamos un buen desayuno con el resto del grupo, con café lo suficientemente cargado para espabilarnos. Resultaba curioso, pero a pesar de la tensión del momento el ambiente estaba cargado de camaradería y eso me tranquilizó un poco los nervios.

Habíamos dejado todo lo relacionado con la puesta en escena a cargo de Miguel y conociéndole, me daba miedo pensar qué sorpresas nos esperarían. El primer susto lo había sufrido la víspera, cuando Miguel insistió en enseñarme el transporte que utilizaría para desplazarme hasta el lugar del Consejo. Me quedé bastante perpleja cuando se presentó ante mí con una yegua color chocolate que sin duda era preciosa, pero teniendo en cuenta que yo no sabía montar no entendí de que me serviría. Y entonces fue cuando Miguel me explicó que llegaríamos al Consejo a caballo, conmigo en cabeza de un escuadrón. Creí que era una de sus tomaduras de pelo porque en mi vida había montado a caballo y no creía que a un día del Consejo fuera buena idea ponerse a intentarlo, pero Miguel me miró serio y empecé a darme cuenta de que no estaba bromeando. ¡Y no lo hacía! Aparentemente todo el mundo aquí sabía montar y el bicho raro era yo, de modo que Miguel insistió en que si había conseguido enseñarme a montar en moto en una tarde, que se veía bien capaz de enseñarme a montar a caballo en un día. En consecuencia me había pasado toda la víspera intentando mantenerme en la grupa del caballo, pero la equitación no era lo mío y aterricé más veces en el suelo de lo que habría deseado. Finalmente ambos nos conformamos con que aprendiera lo básico para manejarme, pero no las tenía todas conmigo. Sólo necesitaba llegar hasta el Consejo sin caerme de la silla para no ser el hazmerreír de los asistentes y me dije a mí misma que podría hacerlo.

Tras el desayuno Robb me acompañó a ver los uniformes que Miguel había mandado preparar para la ocasión. No nos había permitido verlos antes por lo que supuse que esta sería otra de sus sorpresas. Cuando entré en la carpa donde se habían dispuesto los uniformes contuve un grito de admiración. En primer lugar estaba el de Miguel, que reconocí rápidamente por su coraza plateada sobre la que estaba grabada con oro la espada de luz, con su empuñadura en forma de las alas de un ángel y con la hoja irradiando energía. Aunque ya había visto antes su escudo, me sobrecogió de nuevo su belleza. Después estaba el uniforme de Robb, con su coraza negra y con su escudo, un hermoso dragón alado enroscado en un risco y arrojando fuego por sus fauces. Estaba grabado en color plata y bronce con tanto realismo que hasta las escamas del dragón parecían reales. El tercer uniforme estaba oculto bajo una tela de gasa que lo hacía difícilmente visible. Robb se aproximó y cogió un extremo de la tela mirándome con una sonrisa.

–Éste es el tuyo–dijo–¿Estás lista para verlo?–.

–Sí, adelante–dije impaciente.

Y entonces Robb deslizó la tela, dejando a la vista mi nuevo uniforme. Me quedé sin palabras y me aproximé para observar los detalles de la coraza con más detenimiento.

–Toda la responsabilidad del diseño es de Miguel. Se le ocurrió cuando decidimos presentarnos ante el Consejo y creo que por una vez su idea no estuvo nada mal–dijo con su sonrisa torcida.

–¡Es perfecto!–exclamé asombrada.

Mi coraza era de metal negro y estaba ornamentada con un escudo que era una combinación de los escudos de los dos bandos. Una diagonal lo dividía en dos partes, de modo que el dragón sobre el risco ocupaba el lado izquierdo sobre mi pecho, justo en el corazón, lo que asocié a mi amor por Robb y en el lado derecho estaba representada la espada de luz, simbolizando mi alianza y mi amistad con Miguel. Y justo en el centro del escudo, alineado con la diagonal, había un pentagrama circunscrito en color rojo fuego. Miguel había captado la esencia de mi misión en este escudo, creando una simbiosis entre los símbolos de ambos bandos y uniéndolos mediante el pentáculo en su justo equilibrio. Era el escudo que simbolizaba la tregua, la paz definitiva entre los bandos y como había dicho, simplemente era perfecto.

–Quizás sea un poco osado presentarse con este escudo frente al Consejo–dijo Robb–Pero ¡qué diablos!, esto es lo que llama Miguel una entrada triunfal–.

–Me encanta, de veras–dije emocionada.

–Sabía que lo haría–dijo Miguel asomando su cabeza dorada por la entrada de la tienda– Todo tu ejército llevará el mismo escudo, preciosa. Los herreros llevan más de dos semanas grabando escudos sin descanso, pero ha merecido la pena, han quedado sublimes–.

–Muchas gracias. Eres un genio para estas cosas–admití.

–Pues sólo queda ponérnoslos y partir–dijo Robb– Llevaré el tuyo a tu tienda. Cloe y Christine se han ofrecido para ayudarte a prepararte, creo que preferirás que sean ellas antes de cualquier otra persona–.

–Por descontado–admití.

 

Inspiré con fuerza para infundirme valor observando mi imagen sobre la lámina de hojalata que habían dispuesto en mi tienda a modo de espejo. Apenas me reconocía a mí misma vestida de este modo porque este atuendo me daba un aire sobrio que me hacía parecer más madura y sumamente poderosa. Suponía que ese era justo el aspecto que tendría que ofrecer hoy, de modo que los primeros me tomaran en serio y no pensaran que tenían frente a ellos a una simple muchacha. El uniforme me ajustaba como un guante, era cómodo y me permitía moverme ágilmente. Las chicas me habían cepillado el pelo y me habían trenzado mechones desde la frente hasta la cima de la cabeza, a modo de tiara para evitar que el pelo se me viniera a la cara y dándole a mi rostro un toque regio. Dejaron suelta el resto de mi melena, que me caía ondulada y brillante hasta el final de la espalda, a petición mía porque era como la solía llevar y me hacía sentir más cómoda. Por último me habían ayudado a ponerme la coraza, ajustándola sobre mi pecho lo justo para que no se moviera y deseándome suerte se habían despedido hasta más tarde con un abrazo.

No estuve mucho tiempo sola porque Robb entró en mi tienda instantes después, ya preparado con su uniforme. Nada más verle mi corazón latió desbocado. ¡Estaba majestuoso! La coraza le marcaba su pecho ancho y fuerte y el color oscuro le sentaba a la perfección, dándole un toque misterioso y sobre todo peligroso. Se asemejaba al dragón que estaba grabado en su pecho: hermoso, ardiente y sinuoso. Con este aspecto era cómo había imaginado siempre de niña al príncipe de mis sueños. Él me miraba con sus hermosos ojos verdes dilatados, recorriendo mi cuerpo y deteniéndose en mi rostro.

–¡Estás impresionante!–dijo con admiración.

Se acercó hasta mí y me rodeó con sus brazos.

–Pues tú estás demasiado sexy vestido de caballero oscuro, no sé si podré quitarte los ojos de encima en algún momento–admití llevando mi mano a su pelo y desordenándolo hacia arriba como me gustaba.

–Pues hoy te conviene estar muy concentrada. ¿Cómo te encuentras?–me preguntó acariciando mi rostro.

–Sumamente nerviosa, pero te prometo que intentaré hacerlo bien–le dije.

–Lo sé. Tranquila, Miguel y yo estaremos todo el tiempo a tu lado–me aseguró.

–Bésame–le supliqué de pronto–No creo que ante el Consejo puedas hacerlo sin que llamemos mucho la atención y de veras lo necesito–.

–Se quedarían alucinados si te diera un beso ardiente sobre la mesa de los jueces–dijo Robb divertido.

Y entonces en un solo movimiento me agarró por la nuca y la cintura e inclinándose sobre mí me besó, haciéndome olvidar por unos instantes mi inminente misión.

 

Salimos de mi tienda cogidos de la mano y Miguel nos esperaba fuera, también luciendo impresionante en su uniforme de combate. Todo en él era luz: su cabello y su piel dorados, sus resplandecientes ojos azul cielo y su uniforme en plata y oro. Sonrió abiertamente al vernos aparecer y montó en su caballo, un enorme semental de color blanco que habían vestido también para la ocasión con un blasón con su escudo bordado.

–Estás impactante, princesa–dijo.

–Tú también–admití.

–Vuestros caballos están preparados también, seguidme–nos pidió.

–¿No os habéis planteado descartar lo de los caballos y presentarnos en las motos? Desde luego llamaríamos mucho más la atención–sugerí.

Ambos me miraron con reprobación con lo que suspiré y les seguí hasta el patio central de la ciudadela. Allí estaban nuestros caballos, mi yegua color chocolate y un semental negro brillante que debía de ser la montura de Robb. David se acercó y nos trajo nuestras espadas envainadas en unas fundas tipo carcaj diseñadas para llevarlas a la espalda sin que entorpecieran nuestros movimientos y de muy fácil acceso al sobresalir la empuñadura sobre el hombro izquierdo lo justo para asirla incluso al galope. Robb me ayudó a ajustarla a  mi espalda y después me aupó hasta la grupa de mi yegua. Una vez allí hinqué mis rodillas contra el animal para no resbalarme y caer como me había ocurrido repetidas veces el día anterior. Después Robb subió ágilmente a su caballo y se alineó conmigo mirando hacia la puerta de la ciudadela que comenzaba a abrirse ante nosotros.

–El campamento del Consejo está sólo a unos kilómetros de aquí, podemos cabalgar libremente hasta que nos aproximemos al recinto. Una vez allí os alinearé en formación como he previsto–informó Miguel.

Y cuando salimos de la ciudadela observé que los demás nos esperaban ya montados en sus caballos. Estaban todos mis amigos y algunos otros oficiales que no conocía, pero que también lucían mi escudo y que me saludaron con una inclinación de su rostro cuando me reuní con ellos. Les devolví el saludo y a una orden de Miguel emprendimos la marcha.

 

Cabalgaba junto a Robb cuando Miguel que iba en cabeza con Christine se detuvo y se volvió indicando al resto que hiciéramos un alto. Entonces fue cuando divisé a lo lejos un conjunto de carpas rodeado en su perímetro por vallas metálicas. Se asemejaba a un campamento medieval salvo por el color uniforme de las carpas, de un tono blanco roto. Miguel se acercó al trote y empezó a organizar a los jinetes. Observé con atención cómo organizaba la formación colocando a los oficiales en un estricto orden. Constituyó una fila con cinco jinetes y otra en paralelo a continuación con otros siete. Entonces Robb me indicó que le siguiera y adelantamos al grupo situándonos al frente del escuadrón. Miguel se reunió con nosotros y me indicó que me adelantara para encabezar la formación y él y Robb se situaron a mi espalda. Me giré y contemplé el resultado. Simulábamos la punta de flecha donde yo ocupaba el vértice, abriendo la formación, y me seguían Robb a mi izquierda y Miguel a mi derecha. En la siguiente línea Tom y Rick se situaban justo detrás de Robb, seguidos de Cloe en el centro y Christine y David detrás de Miguel. En la última fila nos acompañaban Lian, tres oficiales que habían servido bajo las órdenes de Robb y que yo no conocía y por último Jacob, con dos de sus hombres. Comprendí que la estrategia de Miguel había sido equilibrar los bandos y había respetado además el número doce para nuestros acompañantes, el mismo número de representantes de cada bando en el Consejo.

–Cuando quieras, Emma–me animó Miguel.

Insté a mi yegua a que avanzara y los demás me siguieron al paso, manteniendo la formación. Pronto nos acercamos a los límites del recinto, rodeado con vallas metálicas de más de dos metros de altura que sólo dejaban a la vista los techos de las carpas blancas en el interior. Observé que el área de terreno utilizada para el campamento era extensa, de al menos cinco mil metros cuadrados y que había vigilancia en todo el perímetro. De hecho ya nos habían localizado y los vigilantes se reagrupaban en el acceso principal esperando nuestra llegada. Nos acercamos a un trote ligero hasta la entrada donde unos oficiales nos dieron el alto. Me detuve y Robb y Miguel avanzaron situándose a mis flancos, mientras que los demás se quedaron en sus respectivas líneas, a la espera.

–Solicitamos acceso al Consejo–dijo Miguel levantando la voz.

El oficial que parecía estar al mando se aproximó con cautela a nosotros, seguido de dos de sus hombres y se detuvo a una distancia prudencial de nuestras monturas.

–¿Y quién lo solicita?– preguntó.

–Soy Miguel, hijo del arcángel–dijo en un tono autoritario.

–¿Estáis invitados a la reunión?–preguntó de nuevo el oficial.

–Por supuesto, de hecho nos esperan–aseguró convincente.

–Iré a comprobarlo. Esperad aquí–dijo el oficial con cautela.

–¿Quién está este año a cargo de la seguridad?–preguntó de pronto Miguel.

–Daríus–pronunció el oficial.

Entonces Miguel sonrió satisfecho y les dejó retornar hacia el recinto sin pronunciar palabra.

“Dejadme a mí. Tengo un plan para entrar” nos susurró mentalmente Miguel.

Robb y yo cruzamos nuestras miradas con él y comprendimos que Miguel estaba seguro de que su plan funcionaría, por lo que nos relajamos un poco y le dejamos hacer.

A los pocos minutos la puerta se abrió de nuevo y un hombre alto y delgado que me resultó conocido se acercó con el oficial al mando.

–¡Miguel!–exclamó el hombre sorprendido.

–Saludos Daríus–respondió Miguel.

–¿Qué te traes entre manos?–preguntó Daríus recorriendo nuestro grupo con la mirada y deteniéndola en mí.

–Necesito acceder al Consejo cuanto antes. He cumplido la misión que me encargó mi padre–dijo Miguel con autoridad.

–El Consejo se está constituyendo, no podemos interrumpirles–respondió Daríus.

–He de reunirme con ellos antes de que se constituya, Daríus. Ese fue el requisito de mi padre y dado que he apurado el plazo, no me gustaría fallarle porque tengas temor a molestarle–dijo Miguel.

–Sé que el arcángel esperaba tu llegada, pero…–comenzó Daríus.

–Daríus, estoy invitado al Consejo y lo sabes y es fundamental que presente a esta híbrido ante los miembros antes de la apertura de la reunión. Permitidnos el paso, yo mismo se lo explicaré a mi padre–pidió con arrojo.

Daríus dudó, pero de pronto asintió e hizo señas a los vigilantes para que permitieran nuestro acceso. Los portones metálicos chirriaron y se abrieron lentamente y entonces a una señal de Miguel, avanzamos.

–Desmontaréis junto a la carpa de la derecha y tus oficiales os esperarán allí. Sólo tú y la híbrido me seguiréis hasta la carpa del Consejo–indicó Daríus.

–Robb nos acompañará también–dijo Miguel con seguridad–Ha sido un trabajo en conjunto–.

Daríus le miró confundido, pero asintió y nos dirigió hacia la entrada, apuntando a la dirección dónde tendríamos que dejar nuestras monturas. En la carpa había varios grupos de oficiales de los dos bandos que mataban la espera dialogando entre ellos o cuidando de sus monturas, pero cuando se percataron de nuestra presencia se hizo un silencio total y clavaron sus ojos sobre nuestra comitiva y fundamentalmente sobre mí.

“Despliega tu aura” me sugirió Robb.

Le miré con escepticismo, pero su mirada confiada me animó y liberé parte de mi energía, reforzando mi aura. Y entonces hubo un silencio sepulcral que fue el preludio de unos murmullos que se fueron extendiendo a nuestro alrededor y muy posiblemente por el resto del campamento. Mantuve mi cabeza alta y la mirada estoica, imitando la expresión intimidatoria que solía adoptar Miguel cuando quería bajar los humos a sus enemigos. Desmonté de mi yegua al tiempo que Robb y Miguel venían a mi encuentro y se situaban a mi lado. Daríus, visiblemente nervioso al percatarse de quién era yo, nos indicó que le siguiéramos. Antes de continuar dedicamos una mirada a nuestro grupo de amigos, que nos respondieron con expresiones de ánimo hasta que desaparecimos de su campo de visión.

Avanzamos entre las tiendas que poblaban el campamento y me dio la sensación de haber vuelto atrás en el tiempo y de encontrarme en un campamento militar medieval. Los híbridos y primeros que encontrábamos nos miraban con curiosidad y cuchicheaban a nuestro paso. De pronto vimos ante nosotros una carpa inmensa, adornada con los escudos de los dos bandos en las telas que constituían la entrada, ahora desplegados. Intuí que se trataba del lugar donde se celebraba el Consejo. Daríus nos llevó hasta la entrada y se detuvo allí.

–Bueno chico, yo te he traído hasta aquí, ahora serás tú quién dé la cara–dijo mirando a Miguel.

–Gracias, Daríus. Te debo una–dijo Miguel estrechando su mano.

Daríus sonrió y se retiró, dejándonos  a los tres frente al acceso a la carpa.

–Emma, cielo, ¿estás lista?–me preguntó Robb acariciando mi mano.

Asentí, nerviosa, y entonces Miguel se aproximó a la carpa y retiró con su mano una de las telas, mientras que Robb retiraba la otra. Y de pronto los tres avanzamos y nos adentramos en la reunió del Consejo.

Todas las miradas se volvieron hacia nosotros. En el fondo de la carpa había una larga mesa y en los laterales se disponían asientos en los que estaban acomodados un gran número de primeros que habían dejado de hacer lo que estuvieran haciendo y nos miraban en completo silencio. Notaba las emisiones de todos ellos, pero especialmente sentía un aura que reconocería en cualquier lugar por el escalofrío que recorrió mi espalda, helándome.  Atravesé la estancia con mi mirada y mis ojos se clavaron en unos ojos fríos y grises que me miraban desorbitados desde la gran mesa que presidía la sala. Se trataba de James y ésta era la confirmación de que estaba vivo y de que yo era la culpable de que fuera así en todos los sentidos. En primer lugar no había sido capaz de matarle cuando tuve la oportunidad y en segundo lugar le había puesto en bandeja mi sangre por tener un comportamiento irresponsable y temerario. No volvería a cometer un error de esa magnitud en lo referente a James, ya había aprendido la lección y sabía que él me fulminaría si tuviera la ocasión y no iba a permitírselo. Su rostro reflejaba una sorpresa extrema al advertir mi presencia y de no tratarse de un primero habría supuesto que estaba a punto de sufrir un infarto, pero pareció recomponerse rápido poniendo cara de póker y nos dedicó una mirada altiva y desafiante.

Aparté la vista de James sintiendo otro aura fuerte, potente y cálida que era desconocida para mí por el momento. Sentía también una mirada que pesaba sobre mí y entonces advertí unos ojos tan azules como el cielo y tan cristalinos como el agua de un manantial observándome con atención. De pronto su dueño se levantó y se abrió paso entre los primeros que rodeaban la mesa presidencial, situándose frente a nosotros al inicio del corredor que llegaba hasta el fondo de la carpa. No me cupo duda de que este primero era el arcángel Miguel, pues su parecido físico con mi amigo era evidente, si bien el arcángel era un poco más alto y corpulento y su aura era devastadora, pero no tétrica y mortífera como percibía la emisión de James. Llevaba un uniforme dorado con una coraza de cota de malla, con el escudo de la espada de luz grabada sobre la pechera, pero lo que más me llamó la atención de su persona fueron las protuberancias que sobresalían ligeramente sobre sus hombros, formadas por plumas de un tono dorado similar a su cabello.

–Miguel, ¿qué ocurre? Sabes de sobra que no se puede irrumpir así en el Consejo una vez que está constituido–dijo el arcángel molesto.

–Saludos, primeros. Perdonad la interrupción, pero Robb y yo nos presentamos hoy ante el Consejo como escoltas de Emma, que ha venido libremente para  exponer un tema en el encuentro de este año–dijo Miguel.

Unos murmullos recorrieron la sala tras la explicación de Miguel.

–¿Qué primero la representará?–preguntó el arcángel.

“Vamos, es el momento de que te presentes” dijo Miguel.

“Ánimo, amor” dijo Robb.

–Yo misma me representaré–dije con aplomo.

Otro murmullo invadió la carpa, esta vez más persistente y comprendí que los primeros estaban escandalizados por mi comentario, con lo que decidí continuar antes de que tomaran la determinación de echarnos de allí a patadas.

–El tema que quiero exponer hoy ante vosotros es sumamente importante y os prometo que os explicaré también por qué me permito asumir que soy digna de representarme a mí misma. Os ruego me incluyáis en la lista de ponentes y me permitáis estar entre vosotros en el Consejo de este año–pedí con seguridad.

Tras mi explicación hubo un silencio total entre los asistentes que no apartaban sus ojos de mí. Miguel y Robb se alinearon conmigo,  en señal de apoyo, y esperamos la respuesta del Consejo.

–Arcadio, como moderador de este año te ruego consideres esta petición y la incluyas entre las demás–dijo el arcángel–.

De pronto James se abrió paso entre los primeros para situarse en primera línea, junto a Miguel.

–No puedes tomar tú solo esa decisión. Yo opino que no debemos dejarles intervenir en el Consejo. Considero una osadía presentarse así ante nosotros afirmando ser uno de nosotros cuando es evidente que sólo se trata de una simple chiquilla. Exijo que se implemente un castigo para esa falta tanto para ella como para los híbridos que  incumpliendo todas las normas se han atrevido a traerla aquí–rugió James.

Esto hizo que me encendiera y que mis compañeros se pusieran en tensión a mi lado. Desplegué de nuevo mi emisión de energía para demostrarles a todos que no era una híbrido normal como James quería que pensaran, sino algo más.

–Probaré que soy digna de exponer en el Consejo si ese es el requisito que se me exige–dije ignorando deliberadamente a James.

Miguel miró a Arcadio que parecía incómodo con la situación, pero que se levantó y avanzó hasta situarse a escasos metros de mí.

–Híbrido, ¿por qué tendríamos que permitirte asistir al Consejo? Demuéstranos como dices que eras digna de estar entre nosotros y no nos opondremos a tu presencia–pidió Arcadio.

“Es una prueba” dijo Robb “Tienes que convencerles de que eres quién esperan”.

Y entonces supe lo que tenía que hacer. Me concentré y pensé en la sinergia. Si conseguía demostrarles que yo era capaz de utilizarla, aunque fuera en un grado menor, sabrían que yo era el Equilibrio porque según la profecía sólo yo podía usar esta aptitud.

“Soy Emma, hija de Adriel y de Hana. Yo represento el Equilibrio” pronuncié en mi mente.

No sabía si habría funcionado y habría enviado mi mensaje a los demás aparte de a las mentes de Robb y de Miguel que ya estaban en sinergia conmigo, de modo que observé los rostros de los primeros para ver su reacción. No sabía por qué, pero sobre todo comencé a fijarme en el arcángel que había fruncido el ceño unos instantes y ahora me miraba con una expresión indescifrable. James estaba encolerizado y de pronto estalló.

–¿Hija de unos traidores? ¿Eso es lo que te hace digna de estar entre nosotros?–despotricó.

Su comentario al menos me sacó de dudas respecto a si me habían oído o no, pero me complicaba bastante las cosas como ya habíamos previsto.

“¿También vas a servirte del Consejo para librarte de mí con calumnias como hiciste con mis padres? De ser así haz una propuesta de tema, pero no entorpezcas mi petición mientras tanto” me defendí con rabia.

Todos los primeros se quedaron en silencio por mi ataque a James y comprendí que les había hablado de nuevo a la mente a todos ellos cuando sólo había querido responderle a él.

“Suave, cielo. Has sido demasiado brusca, los primeros desconfían de ti, eres un ser con el que jamás antes se han enfrentado, tienes que ganarte su confianza” me aconsejó Robb.

“Creo que tienes a mi padre en el bolsillo” añadió divertido Miguel “Le has arreado un buen golpe en la entrepierna a James delante de todo el Consejo”.

Sus comentarios opuestos me confundieron, pero intenté tomar la parte positiva de ambos consejos y levanté mi rostro hacia Arcadio.

–Lo que he utilizado con vosotros es la sinergia. Por si no habéis oído mencionarla es una de las aptitudes exclusivas del Equilibrio. ¿Es suficiente demostración de mi identidad para poder asistir al Consejo?–pregunté más humilde esta vez.

Arcadio volvió su rostro hacia la mesa principal y cruzó una mirada con James y con Miguel. James seguía encolerizado, pero no se atrevió a protestar y el rostro de Miguel dejó vislumbrar una ligera sonrisa.

–La demostración ha sido adecuada. Sois bienvenidos al Consejo–dijo Arcadio.

Y nos indicó que avanzáramos y nos reuniéramos con el resto de miembros. Intercambiamos unas miradas entre nosotros y los tres seguimos a Arcadio aliviados de haber superado la primera prueba de nuestra misión.