Capítulo 26
Chee pasó la noche al lado de su furgoneta en un arenoso callejón sin salida de las inmediaciones del lecho del Moenkopi. Se había detenido dos veces para cerciorarse de que no le seguían. Aun así, estaba nervioso. Hizo un hueco en la arena, desenrolló la manta y se tendió boca arriba, contemplando el cielo estrellado. De la vana promesa de lluvia de la tarde sólo quedaba algún trueno ocasional desde la lejana frontera de Utah. ¿Por qué le esperaban aquellos dos hombres en su caravana? Estaba claro que no se trataba de una visita amistosa. ¿Se habría equivocado al identificar a uno de los hombres como el que acompañaba a Johnson en el lecho del Wepo? Hubiera sido más lógico que pertenecieran al gremio del narcotráfico. Johnson ya le había advertido que irían por él. Pero ¿por qué precisamente en aquel momento? Ya se habrían enterado de que les revenderían la droga. ¿Pensarían acaso que él era uno de los ladrones que pretendían venderla? ¿Él, Musket y Palanzer? Pero, si el hombre era efectivamente el que acompañaba a Johnson en el Wepo, la cosa cambiaba. ¿Qué podía querer la DEA de Chee? ¿Y por qué razón los hombres de la DEA le hubieran esperado en la oscuridad en lugar de llamarle al despacho de Largo para manter una conversación? ¿Sería porque las intenciones de la DEA no eran totalmente ortodoxas? ¿Porque él no había contestado a la llamada de Johnson? Las conjeturas no le llevaban a ninguna parte. Analizó de nuevo la llamada telefónica que había recibido Gaines. El intercambio se efectuaría a las nueve de la noche del día siguiente…, quinientos mil dólares en efectivo a cambio de dos maletas llenas de cocaína. Pero ¿dónde? Lo único que sabía en aquellos momentos y antes ignoraba, era que el autor de la llamada podía ser West y que Musket podía estar muerto. Lo cual no le servía de mucho. Después, mientras lo pensaba, yendo del este hacia el sur, el oeste, el norte y de nuevo al este, tal como le había enseñado a hacer su tío, comprendió que le podría servir. Todo tenía un motivo. Nada se hacía sin una razón. ¿Por qué aplazar el desenlace más de lo necesario… tal como había hecho el autor de la llamada? ¿Qué diferencia podía haber entre esta noche y mañana por la noche? ¿Habría alguna diferencia para West? Probablemente, en el calendario de las ceremonias hopi las noches eran distintas. Y West conocía la diferencia. Había estado casado con una hopi. Y, según la tradición hopi, se había incorporado al matriarcado de su esposa…, a su aldea y a su casa. Según Dashee, estuvo casado tres o cuatro años. Tiempo suficiente para saber algo sobre el calendario religioso de los hopis.
Chee adoptó una posición más cómoda. La tensión nerviosa de la persecución estaba desapareciendo. Se sentía relajado y soñoliento. Al día siguiente se pondría en contacto con Dashee y averiguaría qué ocurriría por la noche en el mundo hopi de los espíritus kachina y de los hombres que los personificaban con los rostros cubiertos por máscaras sagradas.
Chee pensaba en los kachinas cuando se quedó dormido, y soñó con ellos. Se despertó con el cuerpo entumecido y dolorido. Sacudió la arena de la manta y la guardó detrás del asiento de la furgoneta. Quienesquiera que fueran los que le esperaban en la caravana, ya habían abandonado Tuba City a aquellas horas, pero Chee decidió no correr ningún riesgo. En su lugar, se dirigió al sur, hacia Cameron. Llegó al restaurante de la carretera al amanecer. Pidió panqueques y salchichón para desayunar y llamó a Dashee desde la cabina telefónica.
- ¿Qué hora es? -preguntó Dashee.
- Tarde -contestó Chee-. Necesito una información. ¿Qué hacen los hopi esta noche?
- Santo cielo -exclamó Dashee-. Son poco más de las seis de la madrugada. Acabo de acostarme. Esta semana me toca turno de noche.
- Perdona -dijo Chee-. Pero háblame de esta noche.
- ¿Esta noche? -repitió Dashee-. Esta noche no hay nada. La Chu'tiwa, la ceremonia de la Danza de la serpiente, se celebrará en Walpi pasado mañana. No esta noche.
- ¿Y no se hace nada en ningún sitio? -preguntó Chee-. ¿Ni en Walpi ni en Hotevilla ni en Bacobi o algún otro sitio?
Parecía decepcionado y se le notaba en la voz.
- Poca cosa -dijo Dashee-. Cosas que se hacen en las kivas. Preparativos para la ceremonia de la Serpiente, cosas privadas.
- ¿Y qué me dices de la aldea donde vivió West? La aldea de su mujer. ¿Cuál era?
- Sityatki -contestó Dashee.
- ¿Allí no se hace nada?
Hubo una prolongada pausa.
- Vaquero, ¿estás ahí?
- Sí.
- ¿Se hace algo en Sityatki esta noche?
- Casi nada -contestó Vaquero.
- Pero ¿se hace algo?
- No es para los turistas -dijo Vaquero.
- ¿De qué se trata?
- Bueno, es algo que llamamos Astotokaya. Significa Lavar el Cabello. Es de carácter privado. Una especie de ceremonia de iniciación a las sociedades religiosas de la aldea.
No parecía una cosa que pudiera ser útil para West.
- ¿Atrae a mucha gente? Creo que es eso lo que buscamos.
Dashee se rió.
- Justo lo contrario…, cierran los caminos. No quieren que vaya nadie. Todo el mundo tiene que permanecer en casa y ni siquiera debe mirar por las ventanas. La gente que vive en las casas situadas delante de las kivas, se va. Nadie se mueve a excepción de las peronas que celebran la iniciación en las kivas y los jóvenes que son iniciados. Y no salen hasta el amanecer.
- Explícamelo mejor -dijo Chee.
Su decepción se había esfumado. Ahora creía saber dónde concertaría West la cita.
Vaquero parecía reacio.
- Es confidencial -dijo-. No podemos hablar de ciertas cosas.
- Creo que podría ser importante -dijo Chee-. Ayer ocurrió una cosa muy rara. El recepcionista del centro cultural tuvo que abandonar el mostrador de recepción y, como el teléfono estaba sonando, la señorita Pauling se hizo cargo de la centralita y…
- Ya me enteré del incendio -le interrumpió Dashee-. ¿Acaso lo provocaste tú?
- ¿Y por qué iba yo a provocar un incendio? -replicó Chee-. Lo que quiero decirte es que la señorita Pauling oyó una conversación en la que un tipo le decía a Gaines que los propietarios de la cocaína podrían recuperarla a cambio de quinientos mil dólares. Dijo que deberían entregar el dinero en dos maletas, a las nueve en punto de la noche del viernes. Añadió que volvería a ponerse en contacto para indicar el lugar en que se efectuaría el intercambio.
- ¿Cómo te las arreglaste para provocar el incendio en el momento oportuno? -preguntó Dashee-. ¿Cómo supiste cuándo se iba a producir la llamada? Serás bastardo, por poco incendias el centro cultural.
- Bueno, la pregunta es por qué aplazarlo hasta las nueve de la noche del viernes. Ésa es la pregunta, y creo que la respuesta es porque quieren hacer el intercambio en un lugar en que los compradores piensen que habrá un montón de gente mirando cuando, en realidad, se trata de una ceremonia privada.
- Sityatki -dijo Vaquero.
- Exacto. Parece lo más lógico.
Vaquero lo pensó un rato.
- No demasiado -dijo-. ¿Por qué tomarse todas estas molestias si lo único que van a hacer es cambiar dinero por cocaína?
- Por la seguridad -contestó Chee-. Necesitan un lugar en el que los tipos que vuelvan a comprar la cocaína no les peguen un tiro y se queden con el dinero y con todo.
- Allí no es más seguro que otro sitio -argüyó Dashee.
Tal vez no, pensó Chee. Pero ¿por qué esperar hasta el viernes por la noche?
- Mira -dijo-, creo que el cambio se hará en Sityatki y, si me cuentas algo más sobre las ceremonias, puede que sepa por qué.
Vaquero le contó a regañadientes lo suficiente como para que los panqueques y el salchichón de Chee se enfriaran, pero no fue gran cosa. Todo consistía esencialmente en que la aldea permanecía cerrada desde el anochecer hasta el amanecer, la gente se quedaba en sus casas y no miraba por las ventanas para no sorprender a los espíritus que visitaban las kivas durante la noche y el lugar era periódicamente vigilado por los sacerdotes de las kivas… aunque todo tenía un carácter más ceremonial que otra cosa, según Vaquero.
Chee desayunó sin prisas para pasar el rato hasta que pudiera llamar al despacho del capitán Largo. Este llegaría con un poco de retraso y Chee quería que su llamada le estuviera esperando cuando el capitán entrara. A veces, los pequeños trucos psicológicos resultaban muy útiles y Chee estaba seguro de necesitarlos en aquel caso.
- Aún no ha llegado -contestó la telefonista.
- ¿Estás segura? -preguntó Chee-. Suele llegar sobre las ocho y cinco.
- Un momento -rectificó la telefonista-. Acaba de entrar en el aparcamiento.
Justo lo que Chee había planeado.
- Largo al aparato.
- Aquí Chee. Tengo que informarle de un par de cosas.
- ¿Por teléfono?
- Cuando anoche llegué, había dos hombres esperándome en mi caravana. Con las luces apagadas. Y una pistola. Por lo menos, uno de ellos.
- ¿Anoche? -dijo Largo.
- Sobre las diez.
- ¿Y me lo dice ahora?
- Creo que uno de ellos era de la DEA. Por lo menos, creo haberle visto con Johnson. Y, si lo era uno, el otro también. Como no sabía qué hacer, decidí largarme,
- ¿Hubo violencia?
- No. Intuí que había alguien dentro y regresé a la furgoneta. Me oyeron y salieron inmediatamente. Uno de ellos llevaba una pistola, pero no disparó.
- ¿Y cómo adivinó que estaban dentro?
- Olía a café -contestó Chee.
Largo no hizo ningún comentario sobre este punto.
- Los muy bastardos -dijo.
- La otra cosa es que la señorita Pauling oyó por casualidad una conversación telefónica entre un hombre y Gaines. El hombre le dijo a Gaines que podría recuperar la cocaína a cambio de quinientos mil dólares y que estuviera preparado para la entrega del dinero a las nueve de la noche del viernes y…
- ¿Dónde?
- No lo dijo. Como este caso no nos corresponde, no hice demasiadas preguntas. Se lo dije a Vaquero Dashee y supongo que irá a hablar con ella.
- Me enteré de que hubo por allí un pequeño incendio -dijo Largo-. ¿Sabe usted algo de eso?
- Fui yo quien lo descubrió -contestó Chee-. El fuego prendió en un montón de hojarasca.
- Oiga -dijo Largo-, voy a echar un vistazo a la forma de actuar de la DEA. No voy a tolerarlo por más tiempo. Y, cuando hable con la gente, diré que le he dado órdenes expresas de que permanezca al margen de este caso de drogas. Le diré a la gente que lo sacaré de la Policía Navajo con una patada en el trasero como alguien me insinúe que usted se está metiendo en territorio federal. Le diré a la gente que usted lo ha comprendido perfectamente y que sabe lo que pienso hacer. Sin la menor discusión. Usted sabe, si husmea en este caso de droga o en alguien relacionado con él, le suspenderé permanentemente de empleo y sueldo. Quedará despedido y sin trabajo -Largo hizo una pausa para que sus palabras surtieran el efecto deseado-. Bueno, pues -añadió-, lo ha comprendido bien, ¿verdad? Ha comprendido que, cuando cuelgue este teléfono, redactaré un memorándum para los archivos, y en él constará por tercera y última vez que Jim Chee fue oficialmente informado de que cualquier intervención por su parte en esta investigación daría lugar a su inmediata expulsión del cuerpo. El memorándum también dirá que Jim Chee comprendió y aceptó las instrucciones. ¿Está usted enterado?
- Lo estoy -contestó Chee-. Pero hay un pequeño detalle. ¿Indicará usted en el memorándum lo que debo hacer? ¿Indicará que se me ha encomendado trabajar en el caso del molino de viento, resolver el robo de Burnt Water, encontrar a Joseph Musket e identificar al desconocido de Mesa Negra? ¿Constará también todo eso en el memorándum?
Otra prolongada pausa. Chee adivinó que Largo no tenía la menor intención de redactar un memorándum para los archivos. El capitán estaba examinando los motivos de Chee.
- ¿Por qué? -preguntó Largo.
- Pues, para que conste todo por escrito.
- De acuerdo -dijo Largo.
- Además, creo que deberíamos pedir a la oficina del forense de Flagstaff que se ponga en contacto con la Penitenciaría del Estado de Nuevo México y averigüe si existe alguna radiografía dental de Joseph Musket y, en caso afirmativo, la compare con las radiografías dentales del desconocido.
- Un momento -dijo Largo-. Usted vio a Musket vivo tras el hallazgo del cuerpo del desconocido.
- Vi a alguien -replicó Chee-. Y West me dijo que era Musket.
Otro silencio.
- Ah -dijo Largo-. Comprendo.
- Y, en cuanto al molino, creo que ya sé quién lo hace, pero jamás podremos demostrarlo.
Chee le habló a Largo del manantial y el santuario y de la tácita confesión del viejo Tayler Sawkatewa, según la cual éste se encontraba en el lugar de los hechos la noche del accidente tal como pudieron deducir el sheriff adjunto Dashee y Chee cuando hablaron con él.
- Un momento -dijo Largo-. ¿Cuándo hizo esta visita? ¿Después de haberle yo ordenado que permaneciera al margen de este caso de droga?
- Yo trabajaba en el caso del molino -contestó Chee-. A veces, uno se entera de más cosas de las que pretende.
- Ya lo veo, ya -dijo Largo severamente-. Necesito informes sobre todo eso.
- ¿Será suficiente con que los tenga mañana?
- Demasiado tarde -contestó Largo-. ¿Por qué no viene aquí y los redacta ahora mismo?
- Estoy en Cameron -contestó Chee-. Pensaba dedicar el día a intentar atrapar a ese ladrón de Burnt Water.
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