Capítulo 12

Cuando el capitán Largo estaba preocupado, su rostro redondo y mofletudo se transformaba en un mapa de pequeñas arrugas…, algo parecido a un melón cuando lleva mucho tiempo arrancado de la planta. Ahora Largo estaba preocupado. Rígidamente sentado detrás de su escritorio, en una insólita posición para su cuerpo rechoncho, el capitán escuchó atentamente a Jim Chee. Chee estaba furioso y fue directamente al grano. Cuando terminó, Largo se levantó de su sillón, se acercó a la ventana y contempló el soleado día.

- ¿Le han apuntado con una pistola? -preguntó.

- Exactamente -contestó Chee.

- Y, cuando le quitaron las esposas, le dijeron que si formulaba una denuncia, dirían que usted les invitó a entrar para que hicieran un registro y que en ningún momento le pusieron las manos encima. ¿Es así?

- Así es -dijo Chee.

Largo permaneció un rato mirando a través de la ventana. Chee esperó. Desde el lugar donde estaba, podía ver a través del cristal más allá de las anchas espaldas del capitán. Vio la extensión de matorrales, tierra, rocas y cactos dispersos que separaba el edificio de la policía de la irregular hilera de casas viejas llamada Tuba City. El cielo mostraba el polvoriento aspecto propio de un verano muy seco. Más allá de los campos, una nube de humo azulado emergía del garaje de chapa metálica del Departamento de Carreteras Navajo; estarían comprobando el funcionamiento de un motor diesel. Largo pareció contemplar el humo.

- Pasarán dos días, dijeron, antes de que los propietarios de la droga piensen que la tiene usted en su poder, ¿verdad?

- Eso dijo Johnson -convino Chee.

- ¿Lo dijo como una conjetura o como sabiéndolo con certeza?

Largo seguía mirando a través de la ventana, sin volver el rostro hacia Chee.

- Por supuesto que esto fue una conjetura -dijo Chee-. ¿Cómo hubiera podido saberlo?

Largo se apartó de la ventana y volvió a sentarse detrás de su escritorio.

- Eso es lo que quiero que haga -dijo, jugueteando con las cosas que guardaba en el primer cajón-. Anótelo y fírmelo, ponga la fecha y entregúemelo. Después, se toma unos días de vacaciones. Tenía dos días libres. Tómese una semana. Vayase de aquí durante unos días.

- ¿Anotarlo? Y eso ¿de qué servirá?

- Es bueno tenerlo -contestó Largo-. Por si acaso.

- Maldita sea -exclamó Chee.

- Estos blancos le han fastidiado -dijo Largo-. Usted presenta una denuncia. ¿Qué ocurre? Dos policías belacani contra un policía navajo. El juez también es belacani. El policía navajo es sospechoso de haberse quedado con la droga. ¿De qué le serviría? Vuelva a los Chuska. Visite a su gente. Vayase de aquí.

- Sí -dijo Chee, recordando la mano de Johnson que le había abofeteado el rostro. Se tomaría unos cuantos días libres, pero no se iría a los Chuska. Todavía no.

- Esos policías de la droga son muy duros -dijo Largo-. No se atienen a ninguna norma. Hacen lo que les da la gana. No sé lo que piensan hacer. Y usted tampoco lo sabe. Tómese un tiempo libre. No es asunto de nuestra incumbencia. Quítese de en medio. No le diga a nadie a dónde va. Es lo mejor que puede hacer.

- De acuerdo -dijo Chee-, no lo diré. Otra cosa, capitán -añadió, encaminándose hacia la puerta-. Joseph Musket no apareció por la tienda de Burnt Water el día en que mataron al desconocido y lo dejaron tirado en la colina. Ni aquel día ni el anterior. Quiero ir a Santa Fe, a la penitenciaría del estado, a ver si puedo averiguar algo sobre Musket. ¿Me concertará usted la visita?

- He leído su informe esta mañana -dijo Largo-. No mencionaba nada acerca de eso.

- Llamé a Jake West más tarde. Cuando ya lo había escrito.

- ¿Cree que Musket es un brujo? -preguntó Largo con una leve sonrisa.

Chee no estaba seguro.

- No entiendo a Musket -dijo, encogiéndose de hombros.

- Hoy mismo enviaré una carta -dijo Largo-. Entretanto, está usted de vacaciones. Largúese de aquí. Y recuerde que este caso de droga no nos incumbe. Es un delito federal. El lugar donde ocurrió es ahora una reserva hopi, no hay jurisdicción conjunta. No es competencia de la Policía Tribal Navajo -Largo hizo una pausa y miró directamente a Chee-. ¿Me ha oído usted bien?

- Le he oído -contestó Chee.

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