33

—Durante todos estos años —continuó diciendo la anciana— he tenido que convivir con los recuerdos de lo que sucedió en este lugar, repitiéndome a mí misma que debía ser fuerte por Christopher y construir para él una nueva vida que nos perteneciera a los dos. Pero lo que Phil Dodger me contó de Pansy, y el convencimiento que tuve de repente de que la maldad de Muriel había sido aún más honda de lo que yo imaginaba, hizo que por primera vez me preguntara si no debería regresar a Vandeleur. Casualmente mi nuera encontró un anuncio en un periódico en el que se decía que la antigua fonda del pueblo había sido puesta en venta a la muerte de su anterior propietario. No tuve que insistir demasiado para que nos mudáramos aquí; tanto Christopher como ella estaban deseosos de conocer sitios nuevos, y el vecindario nos acogió desde el primer momento con los brazos abiertos, sin sospechar que la anciana que se instaló en este lugar había sido su propietaria en el pasado. En cuanto a mí, me bastaba con estar cerca de este barco y de Will. Sentía que de alguna manera había regresado con él a mi hogar.

—¿Usted imaginaba que Muriel había tenido algo que ver con el naufragio? —preguntó Oliver acercándose más a la mesa—. ¿No creyó en ningún momento que fuera un accidente?

—¿Cómo iba a serlo si el Mississippi había estado completamente en calma hasta que el Perséfone pasó por delante de la plantación? No, no necesitaba saber qué estaba ocurriendo en el barco para comprender que, tal como Will y yo temíamos, ella seguía rondándole en las sombras, esperando su oportunidad para atacar. Puede que el vudú le permitiera prolongar su existencia más allá de la muerte, convirtiéndola en el eco aletargado de una conciencia, un espíritu vengativo anclado al bergantín…

—Estaba dentro del mascarón —dijo Veronica en voz baja, y la anciana la miró con desconcierto—. Hemos conocido a uno de los antiguos marineros hace poco, el único que pudo escapar con vida del naufragio. Nos contó que la vio en la proa momentos antes de que el barco se hundiera… como si fuera un espectro que acabara de surgir de la madera.

Aquello dejó a Viola sin palabras durante unos instantes, aunque acabó suspirando.

—No se me había ocurrido que pudiera haber hecho algo como eso, pero supongo que tiene sentido. Muriel ya me suplantó una vez para arrebatarme el amor de Will. Es lógico que quisiera repetir su mejor truco sirviéndose de una escultura de madera.

—Una escultura que, pese a que su esposo consiguiera arrancarla de la proa, está de nuevo en el barco —comentó Alexander con cierta ansiedad. Ya no estaba tan seguro de que hubiera sido una buena idea reunirlos—. Durante cuarenta y tres años ha estado en el corazón del pantano custodiada por sus antiguos esclavos, pero hace unas horas nos la entregaron para acabar por fin con este asunto. Aunque todavía no sabemos cómo hacerlo…

—¿Mis esclavos? —Los ojos de Viola parecían aún más azules, abiertos de par en par por la sorpresa—. ¿De qué está hablando, profesor Quills? ¿Aún continúan en Vandeleur?

Antes de que pudieran explicarse se oyó una repentina algarabía en el exterior. Todos dieron un respingo, volviéndose hacia la puerta medio desvencijada del camarote del capitán. Hubo ruido de voces en el embarcadero y pisadas sobre la plataforma, y después el alarido angustiado de una mujer.

—Dios mío. —Alexander se dirigió hacia la cubierta tan precipitadamente que casi se llevó por delante a Theodora. Los demás le siguieron en el acto—. ¿Qué ha sido eso?

—Puede que haya problemas en el pueblo —dijo Veronica—. Quizás los vecinos han…

—No son ellos —la cortó Oliver. La oscuridad no les impidió darse cuenta de que se le había demudado la cara—. Reconocería esa voz en cualquier parte. Es lady Silverstone.

Fue a apoyarse en el costado de estribor, el que quedaba más cerca del agua, y sus amigos hicieron lo mismo. No tardaron en distinguirla a lo lejos: una silueta envuelta en un batín de seda que corría hacia la pasarela por la que se accedía al Perséfone.

—Ha venido para asegurarse de que estoy bien —murmuró Oliver, siguiéndola con los ojos—. No es para menos; anoche le estuve hablando del barco y de lo que nos ha traído a Vandeleur, y seguramente tenía miedo de que me pasara algo malo.

—¿Que le has contado qué a lady Silverstone? —exclamó Lionel—. ¿En qué demonios estabas pensando, Twist? ¿No te basta con airear nuestros trapos sucios en tus novelas?

Cuando Oliver se disponía a contestarle, repararon en una segunda silueta que se acercaba a la pasarela por la que lady Silverstone estaba empezando a subir. Todos se quedaron sin habla al darse cuenta de que era lord Silverstone, en mangas de camisa y con el cabello revuelto…, aunque no pudieron contener un grito que casi acalló los de la dama cuando los dedos de su marido la agarraron por el pelo para tirar de ella hacia atrás.

Al verla caer de espaldas sobre la plataforma iluminada por el resplandor del farol que colgaba del techo Oliver soltó una maldición y echó a correr hacia el embarcadero.

—¡Oliver! —trató de retenerle Alexander, alarmado—. ¡Espera un momento, Oliver!

—Esto no me gusta nada —dijo Veronica—. ¡Se va a meter en un lío espantoso por querer comportarse como un caballero si no hacemos nada por impedirlo!

Sin necesidad de ponerse de acuerdo, Alexander, Lionel, Veronica y Theodora se dirigieron también hacia la pasarela, dejando a Viola en el castillo de popa. Cada vez se oían más voces, y mientras bajaban del Perséfone repararon en que unos cuantos vecinos se asomaban alarmados a sus ventanas.

—Maldita furcia mentirosa, ¿es que lo único que pretendes es dejarme en ridículo delante de los demás? ¿Crees que me voy a quedar de brazos cruzados mientras tú…?

—En nombre del cielo, lord Silverstone, ¡suelte a su mujer! —exclamó el profesor mientras acortaban los últimos metros que los separaban. Lady Silverstone sollozaba a los pies de su esposo, tratando de liberar sus cabellos cobrizos de sus manazas—. ¡No sé qué puede haber ocurrido entre ustedes, pero esta no es manera de solucionar las cosas!

Lord Silverstone pareció tan perplejo como furioso ante su aparición, pero no le dio tiempo a responder nada. Antes de que pudiera hacerlo el puño de Oliver surgió de la oscuridad para estrellarse contra su cara, haciéndole caer ruidosamente de espaldas.

—¡No se atreva a tocar a mi madre, o se las verá conmigo!

Decir que sus amigos se quedaron de piedra ante aquel arranque es poco. A Lionel se le abrió la boca mientras Theodora y Veronica se quedaban mirando con perplejidad cómo Oliver ayudaba a la llorosa lady Silverstone a ponerse en pie. Lord Silverstone, mientras tanto, había logrado apoyarse en un codo con una expresión aturdida en el rostro y el poblado bigote lleno de sangre.

—Como si no tuviéramos bastantes problemas —susurró Lionel, cerrando filas en el acto al lado de Alexander—. Siempre he soñado con partirle la cara a un aristócrata, pero…

—¿Es que te has vuelto loco, Oliver? —le echó en cara Alexander en voz baja—. Me parece admirable que quisieras proteger a lady Silverstone, ¡pero has ido demasiado lejos!

Para asombro de todos, lord Silverstone rompió a reír de repente desde el suelo.

—Ya veo que no nos equivocábamos respecto a usted, señor Saunders. Creo que mi esposa y yo sospechábamos lo mismo, aunque no lo habláramos en ningún momento entre nosotros. No tuve más que verle la cara en el Oceanic para entender qué pasaba.

A Veronica se le escapó un gemido de angustia cuando lord Silverstone consiguió ponerse por fin en pie. Al conocerle en el comedor del transatlántico les llamó la atención lo corpulento que era, pero ahora podían darse cuenta de que le sacaba casi una cabeza a Oliver. Aunque lo más curioso era que eso no parecía amedrentar a su amigo.

—Deberías regresar al hotel y quedarte con Lily, madre —dijo Oliver en voz baja—. Preferiría que no presenciaras esto…

—No, que se quede. Al fin y al cabo, es lo que siempre has querido, ¿no? —le espetó lord Silverstone a su mujer—. Recuperar lo que deberíamos haber enterrado dentro de ese diminuto ataúd…, lo que nunca tuvo ningún derecho a existir.

—Lord Silverstone, ¿de qué está hablando? —trató de interceder Theodora, aunque el hombre ni siquiera la miró—. ¿Qué tiene que ver el señor Saunders con ustedes dos?

—Adelante —le retó Oliver en un tono tan agresivo como el suyo—. Cuénteles a mis amigos por qué ha golpeado esta noche a su mujer, y por qué no ha respirado tranquilo desde que nos presentaron pese a que yo aún no supiera lo que ocurría.

—Creo que nos hacemos una idea —aseguró Alexander, cada vez más perplejo—. No obstante, sigo pensando que este no es el mejor lugar para hablar del tema. Deberíamos volver al hotel para tratar de hacerlo como personas civilizadas, sin curiosos alrededor…

—Me da lo mismo lo que puedan pensar unos pueblerinos —repuso lord Silverstone—. En el fondo debería estar acostumbrado a las habladurías, a que me señalen con el dedo por haberme casado con una ramera demasiado acostumbrada a abrirse de piernas con cualquier poeta de tres al cuarto que se cruza en su camino. —Lady Silverstone soltó un sollozo, tapándose la cara—. ¿Por qué no les cuentas a estos caballeros lo que te traías entre manos durante todos aquellos meses, cuando te escapabas a casa de ese don nadie para revolcarte con él?

—Frederick, por favor —logró articular ella sin atreverse aún a mirarle a los ojos—. Si quieres seguir castigándome por aquello haz lo que quieras conmigo, pero no mezcles a Oliver en nuestros problemas. En este asunto, él no es más que una víctima…

—Sí, como lo fue también tu querido Anthony Parks, ¿verdad? ¿Realmente fuiste tan ingenua como para pensar que me quedaría de brazos cruzados ante tu traición?

Al oír esto lady Silverstone dejó de sollozar.

—¿Qué… qué estás diciendo, Frederick? ¿Cómo sabes que se llamaba Anthony Parks?

—Ya veo que no me equivocaba: eres aún más estúpida de lo que creía —soltó con desprecio su marido, pasándose una mano por el bigote ensangrentado—. Deberías haber imaginado que no serías el único objeto de mis represalias. No puedes insultarme de ese modo y esperar que me comporte como un pusilánime incapaz de tomarse la justicia por su mano. Si tanto confiabas en ese Parks, ¿no te extrañó que desapareciera de la noche a la mañana sin querer saber nada más de su amante? ¿Nunca te preguntaste dónde estaba?

—Claro que lo hice, pero pensaba que se habría cansado de esperarme… Creía que se había molestado conmigo por tardar tanto en darle una respuesta, y que por eso no…

Se quedó callada mientras lord Silverstone sacudía la cabeza, entre incrédulo y asqueado. Los dedos de Oliver temblaron al atraer más a su madre hacia sí.

—No puede ser verdad lo que insinúa… ¡Si se atrevió a hacerle algo a mi padre…!

—Descuide, señor Saunders; no fui yo quien lo hizo —replicó el aristócrata—. Solo me encargué de dar las instrucciones necesarias para que dejara de suponer un estorbo. Aún no tengo muy claro si lo arrojaron al río a la altura de Swinford o de Kelmscott, pero supongo que en el fondo eso no cambia las cosas. Lo importante es que por fin conseguí librarme del peor de los engorros… Bueno, del peor no; ese sigue estando aquí, delante de mis narices.

—Miserable —susurró Oliver mientras su madre rompía a llorar a lágrima viva, agarrándose a su cuello como si las piernas no la sostuvieran—. ¿Cómo pudo…, cómo se atrevió a…?

—¿A hacer lo que cualquier otro hombre con honor habría hecho en mi lugar? ¿Les parece que no fui suficientemente clemente —añadió mirando a los demás, que se habían quedado paralizados— al no denunciar a mi esposa por aquello? Si lo hubiera hecho aún seguirías pagando las consecuencias, Arabella; te habrían procesado por adulterio y te lo habrían quitado todo, y nunca más habrías visto a Phyllis y Evelyn.

—Esto es completamente increíble —declaró Alexander, sacudiendo la cabeza con horror—. No se trata solo de que cometiera un asesinato, sino de que se siente realmente orgulloso de lo que hizo. ¿Cómo puede ser usted tan inmoral, milord?

—¡Inmoral! —Lord Silverstone volvió a soltar una carcajada que más parecía un ladrido—. ¡Me acusan de inmoral cuando mi prioridad siempre fue mantener unida a mi familia! ¡Cualquier hombre con sangre en las venas habría hecho lo mismo que yo!

A Oliver se le había subido la cólera a la cabeza, y estaba a punto de arrojarse contra aquel canalla para darle su merecido cuando su madre apoyó las manos en su pecho, negando silenciosamente con la cabeza. Tardó unos segundos en comprender por qué trataba de retenerle, pero cuando lo hizo se quedó sin aliento.

Al principio no lo había visto porque la luz del farol que iluminaba el embarcadero no delimitaba más que un estrecho círculo dorado, pero después reparó en que detrás del aristócrata había aparecido algo que ya había visto noches antes en aquel mismo lugar. Dos manos cubiertas de barro que se habían agarrado al borde de la plataforma y que no tardaron en reptar sobre la madera, acercándose poco a poco a él…

—Lo único que me consuela —seguía diciendo lord Silverstone, indiferente a lo que ocurría a sus espaldas y a la aprensión con la que todos lo miraban de repente— es que a Lillian le ha dado tiempo a casarse antes de que esto saliera a la luz. Los Archer ya han tenido bastantes problemas en los últimos años, y no estoy seguro de que un escándalo como este no les pareciera un motivo de peso para cancelar el compromiso que hemos…

Nunca llegó a terminar la frase. Las manos de la criatura cubierta de barro se cerraron en torno a sus tobillos, haciéndole caer de bruces sobre la plataforma como sucedió con Theodora, y después tiraron de su cuerpo para arrastrarle hasta el Mississippi.

En un acto reflejo, Oliver quiso acercarse al río, pero lady Silverstone le retuvo de nuevo para que no lo hiciera. Cuando la miró le sorprendió comprobar que, aunque aún seguía sollozando, la expresión de su rostro era de profundo alivio.

—No —le pidió en voz baja. Después se volvió hacia los demás, tan atónitos como el propio Oliver—. Si realmente quieren salvarme, no lo hagan. Esta es la única solución…

—Lady Silverstone —susurró Theodora, acercándose más a ella—. ¿Está segura de lo que nos pide? ¿No se arrepentirá más adelante de esto? ¿Qué va a contarles a sus hijas?

—Mentiras —contestó la dama, más tranquila—. Igual que todos estos años, cada vez que me preguntaban si amaba a su padre. Si consiguiéramos rescatarle, no pararía hasta acabar conmigo y con mi hijo.

Debajo de la plataforma se distinguía una confusa sombra revolviéndose sin cesar y un montón de burbujas ascendiendo a la superficie. Pero al cabo de un rato el agua volvió a aquietarse y el cuerpo de lord Silverstone ascendió poco a poco, con la cabeza agachada y los brazos completamente inanimados. A lady Silverstone se le escapó un nuevo gemido, cerrando los ojos mientras reclinaba la frente contra el chaleco de su hijo. Durante unos instantes nadie se atrevió a añadir nada más… hasta que otra silueta asomó a la superficie del Mississippi, y las mismas manos crispadas que habían acabado con lord Silverstone regresaron de nuevo a la plataforma.

—¡Por Dios! —gritó Alexander, rodeando a Veronica con los brazos para protegerla mientras Oliver y lady Silverstone soltaban un alarido. Lionel y Theodora sacaron a la vez sus pistolas y comenzaron a disparar—. ¿Es que esto no acabará nunca?

—No mientras el Perséfone continúe a flote —exclamó Oliver.

Algo acalló su voz de repente. Una de las balas de Theodora se había hundido en la frente de la criatura, que soltó un quejido antes de quedarse quieta. Por un momento se mantuvo en la misma postura, a punto de encaramarse sobre la plataforma, hasta que se acabó deslizando al agua. Allí se reunió con lord Silverstone, aunque en su caso se quedó boca arriba. Muy despacio, sin atreverse a decir nada, los seis se acercaron al borde para comprobar si realmente la habían abatido. La vieron flotar lentamente en la corriente, con los brazos abiertos, y el profundo agujero que Theodora le había hecho en la frente sangrando sin cesar, tiñendo el agua de rojo a su alrededor…

Solo que no era posible que sangrara, no habiendo pasado casi medio siglo desde que había muerto por primera vez. Theodora y Lionel apartaron la vista al mismo tiempo para mirarse a los ojos, y supieron que estaban pensando lo mismo.

—Este hombre no era… no era un cadáver andante —acertó a decir ella—. Era alguien de carne y hueso.

—Ha gritado como lo haría cualquier persona al ser herida —coincidió Lionel. Tiró de Theodora para que se alejara del borde, pero ella siguió sin moverse—. Tenemos que contárselo lo antes posible a la policía. Esto es mucho más turbio de lo que pensábamos.

—Madre, adelántate —le susurró Oliver a lady Silverstone, que asintió atolondradamente—. Busca al inspector jefe y pídele que se reúna con nosotros, y que traiga a todos los hombres que pueda. Y después quédate con Lily; pronto me reuniré con vosotras.

Ella volvió a asentir, sin apartar aún los ojos de las dos figuras que se mecían en silencio con la corriente. Cuando por fin se dio la vuelta para marcharse, Oliver dijo a los demás:

—Cada vez comprendo menos lo que sucede. Es cierto que ese miserable se merecía algo así…

—Pero no a manos de un criminal como este —se mostró de acuerdo Veronica—. Ha sido una auténtica mala suerte, aunque no sabéis cómo me alegro de que lord Silverstone fuera el que estaba más cerca del agua. Nos hemos librado por los pelos.

—¿Y a ti qué te ocurre? —le preguntó Lionel a Theodora, que seguía de pie al borde de la plataforma, con Carmilla en la mano—. ¿No te alegras de habernos salvado a todos?

—Sí —murmuró Theodora—. Pero para hacerlo he tenido que matar a un hombre al que conocía, Lionel. —Y ante el desconcierto con el que todos la miraron añadió, guardándose la pistola dentro del vestido—: Este era el mismo hombre que me pareció ver la otra tarde en el cementerio de Lafayette. Se llamaba Ben Wilson y trabajaba para mi patrón.