Calendario Dieux du Stade
Desde sus inicios como golosina visual de mecánicos y chapistas, el calendario de gomería ha recorrido un largo trecho. Con sus chicas sugerentes y sus dobles páginas de piel y poca ropa, ¿a quién puede importarle si es mayo o diciembre, si el año es o no bisiesto, si el fin de semana recién termina o acaba de comenzar? Entre llaves cruz, bulones y crickets, estas pelvis bien ubicadas en el taller dan un merecido descanso a los cuerpos y las manos que trabajan (ni hablar de la imaginación).
En 1964, la empresa fabricante de llantas y cubiertas Pirelli decidió ofrecer a sus más preciados clientes una versión chic de este tipo de calendarios, compuesta por fotografías de autor y de erotismo medido. Desde entonces, diferentes capitales del mundo reciben año tras año a famosas modelos y actrices desvestidas, quienes bajan la guardia del pudor por un rato y se dejan retratar entre brisas y transparencias. Al igual que sus primos, digamos, rústicos, estos anuarios VIP fueron aumentando la carga erótica y sexual de sus imágenes con el correr del tiempo, hasta llegar a presentar en sus páginas desnudos totales. Eso sí: muuuuuuuuy cuidados. Por lo visto, Pirelli no escatimó sarcasmo al crear su serie de almanaques: los más prestigiados fotógrafos, las modelos mejor pagas y las locaciones más extravagantes sólo se dan cita en los muros de los altos ejecutivos y los miembros de la realeza; las chicas locales, de barrio, y las fotos de estudio van a parar a las gomerías de paredes engrasadas.
En el mundo de los desnudos masculinos, fue después del auge de strippers amateurs iniciado por el film Full Monty, y el de su consiguiente ramificación impresa, que los calendarios eróticos temáticos se han propagado. Hay de operarios, de soldados, de barrenderos; así hasta alcanzar, por ejemplo, las nalgas de los bomberos neoyorquinos, entre otros territorios antes —lamentablemente— desconocidos. Con este concepto en mente, el dueño de un club de rugby francés tuvo la buenísima idea (¡gracias!) de desvestir a sus jugadores, de a uno o de a muchos, y hacerles fotos, también muy cuidadas, y bastante gráficas. El resultado fue Dieux du Stade, anuario que comenzó con una tirada de quince mil ejemplares y hoy llega a más de doscientos mil. Fotógrafos de renombre, como Steven Klein y Mathias Vriens, han retratado en blanco y negro a los más escandalosos potros rugbiers, desnudos y pelota en mano.
Como tackle de homo habilis envuelto en lodo, el Dieux marcó con su aparición un nuevo estándar en erotismo y atrevimiento, sobre todo el de algunos deportistas-modelos que, sin reparo aparente, ya se han desgajado al son del flash. También impuso moda: machos sudorosos de todo el mundo corren y posan sin ropa ni vergüenza, en muchos casos con la excusa de destinar lo recaudado a fines benéficos. Equipos enteros se internan en vestuarios donde las toallas caen para siempre. El carburador de morbo estalla, obvio. Y bueno… habrá que ir al mecánico para que lo revise.
David Beckham
Es el ejemplo que cualquiera puede poner cuando intenta ilustrar el neologismo metrosexual, esa farsa sin sentido que habla de hombres que son coquetos porque son modernos y viven en grandes capitales. ¿Desde cuándo la situación geográfica tiene relación con las ganas de depilarse las cejas o de estar en forma? Volviendo a Beckham, es sex symbol mundial y, aunque algo frío en su approach, resulta sumamente ardido en cámara.
Se inició como futbolista en su Inglaterra natal, y poco a poco escaló posiciones y ganó reconocimiento dentro del ambiente deportivo. Jugó para numerosos equipos británicos, aunque sus temporadas de mayor éxito transcurrieron en el Manchester inglés y en el Real Madrid español. Si bien a la par de su ascenso futbolístico fue dándose el de su imagen mediática, su boda con la ex Spice Girl Victoria terminó de ubicarlo en terreno de tabloides y paparazzi. Apuestos, jóvenes, su amor disparó las imprentas del mundo y ella, lucidísima, lo transformó en una máquina de generar millones con publicidades y campañas.
Él fue virando de tosco y descuidado a refinado y bien pulido, hecho que desencantó a muchas y enamoró a otras tantas. Si Victoria visitaba el hair salon, también lo hacía él, y miles de libras esterlinas eran consumidas en un retoque de puntas o en una mohawk estudiadamente desprolija. Su atractivo fue volviéndose cada vez más sofisticado, aunque siempre con cierto aire euro trash levemente mersa, por cierto enternecedor. ¿Cuánto más hot es un hombre que, creyendo vestirse perfectamente a la moda, erra algunos grados en las coordenadas fashion? Protagonista de miles de anuncios, posó en varias sesiones fotográficas de alta incidencia masturbante, como aquella para Vanity Fair en la que encarnaba todos los fetiches skin posibles, o la de ropa interior para Emporio Armani en la que desplegó musculatura de dios y atributos apetecibles. Hay que creer que David, seguramente secundado por la drag queen sin paz que es su esposa, planea en realidad todo esto en detalle, para dar así a los homosexuales del mundo una golosina visual que saborear de tanto en tanto.
Gabriela Sabatini
Su lugar en esta lista le hará arquear las cejas a más de una. Y sin embargo, Gaby Sabatini ha trascendido (y dejado atrás) su estatuto de ídolo deportivo para convertirse en indiscutible ícono lésbico. ¡Cuidado!, no se trata de confirmar nada ni de denunciar a nadie. Los signos físicos, corporales, que suelen invocarse en estos casos están todos allí: hombros anchísimos, caminar de vaquero cansado, movimientos hipermasculinos (cuando se acomoda su precioso cabello azabache hace pensar en un rugbier ejecutando un ballet), voz gruesa… Se dirá que todo eso es resultado de sus años de tenista, de la cantidad de hormonas que debió tomar para remontar su delgadez de indiecita en un mundo de máquinas del deporte… Se responderá: justamente, nadie nace lesbiana, todas nos hacemos lesbianas. El camino de Gaby parece haber sido el de la sobreexigencia y los estimulantes químicos.
Aclaremos: lo de Sabatini no excede el terreno de las sospechas, las suposiciones y los prejuicios, pero bien sabemos que con estos tres componentes tenemos combustible para iniciar un voraz incendio de rumores. La sexualidad de Gabriela Sabatini no sólo es tema de debate (y disparador del termostato) en todo lesboblog que se precie, eje de discusión en foros frecuentados por adolescentes y desocupados, y comentario obligado (aunque en clave) en conversaciones de periodistas deportivos; también es, y agárrense, el título de un libro de poemas. ¡Sí!, un poeta cordobés de nombre Vicente Luy, afecto a los golpes de efecto, publicó en 2006 una antología de sus poemas que llevaba tan extraño y retumbante título. La tenista, ni enterada, pero las páginas de los diarios y los segmentos televisivos pertinentes se hicieron un festín. Por supuesto, esto no hizo sino recrudecer el revoleo de hipótesis y acrecentar la delgadez (que casi llega a transparencia) de este «enigma».
No importa, Gaby anda divina entre Miami, Europa y Buenos Aires, concentrada en su línea de perfumes (que ofrece como seis variedades) y en sus negocios inmobiliarios. En el medio, da ocasionales reportajes. La familia argentina desea que su gran tenista mujer se vea premiada como todo mortal con un esposo bueno y una ristra de hijitos. Gaby no cancela las ilusiones porque siempre deja picando la posibilidad de un futuro de romance y reproducción biológica. Entretanto dice que le gustaría enamorarse pero que no lo logra, y declara que le gustan los hombres bien apasionados, preferentemente latinos. A esta altura, más que expresar las ondas de su inescrutable libido, la predilección latina parece obedecer a una calculada estrategia de promoción: uno de sus perfumes se llama Latin Dance. En la página web oficial de la tenista se habla de «una nueva fragancia que hace bailar a los corazones». Puesta a hablar de lo que inspira sus creaciones, Gaby confiesa: «Quería capturar en un perfume la atmósfera seductora de los países del sur en un cálido y brillante día de verano: las miradas que tanto revelan, los encuentros fugaces, el juego crepitante entre hombre y mujer».
No podemos estar seguros de que Gaby haya conocido tal cosa como el «juego crepitante», pero podemos desearle suerte en esta o en otros fracasos sonoros emprendimientos. Lo merece, después de haber sido la tenista sudamericana más exitosa de toda la historia, de haber ganado un U. S. Open en 1990, de haber batallado palmo a palmo con la bestia de Steffi Graff y de haberle dado a su país, la Argentina, una medallísima de plata en los Juegos Olímpicos de Seúl 1988.
Martina Navratilova
Con un look en el que conviven la profesora de química y la agente de la Gestapo, Martina Navratilova supo despertar pasiones deportivas (y de las otras) a lo largo de la década del ochenta y más allá. Aguerrida, luchadora, mascoolina y potente, zarandeaba a sus rivales con iguales dosis de talento y actitud, siendo reina indiscutible de las canchas hasta que asomó sus mechas a mediados de los ochenta la imbatible Steffi Graf.
Martina Navratilova nació en la ex Checoslovaquia a mediados de los años cincuenta. Deportista precoz, empuñó la raqueta por primera vez a los cuatro y desde entonces no la soltó, obedeciendo la pulsión disciplinaria propia del bloque soviético. Navratilova fue la primera en una larga serie de ovas que conquistarían los primeros lugares del ranking de allí en más: se trataba, en el imaginario de la guerra fría, de derrotar deportivamente al capitalismo occidental, intentando demostrar así la superioridad de la civilización comunista. Como sabemos, el plan fracasó en su conjunto pero no en el afán de dominio deportivo: aún hoy, las y los tenistas rusos, checos, serbios, croatas y lituanos dominan el campo de juego con la batería de gestos glaciales que les es característica.
Martina entró en el tenis profesional a los diecinueve años, y desde el inicio su carrera provocó escándalos que iban más allá de lo deportivo. Primero estuvo su fuga de la madre patria: Navratilova cruzó raudamente la Cortina de Hierro y fue a refugiarse en el país que mejores posibilidades le ofrecía a su desarrollo deportivo. Pasó a ser ciudadana estadounidense en medio de un conflicto internacional y el cruce de varias acusaciones. Al poco tiempo, coming out público y nuevo escándalo por su desprejuiciado ejercicio del lesbianismo. Navratilova declaraba sin problemas que era lesbiana, que estaba en pareja con una mujer y que se sentía atraída por sus colegas. Pánico en los vestuarios. Erupción repentina de homofobia. Salvo las amigas de toda la vida, como la princesa americana del tenis, Chris Evert, muchas otras tenistas declararon sentirse perturbadas y alguna llegó a decir que jugar contra Navratilova era injusto porque era como jugar contra un hombre. Inconmovible, la Navratilova no paraba de ganar torneos y de quebrar récords: 9 consagraciones en Wimbledon, 3 en el Abierto de Australia, 2 en Roland Garros y 4 en el U. S. Open, para citar los más importantes de sus 177 títulos (ninguna tenista ha logrado igualarla hasta el momento).
En el pico de la navratilovamanía (la gente estaba tan cautivada por su volea de revés como por la evolución de sus relaciones amorosas), Martina publica su autobiografía Being Myself, en la que confiesa que de chica se sentía atraída por profesores de ambos sexos y que tuvo su primera relación homosexual a los dieciocho años. Fuera de las canchas, se destacó como escritora de libros de misterio (sic) en la década del noventa y como actriz en un episodio de la sitcom norteamericana Will & Grace. En la ficción, Navratilova volvía a relatar su despertar sexual y adjudicaba su lesbianismo a un affaire con la desopilante Karen a los veinte años de edad. También es una activista incansable a favor de los derechos de las personas GLTTBIX, los niños sin recursos y los animales. Desde hace unos años, puede vérsela preparando un saque en una serie de estampillas que le dedicó el gobierno de Paraguay.
Sergio Goycochea
La tribuna corea, altas las fiebres en una Italia hecha campo de juego. El estadio soporta una estampida general, que puntea con buen ritmo el palpitar de los jugadores. Suenan estridentes los árbitros, y el partido se detiene y luego sigue, y se detiene otra vez, y sigue. Trote, córner, alerta, cabezazos, botín, barro. Se ven el desgarro en las caras y el sudor sobre el césped. Rebota el balón sin rumbo, por aquí y allá, en huida breve, hasta ser engarzado en un paso de ballet bruto y dar en la meta. Una nación calla. ¡Catástrofe!
Tal era el escenario repetido tarde a tarde en el Mundial 1990. El país detenía su (contra)marcha: las clases se levantaban, se daba asueto, se comían uñas. Uno tras otro, los adversarios iban pasando. La Argentina permanecía. Partido a partido, la definición por penales era un capítulo de reality show en el que dos países se debatían en el terreno del azar deportivo. Sin embargo, un semidiós torcía siempre los destinos a nuestro favor, astuto centinela de su arco blanco. Cuádriceps, gemelos, gotas que caen sobre nalgas calientes; mientras en Italia Goycochea atajaba sin freno, aquí se aullaban sus triunfos.
El héroe de ese Mundial viviría, a su regreso, la realizada fantasía de muchas de sus compatriotas: la firma de ropa interior Eyelit lo contrató para sus campañas gráficas. Moreno, tonificado por el fútbol y la hinchada, Goycochea posó poderosamente en slip y desató un temblor hormonal y un verano pélvico que aún permanecen en el recuerdo, tanto o más que ese famoso torneo de pesadilla.