Capítulo 9
El sol del atardecer se filtraba oblicuamente a través de las ventanas de la tienda de artículos generales Burnt Water, formando en su cavernoso interior una avigarrada mezcla de acusados contrastes. Los deslumbrantes reflejos del sol alternaban con la fría oscuridad. Y los rayos del sol, danzaban unas motas de polvo que hicieron recordar a Chee la sequía.
- ¿Santuarios? -preguntó Jake West-. Pues, hombre, entre los de su gente y los de los hopis, esta tierra está llena de santuarios.
West estaba sentado en la oscuridad y la silueta de su barbuda cabezota se recortaba sobre una larga racha de luz en la pared.
- Ése está en el arroyo justo al este del molino de viento -dijo Chee-. En un manantial seco. Está lleno de plumas votivas. Algunas son muy recientes, lo cual significa que alguien cuida de él.
- Pahos -dijo West-. Usted las llama plumas votivas, pero para los hopis son pahos.
- Lo que sea -dijo Chee-. ¿Sabe usted algo de eso?
A través de la puerta abierta, se oyó un automóvil acercándose a gran velocidad al patio de la tienda, donde se detuvo bruscamente. Sobre el trasfondo del ruido, West contestó que no sabía nada sobre el santuario.
- Jamás he oído hablar de él -dijo.
Se oyó el ruido de una portezuela de automóvil al cerrarse. El olor de la polvareda levantada llegó hasta su nariz.
- ¿Es Vaquero? -preguntó Chee.
- Confío en que sí -contestó West-. Espero que no haya nadie más que aparque de esta manera. Podrían enseñarles a esos bastardos a aparcar sin levantar una nube de polvo. Se lo deberían enseñar antes de permitirles sentarse al volante.
Junto a la puerta, un fornido joven con uniforme caqui se detuvo para intercambiar unas palabras con unos ancianos que pasaban la tarde sentados a la sombra. Sus palabras provocaron la risa de un viejo.
- Pasa, Vaquero -dijo West-. Aquí, Chee necesita una información.
- Como siempre -dijo Vaquero, mirando con una sonrisa a Chee-. ¿Has encontrado al gamberro de tu molino?
- De nuestro molino -le corrigió Chee-. Y tú, ¿has resuelto el gran misterio del avión?
- No del todo -contestó Vaquero-, pero estamos haciendo progresos -sacó de la carpeta que llevaba una reluciente fotografía de veinte por treinta centímetros y la mostró-. Este es el tipo que estamos buscando. Si le veis, avisad inmediatamente al sheriff adjunto Albert Dashee o llamad al amable Departamento del Sheriff del Condado de Cocolino.
- ¿Quién es? -preguntó West.
La fotografía era una ampliación de una instantánea de identificación de la policía. Mostraba a un hombre de unos cuarenta y tantos años con el cabello entrecano, los ojos muy juntos y una frente despejada que dominaba un rostro alargado y enjuto.
- Se llama Richard Palanze, conocido también como Dick Palanze. Lo que los federales llaman un «notorio asociado con el tráfico de droga». Sólo me han dicho que fue condenado hace un par de años en el condado de Los Angeles por encubrimiento y tráfico de droga. Quieren que le busquemos por esta zona.
- ¿Y de dónde ha salido la fotografía? -preguntó Chee, examinando el reverso en blanco.
- Del sheriff -contestó Vaquero-. Se la dieron los de la DEA. A su juicio, es el pájaro de cuenta que se largó con la droga después del accidente -Vaquero tomó la fotografía que le devolvía Chee-. Eso, si no fue Chee el que se largó. Me parece que los federales aún no saben muy bien si Chee fue el autor del disparo o si se largó en el vehículo.
West le miró perplejo, arqueó las cejas y posó los ojos alternativamente en Dashee y en Chee.
Dashee se rió.
- Era una broma -dijo-. Chee estaba allí cuando ocurrió todo, por eso los de la DEA sospecharon. Sospechan de todo el mundo. Hasta de mí, de usted y de aquel tipo de allí -añadió, señalando a un viejo hopi que se estaba apartando de la puerta con la ayuda de un bastón de aluminio y una solícita mujer de mediana edad-. ¿Qué querías saber, Chee?
- Hay un pequeño santuario en el arroyo junto al molino -contestó Chee-. Pero el manantial está seco. Dentro hay muchos pahos. Parece que alguien lo cuida. ¿Sabes algo de eso?
Al oír la palabra «santuario», la expresión de Vaquero pasó de la jovialidad a la neutralidad. Vaquero figuraba en la nómina del Departamento del Sheriff del Condado de Cocolino (Arizona), con el nombre de Albert Dashee, hijo. Se había granjeado una buena reputación en la Universidad del Norte de Arizona antes de enviarlo todo al infierno. Para su familia, era Angushtiyo, el «Chico del Cuervo», miembro del clan del Maíz de la Ladera y un hombre muy apreciado de la Sociedad Kachina en su aldea de Shipaulovi. Chee se estaba haciendo amigo suyo, pero el Chico del Cuervo era hopi mientras que Chee era navajo, y los santuarios, cualquier clase del santuario, estaban relacionados con la religión hopi.
- ¿Qué quieres saber? -preguntó Vaquero.
- Desde el lugar donde se encuentra el santuario, se puede ver el molino de viento -dijo Chee-. El que lo cuida podría haber visto algo. Es una remota posibilidad -añadió, encogiéndose de hombros-, pero no tengo nada más.
- Los pahos -dijo Vaquero-. ¿Algunos son nuevos? ¿Como si alguien se estuviera cuidando del santuario?
- No los examiné con mucho detenimiento -contestó Chee-. No quise tocar nada -tenía empeño en que Vaquero lo supiera-. Pero me pareció que algunos eran viejos y otros eran nuevos, y que alguien cuidaba del santuario.
Vaquero reflexionó.
- No puede ser nadie de los nuestros. Me refiero a la aldea Shipaulovi. No está dentro de nuestro territorio. Creo que aquellas tierras pertenecen a los Walpi o a alguna sociedad kiva. Veré qué puedo averiguar.
Según los navajos, aquellas tierras les correspondían a ellos y habían sido asignadas a la familia de Patricia Gishi. Pero no era el momento de reavivar las antiguas discusiones de la Utilización Conjunta.
- Una probabilidad muy remota -dijo Chee-. Pero ¿quién sabe?
- Preguntaré por ahí -repitió Vaquero-. ¿Sabes que hoy van a arreglar el molino? -preguntó con una sonrisa-. ¿Estás preparado para eso?
Chee no estaba preparado. Se deprimió. Volverían a destrozarlo…, de eso no cabía la menor duda. Chee lo sabía en su fuero interno y sabía que no podría hacer nada por impedirlo. Hasta que no comprendiera lo que ocurría. Cuando se produjera el nuevo destrozo, la culpa sería tan suya como de Vaquero, pero a Vaquero no parecía importarle. Vaquero no tendría que permanecer de pie en el despacho del capitán Largo, soportando la lectura del indignado memorándum del correspondiente burócrata del Buró de Asuntos Indios ni la inquisitiva mirada de Largo, dudando en silencio de su capacidad para proteger un molino de viento.
- Si lo hace el BUA; yo pensé que no lo tendrían listo hasta Navidad -dijo Chee-. ¿Qué demonios ha ocurrido?
- Algo habrá fallado -dijo West.
- El BUA se ha vuelto eficiente. Sucede cada ocho o diez años -apuntó Vaquero-. Sea como fuere, he visto una camioneta dirigiéndose hacia allá. Dijeron que tenían todas las piezas y que hoy mismo lo tendrían arreglado.
- Creo que puede estar tranquilo -dijo West-. Probablemente se han equivocado de piezas.
- ¿Volverás a vigilar? -preguntó Vaquero.
- No creo que ahora diera resultado -contestó Chee-. El accidente del avión lo ha estropeado todo. Quienquiera que sea, sabe que estuve allí. La próxima vez se asegurarán de que no haya nadie vigilando.
- ¿El gamberro estuvo allí la noche del accidente? -preguntó West.
- Alguien estuvo allí -contestó Chee-. Oí que alguien trepaba por la pared del lecho del Wepo. Y, mientras yo estaba ocupado con el accidente, alguien volvió a destrozar el molino.
- No lo sabía -dijo West-. ¿Quiere decir que el gamberro estaba allí abajo junto a los restos del aparato? ¿Cuando ya se había producido el accidente?
- Exactamente -contestó Chee-. Y me sorprende que a estas alturas todavía haya alguien que no lo sepa. Están divulgando el informe por ahí para que se entere todo el mundo.
Chee comentó a West y a Vaquero la visita del abogado y de la hermana del piloto.
- Estuvieron aquí ayer por la mañana, pidiendo información -dijo West-. Querían saber dónde estaba el aparato y deseaban hablar con usted -West frunció el ceño-. ¿Me va a decir que ese tipo había leído el informe?
- No es nada raro -terció Vaquero-. Tratándose del abogado de alguien directamente interesado en el caso. Los abogados suelen hacerlo constantemente cuando quieren averiguar algo.
- ¿Y dijo que era el abogado del piloto? -preguntó West-. ¿Cómo se llama?
- Gaines -contestó Chee.
- ¿Y qué quería saber?
- Quería saber qué sucedió.
- No me diga. Se ve muy claro lo que sucedió -dijo West-. El tipo se estrelló con su aparato contra la roca.
Chee se encogió de hombros.
- ¿Quería averiguar algo más? -persistió West.
- Quería encontrar el vehículo -contestó Chee-. El que se alejó después del accidente.
- O sea que pensaba que aún estaba por aquí.
- Eso parece -dijo Chee, apresurándose a cambiar de tema-. ¿Se ha oído algún chismorreo sobre un brujo que mató a un hombre en Mesa Negra?
- Pues, claro -contestó Vaquero, riéndose-. ¿Recuerdas el cuerpo que encontraron en julio…, el que estaba en avanzado estado de descomposición? -Vaquero arrugó el entrecejo al evocar el desagradable recuerdo.
- ¿El desconocido? -preguntó Chee-. ¿Le mató un brujo? ¿Y eso de dónde ha salido?
- Fue uno de vuestros brujos navajos -contestó Dashee-. No uno de nuestros powaqas.
ñ