Capítulo 27

El primer paso hacia lo que Chee llamó atrapar al ladrón de Burnt Water tuvo un carácter ceremonial. De hecho, Chee iba a salir de caza. Desde un principio, los navajos habían sido una tribu de cazadores. Como todas las culturas cazadoras, preparaban la sangrienta, peligrosa y psicológicamente desgarradora tarea de matar a un congénere con el máximo cuidado. Todo se hacía con el propósito de minimizar los daños. El procedimiento se remontaba al oscuro y frío pasado en que los Dinee se repartían con los lobos la caza del alce y el caribú del Ártico. El primer paso del procedimiento consistía en la purificación del cazador.

En las inmediaciones de la parcela de su caravana no había ningún sitio en que Chee pudiera construir un sudadero. Buscó por consiguiente un lugar en el monte detrás de Tuba City. Lo construyó en un pequeño arroyo, utilizando como pared una orilla y levantando una especie de cobertizo de rocas y ramas de enebro. En la zona había suficiente leña seca para alimentar el hoyo del fuego. El agua necesaria la llevaba en la furgoneta en dos recipientes de plástico. A media mañana, las rocas ya estaban calientes. Chee se quitó toda la ropa, menos los calzoncillos. Después, se situó de cara al este y entonó el primero de los cuatro cantos del sudadero:

Vengo de la Graystreak Mountain;

Estoy cerca.

Soy el Dios Parlante.

Un hijo del Viento Femenino. Estoy cerca de ti.

Con un arco negro en la mano derecha.

Con una flecha de plumas amarillas en la izquierda.

Soy el Dios Parlante, me preparo…

Entonó todos los versos, se agachó caminando a gatas y penetró a través de la entrada del sudadero a la cálida oscuridad del interior. Vertió agua de uno de los contenedores de plástico sobre las rocas calientes y cubrió la entrada con una gruesa lona. En la calurosa oscuridad, entonó otros tres cantos, describiendo cómo el Dios Parlante y las otras figuras yei de la leyenda habían apresado al Dios Negro disfrazado de cuervo y cómo el Dios Negro se había quitado su traje de plumas negras y, al final, engañándolo, le habían obligado a soltar a todos los animales de caza que tenía cautivos.

Una vez finalizado aquel ritual, Chee no supo muy bien lo que tenía que hacer. Jamás se hubiera atrevido a preguntárselo a Frank Sam Nakai. «Tío, ¿cómo se prepara uno para una caza que le llevará a una aldea hopi en una Noche Sagrada en que los espíritus Kachina vagan por los campos? ¿Cómo se prepara uno para atrapar a otro hombre?» Si lo hubiera preguntado, sabía que Frank Sam Nakai tenía una respuesta. Hubiera encendido un cigarrillo, se lo hubiera fumado y, al final, le hubiera respondido. Una vez terminados los cantos del baño de vapor, Chee permaneció sentado en la húmeda y calurosa atmósfera, pensando en el Camino Navajo… partiendo del este hasta llegar al norte. El propósito de la ceremonia de caza, el llamado Camino del Acecho, era el de establecer una relación armónica entre el cazador y su presa. Cuando uno quería cazar un ciervo, el Camino del Acecho repetía la antigua fórmula mediante la cual el hombre recuperaba la capacidad de ser una sola cosa con el ciervo. La fórmula se modificaba ligeramente para adaptarse a los distintos animales. Ahora el animal era un hombre. Un anglo-norteamericano, ex marido de una hopi, comerciante con los navajos, mago, sabio, astuto y peligroso. Chee notó que el sudor le empapaba la piel y le bajaba por la barbilla, las cejas y los brazos mientras pensaba en la forma de modificar el canto para que se adaptara a West. Al final, entonó:

Soy el Dios Parlante. El Dios Parlante.

Y le persigo.

Por debajo del este le persigo.

En aquel lugar del Wepo le persigo.

Yo, que soy el Dios Parlante, voy tras él.

La caza me llevará.

A Mesa Negra, a las aldeas hopi.

Soy el Dios Parlante. Su muerte me acompañará.

Sus pensamientos serán mis pensamientos mientras yo le persiga.

Cantó verso tras verso, adaptando los antiguos cantos ceremoniales a sus necesidades. Los cantos invocaban al Dios Parlante, a Begochidi, al Dios Clamante y al Dios Negro y al Pueblo Depredador: el Primer Lobo, el Primer Puma, el Primer Tejón; refiriendo las hazañas del Creador de la Caza y todos los demás Pueblos Sagrados del mito del Gran Navajo en los primeros tiempos de la caza y el modo en que el hombre se convirtió en depredador. El propósito de los versos era el mismo desde los tiempos en que sus antepasados cazaban por los glaciares: cruzar la corriente prehumana y convertirse una vez más en el animal perseguido, compartiendo su espíritu, sus actividades, sus pensamientos y todo su ser.

Chee se limitó a sustituir el «hermoso ciervo» por el «hombre West» y siguió entonando sus cantos.

En el crepúsculo, el hombre West me llama.

En la oscuridad, el hombre West viene hacia mí.

Nuestras mentes son una sola mente, el hombre West y yo, el Dios Parlante.

Nuestros Espíritus son un solo espíritu, el hombre West y yo, el Dios Parlante.

El hombre West se acerca directamente a mi flecha emplumada.

Hacia mi flecha emplumada el hombre West vuelve su costado.

Que mi arco negro le bendiga con su belleza.

Que mi flecha emplumada le haga semejante al Dios Parlante.

Que camine y yo camine por siempre en la Belleza.

Que podamos caminar juntos rodeados por la Belleza.

Que mi flecha emplumada lo concluya todo con Belleza.

Tenía que haber una ceremonial final, un verso final. Según la antigua tradición, el arco del cazador se tenía que bendecir. En los tiempos modernos, a veces se bendecía el rifle antes de cazar un ciervo. Chee abrió la pistolera y sacó un revólver. Era un Ruger del 38 de cañón mediano. No era muy experto en su manejo y cada año pasaba con apuro las pruebas reglamentarias de tiro. Jamás había disparado contra un ser viviente y nunca se había parado a pensar en serio qué iba a hacer en caso de que la situación le exigiera disparar contra un ser humano. En una situación de auténtica necesidad o de verdadera provocación, Chee pensaba que dispararía, pero no era una decisión que se pudiera tomar en abstracto. Chee contempló el revólver, y trató de imaginarse disparando contra West. Le fue imposible. Volvió a enfundarlo y, mientras lo hacía, se le ocurrió que en aquel momento no se podía pronunciar el verso final de la ceremonia del baño de vapor. El verso prescrito era el Canto de Bendición del Camino de Bendición. Pero Jim Chee, que era un chamán del Pueblo Taciturno, no podía entonar ningún canto de bendición en aquel momento. No podría hacerlo hasta que finalizara la caza y regresara al baño de vapor para purificarse de nuevo. De momento, Jim Chee se había convertido en un depredador entregado a la caza por medio de los cantos del Camino del Acecho. El Canto de Bendición tendría que esperar. Era un canto que lo colocaba a uno en armonía con la Belleza. En cambio, el Canto del Acecho le colocaba en armonía con la muerte.

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