Rufus Wainwright
Rufus Wainwright, la versión gay del clásico crooner melan cool, es uno de los pocos iconos gays que se dedicó a fabricar su propia lista de iconos gays. Cubrió una página del diario británico The Guardian en noviembre de 2006 con las siguientes consideraciones:
- Judy Garland más que un ícono gay es la patrona protectora de los gays. Elementos a tener en cuenta: drama personal, alcoholismo y drogas, el arco iris de Dorothy.
- Stevie Nicks es el primer plato de toda conversación gay interesante.
- Madonna es el ícono dark por excelencia: se toma a sí misma tan en serio que sus shows carecen de todo sentido del humor y se viven como coronación permanente de la diva.
- Kylie es la anti Madonna: una fuerza de luz que se aferra a la alegría y no necesita de justificaciones pseudointelectuales para hacer avanzar su carrera.
- Barbra Streisand. Una loca de alto vuelo.
- Pink. La versión arriesgada de Britney (sin duda Rufus corregiría este statement después de los acontecimientos posteriores a 2007).
- Prince. Un marine que juega con la androginia.
- Kate Bush. La hermana mayor que todo gay quisiera tener.
La vida y la carrera de Wainwright han sabido tomar un poco de cada una de estas figuras. Arrastrado hacia la oscuridad y traccionado por el abismo, tuvo momentos de excesos a la Garland y temporadas de promiscuidad violenta (lo que él llamó «mi infierno gay») que nada tienen que envidiarles a las andanzas de Madonna. Por otro lado, sabe combinar de manera asombrosa y siempre efectiva lo sombrío con lo light, logrando un equilibrio casi perfecto en álbumes como Rufus Wainwright (1998), y Poses (2001). Como si no bastara con sus canciones sensibles y dramáticas, Wainwright hizo una serie de conciertos muy exitosos en el Carnegie Hall de Nueva York en junio de 2006, en los que recreó tema por tema el álbum en vivo que Judy Garland había grabado allí en 1961. El show y el álbum subsiguiente se llamaron Rufus Does Judy Garland y representaron uno de los hitos más importantes de una carrera que siempre fue acompañada por el visto bueno de la crítica y la devoción de los fans.
Shakira
La cantante pop latina más exitosa de todos los tiempos nació en Barranquilla, Colombia, en 1977. Dueña de una voz hipnótica, de unas caderas más que generosas (y honestas) y de un talento innegable para la figura retórica de taller literario, Shakira ha ido conquistando el mundo pasito a pasito desde que tiene uso de razón. A la edad de ocho años ganó un prestigioso concurso colombiano que la coronó como la artista infantil más promisoria de su generación. Shaki no era una mera intérprete: cual Mozart del Caribe, componía sus pequeñas canciones, preparando sin saberlo el material del que sería su álbum debut, Magia. El título prueba que ya desde la más temprana edad la artista sabía conectar con el corazoncito naif que todas llevamos dentro. Cabe aclarar que Magia y su sucesor fueron rotundos fracasos.
Ya lo había dicho Madonna: never take no for an answer (traducción al español: «Si sacaste dos discos basados en la sensibilidad alunada de una joven de provincias y en la pobre melodía de una guitarrita mal afinada, es lógico que nadie los haya comprado. Buscáte un buen productor, incorporá nuevos elementos, y tratá de apuntar a una imagen más canchera. Tal vez así lo logres»). Dicho y hecho. Shakira se empeñó, siguió apostando y ganó. Su primer exitazo fue el recordadísimo «Estoy aquí», de marzo de 1996. Por primera vez, hasta las más recalcitrantes de las maricotas europeizadas abandonaron su resistencia a lo que venía de su propio terruño. Así, en medio del relajo tecno o de la fantasía platinada de la diva europop de turno, se colaba el sonido latino power del tema, que estrenaba todas las posibilidades vocales de la colombiana para placer de las pistas homo del mundo. La clave de esta canción, y de muchas de las que vendrían, no es sólo el guitarreo exasperado, y el acople de bombo selvático y sintetizador levemente dance, sino principalmente la variación siempre quente que ofrece la voz de Shakira, que retumba como un instrumento más y llama como imán a la apropiación personal de cada una de las bailarinas: todas se sienten llamadas a ofrecer su interpretación «dígalo con mímica» del temita en cuestión (escenas de canto, llanto, karaoke colectivo y teatralidad no convocada eran moneda corriente en los antros gays por esos años). El punto cúlmine de esta fiebre de performance lo daba (y lo sigue dando en todos los temas de Shaki) lo que los anglosajones llaman el «puente» de una canción pop: ese momento en que se pasa del rasgueo apocado y el susurro prometedor a la explosión de locura, furia, apasionamiento o alegría, verificable en el hit que discutimos en el segundo 55. Shakira recurrirá a esta estratagema una y otra vez, siendo su momento definitivo la línea «el cielo está cansado ya de ver la lluvia caer» (nótese de paso la rima insuperable) en su obra maestra «Inevitable», del álbum ¿Dónde están los ladrones? Esta última declaración es por supuesto discutible. Las más orientalizadas, y adeptas al meneo, gritarán a coro que el momento Everest de esa misma placa es el sirio-libanés «Ojos así», que la muestra haciendo eses de serpiente y evocando fantasías de vergeles en Marruecos.
A ¿Dónde están los ladrones? seguirá el aún imbatible Servicio de lavandería, álbum pop perfecto, verdadera ensalada de ritmos, influencias, coreografías, colores, idiomas, técnicas vocales, sensibilidades y directores de video. Representa, como se sabe, su aceptación definitiva por parte del público americano. Aun más importante es recalcar que el disco señala la adopción por parte de la cantante del rubio oro que la acompañará desde entonces. El trabajo exhibe gemas de la talla de «Suerte», «Te aviso, te anuncio», «Te dejo Madrid» y otras, con su correspondiente versión en español. Sólo un detalle conspira contra la canonización definitiva de este álbum: la inclusión en uno de sus videos de un innombrable personaje, pariente directo de un innombrable ex-presidente de la República Argentina. Se sabe que a las mujeres no puede exigírseles cordura en materia de chongos.
No queremos terminar esta reseña sin un breve comentario sobre el disco doble Fijación oral. Si «La tortura» es sin duda la mejor canción de los últimos trescientos años, la alianza hot con Alejandro Sanz le añade además un elemento de fantasía homolatina que nadie puede despreciar. El video los muestra a ambos jugando a desearse, cuando todas sabemos que la Sanz ronroneaba por un gran amigo de ambos cantantes, Miguel Bosé. No importa, «La tortura» no dejó de sonar en las radios de todo el mundo durante todo 2005 y preparó el terreno para el single más exitoso del siglo XXI (en términos de ventas y rotación radial), el insoportable «Hips don’t lie». Se le perdona esta canción a Shakira porque en el video tuvo la delicadeza de incluir a una niña haciendo las veces de «mini-shaki», ataviada de demonia africana, con pollerita blanca y mascarilla a tono. Un detalle encantador.
Todo indica que el single lanzado en julio de 2009, «La loba», redimirá a Shakira de este último mal paso. «Sigilosa al pasar / Sigilosa al pasar» gimen las dos primeras líneas de esta canción que ya conquistó el corazón de la comunidad gay gracias a su inocultable vibra dance y a la oblicua (nada oblicua) referencia al armario. La loba del hit está sedienta de aventuras, y muere por salir de su lugar de encierro. Aúlla una y otra vez, pero dulcemente, para expresar su rabia de bebota no consentida. Habla de tacos de aguja magnéticos que dejan a la manada frenética, y de un radar especial para localizar solteros. Las lobizonas de todo el globo arquearán una ceja mitad ignorante-mitad cómplice cuando canten de aquí a la eternidad: «Quién no ha querido una diosa licántropa (¿?¡!) / En el ardor de una noche romántica / Mis aullidos son el llamado/ Yo quiero un lobo domesticado».
Spice Girls
Comienzos de los años noventa. El grunge emerge desde los televisores del mundo entero, para aparente desgracia de Kurt Cobain y beneplácito de su compañía disquera (y de sus fans).
Con base de operaciones en Seattle, su música parece envuelta en un camuflaje de riffs y griteríos de guerra hardcore. Por su lado, los Silverchair embisten desde Australia, mientras que desde la Norteamérica de Cobain atacan Pearl Jam, Alice in Chains y muchos grupos más. Y, como si eso fuera poco, en Inglaterra se alistan las filas del brit pop, comandadas por Oasis y Blur. Se trata de un ejército de tropas innumerables, replicado a su vez por las radios, las tapas de revistas, los canales televisivos. ¿Cuánto da infinito por infinito? ¿Cómo se huye de la invasión grunge y brit? ¿Hasta cuándo va a durar?
El contraataque impacta en 1996 como un misil de color y desparpajo. Son las Spice Girls, cinco británicas gritonas y atolondradas que comienzan a ganar terreno en los medios y en el favor del público. Cada una de ellas posee un estilo individualmente definido, hecho que permite a las seguidoras copiar un look por día hábil: está la pelirroja sexy, la deportista varonera, la bebota rubia e inocentona, la de sofisticada alcurnia y la afrodescendiente mandona y «salvaje».
Caminar por Londres en ese mismo año implica presenciar enfrentamientos entre aburridos incondicionales del brit y escandalosas imitadoras de las Spice. Unos gritan «Wonderwall!!!» y otras «Wannabe!!!». Bodrio versus efervescencia. El fenómeno cobra impulso planetario y las chicas amerizan en las costas estadounidenses. Deben manejarse con cuidadosa táctica: el espíritu de Cobain, quien se ha suicidado en 1994, mueve los entramados musicales del país cual estratega del más allá. Nuevas batallas tienen lugar, esta vez entre apenados jóvenes grunge de ropa maltrecha y desenfadadas karatecas tornasol de plataformas y microvestiditos. La palabra «pop» deja de ser motivo de vergüenza y día a día cada vez más norteamericanos se atreven a pronunciarla.
El disco debut, Spice, vende millones de copias, y todos los países, uno a uno, sucumben al dominio del Girl Power. Coronan su triunfo mundial con una presentación en los premios ingleses Brit Awards, donde la traviesamente colorada Geri presenta el uniforme drag de la posterior década: un vestido cortísimo confeccionado a partir de la bandera británica. Con el fin de afianzar de una vez y para siempre su poderío, las chicas editan diversos productos que cuentan con su auspicio (y su imagen en el envase), tales como chupetines, desodorantes, cámaras Polaroid, libros, papas fritas, álbumes de figuritas, zapatos de plataforma, muñecas y muchísimo arsenal más. ¿Qué mortal puede tolerar un mordisco de un alfajor marca Noel Gallagher? Ninguno, está claro. Las Spice, en cambio, son aptas para ser comidas, leídas, pisadas, escuchadas, bebidas, aspiradas, administradas por vía endovenosa…
En 1997 se estrena en las mejores salas una joya llamada Spiceworld: The Movie, película que sigue el camino de cinco «amigas» que «forman» un «grupo musical» y «triunfan» a pesar de algunos villanos (que no son, extrañamente, ni el brit pop ni el grunge). Sale a la venta un segundo disco, Spiceworld, que alcanza gran éxito. En nuestro país, Susana Giménez estrena en su programa el video del primer corte, «Spice Up Your Life», momento que registra el récord histórico de desmayos de placer a nivel nacional.
En 1998, la liera de Geri decide abandonar el grupo y los fanáticos lloran su despedida. Quedan cuatro, que editan un no tan exitoso tercer disco, y que en 2001 se separan para dar cuerpo a carreras como solistas. En general, el impacto que produce cada una por su cuenta no excede las fronteras del Reino Unido. No obstante, las huellas del grupo han abierto paso a otras girl bands, y a algunas boy bands, todas y todos muy conscientes de que el mercado de la música pop ha vuelto a encender sus maquinarias. *NSYNC, All Saints, Blue, B*Witched, 5ive, por citar algunos, aprovechan muy convenientemente el estado de la situación al comenzar el siglo. Surgen, venden, se separan. Otros dos grupos de chicas inglesas, las Sugababes y las Girls Aloud, capitalizan el (buen) gusto por los grupos femeninos y conquistan los rankings a mediados de los 00.
Si bien su alcance comercial tampoco va más allá de Europa, la era MP3 las convierte en comandantas de la innovación pop junto con la sueca Annie y la nacida en Sri Lanka M.I.A.
En 2007, hijitos bajo el brazo y ex maridos en el prontuario, las cinco Spice se juntan y anuncian una gira de reunión. Éxtasis y algarabía: ¡en el itinerario han incluido a Buenos Aires! Los tickets para los shows europeos y norteamericanos se agotan en un abrir y cerrar de billetera y deben agregarse más fechas, lo que atrasa todo y finalmente tira por la borda cualquier plan de poner siquiera una pestaña postiza en el hemisferio sur. Lágrimas amargas humedecen el suelo de la Patria: una vez más, hemos sido seducidos y abandonados.
The B-52s
Comparten la dudosamente honorable categoría de grupo divertido (perdón, B-52s) con Las Primas, Dee-Lite y Loco Mia, entre otros exponentes de ese estilo de música pasatista, archi-popular, tarareable; esa música que incita a formar un trencito humano alrededor de la pobre novia en una boda, por ejemplo, o que da instantánea buena forma a una pista de baile en alguna fiesta que parezca fracasar. Mucha diversión, sí y también mucha actitud hicieron que el grupo trepara a la fama internacional sobre finales de los ochenta, una década después de su formación primera. Venían de asimilar la muerte de uno de los miembros de la banda, enfermo de sida, y quizá recordándolo, o quizás exorcizando el dolor de su recuerdo, compusieron Cosmic Thing, que arrojó un puñado de éxitos. El más recordado fue «Love Shack», que contribuyó a alimentar aquella percepción sesgada que catalogaba al grupo como meramente alegre y jocoso, sobre todo debido a un videoclip de ambiente parrandero y descontrolado (Ru Paul incluida). Gus Van Sant, sin embargo, aportó su cuota de seriedad a tanta diversión al citar el tema «Private Idaho» como la fuente del nombre de su homodrama Mi mundo privado (título original: My Own Private Idaho).
Kate Pierson y Cindy Wilson, vocalistas femeninas del grupo, constituían el epítome del celebrado espíritu y del estilo inconfundible de The B-52s, con enormes pelucas panal (Winehouse tomó nota y sumó a la Bardot para cuajar su famoso look), densas pestañas postizas y vestuario a go-go. Enunciaban, con feliz picardía, algunos ítems indiscutidos del camp norteamericano post Segunda Guerra, ya fueran su nombre (B-52 era un avión de las FF.AA. yanquis), las marcadas referencias a la ciencia ficción o las letras de sus temas («Hot Pants Explosion»). Drags de alma, las chicas se codeaban con las más laureadas performers, quienes solían tener alguna participación especial en los lanzamientos de la banda (caso citado de Ru Paul, además del de Lady Bunny, que aparece en el booklet del LP Good Stuff). Pierson, la más popular de las dos gracias a su montaña de pelo rubí y sus colaboraciones con R.E.M. e Iggy Pop, llegó a materializar su fanatismo por los cincuenta montando un motel íntegramente decorado con piezas y muebles originales de la época.
Tina Turner
Las Destiny’s Child podrían, y quizá deberían, haberle dedicado su hit «Survivor» a Tina Turner, una de las rockeras más importantes de la historia. No sólo superó una infancia difícil sino que consiguió escapar de un marido abusivo y golpeador, que la descubrió como cantante y la condenó a ser torturada cotidianamente. Renació, sobreviviente, y se impuso por sí misma, sin un hombre que la manejara.
Ike y Tina se conocieron cuando ella vivía en St. Louis, Estados Unidos, y tenía dieciséis años. Él, músico de rock, la aceptó como vocalista para algunos de sus shows. Como ocurre en las películas, un buen día una cantante cayó en cama y Tina la reemplazó en una grabación, que ¡sorpresa! terminó siendo un gran éxito. El dúo que Ike y ella formaban fue famosísimo en los sesenta y setenta, desplegando un repertorio que mezclaba rock y R&B. Sin embargo, y después de años de bestial maltrato en sus garras, Tina huyó, harta de violencia y temiendo por su vida.
A lo largo de su carrera, Tina transitó los caminos del rock, el pop y el R&B, ofreciendo al mundo hitos de la música que muchas guardan en su memoria en la categoría «clásicos». Hizo de esos temas himnos de amor y de desamor, de soledad y de arrebato. Algunos de ellos constituyen el respaldo musical perfecto para un striptease, hecho seguramente ayudado por su sensual voz y por su imagen de pantera, conocida por quienquiera que haya visto un video o show suyo.
Su absolutamente particular gestualidad y sus descargas eléctricas en escena constituyen los rasgos que la definen y la elevan sobre la media de artistas, más recatadas o menos interesantes. En cada grito, en cada ronroneo, Tina es poseída por una energía interna impactante, un poco temible, mezcla de todas las fuerzas de la naturaleza. Sus piernas, que levantaron revuelo cuando visitó Latinoamérica en 1987, desafían a las de cualquier super-modelo en perfección y tonicidad. Toda ella, con su voz, su caminar y su magnetismo, es inspiración para performers de alrededor del planeta: algunas imitan sus inconfundibles gestos; otras se desnudan al ritmo ralentado de una de sus canciones; muchas más se calzan unos taquísimos y trajinan en círculos un livingcito como si se tratase del estadio Wembley.