Capítulo 25

En realidad, la respuesta no fue un «sí» definitivo. Fue un «probablemente».

Tras la puesta de sol, las masas nubosas perdieron la voluntad de crecer. Y, al llegar la fría oscuridad, perdieron la voluntad de vivir. Chee conducía despacio, con el brazo apoyado en el borde de la ventanilla abierta de la furgoneta, disfrutando de la brisa. En la nube del oeste, los relámpagos aún despedían algunos destellos blanco-amarillos y en el oscuro norte brillaba de vez en cuando un mellado rayo. Pero las nubes estaban muriendo. Las estrellas centelleaban en el cielo. El altiplano del Colorado y el Painted Desert aún tendrían que soportar la sequía durante otro ciclo solar. Pero Chee sólo fue consciente de ello en segundo plano. Estaba llegando a ciertas conclusiones.

El hombre al que vio salir del despacho de Musket; el hombre al que West dijo que acababa de despedir; el hombre que West identificó como Joseph Musket, pudo no ser Musket. Probablemente no lo era, pensó Chee. West se había aprovechado simplemente de Jim Chee, un policía recién llegado que jamás había visto a Musket,para dejar oficialmente sentado que Musket estaba vivo y había sido despedido por él al día siguiente del hallazgo de los restos del desconocido en Mesa Negra. Lo hizo impecablemente, pidiendo a Chee que acudiera a la tienda en un momento en que tenía a mano un navajo adecuado y despertando el interés de Chee por el individuo cuando ya era demasiado tarde para que el policía pudiera echarle un buen vistazo. El presunto Musket, dedujo Chee, debía de ser alguien de otro sitio a quien Chee no podría ver por la zona de Burnt Water.

Ésa fue la primera conclusión. La segunda giraba en torno a otra ilusión. Probablemente, West había creado el engaño de Musket y escenificado posteriormente el presunto robo porque Musket ya estaba muerto. ¿Quién lo había matado? Probablemente el propio West. ¿Por qué? Chee dejaría esta cuestión para más tarde. Tenía que haber un motivo. Siempre lo había. Ahora se concentró en la desteñida línea blanca que iluminaban sus faros y en reconstruir lo que había ocurrido.

La fresca brisa olía a salvia mojada, a arbustos resinosos y a ozono. Por primera vez en muchos días, Chee se sintió en armonía con sus pensamientos. Había recuperado el hozro. Su mente funcionaba como debía, siguiendo el camino natural. West se había encontrado con el cuerpo de Musket en las manos. Había matado a Musket, o éste había muerto a manos de otra persona o simplemente por causas naturales. Y West no quiso que se supiera. Por lo menos, de momento. Quizá se había enterado de la inminente llegada del envío de droga. Quizá lo supo a través de su hijo. Quizá se enteró a través de Musket y decidió robarlo. Sin embargo, si los remitentes hubieran sabido que su hombre de Burnt Water había muerto, tal vez habrían cambiado el lugar del aterrizaje o habrían anulado la operación. Por eso la muerte y el cadáver se ocultaron.Chee no tuvo más remedio que admirar la inteligencia de West. Éste sabía que trataba con hombres muy peligrosos. Sabía que perseguirían al ladrón. Tenía que ofrecerles a alguien a quien perseguir y le endilgó el papel a Dedos de Hierro. Lo cual significaba que no podía correr el riesgo de que apareciera un cadáver y ni siquiera un esqueleto de alguien cuya descripción coincidiera con la de Musket. Un esqueleto, incluso un fragmento de mandíbula, hubiera bastado para establecer el nexo con una persona desaparecida que había estado en la cárcel y cuyos gráficos dentales, huellas dactilares y otras señas de identificación se conservaban en unos archivos. Por eso West había colocado el cuerpo en el tradicional camino del Mensajero del abeto para que fuera encontrado exactamente cuando él quería que lo encontraran. Simuló la mutilación de brujería, despellejándole las manos y los pies, para impedir la toma de huellas dactilares que se efectúa siempre en un cadáver sin identificar. Fue su única equivocación, el no haber calculado que los hopis no informarían del hallazgo del cadáver antes de sus ceremonias del Niman Kachina, pero no pasó nada. Y después (Chee volvió a sonreír, saboreando la inteligencia del autor del plan), West se encargó de que Musket figurara en el informe oficial como una persona que había estado en Burnt Water con posterioridad al hallazgo del cadáver. De este modo, no habría ningún motivo para comparar las dentaduras. Hubiera hecho lo mismo aunque el hallazgo del cuerpo hubiera sido comunicado inmediatamente.

Chee ya lo tenía casi todo resuelto cuando su furgoneta inició el largo ascenso por la peña del lecho del Moenkopi, pasó por la aldea hopi y llegó al cruce de Tuba City. Una vez en Tuba City, se le ocurrió otra conclusión. West había ocultado el cuerpo de Palanzer por la misma razón por la que se había encargado de que Musket desapareciera para siempre. La combinación de Palanzer y Musket ofrecía a los propietarios de la cocaína un motivo todavía más lógico para su cólera.

Los charcos de la lluvia no se mantienen durante mucho tiempo en un clima desértico. Los charcos del camino que conducía al hogar ambulante de Chee habían desaparecido hacía rato, pero los surcos aún estaban blandos y el paso de un vehículo los hubiera hecho todavía más profundos. Chee detuvo la furgoneta, descendió y recorrió a pie los últimos cincuenta metros que lo separaban de su casa. Se oía algún que otro estruendo de truenos proveniente del norte, pero el cielo estaba cuajado de estrellas. Chee pisó la hierba, pensando que una considerable parte del problema aún no se había resuelto. No podía demostrar absolutamente nada. Lo único que podría ofrecerle al capitán Largo serían conjeturas. No, eso no era cierto. Ahora se podrían identificar los restos del desconocido… a no ser que Musket jamás hubiera ido a un dentista, claro. Lo cual no era probable. Chee saboreó la límpida fragancia de la brisa nocturna, y aspiró el aroma del café recién hecho.

Chee se detuvo en seco. ¡Café! ¿De dónde? Contempló su caravana. Oscura y silenciosa. Era la única fuente posible de aquel denso aroma. Había colocado la caravana allí, debajo de aquel solitario álamo, para poder disfrutar de intimidad y aislamiento. La cafetera más cercana se encontraba a unos cuatrocientos metros de distancia. Alguien esperaba en el interior de su caravana a oscuras. Se había impacientado y preparado café en la oscuridad. Chee dio media vuelta y regresó rápidamente a su furgoneta. En el interior de la caravana se produjo un repentino estruendo. Le habían estado observando desde que llegó y aparcó. Le habían visto dar media vuelta. Los pasos de Chee se convirtieron en carrera. Ya tenía la llave en la mano cuando abrió la portezuela de la furgoneta. Oyó que se abría precipitadamente la puerta de la caravana y percibió el rumor de unos pies que corrían. Ya tenía la llave en el contacto. El motor, todavía caliente, cobró vida de inmediato. Chee puso marcha atrás y encendió los faros delanteros.

Los faros iluminaron a dos hombres corriendo. Uno de ellos, el más joven de los dos, era el que Chee había sorprendido observándole en el comedor del Centro Cultural Hopi. Al otro lo había visto en el lugar del accidente, ayudando a Johnson en la búsqueda de las maletas. El más joven empuñaba una pistola. Chee apagó los faros y arrancó marcha atrás. No volvió a encenderlos hasta que estuvo de nuevo en la carretera.

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