García Lorca

Es uno de los más encumbrados poetas y dramaturgos del habla hispana del siglo XX. Nació en España en 1898, y murió también allí en 1936, asesinado luego de los levantamientos de la Guerra Civil Española por su abierta homosexualidad y sus preferencias políticas. A lo largo de su obra desarrolló un lenguaje poblado de metáforas y simbolismos, sumamente propio y emparentado con las formas más tradicionales de la literatura.

J. T. Leroy

Garbage le dedicó un hit a uno de sus personajes más perturbadores; se hizo amig¿o? de Winona Ryder, Kim Gordon y Marc Jacobs; participó en la concepción y producción de la película Elephant de Gus Van Sant y le dio a Asia Argento la oportunidad de dirigir su primera película, The Heart is Deceitful Above All Things, basado en su segundo libro. ¿Quién es J. T. Leroy?

Ésa es la pregunta que, después de miles de artículos periodísticos tratando de resolver el enigma, aún hoy no puede responderse. El personaje más intrincado y complejo de sus ficciones no es otro que él mismo, la versión elaborada y literaria del verso que te suelen hacer en el chat. Leroy se encargó de acompañar sus escritos sobre púberes taxi boys y madres solteras que oscilaban entre la prostitución, el uso de drogas alucinógenas y los raptos místicos con un relato de su propia vida, que se hacía eco de estas trayectorias en el margen. Su historia, cuidadosamente tallada, conmovió a escritores y agentes literarios de cierta notoriedad en los Estados Unidos (como Bruce Benderson y Mary Gaitskill), que se hicieron sus amigos telefónicos y comenzaron a difundir sus relatos en prestigiosas revistas. Si bien nunca conocieron a J. T. (Jeremiah «Terminator», su sobrenombre de niño prostituto), se convirtieron en sus defensores públicos y se mostraron profundamente conmovidos por su desgraciada vida, que Leroy había sabido volcar con maestría lírica en su primera novela Sarah y en un libro de relatos que continuaba explorando las peripecias de los mismos personajes: un niño que había pasado toda su vida con una benévola familia adoptiva es restituido a su madre biológica luego de un conflicto legal. La madre biológica resulta ser una joven prostituta y drogadicta, que pasa de novio en novio y de «casa» en «casa» (solían vivir en casas rodantes acampadas en terrenos baldíos) y que lo obliga a vestirse de mujer para que tenga éxito con los camioneros de la zona. El niño/a empieza a disfrutar de la cosa y les pide a sus clientes que le peguen y lo lastimen; vestido de mujer se acuesta con los novios borrachos de su madre, aprende a vivir en la calle, etc., etc., etc. Un derrotero doloroso para el que Leroy encuentra el tono perfecto: una voz que oscila entre la descripción clínica, casi policial, y la poesía.

Mientras que su innegable talento literario era reconocido por críticos y periodistas, muchos empezaban a dudar de la veracidad de su relato autobiográfico ¿Un adolescente marginal escribiendo con tal facilidad y destreza? ¿Era posible la sucesión de tragedias que Leroy decía haber padecido?

Fue esta misma superposición confusa de vidas propias y noveladas lo que le permitió a Leroy cosechar una base de fans extensa en tiempo récord, fans de lo más comprometidos, que levantaban blogs para defenderlo, organizaban encuentros para discutir su obra y lo seguían como si fuera una estrella de rock. A todo esto, corrían los años y nadie había visto a Leroy. Desde su casa, por email o teléfono, J. T. aducía que no quería ser visto porque el avance de su enfermedad (decía que estaba infectado con HIV) le había dejado marcas en la cara. Cuando la ansiedad pública llegaba a límites delirantes, J. T. Leroy empezó a aparecer en eventos de promoción, desfiles de moda y conciertos de sus amigos famosos. Las primeras fotos conmocionaron a propios y ajenos: el joven taxi boy que todos esperaban parecía más bien una mujer llegando a los treinta, algo que los densos anteojos de sol y las distintas boinas no podían disimular. Esto no detuvo la novela; al contrario. Leroy empezó a decir que desde hacía años tomaba hormonas y que quería dejar de ser un hombre para convertirse en transexual. Sus íntimos confirmaban esta nueva versión. Pero las suspicacias no hacían sino crecer y los curiosos se pusieron a investigar.

Finalmente, en octubre de 2005 la revista New York publica un extenso artículo en el que se dedica a acusar a Leroy de fraude. Mejor dicho, no a Leroy, declarado como personaje no existente, sino a su agente literaria, Laura Albert, que sería la responsable de los libros de J. T. y del intrincado complot detrás de la creación del personaje. Durante un tiempo, Albert, «Leroy» y sus amigos siguieron defendiendo su posición y explicándole al mundo que el relato original era verdadero. Pero de a poco fueron apareciendo nuevos artículos y revelaciones que demostraron que la biografía de J. T. había sido la gran novela de toda esta cuestión, una historia creada para desorientar, intrigar y vender más y más libros. Hoy, los fans de J. T. son menos, pero la pasión por su escritura no disminuye. Y el escándalo alrededor de la creación de un falso escritor se revela como un paso más en una larga y cuidada estrategia de promoción que merece todos los aplausos.

Manuel Puig

Manuel Puig inventó la novela pop para América Latina y creó un tono de voz para sus creaciones que aún hoy parece insuperable en su frescura, en su capacidad de conmover, en su realismo fantasioso. A continuación, una lista de sus textos fundamentales:

La traición de Rita Hayworth (1968): escrita durante un año, mientras Puig vivía en los Estados Unidos y se desempeñaba como empleado en un aeropuerto, la novela funciona a la vez como homenaje al cine que el niño Manuel amó y admiró (cine que a fin de los sesenta él juzga en absoluta decadencia) y como reconstrucción de su infancia en el pueblo bonaerense de General Villegas. La traición… cuenta la historia de Toto, un encantador niño que tiene especial conexión con las parlanchinas mujeres de su familia y que tempranamente es cautivado por el esplendor de las grandes divísimas del Hollywood dorado. Más allá del encanto del personaje, que de a poco revela su sensibilidad especial, se destaca la habilidad de Puig para reproducir la oralidad de cierta clase media argentina, tremendamente fatalista, chismosa y tilinga, pero que deja lugar para la poesía de los sueños más íntimos.

Boquitas pintadas (1969): novela epistolar, algo tanguera y dramática, que llevó el nombre de Puig al mundo entero. Adaptada al cine por Leopoldo Torre Nilsson, la novela cuenta la historia de Juan Carlos, un Don Juan de provincia que seduce a las protagonistas y a una tercera, todas enredadas en intrigas y guerra de celos.

El beso de la mujer araña (1976): quizá su obra más política en términos convencionales. Presenta el diálogo de dos presos, Molina y Valentín, que entablan una profunda relación en su celda a partir de los relatos de películas de la época dorada de Hollywood que Molina le hace a su compañero. Molina se declara homosexual y sostiene que quisiera ser mujer. Está preso por presunto abuso sexual de un menor. Valentín es un militante de izquierda, cerebral y consecuente, intelectualísimo y leal, que entra en permanentes conflictos con los planteos de sentido común de Molina. Ambos tejen una relación amistosa/amorosa digna de antología que termina en tragedia. Héctor Babenco hizo una adaptación de la novela al cine, convocando a Sonia Braga para el papel de la mujer del título (una mujer imaginada, vale aclararlo).

Cae la noche tropical (1988): acaso la novela más tierna de Puig, muestra la vida de una argentina de edad en Río de Janeiro, sus encariñamientos irracionales, sus miedos, su amor por la vida aun en los momentos más difíciles. Arranca lágrimas por doquier y es documento de un último Puig, un poco más reflexivo y piadoso.

Michel Foucault

Pensador clave, ineludible, del último tercio del siglo XX, Michel Foucault es además una especie de mártir para los gays que pululan en los recintos académicos y en los círculos militantes. Uno de los libros más interesantes que se han escrito sobre la relevancia de su obra, firmado por el activista y filósofo norteamericano David Halperin, lleva por título el elocuente San Foucault. Michel sería el santo patrono de la nación queer, una tribu de raros de toda laya que extiende sus fronteras más allá de todo perímetro nacional (y racional). Queers, en la acepción del activismo norteamericano, somos todos y todas: gays, lesbianas, transexuales, indocumentados, pobres, negros, orientales, locos, trabajadores, piqueteros, travestís… Es un arco inmenso que coincide llamativamente con los hombres infames que Foucault se dedicó a estudiar durante toda su vida.

Renuente a identificarse como gay, pensando, con razón, que se trataba de una categoría normalizadora y heterosexista, Foucault experimentó con todo y con todos, haciendo de su vida personal una aplicación más o menos exacta de algunas de las intuiciones de su trabajo crítico. Estudioso del encierro y de los fundamentos discursivos de los dispositivos de poder que le están asociados, Foucault produjo una fundamental Historia de la locura en la época clásica y un igualmente imprescindible Vigilar y castigar, libro que se concentra en la historia de la prisión, sus condiciones históricas y sus efectos políticos. Considerado laxamente como un teórico del «poder», Foucault ofreció trabajos sobre una infinidad de temas, tales como la literatura de Raymond Roussel, las relaciones entre lenguaje y mundo, la genealogía del racismo y diversas reflexiones sobre lo que llamaba «el saber médico». Éste sería su enemigo en sus años más productivos, cuando además de escribir se enfrentaba en las calles y en las páginas de diversos periódicos con las reformas que se proponían en el sistema penal francés, tendientes a desplazar el eje de la represión desde el crimen hacia el criminal, con la consiguiente persecución de determinados tipos de sujetos y la entronización de un sospechoso «saber psicomédico», supuesto especialista en tratarlos.

Al morir, presa de complicaciones derivadas del sida, trabajaba en una monumental e inconclusa Historia de la sexualidad, que desde su primer volumen cuestionaba todas las certezas de los por entonces populares movimientos de liberación.

Orlando, de Virginia Woolf

La crítica suele decir de esta «novela» que es la carta de amor más larga que se conozca. Todo indica que Woolf escribió la extensa vida de Orlando pensando en su amiga y amante Vita Sackville-West. Basándose en conversaciones con su amigovia, relatos más o menos apócrifos y la historia de su aristocrática familia escrita por la propia West, Virginia construyó un relato denso y fascinante, que tiene como protagonista exclusivo al primer trans de la literatura occidental.

Orlando nace durante el reinado de Elizabeth I. Caballero de la corte, este joven bello y aventurero decide un buen día que ya no envejecerá (algo que se le debe haber cruzado por la cabeza a más de una). La fuerza de su noble voluntad es tan grande que el deseo se concreta: Orlando se freeza en sus dulces veintitantos y la historia sólo avanza por cambio de decorado, peluca y atuendo. ¡Ah!, también son rotativos (y mortales) los sucesivos amantes que el joven va escogiendo, siendo la primera y más fantasiosa la princesa rusa Sasha, con quien se entrega a glacialmente eróticas batallas en la nieve.

El siglo XVI transcurre sin mayores dramas (las revoluciones y batallas son un mero detalle para este adolescente eterno) hasta que un día Orlando, luego de dormir durante siete días, se despierta cambiado. No, no le sale una cana. Tampoco se le marca el rictus. El cambio es un poco más sutil y decisivo, es un cambio de sexo. Orlando despierta mujer, con una larga cabellera roja y un tajo allí donde había un miembro viril. No parece turbarse demasiado. De hecho, sus maneras de corte lo alejaban de toda imagen convencional de lo masculino…

Como mujer, Orlando sigue siendo tan libre e intrépida como cuando era varoncito. Y tampoco cede en su determinación de no volverse vieja. Siguen el chisporroteo de amantes, los períodos de vibrantes amores, la poesía, el peligro. Woolf aprovecha las escenas más contemporáneas para hablar de su propia relación con su amiguérrima Vita, y los académicos se siguen esforzando por hacer de esta novela documento de su problemático lesbianismo. Algo que debe tenernos sin cuidado. La novela nos regala reflexiones únicas sobre el carácter carcelario de los géneros (Orlando se sentía tan atrapado en la masculinidad como en la femineidad) y diminutas perlas líricas como ésta:

«Todo estaba iluminado como a la espera de una Reina muerta».

o ésta:

«¿Qué revelación más aterradora que la de comprender que este momento es el momento actual?».

o ésta:

«Muchas mujeres jurarían que nunca es tan sensible la soledad como inmediatamente después de que a uno le hayan hecho el amor».

Esta joya, parte novela, parte biografía en clave, parte carta de amor, fue publicada en octubre de 1928 por la editorial Hogarth Press (la del marido de Virginia). En 1992, Sally Potter dirigió una personalísima adaptación para cine, con Tilda Swinton como protagonista. La música fue compuesta por Jimmy Somerville, el gay aniñado de Bronski Beat.

Oscar Wilde

Basten unas cuantas citas para despejar esta incógnita:

«Perdona siempre a tus enemigos, nada les molestará más».

«La moda es una forma de la fealdad tan intolerable que nos vemos obligados a cambiarla cada seis meses».

«No soy lo suficientemente joven como para saberlo todo».

«Un poco de sinceridad es algo peligroso; la sinceridad en grandes cantidades suele ser fatal».

«Siempre me gusta saberlo todo de mis nuevos amigos; y no saber nada de los viejos».

Oscar Wilde nació en Dublin, Irlanda, el 16 de octubre de 1854 y murió en París en 1900, bajo el nombre falso de Sebastien Melmoth.

Reynaldo Arenas

Es uno de los escritores cubanos de mayor relevancia en la literatura occidental de las últimas décadas. La potencia militante y la sexualidad feroz presentes en sus libros reverberan en quienes necesitan hallar (vivir) el más puro significado de la palabra libertad. En el caso de Arenas, libertad es rebeldía, es inconformismo y denuncia; es, también, derecho al placer.

Nacido en 1943 de una humilde familia al norte de Cuba, creció como campesino al calor de la naturaleza y del machismo reinantes. Siendo un adolescente, se unió a la rebeldía castrista, que derrocaría al entonces presidente de facto Fulgencio Batista. Arenas vislumbró un horizonte tremendo y abandonó las filas del movimiento, convirtiéndose en disidente. Perseguido, asediado, sostuvo con enorme coraje su postura anticastrista y su sexualidad abiertamente gay, todo ello viviendo en una sociedad que lo castigaba y sometido a un gobierno que lo hubiese preferido muerto.

Desde su literatura, Arenas denunció las atrocidades cometidas en su país por la dictadura de Fidel Castro. Vivía corrompido y agobiado por las persecuciones, los encierros y las torturas de las que había sido víctima. El protagonista de su novela Arturo, la estrella más brillante sufre esta clase de horrores al ser vejado por los capataces y compañeros del campo de trabajo forzado al que ha sido asignado. Arenas vio su publicación en 1984, ya exiliado en los Estados Unidos; cuatro años antes había formado parte del Éxodo del Mariel, en el que más de diez mil cubanos disidentes obtuvieron autorización de Fidel Castro para dejar la isla.

De las novelas que componen su pentagonía narrativa, encuadrada en su estilo crítico y marginal, hay una que sobresale por lo implacable: El color del verano. Insólita en su estructura, cuenta con un prólogo ubicado donde el libro promedia y en el que explica las motivaciones detrás de la creación de la pentagonía. En un capítulo satiriza al dictador Castro transformándolo en un payaso patético; en otro lo imagina en un encuentro ridículo con el Papa.

Su prosa es, antes que nada, lo que lo mantiene con vida, esto es, aferrado inquebrantablemente a sus convicciones; luego, es su arma de revancha desde el exilio. En 1990 concluye su autobiografía, titulada Antes que anochezca, menos alucinada pero tan cruda como sus otras obras. Algunos momentos se aproximan a aquellos pasajes casi oníricos, de realismo erótico, de sus obras previas, mientras que otros abrevan en las aguas de la protesta y el relato reflexivo. Javier Bardem protagonizaría como Arenas el film del mismo nombre, estrenado en 2000, con una interpretación nominada al Oscar.

Roland Barthes

Roland Barthes fue el crítico literario más refinado de todos los tiempos.

Shakespeare

La mariconeada sublime, extrema, teatral, hiperdramática, tiene su origen culto en las inmortales obras de Shakespeare, que, a pesar de los siglos, mantienen intacta su capacidad de expresar esos revuelos del alma y retorcijones existenciales que nos definen a todas como seres humanas.

El amor teen y desesperado, que sobrevive a toda diferencia social, tiene su encarnación clásica y definitiva en las penurias de Romeo y Julieta. Las locas de celos, amargadas de corazón y que desean secretamente el puñal justiciero encuentran en Otelo un guión posible aunque poco conveniente (recordar que Otelo estrangula a su amada Desdémona y se suicida al comprender su error de juicio). Las ambiciosas que quieren verse coronadas por el reconocimiento de los farsantes de la espuma social y entronadas en cascadas de oro y obediencia tienen un modelo en Macbeth, sanguinario aventurero que se hace con el poder en Escocia matando a todo lo que encuentra a su paso. Esta tragedia tiene condimentos irresistibles para la loca dramática, tales como una villana de antología (la intrigante Lady Macbeth) y el coqueteo con lo sobrenatural en la aparición perturbadora de las tres brujas con las que Macbeth sella fatídico pacto.

Para aquellos que gustan de la pose melancólica, se calientan con el dolor y erigen castillos sobre la base de su hiperintensidad está Hamlet, amanerado genial, príncipe de la oscuridad y loca monárquica, que al tiempo que juega al vengador va sembrando un mar de dudas, vacilación y tristeza a su paso, de carácter altamente contagioso, siendo responsable entre otras cosas de la muerte por ahogo (romantiquísima) de la bellísima Ofelia (sus cabellos enredados entre camalotes y arrastrados por el río serán objeto de innumerables homenajes pictóricos). En el mismo tono negro desgracia, pero con tintes de gris, se destaca la historia imposible de El rey Lear, desdichado anciano barbudo que es traicionado por sus hijas mayores, supuestamente leales, y tardíamente defendido por su hijita menor, la conmovedora y fiel Cordelia.

Cada uno de estos títulos presenta picos de intensidad que pueden ser insoportables para el común de los mortales pero que funcionan como bienvenidas dosis de adrenalina para las mortalas dotadas de una sensibilidad especial. Si esto no bastara para cimentar la afinidad electiva entre el dramaturgo y la comunidad homosexual internacional, podría añadirse que en casi todas sus comedias hay enredos de disfraces que involucran usualmente el cambio de género para más de un personaje. Princesas que se disfrazan de nobles caballeros, señores de edad que se hacen pasar por aldeanas. El travestismo llega a colmos animales en Sueño de una noche de verano, en la que por otro lado abundan los duendes, las hadas y otro tipo de fantasías. ¡Ah!, no debemos olvidar que durante años se habló de Shakespeare como la Shakespeare. Parece que el señorito William tenía un gusto variado, por llamarlo de algún modo, y son muchos los estudiosos que sostienen que sus delicados sonetos no tienen nada de metafórico cuando hablan del amor que siente por un distinguido y jovencísimo varón. La nada sutil dedicatoria al «Señor W. H.», a quien se llama «único inspirador», hizo mucho por darles combustible a estas versiones, quedando como único misterio a quién se refieren las iniciales (lo que resulta más que claro es que se trata de un señor). Muchos afirman que el «inspirador» no es otro que el conde de Southampton, a quien Shakespeare le había dedicado otros poemas, joven agraciado y espléndido que despertaba más de un suspiro en la corte isabelina y que bien puede haber funcionado de punto de partida (y, ¿por qué no?, de llegada) para estos bellísimos poemas.

Sócrates

¿Existe un escenario mejor para un film porno gay que la antigüedad griega? Los siguientes datos pueden dar una somera idea de la respuesta. En primer lugar, en esos tiempos la mujer era prácticamente ignorada, y todo lo importante ocurría y se decidía por, entre y para los hombres. Las reuniones entre filósofos, en las que se debatía sobre la naturaleza del ser, los porqués de la existencia humana y demás dilemas, eran moneda corriente. Ataviarse con trapitos atados muy sueltamente representaba lo último en tendencias. ¿Y qué puede decirse del sol del Mediterráneo, que doraba las pieles hasta el escándalo?

En medio de este panorama soñado, un hombre llamado Sócrates revolucionó el pensamiento de su época y de todas las venideras. Dinamitó las mentes de sus contemporáneos al imponer en su vida las leyes de un estricto método lógico, imagen de aquel que guiaba su pensamiento. Experto en las disciplinas filosóficas, Sócrates formó en su momento a Platón, discípulo y (presuntamente) amante suyo. Éste, a su vez, cobijó bajo su filosófica ala a Aristóteles. Cada uno de ellos, entre meditaciones y trances de oráculo, hizo grandes aportes que siglos después sentarían las bases del conocimiento contemporáneo.

Sócrates fue sentenciado a muerte por el tribunal de Atenas, lugar donde vivía y a cuyo gobierno desafiaba constantemente al alabar a Esparta, ciudad enemiga. De acuerdo con su inflexible método, no había modo posible de escapar al castigo que le había sido impuesto: tal era su grado de inconformismo y de disciplina ética.

Truman Capote

Genio de vida tumultuosa, el escritor Truman Capote nació en 1924 en los Estados Unidos y pasó una infancia complicada debido, entre otros inconvenientes, al suicidio de su madre por problemas económicos. Comenzó a escribir a los once de manera sistemática, y completó a los diecinueve su primera novela. Algunos años más tarde, y bajo contrato con una editorial, publicó Otras voces, otros ámbitos, donde relata de modo semiautobiográfico los devenires de un niño queer en el sur estadounidense. El libro causó sensación debido a su contenido muy controvertido, y Capote se hizo famoso. Su juventud y su porte de ángel eran figura repetida en las revistas y los periódicos; la gente debatía y se escandalizaba, en parte gracias a la temática de la historia y en parte por la sugestiva foto del autor que ilustraba la contratapa.

Después de haber completado un libro de relatos, el escritor se instaló en Europa, dando comienzo a lo que sería un período oscuro en su vida, teñido por los estados depresivos. La primera de sus obras más conocidas aparecería algo más tarde, en 1958, bajo el nombre de Desayuno en Tiffany’s. Esta nouvelle, acompañada en el libro con tres cuentos, sería llevada al cine en una versión algo diluida y edulcorada en el famoso film homónimo. Capote insistió en que Marilyn Monroe interpretara el papel de la extravagante socialité protagónica, Holly Golightly, mas finalmente fue adjudicado a la refinada Audrey Hepburn. Su imagen, enfundada en un Givenchy surcido al milímetro y con una larga boquilla, permanece en la memoria del público hasta estos días.

En 1968 salió a la venta su novela A sangre fría, un relato pormenorizado y verídico sobre el brutal asesinato de un matrimonio de granjeros y sus dos hijos en un pueblo de Kansas, Estados Unidos. Junto a su amiga y escritora Harper Lee, Capote había viajado hasta el lugar de los hechos con el fin de entrevistar a los vecinos y, llegado el momento, a los culpables de los crímenes. El impacto de esta obra fue revolucionario, constituyendo la piedra fundacional del género de novela de no ficción, es decir, de aquellas piezas que describen una serie de hechos reales con herramientas y licencias propias de la ficción.

Capote vivió abierta y públicamente su homosexualidad. De voz fina, decorada con floreos interminables, y particular look, mezcla de señora distinguida con serio periodista, aparecía constantemente en los medios, fanatizados con su obra, su vida y su sentido del sarcasmo. Sobre el comienzo de los setenta se dedicó sobre todo a las drogas y al alcohol, instalado en su flamante casa de Palm Springs. A lo largo de 1975 y 1976 publicó cuatro capítulos de su controvertida novela Plegarias atendidas, compuesta por diferentes relatos basados en la vida privada de algunos miembros del jet set, muchos amigos o conocidos suyos. Sobre finales de la década se encontraba sumido en los excesos y experimentaba alucinaciones regularmente. Andy Warhol, admirador suyo desde años antes, lo convocó para efectuar entrevistas en su revista Interview. A partir de este resurgimiento como autor, Capote armó con pequeñas piezas de ficción y no ficción su libro Música para camaleones.

Murió en 1984, excedido por los excesos. El polémico Plegarias atendidas, aparecido de modo póstumo e inacabado, no hizo más que avivar las voces en su contra y a su favor. Habiendo él mismo afirmado famosamente que «toda la literatura es chusmerío», nadie debería haberse dado por ofendido.

Walt Whitman

Con el libro en la mano correrán a la compu más cercana y teclearán en Google las once letras de su nombre. Aparecerán artículos críticos, poemas, tratados, odas de admiración y resúmenes de su texto capital, Hojas de hierba. Entre tanto papeleo asomará el improbable perfil de Whitman, anciano de rara intensidad, envuelto en sus largos cabellos grises como si fueran bufanda de armiño, mirando a la cámara apaciblemente desde sus tristes ojos a tono, ensombrecidos por pobladas cejas y por el sombrero apenas ladeado. Retrocederán ante esa efigie de seriedad y decrepitud, preguntándose entre horrorizados y risueños por qué este nombre debería ingresar a sus archivos, dudando con toda razón de la propiedad de incluir a semejante personaje en un compendio de lo gay. ¿No era acaso «alegre» el significado original de la expresión inglesa?

Esta vez, sin embargo, se estarán apresurando. Walt Whitman es el primer poeta loca de la literatura occidental. Cantores del afecto entre hombres los hubo antes, por supuesto. Pero nadie había cantado hasta entonces sobre el ardor que consume al homosexual ante el despertar de su propio deseo; nadie lo había nombrado de manera tan justa ni había dado con el tono adecuado para estado semejante. Whitman lo consigue en una línea de Hojas de hierba: «Me enloquece el deseo de que el aire toque mi cuerpo».

Hojas de hierba encendió polémicas que aún no se han apagado. Whitman lo ideó como un texto para todos y todas, en sintonía con su credo democrático. Buscó crear una poesía más simple, en directa conexión con las emociones más comunes, que pudiera transformar el modo de pensar y sentir de sus compatriotas, aún aferrados a prejuicios raciales y de género. Dirá, por ejemplo: «Bienvenido cada órgano de mi cuerpo y cada atributo, y los de cualquier hombre sano y limpio / Ni un centímetro, ni una partícula de centímetro es vil, y ninguna debe ser menos querida que las otras». Se ve que a Walt cualquier colectivo lo dejaba bien y que no se andaba con cuestiones de razas, colores, olores ni tamaños. Golosa, no quería dejar afuera ni una partícula de centímetro.

Whitman quiso también que Hojas de hierba fuera el gran poema épico americano, moderno y experimental, libre en su forma (los versos no riman ni obedecen métrica alguna) como en su contenido: las sugerencias al amor homosexual están más que claras a lo largo del texto, así como las declaraciones de amor a la perseguida raza negra. Más allá de los objetos, el texto desprendía un erotismo radiante que molestaba a los más pacatos.

Para empezar, hablaba del libro como si se tratara de su propio cuerpo. Lo llamaba «Mis Hojas» y advertía: «Camaradas, esto no es un libro, / quien esto toca, toca a un hombre». Sin duda quería que lo tocaran, pero no todos sus lectores estaban preparados para transformar la lectura de poesía en un manoseo comprometedor. El poeta, imperturbable, hablaba de sus preferencias a los gritos: «Yo imperturbable, a mis anchas en la Naturaleza, / Dueño o dueña de todo, vertical en el centro de las cosas irracionales, / Imbuido como ellas, pasivo, receptivo, silencioso como ellas». Bueno, bueno. Parece que todo este asunto de la confusión de roles (¿dueño o dueña?), de la pasividad y el silencio causó cierto estupor. Tanta novedad radical creó un combo explosivo, que hizo del libro, desde su primera versión en 1855, y a través de sus sucesivas ampliaciones y correcciones, un libro a la vez adorado y despreciado. Objeto de culto para algunos, los espíritus más adelantados de la época, era veneno moral para otros, que buscaron prohibirlo y persiguieron al bueno de Walt.

Él, mientras tanto, se refugiaba en sus amores y en sus ardores. Frecuentaba el Salón de Pfaff, un antro bohemio en el que se encontraban a tomar, discutir y distenderse artistas, activistas, escritores y marineros. Allí Whitman se hizo amigo de algunas feministas, que le inculcaron lo importante de luchar por la igualdad de los sexos. Allí también se unió a la Asociación Fred Gray, una confederación de hombres jóvenes ansiosos de explorar nuevas formas del afecto entre varones. Se encontraban a leer textos, iban de paseo por los bosques, se echaban a tomar sol a la vera de los ríos, y de paso se tocaban un poco. En esas salidas conoció a Fred Vaughan, con quien tuvo una intensa pero breve relación. Breve porque el tal Fred decidió dejar de lado los correteos experimentales para entregarse a una vida convencional: dejó a Whitman, se casó y tuvo mil hijos. La crítica supone que esta triste experiencia dio origen a los poemas más abiertamente homoeróticos de su libro Cálamo. El texto celebra la amistad y el apego entre varones, haciendo de la imagen del cálamo (una planta vigorosa con virtudes psicotrópicas, ejem) una penetrante metáfora fálica.