IV

A la mañana siguiente, cuando Delessov se despertó para ir al servicio, vio con extrañeza en torno suyo el biombo, su viejo criado, y el reloj sobre la mesa. "¿No es acaso todo lo que quiero tener a mi lado?», preguntóse. Entonces se acordó de los negros ojos y de la sonrisa del músico, y del motivo de la Melancolía…, y toda la extraña noche de la víspera pasó por su imaginación.

Sin embargo, no tuvo tiempo de preguntarse si tenía o no razón para albergar al músico en su casa.

Mientras se arreglaba hizo mentalmente el reparto del día: tomó papel, dispuso lo necesario para la casa, y apresuradamente se calzó las botas y se envolvió en la capa. Al pasar por delante del comedor miró hacia adentro: Alberto, con la cara escondida entre los almohadones en desorden, con una camisa sucia y rota, dormía pesado sueño sobre el diván de tafilete donde le instalaron la noche anterior sin conocimiento.

«Hay algo que no va bien», pensó involuntariamente Delessov.

—Haz el favor de ir de parte mía a casa de Borazovski, y pídele el violín por dos días. Para éste… — dijo al criado—. Cuando despierte le haces tomar café y le das alguna ropa mía. Te ruego que en todo le satisfagas.

Cuando Delessov llegó por la noche a su casa, le sorprendió no encontrar a Alberto.

—¿A dónde ha ido? — preguntó al criado.

—Se fue después de comer —respondió éste—; cogió el violín y se fue prometiendo volver al cabo de una hora… y aún no ha vuelto.

—¡Eso sí que me molesta! — exclamó Delessov—.

¿Por qué le has dejado salir, Zakhar?

Zakhar era un criado petersburgués que servía a Delessov hacía ocho años. Éste, como soltero que vive solo, le confiaba, sin querer, sus intenciones, y le gustaba saber su opinión en todos sus asuntos.

—¿Cómo queríais que me hubiese atrevido a no dejarle salir? — respondió Zakhar, mientras jugaba con su gorro—; si me hubieseis dicho que le retuviese, yo habría podido entretenerlo en casa; pero me hablasteis tan sólo del vestido.

—¡Cuánto me contraría! ¿Qué hizo mientras yo estuve fuera?

Zakhar sonrió.

—Se puede decir que es un verdadero artista. Tan pronto como despertó, pidió vino Madera; después estuvo jugando un buen rato con la cocinera y el criado del vecino: ¡es muy bromista! Sin embargo, tiene buen carácter. Le llevé el té y la comida, pero no quiso comer nada, empeñado en invitarme siempre… ¡Qué bien sabe tocar el violín! Estoy seguro de que un artista así no se encuentra ni en casa de Igler. A un artista así sí vale la pena sostenerlo.

Cuando tocó «Boguemos río abajo en el Volga paternal»… parecería que un hombre llorara. ¡Hermosísimo!

Todos los criados de la casa entraron en la sala para escucharle.

—Bueno; ¿le diste ropa? — interrogó el amo.

—Sin duda; te he dado una de vuestras camisas de noche y mi abrigo. Se debe ayudar a un hombre así; es verdaderamente un buen muchacho. — Zakhar se sonrió—. Me ha estado preguntando el grado que tenéis, si tenías altas e importantes amistades, y el número de vuestros simos, — Está bien, está bien; ahora habrá que buscarle, y de aquí en adelante no darle nunca de beber, si no, se pondrá peor aún.

—Es verdad —interrumpió Zakhar—; es evidente que su salud está muy quebrantada. En casa, en casa de los amos, había un empleado que siempre estaba así… Delessov, que hacía tiempo conocía la historia del empleado, un borracho inveterado, no le dejó concluir, y le ordenó prepararlo todo para la noche, e ir en busca de Alberto y traérselo.

Se metió en cama, apagó la bujía, pero no pudo dormir pensando siempre en Alberto.

«Aunque esto les parezca extraño a muchos de mis amigos —pensaba Delessov—, es tan raro el poder hacer alguna acción desinteresada, que hay que dar las gracias a Dios cuando este caso se presenta; yo no dejaré de hacerlo. Haré todo, absolutamente todo lo que pueda para ayudarle. Quizá no esté loco y sea su extravío el efecto simplemente de la bebida. No me costará caro, porque donde come uno comen dos.

Por ahora que viva conmigo; después ya le encontraremos empleo para sacarle del banco de arena en que está encallado; más tarde ya veremos»…

Una agradable satisfacción de sí mismo le embargó después de estas reflexiones.

" Verdaderarnente no soy del todo malo; no, al contrario, soy muy bueno en comparación con los demás…» — pensó.

Estaba casi dormido cuando le distrajo el ruido de la puerta que se abría y de unos pasos en la antesala.

«Tendré que ser más severo con él; debo hacerlo y será mucho mejor» — se dijo.

Apoyó el dedo en el timbre y llamó.

—¿Qué, le has traído? — le preguntó a Zakhar, que entraba-Ese hombre está en estado lastimoso –dijo Zakhar moviendo la cabeza con solemnidad y cerrando los ojos.

—Qué, ¿está ebrio?

—Está muy débil.

—Y el violín, ¿dónde está?

—Lo he traído; la señora me lo ha dado.

—Pues bien, te ruego que no le dejes pasar ahora, métele después en la cama y mañana por la mañana vigílale atentamente para que no salga de casa.

Pero aún no había salido Zakhar cuando Alberto entraba ya en la habitación.

Narrativa breve
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