Chat
En estas épocas de comunicación instantánea, los tiempos de la histeria tienden a cero. A años luz de las mártires palomas mensajeras que atravesaban océanos para concretar un romance o una traición, la actualidad sexual está caracterizada por una potencial inmediatez inimaginable hace dos décadas. Tomar el mando de una computadora equivale a poder acostarse con medio planeta. Ya desde el acto de tipear, que luego de ligeros ensayos constituye una forma más veloz de escritura que la manual, el chat reduce de tal modo la espera de la respuesta entre dos personas que deshace totalmente la posibilidad de intriga.
Quienquiera que desee conocer a alguien puede hacerlo ahora mismo. Ya. Basta para lograrlo con hallar una sala de chat adecuada entre las miles que existen e inventarse un nickname, nombre artístico que opera en ese universo binario y que agrega o resta fantasía al encuentro virtual (mucho más dice «activoalmagro26» de un usuario que «maurito», por ejemplo).
Y cuando el paraíso chatero no podía ser más ideal, alguien destiló su pura esencia como si de un perfume se tratara y creó las páginas de encuentro, tales como manhunt.com, donde cada usuario puede fabricarse un perfil que incluye sus datos e intereses, fotos más o menos hot, vínculos a otros sitios, etc. De ese modo, y mediante un filtro buscador, puede darse con aquellos seres humanos que reúnan la mayor cantidad de atributos requeridos. Si bien «activoalmagro26» resulta muy ilustrativo como nombre, ingresar a su perfil puede disipar dudas tan básicas como si es alto o no, morocho, rubio o pelirrojo, emo o cheto o… Las imágenes de dicho perfil son usualmente la cláusula definitoria a la hora de programar un encuentro. Otros sitios, como facebook.com, funcionan de similar modo, con la ¿des?ventaja de permitir el ingreso a todos los perfiles contactados por uno en particular, generándose así una red de levantes y encames entrecruzados sólo factible en un mundo tan instantáneo como inabarcable.
Cruising
Todos saben lo que es el levante. Si acaso hubiere alguna no avivada aún, se le recomienda dar un paseo a pie por alguna avenida céntrica alrededor de las ocho de la noche, que es el horario en que la desesperación empieza a arder, o dirigirse al baño de algún bar tradicional del centro de la ciudad. Opciones 3 y 4: concurrir como quien no quiere la cosa a un cine XXX o a un sauna exclusivo para varones. El que se atreva a experimentar verá enseguida cómo se desarrolla un inconfundible cuadro a su alrededor, un cruce violento de miradas y gestos que de materializarse produciría una congestión catastrófica, un embotellamiento de retinas e iris. A continuación, una serie de consejos prácticos fundamentales para la primeriza:
- Si vas a caminar por la calle de noche hacelo siempre bien cerca del borde de la vereda, por donde pasan los autos. Eso te permitirá ojear a quienes van en tu carril, estar atento a los autos que están de caza y relojear la vereda de enfrente, todo a la vez. Nunca debe descartarse un cruce de calle desesperado si se ha avistado una presa que lo amerite.
- Elegir las avenidas comerciales, con muchos negocios de ropa o música. Son, sin duda, las más transitadas por los sujetos que buscamos, tanto por los expertos como por los distraídos. Digamos que es la zona de la ciudad con mayor densidad de puto por habitante (d.d.p./h). Por otro lado, la profusión de escaparates, vidrieras y bateas te permitirá realizar una serie de operaciones ventajosas: a) hacerte la tonta cuando las circunstancias lo exijan; b) detenerte a esperar mientras el sujeto en cuestión avanza, retrocede o se detiene. Las vidrieras son un punto de detención de la acción, desde las cuales evaluar el estado del intercambio; c) aprender algo sobre las últimas modas y estilos, cosa que nunca viene mal.
- No llevar nada de nada (bolso, mochila, cajas) y mantener la llave visible en la mano son signos de que estás buscando. Muchas veces nos ven cargando todos los apuntes de la facultad o el exceso de trabajo de la oficina y pasamos completamente desapercibidos.
- Escoger ropas que nos hagan lucir pero que no nos distingan demasiado. El levante no es momento de hacerte la rara. Lo mejor es un jogging marcabulto, una remera que deje ver que fuiste al gym o que tenés espalda grande, un shortcito que muestre las piernas… Sencillo con inclinación a lo sexy.
- Si estás en un bar y querés ojear a alguien para llevártelo al baño es bueno comenzar el proceso llevando gafas negras. Éstas te permitirán mirotear a todo el mundo sin que nadie se dé cuenta de que estás haciendo casting y seleccionar al que más te gusta sin quedar pegado a ninguno.
- El celular resulta muy útil en el cine XXX. Te permitirá tanto tomar teléfonos como iluminar los escalones como lanzar un llamarazo de luz a la cara de un recién conocido para chequear que todos los dientes estén en su lugar sea lindo. Por otro lado, si te desmayás después de cierta actividad febril podés marcar 911 desde el corazón de las tinieblas.
- Parques y zonas arboladas son sólo recomendadas para las más avanzadas. Cuidado porque constituyen espacio ideal para el robo menor. Se recomienda ir prácticamente desnuda, llevando sólo lo indespensable en un bolsillo: preservativos, llaves y un balm para los labios. El único riesgo entonces es el de ser violado, contratiempo que se acerca demasiado a lo que se busca en estos paseos como para ser preocupante. Se recomienda evitar esta opción los días de lluvia.
- Vestuarios de gym y club deportivo son los terrenos más fértiles para este tipo de actividad, especialmente recomendables para los principiantes. En estos territorios no es mucho lo que hay que tener en cuenta. Mantener los ojos abiertos y la imaginación despierta. Múltiples combinaciones y fantasías a sólo una ducha de distancia.
- Un asunto muy importante: ¿cómo sabemos a quién mirar y cómo se hace para no ligar un golpe por una mirada mal dirigida? Las expertas saben bien que no hay forma de asegurarse contra este riesgo ni tablita que permita distinguir con exclusivo concurso de los ojos al chongo que se prende del que nos va a moler a palos. Es importante tener en cuenta que muchos chongos sólo miran por curiosidad, porque no entienden por qué los miramos. Si bien es cierto que la curiosidad suele ser un camino de ida, recomendamos extrema cautela y zapatillas deportivas, just in case.
Dance floor
No hay nada que hacerle. Durante el día los putos dedican enormes esfuerzos a remarcar su lugar de clase, a cultivar una determinada «onda», a sostener una preferencia estética, desde las ropas hasta el peinado. También pueden decirse partidarios acérrimos de una determinada opción política o aferrarse con cierta energía al grupo de edad que les ha tocado o a la opción profesional que han elegido. Lo que es seguro es que todas estas barreras más o menos prejuiciosas caen como velo de fantasía cuando llega la noche. Una vez que se escuchan los primeros acordes o beats, una vez que circulan los primeros tragos y se calientan los motores de la observación maliciosa, una vez que, por último, se encienden las luces titilantes de la PISTA, el puto está listo para frotarse con todas las maricas del universo, probablemente las mismas que durante horas se ha dedicado a denostar y despreciar.
Es así: el dance floor tira, cautiva y hermana; emana hormonas de buena onda que rápidamente se apoderan de los cuerpos resistentes de las locas y les suavizan los gestos coléricos; incentiva la charla, el roce fraternal o calentante, el levante ocasional pero también la historia de amor eterno; forja amistades indisolubles en cuestión de segundos; libera la mente y el cuerpo de modo único; funciona, por último, como entrenamiento nocturno y quemacalorías para aquellas que no tienen tiempo para el gym. No casualmente la Reina del Pop y madre superiora de los putos llamó a uno de sus álbumes Confessions on a DanceFloor, sabiendo que una inyección de pista al ciento por ciento iba a ser saludada por sus fans más devotos con extasiados movimientos de cadera, revoleo de cabeza y apertura de billetera. Madonna no fue la única, por supuesto. Repasemos brevemente los coqueteos de las divas más notables con la pista de baile, es decir, con el público gay. Porque hay que decirlo: cada vez que el pop se hace dance lo que está buscando es conquistar la billetera del trolo, que se siente llamado como desde el más allá.
Kylie: editó su maravilloso Light Years, vibrante oda a la pista y al club en temas como «Disco Down», «On a Night Like This» y «Your Disco Needs You».
Donna Summer: por fuera de su hit eterno «I Feel Love» (que no habla de la pista porque no lo necesita: es el alma de la pista), Summer escribió y cantó «Last Dance», sobre una crucial noche en la pista.
Britney Spears: la canción que le da el título a su álbum Circus la coloca en el centro de la pista como domadora pop.
JLo: bailó como una perra en «Waiting for Tonight», el temazo que concibe la espera previa a la salida como momento de éxtasis.
Sugababes: nos regalaron su hit «Never Gonna Dance Again».
Michael Jackson: le puso peligro a la noche de club con su «Blood on the Dance Floor».
Sophie Ellis Bextor: Cantó tranquilísima, como si estuviera hablando de besitos en un rincón, su recordado «Murder on the Dance Floor».
Madonna: Confessions, obviamente.
La lista podría seguir. La pista funciona como turbina de inspiración que no muestra signos de querer apagarse. Y toda estrella pop en algún momento de su carrera necesita de las credenciales de nocturnidad que otorga el dance floor, verdadero reverso PM de la credibilidad callejera que persigue a los raperos como fantasma.
Expresión corporal (comedia musical, patinaje artístico, ballet)
No hay con qué darle. Al puto de toda laya, clase social, raza y onda le gusta mover el culo. Hay algo en la música que enciende, comanda, ordena y sentencia. Y el puto responde como mejor le sale, apelando a uno entre tantos modos de mover el cuerpo y expresar «lo que siente». Cuando se entrega a estos quehaceres se siente suspendido, transportado, más allá de las leyes de la gravedad y de las menos fundamentales «normas sociales». No es casual que la comunidad gay haya dado tantos y tan buenos coreógrafos (de Bob Fosse a Maurice Béjart), bailarines (Nureyev, Jorge Donn, Julio Bocca) y patinadores (¿?). Tampoco es casual que cada vez que prendemos la televisión y elegimos disfrutar de alguno de los numerosos concursos de talentos, baile o patín luzcan terriblemente familiares los gestos de los así llamados «soñadores», que colaboran con ofrecer versiones sublimes del locaje al hacer pasitos, revolear la cabeza, sostener a sus compañeras en el aire o deslizarse sobre el hielo. Son incontables las comedias musicales que han quedado grabadas a fuego en el imaginario de la comunidad. El mago de Oz y sus múltiples continuaciones y revisiones. Hairspray. Gypsy. Chicago. Mamma Mia. Todas ofrecen momentos de canto desaforado y ampulosidad de gestos y maneras, todas esconden canciones que el malevaje trolo puede cantar como si se liberara de todas sus ataduras.
El patinaje artístico, siendo más complejo desde lo técnico, ofrece satisfacciones sobre todo desde la televisión o la platea. Si se hiciera una encuesta detallada de encendido durante los Juegos Olímpicos o los ignotos Juegos de Invierno se comprobaría que un 80 por ciento de la audiencia son maricones que contemplan extasiados el desplazarse de las cuchillas por esos enormes lagos de hielo, o que aprecian los fantasiosos trajes y altísimos peinados, deseando acaso ser la princesa de hielo transportada al infinito por tan delicado doncel (delicado al extremo de ser princesa él también, aclarémoslo de una vez).
Y el ballet, ¿qué decir del ballet que no se haya dicho ya en reuniones de club de barrio, en cumbres de familiares preocupados por las preferencias del nene, en recreos de escuelas primarias de todo el mundo, en programas de televisión de esos que reúnen cuatro o cinco hombres alrededor de una mesa? El ballet es el punto más elevado al que puede aspirar la trolez sin disfrazarse, siendo ella misma sin jugar. Ahí son bienvenidos los amaneramientos barrocos, la delicadeza, el gesto sutil, el coqueteo de pestañas, la calza metida en la cola, las polainas, las camisolas anchas. Se estila también jugar al príncipe, al pirata, al mago blanco o al rey de corazones, todos trajes que el puto adora llevar. Todo esto no sólo se autoriza sino que se alienta y se aplaude, se incentiva y se valora. Lo que se dice un paraíso soñado para el niño que desde pequeño sueña con expresarse y exhibir su sensibilidad especial.
Gym
La actividad en los gimnasios abarca desde lo evidentemente deportivo hasta el vicio y el levante en algunas de sus más jugosas manifestaciones. He aquí un punteo con algunos consejos y reflexiones sobre el único sitio amigo del sudor, el yire y las endorfinas.
- Aparatos: su uso resulta indicadísimo para localizar machos, examinar tonos musculares y sopesar con la imaginación. Generalmente, mientras el cuerpo se ejercita puede mantenerse la vista fija en algún sujeto en particular, atrayendo en clara señal de alarde su mirada hacia aquello que se esté haciendo en la máquina. Adelante con el viejo truco de los espejos traviesos y los rabillos inquietos. Se recomienda aprovechar los ejercicios de piernas, sobre todo los más jugados, que además puedan funcionar como muestra de destreza y elongación. Algunas sabrán dar buen uso a las series de abdominales, que en su vaivén servirán para jugar a mirar y no mirar con intermitencia.
- Clases: arriba con las aeróbicas, siempre pobladas de hombres deseosos de afirmar la cola y los brazos con excitantes series de sentadillas, estocadas y repeticiones con pesas coloridas. Participar en el ya mencionado juego del espejo puede conducir a un sinfín de demostraciones y competencias de destreza. Atención: detenerse demasiado en otra persona suele resultar en pérdida del paso y del ritmo, problema temidísimo sin razón (y muy común). Es preferible intentar un nuevo acople a la coreo y a la clase, sonriendo muy frescamente, antes que desistir para siempre.
- Atuendo: como en todos los ámbitos, o se sugiere o se muestra; esto es, o bien se favorecen el jogging o el short intrigante, ricos en bajorrelieves, o bien se apuesta a las calzas y a la musculosa como tatuada, polos de miradas por ser imagen de la desnudez que a la vez cubren y develan. Ni hablar del natatorio y los trajes de baño (¡gracias, Brasil, por haber puesto de moda los slips y minishorts!).
- Complementos: beber agua mirando a los ojos a un macho es, básicamente, una promesa, casi un contrato. Frente a un cuadro de acaloramiento extremo, puede llevarse a cabo la performance de la historia y volcar un repentino chorro de agua en la mollera o la cara, evocando a la Sarli bajo las cascadas mesopotámicas y al hermano de Ivo Cutzarida en aquel comercial de perfume de los años ochenta. Una pequeña toalla de mano puede ser velo misterioso, y un toallón, escondite temporal del pecado curioso; una tobillera de dos kilos, garantía de potencia, al igual que las pesas.
- Vestuarios: todo dicho.
Make-up y peinado
«Me pinto como una puerta desde los dieciséis años, ¿por qué habría de parar ahora?». Estas sabias palabras, pronunciadas por la presidenta de los argentinos y las argentinas Cristina Fernández de Kirchner a días de ganar las elecciones presidenciales de octubre de 2007, hablan de una pasión que ha animado a hombres y mujeres desde tiempos inmemoriales y que exige su propio lugar en este compendio del saber. Hay testimonios de este deseo de disfrazarse, engalanarse, embellecerse, escandalizarse, autoarengarse e incendiarse que se remontan a la era de los faraones (siendo Cleopatra el ejemplo más obvio), menciones en el Antiguo Testamento (en el libro de Ester) y referencias en cuentos, poemas, cuadros y dibujos de todas las eras.
En la era moderna el maquillaje supo recibir persecuciones: el siglo XIX consideraba que el arte de pintarrajearse era propio de prostitutas y se desalentaba entre las damas de la sociedad; Hitler les pedía a las madrazas alemanas que exhibieran los rasgos naturales de su raza superior, que suspendieran el escondrijo de lo germano tras velos de fantasía y brillos extasiados. Del otro lado, hubo hombres y mujeres que lucharon por la instalación de su reinado: el superpoeta Charles Baudelaire escribió un «Elogio del maquillaje» que debería ser bibliografía obligatoria en escuelas secundarias de todo el universo. Como fuera, el empuje femenino produjo en el siglo XX un estallido universal y popular del make-up, cuando todas y todos empezaron a aplicarse rimmel, rojo en los labios, delineadores y base en las mejillas. Nacieron así Helena Rubinstein, Max Factor, Revlon, Estée Lauder y otras compañías fundamentales para nuestra vida cotidiana. Llegando al último cuarto del siglo XX apareció MAC, la empresa decididamente queer que introdujo escándalo y lógica lisérgica en una industria de la belleza que venía alicaída.
En medio de tanto brillo, persisten algunas voces en contra. Las feministas sostienen que el uso del maquillaje colabora en la objetualización de la mujer, convirtiéndola en superficie de las fantasías machistas del hombre y en sumisazzzzzzzzzzzzzzzzzzzzzz (me dormí del aburrimiento). Con mayores y mejores fundamentos, los activistas antilaboratorio explican que el excesivo uso de maquillaje puede traer complicaciones impensadas como zarpullidos, alergias y hasta cáncer de piel. Citan también no tan lejanos ejemplos históricos, en los que se ha comprobado que tal o cual delineador causó ceguera o que un polvo para las mejillas producía intoxicación por exceso de plomo. (Suena escalofriante, pero no puede hacerse demasiado al respecto: el lobby de las compañías de cosméticos es muy fuerte y hasta ahora ha resistido con éxito los intentos del Congreso norteamericano de someter sus productos a exhaustivos controles químicos). Claro que las mujeres y las mariconas adeptas a la fantasía del makeup no se perturban por posibles enfermedades o achaques. Como reza el título de un célebre libro brasileño, cuando se aplican lápiz labial se emborrachan, y no hay temor o contraindicación que puedan combatir el deseo de estremecimiento que acompaña todo proceso de chapa y pintura.
Compañero inseparable del arte rupestre sobre rostro es la peculiar habilidad humana de levantar esculturas de melena sobre las testas que así lo requieren. El peinado es un triunfo del ingenio sobre la gravedad, y una conquista de la cultura sobre la naturaleza. En esta línea, de más está decir que no entran en el rubro en cuestión las «rastas» y todo tipo de arreglo que atenta contra la deseada artificialidad del cabello. El peinado tiene que ser ficticio, cuando no un invento chino. Recientemente un artista nórdico llegó a la esencia misma de esta arte cuando dibujó sobre las cabezas de sus mannequins jopos que semejaban perritos, naves, flores y estrellas. Es de esperar que el futuro nos ofrezca más y mejores ejemplos de esta tendencia.
Mascotas
Las más atrevidas han llegado a deslizar la teoría de que tener una mascota equivale a ser poseedora del más exclusivo de los accesorios, único y propio, que puede salir de paseo con sus dueñas a manera de ornato a cuerda. Quien tenga un gato, un perro, un conejo o una iguana podrá amarrarle una correa y entonces, muy campante, emprender unas vueltas a la manzana en obscena ostentación del animal, al que además de coqueta microrropa podrá dotar de una elegante cucarda, émula de aquellas que son abrojadas al pelaje de los más recios toros campeones.
Ahora bien, y dejando de lado todo tipo de consideraciones morales y éticas acerca del bienestar, sufrimiento e injusticia potencialmente sufridos por cualquier animal a lo largo de su vida de mascota, séase justo y dígase que el cariño y la compañía que los animales brindan no tienen parangón. Ni un brazalete diamantado H. Stern, ni un par de Manolo Blahniks, ni un fino tailleur Armani, ni siquiera un amante colado en metales preciosos podrán sustituirlos jamás. Quien sepa de amor animal entenderá.
Menciónese a modo de apéndice un par de famosísimas mascotas, en este caso dos terriers que han engalanado el espectáculo, nacional uno y mundial otro. Jazmín, Yorkshire de Susana Giménez, estuvo a su lado por más de quince años y fue ampliamente parodiado y puesto en ridículo por los medios, en un intento más por atacar tangencialmente a su dueña. Se ha dicho que la diva lo abrigaba en invierno con un tapadito de visón hecho a su minimedida, y que en el beauty salon del peinador Miguel Romano se le teñía el pelaje a la par del de su ama y se le hacían reflejos oro y baños reparadores. Toto, por su parte, fue el Cairn Terrier que acompañó a la iconérrima Judy Garland en El mago de Oz, fiel defensa y apreciado contacto con aquel hogar de Kansas del que un tornado los había arrebatado a ambos.
Revista Butt
Ni gay ni homosexual ni marica: puto. Así prefería identificarse el editor del fanzine homoqueer argentino Homoxidal en uno de sus números. Ese calificativo, puto, devenido nombre propio, podría también servir para ilustrar el estilo de (y el público al que está dirigida) la revista Butt, los putos del planeta. Autodenominada como una interesting magazine for homosexuals («revista interesante para homosexuales») y con un innegable aire fanzinesco en sus páginas, esta publicación apareció en 2001 de la mano de dos holandeses que deseaban ofrecer una alternativa a los medios impresos mainstream para gays, especie de calcos de la Cosmopolitan pero (más) maricones. Ya desde su imagen, la Butt se para bien al margen de todo lo demás: está confeccionada con papel rosa. Esto hace virar todos los colores de las fotos hacia ese tono clásicamente asociado a lo femenino, en un guiño irónico a aquellas revistas de temática gay más populares y mucho menos «interesantes». Butt posee una línea opuesta a la de esas mismas revistas, que suelen promover un estilo de vida más bien monógamo y aburguesado, «cero ambiente», en el que ser una loca desatada o un comehombres sin límites no está bien visto, no conviene. Para Butt y su equipo, muy por el contrario, el desafío a esa especie de tendencia homonórmica funciona como fin y método editorial.
En cuanto a sus colaboradores, la Butt convoca a individuos de todas las calañas y los oficios para que lleven a cabo las muy diversas tareas de ser entrevistados y/o de entrevistar a alguien, de modelar, fotografiar, cubrir un evento, etc. Un director de cine puede, en un número, ser periodista; en uno posterior, objeto de una charla hot con un músico o cronista gráfico de una gay parade. También es común que los entrevistados den todo de sí en una sesión de fotos en ropa interior (desnudos, los más osados). Suelen revelarse secretos y preferencias sexuales, o quizás algún antro donde ser ubicado los sábados a la madrugada, por lo que las fotos completan semejante guión de fantasía con un storyboard perfecto y despojado de pretensiones. El estilo espontáneo y lo-fi de fotógrafos como Terry Richardson o Wolfgang Tillmans acompaña, así, desde las imágenes y subraya el tono desfachatado de la revista. El mundo de los putos interesantes festeja y trata de contener el torrente de baba que chorrea de sus fauces, mientras entiende que ninguna de esas personas habría aceptado posar o hablar así para otro medio.
Revista Out
Fundada en 1992 por dos amigos con sentido para los negocios por venir, Out es hoy la revista homo más popular y más vendida de los Estados Unidos. Siguiendo una cuidada estrategia de marketing, la revista ha logrado convencer a las principales marcas de indumentaria, perfumes, automóviles (¡!), tabaco y otras yerbas de que el mercado gay es el más refinado, el más selectivo, el más fiel y el que más y mejor consume. Este truismo sociológico nunca ha sido comprobado, como tantos otros, pero de tan repetido ha alcanzado estatus de verdad absoluta o al menos indiscutible. No importa, los muchachos de la Out tienen sus páginas repletas de avisos de las empresas más renombradas del mercado internacional, con lo cual deben estar ganando dinero a carradas y haciendo negocios atractivos. Esta evolución económica es acompañada por un cambio en los contenidos que el lector puede adivinar. Y que se observa desde las mismas portadas: de las tapas «provocativas» y «con mensaje» de principios de los noventa (una drag queen sosteniendo un bebé, un portador de HIV besando a otro, dos hombres actuando un matrimonio) se ha pasado a las más lujosas y recatadas de la actualidad, que muestran en general a celebrities hetero posando artísticamente o acompañadas de diseñadores de moda que sí son gays.
La apuesta de la revista parece relacionarse con el orgullo que causa que un famoso no homo se preste a ver su nombre asociado a una publicación que lo es. Es decir, una apuesta pobrísima, que da como resultado una revista que se quiere «respetable» y «seria» y que aburre con su repetición de tópicos y su tendencia a transformarse en un catálogo para el consumo. De vez en cuando aparece algo del espíritu original en estos tiempos pasteurizados y la intención de provocar deriva en producciones o notas que por lo menos pueden aspirar al mote de ingeniosas. También tenemos que agradecer la elevación del coeficiente quente. Se sabe que a mayores ventas y auspiciantes, más dinero hay para contratar modelos top y exigirles que procedan a desnudarse. En esta línea habría que mencionar también la recordada producción que Terry Richardson hizo con el potro de Tom Ford en noviembre de 2007. El diseñador aparecía retratado como entrenador de boxeadores, a los que seguía por cada una de las instancias de su profesión. Dijimos cada una: estaba allí cuando saltaban a la soga, cuando practicaban, cuando peleaban y también cuando llegaba el momento de ducharse. Hay una memorable toma de Ford exhibiendo un trasero blanquísimo pero fenomenal al tiempo que propina seductor toallazo en la espalda a uno de los boxeadores mientras el otro mira divertido. Un momento mágico que probablemente haya que agradecerle más a la genialidad de Richardson que al impulso hot de Out.
Stonewall
Situémonos por un momento en otro universo: corre el año 69, la homosexualidad está muy mal vista y debe recluirse en antros subterráneos, secretos y mudos para todos los no entendidos. La mayoría de estos bares y clubes son administrados por organizaciones mafiosas que a la vez que bajan drásticamente la calidad de los tragos e inflan los precios coimean a la policía para que no interrumpa reuniones que bajo ciertos criterios podían ser consideradas ilegales. La policía, no obstante, interrumpe asiduamente las noches de la clientela gay y lesbiana, sometiéndola a humillantes registros, identificaciones y colaboraciones forzadas.
El Stonewall es un bar del Greenwich Village neoyorquino que ha logrado un equilibro satisfactorio para todas las partes. Enraizado en el barrio más progresista de la ciudad, hogar de gays y lesbianas provenientes de todo el país, pero también de artistas, escritores, músicos y los poetas de lo que se conocería como la generación beat (William Burroughs, Allen Ginsberg), el bar reúne una clientela fiel y variopinta en términos de género, orientación sexual, raza y clase. Se encuentran allí cada noche la lesbianota intelectualosa con la drag afecta al escándalo, el negro amante del S&M y el jovencito afeminado que ha llegado a estudiar, el chico de la calle que se gana unos pesos entregando su cuerpo de doncel y el dealer que con unas copas de más y unos pases de menos se prende en lo que le propongan. Es un micromundo escondido, que se enciende tras ventanas tapiadas cada anochecer. La policía no lo molesta especialmente: aparece con frecuencia mínima, una vez por mes, y honra lo acordado con los dueños mafiosos. Eso sí, cada vez que puede le saca la peluca a una drag y se la lleva presa por inmoral o acosa sexualmente a las lesbianas más reacias al contacto con el sexo opuesto. Provocaciones que el submundo gay ha aprendido a tolerar, acaso convencido de que es el precio mínimo a pagar por unas horas de diversión y libertad. Al menos hasta el 28 de junio.
En las primeras horas de esa noche de sábado la policía se acercó al Stonewall para propinarles a sus clientes el maltrato de rutina. Fue entonces que una serie de pequeños gestos de rebeldía desencadenó una ola de resistencia que transformaría la vida de la comunidad gay para siempre. Una drag le dio un carterazo al policía que la llevaba al patrullero. Varios chicos de la calle empezaron a resistir el clásico arresto. Los clientes más afeminados se abrazaron y comenzaron a corear consignas antipoliciales. Pronto estos chispazos desembocaron en un incendio de escándalo y furia rosada. Los vecinos, muchos de ellos también homosexuales, se acercaron a la escena del tumulto y empezaron a insultar a los agentes del orden. Rápidamente se armó una turba de civiles gritando, golpeando, arañando, resistiendo. Volaron latas de cerveza. Volaron monedas. Se dio vuelta un patrullero. La pequeña trifulca de bar se estaba convirtiendo en la versión amanerada y acaso más rabiosa de las barricadas que París había levantado el año anterior. Pronto la voz se extendió por toda la ciudad y los resistentes pasaron a ser miles, todos unidos por el hartazgo y la decisión de terminar con el maltrato. Y la convicción de que ése era el punto de partida para una serie de luchas nuevas, para la obtención de derechos que aún no tenían nombre.
Los así llamados disturbios de Stonewall dieron inicio al movimiento por los derechos civiles de las minorías sexuales. En su ardor callejero se cocinaron organizaciones combativas como el Frente de Liberación Gay, que en sus pocos meses de existencia luchó codo a codo con movimientos radicales como las Panteras Negras. La espontaneidad de los disturbios y la alegría rabiosa de quienes los iniciaron, que, en su fervor desbordante, llevaron a las organizaciones de homosexuales más tradicionales a cambiar su modo de protesta y su lógica de reivindicación, aún hoy siguen siendo motivo de estudio y especulación. Es difícil entender cómo se gestó semejante reacción, potentísima, desbordante de alegría y exitosa. La sociología y la historia citan los cientos de años de opresión, el contexto de crecientes reclamos de las minorías raciales, el nuevo aliento que cobra el feminismo, la influencia de la prédica de Martin Luther King, la formación de redes socioculturales contestatarias en el bohemio Greenwich Village, etcétera.
Las más fantasiosas prefieren citar un dato acaso menos relevante en términos científicos pero eficaz en términos poéticos: pocos días antes de la bronca inicial había fallecido Judy Garland, santa patrona de las mariconas. Ese deceso inoportuno y trágico habría sensibilizado al extremo a las ya sensibles homosexuales, transformando los usuales bastonazos en intolerables agravios. El duelo que hacían por su ídola rápidamente se tornó en maníaco deseo de venganza. ¿Puede imaginarse desencadenante más intenso para la súbita politización de la mariconería?
Tacos
Altura desconocida: Cenicienta y sus zapatitos de cristal. La travestían en una falsa monarca elegante que conseguía el favor de su principe azul.
12,5 cm: el performer australiano Leigh Bowery, cuando vestía casualmente, usaba stilettos dentro de sus zapatillas para ganar altura con disimulo.
25 cm: la tremenda de Naomi Campbell se parte y derrite en mitad de la pasarela parisina de Vivienne Westwood, colección Anglomania (1993). Material de las plataf(h)ormonas: falso cocodrilo azul eléctrico. Nadie entre el público se acerca a asistirla; ella se recupera y completa su pasada.
12 cm aproximadamente: la desequilibrada Hedy del thriller Mujer soltera busca, encarnada por Jennifer Jason Leigh, se disfraza de su compañera de departamento y le hace una furtiva y sabrosa fellatio al entredormido novio de aquélla. Cuando él despierta y descubre el engaño, ella lo mata de un tacazo en el ojo. Súper fresh.
12 cm mínimo: Carrie, Samantha, Charlotte y Miranda se rehúsan a bajar de esa altura en la serie Sex and the City. Marcas fetiche: Manolo Blahnik, Christian Louboutin, Jimmy Choo.
13 cm (o quizás un poco más): clip de «Womanizer». Las Manolos con las que Britney maneja a la distancia su coche negro, mientras conserva el resto de su cuerpo en la parte trasera del mismo, bien arropada a su chongo rubio.
10 cm promedio: las taconas que Prince ha sabido usar en sus más furiosas épocas.
Altura nula: el ítalo-británico Antonio Berardi creó unos zapatos que se empinan sin necesidad de taco. La suela, que sólo abarca los dedos del pie, tiene un arco que asciende desde el piso en un ángulo tan particular que logra mantener a la usuaria en el aire como por arte de magia. Primera clienta: la viciada de la Beckham.
Todas las alturas: las tacas son lo primero que una se pone cuando decide afiliarse al montaje. Como las buenas drogas, son un delicioso viaje de ida.
Villanas
Por defecto, los elencos y los guiones nacen rodeados de bondad y, en el mejor de los casos, apatía. Ser buena, ser una buena, una heroína, es clásicamente el estandarte de toda protagonista, sea quien sea. Desde las más humildes y retraídas hasta las que combatieron cuerpo a cuerpo, las mujeres protagonistas siempre han cargado con injusticia la cruz de la benevolencia. En cambio, aquellas que han podido ser humanas a gusto y a sus anchas, y tan en exceso como cualquiera, son y han sido las villanas. En lugar de haber conocido la compasión, el respeto y el cariño extremos, han sabido llevar adelante vidas contra la marea, repletas de aventura y de incertidumbre. Han conservado un encanto mucho mayor que las heroínas por su facilidad para cometer aquellos actos que todas, en algún dado momento, hubiesen deseado poder. Nadie es sólo bueno o malo, claro; pero en un mundo aparentemente dominado por la necesidad de tender al bien, un refrescante cachetazo de vileza sirve para despabilar un poco a tanta tonta suelta.
«Yo nunca amenazo; yo prometo». Serena y férrea, así desafiaba Catalina Creel a su hijo adoptivo en la histórica telenovela mexicana Cuna de lobos, de 1986. Esta adictiva historia detuvo durante meses a sus seguidores, que devoraban minuto a minuto las andanzas de la villanísima Catalina. Psicópata, mitómana, asesina múltiple, estafadora, piromaníaca y millonaria. ¿A qué más puede aspirarse en la vida? Defendía su posición de loba alfa cometiendo inconcebibles actos de maldad. Para dar una somera idea de su perfidia, baste citar aquella ocasión en que hizo arder un geriátrico en el que mantenía secuestrada a una mujer dispuesta a atestiguar en su contra. Su fama fatal era respaldada por el uso de un temible parche ocular, confeccionado en la misma tela del vestido o conjunto de ocasión y siempre protegido bajo un navajazo de ceja. No es para menos: Carlos Téllez y Carlos Olmos, creadores de la historia, recurrieron para inspirarse al protagónico de Bette Davis en la comedia noir The Anniversary, de 1968. Nótese que también ella usaba un parche.
En el universo cinematográfico, precisamente la Davis ha quedado en el recuerdo por sus bitches escandalosamente intensas y rodeadas de imán. Consiguió ofrecer representaciones fuera de lo posible gracias a su gran calidad actoral y a su belleza perturbadora, de ojos poseídos. John Huston, quien dirigió sus más crueles maldades en In This Our Life, habló de un demonio que la habitaba y que constantemente amenazaba con hacer una aparición estelar. El público del mundo se rindió a los pies de su encanto.
La marquesa de Merteuil, en Les dangereuses liaisons, sacudió con su amoralidad y su descaro a la sociedad francesa del siglo XVIII. Entre ella y el viceconde de Valmont iban tramando una serie de conquistas amorosas que funcionaban como apuestas cada vez más altas. Tras grandes vaivenes, todo culminaba de modo inesperado y trágico con la muerte de él y la humillación pública de ella. La adaptación cinematográfica más conocida de la novela, estrenada en 1988, recogió enormes elogios y Glenn Close, en la piel de la marquesa, estuvo al borde del Oscar.
Siendo el espectro de villanas infinito (e infinitamente importante), súmese a las ya citadas un breve repaso de algunas otras, enormes e indispensables:
- Peyton en La mano que mece la cuna. Busca vengarse de la mujer que provocó el suicidio de su marido y la pérdida de su embarazo. Maldad clave: cuando, pacientemente y dosis a dosis, vacía los aerosoles para el asma de su rival.
- Maléfica, en La bella durmiente (versión Disney). Emperatriz del Hades, demonia goth, puede convertirse en fabuloso dragón negro y malva, a tono con su capa y su cornamenta. Maldad clave: hechiza a la pequeña Aurora, quien más tarde se lastima con una rueca y cae en su famoso letargo de años.
- Diana, en V: Invasión Extraterrestre. Rating por las nubes: ¡¡¡es una alien!!! Suficiente. Como si eso fuera poco, luce pantalón fajado y campera trapezoidal en escandaloso cuero rojo, además de una pelucona morocha abundantísima. Parece humana; es reptil; come roedores. Maldad clave: intentar conquistar la Tierra.
- Alex Forrest en Atracción fatal. Amante ocasional de un Michael Douglas casado y con hijos, trata de retenerlo con tretas oscurísimas. Maldad clave: cuando le cocina el conejo/mascota a la hija de Michael en una olla hirviente.
- Teresa Visconti (véase pág. 216).
- Alexis Morell Carrington Colby Dexter Rowan (véase Dinastía, pág. 203).
- Victoria Ascano en Cristal. Lupita Ferrer, entregada a la maldad en este papel: diseñadora de modas top (ojo: años 1985 y 1986) y madre abandónica y sádica.
- Fanny Odizio en Alén, luz de luna. Como una versión solapadamente similar de María Julia Alsogaray, polémica ex secretaria de Medio Ambiente argentina, esta pérfida empresaria devenida política intenta purgar de aborígenes la Patagonia a dinamita limpia. Su desenlace se produce cuando, ya descubiertas sus maldades y maniobras, escapa de la policía, roba un camión de combustible y con su contenido intenta prender fuego los Andes. Aplausos a la modestia de la Odizio.
- Sor Paulina en La extraña dama. Magistral María Rosa Gallo en el hábito de esta pérfida y envidiosa monja, que batalla con la heroína Sor Piedad/Gina (Luisa Kuliok, perfecta) por el puesto de Madre Superiora. Pura lujuria censurada a fuerza de rosarios.
Voguing
Madonna no tuvo nada que ver con su surgimiento. Podría decirse, en todo caso, que lo patentó como tendencia a nivel mundial con su tema «Vogue», con su video y con su coreo, que poco le deben. Quienes realmente crearon el voguing lo hicieron a fines de los años setenta, en el Harlem neoyorquino, y apenas han conocido de fama internacional y millones de dólares. Agrupadas en patotas barriales, estas mariquitas electrizadas de los suburbios luchaban entre sí apelando al baile como arma de puntería certera y buscando evitar la agresión física. Lo que comenzó como un modo más de desafío en los callejones fue convirtiéndose en un estilo coreográfico altamente evolucionado, que habilita a quien lo baila a atacar y responder con disparos de sus articulaciones en forma de amagues. Mientras la integrante de una barra se enrosca como partida de Tetris in progress, su rival se le opone cual cobra auto-pixelada sobre el pavimento. Cada quien muta y a la vez conserva su forma en un equilibrio dinámico que parece salido de un animé trash. Nadie se toca o roza, pues el ir y venir de golpes sólo es sugerido. La arenga y la respuesta mutuas se manifiestan coreográficamente.
La inspiración para tanta intermitencia de pose surgió de las más altas cumbres de la moda: las genias de la alta costura y las supermodelos. Entonces, el nombre de la más prestigiosa revista fashion renació como verbo:
I Vogue
You Vogue
She Vogues.
El recorrer la pasarela y el artificio de la elegancia propios de las top models dieron forma a una serie de manierismos y posturas básicas que cada patota modificaba a su gusto y conveniencia. Llamadas Houses por reunir a sus miembros en una especie de familia o clan, esas patotas contaban con una Mother, guía general y mentora de las amateurs. El mundo de la moda que tanto ponderaban, bastante lejano entonces a ellas, proveía, además de las poses, los nombres de dichas Houses. Estaban la House of Chanel, House of Dior, House of Balenciaga… y así. Esos nombres ilustres servían de apellido para las miembras y evocaban el lujo de la haute couture, el despilfarro porque sí.
A medida que se fue popularizando, la práctica del voguing derivó en una versión actualizada, más esquemática y angulada que la original, que era fluida y flexible. Asimismo, ese auge propició la creación de las llamadas Ballroom Competitions, torneos de baile en que los integrantes de las Houses se batían a duelo coreografiado. Dichos encuentros siguen llevándose a cabo hasta nuestros días, muchas veces con altercados entre las concursantes, palpablemente afiebradas de tanto posar posar posar ¡FLASH! posar ¡FLASH! posar.
Además de las categorías de danza propiamente dicha, con el tiempo fueron apareciendo otras que premiaban la actitud absoluta y la mímica perfeccionada, requiriendo de sus participantes enorme control corporal y —por qué no— psíquico. Por ejemplo, podía concursarse para Mejor Ejecutivo de Wall Street o Mejor Rostro Hollywoodense, rubros que poco tenían que ver con el baile y muchísimo con saber cómo moverse. Estas categorías presentaban la dificultad de enfrentar a las voguers con su gestualidad de mujer al cubo. ¿A qué fantástica drag queen no le costaría desfilar en ropa de hombre y al hacerlo verse real, creíblemente masculina? Realness, algo así como realismo o más bien verosimilitud, era la palabra justa y el factor decisivo en aquellas secciones de los certámenes. El desafío, así, consistía en controlar la propia naturaleza al imitar aquellos estereotipos masculinos más obvios y arraigados, como el caso del ejecutivo o el del militar. Toda coreo y todo gesto, sin distinción, conllevaban una dosis fortísima de dominio sobre el propio ser, único e inexpugnable tesoro en un barrio, un país, un mundo enemigo y criminal.
Todo esto y mucho más puede apreciarse en el documental Paris is Burning, dirigido por Jennie Livingston y editado en 1990, en el que la escena ballroom es investigada a fondo e ilustrada por sus propias participantas y creadoras. Fervorosamente recomendable.
Walter Mercado
En 1932, a bordo de un barco que navegaba desde España hacia Puerto Rico, se produjo un parto interestelarmente cataclísmico. «La mente más poderosa del mundo», según su modesta autodefinición, era dada a luz por una dama de útero privilegiado. El sistema solar tembló al oír en medio de tanto vacío cósmico el primer alarido del Walter bebé, quien anunciaba con su arribo el cese de todo caos y el inicio de la bienaventuranza para la humanidad.
Prodigiosísimo, aprendió a tirar las cartas a los seis, o más bien recordó cómo hacerlo, dado que en una vida anterior le habían sido revelados los secretos del tarot.
Cuando joven, fue galán puertorriqueño y conductor, e hizo un voto de castidad en el año 1969, que mantiene sagrado hasta hoy. Una serie de viajes posteriores lo conectaron con su vocación indeclinablemente mística, convirtiéndose en vidente y parapsicólogo de renombre. En secreto, muchas celebridades y políticos hacían (y hacen) uso de sus consultas antes de tomar grandes decisiones o de rechazar propuestas millonarias.
Establecido en Miami a comienzos de los noventa, invocó las fuerzas inter e intradimensionales y las concentró en una línea 0-600, que fue ayuda y consuelo de muchas latinas abrumadas por las maldades del destino, los novios tramposos y las falsas amistades. Con su voz intersex y su pronunciación del español entre cubana y húngara, llegó a recaudar millones de dólares dando consejos y prediciendo futuros. Colaboró además como columnista en numerosas publicaciones y recorrió Latinoamérica en una serie de giras espirituales, propagando un mensaje positivo de amor, fe y autosuperación.
Su inconfundible vestuario, de magnético atractivo barroco, podría definirse como el hijo que tendrían los trajes del mejor Michael Jackson con los del príncipe de «Rapunzel». Fan de las capas y las túnicas, Mercado favorece los trabajos de bordado más complejos que se hayan visto en la historia de la aguja y el hilo, aplicados siempre sobre nobles paños de fina pana o costoso brocato de seda natural. Súmense al discreto outfit un porte de tía abuela, un rostro asexuado con bastante make-up, uñas esculpidas y tres anillos engarzados en cada dedo, y se obtiene al ser humano con mejor styling de la galaxia.