CAPÍTULO X
Me dolían los oídos y la cabeza a causa de la presión. Esa era la peor parte de viajar hasta el cielo, la fuerte presión a la que se veía sometido tu cuerpo durante el transporte. Supuse que los mensajeros estaban acostumbrados, pero para aquellos que no hacíamos el trayecto más que de vez en cuando la sensación era incómoda y desagradable. Recordé que la primera vez que vine a ver a mi padre era sólo un crío de diez años y el viaje provocó que mi nariz sangrara. Esto hizo que me sintiera sumamente avergonzado porque yo me creía fuerte y consideré aquello como una muestra de debilidad. Estaba tan abatido que no quise ver a mi padre hasta recuperarme y Arcadio, el archivero, me tuvo que llevar con él para demostrarme con documentos que lo que me había ocurrido era algo sumamente común y que muchos grandes guerreros híbridos habían tenido experiencias mucho más humillantes en su primera visita al cielo. Eso me tranquilizó y en el viaje de vuelta volví sereno y sólo sufrí un ligero zumbido en los oídos y me sentí orgulloso de mí mismo por soportar el trance mejor que muchos otros guerreros.
Al cabo de unos minutos la presión se relajó y supe que habíamos llegado. Cuando Daríus quitó su mano de mi hombro volví a ver con mis ojos, hasta ahora cegados por el contacto con el mensajero, y lo primero que vi fueron unos ojos color miel delante de los míos. ¡Christine!
Le iba a preguntar que qué diablos hacía aquí cuando observé que se le nublaba la vista y se desplomaba frente a mí. Me apresuré a cogerla en mis brazos antes de que se derrumbara contra el suelo y encontré los ojos de Daríus fijos en mí.
–No me gusta transportar polizones–me informó irritado.
–Daríus, la chica es mi jefa de seguridad y nunca se aparta de mi lado. Debió ver que me llevabas contigo y se nos unió. No te lo tomes a mal, ella no sabe quién eres y sólo estaba cumpliendo con su trabajo–improvisé para evitar más problemas.
Daríus se detuvo a evaluar mi respuesta y al fin pareció convencerse de que no había trasgredido ninguna norma que le conllevara problemas. Asintió y me indicó que le siguiera. Cogí a Christine en volandas y le seguí a través del corredor que atravesaba la fortaleza de mi padre.
–Puedes usar esta sala hasta que seas convocado a la presencia del arcángel–dijo Daríus abriendo las puertas de un suntuoso salón.
–¿Sabes si me llamará pronto? Sé que aquí eso del tiempo es relativo y he dejado un tema urgente esta noche en Nueva York– dije intentando hacerme una idea de la urgencia de mi padre.
–Tú padre pidió verte en cuanto llegaras. Le avisaré ahora mismo de tu presencia–dijo Daríus en su habitual tono serio.
No sabía si la urgencia sería un punto a mi favor o en mi contra, todo dependía de la información que tuviera mi padre sobre mis últimos movimientos. Tenía que intentar maquinar algo rápido si quería librarme de un juicio y una condena, pero no sabía por dónde podría enfocar mi defensa.
Entré en la sala y Daríus cerró las puertas tras de mí. Miré hacia mis brazos y contemplé a Christine, aún inconsciente. Me acerqué a un diván y la tumbé con delicadeza, aunque lo que me pedía el cuerpo era soltarla y que se diera un batacazo contra el suelo por haberme seguido hasta allí. Si mi situación era de por sí complicada, encima tenía que preocuparme ahora de su seguridad.
Cogí un paño de algodón del cuarto de baño y lo empapé en agua para intentar reanimarla. Lo pasé por su frente y por su rostro y ella lentamente volvió en sí. Le costó aún unos instantes enfocar su mirada, pero finalmente lo hizo, trabando sus ojos con los míos e incorporándose con brusquedad.
–¿Qué me ha pasado?–preguntó asustada.
–Te has desmayado. No todo el mundo aguanta bien el viaje hasta aquí– le expliqué condescendiente.
–¡Oh! Fue incómodo, pero no contaba con desmayarme–respondió avergonzada.
–No te preocupes, es lo normal, en especial la primera vez. Al menos no has vomitado, eso habría sido repulsivo y de muy mala educación–dije burlándome.
–¡Ya!, me vas a decir que sólo los tipos duros como tú estáis preparados para este tipo de cosas ¿no?–insinuó levantándose del diván.
–Lo que en realidad quiero saber es qué demonios haces aquí. ¿Es que estás loca? Me estoy jugando la vida en esto y lo que menos me apetece es tener que preocuparme por salvarte también el pellejo a ti– dije furioso.
Christine me ignoró y echó a andar por la sala inspeccionando todo a su alrededor.
–¿Podrías por favor contestar a mi pregunta?–siseé aún más furioso.
Christine se giró y se acercó lentamente mirándome con indiferencia hasta detenerse a escasos centímetros de mí. La parte superior de su cabeza no llegaba a la altura de mi clavícula y tuvo que levantar el rostro para poder encontrarse con mis ojos.
–He venido para cuidar de ti, ángel–dijo con ironía.
–¿Cuidar de mí? Perdona nena, pero creo que está claro que sé cuidar de mí mismo. Más bien me parece que has venido para entrometerte donde no te llaman. ¿No será que te apetecía echar un vistazo por aquí arriba y te ha dado igual el lío en el que me estuvieras metiendo?–insinué enfadado.
–¿Eso crees? Pues te equivocas otra vez conmigo. He venido para que tu princesita no se metiera en la boca del lobo. Estaba dispuesta a venir contigo y sólo se avino a razones cuando ocupé su lugar–me gritó furiosa.
Tuve que tragarme mis palabras y mi mal humor en el acto. Había conseguido que me avergonzara de nuevo por mi comportamiento con ella. Christine había evitado que Emma hiciera una locura, de la que la creía totalmente capaz conociéndola como la conocía. ¿Cómo se le había ocurrido a Emma pensar en arriesgarse así por mí? Estaba convencido de que ni siquiera se había detenido a pensarlo, sino que había pensado sólo en no abandonarme en un momento así. Comprendí por qué Robb se desesperaba con ella, Emma no tenía ni el más mínimo temor a lo que la ocurriera a ella misma, sólo pensaba en lo que podría ocurrirnos a los demás. Y creía que justo por esa razón la amaba tanto. Y entonces me di cuenta de que la chica que tenía ante mis ojos había sido más valiente aún, pues había arriesgado su vida por mí, que no era más que un extraño para ella.
Ella pareció ver el bochorno que sentía en ese momento y se apartó un poco de mí.
–No te culpes, no me debes nada. Lo he hecho sólo por ella–dijo volviendo a merodear por la habitación.
–Christine, lo siento. Pensé que Emma me había hecho caso y había vuelto al club con Robb–admití avergonzado.
–Lo sé. Fue un numerito muy emotivo el que montaste delante del mensajero para encubrirla. ¿Qué tal? ¿Disfrutaste al menos del beso?–me preguntó cortante.
–Sí, bastante– admití molesto por su indiscreción.
–Bueno, pues entonces puedes plantearte irle robando algún que otro beso de vez en cuando e ir tirando con eso. Sólo tienes que cuidarte de que en una de esas no te descubra Robb y te parta la mandíbula–se burló.
–¿Por qué eres tan corrosiva?–le pregunté de nuevo furioso.
–¿Y me lo dices tú?–me reprochó dolida.
Recordé cómo la había humillado esa misma tarde y volví a sentirme avergonzado conmigo mismo. Ella tenía razón, me había comportado como un gilipollas con ella todo el tiempo. No entendía por qué cada vez que me sentía frustrado tenía que pagarla así con alguien. Primero fue con Emma y ahora con ella…No sabía cómo parar.
–Christine, quiero disculparme por mi comportamiento de esta tarde. Estaba furioso y lo pagué contigo. Quiero que sepas que no pienso de veras ninguna de las cosas que dije de ti–me excusé.
Ella me miró con su semblante serio y medio enfurruñado.
–De acuerdo, acepto tus disculpas, pero yo no me disculparé contigo. Me sentí increíblemente bien cuando te aticé. Te lo merecías–admitió.
–Lo sé. Me rompiste la nariz–confesé.
–¿En serio?–dijo con una sonrisa–Estaba segura de que lo había hecho. Creí oír el crujido y todo, pero como después en el club vi que tu nariz estaba perfecta pensé que había fallado–.
Entrecerré los ojos y la miré con animadversión. ¡Se estaba emocionando por haberme roto la nariz!
–¡Estás enferma!–dije– De todos modos lo olvidaré puesto que como te habrás fijado, mi nariz está más que perfecta, pero a partir de ahora intenta no tomarla con ninguna otra parte de mi fisonomía, me lo tomaría como algo muy personal–.
–Tendrías que suplicar para que lo hiciera–me dijo provocadora.
Su comentario me hizo sonreír. Me había conseguido atrapar en un juego de palabras con connotaciones subidas de tono en las que yo era el maestro. Estaba claro que esta chica no dejaba de sorprenderme.
De pronto se abrieron las puertas del salón y Daríus apareció frente a nosotros.
–Seguidme, tu padre te recibirá ahora–anunció.
El mensajero salió de la sala y aproveché para coger a Christine por el brazo y susurrarle una advertencia.
–Te he presentado como mi responsable de seguridad. De todos modos no abras el pico, pase lo que pase. Recuérdalo, pase lo que pase. Quiero salir con vida de esta y si es posible que me acompañes tú también de vuelta–dije.
Christine me miró poniendo los ojos en blanco, pero finalmente asintió y me siguió.
Daríus nos condujo al despacho de mi padre, por así llamarlo. Se trataba de una sala inmensa que mi padre utilizaba para reunirse con sus hombres y para disponer sus asuntos. Ya había estado otras veces allí, cuando mi padre me había llamado a su presencia para otorgarme misiones importantes o cuando me requería para que yo mismo le confirmara cierta información. Me preguntaba qué sería exactamente lo que me esperaría en esta ocasión: una acusación, una amenaza, un destierro… Las posibilidades eran inmensas. Podía presumir de no tener miedo a nada y eso era casi cierto, pero ahora notaba cómo se formaba un nudo en mi estómago. La única persona que conseguía hacerme sentir así era mi padre. No se trataba de miedo en realidad, sino de un respeto elevado hacia lo que representaba que me hacía sentir nimio en comparación. Hacía más de un año que no le veía, desde el último Consejo y aunque nos habíamos comunicado periódicamente a través de los mensajeros, le había estado mintiendo desde que mi camino se entrelazó con el de Emma. Sólo le había hecho llegar informaciones parciales y ahora tendría que dar la cara por ello.
Christine me seguía el paso mirándome por el rabillo del ojo. Parecía sumamente serena para lo complicado de la situación y se mantuvo todo el tiempo en silencio como le había pedido. De pronto las puertas de la sala se abrieron y Daríus me indicó que podía entrar. Christine avanzó conmigo, pero Daríus le cortó el paso.
–Sólo pasará Miguel–dijo.
Me volví hacia Christine y vi una expresión de ansiedad en su rostro y sentí como si pudiéramos comunicarnos mentalmente, aún sin estar vinculados. Sus ojos decían que temía por mí y que no me dejaría ir solo y sin pensarlo me acerqué a ella y acariciando su rostro con las yemas de mis dedos le hice entender que estaría bien. Inspiré con fuerza y entré en la sala con paso decidido. Sentí a mi padre antes de verle, pues su aura era intensa y arrolladora, más incluso que el aura de Emma. Estaba de pie junto a su escritorio y sus ojos azul hielo estaban fijos en mí. Su figura era de por sí imponente. Era aún más alto que yo y su fisonomía era fuerte y musculosa, cualidades que yo había heredado, al igual que sus cabellos rubios y sus ojos claros. Si bien físicamente éramos muy parecidos, nunca podría llegar a ser como él. Su majestuosidad era inigualable y aunque yo era un buen guerrero, mi padre era un vencedor indiscutible. Con su sola presencia había conseguido doblegar a ejércitos enemigos. Ahora yo estaba sólo ante él, dispuesto a enfrentarme a lo que fuera por salvar a Emma aun sabiendo que eso podía incluir mentirle y traicionarle a él.
–Miguel, acércate–dijo con una voz profunda y grave.
–Padre–dije inclinando la cabeza en señal de respeto.
–He enviado a Daríus a buscarte porque necesito encargarte una misión–dijo sin rodeos.
–¿Dé que se trata?–pregunté aliviado.
–Daríus ha escuchado rumores sobre la existencia de un híbrido poderoso que dice representar al Equilibrio. Entiendo que no estarás al corriente puesto que no me has hecho llegar información sobre el tema en este tiempo–insinuó atravesándome con sus ojos azul hielo.
–He oído los rumores, pero no he encontrado fundamento en ellos y ésa es la razón por la que no te he informado al respecto. No quería que perdieras el tiempo por simples conjeturas–me expliqué intentando parecer sincero.
–Es posible que sea el caso. Daríus ha escuchado que se trata de una simple chiquilla, pero también ha oído rumores de que ella ha matado a James y de ser así representaría un peligro para todos. Nadie puede matar a un primero sin ser castigado. Necesito que la busques y la traigas a mi presencia, eso es lo que quiero que hagas por mí–dijo con intensidad.
–Padre, ese rumor es falso. Sé que James está vivo, te lo garantizo. Ningún mortal puede matar a un primero–le aseguré.
–¿Juras que es cierto lo que dices?–preguntó de pronto.
–Sí, juro que James está vivo–admití con la mano en el corazón bajo su mirada severa.
–Suponía que sólo eran rumores, pero es cierto que no sabía nada de James desde hacía un tiempo y eso me genera intranquilidad–admitió.
–He estado vigilándole y sé que anda también tras la pista de ese híbrido. Incluso he averiguado que la busca para sacrificarla y hacerse con no sé qué poderes, pero no le he dado importancia pues no son más que leyendas– dije intentando simular indiferencia.
Mi padre se quedó en silencio, mirando con sus ojos fríos a través de mí. Sentía miedo de que pudiera leer mi mente y de que viera en ella a Emma y lo que en realidad representaba para el mundo y para mí. Si lo descubría sabría que era un traidor, pero eso era lo de menos, lo peor sería que descubriría a Emma y conseguiría llegar a ella y yo tenía que impedirlo. Y pensando en eso mantuve la mirada fija en él, con aplomo y con calma, para que me creyera.
–Entonces tienes que encontrarla antes de que lo haga James y la traerás ante mí. Yo juzgaré qué hay de verdad en esos rumores cuando la tenga ante mis ojos–ordenó.
–Como desees–dije inclinando de nuevo la cabeza.
–Puedes regresar. Mantenme informado con frecuencia–dijo mi padre alejándose.
–Padre, ¿podría documentarme sobre el Equilibrio en tus archivos antes de volver?–pregunté al ocurrírseme la idea de pronto– No creo que en la Tierra exista mucha información sobre esa leyenda y quiero tener claro a qué me estoy enfrentando.
El arcángel bajó los escalones y se aproximó a mí.
–Sígueme, iremos a ver a Arcadio–dijo solemne.
Esperé a que él se adelantara y salí en post suya admirándome al ver sus alas doradas plegadas a su espalda. Nunca había visto a mi padre en persona con las alas desplegadas, aunque desde niño había ansiado pedírselo, pero nunca me atreví. Sí que había visto grabados e ilustraciones en los archivos en los que aparecía en combate con ellas desplegadas en toda su envergadura y me resultaba una visión impresionante.
Las puertas del salón se abrieron cuando se acercó, como si estuvieran programadas con sensores de presencia, y seguimos hacia el vestíbulo donde nos esperaban Daríus y Christine. Mi padre avanzó y miró de frente a la muchacha, pero ella me miraba a mí y parecía aliviada.
–Christine es mi responsable de seguridad–le aclaré.
–Un escudo, buena elección–dijo mi padre continuando su avance hasta acercarse a Daríus.
–Daríus, lleva a Miguel al archivo con Arcadio. Necesita documentarse para una misión–ordenó.
Daríus hizo una reverencia y avanzó por el corredor indicándonos que le siguiéramos.
–Gracias, padre–dije respetuoso.
–Miguel, ¿cómo está tu hermana?–preguntó él de pronto.
–Cloe ya es toda una mujer. Es fuerte y valiente y se alegrará de saber que has preguntado por ella–admití orgulloso.
Mi padre asintió y se giró volviendo sobre sus pasos y entrando de nuevo en la sala. Miré a Christine que continuaba mirando en su dirección con la boca abierta y acercándome le di un ligero toque en la barbilla para cerrársela, lo que la sacó de la conmoción.
–Estás babeando el suelo– le dije.
–¡Madre mía!–exclamó–¿Ese es tu padre?–.
–Pensaba que los rubios monos no éramos tu tipo–dije–Y menos aún los maduritos–.
–Yo no dije nada de los rubios, creo recordar que sólo mencioné que tú no lo eras. Y no tengo prejuicios con respecto a la edad–admitió en susurros.
–Sí que dijiste que los rubios no te iban, tengo buena memoria, pero entiendo que tras conocer a unos cuantos tipos interesantes como yo te plantees cambiar de idea. Te recomiendo que le pases a Daríus tu número de móvil, quizás mi padre te devuelva la llamada un siglo de estos–me burlé.
–Muy gracioso–dijo mirándome enfurruñada.
Daríus carraspeó desde el fondo del corredor y nos apresuramos para reunirnos con él. En el archivo nos reunimos con Arcadio, al que conocía desde mi infancia. Éste me reconoció y se acercó a abrazarme, como si aún fuera un muchacho, pero entendía que para él como inmortal yo era prácticamente un niño.
–Me alegra verte de nuevo, Miguel. Cada vez te pareces más a tu padre, muchacho–dijo sonriente.
Yo aproveché para mirar a Christine y le guiñé un ojo para restregarle el parecido con mi padre y ella me miró con el ceño fruncido, pero no dijo nada. Daríus se retiró y nos adentramos con Arcadio en el archivo.
–¿Qué es lo que necesitas exactamente?–preguntó Arcadio.
–Todo lo que tengas sobre el Equilibrio–dije observando su rostro.
La expresión de Arcadio se tornó seria y me miró preocupado.
–¿Sobre el personaje legendario?–preguntó para asegurarse.
–Sí, sobre ése mismo–admití.
–De acuerdo. Esperad en aquella mesa, os traeré lo que encuentre al respecto en unos minutos–accedió.
En cuanto Arcadio se alejó, me aproximé a la mesa y me derrumbé en una de las sillas. Había aguantado la tensión hasta ese momento y me la había jugado pidiéndole a mi padre acceso a su biblioteca celestial, pero supe que de existir algo de información de interés sobre Emma, lo encontraría aquí y no podía desaprovechar la oportunidad. Christine se acercó y se sentó en otra silla a mi lado.
–¿Se puede saber de qué va esto? No le habrás hablado a tu padre sobre Emma ¿no?–me susurró.
–Más bien fue él quien me habló de ella a mí, rubita. Finalmente la información se ha filtrado hasta aquí y mi padre ha oído hablar de que hay una híbrido en la ciudad de la que se rumorea que es el Equilibrio y que se ha cargado a James. Estupendo ¿verdad?–dije con ironía.
–Y ¿qué has hecho? ¿Has tenido que confesar?–preguntó asustada.
–¿Bromeas? Le he dicho que todo son rumores. Aun así me ha encargado la misión de encontrarla y traerla a su presencia y me ha abierto la puerta de su Biblioteca para documentarme sobre la leyenda, oferta que no he podido rechazar–dije alardeando.
–¿Y qué hará tu padre cuando no le traigas a Emma? Te das cuenta de que después de haberte encomendado expresamente la misión te acusarán de traición si no lo haces ¿no?–preguntó nerviosa.
–Al menos nos dará algo de tiempo. Ya se me ocurrirá cómo enfrentarme a él más adelante, cuando Emma esté fuera de peligro– admití.
De pronto oímos que Arcadio se acercaba cargado de manuscritos antiguos y me apresuré a ayudarle y a depositarlos sobre la mesa.
–Esto es todo lo que he encontrado sobre el Equilibrio–dijo Arcadio.
–Será suficiente, gracias–dije–No queremos entretenerte, si necesitamos algo iré a buscarte–añadí intentando que nos dejara a solas.
Arcadio pareció dudar si quedarse o no y Christine para ahuyentarle se apoyó en la mesa frente a él luciendo escote descaradamente y el archivero salió espantado de allí.
–¡Vaya!, sí que son sensibles por aquí arriba–exclamó haciéndose la inocente.
–Súbete esa cremallera, rubita o te echarán de aquí por montar un escándalo–le advertí.
Christine me miró enfurruñada, pero se subió un poco la cremallera como le había pedido y nos pusimos a revisar los pergaminos. La mayoría estaban escritos en latín antiguo, aunque también había alguno en sánscrito y en griego. Con el sánscrito no había nada que hacer, no lo comprendía, pero con el latín y el griego me manejaba bastante bien, con lo que empecé a revisar primero estos manuscritos.
–Esto es un poco más de lo mismo–admití decepcionado– Habla de un ser que tiene parte de cielo y de infierno, cosa que ya sabíamos y que habíamos interpretado sabiendo que los padres de Emma eran primeros, uno de cada bando. También habla de que tiene aptitudes excepcionales y que representa la única posibilidad de devolver el equilibrio al mundo–.
Dejé ese manuscrito, que no decía nada nuevo y pasé a revisar el siguiente. En éste se ilustraba a un ser de sexo indefinido que flotaba en el aire irradiando energía incluso por sus ojos que brillaban con un resplandor azul.
–También había visto esta imagen antes. Nos hicimos con esta lámina en la Biblioteca Pública gracias a Rita–le expliqué a Christine pasando al siguiente manuscrito.
–¿Quién es esa Rita, una de tus novias?–preguntó de pronto Christine alzando su mirada desde el pergamino que estaba analizando.
–Es una amiga, bueno en realidad era una amiga–aclaré consternado.
–¿Tan mal acabasteis?– insinuó Christine con ironía.
–Está muerta. Se la cargó Lobo para hacerse con una de las dagas–le expliqué cortante.
–Lo siento–dijo avergonzada volviendo a su pergamino.
Exhalé intentado olvidarme del tema y cogí el siguiente manuscrito.
–Mira, éste parece más interesante–dije–Describen al Equilibrio como un primero en evolución. Según este escrito este ser tiene un potencial ilimitado, que puede desarrollarse vinculándose a otros híbridos y adquiriendo sus aptitudes o también mediante la sinergia–.
–Emma me contó que adquiría permanentemente las aptitudes de los híbridos con los que se vinculaba y que por eso tenía las aptitudes de Robb y las tuyas–dijo Christine–Pero ¿de qué va eso de la sinergia?–.
–No lo sé, pero es interesante. Al menos es algo que hasta ahora no conocíamos–admití.
–Creo que deberíamos llevarnos copias de todo esto y revisarlas con calma lejos de aquí. Voy a sacar fotos a todo con mi móvil–dijo sacando su teléfono del bolsillo de su pantalón.
–No servirá de nada, tu móvil habrá muerto en el viaje hasta aquí–le expliqué.
–¿Bromeas? Me gustaba este móvil, me lo había regalado Emma por mi cumpleaños–admitió fastidiada intentando revivirle dando a todas las teclas.
–Te habría avisado para que no lo trajeras, pero dado que ni siquiera sabía que venías, al menos puedes darte por satisfecha de que no tienes marcapasos, porque no habrías llegado hasta aquí viva–me burlé.
–Muy gracioso–dijo desistiendo y guardando de nuevo el móvil.
Christine se concentró de nuevo en su pergamino y observé que movía los labios mientras recorría con sus dedos los símbolos. Esto atrajo mi atención y me levanté, rodeando la mesa y sentándome a su lado. Ella ni siquiera advirtió que me había aproximado y siguió canturreando por lo bajo lo que leía. Me incliné sobre el pergamino y vi que estaba escrito en sánscrito, con bellos símbolos formando una caligrafía llena de florituras.
–¿Sabes sánscrito?–susurré junto a su oído.
Christine pegó un respingo, sin duda sobresaltada por mi interrupción. Me miró enojada y volvió a concentrarse en el texto.
–No me interrumpas, creo que he encontrado algo interesante–me pidió.
–¿Dónde lo aprendiste?–pregunté con curiosidad, ignorando su petición.
–Lo aprendí de niña, pero hace tiempo que no lo empleo y estoy un poco oxidada–admitió sin levantar sus ojos del pergamino.
–Yo fui incapaz de aprenderlo, confundía todos los símbolos y mi maestro me dejó por imposible. Tuve que concentrarme en el latín y en el griego–confesé.
–Ya, en mi caso no podía rendirme dado que mi padre fue mi maestro–admitió– Y además me gustaba aprender con él, era algo que nos unía–dijo nostálgica.
Nos quedamos mirándonos a los ojos y vi a Christine desde otra perspectiva, ya no la de la chica engreída y provocadora que iba siempre buscando problemas, sino la de una chica valiente y leal que había dejado todo en su vida para dedicarse a proteger a otra persona sin pedir nada a cambio. Sentí el impulso de ser yo quien rellenara esos huecos que tenía en su vida proporcionándole aquello que necesitara. En primer lugar le había ofrecido mi base, para compensar su falta de recursos y tratar de que tuviera la situación de bienestar que merecían ella y su gente, pero ahora advertía que Christine tenía una carencia aún mayor y era que no tenía a nadie salvo a Emma en este mundo y aunque se hacía la dura, necesitaba a alguien que se preocupara por ella al igual que ella se preocupaba de los demás. Y supe que tenía que ser yo quien lo hiciera. Ella se había arriesgado por mí y estaba en deuda con ella. Desde ahora yo la cuidaría también mientras me fuera posible.
–No me mires así–dijo ella de pronto bajando la vista.
–¿Cómo te he mirado?–pregunté saliendo de mi reflexión.
–Como si no me odiaras–susurró ella.
–Yo no te odio, Christine–le aseguré–No lo hice ni cuando me rompiste la nariz–.
Ella sonrió y volvió a mirarme y su rostro lucía mucho más hermoso cuando sonreía.
–Pero no te caigo bien–insinuó.
–Christine, eso no es cierto. Sólo porque sea un capullo contigo no quiere decir que no me guste tu compañía. Simplemente soy un tío difícil y estoy bastante jodido, por eso me ensaño con todo el que me da pie a hacerlo –admití.
Christine asintió, pensativa, y volvió a concentrarse en el pergamino.
–Me has desconcentrado, creo que no podré traducirlo ahora–dijo.
Y de pronto enrolló el pergamino, envolviéndolo en el film protector que utilizaban en el Archivo para separar unas láminas de otras y ante mi asombro lo coló por su escote, sujetándolo entre sus pechos y subiendo la cremallera. Sentí una ola de calor inundar mi cuerpo al recordar que Christine iba sin sostén, pero ella irradiaba naturalidad.
–¿Y si te registran a la salida?–pregunté arqueando una ceja.
–¿Crees que Arcadio se atreverá a cachearme los pechos? Si piensas que existe esa posibilidad creo que lo puedo esconder aún mejor–me dijo con su habitual descaro.
–Aunque hablamos de un inmortal, creo que si tuviera que cachearte los pechos sufriría un aneurisma–admití divertido.
Cuando Daríus nos dejó de nuevo en el callejón junto al club, eran más de las cuatro de la mañana. El local había cerrado y me pregunté si los demás habrían podido hacerse con Lobo sin nuestra ayuda. No teníamos forma de contactarles sin nuestros móviles, con lo cual nos dirigimos a donde habíamos aparcado las motos con la esperanza de que aún estuviera allí mi BMW.
Al acercarnos comprobé con suerte que la moto seguía aparcada donde la dejé aunque las de los demás ya no estaban. Cuando me acerqué a revisarla vi una nota escondida junto al manillar que desdoblé al instante. Era la letra de Cloe y decía que todo había salido bien y que la llamara en cuanto viera el mensaje. Me volví para comentárselo a Christine y la encontré muy cerca de mí, casi rozándome, y no pude evitar chocar contra ella y estuve a punto de derribarla. Ella se desestabilizó y se agarró a mí para no caerse y yo la sujeté por la cintura. Parecía que nos abrazábamos y me sentí extraño por tenerla en mis brazos. Entonces ella se puso de puntillas y alcanzó mis labios y yo la atraje a mí, izándola, y la besé con intensidad. Sus labios eran suaves y carnosos y acariciaban los míos irradiando calor a todo mi cuerpo. Sus pequeñas manos sujetaban mi nuca y me pareció que me transmitían ligeras descargas eléctricas a su contacto, pero esta vez me estimulaban en lugar de herirme. Nuestro beso se prolongó mientras nuestros corazones se desbocaban y entonces ella rompió el beso y se apartó de mí.
–¿A qué ha venido esto?–pregunté divertido.
–Era para celebrar que estábamos vivos–admitió con una sonrisa– ¿Es que no te ha gustado?–.
–Yo no he dicho eso, aunque tengo que admitir que ha sido bastante breve para poder emitir un juicio al respecto–admití con ironía.
Christine se aproximó de nuevo a mí y saltó rodeándome la cintura con sus piernas. Se agarró a mi cuello y volvió a besarme, ahora con más intensidad. La cogí por la cintura y la apreté contra mí, mientras ella acariciaba los rizos que se formaban en mi nuca con sus dedos. Abrí su boca ligeramente y la acaricié con mi lengua, con delicadeza, y ella gimió tal y como había hecho el otro día en la base, volviéndome loco. Fue ella quien volvió a retirarse primero y poniendo sus pies de nuevo en el suelo me miró expectante.
–No espero tu veredicto, sólo quería agradecerte que me encubrieras ahí arriba–dijo.
–¿Acaso pensabas que no sería capaz de sacarte de esta?–pregunté arqueando una ceja.
–Sabía que tú saldrías, pero no sabía si te arriesgarías por mí–me confesó.
–Tú también te arriesgaste acompañándome. Es trabajo de equipo ¿no?–dije.
–Sí, por supuesto–me confirmó sonriendo.
–¡Vamos!, los demás nos esperan–dije subiendo a la moto–¡Ah! y el beso no ha estado mal–.
Ella me guiñó un ojo y se subió detrás, abrazándose a mí con fuerza, y me sentí increíblemente bien de tenerla tan cerca.