CAPÍTULO XIII
Tras la partida de Emma me quedé hundido en la más absoluta desolación. Hacía semanas que había comprendido que no tenía nada que hacer con ella, pero ahora tenía la certeza de que la había perdido para siempre. Era increíble, pero hasta ahora su proximidad había engañado a mi subconsciente haciéndole pensar que aún había una remota esperanza para lo nuestro, sin embargo en cuanto la distancia medió entré nosotros abrí los ojos y me enfrenté a la simple realidad: nuestros caminos se separaban inevitablemente. Sabía que esto no sólo era necesario, sino también conveniente para mi salud mental, pero no había previsto que su partida volviera a abrir de nuevo mi herida.
En el aeropuerto la imagen de Emma llorando por nuestra separación se quedó grabada con fuego en mi mente y no podía quitármela de la cabeza. Volví a Williamsburg por pura inercia, sin seguir las indicaciones ni las señales de tráfico y una vez allí subí a mi habitación y me derrumbé en la cama. Otra vez estaba en el punto de partida, en la noche en la que Emma me dijo que se quedaba con Robb y me partió el corazón.
Estuve toda la noche pensando en ella y en todos los momentos que habíamos compartido juntos: nuestro primer encuentro y nuestro primer beso en ese club de carretera, la noche en la que nos vinculamos, los entrenamientos juntos y el día en el que me declaré y nos besamos hasta que se quedó dormida entre mis brazos… Sabía que recordando todo esto me auto infligía dolor, pero no me importó. Esta noche me regodearía por última vez en mi pena y después por mi propio bien pasaría página. La próxima vez que viera a Emma tendría que haber superado lo nuestro, eso era lo que ella esperaba de mí para poder seguir adelante con nuestra alianza y poder mantener nuestra amistad. Ésta era mi última oportunidad para añorarla y eso justamente era lo que estaba haciendo.
Debí quedarme dormido en algún momento de la noche porque lo siguiente de lo que fui consciente fue que aporreaban la puerta de mi dormitorio. Me llevé las manos a la cabeza, que me estallaba por el ruido de los golpes y me obligué a salir de la cama y a abrir la puerta. Delante de mí estaba Christine que se quedó mirándome con cara de malas pulgas.
–¿Qué diablos quieres a estas horas?–le dije de malos modos mientras volvía hacia mi cama.
–Son más de las nueve de la mañana, creo que va siendo hora de que te levantes–me sugirió molesta.
–Si hubiera querido despertarme a las nueve habría usado la alarma de mi móvil, bastante más efectiva y menos irritante que tú–respondí enojado.
–Tenemos trabajo. He programado un encuentro con los cabecillas de los grupos de pacificadores de distintos estados a las afueras de Nueva York. Tienes que acompañarme–dijo Christine entrando en mi habitación y cerrando la puerta de una patada.
–Hoy no estoy de humor, nena–dije dejándome caer de nuevo sobre la cama.
–¿Cómo? Me importa un bledo de qué humor estés. Tú eres el encargado de liderarnos, Miguel y no puedes dejar plantados a mis colegas sólo porque tengas un mal día–rugió Christine.
–No estoy eludiendo la responsabilidad, rubita. No he dormido bien, lárgate, ya te avisaré cuando recargue las pilas–dije tapándome la cabeza con la almohada.
–Vístete ahora mismo y sígueme–me ordenó.
–Si te incomoda verme con poca ropa puedes largarte y fin del problema–le dije esperando provocarla.
–Es por Emma ¿no? Estás así porque ella se ha ido ¿verdad?–preguntó de pronto dulcificando su tono.
Me quité la almohada de la cara y la contemplé mientras me observaba con una expresión de preocupación. Suspiré y me levanté, pasando a su lado para buscar el uniforme en el armario.
–Me daré una ducha y estaré contigo en quince minutos–accedí con resignación.
–Miguel, ¿puedo hacerte una pregunta?–dijo de pronto.
Me volví y la miré. Estaba claro que no me gustaría en absoluto su pregunta dado el giro que había tomado nuestra conversación, por lo que resoplé y negué con la cabeza. Ella volvió a mirarme con mala cara y se sentó en mi cama, fastidiada. Inexplicablemente me supo mal verla así y acercándome a ella, me rendí.
–¿Qué es lo que quieres saber?–pregunté.
Ella alzó su rostro hacia el mío, buscando mis ojos, y me indicó que me sentara a su lado dando unos golpecitos con su mano en mi cama. Me senté con resignación y esperé a que disparara.
–¿Por qué no consigues olvidarla?–preguntó de pronto.
–Christine, no quiero hablar de este tema–admití sin mirarla.
–Miguel, no quiero saberlo para meterme contigo ni nada por el estilo. Sé que estás mal y quiero ayudarte–dijo.
–Christine, te lo agradezco, pero no necesito ayuda–le respondí huidizo e intenté levantarme.
Ella me cogió del brazo y me obligó a sentarme de nuevo.
–Emma es mi mejor amiga y la conozco muy bien, la he visto crecer. Ella es muy hermosa y amable y también es fuerte, cariñosa y valiente. En definitiva sé que tiene todo lo que vuelve loco a los chicos y entiendo que te enamorases de ella. Además lo de ser única y legendaria supongo que es un plus para ti, pero ella no te ha elegido, se ha quedado con Robb y no tiene ningún sentido que te sigas torturando de ese modo. ¡La vida sigue!–dijo.
–Creo que ya me diste ese consejo. Gracias de nuevo, pero es mi problema–dije.
–Miguel, por favor, déjame ayudarte–me suplicó.
–Tú no puedes ayudarme en esto–le aseguré.
Ella se puso de rodillas en la cama y cogió mi rostro entre sus manos.
–Yo creo que sí que puedo –dijo mirándome con intensidad.
Y entonces aproximó su rostro al mío y me besó. Sus labios como de costumbre eran cálidos y carnosos y acariciaron con suavidad los míos. Quería pararla, pero tenerla cerca me gustaba más de lo que debería. Ella me acarició los hombros desnudos y después llevó sus manos hasta mi nuca mientras su lengua abría mi boca y se entrelazaba con la mía. Mi resistencia tenía un límite y ella lo había franqueado. La agarré por las caderas y la senté a horcajadas sobre mis piernas y sentí que me moría por ella. La necesitaba. Sólo ella hacía que me sintiera de nuevo completo y poderoso. Y sin embargo había estado suspirando por Emma sólo unos instantes antes. Estaba muy confuso, no sabía si estaba usando a Christine para olvidarme de Emma o si la quería por lo que me hacía sentir, pero no era justo averiguarlo de este modo.
Ella suspiró y se inclinó hacia mí haciendo que ambos nos tumbásemos en la cama. Y entonces comenzó a recorrer mi cuerpo con sus labios. Tenía que pararla antes de que fuera más violento hacerlo. Me incorporé súbitamente, izándola conmigo y la sujeté los brazos tras la espalda para que parara.
–No podemos seguir–dije.
Ella dejó de besarme y me miró desconcertada. Entonces comprendió lo que quería decir y una mirada de dolor atravesó su rostro.
–Christine, compréndelo, no puedo hacerte esto de nuevo. No quiero usarte para olvidar a Emma. Eso sería… ruin–le expliqué.
Ella liberó sus brazos y de un salto se apartó de mí.
–Yo no esperaba que me usaras para olvidarla. Quería que te dieras cuenta de que hay más chicas en el mundo que merecen la pena, pero está claro que no has pensado en mí como una opción–dijo furiosa.
–Christine, no quiero hacerte daño. Tú eres estupenda y yo lo acabaré estropeando de un modo u otro. Es mejor que te apartes de mí–respondí.
–Me sé de sobra el discurso de no eres tú, soy yo. Tranquilo, entiendo que no te sientas atraído por mí. No lo volveré a intentar–dijo y se dirigió a la puerta.
La alcancé de un salto y la hice girar, recostándola contra la pared y sujetándola para que no se me escapara.
–Christine, yo no he dicho eso. Eres muy atractiva y sabes el efecto que provocas en mí demasiado bien, pero antes de nada tengo que pasar página. Tenemos que trabajar juntos, luego intentemos llevarnos bien ¿de acuerdo?–le pedí.
–No hay problema, lo dejaremos en una relación meramente profesional–dijo con un tono frío.
La solté y ella se escabulló hacia la puerta, evitando el contacto conmigo y saliendo de la habitación.
–Dame quince minutos–dije.
Pero ella ya había cerrado la habitación de un portazo no dejándome acabar la frase. ¡Genial! La había vuelto a fastidiar con ella. Me puse realmente furioso y pegué un puñetazo en la pared, con tanta fuerza que metí el puño en la plancha de escayola y me corté los nudillos. Cogí el uniforme y me dirigí a la ducha intentando calmarme. Cerré los ojos bajo el chorro de agua caliente y entonces unos maravillosos ojos aparecieron en mi mente y no eran turquesa, sino como el oro fundido, como la miel.
La reunión que había fijado Christine con los pacificadores era sumamente importante. Teníamos que conseguir que los distintos grupos asentados en el continente se pusieran a nivel en tiempo récord y se dirigieran en cuanto Robb nos avisara al punto de encuentro donde constituiríamos nuestro ejército de híbridos. Christine había conseguido ponerse en contacto con los jefes de los asentamientos de los estados colindantes y citarles para esta reunión con el fin de explicarles la estrategia de la operación y ayudarles con la logística para entrenar y desplazar a sus tropas.
Nos desplazamos en moto a las afueras de la ciudad. Jacob había encontrado un antiguo albergue que estaba en alquiler para que sirviera de refugio a los cabecillas de los pacificadores que necesitaran contactarnos y alojarse por unos días en el estado, como era el caso ahora. David había enviado también a una docena de mis oficiales que partirían con los cabecillas de los distintos agrupamientos para asesorarles y mejorar el adiestramiento de sus tropas. Confiaba más en mis hombres que en los pacificadores para comunicar la estrategia de la operación, dado que eran soldados profesionales habituados a intervenir en operaciones militares de alta envergadura, sin embargo no podía desacreditar abiertamente a los distintos líderes poniendo directamente a mis hombres al mando, de modo que sutilmente les propondría su asistencia como asesores personales y adiestradores de sus tropas, tal y como había hecho con el grupo de Christine. Era importante que ella les transmitiera por su experiencia que podían confiar plenamente en mí y para eso le había dicho lo importante que era que comunicara a sus compañeros los grandes avances que había realizado su gente desde que recibían un correcto adiestramiento. También tendríamos que asegurarles que teníamos un plan y que el Equilibrio era realmente quien estaba encabezando el movimiento. Tanto ella como yo éramos hoy los portavoces de Emma y teníamos que esforzarnos por generar confianza y motivar a las tropas.
El problema era que Christine no me había dirigido la palabra desde que salimos de Williamsburg. Se había limitado a escucharme y a responderme a lo sumo con monosílabos todo el tiempo, por lo que estaba claro que seguía cabreada conmigo. Llegamos al albergue y desde el exterior todo parecía totalmente en calma, como si aún estuviera deshabitado. Entonces se abrió la puerta del cobertizo y comprendimos que ése sería nuestro garaje, dado que había otras motos y algún automóvil ya aparcado allí. Dejamos las motos y nos unimos a mis oficiales, que eran los que estaban de momento al mando del lugar. De pronto entre ellos vi a mi gran amigo David y fue una grata sorpresa porque no había previsto que estuviera hoy aquí. David se aproximó y nos dimos un abrazo.
–¿Qué haces aquí? No sabía que vendrías con el grupo–dije animado.
–Supuse que quizás me necesitarías, no sois muchos para organizar esto desde aquí y quizás a Jacob la operación le viene aún un poco grande. He pensado sustituirle, si te parece, y así estaré a tu lado para no faltar a la costumbre–me explicó.
–Es una buena idea–admití.
Observé que Christine se había apartado un poco y nos observaba en silencio.
–Christine, me gustaría presentarte a David, mi segundo al mando–dije para incluirla en la conversación.
Ella se acercó y le tendió la mano a David, que la saludó con su habitual formalidad militar.
–Christine es la líder de los pacificadores de Nueva York–le expliqué a David– Ella es nuestro enlace con el resto de la organización–.
–Perfecto–dijo David–Los demás han ido llegando desde la noche de ayer. Creo que sólo ha habido una baja, que no pudo venir porque se retrasó su vuelo, de modo que cuando queráis podemos proceder a la reunión. Hay un salón que hemos acondicionado pasada la antigua recepción. Si estás de acuerdo convocaremos a los asistentes en quince minutos–sugirió.
–Procede–confirmé.
David se cuadró haciendo el habitual saludo militar y se lo devolví para que partiera. Se alejó con paso decidido dando instrucciones a la vez por su intercomunicador.
Christine soltó un silbido de admiración.
–¡Qué eficiencia!–exclamó–¿Siempre es así?–.
–Sí, lo es. David es mi mejor oficial y también es mi mejor amigo–admití.
–Y además es muy guapo. Me encantará tenerle en la base conmigo. Como sea tan eficaz para todo creo que también se convertirá en mi mejor amigo–dijo provocándome.
–Muy graciosa–le dije un poco molesto por su comentario.
Ella sonrió y continuó hacia la sala que nos había indicado David. La alcancé y la detuve un instante, sujetándola por el brazo.
–Christine, es muy importante lo que comentamos antes. Tus compañeros tienen que percibir que formamos un equipo y que confiamos plenamente el uno en el otro. Por favor, esfuérzate por simularlo–le pedí.
–Miguel, yo confío en ti plenamente, no tengo que fingir nada. Quizás seas tú quien tenga que esforzarse por transmitir a mi gente que confías en el movimiento y por supuesto en mí. Intenta hacerlo bien, por favor, es muy importante–me respondió con franca sinceridad y un toque de ironía.
Me quedé sin palabras, contemplando como esa pequeñaja me había devuelto con habilidad el discurso. Sin duda seguía cabreada conmigo, pero en el fondo tenía razón. ¿Confiaba yo en ella? ¿Arriesgaría mi vida por ella como ella lo había hecho por mí cuando me siguió hasta el cielo? Y supe que sí que lo haría. Por muy irritante que esa rubita quisiera ser, no permitiría que nadie le hiciera daño. Ella pareció cansarse de aguardar mi respuesta y bajó la mirada, obligándose a continuar con un visible disgusto en su expresión. Volví a retenerla por el brazo y me acerqué a ella para susurrarle mi respuesta.
–Yo tampoco tengo que fingir nada–le aseguré.
Ella sonrió de medio lado y esperó junto a mí a que David nos diera la señal para entrar en la sala. Una vez que todos los asistentes estuvieron presentes, ambos hicimos acto de presencia dispuestos a cumplir con nuestra misión.
Volvíamos en plena noche hacia la ciudad. El encuentro había sido un éxito y los asistentes parecían comprometidos con la causa y realmente motivados al conocer que el Equilibrio ya estaba en marcha y que contaba con ellos para llevar a cabo con éxito su misión. Se trataba de hombres y mujeres razonables y en general parecían líderes innatos, comprendía que hubieran sido los elegidos para encabezar a sus grupos. Sin embargo por los comentarios y las informaciones que compartí con ellos, carecían de formación militar como me había temido y ellos mismos lo reconocían como su principal carencia. Aceptaron por lo tanto de buen grado que mis hombres les ayudaran para mejorar en ese aspecto y decidieron partir cuanto antes.
David se había quedado organizando todo aquello y prometió ponerse en contacto conmigo cuando estuviera instalado de nuevo en Staten Island, si es que yo no requería su ayuda antes. Por lo tanto Christine y yo habíamos emprendido el regreso a la ciudad, circulando solos en nuestras motos. Comenzó a llover de pronto y aminoré un poco la velocidad para no derrapar con las primeras gotas de lluvia. Como motorista veterano sabía que cuando comenzaba a llover el suelo se volvía una pista de patinaje por la combinación de las gotas de lluvia con el aceite y la suciedad depositada sobre el asfalto y convenía reducir la velocidad hasta que la lluvia terminara por limpiar la carretera. Pero Christine no aminoró, sino que pareció acelerar la marcha molesta por la lluvia. Traté de alcanzarla para avisarle de que fuera más despacio, cuando la vi derrapar de pronto y caer en la cuneta unos metros más allá.
Me apresuré a su lado, preocupado por el daño que hubiera sufrido con el golpe. Cuando conseguí llegar junto a ella ya se había incorporado y estaba intentando levantar la moto. Me acerqué y cogí la moto en vilo, poniéndola en pie y me volví hacia ella para evaluar sus daños.
–¿Estás herida?–le pregunté preocupado.
–Estoy bien, sólo he sufrido rasguños–me aseguró.
–¿Estás segura? Deja que te examine, me quedaré más tranquilo–le pedí.
–Miguel, estoy bien. Es de noche y está lloviendo, preferiría llegar a la ciudad cuanto antes–dijo.
–De acuerdo–respondí más tranquilo de verla calmada– Sígueme esta vez e intenta no pisar las líneas de la autovía, son las zonas que más resbalan–.
Ella asintió y montó de nuevo. Seguimos el trayecto a una velocidad más moderada y cuando entrábamos a Nueva York se me adelantó y tomó la desviación hacia Staten Island. Cogí rápido la indirecta, no pasaría la noche en Williamsburg conmigo. Pero entonces la seguí con la mirada y observé que estaba conduciendo sólo con la mano derecha y que mantenía el otro brazo doblado contra su pecho, en cabestrillo. La seguí hasta Staten Island preocupado por su estado y cuando llegamos a la base me apresuré a ayudarla.
–¿Qué haces aquí?–preguntó ella sorprendida.
–Me has mentido. Estás herida–la acusé.
–No es nada, ya te lo dije–respondió desmontando y dirigiéndose a la nave.
–Ya y por eso no puedes mover el brazo–le dije.
Ella me ignoró y continuó hasta la entrada donde los vigilantes nos saludaron y nos abrieron la puerta. Christine siguió hasta su dormitorio y yo la seguí, alcanzándola cuando se disponía a darme con la puerta en las narices.
–Estoy bien. ¡Lárgate!–me dijo.
Metí la pierna en el hueco de la puerta antes de que la cerrase por completo e hice palanca, abriéndola y reuniéndome con ella en el interior de su habitación.
–Déjame ver tu brazo–le ordené.
–No necesito tu ayuda. Me valgo yo misma para esto–respondió.
–Si no me dejas ahora mismo examinar tu brazo por las buenas te aseguro que lo haré por las malas–le amenacé.
Ella se detuvo entonces e intentó extender el brazo en mi dirección y debió de dolerle bastante porque no pudo hacerlo y una expresión de sufrimiento atravesó su rostro. Me acerqué y lo palpé con delicadeza. Parecía que estaba roto en algún punto de su antebrazo. Los híbridos sanábamos bien, aunque sufríamos también el dolor, pero si los huesos no estaban bien colocados soldarían incorrectamente creando deformidades en nuestros cuerpos. Tenía que evitar que esto le ocurriera a Christine.
–Quítate la chaqueta–le pedí–Creo que se te ha roto el brazo y tengo que colocar el hueso–.
Christine se desabrochó la chaqueta e incluso la camiseta y las retiró como pudo para que tuviera acceso a su brazo. Le ayudé y le retiré las prendas por completo para que no entorpecieran sus movimientos. Por suerte hoy ella sí que llevaba sujetador, aunque la visión de Christine en ropa interior con toda su voluptuosidad, era imposible de ignorar.
–¿Tienes entre tus oficiales a alguno que sepa aplicar energía curativa?–le pregunté antes de proceder.
–No–respondió.
–Bueno, pues entonces no te queda otra que aguantar. Debiste elegir Williamsburg como destino, Cloe te lo hubiera puesto más fácil–le dije.
–Procede–dijo ella cerrando los ojos.
La arrimé contra la pared y sujeté su cuerpo con el mío para que no se moviera. Después cogí su brazo entre mis manos y localicé la zona fracturada que como había pensado estaba astillada y ligeramente desviada. Prefería actuar rápido y sin avisar para que el trance pasara cuanto antes, de modo que apreté con ambas manos el punto exacto para devolver el hueso a su posición. Una vez colocado saqué una cinta tensora de mi cinturón y le rodeé a Christine con ella el brazo para mantenerlo en la posición mientras soldaba. Cuando me volví hacia ella advertí que había permanecido inmóvil todo el tiempo y que ni siquiera había emitido un lamento en todo el proceso. Seguía en silencio y mantenía los ojos cerrados con fuerza.
–Ya está–dije–¿Cómo te encuentras?–.
–Bien–dijo abriendo los ojos.
Sus ojos estaban encharcados en lágrimas y su rostro reflejaba dolor.
–No tienes que hacerte la fuerte conmigo, te sentirás mejor si liberas tu dolor–le sugerí.
–Preferiría que te fueras ahora, Miguel. No me gustaría que me vieras llorar, me guardo mis debilidades para mí misma–respondió aguantando el llanto.
Me acerqué y le acaricié el rostro con suavidad. Las lágrimas comenzaron a desbordarse por sus mejillas.
–No me iré hasta que esté convencido de que estás bien–le dije–Y no tienes que convencerme de que eres fuerte y valiente, hace tiempo que lo sé–.
Ella de pronto se encogió por el dolor y yo la cogí con delicadeza en brazos y la transporté así hasta su cama. Coloqué su brazo lastimado sobre una almohada y después la rodeé con mis brazos, con cuidado de no dañarla. Ella lloraba en voz queda y le ofrecí consuelo apretándola contra mi pecho hasta que se fue relajando y calmando de nuevo. Después fui hasta la cocina a por hielo y le preparé una bolsa para que le bajara la inflamación. Cuando volví a su lado la encontré más relajada e incluso se había movido para cubrirse con la sábana.
–Gracias–dijo– Ya estoy bien, de veras. Puedes irte cuando quieras–.
–¿Y si no quiero?–le pregunté de pronto.
Ella se me quedó mirando, seria, y finalmente me contestó.
–Miguel, tenías razón, no necesito a alguien que sólo se conforme conmigo. Dejémoslo sólo en una relación profesional–me sugirió.
Sus palabras me impactaron más de lo que había previsto. Ahora era Christine quien me rechazaba a mí. Sabía que esto era de esperar después de cómo la había tratado en múltiples ocasiones y en especial después de que yo mismo le había sugerido que no era conveniente que existiera nada entre nosotros. Sin embargo ahora anhelaba tenerla en mis brazos, sentir su pasión y su calidez y su rechazo me dolió.
–Perdona, no quería incomodarte. Llámame si me necesitas–respondí.
Ella asintió y se acurrucó contra la almohada, sin mirarme. Le eché una última mirada y salí de la habitación, sintiendo que de nuevo había metido la pata con ella. Y además esta vez conocía la sensación que se estaba formando en mi interior, un interés demoledor por esa chica. Si mi intuición no me fallaba o me apartaba ahora mismo de su camino o estaba en grave peligro de enamorarme de ella. Mi futuro dependía de esa elección y sabía que si bien la pasada noche había conseguido pasar página, la noche actual tendría que dedicarla a decidir mi siguiente paso respecto a Christine.