Pop

Madonna es el non plus ultra de la cultura pop, la figura más importante del mundo del espectáculo y la reina del planeta puto que habitamos con tanto placer a pesar de las resistencias que ya hemos puesto sobre la mesa. Ninguna artista ha hecho tanto por empujar las fronteras de la música pop hacia el mundo del arte, ninguna ha sido tan irreverente con las reglas que supuestamente la regulaban, ninguna ha abrevado tanto, en esta tarea titánica, en los recursos infinitos que le ofrecía la cultura gay. Cierto, Kylie es más comprometidamente maricona, pero justamente por eso nunca será tan grande como la Reina del Pop. La Minogue se comporta como bebedora insaciable de las fuentes originales de la cultura homo y les devuelve a los gays, en un perfecto juego de espejos, aquello que estaban buscando: un exceso de mujer, un estallido de femineidad, un festival de mohínes y delicadezas que dibujan la fantasía de fémina (o la fémina de fantasía) que la comunidad contiene como horizonte. Madonna, en cambio, siempre va más allá de lo que habíamos soñado, nos regala precisamente aquello que ni siquiera sabíamos que queríamos. La cultura gay para Madonna no es punto de llegada sino mero material, y en ese ninguneo imperial se eleva por sobre el común de las mortalas y nos conquista para siempre. Todo lo que hace, en suma, es una lección magistral en uso y abuso.

Pero vayamos a los datos. En sus más de veinticinco años de carrera dio a conocer once trabajos discográficos, ocho de los cuales fueron número uno en los Estados Unidos. Las ventas totales de sus discos superan ampliamente los 200 millones de copias. Es la artista norteamericana con mayor cantidad de discos de oro, con más de veintiséis singles. En 2008 fue incorporada al Rock and Roll Hall of Fame, honor que comparte con un selecto grupo de grandes de la música. Sus tours rompen récords de escándalos y de público año tras año. Habiendo despreciado las convenciones y la moral, desafía desde hace un tiempo las reglas del mercado superando los récords de ventas que ella misma va fijando. El Sticky and Sweet Tour, por caso, que la trajo a nuestro país, significó ganancias por venta de tickets que superan los 282 millones de dólares. Por si esto fuera poco, el periodismo suele incluirla al tope de sus rankings de artistas más influyentes y la academia norteamericana se ha hecho eco de su influencia duradera en la cultura popular creando una curiosa disciplina: los Madonna Studies, campo en el que se debate filosófica y críticamente sobre sus pasos artísticos, apuestas de género y demás yerbas. En 2006 una nueva especie de tardígrados (¿?), mejor conocidos como «osos de agua» (¿?), fue bautizada en homenaje a su legado: Echiniscus madonnae. A la hora de justificar tamaña osadía, los biólogos en cuestión adujeron que era para ellos un gran honor poder honrar el nombre de una de las artistas más importantes de todos los tiempos. ¡Para Mariah que lo mira por YouTube!

Rock

Dio Madonna sus primeros zarpazos en el mundo de la música con el grupo The Breakfast Club, que formaba con su por entonces novio Dan Gilroy. Tocaba la batería y la guitarra. Novio nuevo, banda nueva: crea Emmy junto a Stephen Bray, posterior colaborador de la temprana y exitosa Madonna solista.

Esta veta musical desaparecería una vez encumbrada Madonna como Reina del Pop (y de los putos, cuya afinidad con las pistas de baile es afortunadamente mucho mayor que con los pogos y el mosh), para ser retomada recién en el disco Music (2000) y en su gira correspondiente, Drowned World Tour (2001). En el primero de los casos, produjo un guiño a la cultura western norteamericana, guitarra acústica en mano; y en el segundo, aunque también aferrada a la guitarra, pasó algunas de sus canciones por un filtro de distorsión rockera, lo que dio por resultado un agresivo show con reminiscencias punk. «Candy Perfume Girl», tema ya de por sí ruidoso, se transformaba en un desgarro de riffs; bajo este mismo estilo versionaría, por ejemplo, «Ray of Light» y «I Love New York» (ambos impecables) en la gira Confessions, y dos años después «Borderline» (excelente) y «Hung Up» (un desperdicio) en el tour Sticky and Sweet.

Dance

Se sabe. Y se ha repetido hasta el cansancio: Madonna no hace sino tomar buenas ideas del under y pasteurizarlas para su consumo masivo de acuerdo con el formato más sexy del pop. Esta suerte de vampirismo cultural aparece bien temprano en su carrera, más temprano que nada, de hecho, desde que la Ciccone elabora sus primeros singles succionando la agitada energía de los clubes neoyorquinos de los primeros ochenta. Es en ese dancefloor que está dejando atrás la música disco y comenzando a coquetear con el house y el techno que Madonna comprende que el futuro del pop tendrá bases rítmicas dance o no será nada. Así nacen «Everybody», «Burning Up» y «Holiday», las primeras joyas, primitivas pero muy prometedoras. En los videos, Madonna aparece rodeada de sus amigos bailarines, los mismos con quienes compartía noches de descontrol y furor, los mismos que la acompañaban a Danceteria y otros antros espectaculares, donde, por supuesto, la concurrencia gay era numerosa y determinante. Fue allí, bailando entre amigas y amigas, contoneándose frente a un parlante o acariciando la cabina del DJ, aclamada como pequeña reina de las pistas por el cotorreo de turno, que Madonna empezó a perfilarse como lo que sería: una bailarina genial, dotada de una intuición perfecta para capturar ritmos y tendencias, y sin prejuicio alguno a la hora de hacer uso de lo que le parecía hot.

Madonna, su álbum debut, fue un exitazo que envió a todas las ondas radiales del mundo el pulso innovador de la noche neoyorquina. Ese comienzo marcaría una tendencia y escribiría una ley: nunca sería tan exitosa la Reina del Pop como cuando revisitara sus raíces dance. La trolada grita extasiada cuando se da esta vuelta a la pista y sus indicaciones de estilo. Sin embargo, pasarían años antes de que Madonna volviera a sumergirse de lleno en el corazón del dance, cosa que hace con su genialísimo Ray of Light, disco que la muestra encarnando a una diosa trance con pretensiones new age. Filosofía barata a un lado, ese disco sigue siendo uno de sus más consistentes, plagado de temazos para bailar hasta desfallecer como «Ray of Light», «Nothing Really Matters» y «Sky Fits Heaven».

Music, de 2000, muestra un costado más cool y funky pero igualmente bailable, algo evidente en el single que le da título al disco y en la impecable «Impressive Instant». Su último regreso con gloria también tuvo que ver con el baile: «Hung Up», de 2005, se convirtió en uno de los singles más exitosos de su entera carrera. Curiosamente, el track se sostiene sobre un esqueleto musical pre Madonna en términos de música bailable. En efecto, el «Gimme! Gimme! Gimme!» de ABBA, representa históricamente el tipo de ritmo que la cantante norteamericana viene a destronar en sus comienzos. Madonna se hace popular en los primerísimos ochenta porque trae algo nuevo, superador de las remanidas fórmulas de la música disco que ABBA seguía explotando… Poco importa. Es impensable que algo como la coherencia histórica vaya a detener a la Reina del Pop en su carrera de apropiaciones, reinvenciones y autosuperaciones. Por otro lado, ese estribillo nos hace bailar como locas. Y eso es lo que cuenta.

Personaje histórico

Supo sacar ventaja de una de las comparaciones más recurrentes de sus primeros años de carrera: la que se hacía entre ella y la sex symbol Marilyn Monroe. Rubias, voluptuosas, sugerentes, hasta levemente parecidas, ambas hicieron lo suyo para conquistar las fantasías de la audiencia. Como remate, y en un homenaje que sólo ella podía llevar a cabo con éxito, Madonna fue la Marilyn de Los caballeros las prefieren rubias en el clip de «Material Girl», decorada por un séquito de galanes que hacían llover sobre ella una cascada de joyas.

Años más tarde llegaría un momento crucial con el rol de Evita, en medio de un furor mundial que incluyó líneas de make-up inspiradas en el film homónimo y una serie de apariciones públicas en las que, por look y prestancia, Madonna demostró estar al menos un poco poseída por el espíritu de la líder popular argentina. Años más tarde daría nuevo significado a algunas estrofas del superclásico «Don’t Cry for Me, Argentina», al que se le animó casi a capella en los cuatro shows que dio en 2008 en Buenos Aires. Los trolos presentes, repentinamente contagiados de una fatídica fiebre futbolera, coreaban «¡Ar-gen-tina! ¡Ar-gen-tina!» como si se tratase de un partido o de una manifestación nacionalista. Inaudito.

Raras

El vampirismo insaciable de Madonna no ha dejado títere con cabeza. Prácticamente no hay artista arriesgado cercano a la fusión del pop y el dance que no haya sido cortejado por la gran diva, que no haya recibido su oferta de colaboración y coescritura, oferta que en muchos casos ha sido equivalente a un tremebundo beso de la muerte. En los comienzos, las raras que rodeaban a Madonna no estaban tan alejadas de su propia elipsis: eran las DJs, bailarinas y estilistas que sudaban musculosas en los clubes de onda, noche a noche, junto con ella. Pero más adelante, cuando la vida de estrella la alejó de lo que sucedía en las pistas y en los laboratorios de futuridad más aventureros, mostró verdadera desesperación voraz ante el menor atisbo cool que se produjera en cualquier sucucho del más recóndito under metropolitano.

Primero fueron las voguers las que debieron «sufrir» su invitación: Madonna codificó todo un video, acaso su video más imitado y legendario, inspirándose en los combates de coreo que se desarrollaban en los sótanos del Harlem neoyorquino (véase pág. 316). Por ese entonces, también coqueteó con la estética de los clubes S&M perdidos por las calles más oscuras de Los Ángeles (éstos le regalarían a la diva toda una imaginería apocalíptica pero fiestera para el videazo de «Deeper & Deeper»). Años más tarde escuchó hablar de una tal Bjork, la vio aturdir de rareza en sus primeros videos y se propuso seducirla al instante. Corría 1993, el año más exitoso y explosivo en la carrera de la extravagante islandesa. Madonna les pide a Bjork y a su productor Nellee Hooper que le escriban una canción. Bjork produce en cuestión de segundos la intensísima y submarina «Bedtime Story», que Madonna adora a más no poder, al punto de que decide utilizar su título pluralizado como nombre del álbum. Llama por teléfono al agente de la islandesa y le propone que canten la canción a dúo. Bjork lo medita y declina la oferta. «La escribí pensando que la cantaría ella. Simplemente me parecía que no era lo correcto poner allí mi voz». Primer desplante. Madonna, impretérrita, sigue adelante con sus planes y le encarga el loquísimo video de la canción en cuestión al oscuro de Mark Romanek. Nuevo casting de rara: la diva canta aspirando sutilmente al tono élfico de Bjork, se disfraza de «moderna» (nave espacial y alusiones al futuro incluidas) y se dedica a explorar su inconsciente, obedeciendo la orden principal del tema, anticipando las escenas más voladas de la película La celda. Hay palomas que salen del estómago de la diva, ojos que se multiplican, espejos que sostienen caras y extrañas habitaciones que guardan hombres lúgubres. En suma, la Madonna menos conectada con el mainstream que vayamos a ver en años. Eso sí, no tan desconectada como para ser bienvenida por Bjork, quien la vuelve a rechazar cuando Ciccone la llama diciéndole que quiere encontrarse con ella. Bjork rechaza el convite y años más tarde declara que no tiene problemas con Madonna, que le gustaría conocerla, pero que no quisiera un encuentro formal, con managers y agentes, sino un encuentro casual, acaso en un bar, las dos borrachas y diciendo cualquier cosa. Hasta ahora el encuentro no se produjo.

La lista de raras no se detuvo ahí. Ray of Light la vio unir fuerzas con el mago de la electrónica William Orbit, unión que le permitió volver a los primeros puestos después de años de intentos infructuosos. La música que produjeron juntos no era pop y tampoco era dance: se sostenía en una delicada frontera que hizo delirar a sus fans, pero también a aquellos que todavía no podían verla ni en figuritas. Con este disco y esta colaboración Madonna se ganó el respeto de los más serios seguidores de la música dance y empezó a ser considerada en ciertas zonas del undeground. Esta buena racha continuaría en Music, disco en el que la rara en cuestión es la arábiga Mirwais, francés cultor de un electro pop que tiene algo de Daft Punk y algo de Serge Gainsbourg. Con él Ciccone compuso sus temas más rítmicos en décadas y logró encender las pistas con una electrónica que se alejaba de la frialdad del trance y el techno para abrazar los costados más futuristas del funk.

Uno de los últimos casos de vampirismo no incluyó a una rara pero sí una rareza: el afamado beso en la boca con Britney Spears durante los premios MTV de 2003 significó unos meses de publicidad para ambas pero un claro retroceso en la carrera de la princesa pop, quien a partir de ese beso empezó a vivir un claro declive. Las más esotéricas dicen que Madonna acertó a robarle todas sus energías vitales en ese intercambio, quedándose con algo de la energía de la joven y dejándola sin rumbo, algo que se comprobaría en los años que seguirían al episodio en cuestión (véase pág. 21).

De rara original a compradora de extravagancias por eBay, Madonna siempre ha sabido utilizar el encanto de todo lo que se aleja de la norma.

Madonna

Es su nombre el modo de nombrar a la mismísima Virgen, y también el de su madre; como una figura divina del arte, parece abarcarlo todo en su omnipresencia musical. Su origen italiano se hace carne cada vez que alguien la llama redoblando el sonido de la «n», como en Italia lo harían, convirtiendo así a esa última letra «a» en un suspiro corto. No hay caso: la lengua del Dante erotiza.

Ahora bien, podría decirse sin exagerar que ha sido ese mismo nombre lo único que no ha permutado a lo largo de su carrera. No han podido mantenerse en pie managers, colores de pelo, novias, maridos, religiones, estilos ni ninguna otra cosa. El maremoto Madonna, cada tanto, arrasa con lo que a su paso encuentra y devuelve una tierra renovada, una costa desconocida y lista para que el mundo la explore. Piénsese en los primeros looks, mitad punk mitad discoteca, craneados por la estilista Maripol; en la stripper de «Open Your Heart» o la frescura playera de «Cherish»; en el flamenco vía Harlem de «La isla bonita»; en la comandanta feroz de «Express Yourself»; en el ambiguo y provocador juego de roles e inversión de estereotipos genéricos en «Justify My Love» y «Erotica»; en el escándalo a la Marie Antoinette en la performance impecable para MTV de «Vogue»; en la elegancia soberbia de «Rain» o la tragedia y las corridas de toros en «Take a Bow»; en Evita; en la geisha plástica de «Nothing Really Matters»; en la cowboy de «Music» y «Don’t Tell Me»; en la guerrillera de «American Life»; en la jovial bailarina y patinadora etapa «Confessions…»; en la hip hopera glam de «Hard Candy».

Tanto cambio, tanto vestido metido en el baúl, merecía una miradita interesante por parte de la artista. Se tomó entonces el pelo y tituló su gira de 2004 Re-invention Tour, en alusión a su urgencia por dejar atrás el por entonces sonado (e injusto) fracaso de su álbum American Life. Dos giras después, la reinvención implicaría una batalla con todas las Madonnas de la historia, incluso la actual en ese momento. Para el tema «She’s Not Me», los mil y un looks de la diva se suceden en flashes de medio segundo al compás del beat. Mientras tanto, suben a escena cuatro bailarinas que personifican a las Madonnas etapa «Material Girl», «Open Your Heart», «Vogue» y «Like a Virgin» en cada caso, a las que la Madonna de cuerpo presente va poniendo en ridículo. A una le da un beso francés; a otra le roba la peluca y luego la ahorca. Asesina de sí misma, no detiene su evolución.

Performer

Desde un comienzo, los MTV Video Music Awards fueron para Madonna plataforma de promoción y excusa para entregarse al escándalo y la provocación. En ese escenario produjo una serie de momentos que transformarían la historia de la performance para siempre jamás. Porque, hay que subrayarlo, Madonna no será una cantante eximia ni una actriz deslumbrante, pero como performer no hay quien la supere. Cuando sale a escena su cuerpo diminuto es superficie de convulsiones, jadeos, revoleo de peluca, combustión de muslos y glúteos, arqueo al infinito de pestañas, miradas malignas y toda una batería de microacontecimientos que dejan a su público extasiado, en llamas, reclamando más y más. Saboreemos algunas de estas joyas del pasado:

  • Año 1984: primera entrega de los premios MTV. Madonna interpreta su hitazo «Like a Virgin» enfundada en blanquísimo vestido de novia al que se le ve un poquito demasiado el sostén. Lleva por sobre el inmaculado vestido un cinturonazo que reza en letras enormes BOY TOY (algo así como «juguete sexual») y multiplicación de pañuelos, aros y crucifijos. En el momento climático de la interpretación, se tira al piso y empieza a dar vueltas y vueltas produciendo una fantasía de tules que apenas puede ocultar sus insinuaciones sexuales y gestos obscenos. Escándalo total. Al otro día fue tapa de todos los diarios de Norteamérica.
  • Año 1990 Madonna da la que quizá sea la performance más espectacular de la historia de MTV cuando decide interpretar su single «Vogue» recreando una fiesta en el Versalles de María Antonieta. Producida como reina absoluta, con peluquísima y maquillaje blanco-cocaína, rodeada de bailarines dispuestos a quebrar la muñeca a su primera indicación, Madonna se pasea por el escenario mezclando lo guarro (se levanta la abundante falda para mostrar sus enaguas, se deja practicar sexo oral y masajear los senos) con lo refinadísimo (abaniquea como marquesa de Las relaciones peligrosas; se mira en el espejo con gracia infinita; mueve las manos como si comandara un ballet de sílfides). Fantasía digna de los sueños más perversos del Marqués de Sade.
  • Año 2003: Para conmemorar los veinte años de la cadena de música, Madonna ordena a sus sucesoras Britney y Christina que la ayuden a interpretar el original «Like a Virgin». Claro que para producir un shock similar al original había que añadir nuevos efectos: las dos jóvenes juegan a las esposas de estreno mientras que Madonna aparece como novio de la torta, en estricto smoking a la Dietrich, las seduce y les estampa un besazo con lengua. La coreo termina con todas bailando alocadas y Missy Elliott, la tortona más quente del hip hop, rapeando sobre la base de «Hollywood». Delirio y alegría.

Films

  • Shanghai Surprise (1986): desastre.
  • Who’s That Girl? (1987): un espanto.
  • Dick Tracy (1990): apenas aceptable. Al menos hace de femme fatale y villana encubierta.
  • A League of Their Own (1992): Tom Hanks + Rosie O’Donnell = suicidio.
  • Body of Evidence (1992): mala copia de Bajos instintos.
  • The Next Best Thing (2000): papelón. Rupert Everett, al cadalso.
  • Swept Away (2002): para prender fuego el cine en un acto de justicia popular. Por suerte le estropeó la carrera al marido.

Intérprete cinematográfica

La gran cantidad de lauros obtenidos por Madonna en el reino de la música no ha tenido una contraparte digna en el mundo de la actuación. Sucesivamente se la ha tildado de dura, insensible, madera y demás calificativos (ver el rubro inmediatamente precedente). Las únicas excepciones a esta militancia en el error interpretativo y la insensibilidad escénica son sus dos obras cumbre: Buscando desesperadamente a Susan (1985), y Evita (1996).

El primer film halló a Madonna en su primera cima de popularidad. Llegó a los cines justo cuando la madonna-manía alcanzaba su pico de influencia mimética: miles y miles de adolescentes se vestían como ella, imitando ese primer acierto de look: la superposición de encajes y géneros baratos, el uso de calzas por debajo de la mini, la profusión de crucifijos, el maquillaje exagerado, el pañuelito coronando la testa desteñidísima… Las fotos que muestran el movimiento del público asistente no dejan lugar a dudas: Madonna había producido una amplia gama de copias, todas queriendo parecerse del modo más aproximado posible a la gran diva. A pesar de su carácter de hito teen, el film cosechó buenísimas críticas para la cantante. Se habló, y se habla, de su performance fresca y vital, sensible respecto de los distintos matices que adquieren el desenfado y la arrogancia juvenil. Claro, el personaje que le tocó interpretar de alguna manera le estaba destinado: era Susan, una cool y misteriosa muchacha neoyorquina que pasaba sus noches en los clubes de onda, disfrutando al máximo de las alternativas de la bohemia que reinaba en el bajo Manhattan. Esa chica, por supuesto, era ella misma. Recordemos que Madonna había salido de ese mismo ambiente, y aclaremos que algunas escenas de dancing fueron filmadas en la mismísima Danceteria que la diva había sabido dominar con su encanto. La película, entonces, dependía tanto del carisma de Madonna como de la comercialización de las zonas más arriesgadas pero distintivas de la cultura neoyorquina. Madonna era el estandarte perfecto de todo ese movimiento. A su lado estaba una convincente Rosanna Arquette, que hacía lo que podía para sobrevivir frente al terremoto de popularidad de la cantante. Su personaje, Roberta, era sin embargo el principal: un ama de casa suburbana que al no tener algo así como una «vida propia» buscaba fascinada la ocasión de conocer a la misteriosa Susan, cuyas aventuras seguía a través de los avisos clasificados del periódico. El encuentro entre ambas genera cruces impensables, escenas de transformación camaleónica, confusiones, amnesias y demás enredos de comedia romántica. Todo bajo el ritmo de hits tempranos de Madonna como «Into the Groove», cuyo video está armado como un collage de escenas.

Evita, en cambio, no encontró a Madonna en un pico sino en un bajón creativo y artístico del que la película la ayudaría a salir. Durante años buscó quedarse con un papel que también le estaba especialmente escrito: la historia de una joven de orígenes humildes, que gracias a su ambición y empeño llega a dirigir un país y a comandar espiritualmente un movimiento social, todo sin dejar de lado los mejores outfits de Dior. Por si eso no fuera suficiente, se trataba de un musical, género que le permitiría desplegar su clase peculiar de histrionismo, poco amiga de profundas composiciones de personaje y largos parlamentos. Eva era el personaje perfecto para una Madonna que siempre había sabido cómo emocionar desde el baile, el gesto conmovido o intenso y el silabeo de la canción. Y fue un triunfo. Por primera vez fue premiada en su país natal con un galardón de la industria (el Golden Globe) y recibió las mejores críticas de toda su carrera. Para prepararse para el rol además tuvo que tomar lecciones de canto más propias de cantante de ópera, lo que le permitió ampliar su gama vocal y llegar a notas impensadas en la etapa chillido de «Lucky Star». Ah, la filmación de la peli coincidió además con su primer embarazo, el que traería al mundo a nuestra mesías, Lourdes Leon.

Intensísima de la pantalla grande

¡Ay, mami, mami! ¡Cómo te gusta el drama! No te hagás la tonta. El video de «Frozen» es clara prueba de ello. La contrataste a la Chris Cunningham, famosa por lo oscuro de sus propuestas, y te fuiste a filmar al desierto, filtrada en jade y humo. Todos sabemos, además, que cuando te teñís de negro es que te volviste loca algo serio ocurre. En ese caso se trataba de la letra del tema, tan épica y sentenciosa, mezcla de súplica y desdén. Sos tremenda. ¿Hacía falta multiplicarte sobre el final, como espejada en el gélido aire de la noche árida? ¿O en miles de cuervos que brotan oscuros cuando tu túnica se hace añicos contra la tierra cuarteada y seca hace eras? ¿Y esos doberman del Averno? ¿Y esos tatuajes de henna, fantasía enyoguizante que toda fan podía tener al alcance de la mano con sólo obtener el kit promocional para confeccionarlos que repartiste al salir «Ray of Light» a la venta?

Tampoco te quedaste atrás cuando organizaste el casamiento con la Guy Ritchie en 2000. Un castillo en Escocia alquilado para la ocasión; invitados a los que se hospedaba durante varios días y con los que se llevaban a cabo actividades recreativas; un vestidazo de Stella McCartney (la Gaultier, odiadísima); fotos de la boda por Jean-Baptiste Mondino; banquetes sin fin. Lo que más nos impactó fue verte, cuando se filtraron algunas imágenes de la ceremonia, ataviada como las novias de antes, pura tradición y protocolo, rematada tu grandeza con una lujosa corona, que mucho decía sobre tu lugar en el firmamento pop y, más que nada, sobre tu situación de pareja.

Directora

Es ésta la última encarnación «seria» de la madre de todas las homosexualas, y según sus dichos en distintas entrevistas estamos en serios problemas. Sí, Madonna se propone seguir el camino de la directriz, argumentando que cuando era intérprete se sentía dominada por las órdenes del director y que en realidad es este último el único que termina canalizando su visión en el producto filmado. Con esta meta en mente filmó dos bodriazos con aspiraciones que tuvieron un triste paso por los festivales de Berlín y Cannes.

Primero, tuvimos que tolerar su faceta creativa en Filth and Wisdom, la historia de tres losers con «sueños» de triunfo y de mejorar el mundo. Uno de los actores es el líder de la banda Gogol Bordello, con la que la Ciccone intimó desde entonces, llegando a incluir gitanismos en su último show. Tan luego, un documental escrito y producido por ella y dirigido por su jardinero sobre Malawi, el país del que son originarios Davis y Mercy, sus hijos adoptivos. Este bodrio Esta peli «para pensar» lleva como título I Am Because We Are y retrata la difícil situación del país africano, en el que millones de niños pierden a sus padres a causa del hambre y de la pandemia del sida. El film resulta altamente emotivo porque cruza la voluntad de documentar con la personalísima relación que la diva ahora tiene con ese país.

TV

La relación de Madonna con la TV se define en sus ya legendarios videoclips. Aquí los más salientes:

  • «Papa Don’t Preach». (James Foley, 1986): Madonna desobedece a papito y ensaya una letra que bien podría interpretarse como la defensa de una relación amorosa o como la de un embarazo que ella se niega a terminar. La estampa más famosa de los ochenta, Italians do it better (los italianos lo hacen mejor), hace su aparición estelar en una de las remeritas de la cantante.
  • «Like a Prayer». (Mary Lambert, 1989): primera controversia a nivel mundial. Arden cruces en el campo; Madonna ama a un santo negro; le salen estigmas en las manos; Pepsi cancela un contrato millonario con la estrella debido al escándalo. El éxtasis místico se parece al sexual y, por qué no, al de las pistas de baile.
  • «Vogue». (David Fincher, 1990): la coreo más famosa de la historia y una Madonna muy años treinta, pura sensualidad y ronroneo. La puesta consiste en una versión del estilo art déco de aquella década, aprovechando una enorme gama de contraluces propios de la cinematografía en blanco y negro.
  • «Justify My Love». (Jean-Baptiste Mondino, 1990): prostitución de alta gama y promiscuidad de toda índole. Cada puerta del hotel que Madonna visita propone nuevas variantes de sometimiento, erotismo y morbo.
  • Aplausos para el bruto de Tony Ward en slip metalizado. ¡Ah!, obviamente generó enorme revuelo y fue prohibido en casi todos lados.
  • «Deeper and Deeper». (Bobby Woods, 1992): la Factory de Warhol, reversionada en este homenaje que muestra una buena noche de fiesta. Hay un descapotable, una peluca afro rubia y globos, globos, globos.
  • «Human Nature». (Jean-Baptiste Mondino, 1995): Madonna les responde a los medios, aún sonrojados por el libro Sex, del 92, subrayando el tono irónico de la letra al enfundarse ella y su troupe de baile en trajes negros bondage.
  • «Ray of Light». (Jonas Akerlund, 1998): en frenética edición, la vida actual es proyectada como fondo de una Madonna sorprendentemente juvenil, sobre todo después de la oscuridad opresiva del desértico clip de «Frozen». Y de un embarazo que no hizo mella en sus abdominales de granito.
  • «Hung Up». (Johan Renck, 2005): el esperado retorno a las pistas de su santa madre y protectora total. Mienten las que afirman no haber quedado tiesas cuando vieron a Madonna elongando en malla enteriza rosa y taquitos al son del sampleo de ABBA.

Arte

En una recordada entrevista para un medio inglés la periodista deja constancia de su sorpresa ante la abundancia de obras de arte en la casa de la entrevistada. Muda: los Kahlo que se agolpan en la oficina no son nada comparados con los seis o siete cuadros que engalanan la cocina y el lavadero de una de sus mansiones. Sí, Madonna es adicta al arte y coleccionista de primera línea; tanto es así que su hija Lourdes se volvió devota de Picasso gracias a que frecuenta en vivo y en directo los lienzos del genio español. Esta devoción por el arte no se circunscribe a la esfera del consumo, como bien saben sus fans. Al margen de que todo lo que ella hace puede ser considerado «arte» (¿pop art?), Madonna ha realizado al menos una incursión que merece llevar ese título sin comillas. Nos referimos, por supuesto, al imprescindible libro Sex, que la reina sacó como acompañante caliente de su disquísimo Erotica (muy mal recibido y poco comprado, sigue siendo uno de sus mejores trabajos).

El libro se proponía llevar al plano de lo real y lo posible todas o casi todas las fantasías eróticas de una Madonna cada vez más decidida a escandalizar y a calentar. En sus páginas, lujosamente diseñadas e impresas, pueden verse impactantes fotografías de Steven Meisel en las que la cantante se entrega a todo tipo de aventuras y audacias. Intercambia besos de lengua con Naomi Campbell e Isabella Rossellini en una playa; pasea desnuda por las calles de Los Ángeles; explora las posibilidades más duras del sadomasoquismo; juega a la stripper, a la puta y a la travesti, y mucho, mucho más. El libro causó furiosas reacciones en los Estados Unidos y marcó el comienzo del primer backlash contra la cantante. Grupos religiosos intentaron prohibir su distribución y muchas cadenas de libros se negaron a venderlo. Pese a todo, el libro causó inmensa curiosidad y se agotó en pocos meses, llegando a vender dos millones de copias. Nunca reimpreso, Sex es hoy prácticamente inconseguible y su precio en Amazon o eBay puede superar los 300 dólares. No es para menos: se trata de una verdadera joya del arte erótico y del documento de la etapa más oscura e impredecible de la cantante.

Filosofía y letras

El estudio de la Kabbalah ocupa a Madonna desde finales de los noventa, y en parte gracias a ella ha surgido como una nueva fe en el siglo XXI. Con una doctrina basada en el perdón y la piedad, más y más famosos se han unido a este culto, como Demi Moore y Britney Spears (que lo abandonó luego de unos años). La cinta roja usada en la muñeca, que durante décadas combatió la envidia, es hoy símbolo de kabbalismo. Madonna llegó a estar tan compenetrada con las enseñanzas de esta doctrina que barajó la posibilidad de cambiar su nombre por el más bíblico y aburrido Esther. Asimismo, colabora económica y humanamente con el Kabbalah Centre de Los Ángeles, California.

En su tema «Isaac», de 2005, reinterpreta una enseñanza de la Kabbalah al ritmo del techno pop y del canto de un rabino del mismo nombre. Otros conceptos vertidos por esa religión aparecen adaptados al gusto infantil en una serie de libros para niños, editados con enorme suceso desde 2003 y cuya primera entrega se llamó The English Roses.

Tan místico como éstos, aunque basado en un credo levemente distinto, fue el mentado libro Sex, que al momento de su publicación causó escándalo internacional y estigmatizó a Madonna como una mujer dispuesta a cualquier cosa con tal de vender y generar publicidad (incluso de hacer pública su intimidad y de ventilar sus affaires bisexuales).

Haciendo un paneo por las canciones de Madonna, ciérrese esta sección con una letra escogida, injusta representante de la vasta carrera de la cantautora pero no por eso poco digna: la encantadora «Drowned World / Substitute for Love», canción que abre su disco Ray of Light.

I traded fame for love

Without a second thought

It all became a silly a game

Some things cannot be bought

I got exactly what I asked for

Wanted it so badly

Running, rushing back for more

I suffered fools so gladly

And now I find

I’ve changed my mind

[Chorus:]

The face of you

My substitute for love

My substitute for love

Should I wait for you

My substitute for love

My substitute for love

I traveled round the world

Looking for a home

I found myself in crowded rooms

Feeling so alone

I had so many lovers

Who settled for the thrill

Of basking in my spotlight

I never felt so happy

[Chorus]

Mmmmm, ooohhh, mmmmm

Famous faces, far off places

Trinkets I can buy

No handsome stranger, heady danger

Drug that I can try

No ferris wheel, no heart to steal

No laughter in the dark

No one-night stand, no far-off land

No fire that I can spark

Mmmmm, mmmmm

[Chorus]

Now I find I’ve changed my mind

This is my religion.

Cambié fama por amor

Sin pensarlo dos veces

Todo se convirtió en un tonto juego

Ciertas cosas no pueden comprarse

Obtuve exactamente lo que había pedido

Lo necesitaba tanto

Corriendo, apurada por conseguir más

Soporté con gusto a los tontos

Y ahora descubro

Que he cambiado de parecer

(Estribillo).

Tu rostro

Mi sustituto para el amor

Mi sustituto para el amor

¿Debería esperarte?

Mi sustituto para el amor

Mi sustituto para el amor

Viajé alrededor del mundo

Buscando un hogar

Me encontré en habitaciones repletas de gente

Sintiéndome tan sola

Tuve tantos amantes

Que me acompañaban por lo excitante

De disfrutar de mi fama

Nunca me sentí tan feliz

(Repite estribillo).

Mmmmm, ooohhh, mmmmm

Rostros famosos, lugares lejanos,

Baratijas por comprar

Ningún apuesto hermoso, emocionante peligro

Droga por probar

Ninguna vuelta al mundo ni corazón por robar

Ninguna risa en la oscuridad

Ninguna relación ocasional ni tierra remota

Ningún fuego por encender

Mmmmm, mmmmm

(Repite estribillo).

Ahora descubro que he cambiado de parecer

Ésta es mi religión.

Escrita por Madonna, William Orbit, Rod McKuen, Anita Kerr y David Collins.

Moda

Lecciones de estilo en nueve pasos, dictadas por una de las trendsetters más influyentes de todos los tiempos:

  • Año 1983: superposición de texturas, corpiños sobre remeras, blanco sobre blanco, mucho encaje, a veces panza al aire, musculosas de red, calzas bajo la mini, botitas, selva amazónica de crucifijos, colgantes y collarcitos (Givenchy repetiría este estilo para su colección de alta costura Primavera 08), algún que otro rosario, pañuelísimos en la cabeza, maquillaje audaz pero que no se corre de lo «natural»… Éste es el look original de Madonna, aquel por el que se hizo conocida en el mundo e imitada hasta el hartazgo. Es mezcla de las intuiciones autónomas de Madonna, de las exploraciones en estilo que buscaban impactar en los clubes de Manhattan y de la mano diestra de Maripol, su primera estilista y responsable de este look temprano.
  • Año 1986: melena corta rubísima, cejas hipernegras, labios carmín, calzas ajustadas y top sugerente, todo de negro: es la Madonna de la era True Blue, icónica en el videazo de «Open Your Heart», que la tiene interpretando a una bailarina de bar de señores. El momento fue inmortalizado por Herb Ritts para la tapa del disco (una foto de la testa dorada de mami apoyada contra un muro, sensual cuello de garza en primer plano) y es recordado principalmente por la pequeña telenovela de «Papa Don’t Preach», en el que la melenita es acompañada por jeans amplios y remera a rayas onda Picasso.
  • Año 1989 morena de pelo largo, crucifijos más grandes y más claramente sexualizados, lluvia de colores en blusas y faldas, cierto aire latino, probablemente como efecto del catolicismo hot de la etapa Like a Prayer.
  • Año 1990: años treinta, alto glamour del Hollywood dorado, peluca rubia à la Marilyn, gestos de diva llevados al paroxismo, vestidos larguísimos en decenas de alfombras rojas. La Madonna más clásica y sensual en términos tranquilizadores, algo que se puede ver en «Vogue» y en la interpretación en los Oscars de «Sooner or Later», con boa de plumas, vestido nacarado y guantes blancos salpicados con joyas y diamantes.
  • Año 1994: momento «alternativo»; piercings, pelo blanco, cejas intervenidas, algún toque gótico. La tapa de Bedtime Stories es testigo de esta transformación así como un coleccionable photoshoot con la siempre sensualizante Ellen von Unwerth, en el que se ve a la diva maquilladísima en una decadente habitación de telo de lujo. La Madonna más sucia.
  • Año 1998: hippie chic para su primera etapa espiritual. Toques hindúes en el atuendo y tatoos de henna en las manos, inscripciones en sánscrito incluidas. Nueva luminosidad en los ojos. Una Madonna serena y madura, con largos bucles color miel.
  • Año 2000: Americanismo. Music la sumerge en una exploración de la cultura yanqui profunda, con distintos tipos de camisas de tafetán, sombreros de ala ancha rebosantes de accesorios, botas de cuero finísimo y jeans patas de elefante. Por esos años empieza a usar las remeritas con nombres de artistas «rivales» estampados en el pecho: «Britney Spears», «Kylie Minogue», etc. El look es reproducido en toda maricoteca que se precie, y el paisaje de la pista empieza a poblarse de falsos cowboys. La melena de la diva está más corta y un poco más rubia.
  • Año 2003: Cheguevarismo. Curte una mezcla de onda militar camuflada y onda francesa del Montmartre parisino. Nunca se entiende si la boina negra es combativa o chic (probablemente ambas cosas). Aparece en la tele repetidas veces con pelo renegrido que no la favorece (el rictus se marca peligrosamente), remerita Picasso ajustada, pantalones palazzo y muy pocas joyas. Elegancia que no conmueve.
  • Año 2005: ¡Disco queen! Al fin. La trolada grita extasiada cuando se da esta vuelta a la pista y sus indicaciones de estilo. Melena rojísima, flequillo peinado para el costado, maquillaje en sincro con las luces de la disco, blusas amplias que la dejan menearse sin transpirar, taquérrimos, calzas estridentes con culotte a tono, camperas Gucci de motoquera soft, cinturones de lentejuelas, vinchas y diamantes. Un triunfo absoluto para acompañar la salida del discazo Confessions on a Dance Floor. El tour homónimo seguiría dando cátedra con uniformes de institutriza de equitación pergeñados por Gaultier, mallas enterizas incendiadas en brillantina y camisolas púrpura con botas de caña hasta la cintura.

Deportes

Es antológica la devoción que Madonna profesa a su cuerpo. Horas de gimnasia, estiramiento y demás rutinas la mantienen como a los quince, o más bien a los siete, en una mejoría corporal y física constante que desafía la ley de gravedad y la lógica del paso del tiempo. Ya lo dijo en «American Life»: «I do yoga and pilates / and the room is full of hot-ties» («hago yoga y pilates / y el salón está repleto de chongos»). Vida sana al extremo, comida estrictamente macrobiótica para toda la familia (dicen que la Ritchie citó esto como uno de los motivos del divorcio), casi nada de alcohol, cero drogas.

La relación con el deporte es permanente e impacta en más de un ámbito de su vida. Carlos Leon, por caso, fue primero su personal trainer, luego su novio y finalmente el padre de su hija Lourdes. Ya casada con Guy Ritchie, instaló en casa a su entrenadora del momento, con quien se ejercitaba varias horas al día en un gym construido especialmente en una propiedad aledaña. En las giras exige tener un personal y un masajista, y hace instalar en cada destino una cantidad de aparatos y estructuras en los que realiza series de resistencia y estiramiento muscular. Nunca basta.

Miscelánea

Catolicismo + Latinaje = Lourdes Leon

Es imposible saber si fueron los chongos o su temprana fe católica, pero por alguno de estos dos canales, probablemente por ambos, Madonna llegó a sostener una relación intensa con la cultura latina (o con su fantasía respecto de lo que esa cultura es y puede ser). «La isla bonita» podría ser una declaración de amor a Puerto Rico, o al Puerto Rico intenso que contiene la ciudad de Nueva York. Allí Madonna juega a la flamenca, a la gitana, a la mami de barrio, también a la rubia seducida por el calor del latinaje. El disco Like a Prayer está cruzado de «Like» a «Prayer» por cierta sensualidad latina que en su cabeza calenturienta parece estar mezclada con el catolicismo. Cada vez que es católica Madonna es latina (dicho de otra manera, cada vez que se calienta piensa en Dios). «Deeper and Deeper», de Erotica, sufre en su parte culminante un ataque de españolismo que te deja tiesa en la pista. «Take a Bow» cuenta su historia de amor con un torero, volviendo a zurcir la alianza entre sentimentalidad profunda y corazón hispano. Evita la muestra encarnando a la mayor líder femenina latinoamericana, bailando tangos y balbuceando en español. La balatonta «You’ll See» tiene su versión en castellano firmada por el Paz Martínez (¡!) y se intitula «Verás» (un bochorno). Mientras surfea esta ola de calor y sabor Madonna entrena. Su personal, como ya se dijo, es un papi latino de proporciones, el cubano-americano Carlos Leon. La prensa los persigue mientras corren por el Central Park o cuando se detienen frente a un árbol a tomar agua. Leon la seduce en cuestión de minutos. Madonna cae rendidísima a sus pies. Decide traer al mundo al mesías y queda embarazada, previas pruebas múltiples sobre los genes del muchacho, que será 100% latino pero andá a saber qué trae en su sangre. A los nueve meses nace la gran esperanza de la comunidad gay: Lourdes Leon. Lola, como suele llamársela, representa la posibilidad de un madonnismo infinito, de acuerdo con la lógica ancestral de la línea sucesoria. Hay que admitirlo: Mami no es eterna. Pese a todas las apariencias, un día su cuerpo biónico dejará de responderle como su voluntad de poder lo exige. Y entonces no podrá salir más a escena ni hacer shows ni dar cátedra de estilo. Hará su aparición entonces la pequeña Lola, que para entonces será toda una mujeraza, una Madonna con doble dosis de latinismo, más morocha, acaso más ¿alta y descarriada?, ¿más refinada y sutil?, ¿más intelectual y comprometida? Es difícil saberlo. Por ahora, los fans sabemos que es bella a más no poder, que ha impuesto el look cejijunto con sólo un par de fotitos, que empieza de a poco a adquirir un sentido del estilo y de la onda, que tiene un pelazo negro y unos ojos azabache que le prometen el mundo entero. Lo importante, como nos ha enseñado Mami, es no perder la fe.

Vida trágica

Existe un hecho que marcó la vida de Madonna y al que ella misma atribuye su permanente necesidad de aceptación y cariño populares. Cuando era una niña, su madre murió de cáncer, tras lo cual su padre se casó con la niñera. El horror de la situación aparece rapeado por la cantante en su brillante canción «Mother and Father», de 2003:

My mother died

When I was five

And all I did

Was sit and cry (…).

My father had to go to work

I used to think he was a jerk

I didn’t know his heart was broke

And not another word was spoke

And he became a shadow of

The father I was dreaming of

I made a vow that I would never need another person, ever

Turned my heart into a cage, a victim of a kind of rage

I’ve got to give it up

Find someone to love me.

O sea:

Mi madre murió

Cuanto yo tenía cinco años

Y todo lo que hice

Fue sentarme y llorar (…).

Mi padre debía irse a trabajar

Solía creer que era un estúpido

No sabía que su corazón estaba roto

Y no se habló una palabra más

Y se convirtió en la sombra

Del padre con el que yo soñaba

Prometí nunca volver a necesitar a otra persona, jamás

Convertí mi corazón en una jaula, víctima de una especie de ira

Debo dejarlo atrás

Encontrar alguien que me quiera

Ese recuerdo y esa carencia también están presentes en «Mer Girl», delicado poema pesadillesco en el que Madonna describe lo que podría ser un sueño recurrente: abandona su hogar y camina sin rumbo hasta dar con el cadáver de su madre, del que huye espantada. La franqueza con que aborda y retrata el asunto es espeluznante:

My mother who haunts me

Even though she’s gone (…).

And I smelled her burning flesh

Her rotting bones

Her decay

I ran and I ran

I’m still running away.

Es decir:

Mi madre que me persigue

Aunque se ha ido (…).

Y olí su carne ardiente

Sus huesos putrefactos

Su descomposición

Corrí y corrí

Todavía corro.

Claro que la devoción de su público nada tiene que ver con el amor a nivel personal, y quizá confirmando esas últimas palabras de «Mother and Father» todas sus innumerables parejas han resultado en eventuales rupturas. Su matrimonio con Sean Penn terminó en un divorcio plagado de rumores de violencia doméstica y dejó a la cantante en un estado de shock que duró mucho y en medio del cual no dudaba en afirmar que Penn había sido el hombre de su vida, incluso años después de la separación. Su segundo marido, Guy Ritchie, la acompañó hasta 2008 y es el padre de su segundo hijo, Rocco. En las vísperas de una nueva reinvención (¡qué nervios, chicas!), sólo resta esperar el arribo triunfal de la próxima Madonna, ya soltera y libre de la influencia machista, hooliganesca y homofóbica de Ritchie.